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Revista de Historia Económica Año III. Invierno 1985 N.^ 1 GARCÍA SANZ; Auge v decadencia en España, siglos XVI-XVIl FF.LIU: Los arrendamientos de rentas señoriales - OVTJERO; Las leyes económicas en la explicación histórica - TENA: El comercio exterior español. 1914-l9i'> NOTAS: VAI.DEAVKI.LANO: C. Sánchez-Albomoz • Rviy. MARTÍN: Henri Lapeyre - GARCÍA DEI.GADU - NOÑEZ - RECENSIONES Centro de Estudios Constitucionales

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Revista de Historia Económica

Año III. Invierno 1985 N.^ 1

GARCÍA SANZ; Auge v decadencia en España, siglos XVI-XVIl • FF.LIU:

Los arrendamientos de rentas señoriales - OVTJERO; Las leyes

económicas en la explicación histórica - TENA: El comercio exterior español. 1914-l9i'>

NOTAS: VAI.DEAVKI.LANO: C. Sánchez-Albomoz • Rviy. MARTÍN: Henri

Lapeyre - GARCÍA DEI.GADU - NOÑEZ - RECENSIONES

Centro de Estudios Constitucionales

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Revista de Historia Económica Año III Invierno 1985 N.° 1

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8. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acu­sará recibo de los originales en el plazo de quince días hábiles desde su recepción, y el Consejo de Redacción resolverá sobre su publicación en un plazo no superior a cinco meses. Esta resolución podrá venir con­dicionada a la introducción de modificaciones en el texto original.

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4. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acusará recibo de la recensión y resolverá sobre su publicación a vuelta de correo.

5. En los demás extremos, se observarán las normas que rigen para el envío de artículos originales.

COLABORAN EN ESTE NUMERO

GASPAR FELH MONTFORT, Profesor Titular de Historia Económica en la Universidad de Barcelona. Su interés investigador y sus publicaciones se centran, principal­mente, en la economía agraria de la época preindustrial.

JosK Li'is GARCÍA DtXGAUo, Catedrático de Estructura Económica y Director del De­par tamento de Estructura Económica y Economía Española de la Universidad Complutense de Madrid. Su última obra publicada es La industrialización espa­ñola en el primer tercio del si^lo XX (Madrid, 1984, tomo XXXVII de la «Historia de España de Menéndez Pidal»).

ANGEI. GARCÍA SANZ, Vicedecano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Uni­versidad de Valladolid. Catedrático de Historia Económica de la Universidad de Valladolid. Especialista en Historia Económica y Social Moderna de España. Tie­ne numerosas publicaciones sobre este tema, entre las que se cuenta Desarrollo y crisis del Antiguo Régimen en Castilla: Economía v Sociedad en tierras de Se-Kovia. 1500-1814

Li is GARCÍA VALÜEAVELIANO. Ha sido Catedrático de Historia del Derecho en la Uni­versidad de Barcelona y de Historia de las Instituciones Políticas y Administra­tivas en la Complutense de Madrid. Académico de la Historia. Autor de numerosos libros y trabajos sobre Historia económica, social, política y jurídica del Me­dioevo español, entre los que destacan la Historia de España, Historia de las Instituciones v su conocida monografí;i sobre El Mercado en la España medieval.

CLARA ELGENIA NUNEZ, Licenciada en Historia por las Universidades de Granada y Nueva York (NYU). Tiene en prensa un libro sobre el comercio exterior andaluz en los informes consulares británicos.

FÉLIX OVEJERO Li CA.S. Licenciado en Ciencias Económicas, Profesor de Metodología de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona (Facultad de Ciencias Económicas). Trabajos sobre la crisis de la razón (Mientras tanto, 18), el nuevo marxismo anglosajón (Mientras tanto, 20), temas de metodología económica (en colaboración, Cuadernos de Economía, en prensa), Durkheim y los juicios de valor (Papers. en prensa).

FELIPE Riiiz MARTÍN, Catedrático de Historia Económica en la Universidad Autónoma de Madrid, Presidente de la Asociación de Historia Económica, Académico de la Historia y autor de numerosas monografías sobre la economía de la España mo­derna, entre las que destaca Lettres marchandes échangées entre Florence et Medina del Campo.

ANTONIO TENA JUNGIÜTO, Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Com­plutense, obtuvo el grado de Licenciado en la Universidad de Alcalá de Henares con una memoria de licenciatura sobre «Una reconstrucción del comercio exterior español, 1914-1935». En la actualidad trabaja en su tesis doctoral sobre «Comer­cio exterior y crecimiento económico en Espada, 1914-1935».

S U M A R I O

PANORAMAS DE HISTORIA ECONÓMICA

ÁNGEL G A R C Í A SANZ: AUIÍC Y Jecüdencin en España en los siglos XVI y XVII: Economía y sociedad en Castilla 11

ARTÍCULOS

GASPAR FELIU: El negocio de los arrendamientos de rentas señoriales: Examen de un libro de cuentas 31

FÉLIX OVEJERO LUCAS: La función de las leyes económicas en la explicación histórica 55

MATERIALES DE INVESTIGACIÓN

ANTONIO TENA JUNGUITO; Una reconstrucción del comercio exterior español, 1914-1935: La rectificación de las estadísticas oficiales 77

NOTAS NECROLÓGICAS

LUIS G. VALDEAVELLANO: Claudio Sánchez-Albornoz 123 FELIPE RUIZ MARTIN: Henri Lapeyre 127

NOTAS

JOSÉ LUIS GARCÍA DELGADO: Notas sobre el intervencionismo económico del primer franquismo 135

CLARA EUGENIA NUÑEZ: El desarrollo económico en la Europa del Sur ... 147

RECENSIONES

ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ: Política fiscal y cambio social en la España del si­glo XVII Por J"3n Zafra Oteyza 157

GUILLERMO CÉSPEDES DEL CASTILLO: América

Hispánica (1492-1898) Por Zacarías Moutoukias 159

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CARMELO MESA-LAGO: La economía en Cuba socialista. Una evaluación de dos déca­das Por Juan Carlos Jiménez 165

Louis HENRY: Manual de demografía históri­ca Por David-Sven Reher 167

EzEQUiEL GALLO; La Pampa Gringa ... Por Carlos Rodríguez Braun 170

JAVIER GARCÍA FERNÁNDEZ: El origen del Mu­nicipio Constitucional: Autonomía y Centra­lización en Francia y España Por Concepción de Castro 172

DAVID E . VASSBERG: La venta de tierras bal­días. El comunitarismo agrario y la Corona de Castilla durante el siglo XVI ... Por Bartolomé Yun Casalilla 174

JOSÉ MANUEL MUTILOA: Guipúzcoa en el si­glo XIX Por Luis Castells 177

DIEGO AZQUETA OYARZUN: Teoría económica de la acumulación socialista Por Alfons Barceló 180

T. H. HoLLiNGSWORTH: Demografía históri­ca Por Francisco Bustelo 183

RICARDO CALLE SAIZ: La Hacienda en la II Re-pública española Por Juan Hernández Andréu 186

JORDI NADAL Y CARLES SUDRIÁ: Historia de la Caja de Pensiones (La «Caixa» dentro del sistema financiero catalán) Por Rafael Castejón 189

DANIEL PEÑA Y NICOLÁS SÁNCHEZ-ALBORNOZ: Dependencia dinámica entre precios agríco­las: El trigo en España, 1857-1890. Un es­tudio empírico Por Agustín Maravall 191

PANORAMAS DE HISTORIA ECONÓMICA

AUGE Y DECADENCIA EN ESPAÑA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII: ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN CASTILLA *

ÁNGEL G A R C Í A S A N Z

Universidad de Valladolid

La atención de los historiadores por la historia económica y social de Cas­tilla en los siglos xvi y xvii es relativamente reciente. No ocurre lo mismo con los aspectos políticos y diplomáticos, que han tenido notables tratadistas des­de antiguo.

Es en los años sesenta del presente siglo cuando se puede situar el momen­to en que el interés por la economía y la sociedad castellanas del 500 y del 600 cobra un fuerte y decidido aliento que hoy perdura. En esta perspectiva, las estimables obras de Viñas Mey y Larraz aparecen como beneméritos antece­dentes. En los años sesenta publica Carande la segunda edición corregida y aumentada del primer tomo de Carlos V y sus banqueros; Domínguez Ortiz, sus estudios sobre la Hacienda de Felipe IV y sobre la sociedad española del siglo XVIII (1963), y también publican obras importantes de temática econó­mico-social, relativas al período, Benassar, Salomón, Ulloa, Ruiz Martín, Gui-larte. Basas, Chaunu, Vázquez de Prada. En 1955, Lapeyre había publicado su obra sobre los Ruiz de Medina, en la que reconstruía los complejos meca­nismos del comercio internacional en la segunda mitad del xvi.

En los años setenta, y en lo que va de los ochenta, la atención de los inves­tigadores por la historia económica y social castellana de los siglos xvi y xvii no ha dejado de aumentar, siendo ya numerosos los estudios que plantean el tema a nivel regional y local. Los historiadores españoles hemos de reconocer y agradecer a nuestros colegas de otros países —de Francia e Inglaterra, sobre todo— la gran aportación que han hecho en los últimos treinta años al conoci­miento de la historia económica y social de Castilla durante los siglos modernos.

Se intenta en estas breves páginas proponer un estado de la cuestión, a la

'•• Este escrito fue presentado como Comunicación al Coloquio Hispano-Holandés de Historia, celebrado en la Rijksuniversiteit de Leiden entre los días 1 al 4 de mayo de 1984. El autor desea expresar su agradecimiento a los colegas holandeses por la extraordi­naria hospitalidad de que hicieron gala, y en especial a los profesores Lechner y Winius; también dedica un sentido recuerdo al profesor Van Oss, fallecido durante las jornadas. El autor agradece a la Secretaría de Redacción de la Revista el trabajo que ha realizado en la preparación de este escrito para su publicación.

Revista de Historia Económica 11 Año III. N.o 1 - 1985

ÁNGEL GARCÍA SANZ

vista de las investigaciones recientes, sobre la evolución económica y social de los territorios de la Corona de Castilla a lo largo de las dos centurias que corren entre 1500 y 1700. Dentro de los territorios castellanos prestaré espe­cial atención a los más centrales —esto es, a las circunscripciones de León, Castilla la Vieja y Castilla la Nueva—, por considerar que la trayectoria eco­nómica y social de estos territorios durante el período contemplado es altamen­te representativa del sentido de la evolución histórica del conjunto de los te­rritorios castellanos, de forma que los particulares comportamientos de algunas regiones castellanas periféricas —caso, por ejemplo, de la evolución demográ­fica de Galicia y Asturias en el siglo xvii— han de ser contemplados desde la perspectiva aportada por las regiones castellanas centrales a fin de valorar adecuadamente su significado.

La evolución económica y social de los territorios de la Corona de Aragón no es considerada en estas páginas, por estimar que no aporta nada decisivo al estado de la cuestión que interesa proponer en el marco de este Coloquio Hispano-Holandés de Historia. Por otra parte, conviene tener presente que los territorios aragoneses apenas concentraban un 20 por 100 de la población española en el siglo xvi, mientras que el 80 por 100 restante vivía en el es­pacio territorial castellano (Ruiz Martín, 1967).

El escrito consta de dos partes: la primera está dedicada a exponer los rasgos fundamentales de la evolución económica; la segunda aborda la cuestión del cambio social entre los siglos xvi y xvii. El autor es consciente de que ambos aspectos se hallan tan estrechamente interrelacionados que sólo el deseo de lograr una exposición lo más clara posible puede justificar un tratamiento por separado.

1. LA ECONOMÍA; DE LA EXPANSIÓN DEL SIGLO XVI A LA «DECADENCIA» DEL SIGLO XVII

Entre, aproximadamente, 1500 y 1700, la economía castellana conoció dos fases coyunturales de «larga duración» y opuestas por su signo: una expansiva, que arranca del siglo xv y culmina alrededor de los años ochenta del siglo xvi; otra depresiva, que toca fondo, según regiones, entre 1630 y 1680, y que pre­side «la época de la decadencia».

El hecho de que la fase de expansión se inicie con anterioridad a la con­versión de Castilla en el territorio nuclear del gran imperio de Carlos V, e in­cluso con anterioridad al descubrimiento de América, descarta toda interpreta­ción que pretenda atribuir a factores externos los orígenes del crecimiento. Aunque el estado de investigación sobre la economía castellana durante el si­glo XV no permite todavía datar con precisión el momento de arranque del

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AUGE Y DECADENCIA EN ESPAÑA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

crecimiento ni los factores endógenos de éste, la mayor parte de los especialis­tas del siglo XV castellano sostiene que el despegue económico que se inicia en la centuria es el resultado afortunado de la superación de «la crisis del si­glo XIV», superación que en el caso castellano se basó en buena medida en la inserción de la economía castellana en los circuitos del comercio europeo, gra­cias a la exportación, sobre todo, de lana merina de los rebaños de la Mesta, pero también de productos agrarios de las grandes fincas del valle del Guadal­quivir y de productos metalúrgicos del País Vasco.

Aunque el arranque del crecimiento fue resultado de factores internos y fue anterior a la integración de Castilla en el ámbito imperial y al impacto de la explotación colonial de las Indias americanas, es indiscutible que conforme avanza el siglo xvi la economía castellana estuvo cada vez más condicionada, para bien y para mal, por el hecho imperial y colonial, según se verá más adelante.

Analicemos ahora cómo se concretó la coyuntura cambiante en los princi­pales sectores de la realidad económica castellana en los siglos xvi y xvii.

La población

Tras el estancamiento demográfico que, según parece, caracterizó el primer tercio del siglo xvi, la población española creció de forma sostenida hasta las últimas décadas de la centuria. Se calcula, a la vista de los recuentos de vecinos disponibles —a los que se aplica el coeficiente 4 para la conversión del vecino en habitante—, que hacia 1530 la población española rondaría los 5 millones de habitantes y que en 1591 alcanzaría los 6,8 millones. La población asentada en los territorios de la Corona de Castilla habría pasado entre las mismas fe­chas de los 4 millones a los 5,6, esto es, se habría incrementado en un 40 por 100 en sesenta años.

La población castellana no creció con la misma intensidad en las diferentes regiones. Mientras que en las regiones septentrionales —Galicia, Asturias, Can­tabria— la población casi se dobló entre 1530 y 1591, en las regiones centra­les sólo aumentó en un 33 por 100, y en las regiones meridionales —Andalu­cía— en un 50 por 100 aproximadamente. Parece que estos contrastes en la intensidad del crecimiento obedecen a la diversa densidad poblacional en el momento inicial de la expansión: a una baja densidad previa en el Norte co­rresponde un mayor crecimiento posterior, y a la inversa en el área central.

Aunque tanto la población rural como la urbana experimentaron aumento, fue la urbana la que creció con mayor intensidad, como lo muestra el hecho de que el número de habitantes de una cuarentena de núcleos urbanos castellanos se incrementó en aproximadamente un 75 por 100 entre 1530 y 1591 (Fernán­dez Alvarez), siendo así que la población total sólo se incrementó en un 40

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por 100, según se acaba de indicar. Esta constatación sugiere que la expansión se basó más en el crecimiento de las actividades manufactureras y comerciales, centradas en los núcleos urbanos, que en el auge de la actividad agraria, aun­que ésta también creciera. Naturalmente, es el éxodo rural hacia las ciudades lo que explica el fuerte incremento poblacional de éstas: su florecimiento in­dustrial y comercial atrajo a la población campesina.

Entre las ciudades que crecen, los casos de Madrid y Sevilla son, sin duda, los más espectaculares. La villa de Madrid, convertida en centro político-admi­nistrativo de la Monarquía al decidir Felipe II situar allí la Corte en 1561, pasó de los escasos 20.000 habitantes en dicha fecha a los 90.000 en los años postreros del siglo, según la investigación reciente de M." Carbajo Isla. Sevilla, centro del comercio con América desde que en 1503 se creara en la ciudad la Casa de Contratación, aumentó su población de los 25.000 habitantes a los casi 75.000 entre 1530 y 1591.

Es importante subrayar que el crecimiento de la población castellana en el siglo XVI se ajustó a los caracteres del «modelo demográfico antiguo» con su alta natalidad, elevada mortalidad y periódicas crisis de mortalidad extraor­dinaria que han sido estudiadas recientemente por V. Pérez Moreda. El cre­cimiento no estuvo acompañado ni motivado por cambios revolucionarios en el comportamiento demográfico.

Alrededor de los años ochenta del siglo, el crecimiento de la población castellana se detiene y se inicia a continuación un fuerte descenso, en el que los estragos provocados por la peste bubónica de 1598-1602 —causó unas 500.000 muertes— fue sólo uno de los factores, dado que el declive de la po­blación tenía motivaciones bastante menos coyunturales y bastante más estruc­turales que el contagio epidémico, según se verá más adelante. Tampoco cabe atribuir demasiada incidencia en el descenso de la población a la emigración castellana hacia América, que fue modesta, según advierte J. Nadal, sintetizan­do los resultados de los trabajos de P. Boyd-Bowman, ni a la expulsión de los moriscos de 1609-1611, que, según demuestran A. Domínguez Ortiz y B. Vin-cent, sólo provocó la salida de los territorios castellanos de unas 90.000 per­sonas.

Es aventurado, en el estado actual de las investigaciones, cuantificar con seguridad cuál fue la pérdida demográfica sufrida por Castilla entre fines del XVI y mediados del xvii, que es cuando el movimiento descendente de la po­blación toca fondo. Con todas las reservas necesarias se puede, sin embargo, adelantar que hacia 1650 sólo se contabilizarían entre 4,2 y 4,5 millones de habitantes, esto es, entre un 20 y un 25 por 100 menos de los 5,6 millones de 1591.

El descenso demográfico fue especialmente intenso en los centros urbanos de las regiones castellanas centrales, salvo en el caso de Madrid. Muchas de las

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ciudades y villas perdieron en el lapso de cincuenta años la mitad de los habi­tantes que tenían en 1591 —Segovia, Medina de Rioseco, Avila, Salamanca, Toledo, Badajoz—, y otras incluso sufrieron mayores pérdidas —Valladolid, Medina del Campo, Burgos, Falencia, Cuenca—. En cambio, según Fernández Alvarez, los núcleos urbanos de las regiones castellanas septentrionales y meri­dionales parecen haber mantenido su población, lo que no invalida la conclu­sión general de que la caída de la población castellana en el siglo xvii fue un hecho que afectó con mayor dureza a los centros urbanos y de que, por consi­guiente, fue una secuela de la decadencia de las actividades industriales y co­merciales.

En la segunda mitad del siglo xvii, el contingente poblacional de los cen­tros urbanos no experimentó variaciones apreciables a partir del estado en que había quedado hacia 1650, pero la población rural conoció un ascenso claro que en las regiones septentrionales —Galicia y Asturias especialmente— ad­quirió rasgos verdaderamente espectaculares, según se desprende de las series disponibles de bautismos recogidas en los archivos parroquiales. Es opinión generalizada que la brillante recuperación de la población en las regiones del Norte en la segunda mitad del xvn se debió a las positivas transformaciones introducidas en el aprovechamiento de la tierra a raíz de la difusión del cultivo del maíz. Para Asturias puede verse el trabajo de Sanzo Fernández; una buena síntesis sobre el impacto del cultivo del maíz en las economías rurales del Norte es la de G. Anes.

La agricultura y la ganadería

El crecimiento demográfico castellano del siglo xvi se sincronizó con un paralelo incremento de la producción agrícola —cereales especialmente—. El aumento de las cosechas se basó en la extensión de la superficie cultivada a costa de la reducción de la superficie de pasto y monte. La expansión de la producción agraria, inducida por el alza de la demanda de alimentos consiguien­te al aumento de los habitantes, no fue, por tanto, resultado de transformacio­nes en los métodos de cultivo, sino que se ajustó al clásico modelo extensivo. La progresiva sustitución de los bueyes por las muías como animal de trabajo, tan comentada por los coetáneos, no puede considerarse como un cambio ten­dente a incrementar los rendimientos, sino que respondía a la necesidad de cultivar tierras cada vez más alejadas de los lugares de residencia de los cam­pesinos —las muías son más rápidas— y a la disminución de las zonas de pasto —los bueyes se alimentan, sobre todo, en prados naturales.

Gracias a la buena calidad de la documentación castellana sobre el cobro del diezmo eclesiástico, se conoce con bastante precisión el movimiento de la producción agraria en los siglos xvi y xvii. Así, para la extensa circunscripción

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territorial del Arzobispado de Toledo —casi toda Castilla la Nueva—, las se­ries decimales describen un continuado ascenso de la producción de cereales de 1460 a 1560, sitúan entre 1560 y 1580 el momento culminante de la ex­pansión, reflejan desde 1580 un descenso de la producción que toca fondo hacia 1640-1650 y testimonian para la segunda mitad del siglo un estanca­miento de los niveles de las cosechas o un modesto ascenso a partir de la si­tuación depresiva alcanzada en 1640-1650, según las comarcas. Este esquema de la evolución de la producción de cereales es válido para la mayoría de los territorios castellanos en sus grandes tendencias, aunque en algunos —Segovia, por ejemplo (García Sanz, 1977)— la recuperación de la segunda mitad del siglo XVII fue más vigorosa que en tierras del Arzobispado de Toledo.

El aumento de la producción cerealista —y también de vino— hasta 1580, en base a la extensión de los cultivos a nuevas tierras, desencadenó una serie de consecuencias que, a la postre, van a frenar la expansión productiva. La ren­ta de la tierra se disparó, beneficiando a los terratenientes —nobles y eclesiás­ticos, sobre todo, pero también un grupo de propietarios territoriales no privi­legiados— y deteriorando las condiciones de vida de los campesinos (Salomón). Los precios agrarios subieron, y no sólo como consecuencia de la presión de la demanda o, como sostenía E. J. Hamilton, del aumento de la masa moneta­ria a raíz de la llegada de las remesas de metales preciosos americanos, sino también, y sobre todo, por el alza de los costes de producción consiguiente a la repercusión de los rendimientos decrecientes obtenidos en tierras de calidad cada vez peor sobre las que se extiende el cultivo. También la ganadería se vio negativamente afectada al reducirse las zonas de pasto: el que el contingente ovino trashumante encuadrado en la Mesta decreciera a partir del primer ter­cio del siglo XVI, pasando de los 3 millones de cabezas a menos de 2, según mostró J. Klein y, más recientemente, ha corroborado J. P. Le Flem, es un testimonio claro de las dificultades que padeció la ganadería.

El hecho de que la expansión agraria del siglo xvi se realizase sin transfor­maciones cualitativas en los métodos de cultivo, transformaciones que hubieran supuesto fuertes inversiones que eran impensables dada la estructura de clases vigente, desencadenó estos procesos negativos que acabaron por frenar la pro­pia expansión agraria y depararon una larga depresión en los campos castella­nos durante casi todo el siglo xvii, que fue objeto de interesantes reflexiones por parte de «arbitristas» coetáneos como Lope de Deza, en su Gobierno po­lítico de agricultura (Madrid, 1618), y Miguel Caxa Leruela, en su Restaura­ción de la abundancia en España (Ñapóles, 1631).

A pesar de que la depresión agraria preside la mayor parte del siglo xvii castellano —caída de la producción reflejada en las series decimales, descenso de la renta, abandono de las tierras de cultivo, despoblación de algunos luga­res, estancamiento de precios en medio de fuertes fluctuaciones motivadas por

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las manipulaciones monetarias, etc.—, es preciso señalar que en las regiones castellanas septentrionales se produjo a lo largo del siglo una importante trans­formación del régimen de cultivos al difundirse la producción del maíz, lo que permitió un aprovechamiento más intenso del suelo y una mayor producción agraria global, al intercalarse el cultivo del maíz con los cultivos ya tradicio­nales. No obstante lo dicho, parece excesivo valorar la introducción del maíz como un hecho revolucionario. En realidad —y como luego ocurrirá también con la patata—, la difusión del nuevo cultivo sólo sirvió para elevar el techo de resistencia de una sociedad acusadamente tradicional ante las amenazas malthusianas. A pesar de esta consideración, es razonable atribuir a la difusión del cultivo del maíz el vigoroso crecimiento demográfico de Galicia y Asturias en la segunda mitad del siglo xvii.

Es aún mal conocida la historia de la ganadería castellana durante el si­glo XVII. Se puede afirmar, sin embargo, con relativa seguridad que los gana­dos estantes —aquellos que pastan durante todo el año en el territorio de la misma localidad donde reside el propietario— aumentaron al disponer de ma­yor superficie de pasto, como consecuencia de la regresión del cultivo; los ga­nados trashumantes —lanares fundamentalmente, que pacen durante el invier­no en las dehesas de Extremadura y La Mancha y pasan el verano en los agos­taderos del Norte, trasladándose de las dehesas a los agostaderos a través de las cañadas de la Mesta— no se incrementaron, dado que la coyuntura comer­cial en los mercados exteriores —el de Amsterdam era uno de ellos y la lana merina llegó a ser un valor cotizado en su Bolsa, según se puede apreciar en la célebre obra de N. W. Posthumus sobre los precios holandeses —fue adversa para la lana castellana durante buena parte del siglo xvii (Bilbao y Fernández de Pinedo, 1982).

A manera de conclusión sobre este apartado, se puede afirmar que el mo­delo de expansión agraria seguido en Castilla en el siglo xvii se ajustó a los supuestos ya tradicionales y reiterados en toda fase de crecimiento de una economía y una sociedad de Antiguo Régimen; en los siglos xi-xiii había ocu­rrido un proceso similar, y se volverá a repetir en el siglo xviii. Las limitacio­nes de este modelo, derivadas de los caracteres de la estructura de clase? dominante, explican básicamente la depresión del siglo xvii.

La producción artesano-industrial

El incremento demográfico y la expansión agraria hasta las últimas déca­das del siglo XVI estimularon la producción de manufacturas. Efectivamente, investigaciones recientes han demostrado cómo los muy importantes centros industriales de Segovia y Córdoba conocieron en el siglo xvi un considerable crecimiento de la producción industrial textil. La producción de paños de Se-

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goda hacia 1585 era aproximadamente la misma en cantidad y calidad que la que por entonces se obtenía en ciudades como Florencia o Venecia: unos 16.000 paños anuales de 33,4 metros de largo cada uno (véanse García Sanz, 1977; Portea, 1981, y Ruiz Martín, 1965-67).

La producción industrial creció a lo largo del siglo xvi, pero simultánea­mente experimentó profundas transformaciones, tanto en la organización pro­ductiva como en la calidad de los géneros fabricados. El caso del textil lanero en Castilla la Vieja y León es el mejor conocido al respecto. En virtud de las Ordenanzas Generales de 1511 sobre fabricación de paños, la producción antes dispersa por el medio rural en dichas regiones se fue concentrando para las operaciones de tejido y apresto en las ciudades y niácleos importantes, mientras que las operaciones previas siguieron realizándose en el campo, aunque ahora bajo la dependencia financiera de los «mercaderes hacedores de paños» resi­dentes en las ciudades, que lograron articular en su propio beneficio el Verlags-system; la organización gremial, muy débil hasta entonces en Castilla la Vieja y León en lo tocante a actividades textiles, experimentó un fuerte avance; en fin, la calidad de los géneros producidos mejoró sensiblemente, de forma que hasta 1585 casi todos los paños confeccionados en Segovia eran de la clase de los Veintedosenos, siendo así que cien años antes apenas se alcanzaban a pro­ducir en la ciudad paños Dieciochenos. Esta transformación en la calidad de los tejidos obedecía a un cambio en la demanda, cada vez más solícita de ar­tículos de mejor calidad como consecuencia de la onda de prosperidad que por entonces vivía Castilla.

De menor entidad fueron las transformaciones de la industria textil lanera y sedera en Castilla la Nueva y Andalucía —Toledo, Cuenca, Córdoba, Grana­da—, habida cuenta de que en estas regiones la urbanización y gremialización de la producción eran herencia de la época medieval, según comprueba Ira-diel (1974).

No faltan testimonios de que, en los casos de Segovia y Córdoba, el Ver-lagssystem o Domestic System fue superado en los momentos culminantes de la expansión del siglo xvi —entre 1560 y 1590—, llegándose a organizar la producción a la manera del Factory System, con todas las operaciones de fabri­cación concentradas en un mismo establecimiento y con mano de obra asala­riada. En cualquier caso, fue el capital comercial, personificado en los «merca­deres hacedores de paños», el que controlaba el proceso productivo y la fase de comercialización, de forma que la actividad manufacturero-artesanal no llegó a generar una acumulación de capital industrial propiamente dicho.

Como, según ya hemos visto, ocurre con la población y la producción agra­ria, en las últinaas décadas del siglo xvi la expansión industrial se detiene o inicia una grave recesión. Así lo testimonian los casos de Segovia, Córdoba y, también, Toledo. No sólo decrece la producción en términos cuantitativos.

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sino que, además, desciende considerablemente la calidad de los artículos, a fin de adaptarse a las posibilidades de consumo de unos demandantes menos prós­peros y más pobres que los de! siglo xvi. En 1625, los fabricantes de Segovia y Falencia proyectan producir masivamente bayetas en lugar de los tradiciona­les y selectos Veintedosenos. Sobre estas cuestiones véanse Sánchez (1981) y García Sanz (1977).

Se han aducido numerosas causas para explicar la decadencia industrial del siglo XVII: la previa contención del crecimiento agrario; la presión fiscal, que encareció notablemente los artículos de subsistencia de los menestrales, reper­cutiendo en el alza de los salarios; la actitud en las Cortes de los representan­tes de las ciudades, que propugnaban una política más favorable al consumidor —condescendencia con importaciones de manufacturas a fin de que bajaran los precios— que al productor —política proteccionista—; el enfrentamiento en­tre artesanos y «mercaderes hacedores de paños» —comprobado en Córdoba con claridad—; la fuerte alza de los precios españoles ante el impacto infla-cionista del «tesoro americano», que propició la entrada de mercancías extran­jeras. A estos factores de la decadencia habría que añadir uno que parece de gran trascendencia: el hecho, ya señalado, de que el capital comercial controlara el proceso productivo. Al no hallarse comprometidos con la suerte de la acti­vidad industrial, dado que era escasa la inversión en capital fijo realizada —el Verlagssystem presenta esa característica—, los «mercaderes hacedores de pa­ños» tenían las manos libres para aplicar su capital a cualquier otra actividad en cuanto surgieran dificultades. Digamos que su posición en el proceso pro­ductivo facilitaba o hacía escasamente dolorosa una «deserción». Esto fue lo que, desde luego, ocurrió con buena parte de los «mercaderes hacedores de pa­ños» de Segovia, que en el siglo xvii dedicaron sus caudales preferentemente a la exportación de lana, apartándose de la fabricación de paños, según consta de testimonios bien explícitos.

El comercio

El comercio interior castellano en los siglos xvi y xvii no ha sido objeto de investigaciones específicas, aunque existen multitud de referencias al tema dispersas en las publicaciones existentes. Se comprende así que sea difícil afir­mar sobre esta cuestión algo más que lo que cabe deducir por mera lógica: que la actividad comercial interior fue más intensa en el siglo xvi que en el xvii, habida cuenta de que en esta centuria perdieron importancia los nú­cleos urbanos como centros de consumo. También hay que señalar que la con­versión de la villa de Madrid en capital política de la Monarquía en 1561 y su rápido crecimiento demográfico hasta 1630 —alcanzó entonces unos

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130.000 habitantes— determinó la reorientación del tráfico mercantil de todo el interior de la Península: el abastecimiento de Madrid absorbió buena parte de los excedentes agrarios de Castilla la Vieja, León y La Mancha, según ha estudiado Ringrose.

Una atención más sistemática ha sido-prestada al comercio exterior, tanto al sostenido con el resto de Europa como al relacionado con las colonias de América. Los estudios de Vázquez de Prada, Chaunu, Ruiz Martín, Basas, Lapeyre, García Fuentes y Lorenzo Sanz así lo testimonian.

La estructura del comercio exterior castellano en los siglos xvi y xvii era la característica de un país económicamente atrasado: predominaban en el conjunto de las exportaciones las materias primas —lana fina merina, sobre todo, que se dirigía a los mercados europeos— y los productos agrarios —vino, aceite y aguardiente, que se remitían sobre todo a las colonias americanas—; las manufacturas constituían el renglón más importante de las importaciones. La insuficiencia de la producción doméstica de manufacturas era evidente y, conscientes de ello, ni las Cortes ni los gobernantes tomaron medidas verdade­ramente eficaces para evitar la entrada de manufacturas extranjeras.

Burgos, con su Consulado de Comercio creado en 1494 y con sus ricos mercaderes, era la ciudad que canalizaba las relaciones comerciales de Castilla con el resto de Europa, y en especial con los Países Bajos. Las grandes ferias de Medina de Rioseco, Villalón, Benavente y, sobre todo, Medina del Campo fueron plazas de contratación y de pagos integradas en este eje comercial del Norte, el cual conoció una etapa de gran prosperidad hasta los años sesenta del siglo XVI. En esta coyuntura próspera influyó el hecho de que los acreedo­res de la Hacienda castellana —hombres de negocios extranjeros sobre todo— hubieron de colocar fuera del país los pingües beneficios que conseguían en sus operaciones recurriendo a extraer mercancías, dado que no se les concedía, salvo excepciones, «licencias de saca» de la moneda, según ha estudiado Ruiz Martín. A partir de los años sesenta, la actividad comercial en la zona expe­rimentó una larga depresión de la que ya no se recuperaría jamás. Ello fue consecuencia no sólo de una mayor condescendencia respento a la salida de la moneda, sino sobre todo de las dificultades que para el tráfico de mercan­cías supuso la guerra de los Países Bajos. El volumen del comercio disminuyó tablemente —el mercado italiano fue el principal destinatario de las lanas, a través de los puertos levantinos—; Burgos sufrió un espectacular descenso de población, ya en el siglo xvii, y otro tanto ocurrió en Medina del Campo, Medina de Rioseco, Benavente y Villalón, cuyas ferias languidecieron, como muestran Marcos (1978) y Yun (1983).

salvo excepciones, «licencias de saca» de la moneda. A partir de los años se­senta, la actividad comercial en la zona experimentó una larga depresión de la que ya no se recuperaría jamás. Ello fue consecuencia no sólo de una mayor

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Sevilla, en el Sur, con su Casa de Contratación, canalizaba el comercio con las colonias americanas, aunque en el siglo xvii fue cobrando creciente impor­tancia Cádiz —en 1680 se trasladó a esta ciudad la cabecera de las flotas que atravesaban el Atlántico—. A partir de los estudios ya citados de P. Chaunu y de L. García Fuentes es posible reconstruir la evolución del movimiento comercial con América, que no dejó de crecer hasta 1610, sufrió un hundi­miento creciente hasta 1660 y después inició una lenta recuperación. Pero quizá sea de mayor interés señalar que el tráfico comercial con América fue progre­sivamente cayendo bajo el control de mercaderes extranjeros, que se valían de españoles como testaferros, y que buena parte de las mercancías remitidas habían sido importadas previamente de otros países de Europa —se trataba, pues, de reexportaciones—. Es bien conocido que a fines del siglo xvii los franceses proporcionaban el 25 por 100 de las mercancías remitidas a América, el 22 por 100 los genoveses, el 20 por 100 los holandeses, el 11 por 100 los flamecos, otro tanto los ingleses y un 8 por 100 los alemanes.

Este hecho es un testimonio evidente de la incapacidad del capital comer­cial castellano para promover una producción doméstica capaz de abastecer la demanda colonial y de sentar las bases para el crecimiento económico de la metrópoli, lo que constituía uno de los postulados de las políticas mercanti-listas.

La Hacienda, el «capitalismo cosmopolita» y la economia castellana

La historia de la Hacienda castellana en los siglos xvi y xvii es, sin duda, el tema económico mejor cubierto por investigaciones. Las obras monográficas de Ladero Quesada, Carande, Ulloa, Domínguez Ortiz, Ruiz Martín, Garzón Pareja y Artola permiten seguir con bastante precisión los avalares de las finan­zas estatales desde fines del siglo xv a fines del xvii.

El coste financiero del Imperio español cargó fundamentalmente sobre la Hacienda de Castilla, pero la Hacienda castellana, configurada durante la épo­ca medieval para atender las necesidades de un Estado de modesta envergadu­ra, se vio desbordada desde el reinado del emperador Carlos V por las cuan­tiosas exigencias financieras derivadas del hecho imperial. Aunque la presión fiscal no dejó de crecer en base a incrementar los viejos impuestos y a crear otros nuevos —el Servicio de los Millones, establecido en 1590, fue el más importante de éstos—, el déficit presupuestario fue crónico.

Como es habitual en tales circunstancias, el recurso a la creación de deuda pública se impuso como medio de cubrir el déficit entre ingresos fiscales regu­lares y gastos efectivos. Dos fueron los tipos de deuda generada por la Hacien­da castellana: la deuda consolidada, consistente fundamentalmente en juros

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—títulos a medio y largo plazo, la suma de cuyos intereses, el situado, llegó a consumir la totalidad de los ingresos procurados por las «rentas» ordina­rias—, y la deuda flotante, consistente básicamente en contratos de préstamo llamados asientos que suscribían banqueros y hombres de negocios españoles y, sobre todo, extranjeros —personificación del denominado «capitalismo cos­mopolita».

Sobre la situación de los acreedores extranjeros de la Hacienda castellana ha escrito Ruiz Martín (1965 b): «El capitalismo cosmopolita tornó sus miras ha­cia Castilla, si no inmediatamente de los viajes colombinos, desde que la llegada de metales indianos fue en cuantía suficientes para remediar la escasez mone­taria que venía padeciendo Europa... El capitalismo cosmopolita, para intro­ducirse en España, utiliza el vehículo de los asientos con Carlos V, garantiza­dos por el tesoro castellano.» Aproximadamente la cuarta parte de los me­tales preciosos traídos de América venía destinada a la Hacienda. Son estos metales, que no supusieron en los mejores momentos más de un 25 por 100 de los ingresos fiscales de la Hacienda, los que atraen a los banqueros ex­tranjeros.

Durante el reinado de Carlos V, el 40 por 100 del dinero de los asientos fue proporcionado por italianos, el 35 por 100 por alemanes y sólo un 16 por 100 por españoles (Carande). Pero los italianos —exactamente genoveses-— acabarán destacándose claramente como los máximos acreedores en el reinado de Felipe H y Felipe HI, y nunca dejarán de estar presentes, aunque en el rei­nado de Felipe IV los judíos conversos portugueses, que actúan como agentes de los hombres de negocios holandeses, llegaron a eclipsar a los genoveses, como pone de manifiesto Ruiz Martín (1970).

Esta dependencia permanente de los servicios financieros de la banca ex­tranjera evidencia la inmadurez del capitalismo castellano, que le incapa­citó para aprovechar su excelente posición para beneficiarse de las debili­dades de la Hacienda. Felipe l\ convocó en varias ocasiones a los banqueros castellanos a fin de que suplieran a los genoveses, pero los capitales castellanos no acudieron a la llamada, según ha investigado Ruiz Martín (1965 b). Tam­bién fracasaron varios proyectos —en 1560 y en 1622— de crear un banco es­tatal o paraestatal, y en este fracaso influyó mucho la desconfianza de las Cortes, que temían que la realización del proyecto proporcionaría una peligrosa independencia a los monarcas a la hora de decidir sobre la intervención militar en el exterior.

Los efectos de la carga financiera impuesta por el sostenimiento del Impe­rio fueron fatales para la economía castellana. La Hacienda absorbió a través de los juros buena parte de los ahorros de los particulares, desviándolos de la inversión productiva. Por otra parte, la presión fiscal creciente deprimió la de­manda, al reducir el dinero disponible para el gasto y al incrementar el precio

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de los artículos de consumo —así operaron los impuestos de alcabala, los cien­tos y la sisa del Servicio de los Millones—. Pero, además, con el supremo pro­pósito de obtener recursos al precio que fuera, se recurrió a prácticas que no sólo provocaron un grave y directo perjuicio a la actividad económica —caso de la venta de tierras baldías comunales a los pueblos, estudiada recientemente por Vassberg, o de la manipulación de la moneda, por ejemplo—, sino que atentaron contra la misma estructura política v social del reino —caso de la venta de títulos, de la venta de lugares de realengo que se convierten en se­ñoríos, por ejemplo—, como ha estudiado Domínguez Ortiz (1964).

La desproporción entre las grandes exigencias financieras del Estado impe­rial, por una parte, y, por otra, la menguada capacidad tributaria de la econo­mía, junto con la ineficacia de la Hacienda, desencadenaron una serie de pro­cesos que pusieron en peligro la estabilidad misma del Estado. Sin embargo, éste se mantuvo y contó con el apoyo social de grupos que se beneficiaban de la situación.

II. LA SOCIEDAD: LA DESERCIÓN DE LA BURGUESÍA Y EL TRIUNFO DE LA ARISTOCRACIA

La cuestión central de la historia social —y también política— de Castilla en los siglos xvi y xvii es el análisis del proceso por el que una burguesía ascendente hasta las últimas décadas del 500 fracasa como clase y, a continua­ción, la aristocracia —la nobleza en sentido amplio, en la que se incluyen «nobles nuevos» procedentes de la burguesía que ha abandonado las activida­des económicas y la mentalidad que le eran características— pasa a desempe­ñar un papel incontestado en el reino, especialmente durante el mandato de Felipe IV (1621-1665). El siglo xvii, que en otros países europeos fue el siglo de «la crisis de la aristocracia», en expresión popularizada por Stone refirién­dose a Inglaterra, fue en Castilla el siglo del «triunfo de la aristocracia».

En este proceso de ascenso frustrado de la burguesía y de triunfo aristo­crático influyeron fundamentalmente dos factores: en primer lugar, la coyun­tura económica, que, como ya se ha analizado, deparó condiciones objetivas favorables al ascenso burgués hasta las últimas décadas del siglo xvi y después fue adversa a dichas condiciones estimulantes; en segundo lugar, los problemas financieros de la Hacienda real —esto es, el Estado—, que desde el reinado de Felipe II hubo de arbitrar medidas para conseguir dinero que significaron la claudicación frente a la ofensiva aristocrática, la cual, así, recibió alientos.

Refiriéndose a la burguesía castellana en la etapa de pujanza. Fierre Vilar (1964) ha escrito con acierto que:

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«Una naciente burguesía pudo haberlo hecho —invertir en senti­do capitalista e instaurar relaciones sociales nuevas—, y de 1480 hasta 1550, aproximadamente, la burguesía no falta a la cita. Sólo que, por su posición en el circuito del dinero, ha experimentado, primeramente, el capitalismo inestable de los puertos y de las fe­rias. Por otro lado, las "fuerzas productivas" de que disponía —tierras, hombres, innovaciones tecnológicas— tropezaron muy pronto en las mesetas de Castilla con la ley de los rendimientos decrecientes. De ahí el efecto esterilizante de las inyecciones mo­netarias después de 1550. Se gasta, se importa, se presta dinero a interés, pero se produce poco. Precios y salarios dan grandes saltos. Se desarrolla el parasitismo y la empresa muere. Es la mi­seria para el día de mañana.»

De la influencia social y política de la burguesía castellana en los buenos momentos es testimonio la «Revolución de las Comunidades» (1520-1521), episodio histórico sumamente complejo, pero en el que las burguesías urbanas tuvieron un protagonismo indudable, según ha estudiado J. Pérez.

Mientras el elemento burgués se beneficiaba de la coyuntura de prosperi­dad durante buena parte del siglo xvi, la aristocracia sufrió los estragos de la «Revolución de los Precios», que redujo considerablemente sus ingresos reales. A ello habría que agregar la actitud, cuanto menos independiente, de Carlos V y de Felipe II respecto a la aristocracia.

Esta situación cambió radicalmente en las últimas décadas del siglo. Como ocurre también en otras sociedades mediterráneas de la época, la burguesía va a apartarse progresivamente de sus actividades económicas típicas y va a hacer todo lo posible por dotarse de nuevas bases económicas similares a las que disfruta la aristocracia: es «la traición de la burguesía», en afortunada expre­sión acuñada por Braudel. La renta de la tierra, los intereses de los préstamos, las mercedes de los reyes, los ingresos desviados o «enajenados» de la Hacien­da real, los ingresos procurados por el ejercicio del poder señorial constituirán las principales fuentes de ingresos de esa burguesía que deserta. Naturalmente, en este contexto, la aristocracia recupera su sólida posición económica, social y también política desde que, a partir del reinado de Felipe III , los monarcas han de contar con la aristocracia para afianzar su gobierno. La actitud antiaris­tocrática del conde-duque de Olivares iba contra corriente y fue desbordada.

La calamitosa situación de la Hacienda real desde las últimas décadas del siglo XVI favoreció sobremanera este proceso de cambio social. El Estado hubo de hacer concesiones. El caso del otorgamiento por parte del rey de las Con­diciones de los Millones, esto es, la concesión a las ciudades de cuanto pedían sus representantes en Cortes como condición para pagar el impuesto del Ser-

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vicio de los Millones, es sumamente representativo en este sentido. Y hay que tener en cuenta que los representantes de las ciudades desde fines del xvi eran ya exclusivamente portavoces de la aristocracia urbana, la vieja y la nueva que procedía de las filas de la antigua burguesía.

Esto es, en síntesis, lo que se desprende de los recientes estudios de Thompson, Jago, Fernández Albaladejo y Cavillac.

Me parece conveniente concluir con las oportunas palabras de Vilar:

«Y desde 1570 hay que luchar contra los propios subditos del rey; abriendo el abismo de las guerras de Flandes, los "gueux" lanzan el reto de la "nación" burguesa ya más adelantada al "im­perio" católico y feudal de Felipe I I . Así el imperialismo español ha sido en realidad "la etapa suprema" de la sociedad que él mis­mo ha contribuido a destruir. Pero, en su propio solar, en Castilla y hacia 1600, el feudalismo entra en agonía sin que exista nada a punto para reemplazarle. Y este drama durará. Dura todavía, y por eso Don Quijote sigue siendo un símbolo.»

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ARTÍCULOS

EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES: EXAMEN DE UN LIBRO DE CUENTAS

GASPAR FELIU Universidad de Barcelona

1. INTRODUCCIÓN

Es bien sabido que la mayor parte de los tenedores de las diversas moda­lidades de rentas señoriales no obtenían sus ingresos del cobro directo de sus derechos, sino que preferían arrendar éstos y obtener a cambio una cantidad alzada ', de forma que a través de los arrendamientos una parte de las exaccio­nes señoriales no iba a parar a mano de los señores, sino a la de los percepto­res de los arriendos; con ello, como afirma Fierre Vilar , se posibilitaba una acumulación de capitales procedentes de la tierra y con ciertas posibilidades de ser invertidos en empresas comerciales y aun industriales. El tema encierra, sm embargo, dos interrogantes de importancia: ¿cuál era el beneficio que po­día obtenerse de esta actividad?, y ¿cuál era el valor realmente pagado por los vasallos sujetos a prestaciones señoriales? Preguntas imposibles de responder sin largas series de cuentas de arrendatarios, que son sumamente escasas; Vi-lar ^ advierte que no hay esperanza de cifrarlas, y me guardaré mucho de des­mentirle. Sin embargo, la rotunda afirmación del maestro francés y la escasez de cuentas disponibles quizá han hecho abandonar con demasiada rapidez el campo; aunque no se pueda dar una respuesta cifrada, creo que sí se pueden sacar enseñanzas del examen del funcionamiento de casos concretos.

Las fuentes, por desgracia, escasean; en Barcelona (pero sin haber llevado a cabo una investigación a fondo) no he podido localizar más que dos, ambas en el Instituto Municipal de Historia, procedentes de los fondos de casas co­merciales en bancarrota ^ En una de estas contabilidades aparecen mezcladas

Para los diezmos y su forma de recolección puede verse el reciente estudio de Ca­nales (1982).

' Vilar (1962), vol. 111, pp. 484-485. Véase también Torras (1979). ^ Vilar (1962), vol. III, pp. 436-437.

Es posible que se pudiese reconstruir el funcionamiento de otros arrendamientos a través de la documentación de la casa Gsrtadellas, que se conserva en parte en el Archivo Provincial de Tarragona. Los Cortadellas, a través de las numerosas sociedades que ani­maron, fueron, sin duda, los más importantes arrendatarios de derechos señoriales a fina-

Revisia de Historia Económica ? 7 Año III. N." 1 - 1985

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con las cuentas del arrendamiento anotaciones de otros negocios de la misma compañía, por lo que resulta prácticamente inutilizable; la otra, que, como se verá, presenta también complejos problemas de interpretación contable, es el objeto del presente trabajo.

2. BASE DOCUMENTAL

Se trata de un libro de cuentas ^ de diversas compañías dedicadas básica­mente al arrendamiento de derechos señoriales en el bajo Ebro y en Aragón, entre los años 1764 y 1773", en todas las cuales participaba, y posiblemente era elemento básico, Josep García i Alegre, de Altafulla '. Las cuentas corres­ponden a los siguientes arrendamientos:

a) El arrendamiento de Ulldecona los años 1764-1767, obtenido por 3.225 ps. * al año por una compañía formada, a partes iguales, por Jaume Gar­cía i Molas', Josep Bover y Josep García i Alegre.

h) El arrendamiento de Ulldecona y Amposta '" los años 1767 a 1770, por el que pagaron 3.425 ps. al año los socios Josep García, con una partici­pación de 6/19; Jaume García y Josep Bover, con 4/19 cada uno; Manuel García, con 3/19, y Josep Llagostera, con 2/19 ".

c) El arrendamiento de Bujaraloz los años 1767 a 1769, cerrado en 2.249,1 ps. al año por una compañía con la misma composición y reparto que la del arrendamiento de Ulldecona de 1767 a 1770.

les del siglo xvín y principios del siglo xix. Sobre esta familia y sus actividades pueden verse Fontana (1974), Torras (1979), Sales (1983).

' Instituto Municipal de Historia de Barcelona, «Fons Comercial. B-191». En la por­tada, en parte casi borrada, puede leerse: «Llibre de tots los pasaments de comptes», y añadido de mano posterior: «de Ferrer y García a los consortes Grau. F. n." 70».

" Las liquidaciones y algunas anotaciones son, sin embargo, de fechas bastante pos­teriores.

' Por estos mismos años, o los inmediatamente posteriores. García i Alegre se había ocupado también de las obras de desecamiento del estanque de Tamarit, según un pleito de 1782 citado por Vilar (1962), vol. I I I , p. 213.

' La contabilidad está llevada básicamente en moneda de cuenta catalana, pero hay también páginas en moneda de cuenta aragonesa y otras en pesos duros. He unificado to­das las cuentas a pesos duros y sus decimales (abreviado en adelante ps.), de acuerdo con las equivalencias usuales en la época: 0,714 ps. por libra catalana y 1,234 ps. por libra aragonesa.

' En la certificación de finiquito de las cuentas aparece en el texto como Jaume Palau y Molas, pero firma Jaume García, y así aparece en todas las otras ocasiones.

'" Es posible que también el anterior arrendamiento de 1764 a 1766 se refiriese a Ulldecona y Amposta; el valor ofrecido en ambas subastas no es muy diferente; 3.425 ps./ año contra 3.225; ante la duda hemos preferido, sin embargo, no integrar las series.

" Josep Llagostera se retiró de este arrendamiento en 1770 y su parte fue repartida entre el resto de los socios. Sin embargo, Llagostera empezó a participar el mismo año en el arrendamiento de Calatayud.

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£1. NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

d) El arrendamiento de Barbastro de 1767 a 1769, por el que pagó 1.298,48 ps. la misma sociedad'^

e) El arrendamiento de las bailías d t Miravet (8.381,33 ps. año), de Caspe (4.257,3 ps. año) y de Calatayud (3.702 ps. año) para los años 1770-1773 por una compañía formada por Josep García, con una participación de 5 / 1 5 ; Josep Bover, con 3 / 1 5 ; Jaume García, con 3 / 1 5 ; el doctor José Josa, con 2 / 1 5 ; el señor Tomás Vives, con 1/15; el quinceavo restante fue, en Miravet y Caspe, para Pere Joan Ferrer y, en Calatayud, para Josep Llagos-tera, aunque de la encomienda de Calatayud solamente constan las cuentas de los años 1770-1773 ".

Por desgracia, ignoro qué derechos señoriales correspondían a cada uno de los arrendamientos, ya que no he podido hallar la taba de los mismos, ni si­quiera tabas de otros años pertenecientes al mismo señorío; en cuanto a éstos, aunque no se exprese, parecen pertenecer todos ellos a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén '".

En el cuaderno podemos distinguir tres grandes partes ". Al inicio hay una serie de liquidaciones por partida doble entre Josep García i Alegre, que hace constar y cobra su encargo de llevar los libros y acaba con una liquidación a sí mismo '*, y diversos socios, fechado todo ello en 1772. En el debe de estas liquidaciones figuran principalmente los adeudos de García por las ganancias de los diversos arrendamientos y algunas cantidades que García había recibido de ellos o les adeudaba de negocios anteriores; en el haber, mucho más com­plejo, constan anticipos, pagos hechos en nombre de los socios, cantidades de productos retirados por éstos y gastos de los arrendamientos que no se habían hecho constar en las cuentas específicas, así como deudas no cobradas, de las

" Estos datos constan en un documento de liquidación de cuentas firmado por todos los socios a excepción de Josep Llagostera.

" Por una serie de anotaciones y liquidaciones de cuentas sabemos de otros arrenda miemos y negocios diversos en los que participan algunos de los socios, a veces sólo Gar­cía y Bover. Se trata de los arrendamientos de la bailía de Miravet de 1774 a 1777, que se saldó con pérdidas importantes; de la encomienda de la Segarra, de Huesca y Taver-nas, y de Vinyoles, todos ellos posteriores a 1772, sin que podamos precisar más, y de di­versos negocios: ventas de bacalao, sedas y aguardiente; participación en «motas» de bar­cas, en un caso al menos para un viaje a Galicia; participación en la fundación de una casa de comercio en la Habana promovida por la razón social «Prat, Martí, Baldrich y Fuster», de Barcelona. Los datos de todos estos negocios son bastante incompletos, pero sabemos que las 2.000 libras (1.428 ps.) de mota entregadas al patrón Gabriel Colom en aguardiente y otros géneros dieron un beneficio de 253,47 pesos, o sea, un 17,77 por 100, y que la instalación de la casa de comercio en la Habana debió dar también buenos be­neficios, aunque solamente encontramos contabilizado un «tercer repartimiento» cercano al 10 por 100 del capital invertido.

