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REVISTA EUROPEA. NÚM. 31 2 7 DE SETIEMBRE DE 1 874. AÑO SIN UN CUARTO. CASO MUY DIVERTIDO. CARTA-PRÓLOGO. EL AUTOR Á LOS EDITORES. Mis queridos amigos Medina y Navarro: Al remitirles las dos adjuntas noveüllas «SIN UN CUAUTO» y «LA ÚLTIMA CALAVERADA)», ambas es- critas en mi antigua manera (que diria un pintor), creóme obligado á advertir á ustedes y al público, que las compuse algunos meses antes que «Ei. SOMBRERO DE TRES PICOS.» Hago esta declaración, para que no se crea que he desoído los consejos que, ya verbalmente, ya en letras de molde, me acaban de dar personas autorizadísi- mas, á propósito de mi dicha última obreja; consejos encaminados á que siga por el nuevo sendero que pa- rece he emprendido; esto es, á queprocure españo- lizar cada vez más mis novelas, así en el fondo como en la forma, apartándome ya por siempre de aquel afrancesamiento literario que revelaron mis primeros ensayos en el género. Tal me propongo hacer en adelante; y muy pronto dará á ustedes y al público una prueba de ello (á lo menos en cuanto dependa de mi voluntad) la novela titulada «Eí escándalo», en que trabajo á la presente; pero, en el ínterin, no llevaré mis castizos escrúpulos de última hora hasta el extremo de cometer una es- pecie de infanticidio, arrojando á las llamas las dos postrimeras quisicosas que he habido en mi largo con- tubernio con la literatura francesa...—/ Quodscripsi, scripsi..., y no estamos en tiempos tan rigurosos, que sean precisos semejantes autos de fe literaria! Allá van, pues, las dos indicadas novelilllas «Sin un cuarto» y «Lo última Calaverada», discurridas, coordinadas y hasta casi redactadas en parisién, como parisienes son nuestras actuales costumbres (menos los toros), nuestro estilo hablado (y casi todo el im- preso), nuestras modas, nuestros muebles, nuestra moral y nuestros vicios. — Publíquenlas ustedes 6 cuenta de mi pasado, y mañana será otra cosa, si Dios quiere... En attendant, je vous prie de croire a ma bien sincere amitié. Setiembre de 1874. P. A . DE ALARCOI». TOMO II. I. Entre cielo y tierra. Hace por ahora veinte años menos unos meses, vivían juntos encima de Madrid, ó sea en un sotabanco de la entonces corona- da villa, media docena de jóvenes andalu- ces, cada uno hip de su padre y de su ma- dre, que maldito lo que tenian de tontos, ni de ricos, ni de malos, ni de sabios, ni de tristes, ni de cursis, y que, por el contra- rio, no dejaban de tener bastante de poetas, de tronados, de decentes, de aturdidos, de calaveras, y de personas bien nacidas y bien criadas, tan aptas para la vida de Bohemia, que llevaban casi de continuo, como para pisar los más aristocráticos salones, donde solian brillar algunas veces... sus raidos fra- ques. Aquellos seis bohemios, dignos de la pluma deHenri Murger y de Alphonse Karr, y que en su mayor parte son hoy hombres célebres y hasta excelentísimos señores, tra- bajaban poco,sedivertian mucho,escribían á sus respectivas familias ofreciéndoles protec- ción, a» vez de aceptar sus ofertas de dine- ro,—precisamente los dias que se encon- traban sin un cuarto (esto último para de- mostrar á sus señores padres que no habían hecho bien en oponerse á que abrazaran la vida délas Letras),—y, en fin, lo pasaban admirablemente, aunque estuviesen priva- dos de algunas de las comodidades que dis- frutaban en el hogar paterno antes de em- prender el camino de la gloria... V. g. Aquel invierno (el de 1854 á 1855) lo pasaron, no ya sin alfombras, pero sin esteras en sus habitaciones (lo cual habría hecho llorar lágrimas como puños á sus ben- ditas madres si lo hubieran sabido); y cuén- tase también que unode ellos solia decir: —¡Protesto de esta humillación que me inflige el Destino... ó sea la falta de un buen destino! ¡Protesto, como Napoleón pro- testaba en Santa Elena, de las vejaciones que 26

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 31 27 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 4 . AÑO

SIN UN CUARTO.CASO MUY DIVERTIDO.

CARTA-PRÓLOGO.EL AUTOR Á LOS EDITORES.

Mis queridos amigos Medina y Navarro:

Al remitirles las dos adjuntas noveüllas «SIN UNCUAUTO» y «LA ÚLTIMA CALAVERADA)», ambas es-

critas en mi antigua manera (que diria un pintor),creóme obligado á advertir á ustedes y al público, quelas compuse algunos meses antes que «Ei. SOMBRERODE TRES PICOS.»

Hago esta declaración, para que no se crea que hedesoído los consejos que, ya verbalmente, ya en letrasde molde, me acaban de dar personas autorizadísi-mas, á propósito de mi dicha última obreja; consejosencaminados á que siga por el nuevo sendero que pa-rece he emprendido; esto es, á que procure españo-lizar cada vez más mis novelas, así en el fondo comoen la forma, apartándome ya por siempre de aquelafrancesamiento literario que revelaron mis primerosensayos en el género.

Tal me propongo hacer en adelante; y muy prontodará á ustedes y al público una prueba de ello (á lomenos en cuanto dependa de mi voluntad) la novelatitulada «Eí escándalo», en que trabajo á la presente;pero, en el ínterin, no llevaré mis castizos escrúpulosde última hora hasta el extremo de cometer una es-pecie de infanticidio, arrojando á las llamas las dospostrimeras quisicosas que he habido en mi largo con-tubernio con la literatura francesa...—/ Quodscripsi,scripsi..., y no estamos en tiempos tan rigurosos, quesean precisos semejantes autos de fe literaria!

Allá van, pues, las dos indicadas novelilllas «Sin uncuarto» y «Lo última Calaverada», discurridas,coordinadas y hasta casi redactadas en parisién, comoparisienes son nuestras actuales costumbres (menoslos toros), nuestro estilo hablado (y casi todo el im-preso), nuestras modas, nuestros muebles, nuestramoral y nuestros vicios. — Publíquenlas ustedes 6cuenta de mi pasado, y mañana será otra cosa, si Diosquiere...

En attendant, je vous prie de croire a ma biensincere amitié.

Setiembre de 1874.

P . A . DE ALARCOI».

TOMO II.

I.

Entre cielo y tierra.

Hace por ahora veinte años menos unosmeses, vivían juntos encima de Madrid, ósea en un sotabanco de la entonces corona-da villa, media docena de jóvenes andalu-ces, cada uno hip de su padre y de su ma-dre, que maldito lo que tenian de tontos, nide ricos, ni de malos, ni de sabios, ni detristes, ni de cursis, y que, por el contra-rio, no dejaban de tener bastante de poetas,de tronados, de decentes, de aturdidos, decalaveras, y de personas bien nacidas y biencriadas, tan aptas para la vida de Bohemia,que llevaban casi de continuo, como parapisar los más aristocráticos salones, dondesolian brillar algunas veces... sus raidos fra-ques.

Aquellos seis bohemios, dignos de lapluma deHenri Murger y de Alphonse Karr,y que en su mayor parte son hoy hombrescélebres y hasta excelentísimos señores, tra-bajaban poco,sedivertian mucho,escribían ásus respectivas familias ofreciéndoles protec-ción, a» vez de aceptar sus ofertas de dine-ro,—precisamente los dias que se encon-traban sin un cuarto (esto último para de-mostrar á sus señores padres que no habíanhecho bien en oponerse á que abrazaran lavida délas Letras),—y, en fin, lo pasabanadmirablemente, aunque estuviesen priva-dos de algunas de las comodidades que dis-frutaban en el hogar paterno antes de em-prender el camino de la gloria...

V. g. Aquel invierno (el de 1854 á 1855)lo pasaron, no ya sin alfombras, pero sinesteras en sus habitaciones (lo cual habríahecho llorar lágrimas como puños á sus ben-ditas madres si lo hubieran sabido); y cuén-tase también que uno de ellos solia decir:

—¡Protesto de esta humillación que meinflige el Destino... ó sea la falta de unbuen destino! ¡Protesto, como Napoleón pro-testaba en Santa Elena, de las vejaciones que

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le imponía Sir Hudson Lowe! ¡Yo no mesometeré jamás á andar sobre el duro sue-lo!! ¡Yo no he pisado nunca en invierno losladrillos de mi casa! ¡Nobleza obliga! Priusmori quam fcedare...

Y en virtud de semejante razonamiento,se paseaba sobre las sillas puestas en hilera,cuando no sobre su propio catre.

Otro, para que no se pudiese dudar nipor un momento de que era persona debuena familia, acostumbraba, la noche quese sentia insuficientemente alimentado, ádormir con el sombrero de copa puesto,á cuyo fin habia recortado las alas por atrásy por la derecha á la gabina ó chistera nú-mero 2.

—¡Así verá el mundo que soy un caba-llero digno de mejor suerte!...—decia aldejar caer la cabeza sobre la almohada.

Otro llevaba más allá sus alardes aristo-cráticos y linajudos, y cuando no podia sa-lir por falta de botas, se calzaba unas es-puelas sobre las zapatillas, y andaba asi porla casa, desde por la mañana hasta la noche,embebecido con el retintin de aquel nobilia-rio atributo, y declamando los dos famososversos de El puñal del godo:

Y con caballo, lanza y yo escudero,Si no podéis ser rey, sed caballero.

Por último, y para que os hagáis cargode todos los puntos que calzaba aquellagente, os diré que en cierta ocasión reuníanentre los seis troneras seis cuartos de capi-tal: uno de ellos los reclamaba para hacerselimpiar las botas é ir á ver á un ministro dela Corona que lo había citado á fin de sumi-nistrarle los medios de publicar un periódi-co contra la dinastía; otro los necesitabapara afeitarse) (en una barbería de quintoorden), á fin de ir á levantar un empréstitoá casa de su banquero; y otro los pedia conmelodramática entonación, para comprar unsello de franqueo (que entonces valían jus-tamente Ü54 maravedises) y escribirle á unanovia que se había dejado en Granada. Eldebate entre los tres duró muchas horas; y,después de sendos discursos, acordóse porunanimidad que lo más urgente, lo más sa-grado, lo más indispensable era que reci-biese carta aquella pobre señorita de las már-

genes del Gemí, que se veia expuesta á per-der sus ilusiones amorosas...—Los seiscuartos se gastaron, pues, en el sello defranqueo.

Tales fueron... los verdaderos héroes dela historia que os voy á contar: esto es, ta-les fueron los oyentes, el público, el tribu-nal, el jurado, el coro, los comentadores,ante quienes la relató su insignificante pro-tagonista.— Por eso el título de estas pági-nas se refiere á ellos, y no á él.

Réstame decir... aunque no es cierto;pero, en fin... para que nos entendamoscomo ellos seentendian,—que se llamaban:Bretislao, Ladislao, Premislao, Sobieslao,Borcivogo y Segismundo, nombres todos deantiguos reyes de Bohemia.

Conque hagamos ahora el retrato físico ymoral del que cantó el aria que ellos corearon.

II.Dime con quién andas... é ignoraré

quién eres.

Rafael de... no sé cuantas Estrellas, fri-saría á la sazón en los veinte ó veintiún años(que era la edad que tenia entonces todo elmundo), y estaba dotado por la naturaleza ypor la sociedad de una arrogante figura, deun pobrísimo entendimiento, deunos 80.000reales de renta, que le entregaba por men-sualidades su curador (pues era mayorazgoy huérfano), y de una encarnizada afición álos poetas, pero no á la poesía; á los artis-tas, pero no á las artes; á los cómicos, perono á las comedias; lo cual quiere decir queera uno de aquellos profanos pegadizos, in-soportables idólatras é inconscientes admi-radores de las personas de fama, que no lasdejan á sol ni á sombra, y que sólo les sir-ven para ir traduciendo al manchego y con-tando de una manera sandia, incompleta yridicula, las ingeniosas excentricidades yhumoradas que presencian y no comprenden.

