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Resultado Presidenciales en Colombia, diversos análisisseguirá PERSPECTIVAS DEL MOVIMIENTO INDÍGENA FRENTE A LA PAZ Y EL CONFLICTO ARMADO Fuente de la imagen: www.portalterritorial.gov.co 15 Junio 2014., Catalina Rodríguez Ramos, Con respecto al conflicto armado es claro que para los pueblos indígenas, éste es una fase más de la violencia histórica que han padecido desde hace siglos y que ha implicado el exterminio de pueblos enteros y, con ello, la desaparición de cientos de lenguas y cosmovisiones, pues cada pueblo es expresión de una forma única de ser, ver y entender el universo, mientras que cada uno de sus territorios es el refugio de su sabiduría ancestral y, como decían varios mayores en el foro, el libro y la guía para la vida en este planeta. Para iniciar es importante aclarar que en el país existen, según datos de la ONIC, 102 pueblos indígenas provenientes de los más variados lugares de la geografía nacional, que se han movilizado y organizado para reclamar sus derechos al territorio, la cultura y la autonomía, conformando un movimiento con una estructura organizativa sólida y estable que ha logrado posicionar importantes reivindicaciones en la agenda política nacional. Este movimiento no es, sin embargo, uniforme ni homogéneo, pues dentro de él surgen diferencias relacionadas con las particularidades culturales e históricas de los pueblos, así como con los distintos procesos de colonización y ocupación de sus territorios. Es así que hoy existen cinco organizaciones indígenas diferenciadas de carácter nacional, que agrupan y movilizan a estos pueblos y que plantean diferencias en las

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Resultado Presidenciales en Colombia, diversos análisis…

seguirá

PERSPECTIVAS DEL MOVIMIENTO INDÍGENA FRENTE A LA PAZ Y EL CONFLICTO ARMADO

Fuente de la imagen: www.portalterritorial.gov.co

15 Junio 2014., Catalina Rodríguez Ramos,

Con respecto al conflicto armado es claro que para los pueblos

indígenas, éste es una fase más de la violencia histórica que han padecido desde hace siglos y que ha implicado el exterminio de

pueblos enteros y, con ello, la desaparición de cientos de lenguas y cosmovisiones, pues cada pueblo es expresión de una forma única de

ser, ver y entender el universo, mientras que cada uno de sus territorios es el refugio de su sabiduría ancestral y, como decían

varios mayores en el foro, el libro y la guía para la vida en este

planeta.

Para iniciar es importante aclarar que en el país existen, según datos de la ONIC, 102 pueblos indígenas provenientes de los más variados

lugares de la geografía nacional, que se han movilizado y organizado para reclamar sus derechos al territorio, la cultura y la autonomía,

conformando un movimiento con una estructura organizativa sólida y estable que ha logrado posicionar importantes reivindicaciones en la

agenda política nacional. Este movimiento no es, sin embargo, uniforme ni homogéneo, pues dentro de él surgen diferencias

relacionadas con las particularidades culturales e históricas de los pueblos, así como con los distintos procesos de colonización y

ocupación de sus territorios. Es así que hoy existen cinco organizaciones indígenas diferenciadas de carácter nacional, que

agrupan y movilizan a estos pueblos y que plantean diferencias en las

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formas de acercamiento y negociación con los gobiernos locales,

regionales y con el gobierno nacional.

De estas cinco organizaciones, que son la Organización Nacional

Indígena de Colombia (ONIC), la Organización de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (OPIAC), la Confederación

Indígena Tayrona (CIT), la Asociación de Autoridades Indígenas de Colombia (AICO) y la Asociación de Autoridades Tradicionales

Indígenas de Colombia, Gobierno Mayor, las cuatro últimas participaron en el foro “Paz y Pueblos indígenas: Por la vida y la

defensa de nuestros territorios”. Este evento fue llevado a cabo en la ciudad de Bogotá y fue posible porque dichas organizaciones

consideraron que, por encima de algunas diferencias, está el interés y el objetivo común de discutir sobre un tema fundamental, como son

los diálogos de La Habana y la posibilidad de que con ellos exista una solución política y negociada al conflicto pues, a pesar de sus

diferencias, los pueblos han sido invariablemente víctimas de éste, que ha afectado su autonomía, su cultura y sus territorios.