" También llamada Orden del Hospital o de San Juan de Malta. " El libro de cuentas no está foliado, y aproximadamente la mitad de él está en blanco. " En páginas encabezadas por «Deu... Acredito», o bien «Deu... Haver» y «Deu

Josep García á ell mateix», en el último caso.

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cuales se cargaba a los socios la parte proporcional, que sería abonada al pro­ducirse el cobro. La parte final contiene también nuevas liquidaciones, fecha­das a partir de 1781, y que sólo interesan a Josep García i Alegre y a Josep Bover, seguidas de diferentes certificaciones de liquidaciones parciales y notas sobre deudas. La parte más interesante es, sin embargo, el cuerpo central, en el que figuran con detalle, y por el sistema de cargo y data ", las cuentas de los arrendamientos reseñados.

Las diversas contabilidades no son, por desgracia, todo lo homogéneas que desearíamos: en unos casos se trata de simples resúmenes de ingresos, gastos y beneficios; en otros se especifican con mayor o menor detalle los frutos re­cogidos, los productos elaborados a partir de dichos frutos, con los gastos oca­sionados por dicha transformación, y el producto de las ventas.

Finalmente, en el caso de la Castellanía de Amposta o Bailía de Miravet '*, se trata de las cuentas de liquidaciones de los colectores que la compañía tenía en los diferentes pueblos; otros datos no aparecen en las cuentas, pero pueden ser deducidos de las liquidaciones ". Pasar de estas cuentas a los ingresos y gastos de los arrendamientos obliga a una reordenación y reinterpretación de las partidas que nos enfrenta a más de una laguna. De los problemas que se nos han planteado y de cómo hemos intentado obviarlos trataremos al abordar cada caso concreto.

3. ORGANIZACIÓN DE LA EXACCIÓN SEÑORIAL

Sobre la forma de operar de estas compañías encontramos algunas indica­ciones en las cuentas. A menudo, los socios no solamente involucraban capital, sino que tomaban parte activa en la vigilancia de la recolección de los frutos; con este fin se buscaba interesar en el negocio a alguna persona de la zona arrendada; así vemos que en los arrendamientos obtenidos en 1770 participa­ban el doctor José Josa, de Samper, población aragonesa que formaba parte de la bailía de Caspe, y Pere Joan Ferrer, de Batea, de la bailía de Miravet. Estos socios locales, buenos conocedores de la población y de los derechos a

" Sobre el sistema de contabilidad por «cargo y data» puede verse Hernández Es-teve (1982).

" Por Castellanía de Amposta se entiende, a partir de la disolución de la Orden del Temple y la reorganización de la del Hospital, tanto el conjunto de territorios hospitala­rios en Aragón, la zona catalana al sur del Ebro y el País Valencia como la antigua bailía de Miravet, que pasó a formar parte de las rentas directas del castellán de Amposta; en nuestro caso se trata de esta antigua bailía. Para evitar equívocos utilizaremos en adelante la denominación de bailía de Miravet.

" Se trata de cobros o pagos no contabilizados por los colectores por haber sido he­chos directamente por el administrador principal,

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EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

pagar, podían, además, desempeñar un papel más activo: mientras el doctor Josa no parece haber sido más que un consejero, Ferrar actuó como colector.

La gestión y buena marcha de los arrendamientos exigían también la parti­cipación de asesores y escribanos ^°; con todo, el personaje básico para la buena marcha de la recolección de los derechos y frutos era el colector, que podía ser único para toda el área arrendada o bien ocuparse de una zona más concreta. A menudo el cargo recaía en un socio, caso del antes nombrado Pere Joan Ferrer, a quien vemos actuando en la bailía de Miravet de 1770 a 1773, o de Josep Bover, quien parece haber realizado una especie de supervisión general sobre los colectores de dicha bailía los mismos años ^'; de Jaume García, quien actuó el mismo período en Caspe, o del mismo Josep García i Alegre, que ejerció el cargo en Ulldecona durante el arrendamiento de 1764 a 1766. Otras veces encontramos como colectores a «especialistas», como Bernat Fuster, que lo fue del arrendamiento de Ulldecona de 1767 a 1770 y de los pueblos de Benissanet y Ginestar, y probablemente también de Rasquera y Miravet, de 1V70 a 1773^^

Solamente en dos casos, en Caspe y en Benissanet, el colector fue dotado de una casa, cuyo alquiler, gastos de acondicionamiento y de manutención fi­guran en las cuentas, aunque en el de Caspe no existe partida de salario del colector, posiblemente embebida en el gasto de la casa. En los demás casos, los colectores eran posiblemente residentes del lugar donde ejercían su oficio y. por esta razón, falta el importante capítulo del gasto de casa.

Por debajo de los colectores quedan los nuncios o corredores, a los que sólo en un caso (Batea) se pone también casa, aunque más humilde y sin pagar más que el arrendamiento ^^ Más interesante es ver cómo para estos oficios se busca a veces la colaboración de las autoridades locales, que de esta forma ponen la violencia legal de que son depositarios al servicio de los arrendatarios

'" Aparecen también pagos a notarios, pero su participación se reducía seguramente a redactar y oficializar las escrituras de arrendamiento, fianzas y, quizá, constitución de las compañías.

" En la liquidación de cuentas de 1881 se le reconocen 99,96 ps. por su salario de colector en la bailía. Puesto que le vemos recibir repetidamente cantidades y productos de los colectores, nos inclinamos a creer que ejerció esta supervisión general. Otra posibili­dad es que se ocupase simplemente de la colecta de los pueblos de Rasquera y Miravet, en las cuentas de los cuales está en blanco el nombre del colector.

" Para su cometido le fue alquilada a Bernat Fuster una casa en Benissanet y recibió un salario de 99,96 ps., prácticamente el triple de lo que cobraban los colectores de un solo lugar. En cambio, en las cuentas de Ginestar, de Rasquera y de Miravet no aparece ninguna partida de pago por colectoría y, en su encabezamiento, el nombre del colector fue dejado en blanco; sólo en el primer año de Ginestar una mano distinta anotó «Fuster», indicación que creemos válida para todos estos pueblos, por otra parte próximos a Be­nissanet.

" En las cuentas de Batea de 1770 aparece una partida de 16,06 ps. por el salario del corredor y otra de 6 ps. por el alquiler de la casa del nuncio; en 1771, en vez de casa del nuncio se habla del corredor, y lo mismo sucede en 1772.

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de los derechos señoriales ''; sin duda, era ésta una obligación de los bailes, expresamente reconocida en las tabas de los arrendamientos, pero aún menos cabe dudar de que aquéllos cumplían con más empeño su obligación si se les recompensaba con un sobresueldo. Otras veces, sin embargo, encontramos pa­gos a corredores o nuncios sin que conste que ostenten cargo local alguno. Aparecen también, finalmente, en Caspe los alfarrazadores, oficio típicamente aragonés; los alfarrazadores calculaban la cosecha antes de la siega y, si su es­timación era aceptada por las partes, servía de base para el cálculo de la can­tidad a entregar como diezmo " . Aparte de este personal que podemos consi­derar como fijo, y al que habría que añadir en algunos casos los molineros, existían siempre otros gastos por jornales eventuales de acarreo, limpieza de los granos, obtención del vino, etc., así como el alquiler de algunas acémilas. Ade­más, es posible que en la manutención de las casas o en el pago de algunos jornales se gastasen algunos diezmos menores (hortalizas, almendras, etc.) que solamente aparecen en las cuentas algunos años; no podemos hacer en este caso más que señalar el problema.

Si de la organización pasamos a la forma de actuar encontramos también notables diferencias según los productos e incluso, para un mismo producto, según los lugares y los años. Por regla general, solamente los cereales, las fru­tas y legumbres y los corderos eran vendidos sin manipulación alguna, aunque en un caso queda la duda de si lo que se vende es trigo o harina (muy proba­blemente trigo) * y, en otro, los corderos fueron posiblemente retenidos du­rante un año para su engorde ^'. Los demás productos acostumbran a ser trans­formados o bien utilizados como materia prima para otras actividades. Aparte de los casos ya mencionados, esto afecta sin excepción a la vendimia y las aceitunas, que son siempre vendidas en forma de vino o aguardiente v de aceite. Otros productos son transformados sólo a veces, como el cáñamo, del que en una ocasión se hicieron cuerdas por cuenta de la compañía arrendado-

" Encontramos expresamente partidas bajo los epígrafes «al vaile (sic) de Batea por su salario» y «al baile de La Puebla por su salario de correduría» en las cuentas de Batea de 1770 y, de forma similar, en las de los años sucesivos.

" El sistema tenía para los señores la ventaja de no haber de recorrer los campos o las eras para recoger el diezmo y de evitar los fraudes; para los campesinos, la ventaja estaba en poder retirar las gavillas o el trigo de las eras en el momento que les pareciese oportuno. Todavía en los años sesenta he conocido a los que podríamos considerar como últimos representantes de esta profesión: la compañía Canal de Urgel, S. A., que cobraba en especie los cánones del agua sobre algunas fincas (generalmente al noveno, o sea, una novena parte de la cosecha), mantenía unos denominados guardas estadísticos que reali­zaban estimaciones avanzadas de las diferentes cosechas, y que tenían fama de permitirse unos márgenes de error muy pequeños.

" Caspe; véase infra. " Así interpreto unas anotaciones en el cargo de Benissanet de 1773, donde, tras una

partida «por los corderos de toda la Castellanía de 72 y de 73», aparece otra «por la ga­nancia en dichos».

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EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

ra ^', O la hoja de morera, en ocasiones vendida y otras utilizada como base para acabar produciendo hilo de seda ^. A estas transformaciones podríamos asimilar la utilización de parte de la cebada o avena obtenida para la alimen­tación de las muías que movían las prensas de aceite.

Si los arrendatarios se ocupaban a menudo de la transformación de los productos obtenidos, por regla general se desentendían de su comercialización, que quedaba en manos de negociantes (algunos de los cuales aparecen repeti­damente), quienes recogían los productos en los pueblos; la excepción es el aguardiente, que a menudo era llevado a Reus. De hecho, otros intentos de comercialización no parecen haberse saldado con éxito: no hay mención en las cuentas de que fuese liquidada la partida de cuerdas entregada a un arriero para que la vendiese a cuenta de la compañía, y un cargamento de trigo lleva­do el 1773 al Camp de Tarragona para su venta obtuvo un precio inferior al de algunas cantidades vendidas directamente y hubo de soportar unos gastos que ascendieron a un 25 por 100 del precio final *. En algún caso, sin embar­go, parece que algunos de los socios (principalmente García i Alegre o Bover) se hicieron cargo de algunos productos, sobre todo aguardiente (los «compra­ron» a la sociedad de arrendatarios), y los comercializaron por su cuenta.

4. EL N E G O C I O DE LOS ARRENDAMIENTOS SEÑORIALES

El cálculo tanto del beneficio obtenido por los arrendatarios como del va­lor de las exacciones realizadas sobre los vasallos presenta toda clase de difi­cultades, que solamente pueden ser obviadas señalando de entrada que no pre­tendemos obtener más que indicaciones groseras con una representatividad inuy limitada; sin ser mucho, parece mejor que la nada actual sobre el tema.

Por lo que respecta a los beneficios obtenidos por los arrendatarios, indi­caremos solamente que, aunque nos interesaremos por los beneficios obtenidos por las diferentes compañías, los socios más activos podían obtener ganancias extras de su dedicación como colectores o contables o de la comercialización particular de los frutos ^'. Más problemas plantea el cálculo del valor extraído del conjunto de los vasallos, necesario para comprender el peso del régimen

Ulldecona, arrendamiento de 1767 a 1770. En algún caso, como en Benissanet, figura en el cargo «seda» o «seda y aldúcar»,

pero la data no deja lugar a dudas de que lo originariamente recibido era hoja de morera, puesto que figuran partidas de compra de (más) hoja de morera, leña y jornales de hila­doras.

" Benissanet, 1773. En la liquidación de cuentas de 1772 correspondió a Josep García i Alegre

5.241,44 ps. (sin contar las deudas pendientes), de los que 834,66 ps. (16 por 100) pro­venían de su actuación como colector y escribano.

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feudal. Nuestra intención es comparar el valor de lo realmente pagado por los vasallos con el montante de la subasta; para ello es necesario cifrar dos canti­dades: el valor añadido por las transformaciones industriales, que ha de ser deducido de los ingresos finales, y el valor de los productos obtenidos pero que no aparecen en las cuentas, que ha de adicionarse a dichos ingresos. Estos productos sin reflejo contable eran seguramente utilizados para el pago de jornales o pequeños trabajos, o bien consumidos tanto por el colector y su casa como por los animales; el caso de la cebada consumida en la almazara de el Pinell es el más claramente documentado, pero, sin duda, la cantidad consu­mida fue mayor: ya hemos hablado de los diezmos de hortalizas o frutos se­cos, pero seguramente habría que añadir el trigo, vino y aceite consumidos en la casa de los colectores, así como la cebada u otros cereales inferiores gastados en la alimentación de los animales de que seguramente disponía el colector.

Resulta imposible calcular tanto la disminución de valor que representa el hecho de que el arrendatario recibiese los productos en bruto, y a menudo en el campo, como el incremento que se experimentaría si no hubiese existido consumo interno. Para intentar un acercamiento, siquiera mínimo, he acudido a una convención: actuar como si el valor añadido se equilibrase con el consu­mo interno no contabilizable más los gastos realizados para obtener dicho valor añadido. Llamaremos al resultado «valor en origen» (Vo)" , y puesto que si queremos utilizarlo como indicador generalizado deberemos compararlo con el precio obtenido por el señor en la subasta, calcularemos también este índice en porcentaje. Dividiremos el estudio de las diferentes compañías arrendata­rias en dos grandes apartados: el arrendamiento de la bailía de Miravet, para la que tenemos cuentas más completas y más complejas, que estudiaremos en segundo lugar, y el resto, que pasamos a examinar a continuación ' ' .

4 .1 . Los arrendamientos menores

He reunido bajo este epígrafe el estudio de los arrendamientos de Ullde-cona, Ulldecona y Amposta, Bujaraloz y Barbastro, de todos los cuales la libre­ta nos ha conservado solamente una contabilidad muy sucinta.

" Descontamos, por tanto, de la suma de ingresos los gastos de recogida, transporte, molienda, transformación, etc., que aparecen en la data, así como el valor de otros arren­damientos o ingresos no pagados por los particulares (hierbas), si los hay.

" No incluimos el arrendamiento de Calatayud de 1770-1773, puesto que sólo cons­tan datos de 1770-1771; por otra parte, los datos de que disponemos parecen harto sos­pechosos: las cuentas de 1771 repiten casi idénticamente las de 1770 (cantidades recogi­das, precios, cantidades vendidas a cada precio); solamente en el vino y los corderos hay diferencias. Además, la cantidad que se desprende de estas cuentas es muy superior a la que le es reconocida a Bover en la liquidación de cuentas de 1781. Por todo ello hemos prescindido de este arrendamiento.

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EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

De la primera de las compañías formadas, la del arrendamiento de Ullde-cona de 1764 a 1766, sabemos muy poco: en el cargo figura solamente el total de frutos de cada año, con especificación aparte de algunas partidas de aceite; la data es algo más explícita y nos permite conocer el valor del arrendamiento, al que se hallan añadidos otros dos pequeños arrendamientos, los gastos de personal, los gastos provocados por la recolección de los frutos y el montante de la deuda pendiente. Los datos pueden verse en el cuadro 1.

CUADRO 1

Arrendamiento de Ulldecona de 1764 a 1766

INGRESOS " 1764 Frutos 5.323,46 1765 Frutos, excepto aceite 5.181,75 1765 Aceite 1.450,00 1766 Frutos ... 4.725,25 1766 Aceite 1.214,29 17.894,50

Cobros pendientes 216,85 18.111,35

GASTOS Arrendamientos 9.675,00 Otros arrendamientos 37,00 Salarios 535,00 Recolección de frutos 3.002,86 13.249,86

BENEFICIO 4.644,64 4.861,49 % beneficio'* 35,05 36,39 V^ ., 14.891,64 15.108,49 % V « 53,92 56,16

Las cuentas del arrendamiento de Ulldecona y Amposta de 1767 a 1770 son bastante más completas; encontramos en ellas una importante partida de gastos realizados para obtener el arrendamiento " , así como un fuerte incre­mento de los arrendamientos secundarios (fincas, casas mejor diezmeras). El principal problema que plantean reside en el hecho de que una parte no es­pecificada del cáñamo fue transformada en cuerdas, pero si bien los gastos de transformación figuran en la data ^\ en el cargo sólo aparece una parte de los

" Gastos e ingresos vienen a equivaler a las partidas de data y cargo de la contabi­lidad original.

" 100 (Ingresos — gastos) / gastos. " [100 (Ingresos — gastos de recolección) / arrendamiento] — 100. " «Per regalos, ques feren, per lograr lo present Arrendament y Viatges y salari del

acte de puja.» " En la data figuran como gastos de transporte del cáñamo y de confección de las

cuerdas 146 ps., pagados por Josep García i Alegre, pero en las liquidaciones aparece otra partida de 60,58 ps. «per gasto de las cordas».

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ingresos, puesto que falta el importe de las cuerdas entregadas al arriero Jaime Casasús, que éste debía liquidar a la vuelta de su viaje a lugares no especificados, regreso que no había tenido lugar al cerrar las cuentas ^', de forma que el capítulo de ingresos queda cojo en este punto. Los datos corres­pondientes figuran en el cuadro 2.

CUADRO 2

Arrendamiento de Ulldecona y de Amposta de 1767 a 1770

1767 1768 1769 1770

1767-1770 1767-1770

INGRESOS Frutos, excepto cáñamo

Cáñamo" Corderos y cabritos Cobros pendientes ...

GASTOS Arrendamiento Obtención del arrendamiento Otros arrendamientos Salario y gastos del colector Recolección de frutos Diversos *'

BENEFICIO % beneficio ^ o

V^/arrendamiento

5.114,80 5.666,30 4.272,00 6.022,00

535,55 112,00 305,10

3.700,00 769,15 369,74 400,00

2.355,65 77,11

21.722,65

17.671,65

4.051,00 22,92

18.997,26 38,67

22.027,75

4.356,10 24,65

19.302,35 40,89

Los arrendamientos de Bujaraloz y de Barbastro, ambos para los años 1767-1769, ofrecen también unos datos muy escuetos: total de los ingresos anuales en el cargo, total de los gastos en la data. Las cifras pueden verse en los cuadros 3 y 4.

Los arrendamientos de Caspe (1770-1773) ofrecen más datos, pero pre­sentan también un problema de interpretación importante: el trigo aparece bajo la rtjbrica «trigo recibido por meses en los molinos», lo que lleva a la

" «Quan arribia de Viatge, alió que portia se repartirán per iguals parts en los companys.»

* Cáñamo vendido, en parte transformado en cuerdas. " Alzado de un plano de la iglesia de Amposta y otros gastos no especificados.

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EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

CUADRO 3

Arrendamiento de Bujaraloz de 1767 a 1769

INGRESOS 1767 Frutos 1768 » ... 1769 »

GASTOS Arrendamiento Obtención del arrendamiento

1767 Diversos 1768 » 1769 »

BENEFICIO % beneficio'"

CUADRO 4

Arrendamiento de Barbas tro de 1767 a 1769

3.671,21 5.455,73 3.810,35

6.747,30 288,66 249,90 948,19 184,93

12.937,29

8.418,98

4.518,31 53,67

INGRESOS 1767 Frutos 1768 » 1769 »

GASTOS Arrendamiento Obtención del arrendamiento

1767 Diversos 1768 » 1769 »

BENEFICIO % beneficio"

1,723,86 3.734,29 2.377,44

3.898,44 87,81

446,25 424,83 184,93

7.839,59

5.042,26

2.793,33 55,40

duda de si lo que se valora y vende es trigo o es harina; sin embargo, de la comparación del precio con el obtenido los mismos años en la bailía de Mi-ravet resulta un precio menor en Caspe •". Pero entonces faltan los beneficios

" Resulta imposible de calcular el V„, dado que en la data no hay separación alguna entre los gastos de salarios y los de recolección y transformación, en su caso, de frutos. Si aceptásemos una proporción entre salarios y gastos de recolección como la que aparece constante en UUdecona (85 por 100 gastos, 15 por 100 salarios), el V„ sería 11.761,72 ps., y su porcentaje, 74,32. . ^ . . • ,

" La situación es la misma que la descrita en la nota anterior. Operando de igual forma tendríamos V„ 6.779,58, y su porcentaje, 73,90.

" Si las medidas utilizadas son las que suponemos (cahíz de 180,4 1. en Caspe, cuarte-

41

GASPAR FELIU

que cabría esperar del molino harinero, que, en cambio, sí produce gastos"". Las cifras y cálculos, dejando aparte estas anomalías, pueden verse en el cuadro 5.

En conjunto, estos arrendamientos menores ofrecen tasas de beneficio al­tas, aunque muy variables; el hecho de que las tasas más altas se obtengan de las cuentas menos precisas (Bujaraloz y Barbastro) hace sospechar si el resul­tado no es debido, al menos en parte, a olvidos en las partidas de gastos; sin embargo, por muy crítico que se sea, parece difícil pensar en un beneficio infe­rior promedio de los dos arrendamientos de Ulldecona, o sea, de aproximada­mente un 30 por 100.

4.2. El arrendamiento de la hailh Je Miravet

La documentación correspondiente a la bailía de Miravet es, como queda dicho, mucho más compleja. Para empezar, no se trata de unas cuentas únicas, sino de un conjunto de cuentas de uno o diversos pueblos ''*, mezcladas con anotaciones conjuntas, transporte de algunos productos de un lugar a otro y menciones de cobros no realizados por el colector, sino directamente por «los señores» (posiblemente García i Alegre o alguien en nombre suyo). Por otra parte, la manipulación de productos (obtención de aguardiente, seda, etc.) es mucho más importante y, por si todo ello fuese poco, faltan las cuentas de los años 72 y 73 del pueblo de Corbera y solamente se dispone de una cantidad global, tanto de gastos como de ingresos, para Batea el 1773 " , aparte de unas

ra de Barcelona de 69,518 1. en la bailía), el precio por Hl, habría sido, en 1770, de 5,47 ps. en Caspe y de 5,75 ps. en Batea. Como únicas explicaciones posibles se me ocu­rre, o bien que era costumbre vender el trigo en el molino, donde los compradores podían a continuación hacerlo moler o no, o bien que el molinero se había convertido, de hecho, en comprador único. Ninguna de ellas es, desde luego, demasiado satisfactoria.

'^ No es el único caso que aparecen en las cuentas olvidos de este tipo. Los hemos suplido cuando teníamos elementos mínimamente razonables para hacerlo. Estas omisiones influyen, sin duda, en los resultados finales, pero creemos que no de forma significativa.

'" Batea, El Algar y la Pobla de Massaluca, colector Pere Joan Ferrer; Corbera, colec­tor Josep Giner (solamente 1770-1771); Gandesa, colector Josep Soler; Benissanet, co­lector Bernat Fuste; Pinell, colector Ramón Montagut; Ginestar, colector Fuste; Rasque­ra (no consta el colector); Miravet (no consta el colector).

" Puesto que las cifras globales no sufrían excesivamente por ello, hemos intentado una aproximación a las cifras de Corbera y de Batea. Para Corbera, los ingresos han sido calculados para 1772 y 1773 en base a la participación media del pueblo en los ingresos totales de 1770 y 1771, y repartida la cantidad en cada partida según el porcentaje re­presentado en los dos años. Los gastos han sido calculados de manera similar, mantenien­do sobre los ingresos de cada año el porcentaje que representó la media de 1770 y 1771. En cuanto al reparto entre las diferentes partidas, se han deducido en primer lugar los gastos fijos (gastos de personal) y calculado el resto sobre los porcentajes de gastos de la media 1770-1771, tras haber eliminado, por comparación con 1771, los gastos de ela­boración de aguardiente que figuran en las cuentas de 1770.

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EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

C U A D R O 5

Arrendamiento de la bailía de Caspe de 1770 a 1773

1770 1771 1772 177} Total

INGRESOS Ingresos en metálico" 644,27 Cereales y legumbres" ... 6.438,16 Vino 314,67 Aceite 760,17 Diversos 62,93

TOTAL 8,240,20

GASTOS Arrendamiento 4.257,30 Obtención del arrendamien­

to » 31,10 Primicia del arzobispo" ... 135,74 Personal 294,93 Recolección de frutos 238,17 Molino harinero ... 115,01 Gastos diversos

694,13 3.531,30 472,38

1.040,83 55,19

5.793,83

4.257,30

111,06 236,93 78,99

127,35

694,13 4.630,89 331,70 755,51 80,93

6.493,16

4.257,30

127,10 239,40 140,67 127,35

617,62 4.618,81 180,47 886,57 92,68

6.396,15

4.257,30

120,00

500,27

2.650,15 19.219,16 1.299,22 3.446,08 271,73

26.906,34

17.029,20

31,10 493,90 771,26 457,83 369,71 500,27

TOTAL 5.072,25 4.811,63 4.891,82 4.877,57 19.653,27

BENEFICIO'' 7.253,07 % beneficio 36,91 V^" 26.200,49 % V .. 1,54

*' Censos, peso y romana, arriendo de tres campos y rearriendo del vino y corderos de Chipriona.

*' Trigo, cebada, avena, centeno, maíz, judías. El trigo viene a valer diez veces más que la cebada o que los otros productos juntos.

*" La rúbrica dice «por 4 dozenas de capones y 6 carneros olivas y portes en Zarago­za»; la hemos asimilado a los gastos de obtención del arrendamiento, aunque posiblemen­te éstos fueron superiores.

" Una cuarta parte de la primicia pertenecía al arzobispo de Zaragoza. La cantidad igual puede ser considerada como un gasto más que deducida de los ingresos. La hemos computado como gasto a efectos de no modificar el conjunto de ingresos obtenidos. Para el cálculo del beneficio sería preferible deducirla de los ingresos, puesto que se trataba de una cantidad con la que ya se sabía que no se podía contar como ingreso en el mo­mento de la subasta. De todos modos, operar de una u otra forma hace variar muy poco el porcentaje de beneficio (de 37,24 a 38,20), que es el dato que nos interesa. Encontra­mos otros casos parecidos en los arrendamientos de la castellanía de Amposta. Para 1723 no existe más que una cuota general de gastos; hemos calculado para la primicia una can­tidad aproximada a la media de los otros tres años.

'' Si descontásemos los gastos del molino harinero (como contrapartida mínima al hecho de que no figuren sus ingresos en el cargo), el beneficio ascendería a 7.689,19 ps. (45,15 por 100).

" No se han deducido los gastos del molino por no haber tampoco ninguna partida de ingresos referente al mismo; los gastos globalizados de 1773 se han repartido propor-cionalmente al conjunto de los demás años en los epígrafes «Salario, casa y gasto del co­lector» (241,33 ps.), «Recolección de frutos» (143,22) y «Molino harinero» (115,66).

43

GASPAR FEHU

pocas cantidades que están indicadas pero no valoradas. Dado, además, que el arrendamiento era global, nos ha parecido obligatorio integrar las cuentas, aun a riesgo de dejar de lado las enseñanzas que podían desprenderse de un análisis más pormenorizado ^.

Sumando los resultados de los diferentes pueblos tal y como aparecen en las cuentas y añadiendo el monto del arrendamiento, el resultado se salda con una pérdida de más de 1.500 ps. (cuadro 6). Sin embargo, sabemos que se obtuvo como mínimo un beneficio de 1.849,97 ps., de acuerdo con la liquida­ción de cuentas pasada entre García i Alegre y Bover. Hay que tener en cuenta que existen partidas en blanco o que se dice que han sido cobradas directa­mente por los arrendatarios, que faltan las cuentas de Corbera de los años 1772 y 1773 (Corbera representa para 1770 y 1771 el 6,28 de los ingresos totales) y que quedaron gran cantidad de pagos pendientes: como mínimo, 1.469,21 ps.=5

En los cuadros 7 y 8 figura nuestra reconstrucción de las cuentas del arren­damiento. En el cuadro 7 se ha realizado la distribución por pueblos, para poner de manifiesto la estimación de los resultados de Corbera; en el 8 la dis­tribución es por partidas, para que sea comparable con los cuadros realizados para los demás arrendamientos. Para ello hemos añadido a los gastos el valor

CUADRO 6

Resumen de las cuentas de la bail'ta de Miravet

INGRESOS 1770 ... 1771 1772 1773

GASTOS 1770 ... 1771 1772 1773

ARRENDAMIENTO

BENEFICIO

12.994,65 ps. 5.117,47 » 8.641,83 »

11.378,59 »

\ 1.746,59 ps. 1.143,17 » 1.159,24 » 2,138,82 »

33.529,42 ps.

38.132,54 ps.

39.717,64 ps.

— 1.585,10 ps.

'' La base de los ingresos señoriales varía bastante de un lugar a otro, aunque casi en todas partes los cereales, y en especial el trigo, representan la parte principal de los in gresos.

" Principalmente por censos, hornos y barcajes de Benissanet, Pinell, Rasquera y Mi ravet.

44

EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

CUADRO 7

Cuentas estimadas del arrendamiento de la bailia de Miravet

1770 1771 1772 1773 Total

INGRESOS

2.482,48 755,70 2.592,95 2.344,62 8.175,75 Corbera 1.818,84 1.172,08 1.809,41 2.072,70 6.873,0} Gandesa 2.113,52 934,66 1.092,43 1.080,55 5.221,16 Benissanet 2.848,46 685,14 2.150,96 2.509,56 8.194,12 Pinell 1.186,68 449,44 1.243,83 1.818,51 4.698,46 Ginestar 822,10 194,03 627,85 1.077,82 2.721,80 Rasquera 483,82 282,77 503,73 448,60 1.718,92 Miravet 986,34 782,47 867,29 1.120,24 3.756,58

TOTAL 12.742,24 5.256,15 10.888,45 12.472,84

CASTOS

Batea 234,24 118,97 156,33 212,78 Corbera 223,34 102,31 150,05 259,63 Gandesa 191,29 112,92 116,96 217,91 Benissanet 702,31 644,56 421,44 921,53 Pinell 310,96 14,64 387,07 622,11 Ginestar 88,99 17,67 27,09 39,77 Rasquera 87,93 85,95 87,93 92,91 Miravet 89,08 61,13 78,57 99,82 Arrendamiento 8.381,33 8.381,33 8.381,33 8.381,33

41.359,68

722,32 735,33 639,08

2.689,84 1.334,78 173,52 354,72 328,60

33.525,32

TOTAL 10.309,47 9.539,48 9.806,77 10.847,79 40.503,51

BENEFICIO 856,03

de los cereales gastados en la almazara de el Pinell para la alimentación de los animales (se trata de un molino de sangre) y alguna pequeña cantidad cuya no aparición en las cuentas de un año solamente puede deberse a olvido, ade­más de la estimación de los gastos de Corbera los años 1772 y 1773, que he­mos calculado bajo la hipótesis de que en 1772 y 1773 los gastos de Corbera representaron sobre el total de los gastos la misma proporción que el prome­dio de los años 1770 y 1771.

En los ingresos hemos añadido la estimación de Corbera, realizada bajo los mismos supuestos que para los gastos, y la estimación de aquellas partidas que no están valoradas, y que lo han sido a los precios más corrientes del mismo año; se trata principalmente de los cereales gastados en el molino de el Pinell y de partidas de vino o de aguardiente. El cálculo así reconstruido se

4?

GASPAR FELIU

CUADRO 8

Cuentas estimadas del arrendamiento de la bailia de Miravet

INGRESOS

Ingresos en d ine ro"

Cereales y legumbres ... ...

Aguardiente Aceite

Corderos .. ...

TOTAL

GASTOS Arrendamiento "

Elaboración vino y aguar-

Seda

Varios e indeferenciados ...

TOTAL . . .

BENEFICIO

1770

739,09 64,97

8.231,07 353,82

1.721,07 1.169,57

391,27 71,38

12.742,24

8.577,68 500,31 124,24

398,05 340,62 119,69 109,14 139,74

10.309,47

1771

723,23 64,97

2.778,53 767,66

84,34 707,34 104,39 25,69

5.256,15

8.561,93 500,31

44,18

50,37 31,95

7,35 295,52

47,87

9.539,48

J772

719,38 64,97

6.736,55 741,35 187,78

1.805,00 476,02 .157,40

10.888,45

8.564,25 500,31

86,27

113,75 435,61

46,34 11,50 48,74

9.806,77

177)

563,08 64,97

8.063,22 998,66 525,50

1.630,20 473,81 153,40

12.472,84

8.565,43 500,31 124,42

228,95 230,03

45,37 349,80 803,48

10.847,79

Total

2.744,78 259,88

25.809,37 2.861,49 2.518,69 5.312,11 1.445,49

407,87

41.359,68

34.269,29 2.001,24

379,11

791,12 1.038,21

218,75 765,96

1.039,83

40.503,51

856,03 9.541,63

cierra con un superávit de 856,03 ps., bastante inferior al beneficio reparti­do (1.849,97 ps.). La diferencia tiene un factor en lo hipotético de nuestro cálculo de los ingresos y gastos de Corbera para 1772 y 1773, pero también existen otras dos posibles causas: entre 1773, c ue se cierran las cuentas, y 1781, que se lleva a cabo la liquidación con Bover, posiblemente se cobró una parte de las deudas pendientes ^', y, además, y con mayor probabilidad, los

' Censos, laudemios, «molinadas», barcajes y derechos varios. " Arrendamiento y congrua a los priores, que consideramos como una partida más

del arrendamiento, dado que eran unas cantidades fijas que, al obtener la subasta, ya se sabía que habría que pagar.

" De acuerdo con la liquidación entre García i Alegre y Bover. " Las deudas que nos son conocidas ascendían, en 1773, a 1.469,21 ps., correspon­

dientes a censos (de particulares o de los pueblos), derechos de horno, diezmos menudos (que debían pagarse en algunos sitios en moneda) y barcajes de los pueblos de Benissanet,

46

EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

gastos que figuran realizados para mantener en funcionamiento las barcas de Benissanet y de Miravet no debían ser computados en realidad como tales gastos.

El por qué merece una explicación algo más detallada. La barca de Be­nissanet originó a lo largo de los cuatro años unos gastos de 695,41 ps., casi la mitad de los cuales (342,30 ps.) en 1773, año que se compró una gúmera nueva (o sea, la maroma que tendida de ribera a ribera guiaba el paso de la barca) y se repararon las dos barcas. A cambio, los arrendadores tenían dere­cho, por concepto de barcaje, a 214,1 ps., pero solamente consiguieron co­brar 163,41 ps. A finales de 1772, la deuda ascendía a 114,14 ps.; es muy dudoso que nijigún arrendatario hubiese emprendido reformas importantes el último año del arrendamiento si solamente podía esperar pérdidas y, además, tenía la excusa de que ni siquiera las insuficientes cantidades pactadas le eran satisfechas íntegramente. La barca de Miravet era menos costosa: solamente originó 70,55 ps. de gastos, pero sin que aparezca en las cuentas ingreso al­guno por este concepto. La explicación de que los arrendatarios estuviesen dispuestos a realizar mejoras y reparaciones ha de buscarse o bien en el hecho de que la barca fuese objeto de un subarrendamiento particular, cuyo importe recibiesen directamente los arrendatarios sin pasar por manos del colector y sin dejar, por tanto, rastro en las cuentas, o bien que los arrendatarios actua­sen como simples intermediarios, de manera que los gastos realizados en las barcas serían deducidos de los pagos de los arrendamientos. La obligación im­puesta a los arrendatarios de cuidar y, en su caso, reparar los desperfectos del patrimonio señorial, con abono posterior de los gastos realizados, es una prác­tica que aparece repetidamente en los arrendamientos de la misma Orden de San Juan de Jerusalén en el Gran Priorato de Catalunya. Esta última posibili­dad explicaría, mejor que ninguna otra, los gastos llevados a cabo en Benissa­net el último año del arrendamiento.

De ser ciertas estas explicaciones, la deducción en los gastos elevaría el beneficio, según nuestros cálculos, a 1.548,47 ps.; la diferencia con la canti­dad realmente obtenida sería pequeña, 227,98 ps., fácilmente cargable a las

Pinell, Rasquera y Miravet; en la liquidación con Bover aparece una deuda de 264,23 ps. como censos dejados de cotrar de Gandesa y otros lugares y, además, se seguía un pleito con el Ayuntamiento de Gandesa por esta causa. El hecho de que el pleito fuese sola­mente con Gandesa hace suponer que la mayor parte de los 2.648,23 ps. eran debidos por este pueblo; tampoco hay seguridad de que las deudas correspondan (o correspondan por entero) al período 1770-1773; aunque la partida figura a continuación de la corres­pondiente al repartimiento de beneficios de 1770-1773, los mismos arrendatarios ganaron también la subasta del período siguiente, que se saldó con pérdidas, por lo que no había lugar a una partida correspondiente a este período en la data. Es posible, por tanto, que una pane de los 1.469,21 ps. de 1773 hubiese sido cobrada e incrementase la suma de los ingresos de 1770-1773 con posterioridad al cierre de las cuentas del arrendamiento.

47

GASPAR FELIU

dos partidas antes mencionadas: diferencias en el beneficio de Corbera de 1772 y 1773 y cobro de parte de las deudas pendientes.

Para el cálculo de los porcentajes de beneficio hemos deducido de los gas­tos los costos ocasionados por las barcas y añadido a los ingresos la cantidad necesaria para igualar con ello los ingresos que sabemos realmente obtenidos. El resultado son 39.737,55 ps. de gastos y 41.587,66 de ingresos, lo que nos da un beneficio de 1.849,97 ps. y un porcentaje de beneficio del 4,66 por 100.

Nos encontramos, pues, ante una situación notablemente diferente a la que ofrecían los arrendamientos anteriores: la mala cosecha de 1771 pesa como una losa sobre los ingresos y prácticamente reduce a la nada los beneficios; cierto que quedaba una importante cantidad de deudas pendientes y, quizá por esta razón, los arrendatarios reincidieron en el cuatrienio siguiente, pero fue para su mal: lejos de resarcirse y cobrar las deudas, los arrendatarios de 1774 a 1777 tuvieron una pérdida de 2.593,96 ps. **.

La desgracia de la compañía arrendataria es nuestra suerte porque nos per­mite observar los riesgos del negocio. En principio, estábamos tentados de afirmar que los socios podían atreverse a participar en negocios de arrenda­miento siempre que dispusiesen de capital del primer año; pero el ejemplo de la bailía de Miravet muestra claramente que si los socios no hubiesen dispues­to más que del capital del primer año no habrían podido hacer frente a los plazos de 1771 ni de 1772: hasta 1773, con las buenas cosechas de este año, no se logró obtener beneficios. Sin embargo, también es cierto que a menudo los arrendadores soportaban retrasos en el cobro de los plazos cuando las co­sechas resultaban inferiores a lo previsto; denunciar el arrendamiento por falta de pago era jurídicamente posible, pero arriesgado: los derechos quedaban sin colector legal mientras se procedía a una nueva subasta; ésta tendía a alcanzar cantidades más bajas que la anterior, si no quedaba desierta, y, además, podía resultar muy difícil recuperar los pagos pendientes si los arrendatarios eran denunciados

5. CONCLUSIONES

De la serie de arrendamientos estudiados (cuyo resumen puede verse en el cuadro 9) parece deducirse, en primer lugar, que los beneficios obtenidos (col. IV) podían ser, en los mejores casos, de la mitad del capital invertido, aunque quizá cabría considerar estos beneficios como excepcionales, lo mismo que los años saldados con pérdidas. De forma que podríamos pensar en unos

" Según las cuentas entre García i Alegre y Bover. También se saldó con pérdidas el arrendamiento de los mismos años de la Segarra (posiblemente, la encomienda de la Se-garra de la misma Orden Militar de San Juan de Jerusalén).

48

EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

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49

GASPAR FELIU

beneficios de aproximadamente un tercio (Ulldecona, 1764; Caspe) para los años buenos y de una quinta parte (Ulldecona y Amposta, 1767; Miravet) los años malos. De todos modos se trata, evidentemente, de una actividad suma­mente remunerativa, aunque también arriesgada. Hemos añadido el cálculo de los ingresos sobre la subasta (col, VII) en un intento de dar alguna pista sobre los beneficios obtenibles, conocido el monto del arrendamiento. La dispersión resultante no parece ofrecer bases para realizar previsión alguna si no se cono­ce más que el montante de la subasta. El segundo punto que nos interesa, el valor original del producto extraído de las economías sometidas a señorío, parece que puede ser calculado entre el 40 y el 50 por 100 por encima del valor de la subasta para los años buenos y alrededor de un 15 por 100 para los años malos. Naturalmente, otra cosa es la incidencia de esta deducción sobre las economías campesinas: menores cantidades en años malos pueden representar punciones más graves sobre la renta familiar, de manera que po­demos considerar que esta deducción tiende a ser una constante, con tendencia a crecer, a resultar más gravosa>cuando el porcentaje es excepcionalmente bajo.

Obteniendo de los pueblos un valor de un 40-50 por 100 superior al ofre­cido en la subasta, los arrendamientos podían alcanzar en los años buenos unos beneficios sobre el capital invertido (arrendamiento más gastos) del orden de un 35 por 100; algo más si tenemos en cuenta que el capital invertido era menor, dado que muchos gastos se pagaban con los ingresos que se iban obte­niendo. En años malos, el valor extraído podía oscilar sobre un 15 por 100 más de lo ofrecido en la subasta, y los beneficios entre un 15 y un 20 por 100. Pero para los miembros más activos de las compañías el beneficio podía ser bastante mayor, tanto a consecuencia de los salarios obtenidos al servicio de la compañía como por la compra a ésta y posterior comercialización particular de parte de los productos.

6. A MODO DE APÉNDICE: EL NEGOCIO DEL AGUARDIENTE

Ya hemos indicado que la mayor parte del producto obtenido por los arrendatarios era objeto de transformación antes de su comercialización, pero que para la mayoría de los productos resulta imposible cualquier cálculo sobre el valor añadido por estas transformaciones. Solamente en el caso del aguar­diente, y a condición de olvidarnos de que la materia prima para su obtención es ya un producto transformado, el vino, podemos intentar una cierta aproxi­mación, puesto que conocemos los precios del vino y del aguardiente v los gastos de transformación.

A pesar de ello, el cálculo ha de basarse en algunas asunciones para suplir los datos inciertos. En primer lugar, hemos considerado que se trata de aguar-

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EL NEGOCIO DE LOS ARRENDAMIENTOS DE RENTAS SEÑORIALES

diente refinado o a prueba de aceite, dado que los precios obtenidos son muy parejos a los que encontramos para estos mismos años en los libros de la casa «Prat, Martí, Baldrich i Fuster», de Reus "; en segundo lugar, hemos aceptado para este aguardiente a prueba de aceite un rendimiento de una unidad de aguardiente por cada cuatro de vino corriente '^ Naturalmente, el rendimiento variaba según la calidad del vino y, posiblemente, era del 1 por 6 para los vinos más flojos; pero en este caso también era menor el precio del vino: en 1770, mientras el vino de Gandesa se vendió a 3,86 y a 4,5 ps. la carga, el vino comprado en Batea para hacer aguardiente lo fue a menos de la mitad de este precio, a 1,61 ps. De manera que podemos considerar que la baja del precio se compensa con el menor rendimiento.

A partir de estas premisas aparece una notable correlación entre el precio del vino y el del aguardiente y entre los precios de la bailía, los de Reus (para el aguardiente)*' y los de Barcelona (para el vino), tal como puede verse en el cuadro 10. La única discordancia aparece en el precio del vino de Barcelo­na de 1773, que se separa con exceso de la evolución de los datos en las tres columnas restantes, sin que hayamos podido encontrar explicación alguna a este hecho.

Con estos datos y los que nos ofrecen las cuentas de los arrendamientos podemos calcular, aproximadamente, el valor del aguardiente vendido ** y la ganancia obtenida por los arrendatarios al realizar la operación. Por lo que respecta al Vu, los cálculos pueden verse en el cuadro 11.

Las ganancias de los arrendatarios no son, evidentemente, estos 524,29 ps., puesto que la elaboración del aguardiente supone importantes gastos, muchos de los cuales no encontramos contabilizados (jornales) o, al menos, no lo están

"' Olivé (1983). Precisamente García i Alegre y Bover habían invertido en la creación de una sucursal de esta misma casa en la Habana, por lo que es muy probable que hubie­sen efectuado también con ellos negocios de aguardiente.

Según el Diccionario de Ronquillo, «los vinos destilados en aguardiente se reducían a un tercio de volumen» —Torras (1976), p. 49—, pero debía tratarse del aguardiente a prueba de Holanda. Pero tanto la comparación de los precios como una única mención en la liquidación de cuentas entre García i Alegre y Bover nos indica que el obtenido en la bailía era refinado o «a prueba de aceite». Ahora bien, Pierre Vilar (1962), vol. I I I , P; 435, indica que la relación en grado entre el aguardiente a prueba de aceite y el aguar­diente a prueba de Holanda era de un 73 por 100, por lo que en este caso necesitaban Cuatro cargas de vino para obtener una de aguardiente.

Hay que tener en cuenta que los precios de la bailía son precios puntuales, de una O unas pocas ventas, mientras que los precios de Reus son medias anuales. Examinando las medias mensuales de Reus, los precios de la bailía se sitúan cerca de los precios más altos, e incluso algún año los superan.

Estos cálculos modificarían el V^ de la bailía de Miravet, pero en un porcentaje tan pequeño que no hemos creído conveniente introducir esta corrección, al no poderse hacer más que para un producto y un arrendamiento. En todo caso, la diferencia es de un solo punto: la cifra de la columna VII del cuadro 9 pasaría a ser 12,85, en vez de 'os 13,84 que en ella figuran.

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GASPAR FELIU

CUADRO 10

Precios del vino y del aguardiente en la hailta de Miravel, comparados con los precios del aguardiente en Reus y los del vino en Barcelona

Aguardiente AgUiirJien/c Vina Vino hailta"' hailía" Keus'"' Barcelona'

mo 11,20 ps. 13,21 ps. Lí,02 ps. 11, 0 ps. 1771 17,28 » 21,08 » 20,42 » 18,88 .. 1772 ... ... 8,96 » 14,99 » 14,11 » 9,74 » 1773 9,28 » 16.42 » 16,28 .. 15,55 »

CUADRO 11

Valor en vino del aguardiente vendido

Valor Valor equivalente

Poilación Año aguardiente vino Diferencia

Batea ... 1770 » 1772

Corbeta 1770 Benissanet 1770

» 1771 » ... 1772 » 1773

Ginestar 1770 » 1773

Miravet ... 1773

TOTALES

211,36 ps. 65,69 »

369,88 » 1.061,25 »

84,34 » 122,08 » 590,02 » 52,84 » 69,79 » 65,69 »

2.492,95 ps.

179,20 ps. 35,84 »

313,60 » 948,50 » 69,12 » 80,64 »

220,40 » 44,80 » 39,44 .. 37,12 »

1.968,66 ps.

32,16 ps. 29,85 » 56,28 »

112,75 » 15,22 .. 41,45 ..

169,62 » 8,04 »

30,35 .. 28.57 »

524,29 ps.

" Promedio de los precios citados en el arrendamiento, a excepción del vino que consta comprado para convertirlo en aguardiente En ps. por cuatro cargas (para facilitar la comparación con la carga de aguardiente).

" Medida de los precios de venta obtenidos en ps. por carga. Cuando se hace mención de precio por bota se ha considerado ésta de cuatro cargas.

" Precio medio del aguardiente a prueba de aceite, según los datos publicados por Olivé (1983), considerando los años a partir de la vendimia, o sea, de octubre a septiembre.

" Según Vilar (1962), vol. III, p. 372, en pesos por cuatro cargas, pero iniciando cada año en el cuarto trimestre, o sea, a partir de la vendimia. Con ello se marcan mejor las tendencias y las cifras resultan más concordantes con las obtenidas en la bailía.

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siempre (leña, fabricación de botas, transporte, «manifestación»), por lo que nuestro cálculo ha de pecar por defecto. Los gastos contabilizados ' ascienden a 441,33 ps.; los beneficios han de ser considerados como pobres; 82,96 ps.; si tenemos en cuenta el capital invertido (valor del vino más gastos de elabo­ración y transporte), el beneficio es del 3,44 por 100, beneficio que posible­mente quedaría reducido a cero si las cuentas de gastos fuesen más completas. ¿Hemos de concluir que no había beneficio en la elaboración del aguardiente? No tendría sentido; pero este beneficio parece obtenerse de la posibilidad de destilar vinos de baja calidad (y posiblemente la mezcla de partidas y calidades de las que obtenían su vino los arrendatarios no ayudaba a obtener buenos caldos) y también del ahorro en el transporte. Podría objetarse que el vino consta siempre como vendido en el lugar; pero faltaría saber si habría existido Igualmente (o al mismo precio) la posibilidad de dar salida a cantidades ma­yores o a calidades menores. Hay un tercer factor que podría tenerse en cuen­ta; el beneficio particular de los principales arrendatarios; sabemos que García 1 Alegre y Bover enviaron botas de aguardiente a la Habana, aunque ignora­mos en qué año lo hicieron. Las cinco botas de Bover, adquiridas a un precio mucho más bajo que el de los años del arrendamiento, 8,45 ps. la carga, va­lían 169 ps. y produjeron un beneficio de 29,14 ps., o sea, del 17,24 por 100; aun sin obtener beneficios directos aparentes, los socios más activos de las compañías arrendatarias podían estar, pues, vivamente interesados en la obten­ción de aguardiente.

En Corbera, en 1770, los gastos de vendimia y fabricación del aguardiente van uni­dos. Los hemos añadido íntegros a esta suma, puesto que son mily superiores, sin duda, 'os gastos no contabilizados

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GASPAR FBLIU

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LA FUNCIÓN DE LAS LEYES ECONÓMICAS EN LA EXPLICACIÓN HISTÓRICA

FÉLIX OVEJERO LUCAS Universidad de Barcelona

Es indudable el cambio que se ha producido en unos pocos años en la his­toriografía. No es difícil describir las líneas maestras del mismo telegráficamen­te: crisis de la «historia analítica y estructural», sea en su versión marxiana, New Economic History o Annales, y auge de una historiografía fundada en el relato y orientada al estudio de las costumbres o las mentalidades. Desde el punto de vista metodológico, el cambio tampoco resulta de complicado discer­nimiento. La historiografía ahora criticada estaba comprometida, más o menos explícitamente, con el empeño de hacer de la historia una ciencia, lo que en nuestra tradición cultural equivale a la voluntad de obtener leyes («hipótesis generales») demográficas, ecológicas o económicas que expliquen —a poder ser deductivamente— el acontecer histórico. Estas intenciones son abandona­das por la «nueva» historiografía, por la historia «neorromántica», comprome­tida en la tarea, en apariencia más modesta, de «dar cuenta» más que de expli­car, de narrar sucesos más que de contrastar teorías ' (o «modelos», como se dice inapropiadamente entre los historiadores cuando se habla de «modelos de feudalismo», «modelos de transición», etc.).

La «historia analítica y estructural» presenta una serie de anomalías lo bastante serias como para no reducir el eterno retorno del historicismo a una explicación ideológica: su dudosa fertilidad en el estudio de los procesos his­tóricos concretos; la trivialidad de las generalizaciones con más probabilidad de aparecer como candidatas a «leyes de la historia»; la problemática ubica­ción metodológica de modelos o legalidades, al no estar claro si cumplían funciones auxiliares, subordinados —como «economías del pensamiento» sis­tematizadas, como relaciones sintéticas entre variables— al conocimiento de lo concreto, objetivo último de la investigación histórica, o, por el contrario, su obtención era la verdadera meta de los historiadores, convertida así la his­toria en la ciencia de las leyes del curso histórico, etc.

' Véase un resumen del cambio historiográfico en Stone (1983), pp. 91-110. En la última edición del texto clásico que señaló la rectificación de la historiografía, Iggers (1984), p. VII, reconoce que la tendencia se ha intensificado notablemente desde que en 1974 describió sus líneas maestras, lo que le obliga a añadir un epílogo.

Revista de Historia Económica 5 5 Año III. N.o 1 - 1985 •

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¿Obligan estas anomalías a abandonar la búsqueda de legalidades sociales que operen a lo largo de la historia? La «nueva» historiografía, a la vista de sus críticas y procedimientos, parece responder afirmativamente a esta pregun­ta. Segtin ella, todo programa de investigación que tenga como objetivo la bús­queda de relaciones de interdependencia entre variables explicativas estables a través de las sociedades está condenado, por principio, al fracaso. Aquí se va a intentar dar una respuesta negativa, replanteando la cuestión y respon­diendo a otras preguntas: ¿cómo habrían de ser aquellas legalidades y qué tipo de relación deberían guardar con la explicación histórica?

Este proceder presupone implícitamente la aceptación de la posibilidad de establecer leyes que nos describan el funcionamiento de determinadas propie­dades (económicas, sociales, demográficas) de lo social y una crítica al tipo de leyes utilizadas por la «historia analítica y estructural». Al repaso de esta cuestión se dedica la primera parte de este trabajo. Este repaso nos permitirá detectar dificultades a las que se intenta dar respuesta en la segunda parte del trabajo

Las «bases económicas»

El problema de la posibilidad de una «historia analítica y estructural» no es tanto una cuestión de tradiciones filosóficas, de «concepciones del mundo», como de creencias metodológicas acerca de las posibilidades, funciones y nece­sidad de las «leyes generales» en la explicación histórica. El mejor testimonio de que en todas las tradiciones intelectuales se encuentran los partidarios de los «modelos teoréticos» lo tenemos en la distinta inspiración de los autores con los que nos encontramos al repasar las diversas formas en las que se han invocado las leyes económicas —la «base»— en la explicación histórica .