Los seis poetas andaban siempre dándolede lado á Rafael, sin poder quitárselo de en-cima, y, bien que no lo aborrecieran, puesen medio de todo era un bendito, dispuestoá reir y celebrar todo lo que les oia, aun-que no lo entendiese, ponian un particularesmero en evidenciar á los ojos de todo el

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mundo que no teman ninguna intimidad conaquel imbécil tan rico, ó sea con aquelrico tan imbécil.—¡Así lo exigia el nobleorgullo de los seis tronados discípulos deApolo! ¡No querían ellos que se dijese, quese creyese, que se sospechase si venderíande vez en cuando su buen gusto, su sanacrítica, su brillante sátira, sus delicadosnervios... crispados continuamente contralas tonterías, por el plato de lentejas quepudiera ofrecerles la pingüe renta de Ra-fael! ...—¡Horror! ¡Abominación!—El poetaó el artista puede recibir dignamente pro-tección y ayuda de parte de los ricos queamen sus obras, que las estimen, que lascomprendan. El favor, la limosna, no sehace entonces al hombre, sino á las letras óá las artes. El conde de Lemos no protegióá Cervantes, sino el Quijote y Per siles ySegismundo,, y por eso su nombre durarátanto como estos libros.—¡Para ser Mece-nas, es menester merecerlo!—El dinero nopuede aspirar por sí solo á la gloria de pro-tector del buen gusto. Es menester quevaya unido á algo más; al buen gusto mis-mo, por ejemplo!

No había conseguido, pues, nunca Ra-fael que los seis poetas acudiesen á su bol-sillo en los apuros que pasaban, apuros vo-luntarios en cierto modo y que eran céle-bres en Madrid por los graciosos y chis-peantes incidentes á que daban lugar. Al-phonse Karr y Henri Murger. á quienes yahemos citado, y Chamfleury y otros escri-tores franceses de aquel tiempo , habianpuesto de moda la pobreza de los literatosy artistas, ó sea la sublime Bohemia delbarrio Latino de París, y nuestros seis an-daluces, con su deliberado desarreglo, consu terquedad de no aceptar nada de sus fa-milias, con su costumbre de no trabajarhasta que se veian sin dinero, y con su ma-nía de gastar todo su dinero, como unosprincipes, el mismo dia que vendían unaobra, ora en grandes banquetes, ora en pa-seos en carretela, ora en ramos de flores,ora en libros viejos, ora en donativos á ne-cesitados hermanos... ó hermanas, procura-ban cuidadosamente no perder nunca su ca-tegoría de bohemios, ni faltar á esta divisade su escudo: Sin un cuarto.

III.Noble emulación.

Así las cosas, llegaron los bailes de más-caras del Teatro Real, correspondientes alaño de 1855.

Aquellos bailes fueron el palenque de in-numerables triunfos para los seis poetas,que sólo llevaban algunos meses de resi-dencia en Madrid.

Todas las marisabidillas de la corte; to-das las virtudes equívocas, por lo sentimen-tales ; todas las Mecenas de oficio (puestambién las hay en el bello sexo; sólo quesu protección se reduce á besos y lágrimas),apresuráronse á conocer, á embromar, áadorar y á coronar de mirtos y adormiderasá aquellos adolescentes sublevados contralas autonades constituidas, empezando porla de sus padres y acabando por la de losAcadémicos, así como ellas lo estaban con-tra ciertas reglas de la sociedad y contrauno de los preceptos del Decálogo.

Rafael, el rico y buen mozo y estúpidoRafael, satélite ya de nuestros amigos, veiapasar ante sí aquella ráfaga de amor y glo-ria , sin que le tocase uno solo de susabrasadores halagos, y limitándose á enu-merar al día siguiente todos los éxitos quesus amigos habían alcanzado en las másca-ras, con la satisfacion y el orgullo de unaabuelasque refiere las audaces travesuras desus nietos.

Pero llegó el último baile, el de Piñata,y el joven mayorazgo propúsose trabajaraquella noche por su cuenta; ser héroe dealguna aventura en el Teatro Real ; haceralguna conquista; ponerse á la altura de susamigos...

Apartóse, pues, de ellos en el baile contanto afán como se les habia acercado lasdemás noches; y á la mañana siguiente...

Mas aqui viene como de molde otro pár-rafo aparte.

IV.Rafael obtiene la palabra.

Eran las siete de una mañana de nieve...de hielo... de viento... de agua... de losmismísimos demonios.

Apenas habia amanecido.

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Los seis camaradas literarios acababan depienetrar en el café Suizo (que era entoncesel Parnaso de Madrid), de vuelta del bailede máscaras del Teatro Real, adonde ha—bian ido, como de costumbre, con billetesde periodistas, y donde habian amado yreido mucho... pero no cenado de maneraalguna. Estaban en uno de sus períodosépicos. La temporada de carnaval los habíadejado de la manera que deciá su escudo:Sin un cuarto.

—Esta noche prescindiremos generosa-mente del buffet del teatro, y á la salidadel baile tomaremos chocolate con pan ymanteca en el café Suizo , si no se ha ago-tado nuestro crédito con Capelin—se ha-bían dicho la tarde antes, en tanto que lim-piaban con goma sus guantes de color depaja.

Capelin era el mozo del café que les fiabael gasto de semanas enteras, cuando care-cian de metales preciosos.

Sin esfuerzo alguno cerraron el trato conel sirviente (que sabia con quién trataba...que no perdía nada en aquellos negocios...que era además aficionado á la literatura...y que murió hace algún tiempo, después detener la honra de ver á sus protegidos endesahogadísimas posiciones); y ya estabahaciéndose el chocolate, cuando Rafael pe-netró en el Suizo y se dirigió como una balaá la mesa que solían ocupar los seis escri-tores andaluces.

— Me figuré que estaríais aquí,—lesdijo.—Ya os he visto en el baile, pero nohe podido dedicaros un momento... ¡Ay,chicos, qué noche!

Y sonrió con aire de triunfo, sentándoseentre los poetas.

—Nocte pluit tota: reddeunt spectaculamane,—exclamó uno de éstos.

—Pero este espectáculo,—observó otro,señalando al mayorazgo,—se nos aparecepor la mañana sin que por eso deje dellover.

—Oye tú, hombre rico,—añadió un ter-cero;—pide lo que quieras, y págalo. Nocuentes con nosotros para nada; ni para quete convidemos ni para convidarnos. Suumcuique.

—Yo he cenado en el baile... y por cier-

to admirablemente y en muy buena com-pañía,—respondió Rafael.

—¡Ha cenado!—dijo otro de los vates,mirando con asombro á los demás.

—¡Qué bárbaro!—exclamaron éstos.—¡Y con una hermosísima mujer!...—

agregó el joven rico.—¡Demonio! ¿Y quién ha pagado? Su-

ponemos que habrá sido ella...—¡Quién sabe!—¡Hola, hola! chico, tú te has trasfor-

mado desde ayer tarde...—Yo... hasta lo encuentro ingenioso.

Ese ¡quién sabe! es una frase muy feliz.—¡Pues nada digo del rasgo de valor de

no hablarnos en toda la noche! Es un hechoheroico que demuestra bondad, abnegación,misericordia...

—Sigue por ese camino, Rafael.—Di que no. Al contrario, cuéntanos la

historia de esa convidada á cenar.—¡Oh! no vais á creerme. ¡Es todo un

drama! Es la aventura más grande que leha ocurrido á hombre. ¡Qué feliz soy! Ha-cedme toda la burla que queráis. Yo oscompadezco por mi parte. Con todas vues-tras poesías, no habéis conseguido jamásun triunfo como el mío de esta noche!

—¿Será verdad?—Es muy posible... Aliquando bonas

dormitant mulleres.—A ver! á ver! Que nos cuente la aven-

tura...—Pero con una condición.—¿Cuál?—preguntó Rafael.—Que nos permitas interrumpirte de vez

en cuando.—¿Para qué?—Chico, para respirar como los buzos.

¿No ves que puedes ahogarnos?—Pero será de envidia. Y si no, escu-

chad con atención unos momentos.—Sólo unos momentos,—respondieron á

la vez los seis poetas.

V.

La fuerza del consonante.

—Vagaba yo anoche por el baile, suma-mente aburrido, y admirándome, como siem-pre, de veros tan divertidos á vosotros con

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las conversaciones y las bromas de aquellastraviatas que van allí en busca...

— Te advierto que no estás contandonuestra historia ni la de nuestras amigas,sino la tuya y la de tu convidada.

—Tienes razón. Pues bien: estaba yo pi-diéndole á Dios que acabase de abrirme elapetito, á fin de comerme una magníficalangosta que habia visto en el buffet...

—Permíteme, que no crea que haya exis-tido esa langosta,—interrumpió Bretislao.

—¿Cómo que no? Te digo que la vi. . .— ¡Ilusión óptica! Yo las padezco tam-

bién á veces... Ahora mismo me parece es-tar viendo otra langosta encima de estamesa...

—Pues aquella no era ilusión. Y la prue-ba es que me comí cerca de la mitad...

— ¡Calla, imprudente! — prorumpió La-dislao.—¡No ves que podemos devorarte!

—Tú eres un Jonás al revés,—añadióPremislao.—Tú llevas á la ballena dentrodel vientre.

—Rafael, tú eres un monstruo,-—agregóSobieslao.—¡Me das horror!

—Dejadlo que siga,—dijo Borcivogo.—Él mismo nos vengará probablemente consu historia.

—Parla, amico,—exclamó Segismundo,acariciando á Rafael.

Este se reía como un bienaventurado, yprosiguió así, tan luego como lo dejaronmeter baza:

—Pensando estaba en la langosta, cuandovi desocupado un sitio en el diván que ro-dea todo el salón, y sentéme en él, fatigadode dar vueltas por el baile, y resuelto á novolver en toda mi vida á pasar un rato tanfastidioso...

—-Oso...—repitieron los seis poetas.' —Esperad, esperad. ¡Ya veréis el oso!Ahora empieza lo grande.

—Ande.—¡Vaya si anduve! Pues señor; en aquel

punto y hora, y cuando ya me encontrabacasi dormido...

—Ido. . .—Paróse delante de mí una arrogantí-

sima máscara, vestida con un elegante do-minó, al través de cuyos largos pliegues seadivinaban las formas de una Juno...

—Uno...—Os digo que era una real moza, y en

cuanto á la comparación, es la que soléisemplear vosotros...

—Otros...—Por lo que respecta á la cara, podéis

suponer que la llevaba cubierta con el anti-faz; pero más tarde se la vi . . .

_ ¿ Y ? . . .—Y puedo aseguraros que era una ma-

ravilla...—Villa...— ¡Os lo juro por mi nombre!...—¡Hombre!-—¡Vaya, no seáis pesados! ¡Ó me oís

con formalidad, ó me voy!...—Hoy.. .—Idos enhoramala. ¡Esto es ímsopor-

table!—Hable...—¿Lo estáis viendo? Ya tenéis que oirme

sin rechistar. El eco mismo lo desea...—Sea.Rafael se levantó para irse; pero en aquel

momento llegó el chocolate...—Ahora puedes hablar todo lo que gus-

tes, sin miedo de que te interrumpan el econi la rima. Al festín, señores; y ¡silencio!

Así dijo el más revoltoso de los vates, yRafael, que se sentó de nuevo, continuó suhistoria en los términos siguientes:

* VI.Otros inconvenientes de la rima.

—¿Qué haces ahí tan solo?—me dijo lamáscara.

—Aburrirme—le contesté, desperezán-dome.

—¡Qué lástima! ¡tan joven y tan guapo,y ya te aburres!...