Adicionalmente, los pueblos, desde su experiencia como víctimas y desde sus tradiciones e iniciativas de vida en armonía y de resolución

de conflictos, tienen mucho que decir sobre la guerra y la paz en el país.

Decían durante este evento algunos mamos de la Sierra Nevada de

Santa Marta que la primera guerra que los seres humanos habían emprendido había sido contra la madre tierra, y que ésta había

iniciado en este territorio tan pronto como llegaron los primeros colonizadores europeos, razón por la cual la reconciliación y

reparación debía empezar con ella. Complementando, un mayor del pueblo Muruy, proveniente de Puerto Leguizamo, Putumayo, afirmaba

que el conflicto no se podía ver entonces únicamente como el mero enfrentamiento entre seres humanos, sino como la desarmonización y

el desequilibrio que como hombres y mujeres generamos con el

territorio y con todo lo que éste contiene; de allí que, como una de las conclusiones generales del foro, se expresara que la falta de paz

es la falta de conocimiento y entendimiento entre los hombres y entre ellos y la naturaleza, y que alcanzarla implica el fortalecimiento de la

espiritualidad, entendida como la actuación consiente de acuerdo a las leyes y principios de origen de cada pueblo; es decir, la actuación

ética en reconocimiento de una identidad propia, de un pasado común y de la posibilidad de un futuro colectivo y en armonía en los

territorios propios.

Con base en este postulado, que podría parecerle a muchos políticamente inocuo en la actual coyuntura, en la cual hasta ahora no

se nombra el necesario proceso de reconciliación e identificación colectiva con nuestra herencia indígena y negra, y donde no se

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menciona siquiera la posibilidad de contemplar también como

víctimas a la naturaleza, los animales, las aguas, las piedras y demás hitos donde de acuerdo a la sabiduría indígena residen los espíritus

que guardan los territorios, se partió para definir lo que implica la

guerra y la paz para los indígenas y su posición en este momento.

Con respecto al conflicto armado es claro que para los pueblos indígenas, éste es una fase más de la violencia histórica que han

padecido desde hace siglos y que ha implicado el exterminio de pueblos enteros y, con ello, la desaparición de cientos de lenguas y

cosmovisiones, pues cada pueblo es expresión de una forma única de ser, ver y entender el universo, mientras que cada uno de sus

territorios es el refugio de su sabiduría ancestral y, como decían varios mayores en el foro, el libro y la guía para la vida en este

planeta. Ahora bien, aunque se plantee esta continuidad, es claro que el conflicto armado actual ha entrado a exacerbar y degradar aún

más las condiciones de vida de los pueblos, en tanto ha operado sobre situaciones preexistentes de discriminación, pobreza, abandono

y desterritorialización.

Los pueblos indígenas han sido por tanto revictimizados y han

padecido las afectaciones del conflicto por su condición étnica y sus dinámicas territoriales. Los territorios indígenas han sido ocupados,

usurpados y controlados por distintos actores, incluidos los armados, quienes han llegado a los territorios imponiéndose a través de la

violencia. Los intereses son muchos, pero dentro de los que cabe resaltar están el refugio y atrincheramiento, el control de las rutas del

narcotráfico y la obtención de beneficios de la explotación de bienes naturales. Como muestra de este hecho se han evidenciado las

macabras alianzas entre dichos actores y las industrias extractivas para dar pie al despojo, el desplazamiento y el control de los bienes

naturales; así lo ha reconocido la Corte Constitucional en el Auto 004 de 2009 sobre Protección de los derechos fundamentales de las

personas y los pueblos indígenas desplazados por el conflicto armado

o en riesgo de estarlo.