' La mejor prueba de ello es que el artículo más conocido sobre el asunto está escrito por un metodólogo analítico-positivista, Hempel (1979), pp. 233-246. Esta misma línea de trabajo —y tradición intelectual— encuentra su continuación en la mayor parte de los textos que se incluyen en Dray (1966) (aunque el propio Dray ha sido uno de los más persistentes críticos de Hempel) y en el trabajo de P. Gardiner (1952). La misma línea de trabajo se puede encontrar en la tradición marxista. Así, la idea de una historia de los modos de producción —inspirada en Althusser— ha* encontrado su continuación en tra­bajos notablemente flojos como el de Hindess e Hirst (1979). Pero lo importante es sub­rayar que la línea de demarcación entre historia «narrativa» e historia «explicativa» atra­viesa las diversas tradiciones. Una muestra de ello es la polémica entre continuadores de la historia de los modos de producción y continuadores de la mejor historiografía anglo­sajona, recogida en Aracil y Bonafé (1983). Del acercamiento de autores marxistas al quehacer de la tradición analítica son excelentes muestras, por su calidad epistemológica, los trabajos de Cohén (1980) y Shaw (1978). Frente a estos trabajos que insisten en la búsqueda de un sustrato de relaciones invariantes a lo largo de la historia (la tesis de la primacía de las fuerzas productivas sobre las relaciones de producción, p. ej.), puede en­contrarse que en el seno de la historiografía soviética se produce la actitud completamen-

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En 1968, M. M. Postan, el prestigioso responsable de la Cambridge Eco-nomic History, desde las páginas de Encounter denunciaba en un par de ar­tículos —que provocaron una breve polémica— «La plaga de los economistas» y el «Uso y abuso de la economía» ^ Un detalle merece ser subrayado en estas intervenciones; la crítica no estaba dirigida a autores marxistas. No es difícil entender esta circunstancia. En el ámbito cultural anglosajón, los historiadores de esta tradición, en especial los «clásicos» (E. J. Hobsbawn, R. Hilton, Ch. Hill, E. P. Thompson), han estado en la vanguardia de la investigación de los problemas «culturales e institucionales» '', problemas que, en opinión de Postan, no recibían la suficiente atención. Pero, además, existe otro dato que contribuye a entender la nómina de Postan, y que es el que se quiere subrayar aquí: la creencia en una explicación económica de la historia —y de lo social, en general— no es privativa de la tradición marxiana; la determinación de la D3se —en un sentido amplio que incluiría a Montesquieu, por ejemplo— es tesis central de gentes nada marxistas, como es el caso de Hicks, quien no deja de reconocer la vinculación de su tarea intelectual con la obra del autor de El Capital \

Tres formas diversas de apelar a legalidades económicas generales se exa­minan a continuación. Sin duda, no cubren ni de lejos el inabarcable dominio de los modelos explicativos que apelan a factores materiales para dar cuenta de los procesos sociales, pero, en su diversidad, nos permiten hacernos una idea bastante fiel de las dificultades con las que se encuentra la «historia ana­lítica y estructural».

a) La economía (neoclásica). Para empezar, un género muy poco mar-xista: «un campo de interés para los economistas es el análisis de equilibrio general, es decir, un estudio de las propiedades de los sistemas de microcosmos interdependientes. No es preciso que el estudio del equilibrio general se limite a los agregados cuando el número de microcosmos se aproxima a infinito. La antropología me parece que se ve acosada con los problemas del equilibrio ge­neral, incluyendo los relacionados con la oferta y demanda de bienes y servi-

te opuesta: «Si queremos conocer el pasado, tal como es "efectivamente" (en expresión de Ranlce), debemos esforzarnos en abordarlo con conceptos que se le adecúen, estudiarlo de forma inmanente, descubrir su propia estructura interna, y guardarnos en imponerle nuestros juicios de valor modernos (...) En toda investigación histórica, el método a apli­car depende necesariamente de la naturaleza del objeto a estudiar y debe tener en cuenta esa naturaleza.» Gourevitch (1983), pp. 8 y 18.

Recogidos en Postan (1976), pp. 117-150. Los ensayos no son directamente histo-nográficos.

Precisamente el reproche que se dirige hoy a estos autores por parte de los «althus-serianos con matices» ingleses es el de poner excesivo acento en estos aspectos: en las acntudes, en las creencias, etc. Johnson (1983), pp. 52-85.

Para declarar a continuación su intención de trabajar en la misma tarea intelec­tual, Hicks (1974), p. 4.

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cios y las condiciones en que éstos se distribuyen. Incluidos dentro de estos problemas podrían estar el estudio de las condiciones de equilibrio de sistemas polígamos y los efectos de los cambios de población, por ejemplo, o las opor­tunidades de ganarse el precio de la novia. La economía neoclásica estudia los precios y las cantidades manejando supuestos de utilidades marginales de­crecientes, renditnientos decrecientes de los factores y continuo ajuste hacia la maximización de utilidades. No hay incertidumbre; todos los bienes y ser­vicios son infinitamente divisibles y negociables y no hay restricciones sociales al comportamiento (salvo que, implícitamente, no se permite el robo). Insis­tiendo en un punto, éstos son supuestos convenientes. La economía no desapa­rece cuando se relajan, pero puede hacerse más complicada. No hay razón, a mi parecer, para que los modelos de equilibrio general derivados de la econo­mía no puedan ser modificados cuando se analizan los problemas que se pre­sentan en las sociedades primitivas» .

La longitud de la cita queda disculpada por sus virtudes; el excelente re­sumen de intenciones, la exposición —no exhaustiva— de supuestos y, sobre todo, el significativo giro final en el que se sugiere la relajación de las hipóte­sis. Relajación que de ir en la línea de una mínima verosimilitud empírico-histórica de los supuestos supondría el desmantelamiento del proyecto, pues es sabido que la teoría del «equilibrio general» se sostiene precisamente en virtud del carácter draconiano de los mismos. Pero lo cierto es que pocos historiadores o antropólogos se encuentran con sociedades en las que todos los agentes tienen un conocimiento perfecto de todos los precios relevantes, establecen funciones de preferencia, operan según mecanismos psicológicos que les llevan a maximizar la utilidad; sociedades en las que, además, los excesos de oferta y demanda se traducen necesariamente en modificación de precios y no en costos, cambio técnico, racionamiento o búsqueda de otros mercados; sociedades en las que se produce con rendimientos constantes de escala v en un marco de relaciones impersonales'. Si a esto se añade que la teoría del «equilibrio general» se despreocupa de la explicación de la distribución (cuya forma inicial toma como un dato, al igual que sucede con los recursos), que se ve en la necesidad de aplicar el esquema de asignación de recursos en cada período con su traducción en la imposibiHdad de enlazar un período con el siguiente (o, «lo que es lo mismo, no llega a elaborar con éxito una teoría de la acumulación de capital» *) y que ataca el problema del tiempo introduciendo postulados sobre tasas de crecimiento autónomas (sin explicar) de las variables

' Joy (1974), pp. 46-47. ' Para N. Kaldor, no se trata ya de que sea «estéril e irrelevante»: «Yo iría más lejos

y diría que el poder de atracción de los hábitos engendrados por la economía del equili­brio se han convertido en el principal obstáculo para el desarrollo de la economía como ciencia.» Kaldor (1975), p. 56.

' Pasinetti (1983), p. 41.

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exógenas (población, p. ej.), se hará evidente que los problemas de la teoría del equilibrio general no son sólo de supuestos, sino también de pobreza de re­sultados.

Pero no es sobre esto último, sobre los resultados, sino sobre lo primero, sobre los supuestos, sobre lo que se quiere insistir aquí. La teoría del «equili­brio general» aparece, como se ha visto, subordinada a supuestos psicohistóri-cos. Ello no sería un inconveniente grave si únicamente se pretende obtener con ella leyes aplicables a sociedades particulares, a aquellas sociedades que cum­pliesen los requisitos que la teoría incorpora como supuestos; en particular, una determinada conducta por parte de sus miembros. (El que esas sociedades exis­tan o no es una cuestión a dilucidar empíricamente sobre la que no se entra aho­ra.) Ahora bien, el texto citado resultaba bastante más ambicioso, estaba más en la línea de la obtención de legalidades válidas para todas las sociedades, y en este caso caben escasas dudas de que cualquier ley que aspire a tal preten­sión de generalidad no puede incorporar supuestos conductuales que estén restringidos a patrones culturales de sociedades particulares, a restricciones históricas'. (Del mismo modo que la validez de las leyes físicas en el dominio de la biología queda garantizada porque aquéllas no establecen restricciones referidas a organismos '".)

b) La ecología. Otro modelo explicativo que apela a la «base» econó­mica con la pretensión de establecer una teoría económica generalizada de la historia de la cultura es el de la antropología ecológica (D. L. Hardesty) o el del materialismo cultural (M. Harris)"; programas de investigación que, aun­que nacidos en el marco de la investigación antropológica, no han dudado en

' No es casual lo que señala C. Ménard: «El examen crítico de la idea de un compor­tamiento racional del homo oeconomicus aparece relativamente temprano frente a los eco­nomistas de inspiración neoclásica, bajo la influencia de al menos dos series de proble­mas. El desarrollo de la antropología económica pone rápidamente de relieve las insufi­ciencias del modelo walraso-paretiano, que conduce a rechazar como "irracionales" ciertos comportamientos capaces de invalidar sus resultados (...). En el interior mismo de las economías de mercado, la importancia creciente de ciertos factores endógenos (...) obli­gan a los teóricos del equilibrio general a poner en cuestión la idea de una transparencia en la elección, y el postulado de la racjonalidad de los agentes que le sirve de base.» Ménard (1978), pp. 6-7. No es casual tampoco que la mayor parte de las críticas a la teoría económica por parte de antropólogos hagan hincapié en los supuestos conductuales que incorpora: Sahlin (1980), Dumont (1982). Pero no se trata únicamente de antropólo­gos e historiadores: «La línea de demarcación entre la economía y la sociología —o mejor debiera decirse entre economistas y sociólogos— reside en la elección de modelos de com­portamiento. Estas dos disciplinas son diferentes en la medida en que representan de torrna diferente al individuo.» Lévy-Garboua (1981), pp. 19-20.

La gran virtud epistemológica de la teoría neoclásica de hacer explícitos los supues­tos permite percibir su subordinación a hipótesis de comportamiento. En el caso de las «leyes económicas» generales que a continuación se examinan, no siempre nos encontra­mos con que aquella característica se cumpla.

" Hardesty (1979), Harris (1982), Adams (1983).

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extender su dominio explicativo hacia los antiguos imperios, la sociedad feudal o los orígenes del capitalismo ". La tesis central de Harris se resume con po­cas palabras: los modos de producción y reproducción materiales (tecnología, ecosistemas, demografía, etc.) determinan «probabilísticamente» las economías domésticas (estructura familiar, división del trabajo doméstico, roles sexuales, etcétera) y las economías políticas (organización política, división del trabajo, clases, etc.), que, a su vez, determinan las superestructuras conductuales y mentales (arte, ciencia, etc.).

A diferencia de lo que sucedía con el modelo anterior, las legalidades in­vocadas por el materialismo cultural carecen de supuestos psicohistórícos. M. Harris pretende precisamente explicar las conductas y las creencias de las gentes en función de las variables infraestructurales (tecnología, población). Se enfrenta así con una exigencia común a todos los paradigmas que intentan explicar lo social apelando a legalidades generales, la de dar cuenta de cómo los sujetos (de los que se predican unas propiedades que responden a la ley invocada) obedecen —o actúan según— la ley en cuestión, aun sin reconocer­la y convencidos, las más de las veces, de que su actuación responde a causas distintas de las mencionadas en la teoría explicativa '•'; dicho mediante un ejem­plo: ¿cómo puede ser que detrás de la prohibición de comer cerdo estén ope­rando causas demográficas, cuando en el ánimo de los protagonistas tales cir­cunstancias no aparecen?

M. Harris introduce en su teoría hipótesis referidas al plano psicológico (que no psicológicas), al establecer su conocida distinción entre los planos etic y emic. Esta distinción permite que «en lugar de tener que utilizar con­ceptos que sean necesariamente reales, significativos o apropiados para la óp­tica nativa (esto es, el plano emic, el plano de los protagonistas de la historia a explicar, FOL), el observador (la teoría, FOL) puede recurrir a categorías y reglas ajenas a la situación procedentes del lenguaje científico (esto es, el plano etic, FOL)» '•*. Esta distinción permite a Harris llevar a cabo su programa,

'-' Harris (1981), pp. 209-239. " D. Rindes, en un interesante ensayo, ha centrado la discusión en el importante pro­

blema implícito en estas cuestiones. En el misrM califica de «paradigmas de la conscien-cia» a los diversos modelos (Evolucionismo cultural, Determinismo ambiental, Ecología cultural, Adaptacionismo, Materialismo cultural, etc.) que presuponen una respuesta ade­cuada («adaptada») de las sociedades a sus necesidades, a las restricciones ambientales («Selección natural»), modelos que califica de lamarckianos, por creer que la evolución —social— es una respuesta de los organismos a sus necesidades. Frente a estos modelos opone otro, el suyo propio, aplicado a la explicación de los orígenes de la agricultura, que expone como extensión del modelo darwiniano de dos pasos (variación y selección), que no exige de respuestas «conscientes», con percepción de fines. Rindos (1984). Sin embargo, no deben ignorarse las dificultades de este programa y la fertilidad de la ex­plicación intencional en el ámbito de lo humano, cuando es sensatamente formulada, como sucede con el vigoroso proyecto de investigación de Elster (1979).

Harris (1982), p. 47. Repárese que estos dos planos son los de la polémica desper-

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consistente en «formular y contrastar teorías en las que los factores causales primarios son las variables infraestructurales» ".

No es nuestra intención criticar la distinción de Harris, pero sí la de mos­trar que la necesidad de construir tal artificio se deriva del propósito expre­sado en la última cita, de su intento de establecer conexiones directamente ex­plicativas entre las legalidades y las conductas culturales específicas ". El em­peño en deducir estas últimas de las leyes ecológico-materiales es el motivo último de la distinción entre emic y etic.

Con ello entramos en la segunda (la primera era la subordinación a supues­tos psicohistóricos) gran anomalía de los intentos de explicación de los suce­sos históricos desde legalidades económicas: el tipo de conexión explicativa •—fuerte, tentativamente deductiva— que intentan establecer. A ningún lector de Harris se le 'escapa que las mediaciones entre los fenómenos explicados y las escasas variables explicativas manejadas son tantas que la conexión que se intenta establecer entre ambas, aunque plausible, dista mucho de tener el ca­rácter concluyente con el que su autor la presenta. De la simple existencia de presiones demográficas no se sigue necesariamente —y eso es lo que significa una explicación deductiva— una conflagración bélica. Es entre la «hipótesis general» y el suceso bélico en donde se ha de producir la explicación de por qué entre las diversas opciones que la «ley» posibilita (desde la emigración hasta el infanticidio femenino) ocurra una determinada. Y precisamente la ven­taja de la explicación desde los aspectos materiales —frente a quienes apelan a «instintos»— es que acota el conjunto de respuestas posibles.

Las circunstancias causales invocadas no especifican una respuesta única; todo lo más señalan —en expresiones de Sahlins " — «límites de viabilidad», «determinaciones negativas», pero de ninguna manera determinan respuestas Unívocas, que es precisamente lo que se pide a la explicación de una conducta o de un suceso. El problema no radica en la falta de relevancia de las circuns-

tada por el artículo de R. Johnson citado en la nota 4; historia «contada» —que se atri­buye a Thompson y Genovese— versus historia «explicada».

2 Harris (1982), p. 72. Recordemos brevemente que es una explicación nomológico-deductiva. Se trata de

argumentaciones deductivas cuya conclusión es el enunciado a explicar (explanandum), y Cuyo conjunto de premisas (el exptanans) consta de leyes generales y de otros enunciados que hacen afirmaciones sobre sucesos concretos («las condiciones iniciales»). En un ejem­plo trivial y tosco: «todos los metales son buenos conductores», haría las veces de ley; «el cobre es un metal», sería la «condición inicial»; ambos enunciados, el explanans, y la obligada conclusión explicada deductivamente con tan triste «ley»: «el cobre es un buen conductor», el explanandum.

Referidas a las leyes de la naturaleza, pero con una significación análoga a la que *qui se subrayará al hablar de las leyes económico-materiales como establecedoras de im­posibilidades: «A pesar de toda su facticidady su objetividad, las leyes naturales son al Orden cultural lo que lo abstracto a lo concreto, el dominio de lo posible al dominio de lo necesario, las potencialidades posibles a la realización, la supervivencia a la existencia presente.» Sahlins (1980), p. 260.

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tancias explicativas invocadas, sino en el tipo de conexión explicativa utilizada, al intentar deducir (explicar) de las leyes económico-materiales los aconteci­mientos a explicar. Ello no equivale a decir que la «base» económica carece de importancia a la hora de establecer explicaciones de lo social; al revés, existen buenas razones para pensar que es la economía «la que manda», pero esto no es sinónimo de «es la economía la que explica». Se puede estar de acuerdo con buena parte del programa del materialismo cultural sin compartir sus procedimientos explicativos. El problema es más epistemológico que teó­rico.

c) La demografía. No carecen de dificultades semejantes —derivadas de la estructura explicativa— los modelos historiográficos que apelan a factores demográficos en sus explicaciones ". Tampoco carecen de la otra anomalía, la asociada a la adopción de supuestos psicológico-conductuales, incorporados implícitamente en la suposición de respuestas uniformes de las tendencias po-blacionales en circunstancias históricas bien diferentes: como la secular ten­dencia «natural» de la población a aumentar, que, unida a la «ley de los ren­dimientos decrecientes», «explica», vía oferta/demanda, un buen número de crisis de las sociedades agrarias (sociedades a las que se presupone incapaces para el progreso técnico, condición necesaria —pocas veces explícita— de este modelo explicativo).

Más interés tiene la otra anomalía. Al estar destinada la explicación histó­rica —a diferencia de la antropológica— a la tarea de dar cuenta de sucesos históricos concretos, el problema de la conexión entre la ley invocada y los hechos a explicar se hace más patente. No es infrecuente entre historiadores la refutación que alude implícitamente a este problema. Así se expresa R. Bren-ner con respecto a una explicación demográfica: «Mi método concreto de crí­tica es sumamente obvio y a la vez simple: consiste en observar el predominio de tendencias demográficas similares en toda Europa durante un período de seiscientos años —entre los siglos xii y xviii— y demostrar los resultados enormemente diferentes en términos de estructura agraria, en particular los modelos de distribución de la renta de desarrollo económico, con los cuales se asociaban» ".

Repárese en que la crítica de Brenner no se dirige a la «ley» invocada, que

" Y no se trata únicamente de la escuela historiográfica de los Annales. Autores ajenos a esa tradición, como M. N. Cohén (1981) o E. Boserup, también suponen la existencia en todas las sociedades (agrícolas e industriales) de una tendencia al aumento de la po­blación (por lo que hay que explicar aquello que no se ajusta a la tendencia, las «ano­malías»: el estancamiento; entonces es cuando hay que buscar las «condiciones iniciales»: explicaciones históricas específicas —enfermedades, etc.— que acompañen a la ley gene­ral de incremento demográfico). Véase, p. ej., la explicación del aumento demográfico en­tre los siglos IX V XIV en Boserup (1984), pp. 148-150.

" Brenner (1983), pp. 72-73.

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se acepta como verdadera, sino a la estructura de la deducción; de otra forma, lo que realmente merece el título de explicación son las «condiciones inicia­les», las distintas circunstancias particulares que acompañan a las «tendencias constantes» a la hora de dar cuenta de los sucesos históricos. Este es un ar­gumento que pone en un cierto entredicho la fertilidad de las explicaciones deductivas que invocan leyes en la historia (explicaciones nomológico-deducti-vas). En efecto, al estar la historia interesada en la explicación de sucesos únicos en el tiempo y el lugar, no le interesan tanto las «leyes de la historia» (las leyes económicas, ecológicas o demográficas, que operarían permanente­mente en todas las-sociedades) como las distintas circunstancias que, acompa­ñando las generalizaciones, varían en cada situación (de hecho, las leyes que operan —que se presuponen— en cualquier explicación histórica abarcan todas las disciplinas —físicas, biomédicas, etc.—, aunque, sensatamente, a nadie se le ocurre tomar las legalidades de éstas como la «explicación histórica»)*.

¿Qué queda de la idea de base material?

Sin duda, se podrían haber encontrado otras referencias en las que se ape­la a legalidades económico-materiales para explicar sucesos históricos o antro­pológicos ^'. Pero los ejemplos presentados y criticados bastan para detectar las dificultades metodológicas fundamentales con las que se encuentran estos modelos explicativos, y a las que tendrá que enfrentarse cualquier intento de rescatar la evidente sensatez que se esconde detrás de las diversas formas de «determinación de la base». Como se ha visto, las dificultades fundamentales son de dos tipos: la subordinación de las legalidades —que se pretenden de validez general— a supuestos psicohistóricos ^ (funciones de preferencia, con-ductuales, demográficos...), lo que restringe el dominio de validez de las lega­lidades a las sociedades en donde se dan tales conductas y atenta, por tanto,

" Cualquier explicación sobre un suceso bélico o demográfico presupone la ley de caída de los graves y que la gente se muere si no come. El problema es otro: «Es difícil legar que el historiador, como el científico, recurre a proposiciones generales en el curso de su estudio, aunque no las hace explícitas de la misma manera que el científico. La historia difiere de las ciencias de la naturaleza en que el propósito del historiador no es formular un sistema de leyes generales; pero esto no quiere decir que tales leyes no son supuestos previos del pensamiento histórico.» Walsh (1968), p. 22.

" Piénsese, p. ej., en las innovaciones, más o menos psicologistas, a los intereses eco­nómicos de un bloque dominante —o, en general, de una clase social— que está siempre detrás de cada acción histórica; conjetura que se acostumbra a «verificar» apelando pre­cisamente a aquello que hay que explicar: la acción histórica.

Esto es, sin duda, más grave en el caso de los modelos asociados a la teoría, del equilibrio general. Es sabido que Walras reprochaba a los «hechos» —que presumible-niente tenía que explicar— el que no se comportasen según su teoría: la maldita «irrefle­xión, vanidad o el capricho de los consumidores».

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contra la intención inicial de obtener leyes válidas para todo tipo de sociedad, y, por otra parte, el carácter tentativamente nomológico-deductivo de las ex­plicaciones, en las que corresponde el papel fundamental a la ley general sobre propiedades económicas. Existe cierta interdependencia entre ambas anomalías, pues al querer establecer una relación directa, explicativa, entre los principios generales y los sucesos particulares, se hace necesario —para mantener la vo­cación deductiva de la explicación— introducir entre los factores explicativos (en el Explanans), junto a la ley, los supuestos psicohistóricos como «condicio­nes iniciales» que permiten la «impecable» deducción del suceso a explicar (del Explanandum)".

A la vista de dificultades semejantes en algún punto a las descritas, no pocos historiadores y antropólogos han concluido la esterilidad («la carencia de sentido» ^*) de la distinción entre base y superestructura, la inutilidad para sus investigaciones de leyes que describan el funcionamiento de las propieda­des económicas comunes a todas las sociedades. Aun existiendo buenas razones para esta actitud, lo cierto es que no se sigue necesariamente del reconocimien­to de las anomalías vistas. Lo que sí se hace necesario es clarificar las funcio­nes de la distinción; se verá entonces que las dificultades de la «base» depen­den del tipo de demandas explicativas a satisfacer.

Existen al menos dos planos en los que cabe pensar que la idea de base —o la que aquí se pretende sinónima: la de legalidades económico-materia­les— dista mucho de haber agotado su operatividad: el «metafísico» y el ex­plicativo. Este segundo es el que ha ocupado a los modelos vistos y el que nos ocupará en lo que sigue; aun así, dada la caracterización que de él se hará más abajo, no es ajeno al primero. Esto justifica que dediquemos a las funciones «metafísicas» de la distinción entre base y sobreestructura algunas líneas.

Llevados por una elemental cautela metodológica, que se rebelaba ante las apariciones en «última instancia» de los factores materiales como motivos ex­plicativos de lo humano y lo divino (la más específica tesis gnoseológica de Aristóteles como encarnación de la esencia del esclavismo, p. ej.), algunos auto­res de la tradición marxiana han criticado la pertinencia de la distinción men­tada y reclamado la necesidad de su abandono. Ciertamente, resulta dudoso que tal acción tenga efectos nocivos en el desarrollo del conocimiento de lo concreto; más bien al contrario, hay buenas razones para pensar que la prohi­bición de invocar la base —que se derivaría de asumir tal crítica— tendría consecuencias positivas. Ahora bien, ello no es óbice para reconocer que en esta crítica parece deslizarse una confusión análoga a la que se daría si alguien hubiese reclamado el abandono de la «metafísica» mecanicista (que inspiró buena parte del desarrollo de la física hasta, al menos, bien entrado el si-

" Supra, nota 16. " Los estructuralistas, en opinión de Sahlins (1980), p. 57.

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glo XIX) porque de la misma resulte imposible derivar deductivamente como teorema la tercera ley de Newton.

En efecto, tanto los que pretenden explicar con la base todas y cada una de las líneas de Bérceo como quienes reclaman el abandono de la distinción por su ineficacia explicativa parecen aceptar que el status metodológico de la idea de «base» es análogo al de la ley de caída de los graves, por lo que es legítimo pedirle que nos dé cuenta, por ejemplo, de unos resultados electora­les. Pero si aceptamos la distinción entre base y sobreestructura como una idea reguladora de la investigación que nos sugiere unas líneas de estudio y nos prohibe otras, entonces pierde pertinencia la crítica. Así, del mismo modo que la metafísica mecanicista (la creencia en que el mundo estaba estructurado como un reloj, según leyes deterministas, etc.) alimentó el desarrollo del co­nocimiento —al menos— durante tres siglos, estando de alguna manera detrás de la obtención de la dinámica newtoniana, cabe pensar que la fertilidad de la distinción entre base y sobreestructura dista de estar agotada, entendida, eso sí, como creencia fundada —en su fertilidad hasta el presente "— acerca de cómo está estructurado el mundo social.

Respuesta a la primera anomalía: leyes sin supuestos psicológicos

Volvamos a la otra función de la base, la explicativa. Aunque no sea de­cir que a partir de ahora las referencias a la «base» deben entenderse como referencias a «las leyes que describen el funcionamiento de las propiedades (económicas, demográficas, ecológicas) de la base». Estas sí que cumplen fun­ciones explicativas y, en algunas de sus formas, hemos detectado dos anomalías a responder.

La primera de tales dificultades derivaba de la subordinación (o del com­promiso) de las leyes de la base con un mínimo de supuestos psicohistóricos. Ello no sería problema si los psicólogos dispusiesen de un conjunto de resul­tados concluyentes acerca de la conducta humana (egoísta, racional-formalista, instintivamente prolífica) y estos resultados fuesen precisamente los incorpo­rados como supuestos por las leyes de la base. Esto es lo que sucede implíci­tamente con los resultados físico-biológicos más generales. Pero no parece ni que los psicólogos dispongan de sólidas conclusiones a disposición de los eco­nomistas ni que éstos se preocupen de ajustar sus hipótesis acerca de la especie humana a lo que aquéllos dicen. Por ello, las legalidades de lo social invocadas

" El mecanismo autónomo de la economía de Quesnay, la necesidad de justificar (fundamentar) el Estado en Hobbes, y la prolongación de estas mismas tareas intelectua­les en los demás clásicos, en suma, la historia de las ciencias sociales, resultan difíciles de entender sin apelar a la idea regulativa que se oculta tras la distinción mentada.

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no resultan aplicables a todo tipo de sociedades, están subordinadas precisa­mente a aquello que pretenden explicar, a saber, las creencias histórico-cultu-rales.

Basta con señalar aquí la exigencia de que las legalidades de la base no estén sometidas a restricciones espacio-temporales. La formulación de aquéllas no es ya asunto epistemológico, sino teórico-científico. Seguramente, no sería difícil establecer algún tipo de leyes que satisfaciera el requisito de la ausencia de supuestos psicohistóricos, aunque también es seguro que, en el mejor de los casos, no pasarían de ser trivialidades presuntuosamente presentadas. Pero la regla también tiene sus excepciones; la Producción de mercancías por medio de mercancías, de Sraffa, tiene escasos supuestos ^' y permite detectar propie­dades importantes de todo sistema económico útiles para los historiadores " . Pero el problema que ahora nos ocupa no es la obtención de leyes económi­cas ^'. Es suficiente saber que existe un programa de investigación comprome­tido en esa tarea que carece de una anomalía que esteriliza a otros.

Respuesta a la segunda anomalía: leyes-marco

Resulta interesante constatar que, aunque también están presentes implí­citamente en la explicación histórica, nadie intenta derivar hoy los sucesos his­tóricos de leyes físico-biológicas, a diferencia de lo que sucede con las econó-

" P. Newman (1975), pp. 383-404, hace explícito buena parte del esqueleto de hipó­tesis de la hermética obra de Sraffa.

'' Los antropólogos ya han tomado buena nota: Gudeman (1981), pp. 231-265. La idea de una teoría económica desprovista de supuestos históricos específicos, con la ex­plícita voluntad de trabajar para la historia económica, en la línea de Sraffa, inspira la obra de Barceló (1981). No es tampoco casual que sea otro economista discípulo de Sraffa el que se haya ocupado de la relación entre la teoría económica y la historia; Spaventa (1974), pp. 119-146.

" Hay que subrayar lo de leyes, pues a veces se toman como tales lo que no son sino simples tendencias o tautologías. Quizá lo que más daño ha hecho —entre los historia­dores— es la ecuación de Fisher, invocada no pocas veces al «explicar» la revolución de

MV los precios. Recordémosla: MV = VT, o P= _ , donde P es el nivel de precios, M la

cantidad de dinero, V su velocidad de circulación y /' el volumen de transacciones. Y re­cordemos también las palabras de ]. Robinson al respecto: «Los expertos reconocieron el carácter que poseían las ecuaciones, el hecho de que se trataba de tautologías despro­vistas de significación causal. Pero, en manos del inexperto, éstas podían inducir a confu­sión. Cualquier estudiante de economía que tuviese que responder a la pregunta para principiantes: "Describa la forma en que viene determinado el nivel de precios en una isla cuya moneda consista en conchas marinas", replicaría con locuacidad: "El nivel de precios de esta isla viene determinado por el número de conchas y su velocidad de circu­lación", y nueve veces de cada diez se olvidaría de señalar que también se podría afirmar que el nivel de precios determinaba el número de conchas en circulación.» Robinson (1979), p. 42.

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mico-materiales. Una buena razón para ello, y para no descalificar con prisas las discusiones en torno a la base, radica en que si se detectasen un conjunto de relaciones constantes entre propiedades sociales, presumible objetivo de la economía, los'historiadores dispondrían de un buen sustrato sobre el que edi­ficar sus explicaciones.

El problema —la segunda anomalía— surgía al determinar el tipo de re­laciones que estas legalidades mantenían con la explicación histórica: ¿hay que derivar de ellas los sucesos a explicar? Ya se vieron algunas razones para res­ponder negativamente a esta cuestión. Ahora, como alternativa, se propone una resituación del plano explicativo de las legalidades de la base: se trata de leyes-marco en el seno de las cuales se producen las explicaciones, leyes que señalan imposibilidades, leyes inviolables a largo plazo y que nos permiten detectar anomalías que demandan de explicación.

Antes de sistematizar estas funciones, detengámonos en un ejemplo que nos permitirá ilustrar las consecuencias que se derivan —para la explicación histórica— de la rectificación propuesta. A pesar de los «hechos», existen buenas razones para considerar como asentada la tendencia — o ley, no es aho­ra ésta la cuestión— de la depauperación de los trabajadores. Es casi un coro­lario de la ley fundamental de Sraffa ^; tan sólo demanda la adición a ésta de una serie de supuestos de comportamiento bastante plausibles, y la ley misma se apoya en un corto inventario de supuestos plenamente realistas.

Sin embargo, lo observable históricamente no responde a la predicción. Ello no supone una refutación concluyente de una ley que está «demasiado lejos» —por su grado de generalidad— de los hechos para verse atacada di­rectamente "'. De hecho, es posible explicar perfectamente el aumento en el nivel de vida de los trabajadores observado apelando a condiciones iniciales (la lucha de clases, por decirlo rápidamente) plenamente compatibles con la ley (de la que alguna vez se ha dicho que «resume la lucha de clases»). Es en este terreno, en las «anomalías» de la ley, donde parece operar la explicación histórica; explicación para la que la ley no es tanto un componente directa­mente explicativo (la «ley de la historia») como un indicador de anomalías,

" Sraffa (1975), p. 42. La ley reza; r = R{l — w), donde R es el tipo máximo de bene­ficio, r el tipo de beneficio y w h proporción del valor del producto neto patrón desti­nado a los salarios.

" En el sentido en el que la proposición «el señor Pérez pesa 70 kilogramos» es de escasa generalidad y fácil refutación, mientras que la proposición «todo lo que sucede t'ene una causa» es de mayor generalidad y casi imposible refutación (pues de no haber determinado las causas de un suceso no inferimos que no las tiene, sino que seguimos buscándolas en la confianza de que existen). Estas mismas consideraciones valen para las 'leyes: las de Kepler —que nos describen simplemente las trayectorias de los planetas del sistema solar— se atacan empíricamente con más facilidad (basta que un planeta no las verifique) que el principio de inercia.

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una guía heurística de la necesidad de buscar explicaciones y de por dónde se pueden encontrar.

Quizá se vea mejor el cambio propuesto —de ley de la historia que «ex­plica deductivamente» los sucesos a leyes-marco de la economía que sugieren la búsqueda de explicaciones históricas— si recordamos un par de requisitos epistemológicos bastante razonables que aquí parecen ponerse en entredicho: a) que cuantos menos supuestos se manejen en la explicación, mejor, y b) que lo que se puede explicar desde —o reducir a— una ciencia más básica (el en­lace químico por la física, p. ej.) debe quedar subsumido por ella. Pues bien, en el ejemplo utilizado, puesto que resulta razonable imaginar una ley (de raíz keynesiana, seguramente) que diese cuenta de lo observable, con estos dos criterios en la mano la elección en su favor es obligada: por el primero, ya que no necesita de supuestos históricos adicionales, y por el segundo, porque existen buenas razones para situar jerárquicamente la economía por encima de la historia ' ' . De esta manera, la explicación histórica vería segada la hierba bajo sus pies, reducida a la ley económica de la que se «deducen» los hechos históricos.

Pero esto sucede únicamente si pretendemos ubicar leyes económicas como las mencionadas —en el plano que debiera corresponder a las supuestas leyes de la historia— en el marco de explicaciones nomológico-deductivas. En este caso es obligado utilizar los mencionados criterios de comparación y selección de teorías. Por el contrario, la situación cambia si nos contentamos —nada modestamente— con reservar a aquellas leyes funciones análogas a las que cumplen en la física las leyes de conservación, esto es, leyes de referencia que nos permiten guiar la investigación. En el ejemplo citado, la «anomalía» de la ley «apuntaría» hacia el estudio de la dinámica de la lucha de clases: si la investigación histórica muestra que el curso de ésta es como el que sugiere la ley, tendremos una confirmación indirecta de una ley económica y una investi­gación histórica que —sin buscar «leyes de la historia»— se ve avalada por una ley cada vez más fértil y mejor asentada ".

" En el sentido en el que los organismos respetan las leyes de la física y las socieda­des las de la física y la biología: sin átomos no existen organismos, sin células no hay sociedad. Sin producción y reproducción de los bienes materiales no existe sociedad que historiar. De ahí la fertilidad de programa de la teoría económica que pone como punto central los aspectos reproductivos —frente a la tradición neoclásica— de las sociedades: detecta sus procesos más básicos, las actividades más esenciales, «aquellas sin las que una sociedad no puede perdurar, y tales actividades se relacionan en primer lugar con el su­ministro a la población de bienes de subsistencia, instrumento y adiestramiento social-mente necesario y, en segundo lugar, con el mantenimiento del orden y reforzamiento de las reglas de conducta». Nell (1984), p. 66.

" Situación análoga —salvo en la obvia diferente precisión predictiva— a la que llevó a postular la existencia de una partícula elemental, el neutrino, a Pauli en 1930, al ob­servar que parecían violarse las leyes bien establecidas de conservación —que prohibían que en las desintegraciones radiactivas se produjesen pérdidas de distintas propiedades

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Con el ejemplo y la comparación de la nota anterior como fondo, se pue­den sistematizar algunas de las funciones de las leyes de la base que especifi­can el tipo de relación que se pretende argumentar;

I. Estas leyes no «explican» los sucesos históricos, del mismo modo que las leyes de conservación no «explican» la existencia del neutrino; pero así como éstas demandan la necesidad de explicar las pérdidas aparentes de carga, spin, etc. (que llevan precisamente a postular la existencia de una partícula con esas características), también aquéllas señalan la necesidad de explicacio­nes, explicaciones que son las propiamente históricas.

I I . No es imposible que las leyes de la base parezcan violadas. También los organismos parecen violar (entropía negativa) las leyes de la termodinámica. Pero: a) las leyes se cumplen a largo plazo, plazo que seguramente no corres­ponde a la escala temporal que puede interesar a la explicación histórica, y h) precisamente cuando se observan las violaciones es cuando se requiere de una explicación que dé cuenta de los datos observacionales a partir de cir­cunstancias históricas, de tendencias empíricas, que permitan hacer compati­bles aquellos datos con una ley económica que se acepta como buena con re­lativa independencia de lo que los mismos digan. También ahora se mantiene el paralelo con las macroleyes físicas; también la datación de la tierra a partir del registro fósil resultaba incompatible en un buen montón de años con las predicciones realizadas a partir de los principios termodinámicos, que parecían verse así refutados por una enorme cantidad de observaciones geológicas y argumentaciones evolucionistas, y, finalmente, también unos y otras resultaron Compatibles al detectarse la explicación de la «anomalía» bajo la forma de fuentes de calor no tenidas en cuenta hasta entonces; los elementos radiac­tivos " .

I I I . Las leyes económicas de este tipo no son «leyes de la historia», aunque las sociedades respeten las leyes de la economía, del mismo modo que los organismos vivos respetan las leyes de la física, aunque éstas no sean las leyes de la biología. Pero esta comparación tiene una limitación que merece subrayarse aparte.

IV. Mientras que la biología dispone de leyes propias, la historia no tiene leyes «propias», precisamente por ocuparse de lo concreto. En cierto modo, la tarea del historiador es análoga a la del naturalista o a la del astró-

'cargas, spin...)—, leyes de difícil verificación directa, pero que han guiado y guían eficaz-niente la investigación física. Los físicos se comprometieron en dar cuenta de la anomalía; postularon la existencia de una partícula (el neutrino) precisamente con las propiedades Jjue hacían compatible la ley bien asentada y la observación (según la cual «se evaporaba ¡a materia»), y, finalmente, veintiséis años después, la partícula fue detectada. Esa es la historia y el presente de la física de altas energías.

Para este educativo pasaje de la historia de la ciencia, Burchfield (1974), pp. 301-321.

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nomo; tampoco éstos disponen de leyes, aunque: a) existen leyes que son res­petadas por sus objetos de observación (las de Mendel, las de Kepler, p. ej.); b) la existencia de tales leyes (evolutivas, dinámicas, p. ej.) les permiten guiar sus investigaciones (buscar un rasgo morfológico como eslabón, rastrear el fir­mamento en pos de un planeta, p. ej.).

V. Las leyes económicas permiten establecer «árboles de posibilidades históricas», diagramas de sistemas, en la terminología de Von Wrigth **. Con las leyes como sustrato, añadiendo diversos supuestos de comportamiento al­ternativos por parte de los agentes, se podrían diseñar distintas «ramificacio­nes» causales. Estas podrían contrastarse empíricamente, examinando la mayor o menor verosimilitud (adecuación) histórica de las distintas actuaciones posi­bles, a la vez que el diseño de las hipotéticas acciones que la ley posibilita —que son compatibles con ella— sugeriría distintas líneas de investigación, mostrando de nuevo las funciones heurísticas de las macroleyes. Así, por ejem­plo, en base al sistema ricardiano ^' se pueden establecer diversos trazados en función de las conductas de los distintos agentes (clases sociales) en diversas

Estas son algunas de las funciones que especifican el tipo de relación que las leyes de la base, entendidas como leyes-marco, podrían jugar en el marco de la explicación histórica (y antropológica). Las leyes de la «base» nada ten­drían así que ver con «las leyes de la historia»; simplemente son las leyes que describen el funcionamiento de las propiedades más generales de los sis­temas económicos. De ellas no se «deducen» los sucesos históricos ni las con­ductas antropológicas, pero sí se pueden inferir las limitaciones a las que están sometidos sucesos y conductas en el marco de una sociedad que se reproduce en el tiempo (así, p. ej., en una sociedad sin excedente no podrán violarse per­sistentemente las relaciones de intercambio —los valores— determinadas uní-

" Von Wrigth (1979), pp. 57-106. La posibilidad de conectar sus árboles topológicos con lo aquí expuesto es bastante directa. El propio Von Wrigth habla de «historias (po­sibles) del mundo» (p. 72), cuando aquí precisamente lo que se subraya es la función de las leyes económicas como marcos de posibilidad —y, por tanto, de restricción— de las conductas históricas.

" Passinetti (1978), pp. 13-42. " La metodología que los arqueólogos denominan site-catchment analysis se acercaría

a estos procedimientos de contraste. De acuerdo con aquel método, «la excavación en los lugares aislados proporciona una descripción de los recursos disponibles durante el tiem­po en que fueron ocupados, la tecnología disponible para su explotación, y el número aproximado de individuos sostenidos por esos recursos. Dado el conocimiento de los re­cursos disponibles y de la tecnología, es posible especificar una estrategia óptima de ex­plotación, la probable densidad de población que debe soportar, la extensión y la esta-cionalidad de la ocupación en los lugares conocidos, y la probable localización de los com­plementarios, lugares desconocidos. Los datos pueden ser comparados y el significado de las divergencias observado». Willcinson (1972), p. 118. La utilización de los procedimien­tos de simulación está muy difundida entre los arqueólogos: Hodder (1978).

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vocamente por las condiciones de producción, a riesgo del colapso de la so­ciedad).

Sin hacer de las leyes económicas las leyes de la historia, y sin comprome­terlas con supuestos psicohistóricos, se evitan las anomalías detectadas en las distintas invocaciones a la base antes repasadas. El segundo requisito es fun­damentalmente teórico; corresponde a los propios economistas interesados en establecer relaciones entre las propiedades económicas generales de las socie­dades elaborar programas de investigación que lo satisfagan. Por su parte, los historiadores debieran cultivar la prudencia a la hora de acusar recibo de las leyes económicas. El otro requisito es más estrictamente metodológico: hay que especificar el tipo de relaciones explicativas entre las leyes económicas y la investigación histórica. Por esa razón nos hemos entretenido con más detalle.

A la vista de lo expuesto cabe pensar que «la historia analítica y estruc­tural» no está tocada de muerte. Se puede rescatar la evidente cordura que incorporan las críticas de la «nueva historiografía» sin obligarse a retornar a la historia decimonónica ^', a una historia que a fuerza de no querer ser «ana­lítica» ni «estructural» acabaría —de ser consecuente con las manifestaciones de los nuevos historiadores— por limitarse a reproducir los documentos, las propias voces de los protagonistas, sin lugar para nada que tenga que ver con algo que uno cree que es objetivo esencial de cualquier investigación: ex­plicar ^'.

Aquí se han inventariado algunas de las funciones que las legalidades de la base podrían cumplir en la tarea de la explicación histórica, tantas al menos como las pretendidas leyes de la historia y, además, más respetuosas con los empeños habituales de los historiadores, con su vocación de establecer hipóte­sis explicativas. Tal vez un exceso de «cientificismo» analítico o de marxismo vulgar lleve a alguien a pensar que lo que se está proponiendo es una renuncia

" Programas de investigación como el del grupo de historiadores de Leipzig, que in­tentan abordar el estudio de temas no estrictamente histérico-concretos, como es el de las revoluciones burguesas, huyendo de «las tesis generalizadoras y globales», muestran que esa posibilidad existe: Kossok (1983), pp. 11-98.

"' Esto lo ha expresado con meridiana claridad Le Goff, en lo que se puede tomar como una respuesta a las palabras de Gourevitch citadas en la nota 2: «Si la historia de las mentalidades debiera crear en el historiador un respeto fetichista por su tema que le llevase a dejarse absorber por la mentalidad de la época que estudia, a negarse a aplicar a esa época otros conceptos distintos de los que ella utiliza, habría aquí una dejación del historiador. Es tan legítimo tratar de saber lo que correspondía en el espíritu de Carlo-n^agno y de sus contemporáneos a nuestra apreciación del trabajo como aplicar a la eco­nomía de esta época la fórmula de Fisher que ella ignoraba.» Le Goff (1983), p. 104. Lamentablemente, también es este pasaje un ejemplo de lo señalado en la nota 28, la con­fianza en el carácter causal —ergo, explicativo— de lo que no es más que una tautología.

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a la búsqueda de legalidades que se cumplan en la historia de las sociedades. Nada más falso.

De que no existe incompatibilidad entre la búsqueda de legalidades, entre el programa de detectar las estructuras invariantes de las sociedades, y el res­peto a la historia, es una muestra el testimonio del pensador al que se le ha reprochado con más insistencia y pasión el estar comprometido con la creen­cia én las leyes inexorables de la historia: «Dos clases de acontecimientos que, aun presentando palmaria analogía, se desarrollan en diferentes medios y con­ducen, por tanto, a resultados completamente distintos. Estudiando cada uno de estos procesos históricos por separado y comparándolos luego entre sí, en­contraremos fácilmente la clave para explicar estos fenómenos, resultado que jamás lograríamos, en cambio, con la clave universal de una teoría general de filosofía de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica» ^'.

" Carta de Marx a la revista rusa Otiéchestviennie Zapiski («Anales de la Patria»), es­crita en noviembre de 1877, que Marx no llegó a enviar —a pesar de pasarla a limpio— y que Engels dio a conocer en 1886, incluida en Marx y Engels (1980), p. 65. Manuel Sacristán me ha sugerido que el hecho de que Marx no se decidiese a enviar la carta cabe interpretarlo como un síntoma de que percibía cierta incompatibilidad entre las afirma­ciones que en ella vierte y opiniones anteriores no carentes de resabios de filosofía de la historia.

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74

MATERIALES DE

INVESTIGACIÓN

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935: LA RECTIFICACIÓN DE LAS ESTADÍSTICAS OFICIALES *

ANTONIO TENA JUNGUITO Universidad de Alcalá de Henares

El objetivo de esta investigación es elaborar una serie anual de expor­taciones e importaciones a precios corrientes que permita conocer de modo más preciso la evolución del comercio exterior español entre 1914 y 1935. En los últimos tiempos, muchos estudiosos de la historia económica han cen­trado sus investigaciones en diferentes aspectos de la economía española de este período, intentando aclarar las causas del crecimiento de la misma. Sin embargo, el estudio monográfico de la evolución y estructura del comercio exterior y su incidencia en la economía española del primer tercio del si­glo XX no ha sido aún realizado y constituye un tema relegado en la historio­grafía moderna. La principal causa de esta ausencia es la profunda desconfian­za que despiertan las cifras oficiales del comercio exterior de este período en­tre los historiadores económicos.

I. Historiografía y planteamiento del problema

Los orígenes de la crítica a las cifras oficiales de la balanza comercial es­pañola se remontan a finales del siglo xix, cuando un agudo observador de la política comercial española, Arturo Gwinner, al comentar los resultados de ésta desde 1859 a 1890, lo primero que resaltó de la balanza comercial:

« [ . . . ] Es preciso, en consecuencia, investigar la exactitud de las mismas cifras; así encontramos, confrontando la estadística espa­ñola con la francesa, que no sólo los valores de las exportaciones españolas son a menudo computados por bajo, sino que, especial­mente, también los valores de las importaciones se calculan de­masiado altos» '.

* Estoy muy agradecido a Leandro Prados de la Escosura por su apoyo, estímulo y sugerencias en la realización de esta investigación. Asimismo, agradezco a Gabriel Tortella y Pablo Martín Aceña sus útiles comentarios.

' A, Gwinner (1973), p. 288.

Kevisia de Historia Económica 7 7 Año m . N.» 1 - 1985

ANTONIO TENA JUNGUITO

Son, sin embargo, en los años finales de la década de 1920 en los que pare­cen acentuarse las críticas a los valores oficiales de la balanza comercial espa­ñola. Algunos autores, interesados por conocer los beneficios comerciales ob­tenidos por España durante la guerra mundial o las variaciones experimenta­das por el comercio exterior durante los años veinte, se preguntaron las causas de la gran diferencia existente entre las cifras oficiales y las que se sospecha­ba podrían ser las reales.

La gran mayoría de los contemporáneos partieron de las propias críticas que efectuaron las autoridades estadísticas, las cuales les llevaron a cambiar el sistema de valoración en 1930. En el último trimestre de 1930 se aplicaron dos métodos de valoración distintos, como prueba, el de los valores estadísti­cos o unitarios, que hasta entonces se venía aplicando, y el basado en los valores declarados, sistema adoptado por la mayoría de los países, y que fue utilizado a partir de ese momento en la estadística española.

Con el primer sistema, las importaciones suponían 598,6 millones de pe­setas-oro, y las exportaciones, 672,3. Aplicando los valores declarados, las cantidades pasaban a ser 392,2 y 359,0, respectivamente. Como puede verse, las cifras no sólo quedaban notablemente reducidas, sino que hacían cambiar "el signo de la balanza comercial. Esta comparación efectuada como prueba para el último trimestre de 1930, aunque, por desgracia, fue demasiado breve, puso de relieve los grandes errores que pudieran contener las estadísticas an­teriores a 1930. Es necesario señalar que, dado que el cambio al sistema de valores declarados fue iniciado al final de septiembre de 1930, no se dispone de los primeros datos para un año completo hasta 1931.

Este cálculo y otros indicios extendieron la opinión de que los datos ofi­ciales publicados para el período 1913 a 1930 no eran dignos de crédito, y que no podía hacerse cálculo alguno de la balanza comercial para este período tomando los valores oficiales como fuente de información.

Esta opinión se fundamentaba, para los primeros años, en que las valora­ciones oficiales de las mercancías no sufrieron modificación alguna desde 1912 hasta 1921, aplicándose las mismas valoraciones durante todo el período bé­lico y postbélico, mientras los precios crecieron excepcionalmente y varió su estructura relativa. Posteriormente, en 1921, cuando estos valores se modifi-carón provisionalmente, se aplicaron, por reacción, valoraciones muy elevadas. La opinión general era que estas valoraciones se mantuvieron, e incluso se ele­varon, en los años posteriores al arancel de 1922, con ocasión,de las presiones ejercidas por los grupos de interés proteccionista, y que eran la causa de los grandes déficits que muestran las estadísticas en el período 1921 a 1925. Otro punto en el que coincidían la mayoría de los autores era que, a partir de 1925, la recientemente creada sección de valoraciones del Consejo de Econo­mía Nacional multiplicó sus esfuerzos para corregir y mejorar la recogida de

7S

UNA RECONSTRUCCIÓN DEI, COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

información de precios, reduciendo, en consecuencia, los errores de las estadís­ticas en los últimos años de la década de 1920 ^

Es decir, existía la opinión, bastante extendida, de que las valoraciones que se emplearon para las importaciones hasta 1930, inclusive, eran demasia­do altas:

«Estas cifras de valoraciones se fueron calculando hasta 1930, de una manera bastante arbitraria, A los industriales les interesa­ba indicar como "valores unitarios" —así se llamaban— los más elevados precios posibles para que los derechos de las mercan­cías, pagados con arreglo a la unidad de peso o por pieza, pero en principio expresados en un tanto por ciento de su valor, pudie­sen parecer más moderados de lo que en realidad eran» '.

Antes de que las autoridades estadísticas corroboraran la falta de crédito de los datos que se publicaban oficialmente, un prestigioso estudioso de la economía, preocupado por las variaciones experimentadas por el comercio ex­terior, intentó realizar algún cálculo que diera una idea de la marcha real de éste desde 1913. En el mes de septiembre de 1928, el economista y estadís­tico José Antonio Vandellós publicó en la revista El Trabajo Nacional una primera aproximación al cálculo de la evolución real de las exportaciones, ampliando más tarde dicho cálculo a las importaciones y al saldo de la balanza comercial, y publicándolo, con el título de «Intento de cálculo de los valores del comercio exterior de España», en El Eco de la Industria, Comercio y Banca (mayo 1929). Posteriormente, en 1931, realizando algunas modificaciones, llevó a cabo un estudio completo del cálculo aproximado de los valores de nuestro comercio exterior durante el período de 1913-1930'*.

Este cálculo tiene la importancia de ser el primer intento de aproximación estadística para averiguar la tendencia real que experimentó el comercio ex­terior español de 1913 a 1930 mediante un cálculo estimado de sus valores

" Un sencillo y buen resumen de la opinión que les merecía a los contemporáneos las cifras oficiales del comercio exterior español, fue la opinión que se forjó sobre éstas un norteamericano contemporáneo estudioso de nuestra economía: «The failure of the Spanish government to alter its official valuations upon imports and exports between 1914 and 1921, years of an excepcional rise of prices, makes unrealiable its figures for those years, In 1921, these valuations were generally doubled; (..), The excesive valuations accentuate, therefore, the unfavorable balance of trade in 1921-1925. The valuations were modified again in 1927 and in 1929, presumably that they might more nearly aproxímate prices. In view of the stability of spanish prices between 1927-1930, one may assume fhat the governmental figures upon trade approach more nearly to the truth than those in the proceding years,» Delaplane (1934), p. 226.