—Ahí verás. Las máscaras no me di -vierten.

—Muchas gracias.—No lo digo por tí. Lo digo por el con-

junto.—Unto...—murmuró uno de los oyentes.—¡Silencio!—gritaron los demás.—Unto, digo, la tostada con manteca,

la mojo en el chocolate, y continúo escu-chando con mis cinco sentidos.

1 —¡Puescuidadito!—Continúa, Rafael.—

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Ya no puede perderse ni una coma de loque está diciendo este bienaventurado.

Rafael continuó:—Dame el brazo y pasearemos un poco—

me dijo la máscara.—Mis amigas me handejado sola, y yo también me fastidio...

Su severo disfraz, su mano, su tono, suaire y aquella alusión á sus amigas... todome reveló desde luego que me las habia conuna persona decente. Así es que me apre-suré á decirle:

—¡Ve lo que son las cosas! Desde quete llevo del brazo, ya no me aburro...

—¡Burro!—exclamó un poeta.—¿Cómo se entiende? — gritó Rafael

amostazado.—Así se llama la manteca de vacas en

italiano—replicó el vate.—¡Y como la estoytomando en este momento, nada tiene departicular que la nombre!

—Yo miraré el Diccionario—repuso Ra-fael,—y si por casualidad burro no signi-fica manteca de vacas, me darás una satis-facción.

—¡Para mí la quisiera!... Pero, en fin,procuraria que me la dieses á mí tú, y serialo mismo.

—¡Paz, caballeros!—dijo otro.—Y portu parte, Rafael, procura ser indulgente;pues un hombre que ha cenado langosta,bien merece la rechifla de los simples mor-tales. Prosigue, y no temas que estos ban-didos te saquen el marisco del estómago.Ya lo habrás corrompido con tu inmundocontacto, y no nos aprovecharía de nada.Continúa, digo, joven opulento, y cuentapara todo con la punta de mi bota. Es laúnica arma que tengo por ahora, y esa se ladebo todavía al zapatero.

Rafael reflexionó unos instantes... peroacabó por reirse, y prosiguió su tantas ve-ces interrumpida historia, que ya corrió sintropiezo alguno; pues los poetas compren-dieron que la palabrilla italiana habia ago-tado la paciencia del narrador.

VII.El valor del dinero.

—Para no fatigaros os diré que aquellamujer me infundió al cabo verdadero res-pieto por la delicadeza, la timidez y la ex-

quisita educación de que me dio repetidasmuestras.

Básteos saber que me costó grandes es-fuerzos conseguir que cenara conmigo, locual prueba que no era una de esas lagartasque van á los bailes en busca de un pagano.

La cosa medió asi.Empezaba á aclararse el salón, lleno antes

de una compacta muchedumbre, y yole dijeá mi desconocida:

—¿No te parece que se van marchandomuchas personas? Ya se pasea con más hol-gura...

—Es que á esta hora—me replicó,—hayun descanso (de dos á tres), durante elcual... acostumbran á cenar las gentes queno reparan en gastos...

—Pues ¿qué? ¿Están muy altos los pre-cios del buffet este año?

—No sé... Yo no he cenado aún.—¿Quieres cenar conmigo?—No lo digo por eso...—¡Ah, ya! ¡es que tienes que reunirte

con tus amigas, y tal vez con algunos ca-balleros, para cenar todos juntos!...

—No: no tengo compromiso con nadie.Mis amigas cenarán sin mí, con unos fran-ceses que he visto á su lado haciéndoles lacorte...

—Pues entonces, cena conmigo...—¡Oh! no... Es muy temprano toda-

vía...—dijo, con una voz en que se revela-ban la turbación y la cortedad.

Decididamente era una señora.—Pues esperemos—repuse. —Aunque

debo advertirte que voy teniendo hambre...—Entonces, no lo dejes por mí... Vamos

•ahora mismo.Dijo, con aquella dulzura de voz que

tanto me enajenaba, y nos encaminamos albuffet.

A todo esto, no le había visto la cara, yquedábame el escozor de si seria fea; aun-que no era de suponer, pues los ojos, laboca, la frente, el cabello, todo lo que de-jaba traslucir el antifaz, resultaba de primerorden y brillante de juventud...

Por lo demás, hablábame en su voz, des-pués de haberme confesado que no me co-nocia ni me habia visto nunca, ni oído si-quiera pronunciar mi nombre; todo lo cual

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me pasaba á mí también con ella. Julia,me dijo que se llamaba, y que estaba ca-sada; pero que su marido la habia dejadopor otra mujer, con quien vive en la Cali-fornia hace cosa de un año.

Cuando Julia se quitó la careta para ce-nar, me quedé absorto ante su hermosura.Tendrá veinticinco ó veintiséis años; esmorena clara, de rostro ovalado, con un li-gero bozo á guisa de patillas, con los ojos,las cejas y las pestañas de azabache...

— ¡Jesús, María y José!...—Repito que de azabache.—¡Dios te ayude!—¿Y por qué me ha de ayudar?—¿Pues no has estornudado dos veces?—No, hombre: es que he dicho que

tenia los ojos, las cejas y las pestañas deazabache...

—Pues ¡qué quieres! á mí me parecióesa palabra un estornudo. Perdona, Rafael.

—Estás perdonado, y prosigo; pues veoque la historia os interesa.

—¡ Y.mucho!—Julia cenó admirablemente, con gran

apetito, como una mujer (perdonadme la jac-tancia) que está contenta de su compañía...Así es que pidió langosta (como ya he di-cho...) pavo trufado... perdices escabecha-das... salmón... solomillo... pollos asados...

— ¡Por compasión! ¡Basta de mitología!considera que nosotros estamos tomando lahiél y el vinagre de nuestra pobreza!.. ¡Nonos hables de nuestro pasado!...

—En fin—continuó Rafael, con un ar-dor que ya se sobreponía á las interrupcio-nes;—con los vinos y todo, veinticuatro du-ros de gasto...

—¡Misericordia! ¡Un caudal!—¡Veinticuatro duros! Precisamente la

distancia á que estoy yo de mi pueblo!— ¡Precisamente lo que yo le debo al

sastre!—¡Precisamente lo mismo que yo hu-

biera gastado anoche en el buffet si los hu-biera tenido!

—Prosigue, Creso, prosigue. ¡Húndenosel puñal hasta la guarnición!

Rafael estaba resplandeciente de orgullo.—Hablemos con formalidad—añadió.—

¿Necesitáis dinero?

—¡Tentador, aparta!—¡Corruptor! no sigas...—¡Seductor! quítate de mi presencia...—¿Necesitáis dinero?—Precisamente dinero... no. El dinero

no se come, ni se bebe, ni se fuma... Peroen fin, acaba tu historia, y luego veremossi tienes la cantidad que necesitamos.

—¿Cuánto necesitáis?—Yo... diez y seis mrllones de onzas.—Yo... tres reales para un cigarro puro

de primera fuerza.—Yo... dos cuartos para aquel pobre.—¡idos al diablo! No se puede hablar

con vosotros.—Continúa.

VIII.Todo un caballero.

—Pues, señor; cenado que hubimos Juliay mi dichosísima persona, paseamos denuevo por el salón.

Un poco antes de terminar el baile, medeclaré á ella, diciéndole que la amaba; yella me respondió con una ingenuidad en-cantadora: que yo también le gustabamucho.

Pregúntele si me permitiría visitarla, y,como contestación, me dio una tarjeta de sucasa, calle de Preciados, 29, 3.°. añadiendoen seguida:

—Si te parece, nos marcharemos ya.Cuando los poetas oyeron las señas de la

casa de Julia, miráronse en silencio y sepusieron muy graves.

Rafael no reparó en tal cosa, y continuó:—Cuando gustes—le respondí á Julia.La conduje, pues, hasta el guarda-ropa;

saqué su abrigo; se lo puse; y, alargándolela mano, le dije:

—Señora, aquí no estamos ya en el bailede máscaras, y me veo privado del dulceplacer de tutearle á V. Que V. descanse, yhasta que tenga el gusto de volver á ver-la..., que espero será muy pronto; pues,abusando de su amabilidad, tendré el honorde pasar mañana á visitar á V.

Aquella circunspección y finura con quetraté á Julia, tan luego como salimos deltemplo de Momo, le llegó al alma; pues vique se puso encendida como una amapola.

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400 REVISTA EUROPEA. 2 7 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 31

Luego se sonrió dulcemente, y me dijo:—El caso es que está lloyiendo, y nece-

sito un coche... Si tuviera V, la bondad debuscar uno...

— ¡Inmediatamente! ¡Inmediatamente! —exclamé.

Y salí á la calle; alquilé una berlina;volví por Julia; la conduje hasta el carruaje;le di la mano para que subiera á él, y enseguida, quitándome el sombrero, cerré laportezuela, y le dije:

—Señora... á los pies de...—¡Bonitos tengo yo los pies, sólo de ha-

ber cruzado la acera, (me interrumpió lahermosa), y bonito se va V. á poner con elagua y la nieve que están cayendo! Vaya,no sea V. niño y entre en el coche... ¿Paraqué quiere V. buscar otro? ¡Demasiado di-nero ha gastado V. ya por mi causa!

Y así diciendo, abrió ella misma la por-tezuela, y me miró con infinita ternura.

Yo accedí, creyendo no excederme enello. Cualquiera en mi caso hubiera hecholo mismo. Además su marido estaba en laCalifornia, y no era fácil que aquella deter-minación comprometiese á mi adorada.

—Preciados, 29,—le dijo ésta al co-chero.

La berlina era estrecha; Julia es de muybuenas carnes, según noté al empaquetarmecon ella en aquel vehículo, y por consi-guiente, íbamos como recostados el uno so-bre el otro.

Mi sangre ardia... Aquella mujer empe-zaba á trastornarme el juicio.

— ¡Mira qué manos tengo, Rafael! ¡Com-pletamente heladas!—exclamó poniéndolassobre las m;as.—¡Hombre!... ¡Y qué ca-lentitas las tienes tú!...—Pero ¡calla, puesno estoy tuteándole á V. como si nos hallá-ramos todavía en el baile!

—Eso se explica... No se apure V. poreso... Como me ha estado V. tuteando todala noche, nada tiene de particular que seequivoque ahora.

Julia retiró sus manos de lasmias, rubo-rizada y trémula como nunca.

Lo que más me encantaba en aquellamujer eran sus repentinas llamaradas derubor.

Llegamos á la puerta de su casa; bajé del

coche; llamé al portón (tres y repique);abrieron; ayudé á bajar á Julia, y, quitán-dome el sombrero otra vez, le dije:

—Julita (reparareis que ya no la llaméseñora]: Julita... hasta mañana...

—Pero ¡hombre de Dios!—exclamó Ju-lia con admirable franqueza y riéndose ácarcajadas.—¿A dónde va V. á estas horas?Su casa de Y. estará cerrada... Suba usted.La criada me tendrá la chimenea encendida,como se lo previne... Haremos té, si ustedquiere... y en tin, esperaremos á que ama-nezca... ó á que anochezca—que para mítodo es lo mismo!

— ¡Cuánta bondad! — tartamudeé, ofre-ciéndole el brazo para subir la escalera.—Ya ve V. que la obedezco... ¡Es V. unángel!

—¡Gracias á Dios!—exclamó Julia, dandomuestras de una alegría verdaderamente

•infantil.Y sacudió sobre mi cara el pañuelo de

la mano con la más encantadora familiaridad.Ya veis que hacia progresos en. su co-

razón.—Pocos hombres he conocido tan des-

confiados como tú...—añadió luego aquellaincomparable criatura.

—Se ha vuelto V. á equivocar y á tu-tearme—exclamé muerto de risa.

Julia se sofocó de nuevo y no respondióuna palabra.

—¿Por qué me dice V. desconfiado?—añadí.

—Por nada—balbuceó lentamente.—Sinembargo., bien pudiera V. ser un tunante desiete suelas...