Como consecuencia de estos hechos, no solo se han presentado alteraciones del territorio y la destrucción de lugares sagrados, sino

también masacres, señalamientos, asesinatos de líderes y autoridades espirituales, desapariciones, intimidaciones,

confinamiento, entre otras afectaciones que han generado profundos daños y sufrimientos colectivos e individuales1. Son tristemente

recordados eventos como la masacre de Bahía Portete ocurrida en el año 2004, en la cual el Bloque Norte de las AUC se ensañó

particularmente con mujeres y lideresas del pueblo Wayúu, con el objetivo de doblegar la resistencia de la comunidad en el marco del

proyecto de consolidación del dominio militar y territorial de este grupo paramilitar; en dicha ocasión llegaron con lista en mano a

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asesinar, intimidar, desplazar, violar mujeres y saquear el

cementerio2. Así mismo, el accionar de las guerrillas ha afectado gravemente a los pueblos, quienes son víctimas de las estrategias

militares que éstas han desplegado para la confrontación con el

ejército y los grupos paramilitares; una de sus manifestaciones más perversas ha sido la siembra masiva e indiscriminada de minas

antipersonales; se calcula que 1 de cada 10 personas afectadas por estos artefactos pertenece a un grupo indígena3.

Frente a este tipo de hechos, manifestaba un mayor del pueblo Misak

que había una intención clara de los actores armados al atacar a los líderes espirituales y al perpetrar crímenes como el saqueo de un

cementerio indígena, al ser la espiritualidad y la identidad la fortaleza de los pueblos. Reconocía también que debido al conflicto se había

acelerado la aculturación en tanto la presencia de los actores armados en los territorios, fueran estos legales o ilegales, había

conllevado a la transformación y la pérdida de los valores indígenas, especialmente en los jóvenes.

Finalmente, y con base en estos hechos victimizantes, el movimiento indígena nacional expresó un clamor unificado por la continuación de

las negociaciones de La Habana y por la participación de sus organizaciones en los diálogos y en los procesos de toma de decisión,

no sólo como víctimas sino también como referentes de paz en medio del conflicto. De allí que se sugiera también que la reconstrucción de

la memoria histórica de la violencia contra los pueblos no sólo incluya la reconstrucción de los hechos violentos y victimizantes, sino

también de todas aquellas experiencias pacíficas de resolución de conflictos internos y de intermediación para la resolución de conflictos

foráneos o externos a las mismas comunidades, como forma de valorar el legado de paz y armonía que pregonan los pueblos

originarios en relación a sus leyes y principios de origen. Así mismo, en procura de la no repetición de la violencia contra los indígenas y

sus territorios, se afirmó que es imperativo un replanteamiento del

modelo económico y el modelo de explotación y aprovechamiento de los bienes naturales.

*** 1Según cifras de ACNUR cerca del 2% del total de personas

desplazadas del país pertenece algún pueblo indígena y se advierte que 34 pueblos indígenas colombianos se encuentran en riesgo de

extinción debido a la persistente violencia en sus territorios; según la ONIC, son la totalidad de pueblos indígenas del país los que padecen

éste riesgo. Fuente:http://www.acnur.org/t3/fileadmin/Documentos/RefugiadosA

mericas/Colombia/2012/Situacion_Colombia_-_Pueblos_indigenas_2012.pdf?view=1 consultado 12/06/2014 2CNRR- Grupo de Memoria Histórica. La Masacre de Bahía Portete, Mujeres Wayúu en la Mira. Taurus. 2010.

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3Centro Nacional de Memoria Histórica. ¡Basta Ya! Colombia:

Memorias de Guerra y Dignidad. (2013) Pág 95

EL “SANCOCHO” POR LA PAZ

Carlos Andrés Manrique. LUNES, 16 JUNIO 2014

Así como hay un tiempo para las alianzas estratégicas y el cierre de

filas de quienes somos afectos al actual proceso de paz con las insurgencias, también nos va llegando el tiempo de distinguir y

sopesar las diferencias entre los muchos afectos, actitudes vitales, ideas, argumentos, propósitos, que han venido a parar en este

“sancocho” cuasi Jaime Batemaniano (subrayando el “casi”) de la coalición por la “paz”.