' E. Lindner (1934), pp. 28 y 29. ' J. A. Vandellós (1931).

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ANTONIO TENA JUNGUITO

anuales. A su vez, constituye también el único antecedente para este período del trabajo que yo me propongo realizar aquí.

El primer propósito de Vandellós consistió en obtener unos números ín­dices de las cantidades importadas y exportadas. Para ello utilizó una mues­tra de 125 productos de importación y 90 de exportación, con un valor que en ambos casos fue superior al 80 por 100 del total. Estos índices son, en mi opinión, por el procedimiento y la amplitud de las muestras, dos buenos índices de tipo Laspeyres ' , siendo comparables e incluso mejores a otros elaborados con posterioridad para este mismo per íodo ' . Su siguiente paso fue menos afortunado, al intentar obtener una serie de valores corrientes reflactando los índices de cantidades con un índice de precios al por mayor, tanto en importaciones como en exportaciones. Los resultados de este trabajo de Vandellós coincidieron y, a la vez, reforzaron la visión crítica que los es­tudiosos contemporáneos tenían sobre las cifras oficiales del comercio exterior español, al conseguir valores corrientes para las importaciones sustancialmen-te más bajos, logrando reducir, de esta forma, los criticados déficits que pre­sentaban los saldos oficiales'.

El trabajo de reelaboración de Vandellós se puede decir que tiene su con­tinuación en los incisivos artículos del profesor Valentín Andrés Alvarez. Des­de el primer lustro de 1940, las opiniones de Andrés Alvarez sobre las esta­dísticas oficiales del comercio exterior español, anteriores a 1931, han pesado como una losa sobre quienes han pretendido acercarse a és tas ' .

El eje que guió al profesor Andrés Alvarez en su crítica fue el siguiente; la confusión en la legislación española de Aduanas del período 1869-1930 de dos conceptos de valoración de mercancías, el valor arancelario y el valor es­tadístico ' . Esto, junto a las arbitrarias valoraciones arancelarias que se daban a los productos importados y exportados («valoración política») y su posterior consignación como valores estadísticos, condujeron a las cifras oficiales de nues­tro comercio exterior a incluir unas valoraciones de las mercancías muy lejanas a sus verdaderos precios de mercado:

' Estos índices están realizados con una doble ponderación, por mercancías individua­les y por cada clase del arancel, aplicándoles el peso proporcional correspondiente que les otorgaba la valoración de 1913. '

* Comercio Exterior de España. Números índices 1901-1956, Instituto Nacional de Estadística, 1958. Estos índices, por otro lado, muestran una tendencia muy similar a la de los elaborados por Vandellós.

' Para ampliar la crítica al cálculo de Vandellós, véase A. Tena (1984), pp. 5-7. ' V. Andrés Alvarez (1943), V. Andrés Alvarez (1945). ' El valor arancelario es un instrumento creado por la administración aduanera con el

fin de fijar con facilidad y rapidez el valor de una mercancía, de cara al devengo de de­rechos arancelarios. El valor estadístico es, por otro lado, el teórico precio de mercado con el que se valoran las importaciones y exportaciones registradas, con el fin de estable­cer la balanza de comercio real.

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UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

«[ . . . ] nuestras estadísticas del Comercio Exterior, al menos las anteriores a 1930, están falseadísimas por el número y la magni­tud de los errores cometidos al fijar los valores de las mercan­cías, pudiendo afirmarse, sin caer en exageración, que no tenemos ningún conocimiento de la historia de nuestra Balanza de Co-

Esta devastadora sentencia la fundamentó certeramente haciendo una his­toria crítica de la técnica valorativa y los errores de su aplicación, por un lado, y de las luchas arancelarias y su influencia sobre los valores, por otro. Sus conclusiones se podrían resumir en los siguientes puntos:

a) Las valoraciones desde 1869 y hasta 1930 no responden a precios de mercado, sino a valoraciones fijadas con fines arancelarios.

b) Desde 1931 en adelante, las estadísticas responden a valores decla­rados, obtenidos con fines estadísticos, y pueden suponerse próximos a los precios de mercado.

c) El incremento de las valoraciones era una forma encubierta de aumen­tar la protección arancelaria, y era a todas luces evidente que los intereses proteccionistas se centraron en la manipulación de las mismas, con el resultado de situar las valoraciones arancelarias muy por encima de los precios reales, lo que llevó a cifras de importaciones absolutamente irreales en las estadísticas.

d) El sistema de valores unitarios o estadísticos que se utilizó hasta 1931 era un mal sistema, ya que otorgaba un precio tipo (proveniente de la especie más abundante) y no ponderaba los distintos artículos o calidades de un mis­mo artículo que componen una partida.

e) Las tablas de valores anuales se confeccionaban con retrasos y las es­tadísticas de cada año estaban basadas en los valores registrados en estas ta­blas, por lo que, en la medida que estas tablas responden a precios de mercado reales, las estadísticas se refieren, por tanto, a precios de uno o más años antes.

/) No se confeccionaron tablas de valoración para los años 1914-1920 y las estadísticas de dichos años están basadas uniformemente en las valora­ciones de 1913.

De estas conclusiones se desprende que, en opinión de Andrés Alvarez, los errores en las estadísticas oficiales tenían dos vertientes: por un lado, los que él llamaba «errores comunes», que los he resumido en los puntos d), e) y /), que afectan tanto a las importaciones como a las exportaciones y que son,

V. Andrés Alvarez (1943), p. 536.

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en definitiva, el producto de una administración estadística ineficiente dotada de una técnica valorativa anticuada; por otro lado, estaban los que provenían de la confusión existente en la legislación española de Aduanas de los con­ceptos de valor arancelario y valor estadístico, resumidos en los puntos a) y c). Estos últimos errores, que afectaban fundamentalmente a las importaciones, constituyeron el eje central de su crítica:

«No haberse deslindado, en la actividad administrativa, la función arancelaria de la estadística fue la fuente principal de los errores que afectan a las valoraciones de nuestro comercio exterior has­ta 1930»".

En lo que respecta a la primera fuente de error mencionada, soy de la opinión que los errores se concentran en los puntos e) y /J, producto de una administración estadística ineficiente, y, más aún, pienso que los errores pro­venientes de los atrasos con que se confeccionaban las tablas de valores son la causa fundamental de los sesgos de importaciones y exportaciones en este período, como trataré de probar más adelante.

Sin embargo, sí es lógico pensar que la presión de los intereses proteccio­nistas dispusiera a las autoridades a exagerar los valores de las importaciones; esta reflexión, común a muchos autores en los años treinta ' , fue la que cen­tró el foco de la crítica de Andrés Alvarez. Coincido con él en que, aunque los derechos fueran «específicos», sin embargo, los productores debieron tener interés en que las valoraciones se fijasen a un nivel elevado, para así producir la impresión de que los derechos eran moderados. Pero, en mi opinión, la exa­geración de los valores debió ser ocasional y concentrarse en los años próxi­mos a una revisión arancelaria; esta idea ya la apuntó Vandellós en 1928, refiriéndose a las valoraciones desde 1913:

«Las valoraciones oficiales, cuando no sucede lo que acabamos de decir, se aplican indistintamente a las importaciones y exportacio­nes, desbaratando la exactitud de los valores, cuando, en la pro­ximidad de una revisión arancelaría, éstos son a veces aumentados, como defensa natural contra posibles rebajas de derechos o como medio de obtener el valor exacto nivelando los valores excesiva­mente bajos de años anteriores» '^

" V. Andrés Alvarez (1943), p. 539. " La crítica a la influencia de los grupos de presión durante la Dictadura de Primo

de Rivera, en la confección de las tablas de valores, fue una práctica muy general en los primeros años de la década de 1930. Véase, por ejemplo, E. Lindner (1934), p. 112.

" J. A. Vandellós (1928), p. 409.

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UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

En la década de 1920, y con mayor seguridad en su segundo lustro, las tablas de valores oficiales no sufrieron manipulaciones con fines arancelarios más que en ocasiones excepcionales. Estoy convencido, por otro lado, de que en estos años las autoridades eran ya plenamente conscientes de que la fun­ción de los valores unitarios de las tablas oficiales era primordialmente esta­dística, y que si no consiguieron aproximar estos valores a los precios reales del mercado fue debido a la falta de rapidez para recoger las variaciones de éstos, por ineficacia y confusión de la maquinaria administrativa.

Existe la opinión, bastante extendida, de que la Real Orden de 22 de marzo de 1930, al establecer con fines exclusivamente estadísticos el sistema de valores declarados, erradicó los errores de nuestras estadísticas del comer­cio exterior, de forma automática, a partir de 1931. Sin embargo, indepen­dientemente de que el sistema de valores declarados sea mejor, es lógico pen­sar que los valores elaborados por el nuevo sistema en sus primeros años de aplicación no ofrezcan las debidas garantías '*.

El profesor Andrés Alvarez sugirió un método para reevaluar la serie es­tadística anual del comercio exterior español: dado el grado de concentración del comercio exterior, bastaría con revalorar un reducido grupo de productos con precios de mercado (derivados de publicaciones periódicas nacionales o extranjeras). Esta sugerencia abrió un nuevo camino esperanzador; sin em­bargo, durante muchos años los historiadores han seguido eludiendo el tema. Una nueva fase empieza en 1978, cuando Tortella, Martín Aceña, Zapata y Sanz iniciaron un ejercicio histórico-estadístico ". Partiendo de las críticas de Andrés Alvarez, y siguiendo sus sugerencias, llevaron a cabo la revisión de las valoraciones de seis importantes mercancías (tres de exportación y tres de importación) para los años 1875 a 1913, mediante la utilización de los precios de mercado o valores unitarios obtenidos de las estadísticas más fidedignas de otros países. Posteriormente, en marzo de 1981, Prados de la Escosura publicó un estudio del mismo tipo, pero más completo, ampliando el período desde 1850 a 1913, el número de productos a 28 (16 de exportación y 12 de importación) y su representatividad ". Estos dos trabajos confirmaron las sos­pechas de Gwinner y Andrés Alvarez para el período 1850-1913, aunque no en el grado que éstos suponían.

" Esta sospecha la planteó también Vandellós (1936), p. 74: «Según parece, las cifras actuales, a pesar de no ser tan erróneas como las anteriores, tampoco merecen absoluta confianza, porque los exportadores no se preocupan de declarar el valor exacto de los productos vendidos al exterior, y los importadores, cuando son casas extranjeras, se avie­nen a veces a inflar el precio para facilitar la exportación de divisas de otras empresas que no pueden exportar beneficios.»

" Tortella (1978). " Prados (1981).

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ANTONIO TENA JUNGUITO

El debate acerca de la falta de fiabilidad de las estadísticas del comercio exterior parece centrarse casi exclusivamente en el problema de las valoracio­nes. En este sentido, parece existir un sentimiento común al considerar la no existencia de dificultades adicionales en las cifras reales o cantidades de nues­tras estadísticas ". Esto no es óbice para que algunos piensen que el contra­bando pudo introducir un error adicional en las estadísticas, pero éste es un tema de envergadura y de muy difícil solución que no va a ser abordado en este trabajo. Lo que sí parece razonable es intentar confirmar la débil certi­dumbre existente, para estos años, de que las cantidades registradas en las estadísticas oficiales se aproximaron a las que realmente se comerciaron. Un método sencillo, que permitiría obviar el problema del comercio de tránsito '*, es el de tratar de forma conjunta el comercio total con España de aquellos países que tuvieron un peso importante en nuestro comercio exterior. De esta forma tomaríamos en consideración de forma unitaria los sesgos por «precios» y «cantidades», lo que permitiría, una vez cotejados éstos con los provenien­tes de la muestra por productos (que es una muestra de «precios»), aclarar a grandes rasgos si las «cantidades» introducen o no un error de consideración en la veracidad de las cifras oficiales. Una vez concluida esta comprobación se podrá entrar con mayor confianza en la tarea más ambiciosa de corregir las estadísticas oficiales entre 1914 y 1935. Mi intención es seguir, en líneas ge­nerales, el método de trabajo de Tortella y colaboradores y de Prados de la Escosura, incluyendo en el test una comprobación de las cantidades a través de la muestra por países, a la vez que dar un paso más adelante que mis pre­decesores al rectificar las series del comercio exterior de 1914 a 1935.

Por último, quiero resaltar los objetivos que pretendo llevar a cabo en los apartados siguientes. En primer lugar intento aclarar, mediante un sencillo test, la unidad monetaria en que vienen valoradas las estadísticas del comercio exterior en los años que nos ocupan; posteriormente diré algo acerca del pro­cedimiento y las fuentes que he utilizado, para terminar presentando los ses­gos y las series rectificadas para importaciones y exportaciones.

" «En efecto, no hay razón para suponer ningún sesgo sistemático en las cifras reales, en lo que la terminología de nuestras estadísticas llama "cantidades": toneladas de car­bón, hectolitros de vino, etc.» Tortella (1978), p. 491,

" «Ello trae como consecuencia que el comercio con países tales como Gran Bretaña y Alemania esté subvalorado en la estadística española, por haberse efectuado a través de Francia u Holanda, por ejemplo. (...) El problema es grave para los historiadores que in­tentan contrastar y mejorar nuestras cifras del comercio exterior a partir de estadísticas extranjeras por lo que a cantidades se refiere.» Tortella (1978), p. 494.

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UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

I I . El problema de la unidad monetaria

Existe una gran confusión en la historiografía sobre el problema de la uni­dad monetaria en que vienen expresadas las estadísticas españolas del comer­cio exterior, especialmente en los años en que he situado mi estudio.

La confusión parte del hecho sorprendente de que a partir de 1922, v sin explicación de ninguna clase, empezara a constar en las advertencias prelimi­nares de las estadísticas que la valoración de las mismas se efectuaba en pese­tas-oro. A pesar de este hecho, tanto las publicaciones económicas de investi­gación o información como los autores contemporáneos acusan contradicciones manifiestas a la hora de fechar el comienzo de la valoración en oro en las es­tadísticas españolas del comercio exterior " .

El profesor Andrés Alvarez fue el primero que se decidió a abordar este problema ^. En un primer momento efectuó numerosas consultas entre an­tiguos funcionarios que trabajaron en la sección de valoraciones del Consejo de Economía Nacional, sin conseguir iluminar la cuestión. Posteriormente des­cubriría una evidencia que le llevó a aceptar la «peseta-estadística» como nue­va unidad monetaria en que venían valoradas las estadísticas^'. En mi opinión, el hallazgo de la «peseta-estadística» como nueva unidad monetaria surgió de la extensión metódica de un error inconsciente encontrado en la traducción de oro a pesetas. Esta extensión partió de la necesidad de elegir un criterio claro e infalible que permitiese determinar la unidad monetaria en que vienen valoradas las estadísticas de nuestro comercio exterior. Para ello, Andrés Al­varez se aferró al principio de que, por congruencia y rigor en las estadísticas, «todas las partidas vendrán valoradas en una misma unidad monetaria» ^ . Si-

" Por ejemplo, Vandellós parece valorar las series del comercio exterior en pesetas-oro desde 1913, y en el Dictamen de la Comisión para el estudio de la implantación del pa­trón oro (1929) incluye una serie de valores del comercio exterior de 1921 a 1927 en «millones de pesetas».

'» Andrés Alvarez (1945), pp. 556 a 560. " El criterio que siguió para adoptar una nueva unidad monetaria de valoración, como

la «peseta estadística», tenía su origen en la falta de coincidencia que existía en la par­tida de «oro en monedas» entre el valor dado en ésta al oro y la cotización oficial del kilogramo de oro. Es decir, partiendo «del principio, que parece evidente en sí mismo, de que todas las partidas vendrían valoradas en la misma unidad monetaria, si el valor de esta partida no coincide con el valor oficial de la peseta-oro o de la peseta-plata (peseta corriente), la unidad en que vendría medida esta partida, será el del valor que se fije en ella al oro, y lo bautizó con el nombre de peseta-estadística. De esta forma, al determinar el valor en que viene medida esta partida, se hallaba la unidad monetaria en que se ex­presan los valores del resto de las partidas del comercio exterior de un año determinado».

" «Por desgracia, ni siquiera "el principio" —evidente en sí mismo— está fuera de duda. No todas las partidas del mismo arancel parecen estar valoradas en idéntica unidad monetaria. En ocasiones el oro exportado y el oro importado reciben distintas valoracio­nes en una misma tabla, y lo mismo ocurre con el trigo. Las discrepancias no son muy grandes, pero revelan la incongruencia y la falta de rigor con que se elaboraban las Es­tadísticas del Comercio Exterior.» Tortella (1978), nota 13, p. 493.

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guiendo la línea que apunta Tortella, pienso que la razón de este error se debe buscar no en la adopción de una nueva unidad monetaria, sino en la negli­gencia con que se elaboraban las estadísticas del comercio exterior. Por otro lado, hay quien opina que, a la vista de la multitud de errores que incluyen las estadísticas, el problema de la unidad monetaria resulta irrelevante. Sin embargo, si se quiere establecer una continuidad en las series de comercio exterior que permita estudiar las variaciones de éste a través del tiempo, es ineludible, en este período al menos, aclarar el problema (ya que las relaciones peseta corriente/peseta-oro alcanzan a lo largo de la década de 1920 tasas bas­tante altas y dispares entre sí).

No pareciéndome lógica la propuesta de la peseta-estadística de Andrés Alvarez (ya que supone admitir que la Administración creó una nueva unidad monetaria para valorar las estadísticas del comercio exterior y que varió arti­ficialmente el valor de ésta de unos años a otros), y en un intento de acercar­me de una manera abierta a este problema de la elección de la unidad mone­taria en que están valoradas las estadísticas del comercio exterior español en el período 1914-1935, voy a adoptar un procedimiento estadístico objetivo, re­cogiendo la experiencia llevada a cabo por Prados de la Escosura •'.

Este procedimiento, para averiguar si las valoraciones se medían en pese­tas corrientes o en pesetas-oro, consiste en contrastar un índice de precios de las importaciones españolas, elaborado a partir de las valoraciones oficiales, con otro índice que refleje los precios-oro de las importaciones españolas, es decir, sus precios en el mercado internacional ^^ Para poder ayudar a la com­prensión de estos índices y, sobre todo, para poder enjuiciar, en un período tan corto, las fluctuaciones del primero, es necesario incorporar al contraste un coeficiente o promedio de las apreciaciones y depreciaciones de la peseta en estos años. Por otro lado, para mejorar el contraste, he incorporado un índice que refleja los precios de mercado de los bienes de importación " .

" Prados (1981), pp. 49-50. " El primer índice lo he extraído de una publicación monográfica del INE, Comercio

Exterior de España. Números Índices 1901-1956, Madrid, 1958. El índice abarca una muestra que varía en sus porcentajes de representatividad entre un 56,6 y un 73,4 por 100. Es un índice Paasche, cuya base 100 he trasladado a 1913. El índice de precios inter­nacionales lo obtuve de R. E. Lipsey (1963); a este índice de precios f.o.b. de exporta­ciones domésticas de los USA le acompaña otro en sus fluctuaciones (que no incluyo para mayor claridad del gráfico) de valores unitarios de exportación industrial de Inglaterra, proveniente de Kindelberger (1956), los dos con base en 1913.

" Para el primero, P. Martínez Méndez (1983), p. 581. Estos datos son utilizados en medias anuales, y pueden interpretarse como el valor en pesetas corrientes de 100 pesetas-oro. El último índice utilizado (índice de precios de mercado) lo obtuve de los índices de precios de mercado recogidos en el Boletín de Estadísticas (número extraordinario), «Precios al por mayor y números índices 1913-1941», Dirección General de Estadística, Madrid, 1942. Este índice se valoró con una muestra de 27 artículos de importación, pon­derados según su importancia en el comercio exterior.

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Este estudio pretende, mediante la contrastación de estos números índices, esclarecer el año en que las «estadísticas» comienzan a valorarse en pesetas-oro. Como puede observarse en el gráfico 1, a partir de 1928 el índice de Valora­ciones Oficiales de Importación (IVO), ante los inicios de una fuerte depre­ciación de la peseta, que continúa hasta el año 1932 (como puede seguirse en el gráfico 2), experimenta una caída radical coincidiendo con el descenso del índice de Precios Internacionales (precios-oro). A la vez que esto sucede, se puede observar en este año la separación de este último de la tendencia del índice de Precios de Mercado, de una manera clara, hecho que aleja cualquier duda sobre cuál es el índice que puede influir en la caída del IVO. Es decir, el IVO, en un momento de significativa depreciación de la peseta, no recoge ninguna subida de precios, sino que, muy al contrario, acompaña en su caída al índice de Precios Internacionales (precios-oro), lo que hace del todo impro­bable que las valoraciones oficiales estuvieran medidas en pesetas corrientes. Por tanto, podemos decir que este estudio deja claro que la unidad monetaria en que están medidas las valoraciones a partir de 1928 es la peseta-oro.

Pero ¿qué dice este estudio sobre los años anteriores a 1928? Todo pare­ce indicar que estos años fueron valorados en pesetas corrientes. Desdé 1914 a 1920, las valoraciones de las importaciones no variaron en absoluto (la lige­ra subida del IVO entre 1915 y 1917 puede deberse a cambios en la compo­sición del comercio); habiéndose aplicado en estos años las valoraciones de 1913 y teniendo la referencia (del estudio de Prados de la Escosura) de que éstas fueron medidas en pesetas corrientes hasta 1914, sólo se puede admitir que las estadísticas del comercio exterior, desde este año hasta 1920, siguen siendo valoradas en pesetas corrientes. Para resumir, se puede decir que en los años que van de 1921 a 1928 (como muestran los gráficos 1 y 2) el IVO, a excepción de 1927, mantiene cierta sensibilidad a las apreciaciones y depre­ciaciones de la peseta, pudiendo observarse al mismo tiempo una insensibili­dad del mismo con respecto al índice de Precios Internacionales (precios-oro) en todos los años, salvo en 1922, 1923 y 1926, años en los que las variacio­nes de este índice coinciden con las que presenta el índice de Precios de Mer­cado. El análisis de los índices no muestra de forma inequívoca que la unidad monetaria en que están valoradas las importaciones desde 1920 a 1928 sea la peseta corriente; la conclusión a la que he llegado se basa en que, a pesar de las arbitrariedades a que estuvo sometida la elaboración de las «valoracio­nes», la evolución del IVO no muestra la posibilidad razonable de que a par­tir del año 1920 o de 1922 se empiecen a valorar en oro las estadísticas, y sugiere, al contrario, que la unidad de medida hasta 1928 fuera la peseta corriente. Por otro lado, la coincidencia con el profesor Andrés Alvarez en el año 1928, como fecha en que comienza la valoración en oro, es una garantía más para elegir este año como clave al ser éste el primer año, en toda la his-

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toria de las estadísticas del comercio exterior español, en que el valor del kilo­gramo de oro, en la partida de «oro en monedas», coincide con el oficial de 3.100 pesetas-oro.

I I I . El procedimiento y las fuentes

Antes de presentar los resultados de la revalorización de las series del co­mercio exterior de 1914 a 1935, voy a exponer resumidamente el procedi­miento que he utilizado y a resaltar las dificultades más significativas con las que me he encontrado, para plantear, en definitiva, las carencias de las que adolece este trabajo.

El primer paso fue calcular los precios o valores unitarios oficiales a partir de las estadísticas del comercio exterior ^*'. El procedimiento seguido fue el de la elección de una muestra amplia de productos de importación y exporta­ción que mantuvieran cierta permanencia a través del tiempo, representando el mayor valor posible " . Posteriormente, la muestra de productos elegida que­dó limitada a aquellos para los que encontré series de precios internacionales adecuadas.

La construcción de una serie de precios estimados de mercado adecuados a esta muestra la realicé contando con las estadísticas del comercio exterior de Inglaterra, Estados Unidos y Francia, para el período 1914-1935, y Alema­nia, para el período 1925-1935. De estas estadísticas, el material que he uti­lizado ha sido el correspondiente al comercio con España en valores y canti­dades, a partir del cual he obtenido valores unitarios para una serie de pro­ductos elegidos en función de su peso en el comercio exterior español ^' Es

' ' Dirección General de Aduanas, Estadísticas del Comercio Exterior, 1913-1935. La colección completa para estos años (exceptuando el año 1923, que, al parecer, no se pu­blicó nunca) la consulté en la Dirección General de Aduanas. El cálculo de las valoracio­nes lo efectué dividiendo el valor por la cantidad en la estadística.

" Para ello efectué una exploración previa en tres años del período (1922, 1926, 1930), en orden a acotar la muestra en un número determinado de productos de importación y exportación, que mantuvieran cierta continuidad en el tiempo, de forma que hicieran viable el trabajo.

" Las estadísticas del comercio hispano-británico de 1914 a 1935 se encuentran mi-crofilmadas en la biblioteca del Banco de España. Las estadísticas del comercio hispano­francés (1915-1935) e hispano-alemán (1920-1935) me fueron facilitadas, amablemente, por el profesor Jordi Palafox, Para el comercio hispano-norteamericano utilicé, en primer lugar, la serie de volúmenes de las estadísticas oficiales norteamericanas, que se puede encontrar también en la biblioteca del Banco de España, Foreign Commerce and Naviga-lion of the USA (1920-1935). Para algunos productos utilicé una serie de medias de va­lores unitarios de importantes artículos de importación y exportación provenientes de The Statistical Abstract o/ the USA (1914-1935), elaboradas a partir de las estadísticas del comercio exterior de Estados Unidos.

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decir, he utilizado las series de precios o valores unitarios que ofrecen las esta­dísticas del comercio exterior de los principales países que comerciaban con España, para convertirlas en unidades homogéneas adecuadas a la muestra de productos elegida, de forma que fuera posible el cotejo entre las respectivas se­ries de precios.

Para la homologación de las diferentes unidades de capacidad y peso de los sistemas no decimales (inglés y americano) utilicé tablas de equivalencias. La conversión en pesetas corrientes o pesetas-oro de las series de precios ex­tranjeros la realicé mediante el empleo de las medias anuales de series de tipos de cambio mensuales, facilitadas por P. Martínez Méndez, para el dólar, la libra, el franco y el precio de la peseta-oro. Para el marco utilicé una serie procedente de las Estadísticas Básicas ^.

La intención inicial de este trabajo era conseguir una muestra de produc­tos que llegara a representar, al menos, el 50 por 100 del valor tanto de las importaciones como de las exportaciones. El primer problema con el que me encontré, para conseguir unas muestras representativas, fue la mayor agrega­ción en que se encontraban registradas las partidas extranjeras respecto a las españolas, lo que impedía la comparación de algunos importantes productos. Esta dificultad la solventé, en algunos casos, efectuando la selección de pro­ductos en las estadísticas españolas, a partir de los resúmenes por países, lo que me permitió conocer las cantidades de productos diferentes en la estadís­tica española que conformaban la partida agregada del país correspondiente, de forma que pude realizar las ponderaciones necesarias ^.

En las importaciones existía una dificultad adicional para conseguir una muestra amplia lo suficientemente representativa. Esto se debió a la comple­jidad de un grupo importante de productos manufacturados (como sucede con los artículos pertenecientes a la clase V del Arancel; Maquinaria, Aparatos y Vehículos), que resultaron casi en su totalidad imposibles de homologar con

•' Las primeras provienen de P. Martínez Méndez (1983); la segunda, de Estadísticas Básicas... (1975), p. 320, tabla 6.6.

" En el caso del vino, por ejemplo, la estadística inglesa no distingue el tipo de vino que se importaba de España, por lo que calculé el precio de éste en la estadística españo­la ponderando las cantidades de vinos de Málaga y viiios de Jerez que se exportaban a Inglaterra (se exportaban casi exclusivamente estos dos tipos de vino), con lo que conseguí un tipo de vino homologable con el de la estadística británica. Este mismo procedimiento lo utilicé para homologar el vino tinto y blanco común de la estadística española con el «vino común» de la estadística francesa; con el corcho en virutas y el corcho en tablas de la estadística española, para el «corcho no manufacturado» de la estadística inglesa, o en las importaciones de hulla y antracita, para el «carbón» de la estadística inglesa. Este método de selección de productos, en las estadísticas españolas, a partir de los resúmenes del comercio por países, me permitió, a su vez, elegir el precio internacional del país con el que se comercializaba el producto en mayor medida, al mismo tiempo que aclarar ter­minologías distintas o confusas usadas en las diferentes estadísticas para un mismo pro­ducto.

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las partidas similares procedentes de las estadísticas de sus países de origen. De esta forma se restringió, en gran medida, el número de productos que fue posible incluir en la muestra representativa de las importaciones, al ser este tipo de productos una parte notable del valor importado en este período.

En definitiva, la muestra de productos escogidos quedó reducida a 16 de exportación y 13 de importación, con una representatividad media en el pe­ríodo del 51 y 29 por 100, respectivamente. Siendo las mercancías considera­das, para las exportaciones: mineral de hierro, plomo en galápagos, mercurio, corcho manufacturado, corcho no manufacturado, cueros y pieles de ganado cabrío, cueros y pieles de ganado lanar, uvas, naranjas, cebollas, patatas, arroz, almendras, vino de Jerez y de Málaga, vino común y aceite de oliva; para las importaciones empleé: carbón, gasolinas, algodón en rama, tabaco en rama, yute y demás fibras, caucho y gutapercha, muías y mulos, patatas, automóvi­les, sulfato amónico, fosfatos naturales, huevos y maíz.

Una vez conseguidas las series de precios internacionales para este grupo de mercancías que acabo de enumerar, fue preciso aproximar lo más posible estas series a su valor teórico en nuestras fronteras. Es decir, adecuar los valores unitarios provenientes de las estadísticas extranjeras a las estadísticas espa­ñolas del comercio exterior —exportaciones f.o.b. e importaciones c.i.f.—, para lo cual resultó necesario sustraer el costo de los fletes, seguros marítimos y comisiones mercantiles a los valores unitarios de las mercancías exportadas y realizar la operación inversa para los productos importados.

Los fletes utilizados proceden de fuentes diversas: para algunos productos conseguí información relativa a puertos diferentes de llegada durante algunos años seguidos, pero para la mayoría de ellos la información que obtuve venía referida a costes medios anuales de llegada a las costas españolas, por lo que recurrí a trasladar el coste de flete por producto a través del tiempo con ayu­da de un índice general de fletes. Para los productos importados utilicé una información, recogida por el Burean of Foreign and Domestic Commerce of the USA, del coste del flete para 11 productos desde los Estados Unidos a la costa atlántica y mediterránea española en 1926 e información recopilada por J. L. García Delgado ". Para los productos exportados utilicé la estimación de fletes elaborada por Prados para productos españoles exportados a Ingla­terra en 1913 ' . Por otra parte, dispuse de dos índices generales de fletes: uno para aguas europeas y otro para aguas norteamericanas (incluidos en The Economist, febrero 1938), pero que no incluyen los años de la guerra; por

" En el primer caso, A. E. Sanderson (1926); las cifras de fletes para el «carbón in­glés» y «mineral» para diferentes puertos de 1914 a 1920, en I. L. García Delgado (1973), pp. 359 y 360.

" Para los productos exportados: los elaborados por Prados, a partir de los informes de los cónsules en España, recogidos en los Parliamentary Papers (inéditos). Me fueron facilitados, amablemente, por el propio autor.

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esta razón, y por merecerme mayor confianza, sólo utilicé el índice general elaborado por Isserlis, tanto para los productos exportados como para los im­portados '^. Por último, incorporé en el cómputo de los costes por fletes un porcentaje estimado de los seguros marítimos y de las comisiones mercantiles percibidas por los agentes comerciales en el país de destino. Para los seguros partí de una tasa estimada del 0,5 por 100 del precio del producto para 1913, que moví a través del período con ayuda del índice general de Isserlis, puesto que, razonablemente, éstos varían conforme al grado de seguridad en la nave­gación, como reflejan, para un período corto, las variaciones de un índice ge­neral del coste del flete. A esta tasa le añadí un porcentaje fijo del 2 por 100, representativo de la comisión mercantil para todo el período.

Como resultado de sumar estos costes de flete a las series de precios in­ternacionales de los artículos de importación y sustraérselos a los de exporta­ción, hallé unas nuevas series de precios homologables con los precios c.i.f. de importación y f.o.b. de exf)ortación de las estadísticas españolas.

Como adelanté en el primer apartado, mi intención era realizar un test adicional para comprobar la veracidad de las cantidades registradas en las estadísticas oficiales. Este ejercicio consistió, primeramente, en realizar una contrastación del comercio total de importación y exportación de España con sus principales proveedores y clientes, según las estadísticas españolas y ex­tranjeras. Para ello comparé conjuntamente los totales del comercio con Es­paña en las estadísticas inglesas, norteamericanas, francesas y alemanas con los correspondientes valores de las estadísticas españolas ^. Para realizar este contraste sustraje a las exportaciones el coste de los fletes, seguros y comisio­nes mercantiles y realicé la operación inversa con las importaciones. El cálcu­lo de estos costes de transporte lo efectué mediante el procedimiento del «factor f le te» ' ' .

" L. Isserlis (1938). " Con este procedimiento es posible superar las discrepancias individuales entre las

estadísticas españolas y extranjeras, derivadas de las reexportaciones o el comercio de tránsito, ya que la suma de los valores totales de estos países tiende a compensar estas diferencias.

" El «factor flete» es el porcentaje que representa el coste de transporte de un grupo de productos sobre el valor total de esos mismos productos, f.o.b. para las importaciones y c.i.f. para las exportaciones.

Ffi (importaciones ) =

Ffx (exportaciones) =

Li/i f.o.b.

l i X , c.i.f.

Para las importaciones utilicé una muestra de fletes norteamericanos de seis productos representativos (maíz, aceite de lubrificación, acero, algodón, resinas y carbón), a la que

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Por último, utilicé esta muestra por países para ayudar a rectificar, junto con la muestra por productos, la serie de valores oficiales de importaciones. Esto lo hice en vista de la falta de representatividad (29,2 por 100) de la que adolece la muestra por productos, a lo que hay que sumar el sesgo de la misma hacia los productos primarios, cuyo peso en la muestra es despropor­cionado, dado que los artículos manufacturados representaban una proporción sustancial de nuestras importaciones.

IV. Las importaciones

Voy a comenzar el análisis de los sesgos de la serie de importaciones par­tiendo de los porcentajes que representan las respectivas muestras anuales por mercancías y países sobre el total de las importaciones.

CUADRO IV-1

Porcentaje de la muestra sobre las importaciones totales (1914-1935)

X S CV

Muestra por productos 29,2 4,7 0,16 Muestra por países 54,9 13,2 0,24

X: media aritmética; S: desviación típica; CV: coeficiente de variación.

FUENTE: Calculados a partir del Ap. cuadro IV-2.

Como se puede apreciar, la representatividad media de la muestra por pro­ductos, a pesar del esfuerzo realizado, deja que desear (el porcentaje es mayor al que da Tortella y similar al de Prados ^ ) , sobre todo si se piensa en corre-

añadí los respectivos porcentajes de los seguros y las comisiones mercantiles. Mediante este procedimiento obtuve dos «factores fletes», uijo «fuerte», que incluía el alto por­centaje del carbón, y otro «moderado», que lo excluía. Para las exportaciones hallé el «factor flete» utilizando una muestra de ocho productos (aceite de oliva, almendras, pasas, vino, corcho, naranjas, mineral de hierro y plomo). Las sumas y sustracciones de las se­ries anuales de «factores fletes» para importaciones y exportaciones, respectivamente, las llevé a cabo país a país, para agregar posteriormente sus respectivos valores c.i.f. y f.o.b. Esto me permitió aplicar a Francia y Alemania el «factor flete moderado», más cercano probablemente a los costes de transporte en que incurrieron las importaciones proceden­tes de estos dos países.

" El porcentaje que da Tortella y colaboradores es cercano al 17 por 100 en las im­portaciones, y el de Prados, alrededor del 29 por 100. Véanse, respectivamente, Tortella (1978), p. 496, y Prados (1981), p. 52.

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gir la serie de importaciones. La representatividad media de la muestra por países es del 54,9 por 100, por lo que resulta imprescindible a la hora de analizar los sesgos en las importaciones, teniendo presente que en esta mues­tra, además de los precios, se toman en consideración las cantidades y que, por la mayor desagregación, la estimación realizada producto a producto tien­de a ser más precisa.

En lo referente a la dispersión que presentan las muestras anuales, tanto los coeficientes de variación como los mínimos de representatividad del Ap. cuadro IV-2 (18,8 por 100 en 1920 para la muestra por productos y 42 por 100 para la de países en 1922) no reflejan problemas importantes en las representatividades de las respectivas muestras.

CUADRO IV-2

Errores o diferencias relativas de las muestras de importación (1914-1935)

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Muestra por productos 24,6 (—18,5) 20,2 0,82 Muestra por países 23,8 (—20,9) 30,1 1,44

FUENTE: Calculados a partir del Ap. cuadro IV-2.

Como reflejan los estadísticos, las importaciones incluyen un error medio para toda la serie, en las dos muestras, por encima del 20 por 100 (medias calculadas en valores absolutos a fin de evitar compensaciones). Las medias recogidas entre paréntesis (que respetan el signo de cada porcentaje anual) reflejan una infravaloración, en ambas muestras, cercana al 20 por 100.

En el gráfico 3 y el Ap. cuadro IV-2 se ofrecen las diferencias relativas o errores porcentuales de los valores oficiales respecto a los valores estimados para las muestras de productos y países anuales. Lo primero que llama la aten­ción de este contraste es el alto grado de coincidencia en los sesgos de los valores oficiales de ambas muestras, que reflejan conjuntamente una infravalo-ración general para todo el período, si bien los sesgos negativos de la muestra por países son ligeramente mayores. Una razón que permite explicar esta pe­queña divergencia reside en la distinta composición de las dos muestras, ya que la muestra por productos está compuesta fundamentalmente por materias primas y alimentos, mientras en la muestra por países tienen una influencia mayoritaria los precios de los productos manufacturados (al estar compuesta por las exportaciones de los principales países industrializados). En consecuen-

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cia, la distinta evolución de los precios de los productos primarios y de los manufacturados condicionaría una u otra muestra, respectivamente''. Natural­mente, existen discrepancias que provendrían del diferente registro de las can­tidades efectuado en las estadísticas españolas y extranjeras. La mayor infra-valoración de la muestra por países (que, como se recordará, toma en consi­deración simultáneamente los sesgos en las cantidades y en los precios o va­lores unitarios) podría deberse, por tanto, a la ocultación de cantidades en las estadísticas, causada tanto por la ineficiencia de la maquinaria administrativa como por el contrabando. En resumen, la evolución paralela de los sesgos en las dos muestras por debajo del eje 0-0, en el gráfico 3, me lleva a concluir que durante el período de 1914-1935, a diferencia de lo que la historiografía sustenta, las valoraciones oficiales de las importaciones están infravaloradas, salvo en los años excepcionales de 1921, 1928 y 1930.

Estos resultados, por otro lado, me inducen a sustentar las siguientes re­flexiones :

a) Que los tan discutidos déficits de los años veinte no pueden ser acha­cados a la sobrevaloración de las importaciones, como la interpretación gene­ralmente aceptada ha mantenido hasta el presente.

h) Que la responsabilidad en los errores, en las importaciones, para este período no se puede atribuir a los grupos de presión proteccionista, salvo, quizá en alguna medida, en 1921, 1928 y 1930^.

c) Que las valoraciones de las estadísticas, en la medida que recogían el movimiento de los precios internacionales, se referían a precios de merca­do de uno o más años antes, ya que las tablas de valores anuales se confec­cionaban con retrasos, y las valoraciones de las estadísticas de cada año están basadas en los valores registrados en estas tablas.

La justificación de los dos primeros puntos es evidente y se desprende de los resultados presentados en el Ap. cuadro IV-2 y el gráfico 3; la del punto c) la voy a intentar fundamentar a continuación.

El hecho habitual, durante estos años, fue que las tablas de los valores unitarios elaboradas con informaciones recogidas en el año corriente no se

" La tendencia de los precios de los productos manufacturados, salvo en los años de la Primera Guerra Mundial, es de un mayor ascenso relativo a la de los productos pri­marios. Como se puede ver en J. Spraos (1980).

" En estos años puede tener sentido, al estar exageradas las valoraciones, que fueran los grupos de presión proteccionista quienes propiciaran esta sobrevaloración. Los años de 1921 y 1928 son años próximos a reformas arancelarias, y en 1930 existia la convicción de que los derechos tendrían que ser elevados como defensa frente a la crisis 'mundial. Por tanto, pudo existir el interés de aumentar las valoraciones, con la intención de dar la impresión de que los derechos, en ese momento, eran moderados y propiciar, de esta forma, una revisión al alza.

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aplicaran nunca al año correspondiente. Como explica el profesor Andrés Al-varez:

«Es cierto que a partir de 1920 se publicaron tablas de valores para todos los años, pero es muy cierto también que sólo por rara excepción se aplicaron a la estadística de un año los valores ofi­ciales correspondientes al mismo, pues cuando se terminaba la ela­boración de la tabla de valores de un año la Estadística del Co­mercio Exterior del mismo estaba ya elaborada, valorada y publi­cada; así los precios unitarios aplicados a las mercancías eran los de las tablas oficiales más recientes de que se disponía» ^.

Es, por tanto, posible que la infravaloración de las importaciones fuera debida a que las valoraciones en la estadística estuvieron influenciadas por la evolución de los precios internacionales de años anteriores. Una justificación más detallada de las razones de estos sesgos sería la siguiente.

Durante los años de la Primera Guerra Mundial y postguerra, 1914-1920, la infravaloración de las importaciones fue acentuándose progresivamente has­ta 1920, donde alcanza porcentajes superiores al 70 por 100 en las dos mues­tras (véase gráfico 3). Las razones de tan altos porcentajes de error son evi­dentes, ya que en estos años de guerra no se modificaron las valoraciones y hasta 1920 se aplicaron las tablas de valoración de 1913. No se recogieron, por tanto, las fuertes subidas del nivel general de precios ni los cambios en los precios relativos que caracterizaron estos años. En el año 1921 se aumen­taron las valoraciones sustancialmente (véase IVO en el gráfico 1) con el propósito de adecuarlas a los altos precios internacionales del período de guerra. Esto produjo la sobrevaloración de las importaciones, ya que los pre­cios internacionales, en 1921, habían disminuido de forma importante (véase gráfico 4). Disminuyeron las valoraciones en 1922 al recoger este año la ten­dencia a la baja que desde 1921 tenían los precios internacionales. En el año 1923, aunque incrementaron ligeramente las valoraciones (véase IVO en el gráfico 1), éstas no alcanzaron a la subida de los precios internacionales de este año, con lo que se incrementó la infravaloración. En 1924 se consigue reducir la infravaloración al mantener las valoraciones cuando los precios in­ternacionales estaban disminuyendo. Al año siguiente se repetiría el mecanis­mo, al transmitir la caída de los precios del año anterior a las valoraciones de 1925 en el momento en que éstos estaban ascendiendo ligeramente. A par­tir de este año parecen tener razón los que opinaban que los esfuerzos de la sec­ción de valoraciones del Consejo de Economía Nacional empezaron a dar sus

Andrés Alvarez (1943), p. 545.

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frutos'"', ya que se emprendió una progresiva disminución de los errores de infravaloración en 1926, 1927 y 1928 (en este último año ya aparece una clara sobrevaloración); a este proceso, evidentemente, ayudó el notable declive de los precios internacionales de 1926 y 1927. En 1929 se redujeron mucho las valoraciones y se consiguió eliminar la sobrevaloración, mientras los precios internacionales permanecían prácticamente estables. En el año 1930, las valo­raciones se aumentaron débilmente, mientras los precios internacionales dis­minuían bruscamente, lo que ocasionó una evidente sobrevaloración. A partir de 1931, con la introducción del sistema de valores declarados, se volvió a la infravaloración, que constituyó la tendencia, en los años estudiados, de las es­tadísticas de importación.

Una vez cuantificados y analizados los errores, el siguiente paso consiste en reconstruir una nueva serie anual de importaciones. El procedimiento se­guido es el de la rectificación de la serie oficial mediante la división del valor estimado por el oficial en las muestras. Antes de seguir adelante es necesario, sin embargo, volver a plantear el problema de las diferentes coberturas y re-presentatividades de las dos muestras con las que contamos.

Existe, como ya se ha comentado, una cobertura de representatividad y una composición diferente en las muestras por países y productos que se han utilizado en el estudio de los sesgos: las primeras corresponden grosso modo a artículos manufacturados, con una representatividad superior al 50 por 100 del total de las importaciones, en tanto las segundas contienen casi exclusiva­mente productos primarios, con una cobertura cercana al 30 por 100. De cara al intento de reconstrucción he refinado las muestras de productos y de países mediante la eliminación, en la primera, de productos manufacturados

CUADRO IV-3

Porcentaje de cobertura de las muestras sobre las importaciones totales

X J CV

Productos primarios (muestra productos) 25,1 4,35 0,173 Manufacturas (muestra países) 43,2 13,04 0,303

FUENTE; Calculado a partir del Ap. cuadro IV4.

" «Cuando los servicios de Estadística del Comercio Exterior estuvieron en el Conse­jo de Economía Nacional, o sea del 24 al 30, la Sección de Valoraciones puso todo su esfuerzo y su buena voluntad en corregir estos defectos, y así estableció la diferencia en­tre el "valor arancelario" y el "estadístico", como hemos visto anteriormente, y elaboró valores estadísticos, con los datos de que podía disponer, en los años en que no se habían ultimado a tiempo las tablas correspondientes. A consecuencia de estos esfuerzos se redu­jeron, probablemente, los errores; pero asusta pensar cuáles serían éstos antes, a juzgar por la magnitud de los que aún quedaron después.» Andrés Alvarez (1943), p. 545.

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como automóviles, sulfato amónico y gasolinas y, en la segunda, de productos primarios como algodón en rama, tabaco en rama, carbón, madera común y muías. De esta forma logré que la muestra de productos represente exclusiva­mente a materias primas y productos alimentarios, y la de países, de manera aproximada, a las manufacturas.

La conjunción de las muestras de productos primarios y manufacturas per­mite que la cobertura de los coeficientes de rectificación sea del 68,3 por 100, superando, por tanto, el 50 por 100 que se considera el mínimo aceptable para llevar a cabo un intento de rectificación de las cifras oficiales. La forma de corregir las series oficiales de importaciones totales sería la de aplicar los coeficientes de rectificación estimados separadamente para las importaciones de productos primarios y para las importaciones de artículos manufacturados. Mediante la estimación de la división porcentual de las importaciones oficia­les entre manufacturas, de una parte, y alimentos y materias primas, de otra '" , he calculado el valor que representan estos dos grupos de mercancías en las importaciones totales. Posteriormente, a este valor oficial de productos prima­rios y manufacturados le he aplicado los coeficientes correctores elaborados a partir de las muestras de ambos tipos de productos (Ap. cuadros IV-4 y IV-5). La suma de ambas series proporciona la correspondiente a las importaciones totales estimadas a precios corrientes, que se presentan en el Ap. cuadro IV-6 y en el gráfico 5.

V. Las exportaciones

El sistema que se va a utilizar para el análisis de los sesgos de las expor­taciones es muy similar al usado anteriormente con las importaciones. En este caso, las muestras de productos y países, a diferencia de lo que ocurría con las importaciones, tienen una cobertura de representatividad y una composi­ción por productos muy similares.

CUADRO V-1

Porcentaje de las muestras sobre las exportaciones totales (19141935)

= j —

Muestra por productos 50,9 11,3 0,223 Muestra por países 59,3 4,8 0,081

FUENTE: Calculados a partir del Ap. cuadro V-2.

" Los porcentajes que abarcan los productos primarios y los artículos manufacturados sobre el total de las importaciones los he representado por las letras griegas a y 8, res­pectivamente, en los Ap. cuadros IV-4 y IV-5.

101

ANTONIO TENA JUNGUITO

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102

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

La muestra por productos está formada por 16 productos, en su mayoría minerales y productos alimenticios, y caracterizan fielmente a las exportacio­nes de estos años. Su representatividad media está por encima del 50 por 100, la dispersión de la serie oscila entre el 32 por 100 de 1921 al 65 por 100 de 1927 y 1932, y el coeficiente de variación refleja una representatividad aceptable para la serie. La muestra por países presenta unos estadísticos de cobertura y de dispersión mejores que la anterior, pero la mayor agregación de la que se parte para su cálculo y la especial situación del registro de las estadísticas extranjeras en algunos años la hacen irregular en su fiabilidad para la corrección de la serie de exportaciones.

CUADRO V-2

Errores o diferencias relativas de las muestras de exportación (1914-193?)

\x\ )r j cv

Muestra por productos 20,7 (—16,3) 16,1 0,777 Muestra por países 19,2 (+ 4,9) 15,2 0,795

FUENTE: Calculados a partir del Ap. cuadro V-2.

El error medio de la muestra por productos en la serie de exportaciones está, como en las importaciones, por encima del 20 por 100 (en valores abso­lutos). Por otro lado, si se respeta el signo de las diferencias relativas anuales, la media (X = —16,3) refleja una infravaloración general para toda la serie, también como en el caso de las importaciones. La muestra por países tiene un error medio también cercano al 20 por 100 en valores absolutos, pero si se cuenta con los signos de las diferencias relativas anuales {X — +4,9) el panorama es completamente diferente. En el Ap. cuadro V-II y en el gráfico 6 se puede observar claramente la evolución opuesta de las diferencias relativas en ambas muestras durante el período 1914-1918 y el posterior acercamiento de éstas a partir de 1919 y hasta el final de los años que nos ocupan. Es decir, las cantidades totales del comercio de importación con España registra­das en las estadísticas extranjeras, en los años de 1915 a 1918, inclusive, son muy bajas comparativamente con las registradas en las estadísticas españolas. La coincidencia de estos años con los del período bélico apuntan con seguri­dad a la existencia de problemas en la contabilización de las entradas en las estadísticas del comercio exterior de los países beligerantes.- Son, por tanto, estos errores del período bélico los culpables de la diferencia en el signo y en

103

ANTONIO TENA JUNGUITO

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104

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

el valor de las medias aritméticas de las dos muestras, ya que en el resto de los años se observa una tendencia a la infravaloración muy similar en las mismas.

La infravaloración es una característica permanente desde 1915 hasta 1928, y, como ocurría en las importaciones, los mayores sesgos negativos tienen lu­gar al final de la Primera Guerra Mundial y se moderan posteriormente has­ta 1925, que con 1926 son años en que se acentúa la infravaloración. A partir de estos años los sesgos disminuyen progresivamente, haciéndose ligeramente positivos de 1928 en adelante. Los años treinta, con excepción del salto de 1930 a 1931 (que también ocurría en los sesgos de importaciones), son de sesgos muy débiles y, salvo 1934, positivos.

La evolución similar de los precios internacionales de importaciones y ex­portaciones (gráfico 7), así como los parecidos sesgos que presentan las dos series (véase gráfico 8), dan a entender que, al igual que en las importaciones, las valoraciones estuvieron influenciadas por la evolución de los precios inter­nacionales de años anteriores.

La construcción de una nueva serie anual de exportaciones la realicé ex­clusivamente a partir de la muestra por productos (por las razones expuestas). El método seguido fue el de hallar un coeficiente corrector para cada muestra anual, dividiendo el valor estimado por el oficial a lo largo de toda la serie. La nueva serie estimada a precios corrientes para las exportaciones se presen­ta en el Ap. cuadro V-3 y el gráfico 9.

VL Conclusiones

Los resultados de este trabajo demuestran que la hipótesis del profesor Andrés Alvarez, sobre el origen de los sesgos en las cifras oficiales del comer­cio exterior, no explica ni predice la dirección real de los mismos durante el período 1914-1935. En estos años, tanto las importaciones como las exporta­ciones están infravaloradas con porcentajes parecidos y cercanos al 17 por 100. En ambos casos, el perfil de los errores anuales tiene una evolución muy si­milar y tiende a disminuir a medida que avanza el período, persistiendo, aun­que más débilmente, después de 1931. Estos rasgos me han impulsado a pen­sar, primero, que existió una causa común en la infravaloración de los dos sectores y, segundo, que ésta fue perdiendo influencia sobre las estadísticas del comercio exterior a medida que avanza el período, y mayormente en los últimos años del mismo.

En los años que nos ocupan, como he pretendido demostrar al efectuar el análisis de los errores, la causa común, para importaciones y exportaciones, que produjo la subestimación de las mismas fue simplemente el deficiente

105

ANTONIO TENA JUNGUITO

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UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

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107

ANTONIO TENA JUNGUITO

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108

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

funcionamiento de la administración aduanera y de su sección de valoraciones. Las tablas de valores anuales se confeccionaban con retrasos, y las estadísticas de cada año se basaron en los valores registrados en estas tablas. Por tanto, las estadísticas, en la medida en que recogían el movimiento de los precios internacionales, se referían a precios de uno o más años antes, siendo, en de­finitiva, la evolución de los precios internacionales la que parece haber influi­do mayormente en que las valoraciones estén subestimadas. Por otro lado, en los últimos años del período la técnica valorativa mejoró, sobre todo a partir de la implantación del sistema de valores declarados, y las estadísticas ten­dieron a recoger con mayor aproximación las fluctuaciones de los precios del año corriente.

Este trabajo también llega a la conclusión, a la vista de las nuevas series obtenidas, que el método que utilizó Vandellós le llevó a resultados erróneos y que, por tanto, cualquier análisis del comercio exterior basado en sus datos conduce a interpretaciones equívocas *^. Los déficits comerciales que Vandellós presentaba como exagerados (sobre todo de 1921 a 1925) parecen haber exis­tido en la realidad en magnitudes similares a las dadas por las cifras oficiales, con la salvedad de los déficits estimados a partir de 1930, que resultan ma­yores que los dados oficialmente.