—¡Señora!—Perdone Y.—A estas horas, después del

jaleo del baile, no sabe una lo que se dice.Todo esto ocurrió en la escalera, en pre-

sencia de la criada, que alumbraba con unacapuchina.

Porque todavía no habia amanecido deltodo.

IX.Tal para cual.

Llegamos á su cuarto, adornado porcierto con una modesta coquetería llena debuen gusto; hízome sentar á la chimenea,

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N.° 31 P. A. DE ALARCON. SIN UN CUARTO. 401

que en efecto se hallaba encendida, y ledijo á la criada:

—Trae aquí todo lo necesario para hacerté, y acuéstate descuidada.—Hoy no al-muerzo.

Mientras la criada llevaba los chismes delté, Julia se retiró unos minutos, al cabo delos cuales volvió completamente trasforma-da, ó sea vestida de piés á cabeza de dife-rente modo que habia estado en el baile.Una bata escocesa de lana caia á todo lolargo de su hermoso cuerpo; una graciosagorra blanca recogía su despeinada y malliada cabellera, y unos elegantes chapinesde terciopelo encerraban sus menudos piés.

Estaba encantadora.—Me parece mentira—dijo, atizando la

lumbre,—que me haya quitado toda aquellavestimenta. ¡Oh, tengo las piernas heladas!

Y, hablando así, se levantó, apoyó unamano sobre mi hombro, y metió alternati-vamente sus piés casi dentro de la chi-menea.

La chimenea era de cok.Reinó un minuto de silencio.—Hagamos el té!—añadió en seguida,

dando un suspiro.Y mientras lo hacia, tarareaba.Yo pensaba entre tanto en la envidiable

felicidad á que había renunciado el esposode aquella divina mujer, y jurábame á mímismo no omitir medio alguno de llegar áocupar su puesto, aunque fuera ilegal ytransitoriamente. ¡Necesitaba que Julia fue-se mia á todo trance! Por un beso suyo hu-biera dado en aquel momento la mitad demi fortuna.

—Tengo que confesarme con V. de unpecadillo—dijome de pronto, interrumpiendosu tarea.—Yo no soy casada: soy soltera...pero no tengo familia en Madrid, y por elbuen parecer, suelo decir que mi maridoestá en la California...

— ¡Pobre señorita!—exclamé, verdadera-mente conmovido.—¡Conque vive V. solaen Madrid!

—Sí, señor D. Rafael,—contestó ella,presentándome la taza y el azucarero, y ha-ciéndome un mohín delicioso.

— ¡Soltera! ¡virgen! ¡inmaculada!—ex-clamó dentro de mí.—¡Oh, qué felicidad!

Ella me ha dicho en el baile que- le parezcobien... Por consiguiente, me será fácil con-quistar su corazón, hacerla mia, poseer suintacta y peregrina belleza.

—¿En qué piensa V.?—me preguntó lajoven dulcísimamente, mientras me llenabade té la taza, y mirándome de hito en hito,como queriendo leer en mi pensamiento.

Yo no le contesté al pronto... Pero estabadecidido, resuelto, pronto á cometer todogénero de disparates.

— ¡Será mia,^—me dije,—ó pereceré enla demanda!

Tomé, pues, el té á toda prisa; me le -vanté; cogí el sombrero, y le hablé de la si-guiente manera:

—Julia: no puedo más... Me voy. Peroantes de veinte y cuatro horas estaré aquí yle diré á V. todo lo que siente mi co-razón...

— Pero, hombre, dígamelo V. ahoramismo,—exclamó ella con un candor indes-criptible.

—No es esta ocasión de largas conferen-cias,—repliqué.—V. estará cansada...

— ¡Cá! ¡no! ¡de manera alguna!... Yoacos-tumbro á dormir más de dia que de noche...Confieso que me acostaré con mucho gusto;pero no tengo pizca de sueño...

—También estoy yo fatigado...—con-tinué.

— ¡Pues quédese V. aquí!—me interrum-pió ella*—¿A dónde va V. á estas horas?

—¿Cómo quedarme aquí?—¡Quedándose! ¿No se lo digo yo á V.?— Muchísimas gracias... Es V. muy

buena.—No hay bondad que valga...—Sin embargo... yo no puedo aceptar...—¿Por qué?—Porque será abusar de la amabilidad de

usted... Yo me iré al Suizo. Estas nochesde máscaras no lo cierran á ninguna hora.

—Pero mire V. que para mí no es inco-modidad ninguna...—insistió ella con unsans facón lleno de gracia.

—¡Oh! Seria una imprudencia de miparte...—rephquéyocon igual franqueza.—¿Cómo quiere V. que yo permita que á estashoras se meta V. en el jaleo de ponerme

I uña cama?... ¡Yo sé lo que son casas!...

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402 REVISTA EDBOPEA. 2 7 DE SET1EMBBE DE 1 8 7 4 . N.° 31

Este último rasgo mió, que denotaba todala prudencia de mi carácter y todas las pre-visiones de mi amor, le hizo á Julia unefecto extraordinario.

—¡Vaya V. con Dios, hombre! ¡Vaya us-ted con Dios!...—exclamó de una maneraindescriptible.—Tiene V. razón que lesobra...

Yo me permití besarle la mano que metendió, y salí de su casa, loco de amor y dedeseos.—En dos saltos he atravesado laPuerta del Sol y la calle de Alcalá, y aquíme tenéis, oh amigos, resuelto firmementeá conquistar á Julia, aunque para ello nece-site hacerla mi esposa.—Mañana mismo pa-saré á visitarla, y si veo que se resiste á miamor, le ofreceré mi mano, y*,en paz!—¿Qué os parece mi aventura?

Los seis poetas se miraron en silencio,no bien dejó de hablar Rafael; y, como sicon aquella mirada se hubieran comunicadosus respectivas ideas y llegado á un acuer-do, levantáronse sin hablar palabra; quitá-ronse el sombrero hasta los pies; saludaronreverentemente al mayorazgo, y abandona-ron el café con la gravedad más cómica delmundo.

Rafael se quedó atónito, con la bocaabierta y la baba caida, viéndolos marchar,sin comprender ni remotamente aquellamuda pantomima de los seis hijos de lasMusas.

Así permaneció una hora, durante lacual fue una lástima que no lo hubiesen re-tratado.

— ¡Envidiosos! — exclamó al cabo deaquel tiempo.

Y se dirigió á una librería, donde com-pró un Diccionario italiano-español.

«BURRO (decia aquel libro)—s. m. Man-teca de vacas.»

Rafael respiró como si se quitara un granpeso de encima.

X.Epílogo.

Quince dias después se verificó el en-lace de Rafael y Julia.

Durante aquellos quince dias, los poetasno vieron ni una sola vez al mayorazgo,

que (dicho sea entre paréntesis) no volviójamás al café Suizo...

Pero cuenta la fama que, cuando los no-bles hijos de Apolo recibieron la noticia deaquel casamiento, se alegraron de no de-berle ningún favor á Rafael, y sintieron mu-chísimo deberle algunillos ájulia...

— ¡Tal para cual!—dijo uno de los vates.—¡Nos libramos de él para siempre!—

anadió otro.—Decididamente—observó Segismundo;

—aunque carecemos de metales preciosos,no estamos en el caso de envidiar á Rafael.

—Pues, mira—dijo Borcivogo;—con eltiempo lo envidiarán muchas gentes...

—¿Por qué?— ¡Porque será ministro!Pretislso, Ladislao, Premislao y Sobris-

lao asintieron con la cabeza.—Pues, en ese caso—replicó Segismun-

do,—también lo envidiaré yo; pero serápor otra cosa.

—¿Por qué?—Porque es tonto, y un ministro tonto

debe de ser más feliz todavía que un poetasin un cuarto.

1874.

P . A . DE ALARCON.

INFORMACIONES DE LAS CALIDADES

DE DIEGO DE SILVA VELASQUEZAPOSENTADOR DE PALACIO Y AYUDA. DE CÁMARA DB SU MAJESTAD,

PARA EL HÁBITO QUE PRETENDE

DE LA ORDEN DEL SEÑOR SANTIAGO.

(Conclusión.) *

Auto.

En dicha ciudad de Seuilla en quince dias del mesde Febrero de dicho año fuimos en casa de ü. feman-do Suarez de Vrbina escriuano mayor del Cauildo deesta ciudad y le pedimos nos hiciese patentes todoslos papeles y libros en que acuerda el dicho Cabildo sebuelba la Blanca de la carne a los hijosdalgo y ha-biéndonos enseñado y Reconocido algunos libros enque se Ponen estos acuerdos hallamos entre otros unoenquadernado en pergamino que se empieza en sietede Julio de mil y seiscientos Años y empieza-=libro úela ymposicion de la carne=y tiene 96 fojas y a la sep-

Véause los números 20, 21, 22 y 47, página» 39, 80, IOS y 215.

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N.° 31 G. CRUZADA. INFORMACIONES DE LAS CALIDADES DE VELASQUEZ. 403

tima del dicho libro esta Vna partida que a la margende ella dice=peticion de Juan Velazquoz=y el acuerdode la Ciudad es del thenor siguiente:leí la petición de Juan Velazquez en que pide se lebuelba la Blanca de la Carne como cauallero hijodalgonotario y dio fe Bernardo de Bonilla portero que Hamoa cabildo=todos que se la buelba como lo pide=y enel dicho libro en el folio 61 buelto está otra partidaque es como sigue=lei la petición de Andrés de BuenRostro en que pide la imposición de la carne comocuallero hijo dalgo notorio de sangre=todos que se lebuelba como la pide=y parece se hizo este cabildo en13 de Febrero de 1609=elqual dicho libro empiezaen el año de 1896 y acaba en el de 1613. Y en otrolibro enquadernado asi mesmo en pergamino empiezay tiene por titulo, libro de la imposición de la carneque se manda bolber al estado de la nobleza desdemiércoles 19 de Junio de 1613, tiene 292 fojas y enla 33 ay una Partidade al tenor siguiente que en lamargen della dice petición de Diego Rodríguez deSilua=lei la petición de Diego Rodríguez de Silba enque pide la ymposicion de la Carne como hijo dalgonotorio de Sangre a Razón de tres libras cada dia y elparacer que sobre la dicha pretensión dan los señoresdiputados de hidalguías e los licenciados branlancia yEnrrique duarte, letrados de la Ciudad y diofe Fernan-do de Bocanegra que a llamado a Cabildo para estenegocio y son dadas las nuebe=todos que se bote porbotos secretos si se bolbera o no esta ynposicion de lacarne que pide y si saliere de si, se le buelba como lapide por la orden e luego se boto secreto y se conta-ron los botos y estaban yguales con los capitalantes eluego su señoría el Sr Conde asistente dijo que es enque se le buelba la dicha ymposicion como la pide e lue-go se regularon los botos y salió que se le buelba contodos los botos y el deel señor Asistente menos unboto que Vbo de no. Y en el dicho libro fojas 168 ayotra partida que dice asi=lei la petición de Juan Ro-dríguez de Silba hijo legítimo de Diego Rodríguez deSilba en que pide la ymposicion de la Carne a Razónde tres libras cada dia que jura hauergastado de lascarnerias publicas desta ciudad, como hijo dalgo noto-rio de sangre según y como se le bolbio ai dicho supadre=todos que se buelba como la pide y se le bol-bia a el dicho su padre: y a la margen desta partidadice petición de Juan Rodríguez de Silba=las qualesdichas partidas concuerdan con sus originales a quenos Remitimos y lo firmamos=y con esta mismaConformidad y forma están todas las demás partidasde dichos dos libros y los demás hijos dalgo a quiense a buelto la Blanca de Carne.

Fernando Antonio

de Salcedo.Diego Lozano

Villawfior.