Somos muchos los afectos a la “paz”, que estamos convergiendo desde muy distintas -y en otras circunstancias incluso antagónicas-

procedencias, con la aspiración de que los diálogos de paz en curso entre el actual gobierno y las insurgencias se sostengan, lleguen a

buen término y nos conduzcan a un mejor y renovado mañana. Pero hay también afectos muy distintos que han llegado a entrelazarse en

esta coalición por la paz ante la urgencia que fustiga la fortaleza del enemigo común atisbada, quizás de manera un tanto sorpresiva, en

los resultados de la primera vuelta, y las diversas formas de angustia que genera el prospecto de su retorno al poder estatal: el retorno, en

suma, de esa “mano negra” que tantas vidas ha segado, tantas voces ha silenciado y tantos sueños ha frustrado en la historia de este país;

y que es una extraña amalgama de conservadurismo costumbrista, violencia militar y para-militar, tecnocracia neoliberal desarrollista y

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capitalista de vanguardia, y estructuras clientelistas de intercambios

de favores entre el poder del dinero y la burocracia del Estado, anquilosadas desde hace mucho en los sectores rurales del país.

Quizás sea la amalgama casi fantástica de este temido enemigo, lo que explique la también casi fantástica amalgama de colores,

texturas, afectos, argumentos, ideas, principios, propósitos, que han venido a nutrir el “sancocho” de los aliados por la “paz”. Un

“sancocho” que uno quisiera creer fuese parecido al que soñara de manera célebre Jaime Bateman, pero que pronto tiene uno que

reconocer que carece de ese sabor y esa frescura, por muy necesario que sea hoy cocinarlo a fuego no tan lento y tomárnoslo con ganas y

repitiendolo de acá al próximo domingo 15 de junio. Así que hay un tiempo para las alianzas estratégicas de los muchos afectos a los

diálogos de paz y a su buen término en el que los acuerdos sean refrendados por plebiscito popular, y el país pueda recrear y

reinventar sus rumbos; hay un tiempo para las alianzas en las que no podemos sino cerrar filas ante un enemigo común que combina el

más desfachatado capitalismo con el más desfachatado guerrerismo,

todo bajo esa aura de arrogante superioridad moral y estigmatización agresiva del enemigo que ha producido históricamente las peores y

más dolorosas violencias en la historia moderna de Occidente, y en la de nuestro país.

Pero así como hay un tiempo para las alianzas estratégicas y el cierre

de filas de quienes somos afectos al actual proceso de paz con las insurgencias, también nos va llegando el tiempo de distinguir y

sopesar las diferencias entre los muchos afectos, actitudes vitales, ideas, argumentos, propósitos, que han venido a parar en este

“sancocho” cuasi Jaime Batemaniano (subrayando el “casi”) de la coalición por la “paz”. Sopesar y diferenciar allí cuáles son las fuerzas

creativas y transformadoras que se están poniendo en juego, y cuáles son las argucias que el status quo fragúa para acomodarse de

manera astuta ante las circunstancias, y luego seguirse perpetuando

con un segundo aire; sopesar y diferenciar cuáles son en este sancocho tan necesario como improvisado, y ansiosamente

precipitado, de las militancias por la “paz” en torno a la candidatura de Santos (desde el Doctor Krápula hasta Clarita López, desde las

comunidades de base indígenas y afrodescientes hasta Armandito Benedetti, desde Toto la Momposina hasta Shakira), cuáles son allí

las inéditas configuraciones de fuerzas que pueden estarse fraguando llevando consigo la promesa de otro porvenir posible; y cuáles son,

por otro lado, las mismas configuraciones de fuerzas que han estabilizado y profundizado en este país la desigualdad, la exclusión,

las muchas formas de discriminación e invisibilización estructurales de los menos favorecidos en el orden socio-económico.