Los errores medios (en valores absolutos) encontrados en las estadísticas de 1914 a 1935 (24 por 100 en las importaciones y 20 por 100 en las expor­taciones) implican la existencia, en este período, de sesgos mayores que los hallados por Tortella y Prados para períodos anteriores. Sin embargo, si pres­cindimos de los años no valorados (1914-1920), los porcentajes se reducen a 10,8 por 100 en importaciones y 14,4 en exportaciones, que se aproximan mucho a los dados por Prados en su período.

Una vez concluido el trabajo de rectificación de la balanza comercial se abre la posibilidad de estimar una balanza de pagos para este período, v co­menzar el estudio en profundidad de las tendencias y fluctuaciones del comer­cio exterior y su contribución al crecimiento económico español en el primer tercio del siglo xx.

" Véase, por ejemplo, S. Florensa Palau (1979), artículo donde se intenta aclarar la influencia de la política comercial en los años veinte sobre nuestros intercambios con el exterior, con el apoyo de las series de Vandellós.

109

ANTONIO TENA JUNGUITO

Ap. CUADRO IV-1

Años

1914

1915

1916

1917

1918

1919

1920

1921

1922

1923

1924

1925

1926

1927

1928

1929

1930

1931

1932

1933

1934

1935

IMPORTACIONES (MUESTRA PRODUCTOS)

Valor oficial (muestra)

271.894 350.598 276.895 231.352 163.962 229.370 266.930 773.770 676.174 872.388

1.001.378 821.238 788.462 920.172

830.516 *

682.313 * 584.697 * 384.676 * 299.225 * 233.356 * 202.669 *

Valor estimado (muestra)

298.481

459.789 482.662 538.821

564.390 701.140

1.080.241 652.884 699.470

1.034.091

1.117.950 1.079.189

861.908 880.491

793.561 * 914.770 * 820.442 * 865.412 * 847.627 * 597.752 * 534.884 *

IMPORTACIONES

(MUESTRA PAÍSES)

Valor oficial (muestra)

501.251 754.867 890.098 516.776 296.427 685.670 764.390

1.496.356 1.127.134

— 1.302.853 1.182.075 1.142.637 1.427.977 1.529.045 * 1.431.021 * 1.267.338*

586.906 * 434.525 * 385.061 * 397.569 * 410.287 *

Valor estimado (muestra)

505.074

653.105 906.348 962.804 734.488

1.473.036

2.732.603 1.400.035 1.190.577 1.318.104

1.549.443 1.881.749 1.568.117 1.551.356 1.404.716* 1.466.885* 1.238.694 *

794.897 * 584.274 * 469.436 * 579.773 * 591.695*

Pesetas-oro.

110

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

Ap. CUADRO IV-2

Años

1914

1915

1916 1917

1918 1919

1920 1921

1922

1923

1924

1925

1926

1927

1928

1929 1930

1931 1932

1933

1934

1935

Porcentaje de la muestra

(productos) respecto al

comercio total {%)

26,5

36,1

29,3

31,5

27,8

25,5

18,8

27,3

24,9

29,8

34,2

36,6

36,7

35,7

27,6

24,9 23,9

32,7

30,7

27,9

23,7

Diferencia relativa

V. ofi. — V. esti.

V. estimado (%)

— 8,9

—23,7

—42,6

—57,1

—70,9

—67,3

—75,3 + 18,5

— 3,3 —15,6

—10,4

—23,9

— 8,5

+ 4,5 + 21,8

— 1,8 + 19,4

— 9,5 —14,9

— 9,5

— 9,7

Porcentaje de la muestra

(países) respecto al

comercio total (%)

48,0

77,0

84,0

70,0

50,0

76,0

53,0

53,0

42,0 —

44,0

52,0 53,0

55,0

51,0

52,0 51,0

49,0

45,0

46,0 47,0

47,0

Diferencia relativa

V. ofi. — V. esti.

V. estimado {%)

+ 7,5

+ 15,5

— 1,8

—46,3

—59,6

—53,4

—72,0

+ 6,8

— 5,3 —

—15,9

—37,2

—27,1

— 7,9

+ 8,8

— 2,4

+ 2,3 —26,1

—25,6

—17,9

—31,4 —30,6

FUENTE: Cuadro IV-1.

111

ANTONIO TENA JUNGUITO

Años

1914 1915 1916 1917 1918 1919 ... 1920 1921 1922 1923 1924 1925 ... 1926 1927 1928 1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935

Ap.

1

Porcentaje de la muestra

(productos primarios) respecto al

comercio total (%)

26,5 35,8 29,2 31,4 27,7 25,3 18,1 25,2 21,3 23,1 26,1 29,0 26,9 27,6 21,7 18,4 19,1 25,5 26,3 22,5 20,8

CUADRO IV-3

tnportaciones

Diferencia relativa

V. ofi. — V. esti.

V. estimado (%)

— 8,9 -23 ,7 —42,6 —57,0 —70,9 —67,3 —75,7

14,4 — 3,9 —20,2 —16,7 -25 ,5 — 7,9

2,9 18,1

— 9,9 8,7

- 6 , 2 —13,9 —11,3 — 8,6

Porcentaje de la muestra

(artículos manufacturados) V

respecto al — comercio total

(%)

33,2 53,8 88,2 58,5 33,9 61,6 46,2 38,2 28,4 — 31,9 38,5 42,3 41,9 41,8 48,6 43,8 39,6 33,2 35,2 36,5 37,7

Diferencia relativa

. ofi. — V. esti.

V. estimado (%)

0,62 12,2

—12,9 —48,5 ^J9 ,0 -^7 ,0 —71,0 ~ 3,1 - 6 , 2

— —16,8 ^ Í1 ,0 —30,7 —11,6

12,7 - 9,2

1,9 —30,0 —29,0 —15,8 —36,0 —34,0

112

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

Ap. CUADRO IV-4

Importaciones estimadas de productos primarios

Coeficiente

Años

1914

1915

1916

1917

1918

1919

1920

1921

1922

1923

1924

1925

1926

1927

1928

1929

1930

1931

1932

1933

1934

1935

Importaciones oficiales de productos primarios

(miles de pesetas)

717.861 761.897 681.090 485.436 418.957 576.149 768.601

1.673.222 1.303.768 1.316.858 1.443.183 1.256.828 1.181.392 1.365.343 1.592.588 * 1.549.407 * 1.223.751 *

611.410* 556.115* 460.148 * 444.622 *

(a)

(0,70) (0.78) (0,72) (0,66) (0,71) (0,64) (0,54) (0,59) (0,48) (0,45) (0,49) (0,56) (0,55) (0,53) (0,53) (0,51) (0,50) (0,52) (0,57) (0,55) (0,52)

(muestra productos primarios)

Valor estimado

Valor oficial

1,097 1,311 1,743 2,329 3,443 3,066 4,122 0,874 1,041 1,254 1,202 1,342 1,086 0,971 0,847 1,110 0,919 1,067 1,161 1,128 1,095

Importaciones estimadas de

productos primarios (miles de pesetas)

1%1A9^ 998.847

1.187.139 1.130.580 1.442.469 1.766.472 2.306.627 1.462.396 1.357.222 1.651.339 1.734.706 1.686.663 1.282.992 1.325.748 1.348.922 * 1.549.576 * 1.124.627 *

652.374 * 645.649 * 447.640 * 486.861 *

a: Porcentaje que abarcan los productos primarios sobre el total de las importaciones. P: Porcentaje que abarcan los artículos manufacturados sobre el total de las importaciones. a+p = l

Pesetas-oro.

lU

ANTONIO TENA JUNGUITO

Ap. CUADRO IV-5

Importaciones estimadas de productos manufacturados

Coeficiente

Años

1914

1915

1916

1917

1918

1919

1920

1921

1922

1923

1924

1925

1926

1927

1928

1 29

1930

1931

1932

1933

1934

1935

Importaciones oficiales de articulas manufacturados

(miles de pesetas)

(0)

307.655 214.894 264.868 250.073 171.123 324.084 654.734

1.162.747 1.412.415 1.609.494 1.502.088

987.507 966.594

1.210.776 1.412.295 1.341.123 1.223.751

564.379 419.525 376.485 410.420 429.187

(0,70) (0,22) (0,28) (0,34) (0,29) (0,36) (0,46) (0,41) (0,52) (0,55) (0,51) (0,44) (0,45) (0,47) (0,47) (0,49) (0,50) (0,48) (0,43) (0,45) (0,48) (0,49)

(muestra artículos

manufacturados) Valor estimado

Valor oficial

0,994 0,891 0,886 1,943 1,957 1,888 3,523 1,033 1,066 —

1,202 1,699 1,444 1,132 0,887 1,101 0,981 1,436 1,413 1,189 1,563 1,515

Importaciones estimadas de

artículos manufacturados

(miles de pesetas)

305.809 191.470 234.673 485.892 334.887 611.870

2.306.627 1.201.117 1.505.634

— 1.805.509 lAll.llA 1.395.762 1.370.598 1.252.705 * 1.476.576* 1.200.499*

810.448 * 592.789 * 447.640 * 641.486* 650.218 *

3: Porcentaje que abarcan los artículos manufacturados sobre el total de las importaciones, a: Porcentaje que abarcan los productos primarios sobre el total de las importaciones. a+P = l

Pesetas-oro.

114

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

Ap. CUADRO IV-6

Importaciones netas estimadas

Importaciones estimadas de

productos primarios (miles de pesetas

Años corrientes)

1914 ... . 1915 .. 1916 .. 1917 .. 1918 .. 1919 .. 1920 .. 1921 .. 1922 .. 1923 .. 1924 .. 1925 .. 1926 .. 1927 .. 1928 .. 1929 .. 1930 ... 1931 .. 1932 .. 1933 .. 1934 .. 1935 ..

787.493 998.847

1.187.139 1.130.580 1.442.469 1.766.472 3.168.173 1.462.396 1.357.222 1.651.339 1.734.706 1.686.663 1.282.992 1.325.748 1.570.145 2.040.569 1.883.750 1.327.581 1.556.014 1.203.151 1.160.676

Importaciones estimadas

de artículos manufacturados

(miles de pesetas corrientes)

305.809 191.470 234.673 485.892 334.887 611.870

2.306.627 1.201.117 1.505.634

— 1.805.509 1.677.774 1.395.762 1.370.598 1.458.149 1.944.650 2.010.836 1.649.261 1.428.621 1.037.629 1.529.303 1.549.795

Importaciones totales estimadas (miles de pesetas

corrientes)

1.093.302 1.190.317 1.421.812 1.616.472 1.777.356 2.378.342 5.474.800 2.663.513 2.862.856

— 3.540.215 3.364.437 2.678.754 2.696.346 3.028.294 3.985.219 3.894.586 2.976.842 2.984.635 2.240.780 2.689.979

115

ANTONIO TENA JUNGUITO

Ap. CUADRO V-1

Años

1914

1915

1916

1917

1918

1919

1920

1921

1922

1923

1924

1925

1926

1927

1928

1929

1930

1931

1932

1933

1934

1935

EXPORTACIONES (MUESTRA PRODUCTOS)

(miles de pesetas)

Valor oficial (muestra)

444.856 523.960 538.831 354.673 552.333 506.205 507.919 450.964 679.712 899.841 893.138 940.555

1.223.765 1.149.843 * 1.347.662 * 1.364.253*

604.924 * 481.634* 429.450 * 361.042* 343.704 *

Valor estimado (muestra)

533.343 599.074

1.036.323 741.695

1.233.775 844.407 637.449 533.780 810.160

1.089.758 1.294.533 1.317.635 1.386.895 1.139.030* 1.213.677 * 1.077.688 *

757.847 * 471.347 * 409.662 * 375.158 * 338.701 *

EXPORTACIONES (MUESTRA PAÍSES) (miles de pesetas)

Valor oficial (muestra)

535.575 857.509 947.648 896.461 560.054 798.778 576.735 820.079 693.192

— 944.819 883.652 924.234

1.177.670 1.330.992* 1.276.499 * 1.422.579*

594.221 * 446.838 * 407.231 * 358.728 * 327.226 *

Valor estimado (muestra)

564.420 826.034 675.714 597.094 375.476

1.039.579 854.152 899.288 747.135

— 1.003.654 1.229.731 1.082.567 1.167.637 1.093.408 * 1.018.130 * 1.016.618 *

742.404 * 421.711 * 376.802 * 390.338 * 345.511 *

Pesetas-oro.

116

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

Años

1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926

1927 1928

1929 1930

1931 1932

1933 1934 1935

Ap. CUADRO V-2

Exportaciones

Porcentaje de la muestra

(productos) respecto al

comercio total de importación

(%)

35,0 38,0 41,0 35,0 42,0 50,0 32,0 34,0 45,0 50,0 56,0 59,0 65,0 54,0

64,0 59,0 63,0 65,0

64,0 59,0 59,0

Diferencia relativa

V ofi. — V. esti.

V. estimado (%)

—16,6

—12,4 —48,0 —52,2 —55,2

—40,1 —20,3 - 1 5 , 5 —16,1 —17,4 —31,0 —28,6 —11,8

— 0,9 11,0 26,5

—20,2 2,2

4,8 — 3,7

— 1,5

Porcentaje de la muestra

(países) respecto al

comercio total de importación

(%)

60,8 68,0 68,0 67,0 55,5 61,0 56,5 52,0 52,5

— 52,7 55,7 57,5 62,0 62,0 60,0 61,0 61,0 60,0 60,0 58,0 56,0

Diferencia relativa

V. ofi. — V. esti.

V. estimado (%)

— 5,1 2,5

40,0 50,0 49,0

—23,2 —32,4 — 8,8

— 7,2

— — 5,8 —28,1 —14,6 — 0,8

21,7

25,3 39,9

—20,0 6,0 8,0

— 8,0 — 5,3

117

ANTONIO TENA JUNGUITO

Ap. CUADRO V-3

Exportaciones (muestra productos)

Años

1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926 1927 1928 1929 1930 1931 1932 1933 , 1934 1935 .

EXPORTACIÓN TOTAL OFICIAL

(miles de pesetas)

Pesetas-oro

842.524 1.237,247 1.320.628 1.351.764 1.111.449 1.289.293

848.444 1.111.223 1.059.782 1.143.315 1.238.433 1.178.240 1.239.837 1.675.757 2.183.478 2.112.948 2.456.754

990.309 742.313 673.042 612.534 588.220

Pesetas corrientes

880.943 1.258.281 1.324.590 1.311.211 1.099.223 1.311.211 1.024,920 1.584.604 1.319.429 1.526.326 1.790.775 1.584.737 1.605.589 1.895.281 2.541.568 2.788.752 4.115.063 2.015.278 1.788.974 1.560.111 1.460.281 1.402.022

Coeficiente corrector (muestra

productos) V. estimado

V, oficial

1,1989 1,1434 1,9233 2,0912 2,2338 1,6681 1,2550 1,1836 1,1919 1,2111 1,4494 1,4009 1,1333 0,9906 0,9006 0,7899 1,2528 0,9786 0,9539 1,0391 0,9854

EXPORTACIÓN TOTAL ESTIMADA

(miles de pesetas)

Pesetas-oro

1.483.336 1.510.006 2.599.847 2.324.211 2,880.022 1.415.289 1.394.584 1.095.144 1.461.227 1.499.866 1.707.745 1,736,887 1.899.135 2.162.953 1.902.921 1.940.590 1,240,659

726,427 642.015 636.484 579.632

Pesetas corrientes

1.508.553 1.514.536 2,521,852 2.298,645 2,928,983 1,709.669 1.988.678 1,561,676 1,819,228 2,168,807 2,296,918 2,249,269 2,147,922 2.517.677 2.506.147 3.250.488 2.524.741 1.750.689 1.488.190 1.517.377 1.381.552

118

UNA RECONSTRUCCIÓN DEL COMERCIO EXTERIOR ESPAÑOL, 1914-1935

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779

NOTAS NECROLÓGICAS

EN LA MUERTE DE SÁNCHEZ-ALBORNOZ

LUIS G. DE VALDEAVELLANO ( t )

(En imprenta ya este ni'imero oairrió el fallecimiento del profesor García de Valdeavellano, En el próximo número tra­taremos de evaluar la magnitud de tan lamentable pérdida para nuestra ciencia y para la comunidad científica.)

Con el fallecimiento de don Claudio Sánchez-Albornoz, acaecido en Avila el pasado mes de julio de 1984, puede decirse, sin incurrir en exageración al­guna, que España ha perdido uno de sus grandes historiadores. Fue, efectiva­mente, Sánchez-Albornoz la última figura relevante que quedaba de un grupo de historiadores españoles que podríamos designar como la generación del Centro de Estudios Históricos, la institución fundada en 1910 por aquella Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas que tanto hubo de significar para el desarrollo cultural de España en el primer tercio de nues­tro siglo. Discípulo de don Eduardo de Hinojosa, Sánchez-Albornoz pronto empezó a colaborar —muy joven aún— en el mencionado Centro de Estudios Históricos y a dar brillantes muestras de su talento, de sus dotes de investi­gador, de su vocación por la historia medieval y de su increíble capacidad de trabajo. Así, bajo la dirección de Hinojosa, Sánchez-Albornoz no tardó en dedicarse con ardor al estudio de nuestra Edad Media y, ya en 1914, publicó parte de su tesis doctoral con el título de La potestad real y los Señoríos en Asturias, León y Castilla durante los siglos IX al XIIL Catedrático de Uni­versidad desde 1918, Sánchez-Albornoz pasó en 1920 a la cátedra de Historia Antigua y Medieval de España de la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni­versidad de Madrid, entonces llamada «Central», y en ese mismo año, al con­vocarse por las Cortes españolas el concurso para optar al «Premio Nacional Covadonga», conmemorativo del centenario de la batalla y que versaba sobre el reino de Asturias y las instituciones del reino astur-leonés, Sánchez-Albor­noz, estimulado a ello por don Ramón Menéndez Pidal, se dedicó a preparar una investigación sobre el tema propuesto y, con tal fin, se entregó a la tarea de recorrer los archivos de Asturias, Jaén y Galicia, en los cuales investigó incansablemente hasta ultimar la redacción de un extenso y muy documentado trabajo que fue premiado con el Premio Covadonga el año 1922. Con esta obra, Sánchez-Albornoz había dado ya en plena juventud la medida de sus cualidades de historiador, y muy especialmente de medievalista, al ilustrar con sus investigaciones y con la lucidez de su pensamiento histórico un oscuro pe­ríodo de la historia de la constitución político-social de España.

Revista de Historia Económica 123 Año III. N." I - 1985

LUIS G. DE VALDEAVELLANO

La elección de don Claudio Sánchez-Albornoz como académico de la Real Academia de la Historia, en 1925, dio ocasión a que aumentase su creciente prestigio como historiador, por razón de que su discurso de ingreso en la Academia fue una obra singular en la que se aliaban la erudición del historia­dor y la artística forma literaria de su redacción. Sánchez-Albornoz, quien a la sazón había ya fundado en 1924, como publicación del Centro de Estudios Históricos y en memoria de su maestro Hinojosa, la prestigiosa revista Anuario de Historia del Derecho Español y dado ya a la imprenta su fundamental es­tudio sobre las «behetrías», aportó en su discurso de recepción académica vivas luces de conocimiento para evocar lo que era la vida de una ciudad hace mil años, con unas Estampas de la vida en León durante el siglo X que, sin hipérbole, pueden ser consideradas como una pequeña joya de nuestra histo­riografía moderna. Pero, además, no mucho después, Sánchez-Albornoz creó en el Centro de Estudios Históricos un Seminario de Historia de las Institu­ciones Medievales donde se entregó con entusiasmo a su vocación de maestro, y en el cual, rodeado de discípulos, dio vida a una verdadera escuela de me-dievalistas. Esta escuela vino a recibir nuevos alientos cuando, por iniciativa de Sánchez-Albornoz, un decreto del Gobierno de la República creó en 1932, en el Centro de Estudios Históricos, un «Instituto de Estudios Medievales» para la publicación, bajo la dirección de don Claudio, de una gran colección de fuentes históricas españolas con el título de Monumenta Hispaniae Históri­ca. Esta empresa se frustró, sin embargo, porque la guerra civil y la final de­rrota de la República obligaron a Sánchez-Albornoz a expatriarse a la Repú­blica Argentina, donde pronto reanudó sus actividades docentes como profesor universitario en la Universidad de Cuyo, en Mendoza, y después en la de Buenos Aires. Con esta expatriación de Sánchez-Albornoz, que habría de du­rar largos, larguísimos años, se inició la fecunda etapa americana de la vida de don Claudio, quien hizo el milagro —porque milagro fue— de crear una es­cuela de medievalistas en la Argentina y de que sus discípulos de este país se interesasen por la historia de la España medieval y publicasen valiosos es­tudios acerca de nuestra Edad Media, estudios que, con otros del propio Sán­chez-Albornoz y de algunos de sus discípulos españoles, han nutrido durante muchos años las páginas de la nueva revista histórica que don Claudio fundó en Buenos Aires: los Cuadernos de Historia de España. Esta revista no tardó en ser una de las mejores revistas históricas en lengua española, bajo la direc­ción de Sánchez-Albornoz, quien al propio tiempo dirigía en la capital bo­naerense un «Instituto de Historia de la Cultura Española Medieval y Mo­derna».

Durante su largo destierro en la Argentina, Sánchez-Albornoz dio a la im­prenta un gran número de libros y de publicaciones, resultado de su trabajo incansable. Son tantos estos libros y publicaciones que no es posible detallar-

124

EN LA MUERTE DE SÁNCHEZ-ALBORNOZ

los sin hacer enojosa su puntual enumeración. De estos libros de Sánchez Al­bornoz publicados en la Argentina hay que señalar, sin embargo, su gran obra En torno a los orígenes del feudalismo, de un interés que trasciende de los límites de la estricta historia de España, en cuanto muestra no ser válida la célebre teoría del historiador alemán Brunner sobre la caballería musulma­na y los orígenes del régimen feudal. Otros libros de Sánchez-Albornoz publi­cados en la Argentina son los titulados La España musulmana según los auto­res islamitas y cristianos y, sobre todo, España, un enigma histórico, obra en la que Sánchez-Albornoz, en discrepancia con teorías de don Américo Castro, expone su pensamiento sobre las características y peculiaridades del ser histó­rico de España. Por otra parte, Sánchez-Albornoz, en otras obras también pu­blicadas en América, reunió sus estudios sobre la constitución político-social de España en la Edad Media, y así lo hizo en sus libros Estudios sobre las Instituciones medievales españolas y Viejos y nuevos estudios sobre las Insti­tuciones medievales españolas, publicando también otros trabajos en sus Estu­dios Visigodos y en sus Investigaciones sobre historiografía hispana medieval (siglos VIII al XIII). Por último, ya en la ancianidad de don Claudio, en España fueron publicados dos de sus libros más importantes. Así, el Instituto de Estudios Asturianos publicó los tres gruesos voliímenes de Orígenes de la Nación Española. Estudios críticos sobre la Historia del Reino de Asturias, y la Editorial Espasa-Calpe dio a la estampa, formando parte de la Historia de España fundada por Menéndez Pidal, el libro titulado El Reino astur-leonés (722-1037). Sociedad, Economía, Gobierno y Vida, que en realidad no es sino la reelaboración de parte de la primera obra del maestro que aún permanecía inédita: la premiada en 1922 con el Premio Covadonga.

Seguramente lo que más puede interesar a los lectores de esta revista es la referencia aquí a las aportaciones que las investigaciones de Sánchez-Albor­noz han significado para el mejor conocimiento de la historia económica de España en la Edad Media. Así, por lo que se refiere al reino astur-leonés, Sánchez-Albornoz supo indagar acerca de su régimen económico, descubriendo en los documentos astur-leoneses de los siglos ix y x cuál era el régimen de la tierra e ilustrándonos sobre la agricultura, la industria y el comercio en esos siglos y acerca de la moneda de cambio y la moneda de cuenta y los precios, de los que Sánchez-Albornoz ha conseguido establecer algunos cuadros esta­dísticos de los siglos X y xi. Don Claudio ha estudiado también los contratos agrarios de plantación y de cultivo y el sistema de explotación agraria de las grandes propiedades territoriales o señoríos, o sea, del llamado régimen seño­rial. Asimismo, Sánchez-Albornoz puso de relieve cómo en el reino astur-leonés se dio cierta actividad comercial y que a la ciudad de León en el si­glo X llegaban telas y armas procedentes de la España musulmana, de Francia, del Imperio bizantino y de la lejana ciudad persa de Doshtowa, famosa por su

125

LUIS G. DE VALDEAVELLANO

industria textil, mercancías todas ellas que se vendían en el mercado público que en León se reunía semanalmente todos los miércoles: precisamente este mercado fue evocado por Sánchez-Albornoz en una de sus animadas estampas de la vida en León durante el siglo x. Y don Claudio mostró también la tem­prana aparición en León de un comercio permanente, al comprobar en los do­cumentos leoneses la existencia de algunas tiendas en el León de hace mil años.

Una aportación fundamental de Sánchez-Albornoz a la historia económica y social de España es, sin duda, la de haber mostrado cómo las especiales cir­cunstancias históricas determinadas por la Reconquista cristiana del territorio, al originar la despoblación del valle del Duero y determinar una forma singular de realizarse su repoblación en los siglos ix y x mediante la libre apropiación privada de las tierras desiertas y yermas por labriegos carentes de recursos, hubo de dar origen al particular fenómeno de la formación de numerosas pe­queñas propiedades territoriales y de muchos propietarios rurales de condición social libre, de lo cual derivaría que no llegase a desarrollarse en la mayor par­te de España un verdadero régimen feudal. La cuestión de la despoblación del valle del Duero es básica en la obra y el pensamiento históricos de Sánchez-Albornoz, y a ella dedicó éste un extenso y documentadísimo libro que tituló Despoblación y repoblación del valle del Duero.

Sánchez-Albornoz ha mostrado también las consecuencias de la crisis agrí­cola del siglo XIII, originada por las grandes conquistas territoriales de Fer­nando III , crisis que determinó en Castilla escasez de mano de obra, descenso de los rendimientos de la economía agraria y consiguiente alza de los precios agrícolas. Esta crisis fue aprovechada por los mercaderes flamencos para im­portar a Castilla toda clase de mercancías para suplir la escasa producción ar-tesana de las ciudades castellanas, insuficiente para el abastecimiento del país. En el reinado de Alfonso X se agudizó la crisis económica y se inició un pro­ceso inflacionario que no se detendrá ya hasta el reinado de los Reyes Católi­cos. Por otra parte, Sánchez-Albornoz supo poner de relieve lo que fue la política económica de Alfonso el Sabio, la que Sánchez-Albornoz denominó «política económica dirigida» de ese rey de León y Castilla.

Pero Sánchez-Albornoz no solamente fue un gran historiador, sino también un gran patriota y un gran liberal. Durante su larguísimo destierro en la Ar­gentina, Sánchez-Albornoz vivió obsesivamente la nostalgia de España y soñó con el regreso. Apasionado por la libertad, cuando la Academia dei Lincei de Roma le otorgó el Premio Feltrinelli, únicamente concedido a los grandes historiadores, el tema de su discurso de gracias fue precisamente el de Historia y Libertad.

126

HENRI LAPEYRE FELIPE RUIZ MARTIN

Universidad Autónoma de Madrid

El 20 de marzo de 1984 dejaba de existir, en Biarritz, uno de los más grandes hispanistas franceses: Henri Lapeyre, que fue inhumado en Burdeos tres días después. Desde hacía unos años, su salud estaba gravemente resenti­da y, como él lo sabía, se esforzó por adelantar la publicación de dos de las obras importantes propias que tenía de atrás muy trabajadas: El comercio ex­terior de Castilla visto a través de las aduanas de Felipe II y La Taula de Cambis (En la vida económica de Valencia a mediados del reinado de Feli­pe II). Con este motivo, ya enfermo, reiteradamente volvió a España para atar los cabos sueltos de esos libros. Personalmente tradujo al castellano —¿para ganar tiempo?— La Taula de Cambis. Yo le recuerdo la última vez que le vi, en la Casa de Velázquez de Madrid, corrigiendo pruebas de imprenta. Se en­contraba muy a gusto en España; pasó aquí largas etapas «felices, de su vida», me escribía una hermana suya recién fallecido. Conoció bien la tensión que atravesaba el país después de la guerra civil, y se mantuvo en la más com­prensiva imparcialidad para con todas las tendencias ideológicas y políticas que latían soterradas entre nosotros, pero que asomaban a los primeros con­tactos. Dejó que se le acercasen los jóvenes, entonces, que concluida su carre­ra de Filosofía y Letras o de Derecho empezaban a hacer Historia, y en la medida de sus posibilidades, cauta y prudentemente, les orientó más en pro­fundidad de las vicisitudes externas, militares y diplomáticas, en que solían circunscribirse sus estudios. Primero en Valladolid, ejerció Lapeyre una nota­ble influencia entre los escolares locales que le conocieron y trataron en Si­mancas y en el archivo de los Ruiz en Valladolid; se ocupaba a la sazón de lo que sería su tesis doctoral: la principal. Une Famille de Marchands: les Ruiz, y la secundaria, Simón Ruiz et les «asientos» de Philippe II, y si su metodo­logía era lo novedosa que, tratándose de la Edad Moderna, representaba la formación que se impartía y se recibía en la Universidad de Francia con res­pecto a la Universidad de España, con la posibilidad allí de acceder a las re­vistas europeas más creativas, no era en modo alguno revolucionaria. Por eso la conversación con Lapeyre, supongo, pues no fui de los que le trataron en

Revista de Historia Económica 1^7 Año III. N." 1 - 1985 ' ^ '

FELIPE RUIZ MARTIN

Valladolid por aquellos lustros siguientes a la terminación de la II Gran Guerra, resultaba atrayente sin deslumhrar o repeler. Igual que ocurría más tarde en Valencia, cuando allá fue en pos de sus investigaciones.

Ni siquiera los intentos más logrados de la llamada «escuela de los Anna-les» convencieron plenamente a Henri Lapeyre. Estaba, sí, muy atento a cuan­to en su seno se elaboraba; mas no le entusiasmaba. Consideraba una audacia remontar el vuelo para dominar amplios espacios, durante décadas, si no siglos. Quienes lo osaban hacer, encontraba que incurrían en frecuentes errores de detalle fáciles de captar, y para sus ojos minuciosos esto les descalificaba. Prefería Lapeyre la precisión, si no la exactitud, a las brillantes ideas globales. Con ese criterio estaba elaborando su tesis doctoral. No quiso afrontar en su integridad los negocios de los Ruiz en el interior de los reinos de Castilla, en Vascongadas, en Portugal, en la Corona de Aragón, en Europa Occidental, en América, de lo que hubiera sido capaz de haber adoptado otro ángulo de mira; escogió ceñirse a establecer puntualmente las raíces y los brazos familia­res de los Ruiz y a escudriñar lo que protagonizaron en Francia, simplemente. Lo hizo bien, a conciencia, monográficamente. Sin embargo, echamos de menos la obra general que, repito, Lapeyre tenía talento de sobra para habernos dado. A la larga puede que sea más fecundo lo que hizo, efectivamente, en Une Famille de Marcharías: les Ruiz que cualquier otra alternativa. Porque cuando eleva el alcance de su puntería en Simón Ruiz et les «asientos» de Philippe II se le escapa, entiendo, la diana. Los árboles no le dejan contemplar el bosque. Como siempre, diseña a la perfección las ramas y hasta los troncos de aquellos árboles; pero no refleja totalmente el bosque. Justamente en los lustros que analiza estoy persuadido que la Monarquía hispánica logra mediatizar, natural­mente para sacar provecho, las cotizaciones de los cambios internacionales. Para robustecer esa hipótesis no son desdeñables los datos sueltos que aporta Simón Ruiz et les «asientos» de Philippe II.

A mediados de los 1950 le fui yo presentado en París, cuando acababa él de ser nombrado profesor en Grenoble. Aparecidas su tesis principal y su tesis secundaria en Affaires et gens d'affaires, una de las colecciones auspiciadas por la VIe Section de l'Ecole Practique des Hautes Eludes, que estaba en la ram­pa de lanzamiento al apogeo que culminaría al cabo de una década, Henri Lapeyre es un prestigio incuestionable dentro de la «escuela francesa» amplia­mente considerada. La claridad de su exposición, que desentraña con lucidez las más enrevesadas combinaciones crematísticas de efectivos con efectos; la nitidez de su prosa, tan llana y elegante; la seguridad de los hechos y de las cantidades que alega; la articulación de lo que narra; el interés de lo que descubre..., le confieren fama, que se palpa a su alrededor. Pero Lapeyre no se envanece. Se conduce con la campechanería de hombre del Midi que se ha sentido a sus anchas en España. Le complace prodigar deferencias a los ibéri-

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HENRI LAPEYRE

eos que encuentra en la capital de Francia, cuando va y viene de Grenoble, en ocasiones llamado; porque, insisto, es, en su mundillo, importante, y se le escucha. Si no estoy equivocado, son las citas elogiosas de Henri Lapeyre las que elevan hasta la categoría que merece a Raymond De Roover: un especia­lista de origen belga que pasó a Estados Unidos, donde enseñó en el Brooklyti College of the City Universily of New York. Nadie ha penetrado en los arca­nos de la contabilidad y de la circulación del dinero en la Edad Media y las épocas del Renacimiento y de la Reforma con la competencia, con la maestría de De Roover. No obstante, tengo la impresión de haber sido un poco mar­ginado hasta que Lapeyre proclama la valía y robustez de sus libros y artícu­los, expresados, salvo excepciones, en inglés. Traigo a cuento este «descubri­miento» de Raymond De Roover, aunque como figuración mía, para probar el prestigio y la influencia de Lapeyre.

Prestigio e influencia que se afianzan al salir la Geographie de l'Espagne marisque. Sin duda, Lapeyre se había topado en Simancas, mientras buscaba papeles concernientes a sus tesis principal y secundaria, los legajos en que fi­guraba puntualmente el número de los moriscos expulsados, por regiones, bajo el mandato de Felipe IIL Tan pronto como superó la soutenance del grado máximo universitario, confortado por el éxito, ordenó la mies de tan exube­rante cosecha. Un tema polémico —la magnitud de la sangría, por zonas, que se causó a la población de España, cuando se acababa de sufrir otra catástrofe, la peste bubónica, que la había reducido enormemente—; un tema polémico, digo, era, si no dilucidado, enriquecido con recuentos sustanciales. El renom­bre de Lapeyre es patente en torno a 1960.

Momento ése en el que suena a sus oídos el canto de sirena del ofreci­miento de un cargo, no sé bien con qué funciones, en el Ayuntamiento de Grenoble: adjoint au Maire, que acepta y ejerce ilusionado. Temprano se des­engaña. Me contó en una ocasión con ironía —actitud no rara en su talante abierto y sincero— cómo había llegado el desenlace. Pero no lo puedo referir por haberlo olvidado. Esa trascendencia le dio: nada. Si acaso, una experiencia para el historiador. Volvió con exclusividad a lo suyo: la docencia y la época de Felipe II, que le recomendara Fernand Braudel, ce máitre incontesté, escri­birá Henri Lapeyre cuando su vida se apagaba, en el Avant-Propos de El co­mercio exterior de Castilla visto a través de las aduanas de Felipe II.

Una faceta que apenas conozco es la de Henri Lapeyre al frente de su cá­tedra en Grenoble. Pero barrunto que eco de las lecciones que impartió son el tomo de la Nouvelle Clio, Las monarquías europeas del siglo XVI; Las re­laciones internacionales y el Charles Quint de Que sais-je. Y quizá también las semblanzas de los grandes historiadores de una o dos generaciones prece­dentes a la suya: Meinecke, Croce, Garande, Braudel, Chabod..., o coetáneos: Vicens Vives, De Roover, MeHs..., que trazó en sucesivas disertaciones en

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FELIPE RUIZ MARTIN

la Universidad de Valladoiid, donde fueron impresas por lo menos algunas, son, presumiblemente, eco de sus cursos en Grenoble. Nunca le escuché direc­tamente, pero me envió, a requerimiento mío, el manuscrito de lo que había dicho sobre Federigo Melis en una circunstancia que lo necesité, y puedo juz­gar del empeño y tino que Lapeyre ponía por captar el sentido latente en lo que construyeron aquellos promotores señeros. En esa línea están los comen­tarios que Lapeyre hizo a la polémica Castro-Sánchez Albornoz. A propósito de Las monarquías europeas del siglo XVI, cuando preparaba su redacción, le escuché que estaba apabullado por la abundancia de la bibliografía disponible y, puesto que no podía consultarla enteramente en los idiomas que leía con lentitud —inglés y alemán— y, por descontado, los que desconocía, estaba recogiendo las reseñas más solventes de los títulos principales. Su información, así, era estimablemente completa. Y, como la facilidad de su estilo, conjugada con el orden en el encadenamiento de las ideas que comunicaba, sus clases debieron tener atractivo. Y no sé por qué intuyo que, habiendo hecho como autor esencialmente historia económica, en la enseñanza ponía especial énfasis en lo político e institucional, en lo cultural incluso; su inclinación a profundi­zar en el pensamiento de Benedetto Croce y de Federico Chabod acreditan este aserto.

Lo suyo, insisto, son la docencia y la época de Felipe IL Y conjeturo que anteponía a la docencia la época de Felipe IL De ahí que como no ignora que la enfermedad le quebranta, y que no va a ser un longevo, opte por la jubila­ción adelantada en la docencia y se dedique preferentemente a concluir dos grandes obras más de la época de Felipe H: £/ comercio exterior de Castilla visto a través de las aduanas de Felipe II y La Taula de Camhis de Valencia.

De las aduanas de Felipe II había anticipado Lapeyre bastantes referencias en comunicaciones oportunas. Pero tenía explorado el material existente en Simancas y estaba persuadido de que un vaciado sistemático del mismo sería muy revelador. Sí al respecto había alguna duda, don Modesto Ulloa la había desvanecido en los capítulos pertinentes —VI al IX de la segunda edición— de su monumental La Hacienda Real de Castilla en el reinado de Felipe II. Pero las aduanas no sólo eran unos sumandos en la adición de las recaudacio­nes fiscales; sus registros reflejaban tráficos en doble sentido que denotaban las vicisitudes de la producción y del consumo, y quiénes eran (y sus nombres y su procedencia geográfica) los realizadores de los intercambios, de los nego­cios, con las alternativas de éstos. Las aduanas eran un buen observatorio, des­de el que, encaramado, un experto de la madurez de Lapeyre divisaría lejanos horizontes, susceptibles de describir y de explicar y cuantificar. En El comercio exterior de Castilla visto a través de las aduanas de Felipe II —que conocí por una copia calcada del texto mecanografiado primitivo—, tan sustancial

no

HENRI LAPEYRE

como las descripciones y explicaciones, el cuerpo del libro, son las tablas, los apéndices y los gráficos.

La Taula de Cambis (En la vida económica de Valencia a mediados del reinado de Felipe II) fue el factum que más angustió a Henri Lapeyre; se retrasaba la oportunidad de rematarle. Desde 1948 sabía que se conservaban en el Archivo Municipal de Valencia las cuentas de la Taula de Cambis entre 1564 y 1700, el desmenuzamiento de las cuales, nada fácil, depararía un co­nocimiento del Banco Municipal de Valencia más solvente que el deducido a través de las ordenanzas atinentes a sus actuaciones (sin apenas entrar en el laberinto de la gestión). En 1955-1956 estuvo Lapeyre en Valencia y se cer­cioró de lo complicada que era la tarea, por lo que se resolvió a acotar la que él se proponía acometer: reducirla a la época de Felipe II. Asimismo, se afian­zó Lapeyre en la certeza de su preparación, de su capacidad para no perderse en el laconismo de los libros mayores y, aunque un poco más explícitos, de los libros diarios. Era por naturaleza modesto Henri Lapeyre; mas si por esto no se le pasó por la imaginación lo que voy a decir, yo lo pienso firmemente: sólo Lapeyre podía abrir brecha en aquella selva inextricable. Pero hasta su retraite de Grenoble no encontró la sazón para realizarlo. Esta al fin llegó. Y sobre la marcha, casi casi contra reloj, halló que con la prohibición de los bancos privados en 1587, el banco público, exclusivo, multiplicó sus opera­ciones. Previsoramente, adivinando que le iban a faltar los meses que requería imprescindiblemente para adentrarse en la espesura que empieza en 1588, se restringe a lo que tiene acopiado y redacta, supongo que en francés, lo que apresurada, y perfectamente, vierte a la que era su segunda lengua: el precioso tomo de la biblioteca «Del Cenia al Segura».

En los intervalos de esas obras mayores de Henri Lapeyre están sus obras menores: una lista prolongadísima de folletos, de artículos, de intervenciones en congresos... Sin la pretensión por mi parte de tener todo, las que poseo de estas obras menores de Lapeyre, apiladas, forman una torre tan alta, en páginas, como el conjunto de sus obras mayores. Y, por añadidura, habría que tomar en consideración las reseñas. Henri Lapeyre enjuició objetivamente —tendente a la generosidad— cuanto aparecía notable dentro de su amplia competencia. Lo español le merecía especial interés; fue en Francia un difusor entusiasta de los progresos incuestionables obtenidos por nuestra reciente his­toriografía. No ocultó el bache que padecimos en los años del aislamiento, hasta 1950 más o menos, cuya endeblez y desfase contrasta con el vanguardis­mo y la calidad anterior a 1936. El resurgir se hizo esperar. Lapeyre advirtió —y aplaudió— las manifestaciones tempranas de la recuperación y, cuando se hizo franca después, la tributó elogios sin reservas. Repito, fue un excelente encomiasta del auge historiográfico español de ayer y de hoy. Estimaba mucho Henri Lapeyre la consideración que se le tenía entre los historiadores españo-

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FELIPE RUIZ MARTIN

les. «Si tuviese que ser un exiliado —me aseveró, medio en broma medio en serio, por 1962 ó 1963—, yo pienso que se me acogería como refugiado en España.» Estando orgulloso de ser francés, se sentía a sus anchas en Barcelo­na, en Valencia, en Madrid, en Valladolid, Singularmente en Valladolid, donde era muy conocida, casi popular, su estampa: siempre formalmente vestido de oscuro —ostentando en la solapa el distintivo de caballero de la legión de ho­nor—, durante los inviernos muy abrigado, protegido con una bufanda de la niebla y cubierto con un sombrero ancho; caminaba habitualmente con puntua­lidad, lo que le evitaba prisas y le consentía mantener el aire de sosiego y dig­nidad que le distinguía. En el Departamento de Historia Moderna de la Uni­versidad, Enciso Recio, Cano de Gardoqui, Egido..., habían comunicado a sus seguidores la más sincera admiración por Lapeyre, que disfrutaba él con gozo cuando volvía a Simancas. Solterón, en absoluto taciturno, en Valladolid ha­blaba —con voz recia, franca— y reía y, mientras la salud se lo consintió, de vez en cuando iba a un buen restaurante. Se hizo querer. No le convencían las grandes síntesis, las edificaciones abstractas; prefería analizar y concretar, en lo que acertaba con clarividencia. Para poner un marco cronológico a los cuadros que diseñaba, analítica y concretamente, no invocaba «la postrera mitad del siglo xvi», sino, subjetivado, «la época de Felipe II». En sus bue­nos tiempos, al cerrarse el archivo de los Ruiz, sobre las ocho de la noche, solía dar Lapeyre un paseo corto por las calles de Valladolid con quienes ha­bían sido sus compañeros en las duras jornadas. Estos se sorprendían por la frase ritual con la que, al irse cada uno para su casa, se despedía Henri La­peyre: hon travail!, lo que equivalía a que en el hotel, de regreso, todavía prolongaba él sus afanes. Fue un formidable trabajador, tanto como inteHgen-te, y como bueno. Descanse en paz.

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NOTAS

NOTAS SOBRE EL INTERVENCIONISMO ECONÓMICO DEL PRIMER FRANQUISMO

JOSÉ LUIS G A R C Í A DELGADO Universidad Complutense de Madrid

«No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.»

(Camilo José CELA, La Colmena.)

El decenio tal vez peor conocido de la economía española del siglo xx es el de 1940. Las dificultades para utilizar determinadas fuentes, en unos casos, y los muchos defectos e insuficiencias de las disponibles, en otros, han desalen­tado la investigación de unos años cuya sombría memoria —esa «basura acu­mulada de tiempos viejos», por decirlo al modo de Faulkner— quizá haya contribuido también, todo debe decirse, a desincentivar la dedicación de histo­riadores y estudiosos. Por eso deben acogerse con especial interés los trabajos que de una ,u otra forma, incluso con referencias sólo tangenciales, abordan el análisis de dicho período. Con estas páginas me propongo llamar la atención sobre algunos de ellos de reciente aparición y que tienen, aunque heterogéneos entre sí, la común ambición de interpretar las características y los resultados del intervencionismo económico en la industria durante el primer franquismo ',

* Una versión anterior de este trabajo constituyó el texto de la comunicación presen­tada al coloquio España bajo el franquismo, celebrado en Valencia los días 8, 9 y 10 de noviembre de 1984, y organizado por el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, el Instituto de Ciencias de la Educación de Valencia, la Funda­ción de Investigaciones Marxistas y la Fundación Pablo Iglesias.

' En 1983 está fechado el trabajo de Miguel Buesa Blanco (1983 a). De los publica­dos en 1984 he utilizado los siguientes: Albert Carreras (1984); Carlos Moya (1984); Án­gel Viñas (1984), en particular los capítulos 8 («La conexión entre autarquía y política exterior en el primer franquismo, 1939-1959») y 9 («Factores comerciales y de aprovisio­namiento en la neutralidad española en la segunda guerra mundial»), capítulo este último que, de forma algo resumida, ha aparecido en Revista de Occidente, núm. 41 (octubre 1984), pp. 73 a 88. Puede citarse también, aunque quede fuera de los límites que me he fijado para este trabajo, a Carlos Velasco Murviedro (1984). Advertiré también que la parte de la tesis de Buesa que ahora más me interesa se reproduce, notoriamente pulida, en Buesa (1984) y, con sólo retoques de sistemática y estilo, en otros dos trabajos suyos en colaboración con Javier Braña y José Molero (1983) y Buesa y Braña (1983). En las referencias a pie de página remitiré, salvo observación expresa en otro sentido, a la obra originaria, esto es, a la tesis doctoral citada en primer lugar. Por lo demás, prueba de la

Revista de Historia Económica 7 ? 5 Año 111. N.» 1 - 1985 ^-^^

JOSÉ LUIS GARCÍA DELGADO

dándome así la oportunidad de prolongar lo ya avanzado sobre el tema en otras

Rasgos definitorios

Cuatro notas deben subrayarse como caracterizadoras de la política indus­trial intervencionista del período aludido, y de las cuatro es posible ofrecer ahora un perfil más acabado.

1. En contra de muchas de las declaraciones retóricas de los portavoces doctrinarios del «Nuevo Estado», es un intervencionismo, por lo que se refie­re a instrumentos utilizados, muy poco original en relación a las prácticas que la orientación nacionalista de la política económica española ha ido ensayando desde comienzos de siglo. Las novedades son muy escasas: con unos y otros retoques, las disposiciones fundamentales de la inmediata postguerra enlazan con normas precedentes que jalonan el itinerario seguido por la industrializa­ción española. Así, las originarias medidas de apoyo y estímulo a la produc­ción nacional con objeto de conseguir la nacionalización de las materias primas y la sustitución de importaciones, constitutivas de la denominada política di­recta de fomento de la industria nacional del primer tercio del novecientos, con puntales principales en las Leyes de 14 de febrero de 1907 y de 2 de marzo de 1917 y en el Decreto-ley de 30 de abril de 1924, encuentran plena continuidad en la Ley de 24 de octubre de 1939, sobre Nuevas Industrias de Interés Nacional, y en la Ley de 24 de noviembre de ese mismo año, sobre Ordenación y Defensa de la Industria. Y en cuanto a las limitaciones a la li­bertad de industria impuestas por los Decretos de 20 de agosto de 1938 y 8 de septiembre de 1939, estableciendo expresamente un régimen generalizado de autorización previa para las iniciativas e inversiones industriales (régimen confirmado poco después por la Ley ya citada de Ordenación y Defensa de la Industria), el precedente es, asimismo, bien conocido: la Real Orden de 4 de noviembre de 1926, que crea el Comité Regulador de la Producción Industrial, determinándose que a partir de ese momento no podrá constituirse sociedad

insistente dedicación de Buesa al tema es la simultánea publicación de otro artículo, aun­que en él sólo muy lateralmente se haga alusión al objeto de las presentes páginas: Buesa (1983 b). Un último trabajo del que aquí me ocupo data de 1980, pero lo gloso en estas notas por considerar que hasta ahora no se le ha prestado la atención que merece (por ejemplo, no es citado en ninguno de los estudios arriba mencionados); se trata del artículo de Emili Farré-Escofet (1980).

' Como objetivo primordial, he intentado analizar el funcionamiento y destacar las ca­racterísticas del intervencionismo en la economía española de la primera mitad del si­glo XX en García Delgado (1976) y, más recientemente. García Delgado (1983) y García Delgado (en prensa).

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NOTAS SOBRE EL INTERVENCIONISMO ECONÓMICO DEL PRIMER FRANQUISMO

O negocio industrial alguno, ni se podrán ampliar o trasladar las instalaciones ya existentes, sin la debida autorización. El enlace, mimético en muchos pun­tos, de los resortes de la intervención del Estado franquista en la industria con el instrumental puesto a punto en períodos anteriores es, pues, un primer aspecto que no puede nunca dejar de destacarse , si bien la creación, sobre el modelo de IRI italiano, del Instituto Nacional de Industria, por Ley de 25 de septiembre de 1941, al definir e impulsar la participación directa del Estado como inversor y empresario en el proceso de industrialización, suponga, en la medida en que sobrepasa algunos ensayos previos puntuales, un paso cualita­tivo, con rasgos propios diferenciadores, en el largo trayecto recorrido por el nacionalismo económico y el intervencionismo en la España contemporánea. En todo caso, es más apropiado hablar de «nacionalismo tradicionalizante» —como escribe Moya •*— que de «nacionalismo fascistizante» —como propo­nen Témime, Broder y Chastagnaret'— para caracterizar la ideología inspira­dora del intervencionismo del primer decenio franquista, aun sin desconocer que las concepciones económicas del fascismo pudieran utilizarse en algunos momentos como cobertura doctrinal, rellenando «la laguna teórica e ideológi­ca de que adolecían, en el campo económico, los dirigentes del Nuevo Esta­do» *. Se trata de una política, en suma, que responde todavía en medida muy considerable al «paternalismo tradicional» del Estado español' y a los excesos de reglamentación al servicio de viejos objetivos proteccionistas, aunque con los aditamentos de ocasión consustanciales a la «adopción de un patrón auto­ritario y burocrático de asignación de recursos entre las diversas categorías y subcategorías del gasto nacional» ' '"^

2. En el exceso está precisamente, de poderse fijar en algún punto, su elemento más distintivo. Mucho más que el de Primo de Rivera, el interven­cionismo de los dos primeros lustros del régimen franquista se distingue, en efecto, por su carácter extremoso. Si aquél representa —en palabras de Carr— «una exageración de la fe de los proteccionistas del siglo xix en las virtudes del mercado nacional» *, éste responde, según anota Buesa, a la «exacerbación de la política de sustitución de importaciones» ' , con una desmesura que, aun conocidos «los límites a que puede llegarse en la extensión del sistema pro­ductivo en función de la dotación interna de factores y de la accesibilidad a

' Así lo hace Buesa (1983 a), pp. 52 y ss., y Buesa y Braña (1983), pp. 4 a 28 («La política industrial entre 1938-1963»).

' Moya (1984), p, 81. ' E. Témime, A. Broder y G, Chastagnaret (1982), p. 299. ' Viñas (1984), p. 244. ' Salvador de Madariaga (1979), p. 277. 'bis Viñas (1984), p. 241. ' Raymond Carr (1969), p. 557. ' Buesa (1983 a), p. 46.

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tecnologías que necesariamente han de importarse», no vacila en el empleo del término «autarquía» como «recubrimiento verbal» '". De Autarquía «con mayúscula», como señaló Estapé ". Énfasis retórico que se corresponde, por lo demás, lo subraya Farré-Escofet, con el celo «ordenancista» de una Admi­nistración que hereda «hábitos militares en la dirección de la economía» ' . De hecho, más que el de ninguna época anterior, el intervencionismo de los años cuarenta conserva no pocos elementos de la «economía de intendencia» propia de las épocas de guerra.

3. El paralelismo con la Dictadura de Primo de Rivera es muy acusado si se considera el efecto que la política intervencionista del primer franquismo tiene a favor de situaciones de monopolio en la industria española. Y no sólo porque en una y otra situación «la aplicación de la legislación de la libertad de industria favorezca a las empresas ya establecidas», dado que la necesidad de autorización previa, unida a la prolijidad de formalidades administrativas e instancias burocráticas, se convierte en una «barrera legal de entrada» '', al dificultar la puesta en marcha de nuevas empresas y desalentar nuevas inver­siones. También, y sobre todo, porque en uno y otro régimen se favorece la proliferación y el reforzamiento de prácticas monopolísticas, al concederse a los grupos patronales una participación efectiva en las decisiones de la política económica en materia de instalación industrial y de asignación de cupos de materias primas. El papel que en este sentido juega la tupida red corporativa de la Dictadura de Primo de Rivera no ofrece dudas, y la investigación de Buesa viene a confirmar con algún detalle lo que ya se conocía en relación con la participación de la Organización Sindical como entidad asesora de los órga­nos decisorios del Ministerio de Industria, una vez que los Sindicatos Nacio­nales asumen por la Ley de Bases de 6 de diciembre de 1940 las funciones antes atribuidas a las Comisiones Reguladoras de la Producción, creadas en julio de 1938 '''. Es fácil la eliminación de posibles competidores cuando son las propias empresas establecidas y los grupos empresariales más fuertes dentro de cada sector quienes informan las solicitudes de nuevas instalaciones y acon­sejan la distribución de cupos de materias primas entre las autorizadas a ins­talarse. Todo inclina a la creación de auténticos statu quo sectoriales. Todo invita, en suma, a marginar de las preocupaciones del empresario la reducción de costes: en un mercado rígidamente intervenido, donde la discrecionalidad

'" Ihidem, p. 46. " Fabián Estapé (1972), p. 317. " Farré-Escofet (1980), p. 6. " Buesa (1983), p. 67. " Ibidem, pp. 89 y ss.