En dicha ciudad de Sebilla dicho dia mes y año pe-dimos a D. femando Suarez de Vrbina escribanomayor del cabildo de esta Ciudad y en quien paranlos libros de los aquerdos de ella como uno de losdos escribanos mayores que tiene dicha Ciudad, nosentregue originalmente los dichos dos libros que con-tiene el auto antecedente para llebarlos a el consejoReal de las ordenes, porque estamos haciendo un ne-gocio del Serbicio de su Magestad, de los quales libroscitamos prestos do dalle Recibo y en Vien de los seño-res presidentes y oydores del dicho Consejo se le bol-beran, por quanto son necesarias para prueba de lanobleza de Diego Rodríguez de Silua y Juan Rodrí-guez do Silua padre y abuelo paternos del preten-diente y de Juan Velazquez su abuelo materno y deAndrés de Buen Rostro padre de Doña Catalina deCayas abuela materna del dicho Diego de Silua Velas-quez pretendiente y habiéndole hecho notorio lo quecontiene ol auto Dijo questos libros son el despachoordinario de el Cabildo y en ellos ay muchas partidasaquien está ciudad buelbe la Blanca de la Carne a di-ferentes personas, que cada dia se ofrece dar testimo-nio dellas y que de entregarlos se sigue mucho per-juicio a las partes por lo qual no los pueden entregarorígenes y que esta presto de dar el testimonio o testi-monios de las partidas que le pidiéremos: esto dio porsu respuesta y lo firmo.

Fernando Antoniode Salcedo.

Diego LozanoVillaseaor.

Fernando Susrez de Vrbina.

Auto.

En la ciudad de Sebilla dicho mes y Año habiendoVisto su Respuesta notificamos la Cédula de su Ma-gestad j^decreto del Real consejo de las Ordenes ypedimos que sin embargo de dicha Respuesta nos dey entregue los dichos libros por quanlo son necesa-rios para el Serbicio de su Mageslad con apercibi-miento que nos detendremos por su quenta y ser porella los Salarios de nuestra comisión y las demáspenas que pareciere al Real Consejo de las ordenespusimos lo por auto y lo firmamos

Fernando Antoniode Salcedo.

Diego LozanoVillascñor.

y habiéndolo hecho notorio el auto antecedente y Re-querido con el Respondió lo que tiene dicho y lofirmo.

Fernando Suarez de Vrbina.

En la ciudad do Sebilla dicho dia mes y Año ha-biendo Visto su Respuesta le ordenamos nos de untestimonio autorizado en bastante forma de las parti-das que contienen dichos libros es asaber-»de la de

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404 REVISTA EUROPEA,—:27 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 31

Juan Velazquez, Andrés de Buen Rostro, Diego Rodrí-guez de Silba y Juan Rodríguez de Silba que son losque hemos menester y para el efecto que pedimosdichos libros yban conpulsadas afojas pusimos lo porauto y lo firmamos.

Fernando Antoniode Salcedo.

Diego LozanoVülasefior.

Auto de acauaresta ynformacion.

En dicha ciudad de Sebilla en diez y seis dias dedicho mes y Airo auiendonos entregado D. femandotíuarez de Vrbina el testimonio que se menciona enel auto antecedente que ba al fin de esta ynformaciony abiendo examinado en ella ciento y quarenta y ochotestigos en escrito sin otros muchos en Voz, nos pare-ció dar por concluida esta ynformacion y tratar dehacer el ynforme la qual dicha ynformacion ba enciento y ocho foxas sin el testimonio del escribano yel ynforme pusimoslo por auto y lo firmamos.

Fernando Antonio de Salcedo. Diego Lozano Villaseñor.

En el Consejo a 26 de Febrero de 1689 los Seño-res Presidente el Marques de Tabara y Señores DonJuan de estrada D. Antonio de riaño D. Fernandode Arze D. Juan de Arellano habiendo visto estaspruebas de las calidades de Diego de Silva Velazquezpretendiente del abito de Santiago natural de Sevilladigeron que en quanto á la limpieza de sangre, ylinaxes la aprobaban y aprobaron y en quanto á lasnoblezas de Doña Maria Rodríguez abuela paternadel pretendiente y las de Juan Velazquez y Catalinade Zaias abuelos maternos las reprobaban y repro-baron por no estar plenamente probadas conforme losestablecimientos de la orden, y en cuanto a la noble-za de su baronía mandaron que litigase y traiga sucarta ejecutoria al Consejo, y lo firmaron (1).

Fray Juan de Masani

y Soussa

Licenciado Antonio de Riaño ySalamanca

Licenciado Don Juan de Estrada

y Manrrique

Licenciado Don Fernando deArce y Davila

D. Juan de Arellano.

(1) Antes de que ios caballeros de la Orden, comisionados para estas

informaciones hubiesen hallado en el libro del cabildo de hijos dalgosde

Sevilla, la prueba de la blanca de la carne que demostrara la hidalguía

de doña María Rodríguez, D. Juan Velasquez y dona Catalina de Zayas,

tropezaron estas pruebas con el inconveniente aquí daclarado. Esto y no

otra cosa pudo haber dado origen á la falsa tradición de que Felipe IV

hubo de dispensar á Velasquez algún requisito para alcanzar el hábito

de Santiago, pues las informaciones eslán muy limpias y no demuestran

cosa alguna que decidiera al Rey á gracia especial. A continuación del

mencionado tropiezo de las informaciones, se haiia el auto en que dicen

los mismos señores del Consejo, que tienen por bastantes las pruebas

de hidalguía que faltaban.

Poco más de un año gozó Velasquez de la merced de este hábito que

supo llevar con tanta honra, aunque con muchísima más gala que su

compañero D. Pedro Calderón de la Barca.

En el Consejo a 2 de Abril de 16S9 los señores yel marques de tabara presidente del Consejo y se-ñores D. Juan de estrada D. Antonio de riaño DonFernando de Arce D. Juan de Arellano haviendo autocon testimonio que presento Diego Velazquez de quese le havia buelto la blanca de la carne en la Ziudadde Sevilla dijeron los tenían por bastantes para abrireste juicio y lo rubricaron.

Hay cuatro rubricas.

Memoria de los dias que nos hemos ocupado en estaspruebas de Diego de Silua Velasquez para el ha-uito que pretende de la orden de Santiago.

Salimos de la Villa de Madrid á 20 de Octu-bre de 1688 para la de Monte Rey: adonde aynouenta y seis leguas: tardamos en el caminodoce dias como consta del auto que ba en estaspruebas foxas 012

En dicha Villa de MonteRey y en los luga-res de Verin y Pazos examinamos 38 testigoshasta el dia 10 de nouiembre que son diez diasdesde el primero de nouiembre como parecedel auto destas foxas 010

El dia once de dicho mes de nouiemure par-timos a la ciuda de Tui adonde ai Veinte y ocholeguas en que tardamos seis dias por las razo-zones que contiene el auto que Va foxas 21buelta 006

En dicha Ciudad de Tui examinamos 36 tes-tigos en que examinamos digo tardamos desdeel dia diez y seis de nouiemure hasta el 2S queson nueue dias 009

Tí desde el 26: hasta el 28 que son tres exa-minamos 7 testigos en la Villa de Vigo y andu-uimos desde la Ciudad de Tui a dicha Villa qua-tro leguas que son tres dias 003

Desde la Villa de Vigo a la de Madrid que aiciento y treinta y quatro leguas gastamos Vein-te y vn dias desde el 29 de nouiemure Inclu-siue hasta el 19 de Diciembre Inclusiue comoconsta del auto del folio 39 ..— 021

En la Villa de Madrid examinamos 24 testi-gos e hicimos otros autos como consta de losautos del folio 39 y 43 en que gastamos desdeel dia 20 hasta el 28 que son nueue dias—.— 009

Desde la Villa de Madrid a la Ciudad de Seui-lla tardamos once dias ay ochenta y tres le-guas desde el dia 21 de henero de 1659 hastael dia 31 de dicho año 011

Empezamos actuar en la Ciudad de Seuillaen primero de Febrero de dicho año de 1659hasta el 16 en que examinamos 80 testigos ysacar la fee del baptismo del pretendiente, Pe-dir y sacar los papeles del cauildo de la Ciudad

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N.°31 G. CRUZADA. INFORMACIONES DE LAS CALIDADES DE VELASQUEZ. 405

y hacer autos en Razón de no quererlos entre-gar orixinales, señalar el testimonio que noshauia de dar de ellos hacer el ynforme que sondiez y seis dias como consta de los autos des-tas pruebas 016

Desde esta Ciudad de Seuílla hasta la Villade Madrid once dias de buelta porque ay ochen-ta y tres leguas los quales contamos al preten-diente al Respecto de la venida a esta Ciudad 011De Recibir los papeles y sacar libramiento delSeñor Presidente para que nos dieran dinero eir a Reciuirlo al deposito Vn dia 001

De buscar muías y auio para ir a Galicia otrodia : 001

De buelta a Galicia para actuar en Madrid yVenir a Seuüla Vimos al Señor presidente paraque nos librase mandamiento y de ir a sacardel deposito y de busc.ir muías para partir aSeuilla otro dia 001

De estar en Seuilla detenidos el dia 17 y 18por causa de quedar malo mi companero desdeel dia 16 hasta el dia 18 en que cerramos estaspruebas dos dias y si pasare el mal adelante 90contara al pretendiente lo que nos detuuiere-mos en esta Ciudad por esta Causa 002

Montan los dias de esta ocupación de ambosciento y trece dias : 113

Yo el licenciado Lozano quento ocho dias mas deir a la Villa de Madrid donde fui llamado por carta delSeñor presidente y de Vuelta a su Veneficio de laSolana desde donde ay 30 leguas a dicha Villa de Ma-drid la qual carta presento con el poder que Remitopara la cobranza de dicha ocupación por manera quemontan los dias que yo he de hauer 121 dias y mastreinta y dos reales de papel sellado del primer pliegoy Vltimo y lo firmo y mi Compañero.

Fernando Antonio Diego Lozano

Villasefior.de Salcedo.

Por mandado de V. A. hemos hecho las pruebas deDiego de Silua Velasquez para el hauito que pretendede la orden de Santiago=En la Ciudad de Seuilladonde son las naturalezas del pretendiente padres yabuelos Maternos examinamos=E>0 testigos en escritosin otros muchos en Voz que todos Concuerdan enque tienen los dichos las calidades de ligitimidadlimpieza y Nobleza y las demás que pide el Interroga-torio: fundan la limpieza en la común Estimación quehauido y ai de la familia del pretendiente sin haueroido cosa en contra della y la Nobleza en que á JuanRodríguez de Silua Padre del pretendiente y Juan Ve-lazquez su Abuelo materno les voluio esta Ciudad laBlanca de carne que es la Distinción y acto que ai enella entre los Nobles y los que no lo son tamuien: diceque gozo della Andrés de Buen Rostro y que este fuepadre de Doña Catalina de Cayas muger del dicho