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Quizás de este ejercicio de reflexión un poco más sopesado, más allá,

o en un registro en todo caso distinto al de la urgencia de las alianzas y las coaliciones estratégicas que no dan espera con miras a esta

segunda vuelta contienda electoral, puede depender que

comprendamos mejor cuáles pueden ser, y por qué, las fuerzas afectivas, materiales, intelectuales que se están gestando en este

“sancocho” delineando la promesa de transformaciones venideras en el tejido social de nuestro país. Movilizar estas fuerzas, darles una

sostenida continuidad, encauzarlas, robustecerlas, es una responsabilidad colectiva que debe por supuesto trascender la

coyuntura de esta sin duda decisiva jornada electoral del próximo domingo, aunque todos estemos cruzando los dedos y haciendo todo

lo posible por mantener a raya a esa multicéfala “mano negra” que amenaza con echar al traste el gran terreno ganado en los diálogos

de paz; y de paso amenaza con volver a estigmatizar y perseguir la movilización popular, entre muchos otros sombríos presagios.

Y en ese ejercicio de una reflexión más matizada y sopesada, me

parece de vital importancia deslindarnos de una interpretación y

valoración dominantes movilizada por parte de nuestros principales columnistas de opinión que, en este cierre de filas a favor del avance

de los diálogos de paz, y haciendo de nuevo gala de su talante progesista e ilustrado, han hecho correr abundantes y airados ríos de

tinta en los que se re-activa y afianza por enésima vez el típico discurso del liberalismo político civilizatorio: la civilización y la

modernidad del lado de la paz, el caudillismo y feudalismo retardatario del lado de la guerra; la ley y las instituciones del Estado

de derecho del lado de la paz, la corrupción y el matoneo coercitivos del lado de la guerra; la laicidad respetuosa de la diferencia del lado

de la paz, y el oscurantismo dogmático y supersticioso del lado de la guerra. El Estado de derecho liberal racional, imparcial, equilibrado,

del lado de la paz, la dictadura y el totalitarismo del lado de la guerra. Y un poco al margen de este esquema valorativo,

profundamente simplista a nivel conceptual; profundamente

“ortodoxo” y paralizante a nivel político (aunque se trate acá de la ortodoxia de nuestra centro-izquierda progresista e ilustrada en la

cual ha encajado con tanta facilidad, y esto no es gratuito, nuestro paradigmático adalid de la tecnocracia neoliberal el presidente-

candidato J.M. Santos); y estratégicamente muy débil (como lo demuestra el hecho de que nuestro sancocho por la paz a pesar de

todos estos esfuerzos mancomunados que han hecho converger a sectores sociales y económicos tan dispares en esta coalición, esté no

obstante ad portas de un foto-finish electoral); un poco al margen de este esquema valorativo e interpretativo, aparece el convidado de

piedra de una izquierda dinosaúrica que bajo la lógica de la disciplina partidista e ideológica se mantiene al margen esperando su glorioso

salto al poder, que nadie sabe muy bien cuándo llegará pero que seguro llegará… En una coyuntura como la actual, no podemos dejar

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que nuestros columnistas de opinión nos sigan encerrando en este

pobre y reducido triángulo de posibilidades políticas (conservadurismo, liberalismo, comunismo); un triángulo tan viejo (a

su manera) como la guerra de los mil días, como la hegemonía

conservadora, como la masacre de las bananeras, como la época de la violencia, como el Frente Nacional, como la trágica y dolorosa

masacre de la UP, como… la historia de nuestro país.

¿Para vislumbrar otras posibilidades en esta aciaga historia, no es menester que renovemos nuestros marcos interpretativos y

valorativos? Me atrevo incluso a pensar, que las fuerzas creativas y transformadoras que se pueden estar configurando en este

improvisado “sancocho” por la paz en el que ahora estamos echando cada quien como bien puede algo de sal, de yuca o de papa, tienen

que ver justamente con afectos, propósitos, actitudes vitales y prácticas que hacen resquebrajar este pobre esquema triangular de

interpretación de nuestro escenario político. Se trata de fuerzas, afectos, actitudes, prácticas, tejidos relacionales, que no responden

ni al impulso de un liberalismo progresista ilustrado (ciego ante las

complejas y profundas imbricaciones históricas entre el Estado de derecho y el Estado neoliberal del capitalismo tardío, y ante las

sutiles técnicas de homogenización y normalización de una población productiva que se gestan en este cruce; y además, muy

desconectado del sentimiento y la experiencia de las clases populares); ni al de un conservadurismo feudal (ciego ante la muerte

de “Dios” en términos de Nietzsche, es decir, el ocaso de un horizonte de sentido unívoco capaz de agrupar a la humanidad bajo su órbita);

ni al de la ortodoxia de una izquierda partidista (ciega ante las múltiples y plurales formas de organización y experimentación

política de los nuevos movimientos populares).