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de las decisiones administrativas alcanza, además, «cotas muy elevadas» "', la consecución de influencias económicas y políticas deviene tarea prioritaria; y en un mercado reservado, para incrementar los beneficios de una industria débil y en condiciones de monopolio, no se buscará tanto la reducción de los costes como el aumento de los precios de una producción con destino preestablecido. Con el «rasgo legal» dado a «la oligopolización y al bajo nivel técnico exis­tente» —en expresión de Palafox referida al régimen primorriverista, pero del todo aplicable también a la política industrial del decenio de 1940 "—, difí­cilmente puede impulsarse un desarrollo competitivo de la industria.

4. Dominio asfixiante de la burocracia y múltiples irregularidades admi­nistrativas serán, en esas condiciones, una secuela ineludible, componiendo otro rasgo definitorio del régimen intervencionista aludido. Lo primero deriva no sólo del carácter preventivo y generalizado de la intervención; también de «la multiplicidad de los órganos asesores» y de «la pluralidad y fragmentación de los órganos decisorios en la Administración del Estado», como apunta Buesa, ofreciendo algunos ejemplos bien elocuentes ". Imperio, pues, de ins­tancias burocráticas o semiburocráticas que, como denunciara Flores de Lemus en los últimos meses de la Dictadura de Primo de Rivera, no puede sino re­traer anormalmente las iniciativas empresariales; merecen repetirse las palabras del Dictamen del año 1929: «mientras la economía de la industria y del co­mercio se halle en régimen de expediente, como en los tiempos de decadencia del viejo Mercantilismo, no se puede pensar en que anime a los empresarios el espíritu que nació justamente de la abolición de aquel régimen» ". Una vo­luntad de control burocrático tan ambiciosa como, por lo demás, escasamente efectiva en muchas ocasiones: de ahí la profusa ramificación de actuaciones irregulares que eluden o burlan las normas interventoras. En algunos casos, dichas prácticas pueden dar lugar a la formación y desarrollo de mercados clandestinos paralelos («negros») a los intervenidos; en otros, a la aparición de una suerte de precoz «economía subterránea», en sectores donde la peque­ña empresa y el trabajo doméstico conservan todavía amplias posibilidades de mantenimiento, y en los más, finalmente, a prácticas de corrupción, sin pa­liativos. El ejemplo máximo del primer tipo de comportamientos, provocados en buena medida por la propia intervención del Estado, se tiene durante el decenio de 1940 fuera del ámbito industrial, en el «mercado negro» del trigo.

" Ibidem, pp. 107 y ss. Sobre este punto es muy útil manejar la versión más afinada que Buesa ha ofrecido en Buesa (1984), pp. 10 y ss.

" Jordi Palafox (1980), p. 27. " Buesa (1983), pp. 94 y ss. " «Dictamen de la Comisión nombrada por Real Orden de 9 de enero de 1929 para

el estudio de la implantación del Patrón de Oro», edición de Información Comercial Es­pañola, núm, 318 (1960), p. 65.

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cuya amplitud y persistencia tan cuidadosamente ha estudiado en estos últimos años Barciela "; pero no han de faltar, bajo modalidades en cada caso especí­ficas, en la comercialización de productos industriales, toda vez que, como supo definir Clavera, el mercado negro no es sino «la otra cara de la interven­ción» ^°. He aquí un tema que bien podría ser objeto de algún esfuerzo inves­tigador, aunque su análisis sea especialmente difícil, como lo es el estudio de los otros dos tipos de actuaciones apuntadas, sobre los que apenas se dispone de otra cosa que de testimonios fragmentarios y de hipótesis generales. Una de éstas, y bien atractiva, es la que sugiere Farré-Escofet al subrayar las «ren­tas de situación» que, en un sistema de intervención tan «drástico» como «transgredible», se derivan de:

«— irrumpir en el mercado real transgrediendo los precios ofi­ciales;

— negociar con los cupos y con los excedentes no oficiales; — reducir la limitación de las importaciones mediante compra

de licencias; — establecer un negocio especial de exportación de unos pro­

ductos para importar otros con objetivos de venta en el inte­rior, dada la escasez de divisas y los arbitrarios cambios (más bajos para los exportadores);

— la transgresión del control más riguroso de precios en las in­dustrias básicas y más dimensionadas, lo que redunda en la formación de escalones de renta personal (rentas de la trans­gresión) que no llegan a las empresas;

— propiciar los negocios personales y la formación de renta per­sonal en un sistema fiscal que controla más los beneficios de las empresas y no incide en la renta de las personas físicas;

— el proceso inflacionario, propiciando el negocio a corto plazo de la compraventa y la reserva de valor por la inversión in­mobiliaria» '.

Lo que sí puede afirmarse, en cualquier caso, es que el común origen de esas prácticas debe buscarse en la propia prolijidad y en el carácter preventivo generalizado del intervencionismo económico. Y que la corrupción —con la extensión y la intensidad que cada cual quiera presumir— no puede dejar de producirse en un sistema que en un alto grado otorga respaldo oficial a las presiones de grupo y personales, con todos los inconvenientes adicionales de-

" Barciela (1981a) y, también, Barciela (1981 ¿>), pp. 17 a 37, y Barciela (1981c) " Joan Clavera (1976), p. 91. " Farré-Escofet (1980), p. 14.

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rivados de la falta de libertad de expresión propia del «régimen de silencio», por utilizar el elegante eufemismo con que Carr alude a la Dictadura de Primo de Rivera ^: más que un rasgo definitorio, la corrupción en esas cir­cunstancias es un cultivo espontáneo, una consecuencia tan previsible como difícilmente extirpable.

Un período de estancamiento

El valiosísimo trabajo de Albert Carreras construyendo un índice anual de la producción española desde 1842 a 1981, permite hoy precisar y revisar los juicios que sobre los ritmos de crecimiento de la economía española en diver­sas etapas han venido sosteniéndose; en particular, y toda vez que dicho ín­dice rectifica ampliamente los resultados obtenidos en los índices oficiales (del Consejo de Economía Nacional y del Instituto Nacional de Estadística), que habitualmente han servido para cifrar la evolución económica del período aquí estudiado, la investigación de Carreras obliga a una valoración más ajustada de los logros de la política intervencionista del primer franquismo en el sector industrial ^

El riguroso cálculo del nuevo y más completo índice de la producción in­dustrial española expresa, sin asomo de duda, un sostenido estancamiento eco­nómico durante el decenio de 1940: así, el valor de aquel índice en 1935 no se alcanza en la postguerra hasta 1948, sobrepasándose sólo holgada e irrever­siblemente a partir de 1950, cuando se dejan atrás una larga concatenación de penurias y dificultades económicas y, también, las más rígidas prácticas inter­vencionistas. De hecho, y éste es un dato que matiza los resultados obtenidos, entre otros, por el propio Buesa ^, será en los años cincuenta cuando la po­lítica de sustitución de importaciones arroje logros mantenidos y apreciables. Carreras lo sintetiza en unas pocas líneas que merecen reproducirse: «la ma­yor parte de la información estadística utilizada en los índices oficiales para el período 1940-1960 se refiere a las industrias productoras de bienes inter­medios y de energía eléctrica, y no a las productoras de bienes de consumo final ni a las de bienes de equipo. Como los principales esfuerzos en materia de política industrial se dirigieron hacia los primeros sectores, la valoración del período ha podido distorsionarse en algunas ocasiones, exagerando la mag­nitud de los avances conseguidos, lo que equivale a la aceptación de las tasas

" Carr (1969), p. 547. " El propio Carreras enjuicia críticamente con detalle los anteriores índices sobre la

producción industrial española, apuntando las distorsiones que su utilización provoca en los estudios más conocidos.

" Buesa (1983), en especial pp. 140 y ss. y 463 y ss., y Buesa, Braña y Melero (1983), pp. 94 y ss.

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de crecimiento del producto industrial implícitas en los índices oficiales. La consideración más atenta de las industrias manufactureras, vinculadas, por una parte, a los niveles interiores de consumo —que se hundieron entre 1935 y 1940 y luego permanecieron estancados durante una década— y, por otra, a los niveles de la formación interior bruta de capital fijo, que no se hundieron pero sí permanecieron básicamente estancados, modifica radicalmente esta ima­gen. No hay que olvidar, finalmente, que la industrialización sustitutiva de importaciones, con todas sus limitaciones y sus virtualidades, no fue caracte­rística de la primera década de la postguerra, sino de la segunda» ^. Por lo demás, la comparación del español con índices similares de la producción in­dustrial en diversos países europeos permite concluir que en España se regis­tra durante el decenio de 1940 «un período de estancamiento postbélico sin parangón en la historia contemporánea de Europa» '.

Una conclusión que, puesta en relación con todo lo apuntado en el epí­grafe precedente, permite cerrar estas páginas con tres breves reflexiones fi­nales que aspiran a abrir otros tantos frentes de debate sobre el tema analizado.

1. El intervencionismo industrial de la política económica del primer franquismo actúa, muy al contrario de su declarada finalidad, como «factor limitativo» en el esfuerzo de reconstrucción en la postguerra'". La rigidez or­denancista retrae y cohibe ahora también la capacidad de desarrollo de la pro­ducción industrial, de la misma forma que —creo haberlo demostrado en otro lugar *— la potencialidad de crecimiento de la industria española en los años veinte, en el marco de una fase expansionista de la economía mundial, se vio recortada por el «corsé corporativista» de la Dictadura de Primo de Rivera. Es más, así como a largo plazo «no parece existir paralelismo entre industria­lización y proteccionismo» ^, si alguna relación puede establecerse de forma inequívoca contemplando la evolución de la economía española durante todo el franquismo es el paralelismo entre crecimiento industrial y liberalización económica, tanto en el ámbito del comercio exterior como en la regulación de la producción y del comercio interiores, en la medida en que dicha libera­lización condiciona el aprovechamiento por parte española de los impulsos expansionistas de la economía internacional en sus fases de auge.

2. Más todavía que en el régimen primorriverista, durante el primer franquismo no se presencia tanto la consolidación de un sector público con objetivos racionalizadores del sistema económico cuanto la incierta difumina-

" Carreras (1984), pp. 144 y 145. "• Ibidem, p. 147. " Farré-Escofet (1980), p. 20. " García Delgado (1983), especialmente pp. 810 y 815. " Carreras (1984), p. 147.

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NOTAS SOBRE EL INTERVENCIONISMO ECONÓMICO DEL PRIMER FRANQUISMO

ción de fronteras entre lo público y lo privado, con efectos perturbadores para el conjunto. Se está, en definitiva, ante una modalidad de intervención estatal de la que cabe afirmar no sólo que sus efectos contradicen la función histórica que desempeñó el Estado en la mayor parte de los países europeos —también en España— durante las primeras etapas de la industrialización: el establecimiento de un marco institucional adecuado para «crear un ambien­te capitalista», empleando los términos bien conocidos de Supple *; sino tam­bién que se trata de una suerte de caricatura de lo que es o puede ser la inter­vención estatal en una economía capitalista contemporánea con una larga tra­dición industrial.

3. Por todo ello, como apostilla asimismo Carreras, cuando se preten­de identificar -franquismo con industrialización, a la vista del intenso proceso de crecimiento y cambio industria] de la segunda mitad de dicho régimen, se olvida la «verdadera depresión» de los primeros lustros de la postguerra ^'; un prolongado estancamiento que, con perspectiva histórica —algo que nunca debe perderse, como se proclama, además de en muy conocidos textos clásicos, en la línea inicial de ese lúcido y estremecedor relato sobre los años cuarenta que es La Colmena '^—, acaso explique más satisfactoriamente que ningún otro elemento el atraso industrial de la España contemporánea en términos com­parativos ^\

Post-scriptum

Ya en pruebas estas páginas, ha aparecido la obra: J. Braña, M. Buesa y J. Molero, El Estado y el cambio tecnológico en la industrialización tardía. Un análisis del caso español, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1984, cuyo capítulo III contiene asimismo, con muy escasas variaciones, la parte de la tesis de Buesa que he glosado en las páginas precedentes. Y se ha publicado también un extenso artículo de Enrique Fuentes Quintana, «El Plan de Esta­bilización económica de 1959, veinticinco años después», Información Comer­cial Española, núms. 612-613, 1984, pp. 25 a 40, que, de forma concisa pero muy aguda, analiza y enjuicia los criterios básicos de la política económica du­rante los primeros lustros del franquismo (subrayando especialmente el alto grado de incoherencia y la discrecionalidad de las múltiples prácticas de inter­vención). No figuran por ello estos títulos en la bibliografía que sigue.

" Barry Supple (1979), p. 318. " Carreras (1984), p. 144. " La mejor y más reciente edición de esta obra de Camilo José Cela, con notas exce­

lentemente cuidadas, que en algún caso son incluso muy útiles para la explicación de cier­tos aspectos de la economía intervenida de la época, se debe a Raquel Asún, y ha sido publicada por Castalia en 1984.

" Carreras (1984), p. 147.

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EL DESARROLLO ECONÓMICO EN LA EUROPA DEL SUR *

CLARA E U G E N IA NUÑEZ New York University

El propósito de este encuentro fue, en palabras de los organizadores, po­ner en contacto a economistas e historiadores interesados en el desarrollo eco­nómico a largo plazo de estos tres países a fin de promover un enfoque com­parativo en el estudio de la Historia Económica de la Europa del Sur. Esta iniciativa se vio apoyada por dos circunstancias: el inminente ingreso de Es­paña y Portugal en la CEE, así como, desde otra perspectiva, la preocupación de la Asociación Internacional de Historia Económica por temas tales como crecimiento y productividad en las economías europeas.

La primera sesión estuvo dedicada a «La formación del mercado interior (Agricultura, comercio y niveles de vida)», y en ella se discutieron cuatro tra­bajos, de los cuales tres hacían especial hincapié en los cambios ocurridos en el sector agrario durante el período estudiado y sus repercusiones sobre el mer­cado interno de Italia, España y Portugal.

Tanto Jon Cohén para Italia, como James Simpson para España, y Lopes Vieira para Portugal, coincidieron en considerar las insuficiencias de la de­manda interna de productos agrarios como la causa principal de que los cam­bios introducidos en este sector no fueran mayores o se retrasasen relativa­mente. Se adoptaron, sin embargo, nuevos métodos de producción, aumentó el uso de fertilizantes e insecticidas, se introdujeron nuevas semillas y se am­pliaron las zonas irrigadas. Estos cambios, que se reflejaron en un aumento de la productividad, fueron más notables en Italia a partir de 1897, según Cohén, y ya entrado el siglo xx en España, en opinión de Simpson. Ambos autores insistieron, no obstante, en la racionalidad de los sistemas agrícolas dominantes en Italia y España durante el siglo xix. Esta racionalidad venía dada por la relativa abundancia de tierra y el bajo coste del trabajo agrícola, por una parte, y por las condiciones climáticas y de suelo que no permitían

* Nota sobre el encuentro Problemas históricos del desarrollo económico en la Europa del Sur: Italia, España y Portugal entre las décadas de 1830 y 1930 (Sevilla, 3-5 de octu­bre de 1984), dirigido por los profesores Gabriel Tortella y Leandro Prados de la Escosu-ra (Universidad Internacional Menéndez y Pelayo).

Revista de Historia Económica i A-j Año III. N.o 1 - 1985 ^ '

CLARA EUGENIA NUNEZ

el desarrollo de una agricultura mixta como en el norte de Europa, por otra. En su opinión, pues, no se puede hablar de estancamiento de la agricultura de estos países durante la pasada centuria. Lopes Vieira, por su parte, sugirió un mayor estancamiento de la agricultura portuguesa que el señalado por los otros participantes para España e Italia, el cual se reflejó en un atípico descenso de la población y en un alza de precios.

Por último, se presentó un proyecto de investigación en el que su autor, David Ringrose, planteó el problema de la integración del mercado interno en España desde una nueva perspectiva. En su opinión, sería interesante averiguar dónde y cuándo la España rural del interior experimentó cambios estructura­les que indicaran una mayor integración del mercado nacional, siguiendo para ello los cambios acaecidos en la red de centros urbanos entre 1787 y 1910.

La segunda sesión estuvo dedicada al «Sector exterior», y la discusión se centró en dos temas fundamentalmente. Por una parte, se analizaron las ven­tajas e inconvenientes que pueden derivarse del uso de las estadísticas de comercio exterior de estos tres países. Por ventaja se entendió el hecho de que sean las de comercio exterior las series más completas que existen para el es­tudio de la historia económica de estos países. Entre los inconvenientes, el más importante fue el de demostrar la fiabilidad de estas cifras y la necesidad o no de introducir correcciones —de las que se mostraron partidarios en sus trabajos Prados-Tena, para España, y Lains, para Portugal.

Por otra parte, se discutieron los efectos del comercio exterior sobre el crecimiento económico, tema que por su complejidad no quedó sino esbozado. Así, Giovanni Federico expresó sus dudas acerca de una posible mejora de las Relaciones Reales de Intercambio italianas entre 1861-95, quizá relaciona­da con un crecimiento del comercio exterior total ligeramente inferior al de la mayoría de los países europeos, y sugirió la necesidad de clarificar el creci­miento de las exportaciones italianas estimando su elasticidad en alguno de sus mercados. Pedro Lains, tras un considerable esfuerzo econométrico de de­puración de sus datos para Portugal, presentó unas conclusiones un tanto apre­suradas, aunque bien encaminadas. Así, afirmó que la dinámica del sector exportador portugués es relativamente independiente de las fluctuaciones de la economía mundial y está determinada en mayor medida por las variaciones ocurridas dentro de la economía nacional. Por su parte, Leandro Prados, An­tonio Tena y Gabriel Tortella afirmaron que existe evidencia suficiente en apoyo de la idea de que el sector exterior contribuyó positivamente al cre­cimiento de la economía española durante la mayor parte del siglo xix. Así, señalaron que durante el período de 1830 a 1890 las exportaciones crecieron proporcionalmente más que la renta nacional y, por tanto, contribuyeron a un mayor crecimiento del resto de la economía. Si el sector exterior hubiera sido

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EL DESARROLLO ECONÓMICO EN LA EUROPA DEL SUR

mayor, en términos relativos, la renta nacional se habría beneficiado de ello, punto en el que parecen coincidir con las afirmaciones de Lains para Portugal.

En esta sesión también hubo una comunicación oral de Peter Hertner so­bre las inversiones de capital extranjero en Italia entre 1883 y 1911, trabajo que supone un primer paso hacia la reconstrucción de la balanza de pagos ita­liana. Destacó en su presentación la contribución de capital extranjero, en es­pecial británico, en la financiación de las importaciones coincidiendo con el período de mayor auge de la economía italiana, entre 1895 y 1911.

La tercera sesión se dedicó a «La industria», y en ella se intentaron cuan-tificar los niveles de crecimiento industrial y encontrar las causas del relativo atraso en la industrialización de estos tres países. Jaime Reis presentó una primera aproximación de un índice de producción industrial para Portugal, lo que le permitió afirmar que el crecimiento industrial de Portugal no es un fenómeno exclusivo del siglo xx. En opinión de Reis, los ciclos cortos que aparecen reflejados en este índice sugieren que los cambios en la productivi­dad en algunos factores, los niveles y dirección de los gastos gubernamentales y, principalmente, las condiciones del mercado financiero portugués fueron los factores decisivos que influenciaron la configuración del ciclo industrial.

La interpretación de Albert Carreras del índice de producción industrial español elaborado por él mismo, vino a insistir en un aspecto clave también señalado por Reis para Portugal. En opinión de Carreras, la industria espa­ñola, pese a todas sus limitaciones o insuficiencias, tuvo una aportación posi­tiva al crecimiento económico, según se desprende del cotejo de las tasas de crecimiento de la producción industrial y de la renta nacional. Esta aportación fue particularmente elevada entre 1831 y 1860, y tan sólo ligeramente nega­tiva entre 1913 y 1935. Así, concluyó Carreras que la industrialización no es un fenómeno del siglo xx en España, y, por consiguiente, el siglo xix no pue­de ser considerado como un período de estancamiento industrial.

Stefano Fenoaltea presentó una ponencia en la que revisaba tanto algunos de sus trabajos anteriores como las interpretaciones tradicionales de Gerschen-kron y Romeo sobre el crecimiento económico italiano en el siglo xix. En su opinión, la clave de las fluctuaciones de la economía italiana no está en la li­mitada oferta de capital doméstico, como mantienen los otros dos autores, sino en las condiciones particulares de la demanda de inversiones, que se pue­den atribuir, según Fenoaltea, a las distintas expectativas empresariales y a la influencia de cambios en la política económica. Estos problemas, señaló, debían ser estudiados situando a Italia en el contexto de la economía internacional, para lo cual sería útil estudiar los movimientos de capital y trabajo en la ba­lanza de pagos italiana. Un tanto al margen de estos problemas generales, des­tacó como factor clave de los desequilibrios regionales en el proceso de in­dustrialización un factor geográfico, la ausencia de agua en el Mediodía italiano.

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CLARA EUGENIA NUNEZ

Por SU parte, Pedro Fraile presentó un trabajo práctico de la teoría del cambio tecnológico inducido, a través del cual la teoría neoclásica explica el proceso de crecimiento económico. Tras estudiar las industrias del acero y del metal en el primer tercio del siglo xx en España, Fraile concluyó que los mo­delos microeconómicos que propone la teoría neoclásica son insuficientes para explicar completamente el cambio tecnológico, por lo que propuso introducir factores exógenos como los institucionales y las actitudes empresariales frente a la estructura del mercado. Esta conclusión, basada en su afirmación de que el coste unitario del trabajo en la industria del acero entre 1900 y 1930 fue superior a la media europea en el caso español, fue ampliamente debatida.

El tema de la cuarta sesión fue «El papel del Estado». La impresión ge­neral dominante fue que el estudio del papel del Estado en el crecimiento económico tiene aún un largo camino que recorrer, pero es una vía que pro­mete ser fructífera y facilitar una mejor comprensión del proceso de moderni­zación de las economías del Sur de Europa. Las ponencias de Bonelli, para Ita­lia, y de Martín Aceña-Comín, para España, se centraron en tres grandes aspec­tos de la intervención gubernamental: la política fiscal y monetaria, la política de protección frente al exterior mediante tarifas y el análisis de la legislación económica y derechos de propiedad que definieron el marco institucional en que se desarrolló la actividad económica. Por su parte, Valerio, en su ponencia sobre Portugal, discutió el papel del Estado en la formación del sistema indus­trial. Tanto Bonelli como Valerio pusieron un mayor énfasis en la importancia de determinar si la intervención gubernamental directa fue una contribución positiva o no al crecimiento económico a largo plazo, mientras Martín Aceña-Comín prestaron mayor atención al estudio de los avances en la creación de un marco institucional adecuado al crecimiento económico.

La quinta sesión estuvo dedicada a «Los desequilibrios regionales», y dio lugar a una viva discusión sobre la necesidad de profundizar en este tipo de estudios cuando son aún tan considerables las lagunas que existen en temas de carácter más general. Entre los principales problemas que entrañan los estudios de historia económica regional se destacó, por una parte, el problema de las fuentes estadísticas o de otros datos cuantificables y, por otra, las dificultades de definir una región en términos económicos —la división administrativa fue considerada inadecuada—, debido precisamente a la naturaleza cambiante del crecimiento económico.

Los ponentes contestaron a algunas de estas objeciones con una defensa de la historia económica regional. Se destacó la existencia de distintos rasgos o modelos de crecimiento entre países de grandes disparidades regionales y países más homogéneos social y económicamente, así como el interés de los estudios regionales comparados para entender las causas de un mayor o menor atraso entre regiones de características similares.

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EL DESARROLLO ECONÓMICO EN LA EUROPA DEL SUR

De los trabajos presentados en esta sesión parece deducirse que las dife­rencias regionales no son en ninguno de los tres países un fenómeno del si­glo XIX, sino más bien anterior. No obstante, Vera Zamagni señaló que se habían acentuado en Italia a partir de finales de siglo, dado que una política gubernamental única estaba encaminada a tener efectos muy distintos en las zonas atrasadas o desarrolladas del país —con esto atacó el argumento tradi­cional de que la política del Gobierno desde la Unificación había estado a fa­vor del Norte—. También destacó que fueron las dos guerras mundiales las que en mayor medida contribuyeron a acrecentar la distancia entre el Norte-Centro y el Sur, favoreciendo la reconversión industrial y un aumento de las inversiones en el Norte. El caso de España, según una presentación oral de Pedro Tedde, no apoyó las conclusiones de Zamagni para Italia, pues, en su opinión, las diferencias regionales en España, lejos de aumentar a lo largo del siglo XIX disminuyeron, aunque también señaló que algunas regiones, como Andalucía, Extremadura y Murcia, empeoraron relativamente.

En su trabajo sobre Portugal, David Justino discutió la tradicional división regional en Norte y Sur, e insistió en que aún más importante era la atracción de un área geográfica determinada por un centro (Lisboa y Oporto) del que el interior del país se encontraba excesivamente desligado. Finalmente, Clara Eugenia Núñez presentó un esquema de análisis que permitiera determinar cuáles fueron, los factores diferenciadores del desarrollo regional en dos regio­nes cuya economía se encontraba estrechamente vinculada al comercio exterior (Andalucía y País Valenciano). Entre las externalidades del comercio exporta­dor que podrían estudiarse llamó la atención sobre la formación del mercado interno, a través de la distribución de la renta, y la formación de capital humano, a través de la difusión de nuevas técnicas de organización y produc­ción, y de la mejora de la educación en general.

En la sexta y última sesión se discutió el tema global que sirvió de marco a las anteriores reuniones, el de la modernización de los países latinos.

¿Se puede hablar de un modelo de modernización económica aplicable a estos tres países? En otras palabras, ¿las causas del atraso relativo de la Euro­pa del Sur y su posterior recuperación ya entrado el siglo xx son comunes a estos tres países —y a la cuenca mediterránea en general— o se trata de una mera coincidencia, resultado de situaciones muy distintas? Los paralelismos que se pusieron de manifiesto a lo largo del encuentro, más fuertes entre Es­paña e Italia que entre estos dos países y Portugal, apoyan la necesidad de ahondar en la historia económica comparada entre estos países y, por consi­guiente, en la utilidad de elaborar un modelo común de modernización. Este posible modelo quedó sin definir en Sevilla, aunque se perfilaron algunas di­rectrices que parecen prometedoras —el peso de una tradición cultural común y, por tanto, de unas instituciones parecidas, el problema de la escasez de ca-

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pital humano, más agudo en unos casos que en otros, y las similitudes geográ­ficas derivadas, en parte, de su mediterraneidad.

Patrick O'Brien mostró su escepticismo ante las tipologías existentes para la historia económica europea, aunque se declaró a favor de la historia compa­rada. Con este fin discutió algunos de los modelos más conocidos, como los de Rostow y Gerschenkron, además de la comparación de la Europa continen­tal con la Primera Revolución Industrial en Inglaterra, modelos que, en su opinión, resultan inadecuados. Ahora bien, afirmó que algunos de los aspectos que Gerschenkron consideró importantes en el desarrollo económico de los países relativamente atrasados pueden ser claves y merecen más atención de la que hasta ahora han atraído. Se refirió, en particular, al papel del Estado y de las instituciones políticas sobre el cambio económico. También insistió O'Brien en la importancia del comercio exterior y los cambios en las ventajas compa­rativas que su desarrollo lleva consigo.

Jaime Reis planteó una serie de contrafactuales para explicar las causas del atraso portugués durante el siglo xix, de las que se pueden extraer conclusio­nes válidas para el conjunto de países «latinos». Tras considerar insuficientes o inadecuadas las explicaciones tradicionales del atraso portugués (la estructura de la propiedad de la tierra, la dependencia externa y las estructuras mentales y sociales de la burguesía heredadas del Antiguo Régimen), Reis elaboró tres contrafactuales en los que se preguntaba qué hubiera pasado si: 1) se hubiera desarrollado una industria siderúrgica protegida (no hubiera podido contribuir en más de un 2 por 100 al PNB); 2) se hubiera fomentado la industria de exportación —corcho y conservas—, dado que el mercado interno era muy li­mitado (la demanda internacional de estos productos tampoco hubiera sido suficiente), o 3) hubiera aumentado la dependencia externa de productos pri­marios, de los cuales el más prometedor era el vino (no hubiera podido, sin embargo, competir con el de otros países exportadores, como la propia Espa­ña). Concluye Reis que el atraso económico portugués del siglo xix no podía haberse evitado porque no existían verdaderas alternativas, y que una mayor dependencia o inserción en la economía internacional hubiera sido beneficiosa, conclusiones que pueden aplicarse, en mayor o menor medida, a los otros países latinos.

Gabriel Tortella y Leandro Prados, como organizadores de esta reunión, se plantearon de forma más directa la existencia o no de un modelo latino de modernización económica, y los rasgos que, en este caso, lo definirían. Los datos que presentaron sobre renta nacional a partir de mediados del siglo xix para Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, España y Portugal sostienen la hipótesis de un comportamiento común o latino entre estos tres últimos. Los tres últimos países muestran un aumento de la distancia que les separa de Inglaterra a todo lo largo del período, desfase que se detiene y em-

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EL DESARROLLO ECONÓMICO EN LA EUROPA DEL SUR

pieza a disminuir lentamente antes de la Segunda Guerra Mundial, acortándose las distancias claramente tan sólo después de esta gran conflagración. Dado que la recuperación de estos países, siempre en relación con los más desarrollados como Inglaterra, es un fenómeno del siglo xx, los autores sólo abordan en este trabajo el estudio de las causas del atraso comunes a todos estos países.

En su definición del desarrollo económico «como el resultado de la inter­acción de dos grandes factores: el entorno físico de un área determinada y la tecnología disponible, entre los cuales se interpone un elemento mediador, el conjunto institucional de la sociedad que habita el lugar» (Tortella y Pra­dos, p. 5, traduzco) se encuentra la clave para entender su selección de facto­res: la cultura, derivada de una herencia común romana, y el medio físico, marcado por la mediterraneidad. Este último impidió que se adoptara la re­volución agrícola que había triunfado en los países del norte de Europa, y en la que más tarde se había basado su industrialización. Entre los factores cul­turales o institucionales, más difíciles de medir en términos cuantitativos, estos autores señalan el interés que puede tener el estudio del analfabetismo, tema escasamente trabajado. Ahora bien, si dejan claras las consecuencias del analfabetismo para el crecimiento económico —«una población no educada es muy poco receptiva al cambio tecnológico importado, e incapaz de generar este cambio de forma espontánea» (p. 10)—, tan sólo esbozan las posibles causas del elevado analfabetismo de los países latinos durante este período. Destacan, por una parte, el círculo vicioso de la pobreza, que impide a estos países realizar mayores inversiones en educación, y, por otra parte, un argu­mento ya tradicional, la actitud negativa de la Iglesia católica ante la alfabe­tización frente a la actitud positiva de los credos protestantes, que favorecen la lectura directa de los textos sagrados. (Países mayoritariamente católicos, pero con niveles de alfabetización muy superiores a los del grupo aquí estu­diado, como Francia y Bélgica, gozaban desde comienzos del siglo xix de una mayor separación de los intereses Iglesia-Estado.)

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RECENSIONES

RECENSIONES

Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ: Política fiscal y cambio social en la España del siglo XVU, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1984, 900 ptas. (índice).

El nuevo libro del profesor Domín­guez Ortiz constituye un encomiable y muy positivo intento de ampliar al conjunto del siglo xvii los resultados de su magistral investigación sobre la Hacienda de Felipe IV (Política y Hacienda de Felipe IV, Madrid, 1960, 2.^ ed., 1983), que, como se sabe, además de haber marcado una pauta dentro de este tipo de trabajos y ser­vir de semillero para posteriores in­vestigaciones, supuso uno de los más meritorios estudios de aproximación al conocimiento de la complejísima red que constituía el macrocosmos de las finanzas en dicha época dadas las dificultades inherentes al estudio de las mismas. De este modo, resulta todo un ejemplo observar cómo el au­tor ha sabido ceñirse a los particula­res aspectos que dan título a su nue­va obra sin por ello abundar en los ya estudiados en la anterior, plegán­dose, a su vez, a lo que suponemos exigencias de una colección de bolsi­llo, si bien de reconocido prestigio editorial, sin sacrificar rigor en aras de una mayor concisión.

Por otro lado, el libro que nos ocu­pa ofrece la novedad de dar a cono­cer la proyección dinámica de lo que es la dimensión eminentemente insti­tucional del edificio de la Real Ha­cienda, ya estudiada en su obra ante­rior. Tal proyección, en definitiva la política fiscal, a través de su acción sobre los individuos, es decir, por me­dio de la fiscalidad, constituye una de las mejores formas de contribuir al conocimiento de una parcela de sin­gular importancia y, sin embargo, en parte olvidada de nuestra historia eco­nómica: aquella que interrelaciona en forma más directa y, me atrevería a decir, de manera más descarada la ac­ción económica del Estado sobre el conjunto de la sociedad. Lógicamen­te, en el contexto de una sociedad estamental, tal acción distaba mucho de ser ciega y afectar por igual a to­dos los individuos; es por ello que el autor realiza un pormenorizado aná­lisis de la incidencia de dicha fiscali­dad sobre las principales y más repre­sentativas figuras de aquella sociedad: eclesiásticos, aristocracia, campesina-

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do y clases urbanas fueron víctimas todos ellos, aunque en diferente gra­do e intensidad, de una voracidad fis­cal devastadora por parte del Estado del Antiguo Régimen, que, acuciado por las necesidades de recursos para hacer frente a sus apremiantes nece­sidades financieras, fue, sin embargo, incapaz de introducir las reformas tri­butarias que le hubieran permitido un cierto grado de solvencia.

En definitiva, la sobreimposición fiscal, a través del recurso continuado a toda suerte de arbitrios, introdujo importantes fisuras que llegaron a afectar los privilegios de exención que constituían la base misma de la so­ciedad estamental. A su vez, se ana­lizan las importantes «repercusiones» sociales, económicas y hasta morales que alimentó tan abultada fiscalidad, poniéndose de manifiesto, por un lado, los aspectos positivos que aca­rreó la tendencia a diluir tales privi­legios, por mor del ensanchamiento del estamento nobiliario, a través de la generalización de la venta de car­gos y títulos a que llevaba el afán de escapar de la sufrida condición de pe­chero sujeto a capitaciones persona­les, que, ciertamente, contribuyó a re­novar con nuevos efectivos más acti­vos el tradicional quietismo en materia económica de la nobleza de viejo cuño. Sin embargo, desde luego, de­ben subrayarse los malos efectos que se desprenden de actitudes que ten­dían a reforzar la corrupción y el cohe­cho a través de la venalidad como instrumento anómalo de una política fiscal que, por supuesto, no fue pa­

trimonio exclusivo de nuestros gober­nantes.

No obstante, según se pone de ma­nifiesto, los instrumentos de la polí­tica fiscal de nuestro siglo del barroco no se agotan, ni mucho menos, con los mecanismos venales de ascenso so­cial y de provisión de cargos antes señalados, sino que trascienden a otros campos de la vida económica del país, contribuyendo al empobreci­miento de sus gentes. De este modo, las ventas de jurisdicciones a particu­lares o a los propios lugares si mos­traban interés en ello y podían aten­der a su pago; las de las tierras de realengo; las de los baldíos pertene­cientes al común de los pueblos, etc., plantearon, además de un sinfín de pleitos y litigios de competencias, múltiples situaciones conflictivas que menudean a lo largo del siglo y que, lógicamente, redundaron en perjuicio de las actividades productivas. Tam­bién, por extensión, debe resaltarse el interesante capítulo dedicado al tema de la conmutación de penas por dine­ro que pone de manifiesto hasta qué punto se envilecieron las más invete­radas instituciones en pro de lo pe­cuniario.

Por último, la búsqueda desenfre­nada de ingresos por parte de la Mo­narquía llegó a salpicar otros ámbitos de la vida económica de Castilla. De esta manera, se quiso ver en las ma­nipulaciones monetarias —acuñacio­nes y resellos— un medio aparente­mente inocuo de recaudo tendente a no sobrecalentar los circuitos econó­micos con nuevas contribuciones. Co-

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mo no podía ser de otro modo, el pretendido remedio se reveló una es­tulticia, contribuyendo a sumir al país entero en un grado de postración aún mayor, del que sólo las enérgicas de­valuaciones y reajustes de los años ochenta pudieron contribuir a reani­marle.

Además de todos los aspectos ci­tados, el libro en general recoge un amplio conjunto de informaciones de singular importancia que contribuyen a profundizar en el conocimiento de la realidad socioeconómica de un siglo

que comienza a dejar de presentar los caracteres enigmáticos que lo habían venido caracterizando hasta hace algu­nas décadas, gracias, entre otros, a la profunda dedicación y cariño consa­grados por el autor a su estudio. Una buena muestra de ello son las fre­cuentes y sugerentes iniciativas que se apuntan en sus páginas dirigidas a es­timular nuevas investigaciones que nos ayuden a completar el cuadro de la época.

Juan ZAFRA OTEYZA

Univ. Complutense de Madrid

Guillermo CÉSPEDES DEL CASTILLO: América Hispánica (1492-1898), t. VI de la Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara, Barcelona, Editorial Labor, 1983 (contiene bibliografía e índices onomástico y topo­gráfico).

Entre aquellos manuales siempre desactualizados que sólo consultan es­toicos estudiantes y profesores de his­toria latinoamericana y el novelón de buenos y malos en que la misma ha quedado reducida bajo la hábil pluma de Galeano, están las conocidas pági­nas escritas por Gibson, Halperín Donghi, Konetzke, Lynch y otros, a las que ahora se agrega el excelente libro de Céspedes del Castillo. Tie­nen en común el hecho de combinar un manejo, como mínimo correcto, de la bibliografía y —aún más im­portante— de los problemas a los que se enfrentan, y sobre los que refle­xionan los investigadores, con una síntesis asequible a especialistas de

otras ciencias sociales y al público en general. Lo cual es ya mérito sufi­ciente para saludar la publicación de América Hispánica.

En efecto, la divulgación es uno de los flancos débiles de la historia lati­noamericana del período colonial. No son estas líneas lugar para analizar los problemas que nos plantea a los his­toriadores la transformación de nues­tras dudas y debates en patrimonio —en herramientas conceptuales— de sociólogos, economistas, antropólogos y público lector. Basta recordar el uso que de aquélla hacen excelentes auto­res como Aldo Ferrer o Celso Furta-do (para no citar sino dos entre los mejores), o lo que a modo de «histo-

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ria latinoamericana» se destina a es­tudiantes universtarios de otras disci­plinas, o las irrespondibles preguntas con que nos bombardean empederni­dos lectores, de esos que nunca faltan en reuniones y veladas. El éxito edi­torial de la novela de Galeano Las Venas abiertas de América Latina nos da la medida de lo que aún nos falta recorrer.

En ese sentido, el libro de Céspe­des del Castillo es un instrumento útil y necesario. Siempre en el terreno de la divulgación, el autor, con tranqui­lidad académica, ya había producido una pequeña revolución respecto de una tradición fuertemente enraizada, en estudiosos y manuales al uso, que consistía en ver en el complejo Con­quista/Colonización (siglo XVI) y Re­formas Borbónicas/Guerras de Inde­pendencia (siglo xviii y primeras dé­cadas del XIX) a los períodos funda­dores de nuestro presente. En su «Las Indias durante los siglos xvi y xvii», publicado en el volumen II de la His­toria Social y Económica de España y América, dirigida por Vicens Vives, puso el acento sobre aspectos socio­económicos del «olvidado» siglo xvii, con lo cual rompía con una pereza y atavismo intelectual que aún pesa so­bre la visión de nuestro pasado, y que no deja de notarse en el prólogo de Tuñón de Lara, director de la obra a la que pertenece el último libro de Céspedes del Castillo.

América Hispánica es, entonces, el tomo VI de la Historia de España. Se deja leer con gran facilidad, aun para los neófitos, gracias a un estilo

claro y a un acertado ordenamiento del discurso, apuntalados por un bos­quejo de «etapas» que precede a la segunda parte y respectivas introduc­ciones a las tercera y cuarta. La orga­nización general de la obra también está lograda, pero aquí es necesario detenerse en las palabras con que el autor inicia su Introducción. El libro «... se dedica al análisis de la presen­cia y actuación del pueblo y el estado españoles en América...».

Según Céspedes, el libro está con­cebido como la primera parte de un trabajo mayor; por razones editoria­les debió «... excluir lo que se pro­yectó como la segunda mitad del tomo: la emigración española a los países americanos después de la inde­pendencia de éstos. Quedan así lamen­tablemente eliminados lo que iban a ser las partes quinta (emigrantes), sex­ta (exiliados) y séptima (indianos), del proyecto inicial...». Hay, pues, un ausente con aviso, el examen de la trayectoria histórica de los vencidos, los pueblos aborígenes, cuyo estudio desde la antropología y la etnohisto-ria ha dado valiosísimos trabajos en las últimas décadas. En consecuencia, no es una síntesis de historia ameri­cana, sino un legítimo resumen de un capítulo de la historia española, escri­ta por alguien que afirma estar ha­ciendo precisamente eso. Este «hispa-nocentrismo» declarado (y por lo se­gundo lo primero deja de serlo en sentido estricto) es bien saludable si recordamos que, todavía hoy, no po­cos estudiosos consideran al tema del libro como La Historia de América,

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como el verdadero y único lado de las cosas.

De haberse concluido el proyecto original el aporte habría sido doble: por la contribución al estudio de la España «peregrina y lejana» —como dice Céspedes del Castillo— y por­que, al colocar más acabadamente al contenido del volumen en la óptica mencionada —repetimos, como un ca­pítulo de la aventura española—, por contragolpe se habría apuntalado a quienes se esfuerzan por rescatar aquel otro territorio de la historia americana, dándole tal entidad al de­venir de las sociedades indígenas.

Hecha esta salvedad, el libro pre­senta un actualizado estado de la cuestión sobre lo que fue el mundo hispanoamericano hasta los últimos suspiros del dominio peninsular. El énfasis general está puesto en los as­pectos socioeconómicos, pero no es­tán ausentes ni lo cultural ni lo po­lítico. La bibliografía en que se apoya el texto ha sido finamente seleccio­nada, incluyendo las obras que repre­sentan las principales corrientes y dis­cusiones.

El material que brindan —al cual debe agregarse la propia experiencia como investigador del autor— está es­tructurado en cuatro partes, en las que el desarrollo de temas se combi­na con la descripción de las fases que atravesaron dichas sociedades. Obvia­mente, comienza con el principio —desde el punto de vista europeo—: la empresa indiana es colocada en el contexto más general de la expansión ibérica. El propio título de esta pri­

mera parte —«La nueva frontera (1415-1550)»— expresa el hilo ex­plicativo del proceso que daría lugar al imperio de mediados del siglo xvi.

La frontera, ese espacio abierto, constantemente presente, recreador de mitos y formas sociales; en fin, de hombres siempre dispuestos a trans­formar sus permanentes incursiones de subsistencia en verdaderos avan­ces, guiando movimientos de coloni­zación cada vez que las cambiantes condiciones económicas y demográfi­cas del «centro» así lo exigieran o lo permitieran. Las Antillas fueron una nueva frontera, el territorio donde los conquistadores aprendieron el oficio durante treinta años. Allí fueron se­leccionados los jefes y se formó el personal capaz de poner en pie, bajo su mando, un ejército de aborígenes tan poderoso como el que opusieron sus atrapados adversarios de las altas culturas (pero estrellados contra las bárbaras paredes chichimecas y arau­canas).

Con maestría están trazados los principales rasgos del complejo arcaís­mo del universo dominado por la pre­sencia de encomenderos, mineros, hi­dalgos pobres y... «aquellos que lla­maríamos empresarios (mezcla de mer­caderes, navieros y prestamistas)...», así como de la economía que lo sus­tenta, cuyo aspecto dominante eran los efímeros ciclos de oro aluvial. De este ambiente. Céspedes del Castillo destaca la figura del baquiano, caza­dor de hombres que se organizaba en «... compañas o compañías para con­ducir a los placeres de oro a esclavos

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indios...». En cuanto a la naturaleza de dichos agrupamientos, Ruggiero Romano, en su sugestivo ensayo Les mécanismes de la conquéte coloniale: les conquistadores, expresa un punto de vista divergente al de Céspedes del Castillo. Según el historiador italiano, no hay que confundir compaña con compañía. La segunda sería una aso­ciación de personas que aportan capi­tal y trabajo distribuyendo las ganan­cias, o las pérdidas, de acuerdo a sus aportes respectivos, mientras que los hombres que trabajaban para ellos re­cibían un salario. En la compaña, al contrario, «... todos los miembros dis­tribuyen sus beneficios no ya en fun­ción de un contrato establecido sobre la base de una relación jurídica entre los asociados, previamente existente como condición de la misma, sino en razón de las costumbres y las le­ves...». A estas últimas. Céspedes no deja de subrayarlas al describir los repartos del botín.

La distinción es importante, pues traducen el primitivismo de aquellas experiencias, donde persisten modos de pensamiento medieval —en lo que ambos autores insisten—, en constan­te adaptación al terreno. Y en este movedizo pantano social las estruc­turas mentales tenían tanta gravita­ción como las escurridizas formas eco­nómicas; dentro de ciertos límites, las cartas no acabarían de ponerse sobre la mesa hasta mediados del siglo xvi.

Oro e indios se combinaban para acelerar la movilidad geográfica: am­bos se agotaban rápidamente. Y las bandas que los baquianos integraban,

financiadas por los «empresarios» mencionados por el autor, tratando de cazar esclavos desbrozaban el cami­no a verdaderos asentamientos de co­lonos, descubrían nuevos yacimientos, exploraban territorios desconocidos, aprendían el complejo arte de la do­minación de tribus pacíficas. Su ac­ción recuerda —como lo nota Roma­no— la de aquellas otras bandas que abrieron el norte de Sudamérica a la expansión portuguesa, las handeiras brasileñas. Su sola evocación tiene va­lor explicativo sobre cómo semejantes agrupamientos se convirtieron en huestes triunfantes sobre formaciones estatales. El conquistador pierde en el relato de Céspedes del Castillo su componente mágico, para ganar en in­teligibilidad histórica de una empre­sa humana.

La trilogía oro, honra y cristianis­mo movilizaba a estos señores de frontera. El primero de los términos los vinculaba con la economía mun­dial en formación, dominada por una Europa que demandaba metales pre­ciosos y productos caros y exóticos. Pero aquí entramos en el armazón de otra historia: el surgimiento de las economías de exportación que darían su sentido colonial al vasto espacio que se estaba organizando a media­dos del siglo XVI.

Con este tema se inicia la segunda parte del libro, «Los Reinos de In­dias (1550-1750)». La plata peruana y mexicana —con sus diferentes mun­dos de relaciones sociales—, así como el azúcar brasileño —y su correlato, la trata negrera—, fueron los princi-

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pales motores americanos del comer­cio atlántico. En este orden son tra­tados en el libro, dando lugar a un articulado examen del nuevo mundo colonial —ésta fue siempre la natura­leza de América española a pesar de su situación jurídica respecto de la metrópoli—. También nuevos serían sus protagonistas: mercaderes, enco­menderos, mineros, hacendados, así como burócratas, civiles y eclesiásti­cos, marcando el relativo triunfo del aparato estatal. Los pioneros queda­ron algo marginados, transformándo­se en «padres fundadores» de un crio­llismo que Céspedes del Castillo des­cribe al final de esta parte.

Al igual que Lynch, el autor dedi­ca una parte importante a las econo­mías regionales, su articulación inter­na, y al comercio intercolonial (aun­que no comparte —al menos explíci­tamente— la opinión del historiador inglés sobre el grado de «autonomía» que habrían alcanzado las colonias es­pañolas hacia fines del reinado de los Habsburgo, subrayando la importan­cia del contrabando). Los tráficos que recorren el Pacífico, entre Perú y Mé­xico, el Caribe, y el Atlántico entre Brasil y Buenos Aires, así como las largas y costosas rutas interiores, es­tán adecuadamente descritos.

Aquí también nos parece útil dete­nernos. Con frecuencia, la integración de los mercados regionales son pre­sentados como algo opuesto a una fuerte vinculación con el Atlántico. Las cosas no eran tan simples, según lo muestran los trabajos de Assadou-rian. El investigador argentino anali­

za el espacio peruano, al que le otor­ga unidad histórica, más allá de las divisiones administrativas con que pu­diera haber coincidido durante más de dos siglos. Los elementos de dicha unidad eran; a) un sector externo do­minante —casi único—, la economía minera, que al mismo tiempo actuaba como polo de arrastre atrayendo flu­jos provenientes de las economías lo­cales; b) una especialización regional en función de aquellos flujos, combi­nada con una diversificación de las unidades de producción; c) salvo el sector externo, la vinculación de las partes entre sí era más fuerte que la que una de ellas pudiera haber tenido con el exterior.

Si bien el esquema peca de simplis­ta, nos brinda un adecuado marco explicativo de algunos fenómenos. En la medida que la economía minera —el sector externo— es uno de los elementos principales de la integra­ción de los mercados regionales —creemos que no el único—, un in­tenso comercio ultramarino no nece­sariamente implicaba desintegración regional. AI contrario, el tráfico in­terregional mantenía al sector exter­no, y no debemos olvidar que las mercancías provenientes del Atlánti­co y las producidas localmente no eran concurrentes, sino complementa­rias; estaban destinadas a diferentes ámbitos de consumo. Las finas telas europeas, que durante el siglo xvii podían entrar por Buenos Aires o por Panamá, y los tejidos bastos de Quito constituyen el más claro de los ejem­plos: ambos podían dirigirse a la mis-

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ma ciudad, Potosí. Todo lo cual le permite a Assadourian hablar de la autosuficiencia del espacio peruano —un conjunto que iba del norte de Quito a Buenos Aires— mientras en­viaba metales preciosos a cambio de productos suntuarios.

El caso del Río de la Plata a fines del siglo XVIII muestra las complejas implicaciones de este tipo de análisis. El litoral ganadero —teóricamente vinculado al comercio de exporta­ción— era la zona que más crecía y, dentro de él, Buenos Aires dominaba un vasto hinterland que incluía la mi­nería alto-peruana. Supuestamente, su contacto directo con España habría significado la pérdida del mercado porteño para la producción de vinos y aguardientes cuy anos. Sin embargo, si bien todo aquello es cierto, tam­bién lo es que esta última continúa; que la principal mercancía exportada por el Río de la Plata seguía siendo la plata, y que persistían algunos de los sistemas de intercambios interre­gionales sobre los que se apoyó el funcionamiento de la ruta Potosí-Buenos Aires durante el siglo xvii. El mismo rol de Buenos Aires no era nuevo; nacía del diferente impacto que sobre las distintas regiones tuvo la decadencia de Potosí, por un lado, y de la importancia del contrabando que por allí transitaba, por otro, a lo largo —ambos fenómenos— de dicha centuria.

En resumen, la desintegración de los mercados regionales fue un lento proceso en el que confluyeron varios factores: los efectos de los vaivenes

de la economía minera, la paulatina irrupción desde fines del siglo xviii de mercancías que competían con la producción local (gracias a Manches-ter), el surgimiento de nuevas regio­nes —directamente vinculadas al Atlántico—, etc.

Otro ejemplo de esta diversidad. Recientemente, Garavaglia ha mostra­do cómo Paraguay se engarzaba con el espacio peruano a través de un solo producto, la hierba mate, desde la tercera década del siglo xvii. Dos siglos más tarde, el golpe contra esta vinculación vino del sur del Brasil, cuya hierba llegaba a Buenos Aires —centro redistribuidor— por mar. Insistimos, entonces, una serie de complejos movimientos aún más co­nocidos.

Aquí reside el único reparo al libro en su totalidad. Con demasiada fre­cuencia. Céspedes del Castillo expone su material como la síntesis de una suma estática de conocimientos, más o menos fijos, y no como realmente se nos presenta a los historiadores: un conjunto de discusiones, dudas y direcciones esbozadas. Muchas veces, en lugar de afirmaciones debería ha­ber preguntas; en vez de indicativos, condicionales y subjuntivos.

A la segunda parte hasta aquí co­mentada le siguen el examen de los principales elementos del frustrado e inconcluso proyecto borbónico y de la pérdida del Imperio, veloz hasta 1824, lenta e inexorable hasta 1898. El diálogo podría ser interminable, como con todo libro bien hecho.

Para terminar, los que vivimos del

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ajetreo docente —los que comparti­mos las veinticuatro horas de ventaja sobre los alumnos— sabemos de la utilidad de unos índices precisos. En cambio, la bibliografía es poco cómo­da de usar. Todos los lectores apre­

ciarán buenos y claros mapas y gráfi­cos. Repetimos, un trabajo útil y ne­cesario. Bienvenido.

Zacarías MOUTOUKIAS Univ. del Centro de la Provincia

de Buenos Aires

Carmelo MESA-LAGO : La economía en Cuba socialista. Una evaluación de dos décadas, Madrid, Editorial Playor, 1983 (incluye tres apéndices y un ín­dice de cuadros estadísticos).