Juan Velasquez y abuela materna del dicho preten-diente. Remitense los testigos a los libros del Cabildoadonde dicen constara lo que deponen los quales Vi -mos y en uno que empieza en siete de Julio del añode 1600 están Juan Velasquez y Andrés de BuenRostro y en otro libro que parece se empezó el añode 1613 están Diego Rodríguez de Silua y Juan Ro-dríguez de Silua puestos en la Blanca de la carne:como consta mas por menor del auto que empiezadesde el folio IOS buelto acaua en el 106 lo qual aatamuien al fin de los autos por testimonio del escri-bano del Cabildo desta Ciudad por no auernos que-rido entregar los dos libros orixinales como parece delos autos de las foxas 107 Diego Rodríguez de Silva yDoña Maria Rodríguez según la Genealoxia parece serAbuelos paternos del pretendiente y naturales de laCiudad de oporto en el Reyno de Portugal que pormandado de V. A. senos ordeno se hiciese esta parteen los confines y se señalaron a la Villa de Monte-Rey y es la Ciudad de Tui para hacer aueriguacionde las naturalezas y calidades de los dichos Abuelospaternos y en dicha Villa de MonteRey y en el lugardo Berin y en el de Pazos que ostodo de una jurisdi-cion y conxuntos Un lugar con otro y con dicha Villade MonteRey y en dicha ciudad de Tui examinamos 75testigos con los de la Villa de Bigo y los de la de Ma-drid que los trece dellos dan noticia de dichos abuelosy deponen en fauor de sus cualidades con distincióny los demás califican los apellidos por nobles los deVigo, Cito el testigo 59 como parece por 3U declara-ciin del folio 30 y los de Madrid el testigo 49 losquales empiezan desde el folio 39 a la buelta desde eltestigo 76 hasta el 81 folio 42 a la buelía: estos dicenser el pretendiente nieto de los dichos Diego Rodrí-guez de Silua y Doña Maria Rodríguez y que fueronnaturales de la dicha ciudad de oporto y nobles hijosdalgo y de las demás calidades que pide el estableci-miento—y en la dicha Ciudad de Seuilla todos los exa-minados en ella dicen Vino de dicha Ciudad de oportoá esta y en ella Vinieron con mucha estimación dehixos dalgo y como atal al dicho Diego Rodríguezde Silua se le boluio la Blanca de la carne de estaCiudad tamuien dicen que no tuuo oficio Vil ni mecá-nico ni dicho su liixo Juan Rodríguez de Silua Padredel Pretendiente ni Juan Velazquez su abuelo ma-terno y lo aseguran con hauerlo oido decir y conhauer conocido al dicho padre del pretendiente Viuirde su hacienda y Vienes y algunos a los dichos abue-los paternos y Maternos y que el pretendiente eltiempo que Vivió en Seuilla no tuvo oficio de los con-tenidos ni otro alguno ni exercitado el arte de Pintorteniéndole por oficio porque nunca tubo tienda niaparador publico ni fue examinado como los demásque lo tienen que lo a Usado por hauer gusto y obede-cer a S. M. para adorno de su Real Palacio y en estoconuienen 24 testigos que examinamos en la Villa de

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Madrid y 80 en esta dicha Ciudad de Seuilla y todosconcuerdan en que habrá 36 años poco mas o menosque salió della para dicha Villa de Madrid donde haviuido portándose con lustre y Porte de Hombre Prin-cipal y el testigo 29 que ba al folio 41 en su deposi-ción dice que Diego Rodríguez de Silua abuelo pa-terno del pretendiente en dicha ciudad de oportoexercio el oficio de Beredor el qual solo le tienen loshombres nobles hixos dalgo y juntamente fue cofradede la Cofradía de la Misericordia que ai en dicha ciu-dad de oporto donde no son admitidos sino los queson tales hixos dalgo. Bauptizose el Pretendiente enla Collación de San Pedro desta Ciudad el año de 1899años como parece del auto del folio 10b Seuilla y Fe-brero 18 de 16S9 años.

Fernando Antonio

de Salcedo.

Diego Lozano

Viliaseñor.

G. CRUZADA VILLAAMIL

LOS HABITANTES DE NUEVA ZELANDA.

Descubierta por Tasman el 13 de Diciembre da 1642,olvidada y como perdida durante más de un siglo, en-contrada de nuevo por Cook en 6 de Octubre de 1769,Nueva Zelanda fue durante largo tiempo desdeñadapor los europeos. Algunos pocos navegantes siguieronel camino descubierto por los citados marinos, y losballeneros explotaron después aquellos parajes, siendosus relaciones con los habitantes no interrumpidaserie dp combates, luchas y recíprocas traiciones.

En 1814 algunos misioneros pusieron la planta enaquellas lejanas tierras; pero en vez de llevar la paz,parece que su llegada fue señal para que redoblasenlas violencias. Los indígenas asesinaron muchas tri-pulaciones, y las represalias fueron sangrientas.

En 1824 se verificaron las primeras conversionesdebidas á los esfuerzos de los misioneros wesleyenses;estableciéronse algunos centros de colonización, y lainfluencia europea empezó á extenderse. La introduc-ción de la imprenta data de 1834, y hoy existengrandes ciudades que rivalizan con las nuestras, cons-truidas en las playas y reemplazando á los pahs feu-dales de los arikis. El comercio es tan activo comoen nuestros puertos. Abundan allí los periódicos. To-das las asociaciones que existen entre nosotros tienenallí representantes; y la ciencia, alma de la moder-na civilización, cuenta muchas sociedades.

Para activar y coordinar los esfuerzos de estas úl-timas, la legislatura local decretó en 1867 la fundaciónde un Instituto de Nueva Zelanda, en WellingtonCity.

Veamos lo que las Transactions del nuevo Institutonos dicen acerca de los habitantes del país, los Mao-

ris. Dos artículos están dedicados á este asunto: unodebido á Mr. Shortland (1) es muy corto, y tiene porobjeto reasumir las tradiciones más antiguas de losneo-zelandeses sobre sus orígenes, subdivisión entribus y sus ideas cosmogónicas. El segundo, escritopor Mr. Colensó, es una extensa Memoria, ó mejoruna historia sucinta, pero casi completa, de la razahumana local (2).

En estilo habitualmente conciso, casi aforístico, elautor resume la mayor parte de los hechos esencialespublicados por sus antecesores, añadiendo gran nú-mero de observaciones personales. Este trabajo com-prende seis capítulos, repartidos y divididos de unmodo metódico. Mr. Colenso examina sucesivamentelos caracteres que llama fisiológicos, individuales ysociales, las manifestaciones psicológicas y filosóficas;cuenta la historia antigua y moderna de los Maoris, yprocura prever la suerte que les espera. No puedenaceptarse todas las opiniones de este escritor, y á ve-ces se reconoce que descansan en errores há largotiempo refutados; pero su Memoria será siempre unode los mejores trabajos que pueda consultar quienquiera formar justa idea de la población neo-zelandesaindígena.

Por lo dicho puede comprenderse que el articulo deMr. Colenso es muy difícil de analizar, y me limitarébrevemente á extractar algunas páginas, á demostrarlas consecuencias de varios hechos afirmados por elautor y á discutir a'.gunas de sus teorías.

Confirmando en este punto lo dicho por antiguosviajeros, Mr. Colenso hace constar la variedad defacciones, de color y de cabello entre los Maoris demás pura sangre. Ya nos habían informado sobre estepunto los retratos que poseemos, y hecho deducir queel conjunto de la población tenia diversos elementosantropológicos. El tipo blanco se presenta á veces deun modo neto, y la influencia de la sangre negra noes menos fácil de reconocer entre algunos de ellos.El estudio osteológico confirma alguna de estas apre-ciaciones, y los cráneos de la colección del Museo nodejan duda alguna sobre este punto. Estas mezclasexplican el color, á veces tan blanco como el de loseuropeos, á veces casi negro, y sus cabellos, ordina-riamente ondulados, en tanto lacios, en tanto muy ri-zados, que diversos viajeros describen (3).

Los Maoris tenian una constitución robusta y muy

(1) Short Sketch of the Uaori races, by Edward Shortland, Esq.,Traiisaclions, tomo i, Eunys núm. 9.

(2) On the Maori racen of New-Zealanú, by William Colenso, Esq.

F. L. S., Transactions, tomo i, Essays núm. 10.

(5) Sólo el grabado x x de la obra de Hamilton Stnith (Natural

hislory of Man) presenta en este punto un contraste notable é instruc-

tivo. La figura 1.a es el retrato de Té-Kevíiti, gran jefe, evidentemente

de la sangre mas pura polinésica. La figura 2 . a es la de un Maori de

rango inferior, venido á Europa expresamente con objeto de adquirir se-

millas propias para enriquecer su patria. Se ven en él claramente los sig-

nos del mestizo.

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pocas enfermedades, siendo éstas casi las mismas quelos demás polinesios. Su terapéutica se reducía en ge-neral á las ceremonias con que los sacerdotes pre-tendían curar la dolencia. Medicinaban, sin embargo,los reumatismos con fuertes baños de vapor; y losque vivian no lejos de fuentes termales y sulfurosas,tan abundantes en Nueva Zelanda, habian sabido reco-nocer la eficacia de estas aguas para combatir lasafecciones reumáticas y algunas enfermedades cu-táneas.

En Nueva Zelanda, como en otros muchos puntos,el contacto de los indígenas con los europeos pareceque ha desarrollado el germen de mortíferas epide-mias. En los primeros años de este siglo una de estasplagas mató las tres quintas partes de la población alSud de la isla septentrional, y en muchas aldeas ótribus secundarias sólo dejó uno ú dos supervivientes.Esta es una de las causas de la disminución de la razaque, entregada á sí misma, se hubiera de seguromultiplicado con una rapidez que explican ciertas par-ticularidades fisiológicas. Entre los Maoris la puber-tad se manifestaba de once á doce años; las mujereseran muy fecundas, y podian ser madres hasta loscuarenta años.

Al principio del capítulo consagrado al género devida de los Maoris, M. Colenso escribe esta significa-tiva frase. «En las costumbres de la vida diaria eran in-dustriosos, arreglados, limpios y morigerados.» Enu-mera en seguida los trabajos á que se dedicaban loshombres y las mujeres; los diversos medios emplea-dos en la caza y pesca; los cuidados con que cultiva-ban algunos vegetales; el suplemento alimenticio quesacaban de diversas especies de árboles y de plantassalvajes.

Es sensible que, á propósito de estos detalles sobrela alimentación, el autor no haya tratado la intere-sante cuestión de si son contemporáneos el hombre ylas grandes aves brevipenas, cuyos restos tanto hanadmirado todos los paleontólogos europeos y quereemplazaban, por decirlo así, á los mamíferos enNueva Zelanda. El autor parece indicar en una cortafrase que subsiste la duda. Un trabajo de Mr. Mantellla hubiera resuelto, pero desgraciadamente las Tran-sactions dan de él un extracto muy pequeño (1). Noes menos interesante saber el estado de la cuestiónde los moas, según1 los sabios que están en mejorescondiciones para examinarla.

Estos moas eran aves semejantes al avestruz, bajoel punto de vista de que andaban y no volaban, perociertas especies tenian un tamaño muy superior á lade los avestruces. El eminente geólogo de la expedi-ción de la Novara, Mr. Hochstetter, fundándose ensus investigaciones y observaciones personales, ad-

(1) Address ou the Moa, by the Hon. W. B. Mantell F. G. S.Transactions, tomo i, pág. 18.

mite que cierto número de especies, hoy extinguidas,han vivido al mismo tiempo que el hombre, siendopor éste exterminadas, y considera que la aparición yel desarrollo do la antropofagia nace de su extermi-nio (1). Mr. Mantell acepta que el hombre y ciertasmoas hayan sido contemporáneos; pero, apoyándoseen los resultados de las excavaciones hechas en anti-quísimas tumbas, deduce que, al menos en la isladel Norte, el canibalismo ha reinado en época en quedicha fuente de alimentación no ha sido agotada. Creeque el exterminio de estas preciosas aves ha debidoser próximo á la llegada de los Maoris á Nueva Ze-landa. Se ha hallado, sin embargo, en el Otago unesqueleto al que estaba aún adherido una parte delos tegumentos y de las plumas. En fin, Mr. Mantel)ha hecho constar que ha encontrado mezclados á osa-mentas de moas, instrumentos y diferentes utensiliosde los que emplean los Maoris actuales. Esta obser-vación promueve una cuestión de que más tarde nosocuparemos, la de la existencia de dos razas que su-cesivamente han ocupado á Nueva Zelanda, antes dela llegada de los europeos.

Volvamos á los Maoris. Los diversos trabajos enque se osupaban, los tenian severamente reglamenta-dos. Por lo común los hombres y las mujeres ejecu-taban separadamente sus respectivos trabajos, y losque reunían á toda la población tenian carácter sa-grado; pero es digno de notarse que, entre los Maoris,no se permitía que hubiera desocupados ó vagos: to-dos sin distinción trabajaban; los jefes más nobles allado de sus esclavos, sobre todo en la agricultura,considerando que el nombre con que se enorgulle-cían obligábales también á hacer en todo más y mejorque los demás.