Porque, además, las alternativas de comprensión y praxis de lo político que se nos presentan en ese empobrecido triángulo, no son,

en muchos sentidos, reales alternativas. Hay importantes líneas

transversales que sitúan a la izquierda partidista ortodoxa y al liberalismo progresista en el mismo espectro vital y afectivo, ese que

gravita en torno a un discurso civilizatorio y a la dicotomía entre civilización y barbarie, entre progreso y tradición, entre modernidad

racional y oscurantismo medieval. Lo mismo entre el liberalismo progresista y el conservadurismo de derecha: los dos gravitan por

igual en torno a la tecnocracia neoliberal como criterio inflexible e indiscutible de un buen gobierno liderado por célebres expertos que

saben cómo mandar a los que, ignorantes, sólo han de acogerse a las consecuencias de su indescifrable lenguaje. Y hasta entre la izquierda

ortodoxa y el ultra-conservadurismo se cierne una línea transversal, una común configuración afectiva y vital: una comprensión de la

política en términos de la lógica amigo-enemigo, y la inflexibilidad y

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casi “naturalización” de la línea divisoria entre unos y otros, bajo la

lógica de una inamovible ortodoxia y disciplina del partido.

Quisiera entonces uno soñar…. pero ello sólo es posible si

problematizamos de manera enérgica ese esquema interpretativo y conceptual en el que se mueven nuestros Héctor Abad Faciolince,

nuestros César Rodriguez Garavito, nuestra Cristina de la Torre (querida y entrañable amiga, por lo demás), para nombrar sólo

algunos de los más notorios representantes de nuestra intelligenstia de centro-izquierda ilustrada. Quisiera uno soñar que en este

improvisado “sancocho” por la paz en virtud del cual el candidato-presidente JM Santos aparecía entusiasta, meditabundo y receptivo

ante una declaración de la ONIC; o en virtud del cual vimos a una

Clara López valiente deslindándose de la ortodoxia partidista del MOIR; o en virtud del cual hasta podríamos haber visto, de haber

tenido más tiempo, a un Armando Beneddetti o a un Roy Barreras entusiastas compartiendo megáfono y tribuna con un colectivo de

jovénes raperos de una barriada del sur de Bogotá; o a un Vargas

Lleras desintificándose de las sombras más oscuras de su pasado cercano al paramilitarismo rendido a los pies y boquiabierto ante una

Toto la Momposina empoderada…. en fin, quisiera uno soñar que en este improvisado y urgente sancocho por la paz se han configurado y

reconfigurado afectos, relaciones, actitudes vitales, prácticas y experiencias que no son dicotómicas, sino que son más bien abiertas

a dejarse contaminar por el otro que no es como uno, con el que poco o nada se tiene en común; que son generosas al reconocer la

inteligencia del indígena, el campesino, o el ciuadano cualquiera, al no dejarla silenciar e invisibilizar tan fácilmente frente a la

inteligencia de los economistas que corren complejos y sofisticados modelos matemáticos para diseñar políticas públicas; que son

respetuosas ante el modo como su espiritualidad y su mitología pueden definir de manera constitutiva el tipo de ejercicio ciudadano

del indígena o el afro-descendiente, sin horrorizarse ante esta

infracción de la barrera que debe separar al mito de la política. En fin, quizás sean esta nuevas configuraciones afectivas, vitales,

sensoriales, intelectuales, que, cruzando fronteras y desestabilizando dicotomías, puedan ser el más sustancial alimento de ese “sancocho”

por la paz, cuya receta habría que seguir potenciando y refinando, incluso en el peor de los escenarios, tras una eventual derrota el

próximo domingo, esa que tememos con tanto escalofrío, con tanto temor y temblor. Pero es en esos casos de extrema angustia, donde

más falta hace alimentarse bien.