Hace veintiséis años, Cuba estre­naba una etapa de su historia econó­mica. El estudio de la economía cu­bana bajo el socialismo ha atraído, desde entonces, a numerosos investi­gadores. Pocos han elaborado un cuer­po tan sólido de conocimientos cien­tíficos como Carmelo Mesa-Lago. Sus trabajos constituyen, para cualquier interesado en la economía cubana re­ciente, una guía inapreciable. Durante años ha venido recopilando, purifi­cando y, en ocasiones, completando las principales series estadísticas cu­banas. En ha economía en Cuba so cialista, como si de una artesanal al­quimia se tratase, Mesa-Lago ha con-densado investigaciones propias y aje­nas, a veces inéditas, hasta obtener una equilibrada síntesis de la expe­riencia económica cubana bajo la re­volución.

Carmelo Mesa-Lago, en su obra, se­ñala los cinco objetivos básicos de ca­rácter socioeconómico que, una vez alcanzado el poder, orientaron las de­

cisiones de los líderes revolucionarios: 1) lograr un crecimiento económico autosostenido; 2) diversificar la es­tructura productiva; 3) reducir la de­pendencia económica exterior; 4) con­seguir el pleno empleo, y 5) distribuir más igualitariamente la renta. Estas metas eran la respuesta de la nueva dirección política cubana a los más acuciantes problemas socioeconómicos del período prerrevolucionario: vir­tual estancamiento económico; mono­cultivo azucarero y escasa industriali­zación; extrema dependencia de los Estados Unidos; dramático desempleo —tanto abierto como encubierto, cró­nico como estacional—, y fuertes des­igualdades en los niveles de vida.

Una cuestión, no formulada explí­citamente, subyace en este libro de Mesa-Lago: ¿ha conseguido Cuba, tras dos décadas de transformaciones socialistas, alcanzar aquellos objetivos y salir del subdesarroUo? Leyendo La economía en Cuba socialista se des­prende una respuesta negativa: los

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problemas económicos básicos subsis­ten; los avances sociales, con ser no­tables, no bastan para configurar una estructura económica más equilibrada, próspera y diversificada, esto es, más desarrollada. Y es que, como indica el profesor Mesa-Lago, «no todas las cin­co metas pueden ser simultáneamen­te perseguidas al mismo tiempo, con igual intensidad, en el corto plazo». Empeño estéril, añadimos nosotros, en una economía de recursos tan limi­tados como la cubana.

Los revolucionarios cubanos, tras la euforia inicial, comprendieron que debía establecerse un orden de prela-ción en sus objetivos socioeconómi­cos. Esto implicaba, de una parte, la adopción de una determinada estrate­gia de desarrollo que guiase la asig­nación de los recursos humanos y ma­teriales de la Isla. Paralelamente, era preciso crear un modelo institucional de organización económica que coor­dinase los nuevos instrumentos —co­lectivización, planificación, financia­ción estatal, etc.— que se ponían al servicio de aquellos objetivos. Múlti­ples factores, sin embargo, provocaron —particularmente durante la primera década de la revolución— continuos cambios en la estrategia y aún en el modelo de organización económica. Los resultados económicos, como se muestra en esta obra, fueron lamen­tables.

Carmelo Mesa-Lago examina las distintas estrategias de desarrollo se­guidas en Cuba a lo largo de los años sesenta y setenta. Como resultado, distingue cinco fases de la revolución

cubana: 1) 1959-60, es la etapa en que se colectivizan masivamente los medios de producción y se liquida vir-tualmente el sistema de mercado; 2) 1961-63, se asiste al frustrado in­tento de introducir en Cuba el mode­lo estalinista de organización econó­mica e industrialización; 3) 1964-66, fase de transición en la que se deba­ten dos modelos económicos socialis­tas que, aunque alternativos, coexis­ten en Cuba durante casi tres años, como son el modelo influido por la política maoísta del «gran salto ade­lante» (línea de pensamiento tachada de idealista y encabezada por el Che) y el modelo —inspirado por Liber-man— del «socialismo de mercado» (defendido por el grupo pragmático de Carlos Rafael Rodríguez); 4) 1966-1970, en que se opta por el primero de los dos modelos antes señalados, y 5) a partir de 1971, en que se pro­duce una drástica reorientación de la economía cubana hacia el actual mo­delo soviético de reforma económica. La división de la reciente historia eco­nómica cubana en estas cinco fases bien diferenciadas es aceptada, con pocas variantes, por los más solventes investigadores. Al analizar el éxito o fracaso en el cumplimiento de cada objetivo socioeconómico en cada una de estas etapas, puede observarse có­mo la revolución cubana, al atravesar la barrera de los años setenta, pasó del idealismo al pragmatismo y, con ello, del igualitarismo sin crecimiento al sacrificio de los logros sociales en aras de la expansión.

El núcleo de la obra de Mesa-Lago

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está dedicado precisamente a evaluar con detalle cada uno de los grandes objetivos socioeconómicos de la revo­lución, logrando su finalidad de «pre­sentar un panorama conciso pero in­tegrado de la economía cubana bajo el socialismo». Siguiendo el orden del autor, se observa cómo el crecimien­to económico sólo tuvo la máxima prioridad a partir de los setenta. Por su parte, la diversificación productiva ha sido una meta abandonada —al menos como objetivo a corto plazo— desde mediados de la década de los sesenta. La dependencia económica ex­terior cambió de sentido, pero no de intensidad. Finalmente, los objetivos sociales —el pleno empleo y la dis­tribución de la renta—, metas priori­tarias en los sesenta, quedaron subor­dinados a las necesidades del creci­miento y de la productividad en la década de los setenta. Los resultados de esta estrategia, inducida por la Unión Soviética, han sido insatisfac-torios: se ha avanzado, pero no lo suficiente. Cuba, como el raudo Aqui-les tras la tortuga, parece condenada a acercarse eternamente a un objeti­vo inalcanzable: el desarrollo.

La economía en Cuba socialista,

siendo una obra esencialmente des­criptiva, revela un sólido fundamento teórico. En sus páginas aparece una formidable compilación de las princi­pales series estadísticas cubanas del período revolucionario, rigurosamen­te revisadas por el autor, así como una completísima bibliografía. Sólo se echa en falta, en este auténtico manual de la estructura económica cubana, un índice bibliográfico que complete al de cuadros estadísticos.

Esta obra de Carmelo Mesa-Lago es una muestra de lo que —con ho­nestidad y rigor científico— puede hacerse sobre la economía cubana des­de fuera por un estudioso que, sin ser «ni adversario ni simpatizante de la revolución», es sencillamente un apasionado de la verdad. La economía en Cuba socialista, al desbrozar los tortuosos caminos de la investigación histórica sobre la revolución cubana, no sólo es útil para conocer el pasa­do; constituye, sin duda, un ineludi­ble punto de referencia para cualquier análisis prospectivo del futuro econó­mico de la isla.

Juan C. JIMÉNEZ JIMÉNEZ

Univ. de Alcalá de Henares

Louis HENRY: Manual de demografía histórica, Barcelona, Editorial Crítica, 1983, 279 pp., 950 ptas.

Desde hace unos treinta años, las nuevas técnicas y planteamientos en demografía histórica, a menudo pro­

cedentes de Inglaterra y Francia, han servido de guía para toda una legión de investigadores de todo el continen-

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te europeo. Los estudiosos españoles que han querido trabajar en este cam­po han tenido que acometer una tarea casi heroica, debido tanto a la natu­raleza laboriosa de toda investigación demográfica como a la dificultad de localizar esas obras claves, que por re­gla general no estaban traducidas al castellano. De un tiempo a esta par­te, esta precaria situación empieza a dar señales de cambio gracias al es­fuerzo de varias editoriales. La Edito­rial Crítica, acaso una de las más fe­cundas en este área de las ciencias sociales, nos ofrece un ejemplo más de esta tendencia con la publicación del Manual de demografía histórica de Louis Henry, obra que viene a re­llenar un vacío casi total de textos prácticos de demografía histórica en lengua castellana. Henry, uno de los pilares de este campo y el creador del método de «reconstrucción de fami­lias», ha mostrado siempre un gran empeño en comunicar a otros inves­tigadores los métodos y técnicas de análisis que él mismo ha diseñado o utilizado. El libro en cuestión es el cuarto de esta serie de obras metodo­lógicas, merced a las cuales Henry se ha convertido en maestro de más de una generación de investigadores, v el segundo traducido al castellano [Nou-veau manuel de dépouillement et d'ex-ploitation de l'etat civil ancten, con M. Fleury, 1956, 1976; Manuel de démographie historique, 1970, y De­mografía, 1976).

En su origen, este volumen, que apareció primero en portugués en 1977 y sólo en 1980 en francés, pre­

tendió reemplazar y completar las de­ficiencias de su Manuel..., que estaba agotado. No obstante, Henry, lejos de limitarse a pequeños retoques, cam­bió por completo el formato, cuando no el contenido, de su obra original. En ambos casos, el libro es un útilí­simo recetario de técnicas en demo­grafía histórica. La diferencia está en que mientras la primera versión en­contraba su coherencia interna en el campo de análisis (nupcialidad, morta­lidad, etc.), la segunda viene determi­nada por el tipo de documentación utilizada. Es decir, hay secciones de­dicadas al análisis demográfico a par­tir de listas de habitantes, o del re­gistro de acontecimientos vitales jun­to con listas de habitantes, o sólo de reconstrucción de familias, etc. En cada uno de estos apartados hay sub-secciones dedicadas a las distintas va­riables demográficas. Este enfoque ló­gico del libro, si bien es interesante en teoría, hace muy difícil la com­prensión del conjunto de la obra y aún más su utilización práctica. En cualquier caso, para el investigador o el estudiante, la mortalidad es una sola cosa, sea cual sea la fuente de

•información empleada, y si es nece­sario buscar referencias a esta varia­ble en las páginas 97-99, 201-244, 250-256 y 263-270, el lector corre grave riesgo de perder la idea del con­junto.

En general, tanto para principian­tes como para investigadores experi­mentados, la primera versión del Ma­nuel... (1970) es mucho más fácil de

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Utilizar que la publicada posterior­mente.

Esta nueva versión no se limita a cambiar el formato de la anterior, sino que introduce algunas mejoras concretas que son de agradecer. La novedad más notable, en mi opinión, es que en esta versión se puede ha­llar la fórmula propuesta por John Hajnal en 1953 (aunque Henry pare­ce no reconocer su autoría) para cal­cular la edad al casarse a partir de la distribución por sexo, edad y es­tado civil de una población (pp. 56-58), método sumamente útil como medio de aproximación rápida a las prácticas nupciales. Naturalmente, si­guen siendo imprescindibles los mé­todos que propone para convertir la información contenida en las fichas de familia y derivada de la recons­trucción de familias en estimaciones internacionalmente aceptadas de las distintas variables demográficas. En este sentido, ambas versiones son, en realidad, la continuación de su Nou-veau manuel... (1956, 1976), siendo éste el puente entre el documento y la ficha de familia, y aquéllas las que vinculan los datos de la ficha con las tasas e índices demográficos.

Este libro adolece también de al­gunos defectos que es preciso señalar. Por una parte, no es siempre fácil captar con rapidez las explicaciones de Henry, debido, sobre todo, a su esti­lo de escribir sucinto y circunspecto. A menudo es preciso volver a leer ciertos pasajes más de una vez y re­construir personalmente los ejemplos que cita. En este sentido, es de agra­

decer el número considerable de ejem­plos prácticos en el libro, aunque en verdad dicho número podría ser aún mayor. También es de lamentar que secciones flojas y desfasadas, desde un punto de vista metodológico, en la primera versión se hayan manteni­do sin apenas cambios en esta nueva obra. Nos referimos aquí a secciones como, por ejemplo, la dedicada a la familia, donde se prefieren las clasifi­caciones del censo francés de 1954 frente a la criticada, pero histórica­mente más adaptable, a Laslett y Wall (eds.), Household and Family in Past Time, Cambridge; o la dedi­cada a la distribución por oficios de la población, que si bien incluye las clasificaciones útiles de la INED para 1800, apenas sugiere técnicas de aná­lisis; o, finalmente, la dedicada a la movilidad, donde omite contribucio­nes importantes como la de Y. Blayo, «La mobilité dans un village de la Brie vers le milieu du xix" siécle», Population, vol. 25, 1970, tendentes a arrancar dichos estudios de la mera repetición de lugares de origen en el matrimonio o en los padrones. Sin embargo, todos estos defectillos ad­quieren menor relieve si comprende­mos que el propósito fundamental del libro es mostrar las técnicas de aná­lisis a realizar sobre familias recons­truidas, y concretamente sobre fecun­didad, mortalidad y nupcialidad. Me­nos grato es, desde luego, comprobar el notable empeoramiento sufrido por las secciones dedicadas a la mortali­dad, que afecta tanto a su estructura como a su contenido. En primer lu-

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gar, resulta sencillamente incompren­sible que comience la principal sec­ción dedicada a la mortalidad (hay va­rias) con la explicación de una tabla de vida, antes de explicar el diagra­ma de Lexis o la definición de un cociente de mortalidad. Este cambio, en mi opinión desafortunado, puede haber respondido a criterios, desde luego discutibles, de planteamiento. Lo que no encuentra explicación algu­na es la eliminación en la segunda ver­sión de las técnicas de análisis trans­versal y longitudinal de la mortalidad juvenil, como tampoco la del método biométrico de Bourgeois-Pichat para el análisis de la mortalidad endógena y exógena. A veces, uno lamenta que la Editorial Crítica no se haya atrevi­do a hacer lo más aventurado: tradu­cir la primera versión de la obra.

Por lo general, hay muy poco que objetar a la edición del Manual. A pe­

sar de que la traducción no parece siempre la más adecuada (por ejem­plo: «relación de masculinidad» en vez de razón de masculinidad), dista mucho de ser defectuosa.

Creo, por otra parte, que la edición en castellano de esta obra hubiera ga­nado mucho en interés de haber utili­zado algunos ejemplos españoles, tarea que nada difícil hubiera resultado a la hora de prepararla. Aun así, y no obstante estas pequeñas críticas, el vo­lumen en castellano es manejable y atractivo para el lector. Es, por otra parte, difícil de sobrevalorar el acier­to de Crítica en publicar esta obra —en cualquiera de sus dos versio­nes—, ya que es y será un acompa­ñante imprescindible para los investi­gadores y estudiosos de ese complejo mundo que es la demografía histórica

David-Sven RE H ER Univ. Complutense de Madrid

Ezequiel GALLO: La Pampa Gringa, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1983, 457 pp. (índice, bibliografía).

Este libro desarrolla la tesis doc­toral que, bajo la dirección de Max Hartwell, presentó el autor ante la Universidad de Oxford. Ezequiel Ga­llo, en la actualidad investigador del Instituto Torcuato di Telia y profe­sor en la Universidad Católica Argen­tina y en el ESEADE, en Buenos Ai­res, ha escrito un interesante trabajo sobre la colonización efectuada por in­

migrantes europeos en la fértil pro­vincia argentina de Santa Fe, durante el último cuarto del siglo xix.

Argentina es un país que fue rein-ventado por europeos hace cien años. Su fascinante historia —lo deslum­brante y lo deplorable— no puede comprenderse sin tener siempre pre­sente que recibió un enorme caudal de población venida de Europa. Para

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dar una idea de esa masa de viajeros que configuró la Argentina que hoy conocemos, puede recordarse que en 1895 el 42 por 100 de los residentes en la provincia de Santa Fe habían nacido en el extranjero —la propor­ción era aún mayor en Buenos Aires.

Ezequiel Gallo proporciona un vivo relato de ese proceso que llevó a que en el centro de la región cerealera santafesina hubiese más italianos que argentinos. En efecto, un viajero fran­cés describió a la provincia como «la plus belle colonie de l'Italie», y la li­teratura bautizaría esa zona con un significativo nombre, que Gallo em­plea para titular su libro: pampa gringa.

La transformación económica expe­rimentada por Argentina merced a la expansión agrícola fue espectacular; entre 1875 y 1895 ese país dejó de ser importador neto de trigo para con­vertirse en —nada menos— el tercer exportador mundial de dicho cereal. Este crecimiento se debió a la exten­sión de la frontera agropecuaria, no a aumentos en la productividad. Se trataba entonces de ocupar tierras des­habitadas o pobladas por indígenas, de colonizar. Tal la historia que es­tudia Gallo en la provincia agrícola Dor excelencia de la feraz región pam­peana: Santa Fe.

Un aspecto atractivo de todo episo­dio colonizador es siempre la adapta­ción de los colonos a una nueva vida. El autor de La Pampa Gringa lo ilus­tra con detenimiento y, acertadamen­te, destaca el carácter empresarial de la colonización. Los colonos eran, sin

duda, empresarios: tomadores de ries­go en condiciones de incertidumbre. Esto debe tomarse literalmente: los habitantes de las áreas rurales, que podían salir de la langosta para caer en manos de bandidos o indios, arries­gaban sus bienes y hasta sus personas. Las condiciones de vida, por lo de­más, eran en extremo rudas y las pri­vaciones no eran infrecuentes. Los tiempos de bonanza y lujo vendrían después, en el siglo xx, y serían dis­frutados por los descendientes de los colonos, algunos de los cuales cons­tituirían la flamante «aristocracia» ar­gentina —caracterizada, naturalmen­te, al ser novel, por una vertiginosa movilidad ascendente, de tal forma que los carniceros judíos de«yer son los polistas de hoy.

Los empresarios-colonos carecían no solamente de seguridad e infraes­tructura: a veces hasta de informa­ción. Así, la zona de Venado Tuerto, una de las más ricas de la Argentina, era considerada en los años 1870 muy poco apropiada para el cultivo. La empresa era, asimismo, mayoritaria-mente privada e individual; el nota­ble aumento de la inmigración espon­tánea hizo que muy pronto los agen­tes de inmigración en Europa no fue­sen necesarios.

El libro se halla profusamente ano­tado e incluye veinte páginas de bi­bliografía. El autor brinda una inte­resante perspectiva sobre los aspectos económicos del proceso colonizador, que enfoca también desde el punto de vista de la vida social en algunos

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RECENSIONES

capítulos en los que el libro gana en brillantez (por ejemplo, los 4, 7 y 9).

El principal destinatario de esta obra es el lector argentino o el espe­cialista en historia de ese país. Pero no es el único. Ezequiel Gallo pro­porciona muchas pistas sobre la histo­ria económica y política de la Argen­tina, que permiten guiar al lector ex­

tranjero. Y, además, el propio interés de esta —bastante reciente, en ver­dad— aventura europea en América del Sur hace que el libro pueda ser leído por un público más amplio, con entretenimiento y provecho.

Carlos RODRÍGUEZ BRAUN

Univ. Complutense de Madrid

Javier GARCÍA FERNÁNDEZ; El Origen del Municipio Constitucional: Autono­mía y Centralización en Francia y en España, Madrid, Instituto de Estu­dios de Administración Local, 1983.

GareÍB Fernández reivindica la or­ganización del municipio como mate­ria propia del Derecho constitucional, frente a su inclusión en el Derecho administrativo en la España posterior a la guerra civil. El objetivo de la obra consiste, en palabras del autor, en «estudiar el origen de un principio constitucional (la autonomía munici­pal) en el amanecer del Estado con­temporáneo español». La dificultad in­mediata que se le plantea es el ca­rácter «casi inaprensible» de la auto­nomía municipal, pues «el legislador y el poder constituyente han esquiva­do casi siempre definirla». En segun­do lugar, el autor destaca cómo la au­tonomía del municipio resulta «difí­cilmente ubicable en una fase deter­minada del desarrollo constitucional de cualquier Estado».

En cualquier caso, y dada la fuerte influencia francesa en las institucio­

nes liberales españolas del siglo xix, García Fernández dedica parte del li­bro al régimen municipal del país ve­cino, desde la descentralización revo­lucionaria de 1789 y la teoría del pouvoir municipal al municipio doc­trinario y al orleanista, pasando por la centralización napoleónica. Las re­formas de Von Stein ocupan otro ca­pítulo, resaltando el intento de salvar el Estado absolutista prusiano me­diante la incorporación de la burgue­sía al gobierno de las ciudades.

La segunda parte del libro, dedica­da a la centralización española, arran­ca del reinado de Carlos III y la re­forma municipal de 1766, pero gira en torno al régimen municipal de Cá­diz y a la posterior derivación del mu­nicipio moderado «como instrumento de dominación oligárquica».

El Origen del Municipio Constitu­cional es la obra de un doctor en De-

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recho. Las conclusiones que deriva de su análisis de la legislación municipal francesa y española no coinciden con las alcanzadas desde un enfoque pre­dominantemente histórico.

García Fernández compara la am­plia descentralización francesa de 1789 con el régimen local gaditano. La pri­mera —afirma— se basó «en la no­ción de pouvoir municipal, que, al atribuir un área de competencias pri­vativas al municipio, le dotaba de un alto grado de autonomía». Frente a ello resalta la orientación centraliza-dora del primer liberalismo español y le tacha de sacrificar la democratiza­ción del municipio a una «hipotéti­ca» y «fallida» revolución liberal. García Fernández no parece dar todo el peso que merece al fracaso de aquella descentralización francesa, fra­caso debido a la falta de unos víncu­los de dependencia suficientes con el poder central. Prueba de ello es la rectificación iniciada ya en la Consti­tución de 1791, para no hablar de la centralización jacobina.

La articulación entre Estado y mu­nicipio a través de un agente indivi­dual es aportación napoleónica, adop­tada después por los gaditanos, los doctrinarios franceses o los modera­dos españoles. Pero los gaditanos, co­mo los radicales del Trienio o los progresistas más tarde, incorporan esa solución técnica desde una postura claramente descentralizadora —ya que no autonómica— y de gran respeto a la vida municipal: de ahí el carác­ter electivo y popular de alcaldes y concejales, la amplitud de funciones

municipales y la sujeción de autorida­des y funcionarios a la justicia ordi­naria. Al mismo tiempo, el jefe polí­tico y el alcalde son las figuras llama­das a articular el municipio en el Es­tado: no hay que olvidar la necesidad de construir el Estado liberal surgido de una revolución, ni la falta de una tradición autonómica que respetar —salvo la oligárquica del País Vas­congado—, ni la inviabilidad demos­trada por el decreto francés de 1789.

El modelo moderado de régimen local —adoptado por el partido des­de 1838 e implantado en 1844-1845— se basa en la restricción del censo electoral y de las funciones mu­nicipales, en la intervención del poder ejecutivo en la elección de los alcal­des y en la subordinación de la auto-ridal local al Gobierno central, así como en la creación de lo contencio-so-administrativo, que sustrae de la justicia ordinaria a funcionarios y a autoridades locales o provinciales. Es un modelo calcado del que se elabo­ró e implantó entre 1830 y 1838 en la Francia de Luis Felipe de Orleans.

García Fernández señala cómo, tras anular electoralmente a su contrin­cante progresista, «la derecha espa­ñola no tuvo necesidad de elaborar una teoría del pouvoir municipal», y en sus conclusiones mantiene que «el municipio moderado es disímil del municipio doctrinario francés». Pero entre esas conclusiones falta, en mi opinión, algo que el mismo autor muestra en el capítulo tercero de su obra: el hecho de que tampoco el municipio orleanista responde al mu-

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nicipio doctrinario de Constant, Toc-queville y los juristas franceses de esa escuela. El mismo desvela en ese capítulo el triunfo de los intereses po­líticos predominantes —el de la mo­narquía orleanista y la burguesía fran­cesa— sobre las ideologías políticas y las concepciones jurídicas. Pero, ex­cesivamente preocupado por destacar la carencia española de una teoría del pouvoir municipal, por resaltar orien­

taciones descentralizadoras en Fran­cia y centralizadoras en España, resta claridad al conjunto de su obra.

Lo más valioso de la obra de Gar­cía Fernández es la síntesis que nos ofrece de las teorías municipalistas francesas, resultado de un estudio me­ticuloso de la literatura política y ju­rídica de la época.

Concepción DE CASTRO

Univ. Complutense de Madrid

David E. VASSBERG: La venta de tierras baldías. El comunitarismo agrario y la Corona de Castilla durante el siglo XVI, Madrid, Servicio de Publica­ciones Agrarias del Ministerio de Agricultura, 1983, 265 pp., 450 ptas. (con índice y bibliografía).

Propiedad, formas jurídicas de con­trol de la tierra, Estado y Hacienda son conceptos indisolublemente uni­dos en la evolución histórica de los países occidentales hasta desembocar —y es claro que también después— en el capitalismo. En esa unión resi­de el interés del libro de Vassberg; pero cuando se considera que dentro de dicha temática el campo de análi­sis se sitúa en Castilla y en la segun­da mitad del siglo xvi ese atractivo se define aún más: es el papel del Estado en la crisis del xvii y la im­pronta que las necesidades de tipo ha­cendístico dejan en la sociedad cas­tellana de esa centuria; son los efec­tos de una «presión fiscal», mucho más sutil que la de los impuestos per capita, que nos lleva a los cambios

en la propiedad de la tierra y a los flujos de capital, que genera su pro­ceso de adquisición, y que nos pone en contacto con las dificultades de sus usufructuarios para adquirirla y, por ende, con la crisis rural subsi­guiente.

Estos son, pensamos, los hitos con los que el lector atento del libro de Vassberg habrá de relacionar el rico cúmulo de datos, de conceptos y de hipótesis resueltos que en él se expo­nen. Dice el autor que se trata de un tema elegido de forma «fortuita» (pá­gina 9), pero, añadimos nosotros, de gran trascendencia en la historia cas­tellana.

En este trabajo, los «baldíos y con­cejiles» traspasan las barreras de los tratadistas más o menos teóricos (Cos-

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ta, Cárdenas...) y, de las considera­ciones jurídicas, pasan a enraizarse en la cotidianeidad de los labriegos y en las relaciones reales de los hombres entre sí en torno a la tierra.

El Archivo de Simancas, con sus secciones más ricas (Consejo y Juntas de Hacienda, Contaduría Mayor de Cuentas, Dirección General del Teso­ro...), ha brindado a Vassberg una ingente documentación en la que, en­tre líneas-oficialistas, se leen las que­jas, los alegatos (a veces sinceros y desesperados, a menudo rebosantes de una verborrea típica de la época), las imprecisiones jurídicas, las visiones (interesadas muchas) de los diversos sectores de la sociedad...

Se detallan también los mecanismos de venta, sin duda precursores de ul­teriores procesos de subasta; pero del libro se obtiene una conclusión clara que nos aparta de comparaciones ahis-tóricas y facilonas: el Estado, en el XVI como en el xix, vende por nece­sidades fiscales, pero ni el proceso de venta es paralelo o producido por un cambio radical y general en las for­mas —y en la concepción de las for­mas— de posesión de la tierra ni existe aquí una contradicción crucial entre el armazón legal e institucional de ese Estado y las formas feudales de control de la tierra.

No obstante, los procesos genera­les, incluso los impuestos por la Mo­narquía como organismo político co­mún, no siempre han de tener reper­cusiones o levantar actitud idénticas por doquier. Conviene no olvidar que se trata de un reino cuya «territoria­

lidad», inherente al nacimiento del Estado, se ha gestado durante siglos, en los que el reparto y cesión de la tierra se ha sometido a fases espacia­les y temporales diversas y a diferen­tes flujos de repoblación interiores y exteriores; todo ello se ha llevado a cabo, además, según el juego concre­to de las relaciones entre las distintas clases sociales y bajo la impronta, a veces, de marcos jurídicos muy simi­lares en sus rasgos generales, pero he­terogéneos en su concreción práctica.

El libro, leído bajo esta óptica, sus­cita, a nuestro modo de ver, una serie de preguntas obligadas y de interés: ¿era igual la función económica y so­cial desempeñada por los «concejiles y baldíos» de la cuenca del Duero, donde una buena parte se repartía en pequeños quiñones entre sus cul­tivadores directos —y que constitu­yen casi exclusivamente los ejemplos aportados en el epígrafe «propiedad comunal» (pp. 33-54)—, que las tie­rras baldías —de lo realengo se lee a veces— sujetas a aprovechamiento indiscriminado, en las que se prohibía el cultivo y se utilizaban preferente­mente por los ganaderos..., los gran­des ganaderos sobre todo? La pre­gunta queda en parte contestada en el estudio comentado; también son explicadas las diferencias jurídicas y de uso, pero quizá no tanto el predo­minio según regiones de unas y otras y los diferentes intereses en juego se­gún los tipos; por ello la pregunta tiene un segundo y lógico eslabón: ¿qué intereses defendían las Cortes, los del tan cacareado «bien común»

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O los de una jerarquía social interme­dia, preferentemente urbana y de ba­ses económicas complejas, que en mu­chas ocasiones descargaba en el con­junto de su circunscripción fiscal unos impuestos imposibles de mantener si emigraba la población? Pero, sobre todo, hay que reflexionar, y el libro de Vassberg lo permite: entre 1570 y 1590, las Cortes se quejan de la venta de cotos de caza y privatización de pastos de uso común —-es decir, gratis para algunos grandes propieta­rios de ganado estante y riberiego del patriciado urbano y, en menor medi­da, de algunos pequeños y medianos labradores— (pp. 186, 187, 189, 194...); en cambio, las referencias que los perjuicios de las ventas («per­petuaciones», se decía, a veces en un tono más hipotético que real) causa­ban a esos modestos cultivadores no parecen estar presentes, o al menos no se dan referencias de ello, en sus reivindicaciones..., y la misma «la­branza» en sí, como tal y sin conno­taciones de intereses concretos de cla­se, no aparece —ya casi a toro pasa­do— hasta 1598 (p. 205), cuando las malas cosechas y la crisis agrícola son un hecho. Y de la reflexión, la pre­gunta definitiva: las Cortes, ¿defen­dían los intereses de los vecinos de las pequeñas villas castellanas, que se endeudaban intentando perpetuar sus propias tierras, o los de las oligarquías representadas y presentes en ellas, cu­yo interés por la indefinición jurídica de los baldíos, por su «privatización» soterrada e ilegal —ahí están los es­tudios de Bishko («The Andalusian

Mestas...») o de Edwards («Oligar-chy and Merchants...», «El comercio lanero...» y, recientemente, Christiaii Córdoba...)— chocaba con esos de­seos de claridad de la Monarquía e impelió a algunos a comprar tierras que hasta entonces usaban sin contra­prestación?; fies esto un «interés elo­giable por el bienestar de la población en general»?

La cuestión es importante porque ayuda a entender los enfrentamientos en escena, pero, sea cual sea la res­puesta, lo cierto es que Vassberg ha puesto el dedo en uno de los temas claves de la historia de la propiedad, las oligarquías y el Estado, y ha cons­truido un perfecto armazón sobre el que, pensamos y esperamos, se habrán de sustentar estudios futuros de ca­rácter regional. El ha ampliado geo­gráficamente algunos estudios anterio­res o coetáneos (J. Gómez Mendoza y A. García Sanz) que tocaban el te­ma. Ahora se necesita reducir de nue­vo —pero tampoco demasiado— la escala espacial y aumentar el número de lentes —léase hipótesis— para mi­rar el objeto. Queda por saber, con detalle y según zonas, quién compró y cuánto; cuánto se perpetuó y cuánto pasó a nuevas manos; qué cantidad de labradores que pudieron hacerlo terminaron, al hilo de la crisis, por hipotecar sus tierras e incluso por pa­sar a meros arrendatarios de ellas; dónde predominaba un tipo u otro de uso y qué repercusiones tuvo en las actitudes hacia las ventas; qué con­secuencias posteriores tuvieron éstas en el endeudamiento que generaron

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en algunos municipios; en qué medi­da los intereses de algunos de sus ediles motivaron el esfuerzo de com­pra por parte de algunas de estas ins­tituciones y en qué grado —y de qué grado también— algunos de ellos las adquirieron personalmente, y, en fin, qué efectos tuvieron en la agricultu­ra y ganadería, en particular, y en la

sociedad y economía castellanas en ge­neral. Para ello, es lógico, habrá que centrarse en el proceso de venta en sí y en el de la crisis inmediata, ese período de nuestra historia cada vez más atractivo a los estudiosos y del que tanto nos queda por saber.

Bartolomé YuN CASALILLA Universidad de Valladolid

José M. MuTiLOA: Guipúzcoa en el siglo XIX (guerras - desamortización - fue­ros), San Sebastián, Editorial Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa, 1982, 736 pp.

El autor del presente trabajo cuen­ta con una dilatada bibliografía sobre la desamortización en el País Vasco, a través de la cual ha ido proporcio­nando una amplia información a los estudiosos de este tema. En Guipúz­coa en el siglo XIX (guerras - des­amortización - fueros), la investiga­ción no se limita al ámbito de la des­amortización, sino que, con una pers­pectiva más ambiciosa, trata de ofre­cer una visión global de lo sucedido en Guipúzcoa durante el siglo xix. Si abarcar un período tan amplio entra­ña ya una dificultad, ésta se ve acen­tuada por el parcial conocimiento que aún se tiene de esta importante par­cela de la historia guipuzcoana. Por ello hay que congratularse de las apor­taciones historiográficas que se vayan realizando y que arrojan alguna luz sobre esta etapa.

Las diversas elaboraciones que en

estos últimos años se han realizado so­bre el siglo XIX en Guipúzcoa, o las investigaciones en curso, están eviden­ciando que es una época de enorme trascendencia tanto por lo que supo­ne de alteración de su status jurídico-político como por las transformacio­nes que se operan en su estructura. A lo largo de este siglo, la provincia va a verse inmersa en un proceso de modernización que tiene en la indus­tria su centro motor, en tanto que, en otro plano, el régimen foral que disfrutaba es sustituido por un nuevo sistema, el de los conciertos econó­micos. A mi entender, este importan­te tránsito que se opera en Guipúz­coa, las formas que adopta y, en de­finitiva, su peculiaridad sobre otros procesos de cambio que se producen durante este siglo son aspectos que no quedan suficientemente explícitos en la obra de Mutiloa. Se opta por la

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descripción de los sucesos que se con­sideran más trascendentes, pero no se profundiza en la medida de lo nece­sario sobre los factores que generan las transformaciones de aquella so­ciedad.

José M. Mutiloa organiza su traba­jo según las etapas políticas del si­glo XIX español, de forma que los ca­pítulos se acoplan, por lo general, a los distintos giros que en el gobierno de España se sucedieron: la invasión napoleónica, la restauración de Fer­nando VII, el trienio liberal, etc. So­bre esta base se va realizando una descripción de los hechos políticos que más repercusión tuvieron en la pro­vincia. No obstante, y respondiendo a lo ya apuntado en el título, dos van a ser, básicamente, los hilos con­ductores que engarzan la obra: el se­guimiento de las diferentes secuen­cias que tiene el proceso desamorti-zador en Guipúzcoa, por un lado, y la relación de los avatares que se su­ceden en el tema foral, por otro. En un plano menos destacado se sitúa la narración de los enfrentamientos ar­mados que tienen como escenario la provincia.

En lo que hace referencia al tema foral, se pasa revista a las distintas al­ternativas que a lo largo del siglo xix atraviesa el sistema foral, narrándose las aboliciones, reimplantaciones y re­cortes que se van sucediendo. De esta narración, quizá la parte que tenga un mayor interés es aquella que rela­ta los acontecimientos que se dieron con ocasión del levantamiento que se produjo en el País Vasco contra Es­

partero en 1841. Mutiloa sitúa la di­mensión que tuvo aquel hecho, que dio pie al regente para que adoptara varías disposiciones contra el régimen foral, alguna de las cuales será ya irreversible y tendrá especial inciden­cia en el crecimiento económico del País (caso del traslado de las aduanas interiores a la costa y frontera).

Con respecto a las aspiraciones con­trapuestas que entonces latían en la provincia, resulta revelador el segui­miento que de manera intercalada se hace en el libro del enfrentamiento entre San Sebastián y la Guipúzcoa del interior, o, dicho de otro modo, entre la burguesía comercial y los in­tereses agrarios. Aquélla pide la eH-minación de las trabas que obstaculi­zaban su desarrollo económico, cen­trando esta pretensión en el desplaza­miento de las aduanas interiores a la costa y frontera. Una vez que este ob­jetivo se realiza, y después de unos pocos años en los que cicatrizan las heridas que con el tiempo se habían abierto, volverá a reinar la unidad en la provincia, que de manera homogé­nea defiende los restos forales ante el poder central. Esta nueva situación apenas es abordada en la obra debido a que la segunda mitad del siglo xix, con la excepción del proceso desamor-tizador, es tratada muy sumariamen­te y sin aportación de nueva docu­mentación.

No obstante, si en las partes co­mentadas se detectan algunas lagunas, en donde el libro realiza una contri­bución documental más importante es cuando se aborda el proceso desamor-

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tizador que se produce en la provin­cia. Es en esta área en donde se ofre­ce una información más abundante y copiosa, y aunque sobre algunos años los datos que se ofrecen son limita­dos, Mutiloa ha podido, sin embar­go, establecer las orientaciones gene­rales que adopta la desamortización en Guipúzcoa.

Dentro de este tema, el autor des­taca cómo la desamortización es en­torpecida por la lentitud y negligen­cia en la elaboración de los inventa­rios, cuando no por una patente vo­luntad por parte de la Diputación y corporaciones municipales por evitar la venta de los bienes del clero. Di­chas ventas van a alcanzar sus máxi­mas cotas, en lo que se refiere tanto a las propiedades eclesiásticas como a los bienes de propios, en los primeros años del siglo xix, por un lado, y en el período 1860-1885, por otro. Se­gún las estimaciones de Mutiloa, du­rante 1805-10 se enajenan bienes del clero por un total de 2.803.640 rs. v., para descender de modo sensible tales enajenaciones los años siguientes y as­cender de nuevo en 1860-85, en cuyo período las ventas importan un total de 14.240.838 rs. v. En lo que se re­fiere a los bienes de propios, los con­flictos bélicos que asolan la provincia en los años finales del xviii y prin­cipios del XIX endeudan considerable­mente a los municipios, que se ven forzados a deshacerse de sus propie­dades para obtener nuevos ingresos; de este modo se produce en el perío­do 1793-1814 una oleada de ventas, valorando Mutiloa que se enajenan

8.918 fincas con un valor de tasación de 29.783.977 rs. v. La venta de este tipo de bienes se mantiene práctica­mente congelada hasta 1863, en que de nuevo se sacan a subasta, indican­do en este caso Mutiloa que se ena­jenan, hasta 1886, 352.394 áreas y 23 edificios por 12.954.804 rs. v.

Las estimaciones que realiza Muti­loa vienen complementadas con una abundante información y con diversos mapas y cuadros que indican el tipo de finca, el nombre del rematante, zonas afectadas por la venta, etc. En este sentido, no cabe duda del interés que esta obra tiene para los investiga­dores de la desamortización, dado que en ella se encuentra una valiosa apor­tación documental. No obstante, hu­biera sido conveniente diseccionar los datos que ofrece y examinar aspectos tales como quiénes son los comprado­res, qué cantidades compran, cuál es el aprovechamiento de las propieda­des desamortizadas, etc.; en definiti­va, un análisis sobre lo que significó el proceso desamortizador. Asimismo, es de resaltar la omisión que se reali­za sobre algunas obras de la historio­grafía actual que han realizado apor­taciones importantes sobre fenómenos y hechos que Mutiloa trata. Por lo demás, hubiera sido de desear un cier­to afán de síntesis que nos hubiera aligerado de descripciones demasiado minuciosas que no hacen sino ocultar y diluir las propuestas ejes de la obra. Por último, cabe objetar que el título del libro (Guipúzcoa en el siglo XIX) resulta un tanto abusivo, puesto que el último tercio del siglo —sexenio

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democrático incluido— es despacha­do con demasiada celeridad, y las 16 páginas que únicamente se dedican a esta época contrastan, por su esca­sez, con las 557 páginas destinadas a

narrar los hechos sucedidos hasta ese momento.

Luis CASTELLS

Universidad del País Vasco

Diego AzQUETA OYARZUN: Teoría económica de la acumulación socialista, Ma­drid, Hermann Blume, 1983, 224 pp.

Este libro posee cualidades nota­bles. Se ocupa de unas experiencias históricas sumamente originales y con­trovertidas, a saber, la puesta en mar­cha de estrategias de desarrollo en economías planificadas (URSS, 1927-1932; China, 1949-1962). Intenta ilu­minar estos procesos acudiendo a mo­delos teóricos coetáneos o posteriores, discutiendo con cierto detalle los su­puestos sobre los que se apoyan y las derivaciones que de ellos se obtienen. Sostiene el autor que tanto dichas ex-riencias como los modelos a ellas vinculadas son de interés para abor­dar los actuales problemas del subde-sarroyo y su posible superación.

Como ocurre en todos los trabajos de encrucijada, el audaz intento ha de asumir muchos riesgos. Los historia­dores quedarán insatisfechos porque las fuentes documentales son de se­gunda o tercera mano y las explicacio­nes aparecen débilmente fundadas. Los expertos en política económica echarán en falta una mayor atención a las condiciones de contorno y a los mecanismos efectivos para diseñar y

poner en práctica los fines y medios decididos. Los lectores con inclinación más teoricista pueden objetar que los modelos presentados y desarrollados son bastante simplistas y que la base conceptual con la que se construyen (grandes agregados y en términos ne­tos) presenta resquebrajaduras de mu­cho cuidado. En definitiva, el balance de intenciones es superior al balance de resultados efectivos.

Pero si la obra se interpreta como una suma de esfuerzos para abrir bre­cha en territorios exóticos para la ma­yoría de los estudiosos del país y des­tinada a ofrecer una sinopsis del esta­do de la cuestión, hay que conceder que el trabajo consigue decorosamente sus objetivos.

El punto de partida del libro es el modelo de Feldman (1928), cuya es­tructura fue reinventada años después por Mahalanobis (1953). Se trata de un modelo bisectorial (bienes de pro­ducción y bienes de consumo) que in­tenta plantear e iluminar la estrategia de crecimiento económico de una eco­nomía planificada. Ni el sector agríco-

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RECENSIONES

la ni el sector exterior aparecen en las formulaciones del modelo original: uno de los objetivos de Azqueta con­siste en ampliar el modelo en esas direcciones en posteriores capítulos. Aparte de la importancia que pueda atribuirse a dicho modelo en el ám­bito de la historia del pensamiento económico, Azqueta viene a sostener —con indicios poco concluyentes— que lo acontecido en la Unión Sovié­tica puede ser interpretado como la aplicación concienzuda del modelo (cfr. pp. 22, 41, 99), lo que resulta una hipótesis un tanto pintoresca. Ciertamente, la conclusión política del modelo es que para maximizar la ren­ta nacional hay que dirigir el máximo porcentaje de inversión al sector que fabrica medios de producción; pero esa idea —sea o no acertada— puede ser alumbrada simplemente con senti­do común. Luego se discute cómo afecta a los resultados del modelo la cuestión de la «tasa social de interés» y el problema de la «elección de téc­nicas».

El segundo capítulo trata del «ex­cedente capitalizable», lo que en tér­minos prácticos puede expresarse así: ¿Cómo trasladar trabajadores y pro­ducción agrícola al sector de medios de producción? La dificultad de hallar una respuesta factible queda perfecta­mente de manifiesto a través de un rá­pido recorrido por la historia de las dramáticas relaciones entre campesina­do y administración soviética en la dé­cada de los veinte y principios de los años treinta. Azqueta tema pie en esas materias para exponernos el modelo

de Findlay (1962), que, a su juicio, ilumina con claridad el callejón sin sa­lida de un proceso de acumulación que no consiga extraer el excedente agrí­cola de forma sistemática y viable. Y utiliza ese modelo como falsilla para describir las experiencias de la Unión Soviética entre el «¡Enriqueceos!» y la colectivización forzada.

En el siguiente capítulo se introdu­ce el sector agrícola dentro del esque­ma de Feldman a fin de conseguir una extensión del modelo de partida. Muestra entonces que los resultados con dicha ampliación son análogos a los obtenidos previamente. Para afi­nar el análisis se trae a colación el modelo de Hornby (1968), que indi­ca que la extracción del excedente agrícola requiere una inversión positi­va en ese sector. Tras posteriores pun-tualizaciones se llega a la conclusión, entre otras, de que «el porcentaje de inversión desviada hacia la agricultura debe ser tan alta como las circunstan­cias lo permitan» (p. 110). Para ilus­trar estas argumentaciones se acude a la experiencia de la República Popular China, algunos de cuyos avatares son interpretados como concreción o ma­terialización de los modelos. Así, la política del Gran Salto Adelante es juzgada como «el intento de resolver problemas económicos y políticos a través de medidas económicas y polí­ticas» (p. 138). Aceptada esa interpre­tación, «el presidente Mao dejaría de aparecer como un visionario dispuesto a renunciar a la racionalidad económi­ca en un afán de preservar la mística revolucionaria, para presentársenos co-

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RECENSIONES

mo un político intentando aplicar sus propios esquemas, su propia recionali-dad económica, en el intento de ga­rantizar la continuidad del modelo que precisamente primaba el crecimiento: la estrategia Feldman - Mahalanobis» (p. 138).

El cuarto capítulo aborda la proble­mática del sector exterior. Comienza con la exposición del modelo de Raj y Sen (1962) y pasa luego a injertar en el modelo de Feldman los elemen­tos que permitirán conectar la econo­mía planificada con el mundo exterior (concretamente, divisas). El ejercicio sirve para concluir que la introducción del comercio internacional (comercio de Estado) no modifica sustancialmen-te el panorama obtenido con el mode­lo de referencia.

El último capítulo constituye un re­paso de los resultados de los primeros planes quinquenales. Se propone un somero balance de los logros y fraca­sos más destacados desde un punto de vista esencialmente económico. Una brevísima conclusión (pp. 215-17) cie­rra el texto. En ella se llama la aten­ción sobre dos extremos controverti­dos, teóricamente complejos y con hondas repercusiones prácticas; la comparación entre más o menos ri­queza hoy y menos o más riqueza ma­ñana (Azqueta prefiere el concepto de bienestar), por un lado, y el tipo de relaciones adecuado entre el sector in­dustrial y el sector agrícola. La reca­pitulación final quintaesenciada reza así: «Hemos tenido ocasión de anali­zar un modelo de desarrollo alternati­vo a los generalmente presentados en

el mundo occidental (...), un modelo de desarrollo que (...) se presenta ex­tremadamente interesante por sus im­plicaciones y su propia concepción, coherente en sus supuestos; y dentro de sus propias coordenadas, acompa­ñado por el éxito. La riqueza de la experiencia histórica en la que quedó inmerso hacen de su análisis una ta­rea doblemente atractiva» (p. 217).

Tras esta ojeada general quizá sea conveniente añadir comentarios sobre el asunto de los modelos utilizados. Vale subrayar que los modelos de cre­cimiento agregados tienen un estatuto teórico ambiguo. En parte constituyen idealizaciones extremas que abren vías de entendimiento hacia una problemá­tica extremadamente compleja y difí: cil; en parte son también construccio­nes retóricas que pretenden legitimar opciones ideológicas o, en el mejor de los casos, conjeturas (o intuiciones o corazonadas) científicas. Debería re­sultar obvio, de cualquier modo, que tienen poco poder resolutivo en el pla­no real, dado que su isoformismo con las propiedades y relaciones de las eco­nomías efectivas es muy limitado y caricaturesco, cuando no está ausente por completo. Una consecuencia des­tacada es que pueden ser corrobora­dos, pero no refutados.

A ello hay que sumar que si bien la temática afrontada en este libro es importante, presenta aún muchos ras­gos enigmáticos. No es tarea fácil comprender la constitución de relacio­nes económicas emergentes en los paí­ses llamados socialistas en su fase pri­migenia y bajo la orientación de gru-

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pos dirigentes de nuevo tipo. Y tra­ducir estos procesos en un modelo simplificado es tarea ímproba.

Al hacer hincapié en dichas dificul­tades no estamos abogando por el abandono de este tipo de enfoques, sino por elevar el nivel de exigencia y de sistematicidad, lo que quiere de­cir orientarse hacia modelos multisec-toriales y buscar mecanismos de con-trastación directa e indirecta. Uno de los méritos más descollantes de Az-queta consiste precisamente en haber­se esforzado en conectar plano real y plano teórico. En definitiva, es una buena noticia que los argumentos e informaciones expuestos en el libro se presenten en un par de niveles con rasgos bien diferenciados: por un la­do, exposiciones sistemáticas de la po­lítica económica en las fases de tran­sición hacia una economía planificada en la Unión Soviética y China; por otro lado, la representación a través de modelos de las características pri­mordiales para llevar a cabo la «acu­mulación socialista primitiva». Pero

una trabazón satisfactoria entre esos dos planos está todavía por hacer.

Para lograr tal cosa acaso sea pre­ciso que las construcciones formales no sean concebidas de forma tan pla­tonizante. Dicho de otro modo, la ar­gumentación de Azqueta hace pensar a veces que los modelos teóricos son enjuiciados como una especie de «re­cetas de cocina» para ser puestas en práctica por los sujetos económicos. La invención de tales recetas resulta un tanto misteriosa y el resultado del guiso, siempre incierto. Abundando en lo anterior, hay que. destacar que no resulta nada convincente equiparar el Primer Plan Quinquenal con el mo­delo de Feldman (p. 99), ni resulta una expresión muy feliz aseverar que «la evolución del proceso de desarro­llo chino seguía muy de cerca (...) las líneas del modelo de Raj y Sen» (p. 174), salvo que uno sea convicto defensor de la existencia de ideas pla­tónicas.

A. BARCELÓ

Universitat de Barcelona

T. H. HoLLiNGSWORT H : Demografía histórica, México, Fondo de Cultura Económica, 1983 (traducción de Aurora Garrido Strevel).

Aunque esta obra data ya de hace algún tiempo, pues la versión original inglesa se publicó por primera vez en 1969 con el título Historical Demo-graphy, como se trata de un clásico de la demografía histórica y, sobre to­

do, como acaba de aparecer en una malísima traducción al español, mere­ce la pena dedicarle algunos comenta­rios.

La demografía histórica hace quin­ce años era una ciencia en construc-

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RECENSIONES

ción y, aunque algo ha avanzado, lo sigue siendo hoy en día. Por eso, todo trabajo global o de síntesis reviste gran interés y, al mismo tiempo, no puede evitar insuficiencias y deficien­cias.

El libro de Hollingsworth es un claro ejemplo de ello. Muy completo en algunos capítulos, en cambio en otros resulta insatisfactorio o inútil­mente farragoso.

La parte sobre registros parroquia­les, donde se pasa revista a lo que se hace en bastantes países, aporta mu­cha información y sirve para conocer lo que existe sobre este particular y el provecho que se saca a esa ingente fuente de datos que tienen los países cristianos desde hace casi quinientos años. También es muy interesante lo que dice el autor sobre fuentes escri­tas y no escritas, y acerca de las difi­cultades y límites de la demografía histórica. Asimismo, constituyen una aportación apreciable los apéndices so­bre poblaciones estables y demografía de la peste.

El principal reproche que yo haría a esta obra sería no distinguir entre las diferentes etapas históricas y el consiguiente y distinto tratamiento de­mográfico. Pues está claro que no se pueden estudiar del mismo modo po­blaciones medievales que las del si­glo XVIII, con censos nacionales pe­riódicos ya en algunos países, o las del siglo XIX y xx, en plena época es­tadística y de transición demográfica. Tan demografía histórica sin unos es­tudios como otros y, sin embargo, fuentes, métodos y contexto son harto

distintos. Lo que ocurre quizá es que es muy difícil buscar los elementos co­munes a esos quehaceres diferentes.

Pero es que, además, me parece que Hollingsworth no acierta al ha­blar de esos rasgos comunes. A mi jui­cio, éstos se derivan del hecho de que las poblaciones humanas presentan, claro está, una doble vertiente: la pro­piamente biológica, con sus leyes uni­versales y permanentes de reproduc­ción y subsistencia, iguales a las de las poblaciones animales y que per­miten con facihdad un tratamiento matemático, y la vertiente histórica o propiamente «humana», más aleato­ria, con un campo de variabilidad complejo, pero limitado.

Los demógrafos históricos, tal vez porque suelen ser historiadores de for­mación, conceden, lógicamente, casi siempre mayor importancia a la se­gunda vertiente y hay, por lo general, una tendencia a considerar que la vo­luntad del ser humano, condicionada tan sólo por el acontecer histórico, en particular por las disponibilidades ali­mentarias, permite que una población aumente en cualquier época con gran rapidez, si las circunstancias son pro­picias.

Ejemplo de esto que digo es lo que cuenta Hollingsworth sobre la pobla­ción 3e Egipto desde el 664 antes de Cristo hasta nuestros días, con alti­bajos tan enormes que resultan impo­sibles, creo yo, a la luz del análisis demográfico moderno, o cuando afir­ma que una población preindustrial puede crecer a ritmos hasta del 3 por 100 anual (del estudio de las tablas

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modelo de mortalidad construidas en los últimos veinte años se desprende bastante claramente que ninguna po­blación humana pudo crecer sin inmi­gración, antes del siglo xix, a más del 1 por 100 anual).

Capítulo aparte merece la traduc­ción de la obra. Ante el desempleo que hay en el mundo, se comprende que muchas personas quieren ganarse la vida traduciendo, por creer que con algún conocimiento de un idioma ex­tranjero la tarea, además de digna, es hacedera. Lo raro es que una editorial, sobre todo si es de primera fila, no sepa dos cosas: primera, que para traducir un libro como el de Hol-lingsworth hay que saber demografía histórica, inglés y español, requisitos que no se dan ninguno de ellos en la traductora de esta obra; segunda, que toda traducción tendría que ser revi­sada por una persona especialista en la materia, o al menos con conoci­mientos científicos suficientes para sa­ber si lo que se ha traducido tiene sentido.

De haber procedido así, el Fondo de Cultura Económica jamás hubiera publicado esta traducción, pues su precio, 1.330 pesetas, es un engaño al lector, que recibe gato por liebre.

De los centenares de disparates, contrasentidos, vocabulario equivoca­do o simplemente inadecuado (no ya sólo de demografía, cuya terminología más elemental se desconoce), citaré sólo los más sorprendentes o diverti­dos.