Si nuestras aristocracias europeas hubieran pensadoy trabajado como esta nobleza, considerada salvaje,en todas partes hubiesen conservado su influencia ysu rango.

Mr. Colenso da sobre la arquitectura, ornamenta-ción y mueblaje de las habitaciones, detalles que re-asumen y completan lo que ya se sabia, insistiendocon razón en ias particularidades más notables desu marina de guerra, de pesca y de trasporte, nom-bres que pueden emplearse bien al hablar de NuevaZelanda. Las descripciones hechas por Cook y sus su-cesores lo habian demostrado de largo tiempo atrás.Referiré sólo un detalle de los de Mr. Colenso. Diceque las wakounua (canoas dobles) fuertes y sólidas delos antiguos Maoris apenas las conoce de nombre la

(1) New-Zealand (traducción inglesa), cap. ix. El autor reasume eneste capitulo los trabajos de sus antecesores y los suyos propíos sobreese notable grupo que sólo está representado en Nueva Zelanda por tresó acaso cuatro especies de Apteryx (Kiwi). Las especies extinguidas con-taban seis especies de Dinornis y dos especies de Palapterix. El Dinor-ni» giganteut era cerca de un metro más alto que los mayores aves-truces.

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generación presente. En algunas frases combate y ex-plica Mr. Colenso un error frecuentemente repetido.Se ha dicho que no se habían usado en Nueva Ze-landa estas canoas dobles, olvidando los testimoniosde Tasman y de Cook; pero el hecho se explica porel abandono en que parece ha caido progresivamenteesta forma de construcción. Tasman habla sólo de ca-noas reunidas de dos en dos; Cook, por el contrario,dice que esta reunión s verificaba raramente, y sinduda los Maoris renunciaron á ella por completo pocotiempo después del viaje del ilustre navegante; y á faltaJe buenos informes,creyóse que los Maoris no habianconocido nunca esta forma de construcción naval.

La moda y la fantasía reinaban en Nueva Zelandacomo en todas partes. Alli, como entre todos los pue-blos salvajes, los adornos preocupaban á los hombrestanto ó más que á las mujeres. Este instinto tan pro-fundamente humano ha entrado por mucho, de segu-ro, en el desarrollo que habia tomado el tatuage enNueva Zelanda, y en el papel que esta operación re-presentaba en la vida de los Maoris, hombres y mu-jeres. Entre ellos, las líneas elegantes y raras que lle-gaban á cubrir en los jefes todo el cuerpo, tenian unasignificación más elevada. Es sensible que Mr. Colensono haya dado algunos detalles circunstanciados sobreeste blasón, cuya importancia real parece haber des-conocido. Limítase á decir en otra página que única-mente los jefes tenian derecho á usar ciertos signos.

Los cuatro grandes sucesos en la existencia de losMaoris eran el nacimiento, el matrimonio, la muerte yla exhumación de los huesos.

El nacimiento de un niño se acogia con una fiesta.Sin embargo, el niño, la madre y cuantos habian in-tervenido en el alumbramiento estaban tabuados yreputados impuros hasta el momento en que el tabúera solemnemente levantado por un sacerdote: enaquel momento el recien nacido recibia el nombre.

Por motivos de conveniencia ó de política, verificá-banse á veces matrimonios entre niños de corta edad, yentonces las ceremonias del casamiento se celebrabantranquilamente y la fiesta se terminaba de un modopacífico. En el caso contrario, el campo de la lid que-daba abierto á los pretendientes hasta el último mo-mento, A veces, hechos todos los convenios, y cuan-do los futuros iban á unirse, un recien llegado inten-taba apoderarse de la novia, emprendiendo con talobjeto una lucha apasionada y violenta en la cual que-daba la joven medio muerta á fuerza de empujarla yatraerla en todos sentidos. Una vez encasa del marido,debia procurar contentarle en todo, porque el divorcioestaba autorizado. Además, casi nunca se encontrabasola, pues se permitía, y aun se alentaba la poligamia.

Temiendo la muerte, los Maoris sabían, sin embar-go, desafiarla ó verla venir con serenidad, lo mismoen las enfermedades que en los campos de batalla.Cuando morían en sus casas, en los últimos momen-

tos de la vida se hacían sacar al aire libre para que norecayese el tabú sobre sus domicilios. Los asistentesatestiguaban su dolor con lamentos, lágrimas y sangreque se causaban en los brazos, en el pecho y en lacara. Al muerto se le exponía durante algún tiempo,ó en una estancia construida expresamente, ó ensu propia casa; de ordinario era en el fondo de un bos-que reservado á este uso.

Cuando las carnes habian desaparecido, se procedíaala limpieza de los huesos (hahunga); cada uno deellos era cuidadosamente limpiado, se los reunia enseguida y eran trasportados á un lugar secreto, cono-cido solamente de corto número de personas. Estaprecaución se habia tomado para evitar que ningunocayese en manos de enemigos que no hubieran dejadode profanarlos.

La sociedad neo-zelnndesa era esencialmente feu-dal, aristocrática y dividida en clases rigurosamentelimitadas. Este es un hecho indudable, sabido pordocumentos que han recogido diferentes viajeros, yprincipalmente Thomson, á quien Mr. Colenso hahecho mal en olvidar. Existían en Nueva Zelanda, se-gún este autor, seis clases distintas, á saber: 1." losarikis ó sacerdotes jefes, que se consideraban á símismos y los aceptaban los demás como encarnacionesde dioses; á estos se les ha llamado con frecuenciareyes; 2." los tunas, título que correspondía á todoslos miembros de la familia real; 3." los rangatiras,jefes ó caballeros; 4.° los tutuas, que hacían el papelde nuestra clase media; 5." los wares, correspon-dientes á nuestras clases inferiores, y 6." los tua-rakarekas ó esclavos. Se ve, pues, que en este pue-blo, considerado como salvaje, habia distincionessociales y una gerarjjuía tan completa como en cual-quiera de nuestras viejas sociedades europeas.

Mr. Colenso no insiste lo bastante en estos hechosesenciales, y parece que no ha comprendido-su impor-tancia, pues sólo habla de señores y de esclavos. Encambio dice el por qué de una anomalía social indica-da, pero no aplicada por los escritores que le hanprecedido, y que introduce tristes elementos en lasfamilias polinésicas. El hijo mayor de un jefe era casisiempre considerado como superior á su padre y á sumadre, siendo más noble que ellos. En concepto deestos pueblos, la nobleza dependía á la vez del gradode parentesco con el entecesor común de la tribu ydel rango de los padres. Estos dos elementos de su-perioridad reunidos en el hijo le colocaban en máselevado lugar que los que le habian dado la vida. Lasmujeres compartían este privilegio con los hombres,y las tradiciones maoris han conservado el recuerdode algunas de esas mujeres arikis, de esas reinas,como las llaman los viajeros europeos (1).

(1) Véase, entre otras, la curiosa Historia dePaoa, antecesor de la

tribu de los Ngalipaoas* traducida al inglés por sir Jorge Grey K. C- B.(The Journal ofthe Ethnological Society of London, tomo i, pág. 355.)

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Las distinciones sociales que he indicado existían entoda Nueva Zelanda. La población estaba además di-vidida y subdividida en tribus, correspondiendo exac-tamente á los clans escoceses. Thomson ha hechoesta comparación, que ni siquiera indica Colenso. Re-sulta también de los detalles dados por Mr. EdwardShortland en la Memoria de que antes he hablado,Memoria que llena algunas de las lagunas dejadaspor nuestro autor. El número de tribus primordiales,de naciones, corno" se hubiera dicho hablando de losPieles-rojas, era de seis. Cada una de ellas remontabaá los primeros tiempos de las inmigraciones, de quedespués hablaremos, y procedía de una tripulación delas canoas que realizaron aquellas. La historia de al-gunos de estos grupos ha sido detalladamente conser-vada. Conocíanse los puntos por donde el Taínui fiaMarea Alia) y el krawa (el Tiburón) llegaron átierra, donde sucesivamente tocaron y donde estable-cieron sus centros de colonización. Se sabe que losjefes tomaban posesión del suelo, como lo hacen losmarinos modernos, si bien la fórmula era distinta.«Este es el lecho de mis hijos,» exclamaban, y tansencilla afirmación constituia un título sagrado, quenadie pensaba disputar.

Los dominios así adquiridos eran á veces de consi-derable extensión, y de ello resultó desde un princi-pio la dispersión de las tripulaciones, y por tanto ladivisión y aislamiento de las tribus. Compréndese queestos pequeños grupos, constituyéndose aparte en unpaís donde las comunicaciones no eran fáciles, hayanconcluido por presentar, al cabo de algunas genera-ciones, ligeras diferencias de costumbres y de len-guaje... Pero los recuerdos de origen común no seborran por ello. En cada familia se trasmitían contodos sus detalles la historia de sus antecesores; lasgenealogías se conservaban con un cuidado escrupu-loso. La exactitud de estos documentos, á los cualesme referiré después, ha sido formalmente reconocidaá consecuencia de una verdadera información, pormedio de la cual las autoridades inglesas han reunidoy comparado las genealogías de muchos jefes perte-necientes á distintas tribus, alejadas unas de otras.El notable acuerdo que existe entre todas ellas es lamejor prueba de su autenticidad. Añadamos que elnombre del fundador de la tribu llegaba á ser habi-tualmente el de la tribu. El gnati neo-zelandés signi-fica lo mismo que el mac escocés y la O' irlandesa.De diez y ocho naciones históricas admitidas porThomson, diez y seis tienen nombres que empiezanpor esta apelación. Lo mismo sucede con treinta ynueve subdivisiones de los Gnatikahungunu, de untotal de cuarenta y cinco.

Los Maoris conocían la propiedad, y Mr. Colenso dasobre este punto interesantes detalles más completosque los conocidos hasta ahora. Por poco familiaresque me sean las cuestiones de derecho, creo que las

TOMO II.

bases de la propiedad entre los Maoris eran semejan-tes á las que rigen en Europa. Encontrábase en NuevaZelanda la propiedad personal aplicada á los bienesmuebles é inmuebles, la trasmisión y la herencia eranconocidas y estaban admitidos el usufructo perma-nente y temporal. Los jefes gozaban de ciertos privi-legios que recuerdan los derechos de nuestros señoresfeudales: por ejemplo, todo pez real, como la ballena,el marsuino ó el delfín, arrojado á la costa, pertenecíaalariki, jefe del territorio (1). El derecho de adquirirlo que el mar arrojaba á la costa era notablementeriguroso, porque las canoas que naufragaban, aunquefueran de amigos, eran confiscadas con cuanto conte-nían en provecho de los ribereños. Al lado de la pro-piedad privada existia la propiedad comunal, y no haypara qué decir que la tierra no cultivada y sus pro-ductos correspondían á todo el mundo; paro el camporoturado en los terrenos comunales, el árbol que unparticular señalaba para cortarle, convertíase en pro-piedad personal.