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COLOMBIA 2014-2018: A PAZ Y SALVO

Fuente de la imagen: www.vanguardia.com

En el proceso histórico el ser humano se crea a sí mismo. Bienvenidos

los tiempos para que las nuevas generaciones de colombianos y colombianas sean hijos y constructores de la paz. Las reformas que

necesita el país deben orientarse a garantizar el florecimiento humano de todas y todos, sin distingo alguno.

Lunes, 16 Junio 2014. Edición 35, Libardo Sarmiento Anzola

Ganó la sensatez y la decencia, Colombia votó en favor de la paz. La

esperanza triunfó sobre el miedo, afirmó Santos. El centro y la

izquierda unidos en el proyecto político de reconciliación, perdón, verdad y fin del conflicto armado, representan 51% de los votos

válidos; la extrema derecha, guerrerista y llena de odio, 45%. El 4% de los electores optó por el voto en blanco.

Aun cuando la paz no significara más que la ausencia de guerra, de odio, de matanza, de locura, alcanzarla, argumenta el psicoanalista

Erich Fromm, figuraría entre los logros más elevados que el ser humano se puede proponer. No obstante, el concepto profético de

paz no puede ser definido como ausencia de guerra, es un concepto filosófico y espiritual: implica conciencia, razón, armonía,

reconciliación, justicia, verdad, amor, libertad, igualdad, solidaridad y compasión.

Además de las reformas estructurales que requiere la sociedad

colombiana (en la justicia, la educación, la salud, el desarrollo rural,

la distribución del ingreso y el modelo de desarrollo), las instituciones públicas, el sistema educativo, las organizaciones de la sociedad civil,

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los medios de comunicación y el sector empresarial tienen una amplia

responsabilidad en afianzar este concepto profético de paz.

La sociedad colombiana debe emprender un proceso que haga

realidad la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición del horror, la barbarie y la demencia de estos últimos

cincuenta años. De acuerdo con el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, la violencia prolongada durante más de 50 años y

su progresiva degradación han generado impactos y daños devastadores tanto para las víctimas, familiares, comunidades y

organizaciones e instituciones públicas, como para el conjunto de la sociedad colombiana. Este informe da cuenta de 220.000 asesinatos

producto directo del conflicto armado. De acuerdo con la Unidad de Victimas de la Presidencia de la República el número de afectados por

la violencia es de 6,5 millones de colombianos (el 40% de los responsables corresponde a la insurgencia y el 60% a agentes del

Estado, paramilitares y bandas criminales).

Con el propósito de construir la paz, el trabajo que nos espera por

hacer es arduo. Demasiada población es todavía ajena a este anhelo de paz. El potencial electoral de Colombia en estas elecciones

presidenciales es de 33 millones, pero en la segunda vuelta no ejercieron su derecho político 17,2 millones de potenciales votantes.

Si bien la abstención en junio de 2014 es de 52,1% (disminuyó en cerca de 8 puntos porcentuales entre la 1ª y la 2ª vuelta) se

encuentra 2 puntos arriba del promedio histórico, expresando el apoliticismo de la mayoría de la población económicamente inactiva,

los desempleados, los trabajadores informales y pobladores populares urbanos y rurales. En concreto, la votación por Santos sólo

representa 23,7% (entre la1ª y la 2ª vuelta aumentó de 10 a 23,7%) del potencial electoral. Entre los votos por la extrema

derecha (20,9%), la abstención (52,1%) y el voto en blanco y nulo (3,3%) se agrupan tres de cada cuatro personas mayores a 18 años

(ver gráficos 1 y 2).