Dice Hollingsworth que los cazado­res moa no pudieron competir con los

agricultores maoríes en Nueza Zelanda y acabaron extinguiéndose en el si­glo XV, Los primeros, at the height (esto es, en su momento de mayor es­plendor), no fueron nunca muchos. Pues bien, la traductora, ni corta ni perezosa, señala que «debido a su al­tura, los moa únicamente podrían su­mar de 12.000 a 15.000», con lo que el lector se queda perplejo al no saber si, por ser enanos o gigantes, los moa se hallaban en inferioridad de condi­ciones.

Otro disparate mayúsculo es que los frenos (checks) malthusianos se traducen por comprobaciones, con lo que el sufrido lector se preguntará por qué afirma Hollingsworth, después de hablar de Malthus, que «llegar a com­probar la [densísima] población en Java no puede estar muy distante».

De la desdichada traducción se des­prende que los nobles ingleses eran muy peculiares ya que «tendían a des­aparecer debido a los matrimonios fre­cuentes con los herederos» [cuando lo que dice el autor es que se casaban muchas veces con ricas herederas (hei-resses), hijas únicas a menudo y, por lo tanto, con antecedentes familiares poco prolíficos].

Leemos con sorpresa que «en los años anteriores a 1914, la demografía histórica fue perseguida (pursued) en Alemania más que en ningún otro la­do». También que a Wrigley «se le obligó (was obliged) a modificar las hipótesis pesimistas de Henry para es­timar las edades al morir». El lector profano, ante tales asertos, pensará

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que nuestra ciencia debe ser muy es­pecial

Nos enteramos asombrados que un estudio de genética humana se realizó en e] siglo xvi (confundiendo período estudiado con la época del estudio).

En fin, 243 out of 675 no es 243 fuera de 675, cosa que sin saber in­glés ya se puede suponer. Ni 400-odd tilles son 400 títulos extraños. In the aggregate tampoco es en el anexo.

Las tablas modelo de mortalidad «Oeste» (hay cuatro niveles, designa­dos con los cuatro puntos cardinales, en las conocidas tablas regionales de Coale y Demeny, de la Universidad de Princeton) se convierten en «los cuadros de vida modelo de la Univer­sidad Occidental de Princeton».

Los despoblados (lost villages) re­sultan ser «aldeas perdidas». El De­partamento de Asuntos Sociales (So­cial Affairs) de las Naciones Unidas se traduce por «Departamento de Re­laciones Públicas», con lo que no se entiende muy bien por qué publica tantos trabajos sobre población.

Peor que estos errores, cuva rela­

ción sería el cuento de nunca acabar, son el vocabulario y la sintaxis em­pleados constantemente en la traduc­ción, que hacen que su lectura pro­duzca cansancio, incomprensión y, en suma, un sentimiento de frustración e irritación. ¿Cómo puede traducirse, por ejemplo, todo un capítulo sobre fuentes fiscales sin preocuparse míni­mamente por saber qué quieren decir los términos ingleses sobre los dife­rentes tipos de contribuciones, rentas, etcétera? El resultado, claro está, es casi incomprensible, pues «declaracio­nes de impuestos, censos de contribu­ciones, escrutinios» y otras expresio­nes parecidas o no quieren decir nada o no se corresponden con el texto ori­ginal.

Es una lástima grande que una obra en conjunto muy útil no llegue al público de habla española en las con­diciones debidas. Porque, desde lue­go, casi cuesta más descifrar la traduc­ción española que aprender inglés y leer la obra en versión original...

Francisco BUSTELO Uni. Complutense de Madrid

Ricardo CALLE SMZ: La Hacienda en la II República española, Madrid, Ins­tituto de Estudios Fiscales (Ministerio de Hacienda), 1981, 2 vols., 1.701 pp.

La presente obra que paso a co­mentar ofrece un estudio acerca de la política hacendística de la II Repúbli­

ca española, utilizando fuentes prin­cipalmente cualitativas, donde cabe destacar el Diario de Sesiones de Cor-

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RHCrNSIONF.S

tes. Eíta fuente tiene un valor extra­ordinario para llevar a cabo investiga­ciones sobre la política y sociedad españolas; y para este período, al me­nos, todavía no ha sido trabajada sis­temáticamente, salvo contadas excep­ciones. La magnitud documental de! Diario de Sesiones de Cortes es in­mensa y, por tanto, la tarea investi­gadora a realizar es también notable.

Este libro, cuyo director y autor principal es el profesor Ricardo Calle Saiz, catedrático de Hacienda Pública y Derecho Fiscal de la Universidad Complutense, presenta un trabajo co­lectivo que está organizado en seis ca­pítulos y publicado en dos volúmenes.

El primer capítulo examina los principios sustentados por los doce ministros de Hacienda de la W Repú­blica en base a los correspondientes discursos de presentación de los Pre­supuestos Generales del Estado. Otro analiza los grupos de interés y de opi­nión durante este período, a cargo de Luis Blanco Vila. Los capítulos ter­cero y cuarto estudian los efectos de los grupos de presión y de intereses en el enjuiciamiento de los problemas económicos y fiscales en dos subpe-ríodos: 1931-1933 y 1933-1936. El siguiente capítulo analiza el contraste entre la apariencia y la realidad de la Hacienda pública española de todo este período; asimismo, a modo de apéndice, se incluye un estudio econó­mico-social sobre la H República a cargo de Senén Florensa Palau y En­rique Vidal Pérez. Finalmente, el ca­pítulo sexto comprende un trabajo de José María García Escudero acerca de

los rasgos biográficos de los doce mi­nistros de Hacienda.

Salvo el capítulo quinto y los tra­bajos específicos de Luis Blanco Vila, Senén Florensa y José María García Escudero, la obra tiene como princi­pal base de documentación el Diario de Sesiones, además de la Gaceta de Madrid, y, como antes indicaba, valo­ro positivamente haber afrontado el estudio de esta fuente, de modo tan amplio, en lo concerniente, en este ca­so, al campo de la Hacienda pública.

El método de trabajo que se sigue consiste en el seguimiento de los tex­tos, de donde el profesor Calle pre­senta las posiciones hacendísticas de los diversos ministros de Hacienda, así como las opiniones de la oposición expresadas en la Cámara parlamenta­ria, llegando a establecer los grandes temas de debate y los argumentos po­líticos y económicos sustentados por las más relevantes posturas que inter­venían en las discusiones. Pienso que, ante los testimonios políticos que se aducen, el autor desaprovecha la opor­tunidad de inducir de ellos las diver­sas posiciones doctrinales económico-financieras, presentándolas a los lec­tores con mayor grado de formaliza-ción técnica; ello hubiera requerido contrastar la literatura científica sobre los temas económico-hacendísticos de la época, empresa que no se aborda en este libro.

Es destacable la aportación docu­mental de la obra y también es de uti­lidad la ordenación de su contenido; sin embargo, el análisis y el consi­guiente conocimiento de la Hacienda

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de la 11 República requiere también otros trabajos enfocados desde otros puntos de vista que atiendan directa­mente al estudio fiscal y de los gastos públicos dentro del marco económico de España, entonces inmersa en una ostensible depresión económica, así como mediante análisis económico-fis­cales comparados con otros países, adecuadamente elegidos, y que den mayor significación a los juicios sobre la Hacienda pública española; a modo de ejemplo, un objetivo importante sería calibrar el nivel de intervencio­nismo estatal que propugnaban los gobiernos republicanos ante proble­mas como el desempleo.

Las aportaciones sobre la liquida­ción de presupuestos que se hacen en el capítulo quinto, para los años de 1930 a 1935, sugiero que debieran ir acompañadas de una oportuna aten­ción a las liquidaciones de los presu­puestos de la Dictadura de Primo de Rivera, dado que hay razones para entender que los ejercicios de 1928 y 1929 no fueron de superávit.

Indudablemente, la obra está bien concebida al buscar la complementa-riedad de un estudio sociopolítico de la época en el capítulo segundo y en las síntesis de los problemas econó­micos de la II República que realiza Senén Florensa, quien introduce algu­nas cuestiones no tratadas por este au­tor en una publicación anterior sobre el mismo tema; no obstante, se echa de menos un capítulo final donde se relacionen los aspectos hacendísticos, sociopolíticos y económicos que da­rían una visión unitaria de los resul­

tados o conclusiones a que llega la obra, aunque sólo fuera a nivel de plantear los campos de conocimiento que permanecen inéditos.

Puestos a poner de relieve algún tema de política hacendística de los que trata el libro, señalo las discu­siones de Indalecio Prieto con el ex ministro Calvo Sotelo, a lo largo de sucesivas legislaturas, sobre los gran­des temas económico-financieros de la República, como el de la valoración de la peseta, la política cambiarla, la deuda exterior, la política presupues­taria, la política ferroviaria y, en de­finitiva, sobre las gravosas obligacio­nes económicas heredadas por la Re­pública y que se relacionan con la política de presupuesto extraordina­rio, la práctica de la pignoración de la Deuda estatal y las obras públicas realizadas durante la Dictadura. Sin embargo, sobre todos aquellos especí­ficos temas no hallamos en el libro más que los testimonios cualitativos que se extraen del Diario de Sesiones; y no debemos olvidar que existen pu­blicaciones que han ofrecido una ex­plicación razonada, desde el punto de vista histórico-económico, sobre aque­llas importantes cuestiones aludidas.

Finalmente, la «semblanza de los doce ministros de Hacienda de la II República» (Prieto, Carner, Viñua-les, Lara, Marracó, Zabala, Chapaprie-ta. Rico Avello, Gabriel Franco, Ra­mos, Negrín y Méndez Aspe) que rea­liza García Escudero es un breve intento biográfico de los ministros realmente interesante, teniendo en cuenta la escasez de biografías exis-

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lentes en la historiografía económica española; no obstante, para Prieto, Carner y Chapaprieta la «semblanza» es extensa, y para otros ministros co­mo Gabriel Franco, Viñuales, Rico A vello. Ramos y Méndez Aspe es exi­gua. La mayor atención la recibe la gestión ministerial hacendística y los rasgos personales son menos expues­

tos, aunque hay aportación en este sentido.

En definitiva, a pesar de los extre­mos críticos reseñados, el libro es un meritorio trabajo que introduce nue­vos conocimientos acerca de la Ha­cienda de la II República española.

Juan HERNÁNDEZ ANDREU

Univ. Complutense de Madrid

Jordi NADAL y Caries SUDRIÁ: Historia de la Caja de Pensiones (La «Caixa» dentro del sistema financiero catalán), Barcelona, 1983.

Quizá resulte casual, pero no por ello menos significativo, que en el año en que se conmemora el nacimien­to de uno de los principales impulso­res de la historia empresarial se pu­blique el trabajo de los profesores Nadal y Sudriá sobre una de las prin­cipales empresas financieras de nues­tro país. La historia de la «Caixa» podría citarse como un buen ejemplo de los resultados que debe deparar la especialidad dentro de la historia eco­nómica, que es la historia empresarial. Esta disciplina histórica, que hace al­gún tiempo viene desarrollándose en países como EE. UU., Inglaterra, Ale­mania, Francia, Japón, etc., ha tenido un arraigo menor entre nosotros, qui­zá por el temor de algunos historia­dores a que los estudios sobre las empresas estuvieran relacionados con los llamados «estudios de centena­rios» o, tal vez, por los problemas

que las fuentes empresariales tienen en nuestro país.

Pese a lo anterior, la historia de las empresas del sector financiero son una punta de lanza de nuestra histo­riografía económica; trabajos realiza­dos por el servicio de historiadores del Banco de España y el Fondo para la Investigación Económica y Social, de la Confederación Española de Ca­jas de Ahorros, han marcado una pau­ta, por la que cada vez se adentran mayor número de investigaciones.

Las Cajas de Ahorros cuentan hoy en su mayoría con estudios sobre sus orígenes y evolución, aunque las di­ferencias metodológicas y analíticas de los mismos sean bastante acusa­das. Así, es frecuente que bajo títulos parecidos nos encontremos con reali­dades muy diferentes. Por ello se hace cada vez más necesario, al menos den­tro del campo de la historia económi-

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ca, que las historias sobre las Cajas de Ahorros cumplan unos requisitos mínimos, que, en líneas generales, po­drían ser los siguientes:

1." Situación de la institución en el marco histórico, con especial refe­rencia al marco financiero.

2." Adecuada utilización de las fuentes empresariales en general, ta­les como balances, cuentas de pérdi­das y ganancias, inventario, actas, etc.

3." Análisis cuantitativos ajusta­dos en el estudio de los orígenes de los recursos y sus formas de inver­sión.

4." Explicación del papel llevado a cabo por la Caja de Ahorros como intermediario financiero dentro del ámbito económico en que se desen­vuelve.

Tales requisitos, que ya fueron ob­servados en algunos estudios históri­cos sobre Cajas de Ahorro, se ven ampliamente cumplimentados en el trabajo de los profesores Nadal y Sa­dría sobre la «Caixa», ya que no sólo explican «el papel de la Caja en el sistema financiero del Principado y las Baleares», sino que analizan, con «un amplio aparato estadístico proce­dente de la documentación de la ca­sa», una parcela importante de la his­toria económica catalana. Sin embar­go, y con ser esto importante, lo que más apreciará el lector de la obra es lo equilibrado de ésta. Equilibrio que se traduce en el tratamiento de los te­mas, en la aparición de los personajes, en los documentos estadísticos y foto­

gráficos, que hacen que su lectura no sólo sea instructiva, sino también amena.

Así, en las 535 páginas nos encon­tramos que un 20 por 100 se refie­ren a cuestiones generales de la his­toria económica donde la obra se in­serta, un 50 por 100 aproximadamen­te trata de los aspectos de la propia historia de la «Caixa», un 15 por 100 está dedicado a los apéndices, biblio­grafía, etc. Con estas proporciones y el «oficio» de los autores, el resulta­do es francamente interesante, ya que el trabajo permite apreciar una de las principales características de la histo­ria empresarial; es decir, cómo la «Caixa» fue en sus orígenes y desa­rrollo fruto de un determinado entor­no económico y social, pero también cómo en el transcurso del tiempo, y pese a los avatares históricos, la em­presa contribuye a cambiar el propio entorno donde se desarrolla.

La periodificación de la obra se realiza en función de las dos varia­bles anteriores, situación de la Caja y evolución del marco histórico, y puede afirmarse que los autores han captado con acierto lo que podíamos denominar «los ciclos vitales de la empresa». Sin embargo, y no satisfe­chos con esta periodificación, han rea­lizado al final de la obra una visión global que sintetiza unitariamente las principales variables de la empresa.

No entramos en el resumen de la obra porque su propio título y sub­título aclara perfectamente su conte­nido. No obstante, una pregunta que­da en el aire después de la lectura

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detenida de la historia de una empre­sa: ¿cuál es la variable explicativa más significativa para explicar su de­sarrollo? También aquí la respuesta es difícil, pero se vuelve a comprobar cómo es lo que los economistas deno­minan «el factor humano» lo que, en última instancia, nos explica el desa­rrollo y desenvolvimiento de unas em­presas frente a otras.

Por ello nos hubiera gustado cono­cer algo más del «factor humano» de la «Caixa», ya que si los fundadores (Moragas y Ferrer-Vidal-), los directi­vos, etc., son presentados de forma correcta y adecuada, no conocemos na­

da de la evolución de la plantilla de personal, niveles de remuneración, sis­temas de formación, etc. También se nota la falta de las fuentes en las nu­merosas tablas que contiene la obra.

En cualquier caso, la obra de Na­dal y Sudriá sobre la «Caixa» está a la altura de las mejores historias de empresa tanto de nuestro entorno co­mo más allá de nuestras fronteras, no sólo por labor de sus autores, sino también por su cuidada edición y pre­sentación.

Rafael CASTEJÓN MONTIJANO

UNED

Daniel PEÑA y Nicolás SÁNCHEZ-ALBORNOZ: Dependencia dinámica entre precios agrícolas: el trigo en España, 1857-1890. Un estudio empírico, Ma­drid, Servicio de Estudios del Banco de España (Estudios de Historia Eco­nómica), 1983.

El libro contiene dos partes clara­mente diferenciadas. En la primera se resume, con un objetivo pedagógico, la metodología de Box y Jenkins para el análisis de series temporales. La segunda parte presenta una aplicación a las series mensuales de precios del trigo en Valladolid, Zaragoza y La Coruña para el período 1857-1890. Se trata, por tanto, de aplicar una me­todología estadística relativamente nueva, que ha resultado muy fructí­fera en multitud de campos, a anali­zar un período histórico. De entrada, pues, el libro contiene una innovación metodológica importante.

En la primera parte, los autores cumplen considerablemente bien su difícil objetivo. Mencionaré, sin em­bargo, algunos puntos que, en mi opi­nión, conviene precisar.

En la sección 2.2 la discusión del fundamento del cálculo de prediccio­nes (sección 2.2) es confusa. No que­da claro qué es /, (la parte sistemática de la serie), y es incorrecto que, si %{k) es la predicción hecha en t para k períodos por delante, el error de predicción asociado sea a,+i, tal como implican las páginas 17-20. Su discu­sión sólo es válida para la predicción un período por delante (^=1) .

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Es incorrecto también que XI1 suponga componentes deterministas (sección 2.3); el punto débil de este método es que los filtros que contie­ne, para ciertas series, son inadecua­dos (limitación similar a la que, co­rrectamente, atribuyen los autores al método de Holt). Por último, en la sección 2.5 se nos dice que «la dife­rencia básica entre los procesos MA y AR consiste... en que los primeros poseen larga memoria, [mientras que los segundos] tienen... una memoria limitada a pocos lapsos». Esto puede ser causa de confusión. Si, por ejem­plo, Zi sigue un AK(l), el valor de la serie hoy es informativo cara a pre­decir cualquier período futuro. Por el contrario, si la serie sigue un MA (1), el valor de la serie dentro de dos o más períodos es independiente del va­lor que tenga hoy. La influencia, pues, del presente se extiende sobre un fu­turo mucho más largo en el caso del AR que en el caso del MA.

En lo que se refiere a la aplicación, tiene, sin duda, interés intentar in­corporar el análisis de series tempo­rales al análisis histórico. De todos modos, una metodología que simple­mente «deja hablar a los datos» tiene el problema de que los datos poco pueden decir si no se les proporciona un lenguaje. Este lenguaje debe ser un marco teórico que permita su in­terpretación. El trabajo de Peña y Sánchez-Albornoz presenta una discu­sión inteligente, pero el contenido in­terpretativo es limitado. Así, las con­clusiones que obtienen ofrecen escasa información económica.

Su análisis indica que las series no contienen estacionalidad y que el com­ponente aleatorio decrece en la segun­da mitad del siglo. ¿En qué sentido es esto relevante para el historiador? Los autores sugieren que la ausencia de estacionalidad quizá indique que la escala de acaparamientos haya cre­cido, dirigida ahora a aprovechar las grandes alzas decenales. Es una suge­rencia en favor de la cual su análisis no aporta ninguna evidencia: los mo­delos ARIMA que utilizan no reco­gen dichas alzas. (Incidentalmente, de existir estas alzas —ciclos de período diez años— sería quizá posible detec­tarlas por medio de modelos autorre-gresivos relativamente largos, factori-zando las raíces del polinomio au-torregresivo y observando si un par de ellas —complejas conjugadas— in­ducen un ciclo decenal.)

Las funciones de transferencia esti­madas indican que los precios de Va-lladolid influyen sobre los de Zarago­za y La Coruña, pero no a la inversa. Este resultado se justifica porque Va-lladolid es una zona productora y las otras dos consumidoras. Pero ¿por qué esto implica causalidad unidirec­cional? Si se produce, por ejemplo, un aumento de la demanda en La Co­ruña, con el consiguiente aumento de precio, sería de esperar que la parte de la producción de Valladolid dirigi­da a La Coruña aumentase también. Disminuiría, en consecuencia, la ofer­ta en Valladolid y el precio aumen­taría.

La separación zona productora/con­sumidora se asocia también, según los

192

RECENSIONES

autores, con la aparición de un fac­tor autorregresivo adicional (1—.24B, aproximadamente) en el modelo de Valladolid. Concluyen de esto que los precios en. las zonas productoras es­tán más determinados por su propia evolución. Puesto que una serie que sigue el proceso (1—.24B) Zi = a, tie­ne una varianza igual a 1,06 la varian-za de üi, la diferencia sería del orden de un 6 por 100; es, pues, una dife­rencia pequeña. Pero, cuando una se­rie se expresa en logaritmos, la des­viación típica residual proporciona directamente una medida de la impre-dicibilidad relativa de la serie. Así, por ejemplo, mirando el cuadro 14, la serie de La Coruña (período total) se predice (un período por delante) con un error de, aproximadamente, un 1,24 por 1.000. Del cuadro 14, pues, se desprende que, contrariamen­te a la interpretación de los autores, la serie menos predecible es la de Va­lladolid y la que, en términos relati­vos, menos sorpresas contiene es la de La Coruña.

Estos comentarios tan sólo preten­den ilustrar las dificultades que, en mi opinión, existen para conseguir que un método puramente estadístico se exprese en un lenguaje interpreta­ble. Esto no implica que el avance metodológico en una disciplina no sea importante, y, en este sentido, el tra­bajo de Peña y Sánchez-Albornoz es

muy estimable. Por decirlo de algún modo, los autores juntan una exce­lente utilización de la metodología Box-Jenkins y un excelente conoci­miento de los datos y del período. Tan sólo falta, quizá, un propósito más específico. Posiblemente, lo más cercano a esto sea la pregunta final que se hacen los autores: ¿es lícita la división entre un régimen antiguo y otro moderno? De la comparación de modelos para distintos subperío-dos, concluyen: «cambios hubo, pero en un proceso gradual, menos acusa­dos de lo que convendría como para definir la época como de transforma­ción».

Comentando este resultado con un historiador no-cuantitativo (José An­tonio Maravall), éste me dijo que un juicio así también podía aplicarse en el terreno político. Así, los años de la restauración canovista se verían ca­racterizados por un freno a los avan­ces políticos de la revolución del 68, por un mantenimiento implícito de cierto inmovilismo y por una moder­nización «barniz». El paralelismo en­tre esta opinión y el resultado al que llegan, después de su cuidadosa inves­tigación, Peña y Sánchez-Albornoz resulta (para alguien, como yo, sin opinión histórica propia) de algún mo­do reconfortante.

Agustín MARAVALL

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193

Revista de Estudios Políticos (NUEVA ÉPOCA)

PRESIDENTE DEL CONSEJO ASESOR: D. Carlos OLLERO GÓMEZ

COMITÉ DE DIRECCIÓN: Manuel ARAGÓN REYES, Carlos ALBA TERCEDOR, Carlos OLLERO GÓMEZ, Manuel RAMIREZ JIMÉNEZ, Miguel MARTÍNEZ CUADRADO, José María

MARAVALL, Carlos de CABO MARTÍN, JULIAN SANTAMARÍA OSSORIO

DIRECTOR: Pedro de VEGA GARCÍA. SECRETARIO: Juan J. SOLOZ/SBAL

Sumario del número 43 (enero-febrero 1985)

ESTUDIOS:

Klaus von BEYME: El conservadurismo. Pedro de VEGA GARCÍA: El principio de publicidad parlamentaria y su proyección

constitucional. Ramón GARCÍA COTARELO: Critica de la conciencia contemporánea de catástrofe. Carlos F, MOLINA DEL POZO: La participación de las Comunidades Autónomos en

la toma de decisiones comunitarias. Juan Ramón GARCÍA CUE: Teoría de la Ley y de la soberanía popular en el «De­

fensor Pacis» de Masillo de Padua.

N O T A S :

Pablo Lucas VERDU: Transición política. Cambio político. Transformación político social, cambio establecido.

Juan BENEYTO: Una explicación sociológica de la no devolución del Derecho civil valenciano.

Fernando QUESADA CASTRO: Etica narrativa.

CRÓNICAS Y DOCUMENTACIÓN

Manuel MORENO ALONSO: Diccionario de máximas políticas.

RECENSIONES. NOTICIAS DEL LIBRO.

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CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

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REVISTA ESPAÑOLA DE DERECHO CONSTITOCIONAL

Presidente: Luis SÁNCHEZ AGESTA

COMITÉ DE DIRECCIÓN

Manuel ARAGÓN REYES, Carlos ALBA TERCEDOR, Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, Pedro d t VEGA GARCÍA, Ignacio OTTO PARDO

Director: Francisco RUBIO LLÓRENTE

Secretario: Javier JIMÉNEZ CAMPO

SUMARIO DEL AÑO 5, NUM. 13 (enero-abril 1985)

ESTUDIOS:

Antonio LA PÉRGOLA: Autonomía regional y ejecución de las obligaciones comuni­tarias.

Fernando PÉREZ ROYO: El Decreto-ley en materia tributaria. Joaquín TORNOS MAS: La responsabilidad patrimonial del Estado por el funcio­

namiento de la Administración de Justicia. (Algunos aspectos conflictivos, con especial referencia al procedimiento para hacerla efectiva.)

JURISPRUDENCIA

Germán FERNÁNDEZ FARRERES: La impugnación prevista en el articulo 161.2.° de la Constitución y el problema de su sustantividad procesal. (A propósito de las sentencias del Tribunal Constitucional 54/1982, de 26 de julio, y 16/1984, de 6 de febrero.)

Luis M." DÍEZ-PlCAZO: Consideraciones en torno a la inconstitucionalidad sobre la producción jurídica y a la admisibilidad de la cuestión de inconstituciona­lidad. (Comentario a la Sentencia del Tribunal Constitucional de 24 de julio de 1984.)

Pablo PÉREZ TREMPS: Justicia comunitaria, justicia constitucional y Tribunales Or­dinarios frente al derecho comunitario. (Comentario a la Sentencia de la Corte Constitucional italiana ni'im. 170/1984, de 8 de junio.)

Crónica de jurisprudencia.

CRÓNICA PARLAMENTARIA.

CRITICA DE LIBROS.

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN (1985):

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Revista de Administración Púbiica (CUATRIMESTRAL)

CONSEJO DE REDACCIÓN

Presidente: Luis JORDANA DE POZAS (t)

Manuel ALONSO OLEA, José María BOQUERA OLIVER, Antonio CARRO MARTÍNEZ, Ma­nuel F. CLAVERO ARÉVALO, Rafael ENTRENA CUESTA, Tomás R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Fernando GARRIDO FALLA, Jesús GONZÁLEZ PÉREZ, Ramón MARTÍN MATEO, Lorenzo MARTI'N-RETORTILLO BAOUER, Sebastián MARTÍN-RETORTILLO BAOUER, Alejandro NIETO. José Ramón PARADA VÁZQUEZ, Manuel PÉREZ OLEA, Fernando SAINZ DE BUJANDA, Juan

A. SANTAMARÍA PASTOR, José Luis VILLAR PALASÍ

Secretario: Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA

Secretario Adjunto: Fernando SAINZ MORENO

SUMARIO DEL NUM. 105 (septiembre-diciembre 1984)

ESTUDIOS:

José M." RODRÍGUEZ DEVESA: El delito de expropiación ilegal en la legislación es­pañola.

Jaime AGUILAR FERNÁNDEZ-HONTORIA: Una aproximación a la redefinición de las re­laciones Consejo de Estado-Corporaciones Locales en el nuevo marco consti­tucional.

Juan Manuel ALEGRE VILA: La viabilidad constitucional del Decreto-ley en materia tributaria y la regulación del derecho de propiedad (con apéndice sobre la Sentencia del caso RUMASA).

Manuel ALVAREZ RICO: La potestad organizatoria de las Comunidades Autónomas. Antonio MORALES MOYA: Política y Administración en la España del siglo XVIII

(Notas para una sociología histórica de la Administración Pública).

JURISPRUDENCIA;

I. Comentarios monográficos. II. Notas:

Contencioso-administrativo: A) En general (J. TORNOS MAS y T. FONT I LLO-VET); B ) Personal (R. ENTRENA CUESTA).

CRÓNICA ADMINISTRATIVA:

I. España. II. Extranjero.

BIBLIOGRAFÍA,

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Revista de Estudios Internacionales (TRIMESTRAL)

CONSEJO DE REDACCIÓN Director: Manuel MEDINA

Secretario: Julio COLA ALBERICH Mariano AGUII.AR, Emilio BELADIEZ, Eduardo BLANCO, Juan Antonio CARRILLO, Félix FnRNÁNDPz-SnAw, Julio GONZ/SLEZ, José M." JovER, Luis MARINAS, Roberto MESA, To­más MI sTKi:, José M.' MORO, Fernando MURILLO, José Antonio PASTOR, Román PER-PiÑÁ, Leandro RiBio, Javier RuPÉRtz, Fernando de SALAS, José Luis SAMPEDRO, An­

tonio TRUYOL, José Antonio VÁRELA, Ángel VIÑAS

SUMARIO DEL VOL. 6, NUM. I (enero-marzo 1985)

ESTUDIOS: Celestino del ARENAL: El nuevo orden mundial de la información y de la comu­

nicación. José Manuel RAMÍREZ SINEIRO: La Alianza Atlántica y la seguridad europea: con­

sideraciones críticas acerca de un modelo estratégico establecido. María Luisa ESPADA RAMOS y Mercedes MOYA ESCUDERO: La Ley Reguladora de

Asilo y Condición de Refugiado, de 26 de marzo de 1984: ¿Nacionalismo o inter­nacionalismo?

N O T A S : Luisa TREVIÑO: La política exterior del Gobierno socialista hacia Latinoamérica. Antonio MAROUINA BARRIO: El tratado libio-marroquí, repercusiones e incidencia

en la política exterior española. Fernando de SALAS LÓPEZ: Cincuenta aniversario de la Sociedad de Estudios in­

ternacionales (SE/). José Urbano MARTÍNEZ CARRERAS: Historia de las relaciones internacionales de los

países afroasiáticos. Notas bibliográficas II. Isabel CASTAÑO: Crónica parlamentaria. María Dolores SERRANO PADILLA: Diario de acontecimientos referentes a España. María SENDAGORTA MCDONNELL: Diario de acontecimientos internacionales.

RECENSIONES.

REVISTAS.

DOCUMENTACIÓN INTERNACIONAL, por Carlos JIMÉNEZ PIERNAS.

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Revista de Política Sociai (TRIMESTRAL)

CONSEJO DE REDACCIÓN

Manuel ALONSO GARCÍA, José María ALVAREZ DE MIRANDA, Efrén BORRAJO DACRUZ, Miguel FAGOAGA, Javier MARTÍNEZ DE BEDOYA, Alfredo MONTOYA MELGAR, Miguel Ro-DRíGiEZ PINERO, Federico RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, Fernando SU4REZ GONZÁLEZ, José

Antonio UCELAY DE MONTERO

Secretario: Manuel ALONSO OI.EA

SUMARIO DEL NUM. 145 (enero-marzo 1985)

ENSAYOS:

Manuel ALONSO OLEA y José Luis TORTUERO PLAZA: E! paro forzoso: clases y ase­guramiento.

E. ROJO TORRECILLA y F. PÉREZ AMORÓS: El acuerdo económico y social.

Antonio José MILLAN VILLANUEVA: ¿05 marcos jurídicos comunitarios y su inci­dencia sociolaboral.

Germán PRIETO ESCUDERO: La mutualidad en el fondo de pensiones del estado de bienestar.

CRÓNICAS.

JURISPRUDENCIA SOCIAL.

RECENSIONES.

REVISTA DE REVISTAS.

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REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS (CUATRIMESTRAL)

Director: Manuel DÍEZ DE VELASCO

Subdirector: Gil Carlos RODRÍGUEZ IGLESIAS

Secretaria: Araceli MANGAS MARTÍN

SUMARIO DEL VOL. 12, NUM. 1 (enero-abril 1985)

ESTUDIOS:

Francisco GRANELL: Las responsabilidades de las Comunidades Autónomas ante la adhesión de España a la Comunidad Europea.

Carlos A. ESPLUGUES: Aplicación de las normas sobre libertad de circulación de bienes y libre competencia en el sector agrícola comunitario.

Rafael PELLICER: Condiciones y tipos de invocabilidad de la directiva comunitaria.

N O T A S :

Antonio BUITRAGO: La política energética de la Comunidad Económica Europea. José ELIZALDE: La reforma del FEDER. Principios de una auténtica política re­

gional comunitaria. Jerónimo BLASCO: Los programas mediterráneos integrados: Una respuesta a la

Europa del sur.

CRÓNICAS.

JURISPRUDENCIA.

BIBLIOGRAFÍA.

REVISTA DE REVISTAS.

DOCUMENTACIÓN.

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ÚLTIMOS T Í T U L O S PUBLICADOS

COLECCIÓN INFORME:

El Gobierno ante el Parlamento, 5. Comunicación del Gobierno y discurso de ?» presidente ante el Congreso de los Diputados sobre el estado de la Nación ¡Pleno del 23-X-84), 300 pesetas.

DOCUMENTACIÓN INFORMÁTICA:

Código Geográfico Nacional (4.' ed.), 1.000 pesetas.

DOCUMENTACIÓN ADMINISTRATIVA: + Número 200 (enero-marzo 1984), 380 páginas, 700 pesetas.

ESTUDIOS: Alejandro NIETO: LOS estudios sobre la Administración Pública: La necesidad de

construir ima disciplina que sea la base formativa de una clase directiva pro­fesional. Santiago MUÑOZ MACH.^DO: Las deformaciones del ordenamiento ju­rídico y la aplicación de las leyes en el nuevo sistema constitucional. Mariano BAENA, Luis GARRIDO y Narciso PIZARRO: La élite española y la presencia en ella de los burócratas. Roberto MARTÍNEZ DÍEZ: El proceso de informatización de la Administración Pública española.

DOCUMENTACIÓN: SABATO MALINCONICO; La Ley de Bases sobre el Empleo Público en Italia (traduc­

ción de Valentín R. VAZOUEZ DE PRADA). Documentos parlamentarios.

CRÓNICAS: Congresos; Democracia, sociedad y Administración Pública en Iberoamérica. Ex­

periencias comparadas: La Academia Federal de Administración Pública en la República Federal Alemana. Notas para una reforma homogénea en la gestión financiera: La experiencia del Reino Unido.

JURISPRUDENCIA: Jurisprudencia constitucional: Ángel DÍAZ RONCAL: Administración y función pú­

blica en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Jurisprudencia conten-cioso-administrativa: Javier MONTERO: Notas de jurisprudencia contencioso-administrativa en materia de personal.

LIBROS Y REVISTAS: Recensiones. Noticias bibliográficas.

OTROS TÍTULOS: Mariano Baena del ALCÁZAR y José María GARCÍA MADARIA: Legislación política,

2.806 páginas, 9.(XX) pesetas. Organigrama de la Administración Central del Estado (ed. cerrada el 15-6-1984),

50 pesetas. El Gobierno informa, 1.250 pesetas.

DISTRIBUCIÓN Y VENTA: «Boletín Oficial del Estado» Trafalgar, 19 • 28010 MADRID - Tel. 446 60 00

PENSAMIENTO IBEROAMERICANO REVISTA DE ECONOMÍA POLÍTICA

Revista semestral patrocinada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)

Director: Aníbal PINTO

CONSEJO DE REDACCIÓN

Adolfo CANITROT, José Luis GARCIA DELGADO, Adolfo GURRIERI, Juan MUÑOZ, Ángel SERRANO (Secretario de Redacción), Osear SOBERÓN y Augusto MATEUS

SUMARIO DEL NUM. 6 (julio-diciembre 1984)

Introducción editorial.

EL TEMA CENTRAL: CAMBIOS EN LA ESTRUCTURA SOCIAL.

Enzo FALLETO y Germán RAMA: Cambio social en América Latina. Carlos FILGUEIRA: El Estado y las clases: Tendencias en Argentina, Brasil y

Uruguay. Rolando FRANCO y Arturo LEÓN: Estilos de desarrollo, papel del Estado y estruc­

tura social en Costa Rica. Javier MARTÍNEZ y Eugenio T I R O N I : La estratificación social en Chile. Julio CoTLER: La construcción nacional en los Países Andinos. John DURSTON y Guillermo ROSENBLUTH: Panamá: Un caso de «mutación social». José Luis REYNA: Transición y polarización sociales en México. Jean CASIMIR: El Caribe: La estructura social incompleta. Luis RODRÍGUEZ ZÜÑIGA, Fermín BOUZA y José Luis PRIETO: Modernización de la

sociedad española (1975-1984). Joao FERRAD: Portugal nos últimos vinte años: Eslruturas sociais e configuraQoes

espaciáis. LEOPOLDO PORTNOY: Las ideas económicas de Juan B. Justo. Juan VELARDE FUERTES: Jesús Prados Arrarte (1909-1983). Javier BALTAR TO.IO: La obra de Jesús Prados Arrarte. José VILLACIS: El paralelismo de Bernácer y de Prados Arrarte en la Macroeco-

nomia. Amílcar O. HERRERA: En recuerdo de Jorge Sábato. Sara V. TANIS: Algunas referencias representativas de Jorge Sábalo.

Y las secciones fijas de: Reseñas Temáticas. Resumen de artículos. Revista de Revistas Iberoamericanas.

Suscripción por cuatro números: España y Portugal, 3.6(X) pesetas ó 40 dólares; Europa, 45 dólares; América y resto del mundo, 50 dólares. Número suelto: 1.000 pesetas ó 12 dólares. Pago mediante talón nominativo a nombre de Pensamiento

Iberoamericano.

Redacción, administración y suscripciones:

INSTITUTO DE COOPERACIÓN IBEROAMERICANA DIRECCIÓN DE COOPERACIÓN ECONÓMICA

REVISTA PENSAMIENTO IBEROAMERICANO

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CUADERNOS DE ECONOMÍA Revista cuatrimestral del Centro de Estudios Económicos y Sociales del C.S.I.C, en colaboración con el Departamento de Teoría Económica de la Universidad de

Barcelona.

Director: Joan HORTALA I ARAU

CONSEJO DE REDACCIÓN

Antonio ARGANDOÑA RAMIZ, LUÍS BARBÉ DURAN, Fernando de la PUENTE Y F. ULIBARRI, Alejandro LORCA CORRÜNS, Ángel ORTÍ LAHOZ, Alfredo PASTOR BODMER, Juan QUIN­TAS SEOANE, Antonio SANTU.LANA DEL BARRIO, Julio SEGURA SXNCHEZ, Francisco SOBRINO

IGUALADOR

Secretaría: Josep PiouÉ CAMPS, RITA PRIETO PARA, M." Angels CERDA I SURROCA

SUMARIO DEL VOL. 12, NUM. 34 (mayo-agosto 1984)

ARTÍCULOS:

Lluis ARGEMÍ: La economía política marxista cien años después. Alfons BARCELÓ: Guía de lectura de Joan Robinson. Joan FERNÁNDEZ DE CASTRO, Miguel OLMEDA: La escuela marshalliana de Cambridge:

La Sra. Robinson y Sraffa. J. A. GARCÍA-DURAN: La tradición de Cambridge y la escasez de ahorro. Joan HORTALA ARAU: John Maynard Keynes i la Microeconomia Contemporánia. Josep PiouÉ CAMPS, Juan Tuco RES QUES: En torteo a Keynes, las expectativas y

el control de la inversión: Algunos comentarios desde la perspectiva actual (I).

COMUNICACIONES:

Economía utopía: Una introducción a algunos artículos de Lluis ARGEMI: Keynes.

Jesús FRESNO: Keynes y los keynesianos. Jordi PASCUAL: Bibliografía de los escritos de Joseph A. Schumpeter.

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15, 08001 Barcelona), rigiendo

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Secretaría de Estado de Comercio P.° de la Castellana, 162 - Planta O

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Ofrece artículos debidos a la pluma de prestigiosos especialistas nacionales y extranjeros sobre teoría económica, política económica y economía aplicada. Se publican números monográficos dedicados a la economía de distintos países, a los temas de mayor actualidad y a los sectores más conflictivos de la economía española e internacional, concediendo siempre especial atención al sector exterior. En síntesis, un instrumento de trabajo y actualización profesional de gran actualidad para economistas y empresarios.

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al campo de actuación del Ministerio de Economía y Hacienda.

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Publicación orientada a la investigación económica. Entre los últimos temas publicados destacan: Est ructura y economía industrial española, microeconomía de la Banca, mercados internacionales, nuevos enfoques de política económica, comercio internacional y competencia imperfecta, etc.

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La nueva cara de la historia económica

de España # Introducción t.dHiHÍal: 'Historia e historíadures de la Kconnmía Flspañola"

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# I emas regionales .1. Maluqucrdc Moles: A. M. Ik'rnai: .1. l*alafo\; I . Kcmande/de Pinedo: .1. (iareia-l.ombardero: A. (iarcia

San/ > .1. San/ hernánde/: > Concha de C astro.

# ( olaboración especial r. Icdde:y P. (VHrien.

0 Raices y perspectivas de la Hisluría Kconc'miica de Kspaña

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• (iHTÍentes actuales de investigación

— Opiniones de: M. Arlóla: \. Rui/ Martin: ( i , h. Simón Seguía:.). hontana: ( i . lorlella.

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Actividad o Departamento.

Domicilio: Ciudad: „ _ _ K'cha:

IeÍélono;__ ^ JXI>,

hirmu (

ANNO L X X I V - SERIB III DICIKMBRE 1984 Fxsiicoio XII

Rivista di Política Económica Direttore: FRANCO MATTEI

Redattore capo: VKNIERO I)EI, PIÍNTA

S O M M A R I O

ARTICOLI

Legami nei tassi d'interesse a breve termine tra gti Stali Uniti e l'Europa • Stefa no Micossi, Tommaso PADOA-SCHIOPPA.

Spunti per una teología dell'impresa • Oreste BAZZICHI.

RASSEGNE

Economia e finanza in Italia Sanitá e agricultura: esigenze di programmazione diversa - PI.INIUS.

Economia e finanza nel mondo Le prospeítive del dollaro nel quadro económico internazionale - Livilis.

La vita política italiana // governo doppia il capo delVanno • HISTORICUS.

Rassegna delle pubblicazioni economiche (G. PAI.OMBA).

Í N D I C E D E L L ' A N N A T A 1984

Direzione e Redazione: Viale delI'Astronomia, 30 - 00144 Roma (EUR) Amministrazione: Viale Pasteur, 6 - 00144 Roma

Abbonamento annuo: Italia: L. 60.000 - Estero: L. 80.000

EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O VOL. LI (2) Miíxico, ABRIL-JUNIO DE 1984 NÜM. 202

S U M A R I O

Amit BHADURI: In Memoriam. Joan Robinson: Retrato de una rebelde intelectual. Joseph RAMOS: Segmentación del mercado de capital v empleo. Abdelkader SiD AHMEO: El caso argelino. Nathaniel H. LEFF: La elección de las inversiones en los países en desarrollo: El análisis beneficio-costo social y la loma de decisiones ra­cionales. Luis SuÁREZ VILLA: El ciclo del proceso manufacturero y la industrializa­ción de la frontera mexicano-norteamericana. Juan Carlos HERKEN KRAUER: Determi­nantes de la tasa de inflación en la Argentina. José Luis MALO DE MOLINA: Rigidez del mercado de trabajo y comportamiento de los salarios en España. Ariel BUIRA: Naturaleza y dirección de la reforma del sistema monetario internacional.

DOCUMENTOS - NOTAS BIBLIOGRÁFICAS PUBLICACIONES RECIBIDAS - REVISTA DE REVISTAS

SUSCRIPCIONES 1985

Un año Precio por núm. suelto.

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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Avenida Universidad, 975 - 03100 México, D.F.

DESARROLLO ECONÓMICO

Revista de Ciencias Sociales

Volumen 24 Julio-septiembre 1984 Número 94

ARTÍCULOS:

Graciela CHICHILNISKY: Necesidades básicas, recursos no renovables y crecimiento en el contexto de las relaciones Norte-Sur.

Eduardo BAUMEISTER: Estructura y reforma agraria en el proceso sandinista.

O R Í G E N E S D E L S I N D I C A L I S M O PERONISTA:

Louise M. DOYON: La organización del movimiento sindical peronista, 1946-1955. Ricardo GAUDIÜ y Jorge PILONI;: Estado y relaciones laborales en el período previo

al surgimiento del peronismo, 1935-1943. Joel HoROWiTZ: Ideologías sindicales v políticas estatales en la Argentina, 1930-

1943.

NOTAS Y COMENTARIOS:

Ofelia PiANETTO: Mercado de trabajo y acción sindical en la Argentina, 1890-1922. Javier LINDENBOIM: Notas acerca de la evolución industrial argentina sobre la

base de datos censales compatibles. .Mario CARRANZA: Golpes de Estado y militarización en América Latina.

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS - INFORMACIONES

DESARROLLO ECONÓMICO —Revista de Ciencias Sociales— es una publicación trimestral editada por el Inst i tuto de Desarrollo Económico y Social (IDES).

Suscripción anual: R. Argentina, $a 1.400; Países limítrofes, U$S 36; Resto de Amé­rica, U$S 40; Europa, Asia, África y Oceanía, U |S 44. Ejemplar simple: U$S 10

(recargo por envíos vía aérea). Pedidos, correspondencia, etc., a:

INSTITUTO DE DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL

Güemes 3950 - 1425 Buenos Aires • República Argentina

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

PUBLICACIONES

N O V E D A D E S MANUEL GARCÍA PELAYO

Idea de ¡a política y otros escritos (1.100 pesetas)

Este libro constituye una de las últimas novedades editoriales de nuestra CO­LECCIÓN ESTUDIOS POLÍTICOS. El libro recoge seis trabajos («Idea de la polí­tica», «Contribución a la teoría de los órdenes», «Hacia el surgimiento histórico del Estado moderno», «Auctoritas», «Esquema de una introducción a la teoría del poder» y «La teoría de la nación en Otto Bauer») sobre cuestiones capitales de la Teoría Política. Su autor, el profesor García-Pelayo, actual presidente del Tribunal Constitucional, no necesita presentación, dada la importancia y amplitud de su obra, como teórico de la política y como constitucionalista suficientemente cono­cido por todos los estudiosos, y en ese sentido es un honor para el Centro de Es­tudios Constitucionales haber realizado esta publicación.

Código de Leyes Políticas Segunda edición (ampliada y puesta al día)

(2.750 pesetas)

El Centro de Estudios Constitucionales se complace en ofrecer la nueva edición del CÓDIGO DE LEYES POLÍTICAS, preparada, como la anterior, por Francisco Rubio Llórente, Manuel Aragón Reyes y Ricardo Blanco Canales. La obra se ha puesto completamente al día, lo que ha significado un aumento sustancial respecto de la edición anterior, tanto en lo que se refiere a las normas que contiene como en lo que respecta a las numerosas notas de desarrollo, referencia y concordancia y a la jurisprudencia que se cita.

Este Código contiene la Constitución, las normas sobre los Derechos Fundamen­tales, Convenios Internacionales, Leyes de desarrollo de los Derechos Políticos, Or­ganización de los Poderes, Cortes, Gobierno y Administración, Poder Judicial, Tri­bunal Constitucional, Organización Territorial, normas sobre Elecciones Generales y Locales, Referéndum y Censo, así como todos los Estatutos de Autonomía y otras normas referentes a las Comunidades Autónomas.

La obra incluye, además del texto íntegro de las disposiciones, abundantes notas de concordancia y desarrollo legislativo y reglamentario (tanto del Estado como de las Comunidades Autónomas), y de jurisprudencia del Tribunal Supremo y del Tri­bunal Constitucional. Se cierra con un índice analítico de materias donde se con­tienen referencias completas a la totalidad de las disposiciones normativas.

Las características señaladas hacen de esta publicación un instrumento de tra­bajo insustituible tanto para los profesionales y estudiosos de la Constitución, el Derecho en general y la Ciencia Política, como para cuantos sientan interés por la cosa política.

ULTIMAS PUBLICACIONES

Manuel GARCÍA PEI.AYO: Idea de la política y otros escritos. 1.100 ptas.

José Manuel ROMERO MORENO: Proceso y derechos fundamentales en la España del siglo XIX. 1.500 ptas.

Doris Ruiz OTIN: Política y sociedad en el vocabulario de Larra. 1.700 ptas.

Alfonso R U I Z MIGUEL: Filosofía y Derecho en Norberto Bohbio. 1.900 ptas.

PLATÓN: Las Leyes (2 tomos). Edición bilingüe. Introducción, notas y traducción de J. M. Pabón y M. Fernández Galiano (2.' edición). 2.600 ptas. los dos tomos.

ARISTÓTELES: Política (edición bilingüe). Introducción, notas y traducción de Julián Marías. Reimpresión I.' edición. 1.200 ptas.

F. MEINECKE: La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna. Estudio preliminar de Luis Diez del Corral. Traducción de Felipe González Vicén. Reimpresión 1983. 1.500 ptas.

Estudios de Filosofía del Derecho y Ciencia Jurídica. Tomo I, en Memoria y Ho­menaje al catedrático don Luiz Legaz Lacambra (1906-1980). 3.000 ptas.

Luis SÁNCHEZ AGESTA: Historia del constitucionalismo español. 4.' edición. 1.900 ptas. Luis DÍEZ DEL CORRAL: El liberalismo doctrinario. 4.' edición. 2.000 ptas. Hanna FKNICHEL PITKIN: Wíttgenstein: El lenguaje, la política y la justicia. Traduc­

ción de Ricardo Montoro Romero. 2.000 ptas.

Hannah ARENDT: La vida del espíritu. El pensar, la voluntad y el juicio en la filo­sofía y la política. Traducción de Ricardo Montoro Romero y Fernando Vallespín Oña. 2.500 ptas.

L. FAVOREU, Francoise LUCHAIRE, Félix ERMACORA, Mauro CAPPELLETI y otros: Tribu­nales constitucionales europeos y Derechos Fundamentales. Dirección de Louis Favoreu. Traducción de Luis Aguiar de Luque. 2.800 ptas.

Alessandro PIZZORUSSO: Lecciones de Derecho Constitucional. Traducción de Javier Jiménez Campo (2 tomos). 4.000 ptas. los dos tomos.

Ramiro de MAEZTU: Liberalismo y socialismo. Textos fabianos (1909-1911). Recopila­ción y comentarios de Inman Fox. 6(X) ptas.

Juan Ramón de PARAMO ARGUELLES: H. L . A. Hart y la teoría analítica del Derecho. Prólogo de Gregorio Peces-Barba. 2.000 ptas.

La jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Publica­ción en coedición con el Ministerio de Asuntos Exteriores. Revisión y confección de índices por Norberto Castilla Gamero. 1.300 ptas.

Antonio ALCALÁ GALIANO: Lecciones de Derecho político. Estudio preliminar de Ángel Garrorena. L600 ptas.

Juan DONOSO CORTÉS; Lecciones de Derecho político. Estudio preliminar de José Alvarez Junco. 900 ptas.

Joaquín Francisco PACHECO: Lecciones de Derecho político. Estudio preliminar de Francisco Tomás y Valiente. 1.200 ptas.

VOLÚMENES EN PREPARACIÓN

Leonardo MORLINO: Cómo cambian los regímenes políticos. Traducción de José Juan González Encinar.

Elie KEDOURJE: Nacionalismo. Traducción de Juan José Solozábal Echavarría.

Ignacio de OTTO PARDO: Defensa de la Constitución y partidos políticos.

Peter HABERLE: El contenido esencial co­mo garantía de los derechos funda­mentales en la Constitución alemana. Traducción de Francisco Meno Blanco, Ignacio Otto Pardo y Jaime Nicolás Muñiz.

Rudolf SMEND: Constitución y Derecho constitucional. Traducción de José Ma­ría Beneyto Pérez.

lan BUDGE y Dennis FARLIE: Pronósticos electorales. Traducción de Rafael del Águila Tejerina.

Klaus von BEYME: ¿05 regímenes parla­mentarios europeos. Traducción de Ig­nacio de Otto.

Tomás Ramón FERNANDEZ RODRÍGUEZ: Los Derechos históricos de los territorios torales. Bases constitucionales y esta-tutorias de la Administración vasca. Coedición con Editorial Civitas. Pre­mio Posada 1984.

de Tháchira y el Inst i tuto de Adminis­tración Local.

Hanna FENICHEL PITKIN: El concepto de representación. Traducción de Ricardo Montoro Romero. Prólogo de Francis­co Murillo Ferrol.

F. QUESNAY y Dupont de NEMOURS: £5-critos de los Fisiócratas. Introducción y traducción de José E. Candela Cas tillo.

ARISTÓTELES: Etica a Nicómaco. Edición bilingüe. 4." edición.

Jesús Ignacio MARTÍNEZ GARCÍA: LM teo­ría de la justicia en John Rawls.

Bernabé LÓPEZ GARCÍA y Cecilia FERNÁN­DEZ SUZÓN: Regímenes y constituciones árabes (historia de un desencuentro po­lítico). Prólogo de Fernando Moran.

Esperanza YLL/ÍN CALDERÓN: Cánovas del Castillo. Entre la Historia y la Políti­ca. Prólogo de José M." Jover.

Libro homenaje al profesor don Antonio Truyol y Serra. Coedición con la Uni­versidad Complutense de Madrid.

Pablo PÉREZ TREMPS: Tribunal Constitu cional y Poder judicial. Prólogo de Jor­ge de Esteban. Premio Nicolás Pérez Serrano 1984.

Constituciones de Venezuela. Estudio in­troducción por Alan Brewer-Carias. Coedición con la Universidad Católica

Fernando GARRIDO FALLA: Tratado de De­recho Administrativo. Tomo I (9." edi­ción) y tomo II (7.' edición).

REVISTAS DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS

Publicación bimestral

REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS

Publicación cuatrimestral

REVISTA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES

Publicación trimestral

REVISTA DE POLÍTICA SOCIAL

Publicación trimestral

REVISTA DE ADMINISTRACIÓN PUBLICA

Publicación cuatrimestral

REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA

Publicación cuatrimestral

REVISTA ESPAÑOLA DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Publicación cuatrimestral

Edición y distribución:

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Plaza de la Marina Española, 9 28013 Madrid. ESPAÑA

Diseño: Vicente A. SERRANO

Revista de Historia Económica D