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La extrema derecha es un peligro latente para el logro de la paz. Una tercera parte del Congreso elegido en 2014 tiene vínculos con el

paramilitarismo y las mafias. Una quinta parte de la población

potencial sufragante milita o simpatiza con la ideología de extrema derecha. No pocos de los líderes de estos grupos fascistas y

autoritarios son verdaderos psicópatas, esto es, personas de carácter inestable, antisocial y con faltas de empatía, ególatras y mesiánicas,

apenas sienten emoción por nada, asesinos que infligen dolor al prójimo sin ningún tipo de remordimiento. Las bases sociales están

representadas por gran parte de la lumpen oligarquía, la pequeña burguesía, los terratenientes, transportadores, comerciantes,

miembros de los grupos armados legales e ilegales y rentistas del capital. La fragmentación del territorio y de las elites regionales

también da cuenta de esta polarización entre la guerra y la paz; aquellas regiones que aun cultivan las mentalidades coloniales e

influenciadas del fanatismo religioso son proclives a la barbarie sin fin. La consigna de estos grupos sociales: «todo vale», su cultura la

necrofilia. Es clara la relación entre los factores socioeconómicos, de

un lado, y los factores caracterológicos, por otro.

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Colombia, a pesar de triunfar la convocatoria por la paz, es una sociedad polarizada. Entre la primera y la segunda vuelta por la

elección presidencial, Santos y Zuluaga aumentaron, en conjunto, 7,7

millones de votos; estos tienen como origen la reducción de la abstención (2,6 millones de votos), la redistribución de los votos del

Partido Conservador, el Polo y los Verdes (5 millones) y la baja del voto en blanco (151 mil). La redistribución de estos votos durante la

segunda vuelta fue 41% para Zuluaga y 59% para Santos (ver gráfico 3).

El número de votos válidos por la elección de presidente aumentó entre la 1ª y la 2ª vuelta de 12,8 millones a 15,3 millones. La

polarización entre la guerra y la paz conmovió a más de un escéptico. El voto en blanco cayó de 6 a 4% del total de votos válidos. Santos

duplicó su participación relativa al ser favorecido por 51% de los electores. Zuluaga, ganador en la primera vuelta con el 29,3% de los

votos, aumentó a 45% en la segunda vuelta (ver gráficos 4 y 5).

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La ciudad capital fue clave en estos resultados; a pesar de los errores

de las administraciones de izquierda y de los ataques furibundos y continuos de la Cámara de Comercio, los medios de comunicación, los

contratistas y la extrema derecha bogotana, no lograron desanimar a

un electorado independiente, demócrata, humanista y amante de la vida digna.

En el proceso histórico el ser humano se crea a sí mismo. Bienvenidos

los tiempos para que las nuevas generaciones de colombianos y colombianas sean hijos y constructores de la paz. Las reformas que

necesita el país deben orientarse a garantizar el florecimiento humano de todas y todos, sin distingo alguno. De acuerdo con la

experiencia humanista, todo lo vivo tiene una tendencia primaria a crecer y a desarrollarse; lo destructivo en el ser humano tiene sus

raíces en el impedimento y en el fracaso de estas leyes propias de lo vivo. Según Fromm, se puede mostrar que las tendencias

destructivas, es decir, las tendencias de las pulsiones de muerte, son el resultado de un fracaso del arte de vivir, del vivir no-correcto, de la

indecencia y la inmoralidad. Tal es paz en el sentido profético. La

palabra hebrea para decir paz,shalom, traduce «plenitud», «bienestar».

La Declaración Universal de Derechos Humanos considera que la

libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e

inalienables de todos los miembros de la familia humana. Sin embargo, la historia humana enseña que la garantía y disfrute de los

derechos humanos deben estar fundamentados en una sociedad en paz, orientada por relaciones de amor, solidaridad, justicia, igualdad

y libertad. Paz y derechos humanos se implican recíprocamente. En resumen, la democracia, la paz y el desarrollo sostenible requieren de

la conciencia, la concertación y el compromiso en torno al bien común entre las instituciones públicas, el sector empresarial y la sociedad

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civil. Son los tiempos de una ciudadanía educada en el amor, la

pluralidad, la dignidad, la compasión y la cultura de la no violencia.

Fuente Artículos: Palabras al Margen