Los neo-zelandeses criaban en cautiverio algunasaves, como los loros, y una especie de grulla (Árdeaflavirostris), cuyas plumas se buscaban como objetosde adorno. También parece que criaban dos especiesde gaviotas, pero su único animal verdaderamentedoméstico era el perro, cuya lana, piel y carne utili-zaban. El perro habia sido importado en la época delas inmigraciones, de que después hablaremos, comola rata y el loro gris. Las gaviotas mismas, que teníancostumbres parecidas á nuestros patos, iban á pasareldia en el mar y entraban por la noche en la aldea:probablemente eran descendientes de las pollas deagua, llevadas por Turi y sus amigos, cuando estejefe fue de Havaiki á Nueva Zelanda. Mr. Colenso noopina así, y, al parecer, no cree en los viajes que nosha dado ir conocer sir Jorge Grey. Más adelante discu-tiré esta opinión.' Empieza Mr. Colenso su capítulo consagrado á loscaracteres psicológicos de los neo-zelandeses, decla-rando que sus facultades intelectuales y morales erande un orden elevado, aunque las bastardeasen y reba-jasen las costumbres, hábitos é instintos brutales áque se abandonaban sin freno. Traza en seguida uncuadro detallado, insistiendo priniero en las buenascualidades y después en las malas. Esta parte de laMemoria no contiene nada todavía bien caracteriza-do. Por ejemplo, hablando mucho del canibalismo,Mr. Colenso no da sobre este punto ningún informeespecial, como los que á Thomson debemos; hablandode los implacables odios de los Maoris, nada dice dela manera cómo entendían el derecho y el deber de lavenganza, si es posible expresarse así, y en este

(1) Adviértase que todos estos pretendidos peces son cetáceos; esdecir, mamíferos. En este concepto respiran aire por los pulmones y tie-nen sangre caliente. Estas cualidades habían, sin duda, llamado la aten-ción de los Maoris, observadores como todos los salvajes.

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punto podían hacerse interesantes comparaciones porun autor que, como Mr. Colenso, conoce la localidad,y á quien hubiera sido fácil demostrar la semejanza enestos sentimientos entre los neo-zelandeses y los cor-sos de este siglo, ó los escoceses del pasado. Yo hehecho ya una comparación de esta naturaleza, y hu-biera podido multiplicar observaciones análogas.Mr. Colenso tiene el defecto de aislar demasiado suasunto y no apreciar los datos comparativos que pue-de encontrar en otras partes.

Acaso conteste á esta crítica diciendo, que sólo haquerido dar á conocer á los Maoris, dejando á los de-más el cuidado de señalar los puntos de semejanzaque tengan con pueblos más ó menos apartados; peroesta contestación, aceptable cuando se trata de pue-blos europeos, no lo es al referirse á las ramas dela raza polinésica, de quienes Mr. Colenso se cuidatanto como de los escoceses, privándose de importan-tes puntos de comparación y no dándose cuenta deciertos hechos generales que, no teniendo fácil aplica-ción concretados á Nueva Zelanda, se esclarecen com-pletamente en otras partes, como, por ejemplo, enTaiti.

Mr. Colenso ha comprendido perfectamente la im-portancia del papel que desempeña entre los Maorisel tabú y aprecia con exactitud su influencia, muchasveces excelente y algunas mala; pero sobre estepunto tan interesante, nada de nuevo nos dice. Nodistingue al parecer el tabú civil, del religioso, y creoque se ha equivocado acerca de la verdadera natura-leza de este último. «La observación del tabú, dice,ocupaba el lugar de la religión entre los neo-zelande-ses.» El autor toma íiquí el efecto por la causa. Silas prescripciones del código tabuano eran tan es-trictamente observadas, es porque descansan en laidea religiosa, y si ésta se encuentra oscurecida porun formalismo excesivo, no tenemos el derecho deadmirarnos, porque no es sólo en Nueva Zelandadonde, en punto á religión, la forma predomina sobre

el fondo. \\)))Mr. Colenso sólo encuentiTji/supersticiones entre

los Maoris, y no les reconoce ninguna religión en elsentido verdadero y popular de esta palabra. «Notienen, dice, ni doctrina, ni dogma, ni culto, ni for-ma alguna de adoración: no conocen ningún ser que,propiamente hablando, pueda ser llamado Dios: notienen ídolos; no veneran ni al sol, ni á la luna, ni álas brillantes estrellas, ni á ningún fenómeno de lanaturaleza.»

Si sucede así en nuestros dias, los Maoris moder-nos se parecen muy poco á sus antepasados. Loscantos históricos recogidos por sir Jorge Grey, nosmuestran, por el contrario, que los primeros colonosllevaron consigo una parte de sus dioses y acogieroncon veneración á la joven que les devolvió lo quehabian dejado en la madre patria. Estos dioses, así

trasportados, tenían que ser evidentemente ídolos.Siu embargo, el cielo y la tierra, Rangi y Papa, eranlos primeros padres de todos los sores que existen y seles dirigían preces para que fuesen favorables (1). SirJorge Grey, nos ha conservado algunos versos de unhimno dirigido á la anciana diosa la Tierra para queno perturbe las semillas que se le conflan, y podríacitar otros ejemplos que prueban fácilmente que losneo-zelandeses veian en sus atuas los malos ge-nios (2) (malignant demons). Los antiguos Maoristenían también lugares consagrados al culto, y el pri-mer cuidado de los colonos inmigrantes era estable-cerlos. Disputas que muchas veces iban á degeneraren batallas, fueron sometidas al juicio comparativode estos santuarios. El partido que tenia superioridaden este punto, ganaba la causa en el concepto de susmismos competidores. Añadiremos que, á juzgar porel testimonio del arzobispo de Wellington, existenaún estos templos. Sin duda alguna los dogmas noestaban formulados en Nueva Zelanda con la claridadque habian adquirido en Taiti. Los Maoris, salidosde una mezcla de los Samoanes y de los Ta'itianos, soacercaban más á las tradiciones primitivas de la raza,como lo atestigua la precisión de sus cantos históri-cos. La naturaleza semi-divina y semi-humana de loshijos de Rangi y de Papa se explica as! (3). Encon-trábanse casi en el mismo punto que los naturales deTonga, cuyas tradiciones nos ha conservado Ma-riner (4).

Pero por todas partes se encuentra el mismo fondode creencias. Tal es, entre otras, la que atribuye á losjefes una naturaleza sobrehumana que acaso se acen-tuó más en Nueva Zelanda que en los demás países.Los arikís no sólo pretendían descender en línea rectade los dioses, sino ser dioses ellos mismos, ,y estapretensión la acataban sus subordinados.

«No creas, decía Té-Héon-Hóon á un misionero,que soy hombre y que mi origen sea la tierra. Vengodel cielo, donde están todos mis antepasados. Sondioses y volveré junto á ellos (b).» Al leer estasfrases tan extrañas, es difícil no acordarse de los

(1) Potynetian Mythology, The Curse of Manaia. En la página 179,Sir Jorge Grey da el dibujo de una estatua grotesca y monstruosa queevidentemente es una de las imágenes veneradas por los Maoris.

(2) Polynesian Mythology (pág. 15), Shortland da por madre íiRangi, Ao, la luz, que ha tenido por antepasados á Kore, ta nada, y fiPo, la oscuridad.

(3) Las consideraciones de esta clase, relativamente al conjuntode la Polinesia, las he desarrollado más en la obra Les Polynesiens elleurs migrations. Apéndice: Genealogie et origine des dieux poly-nesiens.

(4) An account ofthenatives of tile Tonga Island*.5̂) Tbomson The story nf New-Zealand. Parece que Té-Héon-Béon

vive todavía. Durante su permanencia en Nueva Zelanda (1869^, Hochs-tetter ha visitado á este representante de los antiguos arikís. Té-Héon-Héon habita un pintoresco pin, construido en una península del lagoTaupo, cerca del volcan sagrado de Tongariro. Vive como los antiguosjejfes, y sus compatriotas te tribut&a la veneración debida a un semi-djqa,

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N.° 3-1 A. DE QDATREFAGES. LOS HABITANTES DE NUEVA-ZELANDA. 411

mikados del Japón y de los reyes dioses de Egipto.Acabo de invocar repetidas veces en apoyo de mi

opinión las tradiciones recogidas por diversos autores,como Sir Jorge Grey, Shorllancl y el doctor Thom-son. Mr. Colenso, á quien siento combatir, rehusarálas pruebas de esta naturaleza, considerándolas pocodignas de fe. Estas tradiciones no son para ól otracosa que mitos ó fábulas, esencialmente alegóricas ysin carácter alguno histórico ó real, que nada ense-ñan, ni acerca de los lugares, ni de los tiempos. Losdetalles que dan sobre el nombre de las canoas, lacomposición de las tripulaciones, los accidentes de lastravesías, los viajes y descubrimientos emprendidos,inmediatamente después de la llegada á Nueva Zelan-da, no son, á los ojos de Mr. Colenso sino una rapsodiamística. Todas esas aventuras mezcladas de encanta-mientos y de prodigios, son más fantásticas que losviajes de Munchausen y de Gulliver, y no merecenque se haga caso de ellas. En particular, cuanto serefiere del punto de partida de estas inmigraciones,sólo es resto de algún mito más antiguo que el qnehace pescar la isla Norte de Nueva Zelanda por Maoni.El nombre de Hawalki, dado á esa isla misteriosa,no designa un punto particular. Mr. Colenso motiva suopinión en las fábulas mezcladas á estas tradiciones,en las variantes que han sido recoaocidas y en algu-nos hechos que se limitan á indicar, calificándolos deimposibles.

Se trata, pues, aquí de una teoría completa. Sinsospecharlo acaso, Mr. Colenso razona como un dis-cípulo de esa escuela que ha defendido la no exis-tencia de Napoleón. No entraré en la discusión en loque de general tiene, concretándome á algunas obser-vaciones.

Las leyendas históricas de los Maoris contienen re-laciones de acontecimientos manifiestamente fabulo-sos; pero no hay motivo para extrañarlo, porque lomismo sucede con nuestras crónicas de la Edad Media.¿Qué hace el historiador cuando el cronista le cuentaque Santiago, montado en un caballo blanco, ha com-batido al frente de un ejército cristiano contra losmoros en España? Prescinde de este detalle, pero noniega la batalla ni la victoria de los españoles.

Aplicando el mismo espíritu de atinada crítica á lastradiciones recogidas por Sir Jorje Grey, se sacará unahistoria sencilla de acontecimientos que han debidocasi necesariamente ocurrir, si se admite el carác-ter de los neo-zelandeses actuales, como le ha pin-tado Mr. Colenso, y su inmigración, que acepta comodemostrada. Además, considerable número de estospretendidos prodigios son fenómenos muy naturales,desfigurados por la superstición. Si la Arawa, unade las canoas salidas de Hawaiki, se extravía de suruta y está á punto de naufragar por una tempestad,es porque el sabio mágico Ruaeo, deseando vengarsedel comandante que le habia robado su mujer, ha

cambiado las estrellas de la noche en estrellas de lamañana. Si el Tongariro, uno de los volcanes deNueva Zelanda, lanza sus llamas en el momento enque Ngatoro-i-Rangi subia por los flancos de la mon-taña, es porque el sacerdote jefe estaba á punto demorir de frió, y para calentarse, llamó á si el fuego dela madre patria. ¿Es difícil distinguir en estos casos laverdad, de la fábula y el fenómeno real, de la inter-pretación supersticiosa?

Las tradiciones de Nueva Zelanda, conformes enconjunto, presentan á veces, al decir de Mr. Colenso,diferencias bastante grandes. ¿Deben por ello recha-zarse todas? También podría invocar en este puntonuestras propias historias y nuestros poemas de laEdad Media; pero citaré un hecho que demuestra queel desacuerdo no es considerable ni frecuente. Losabogados ingleses han admitido como títulos quetienen valor enjuicio, en los pleitos relativos á la po-sesión del suelo, las genealogías y los testimonioscontenidos en los cantos tradicionales de los Maoris.

Entre los hechos que Mr. Colenso considera impo-sibles, los hay que, al contrario, son muy sencillos yrepetidos. Las tradiciones refieren como al ir de Ha-waiki á Nueva Zelanda, los colonos llevaban consigolos vegetales y los animales que juzgaban deber serlesútiles. Estas plantas y estas aves se encuentran hoyen aquellas islas; algunas se han aclimatado por com-pleto, y viven en estado salvaje. Mr. Colenso no quie-re creer estos resultados; pero lo mismo ha sucedidoen América á consecuencia de las inmigraciones eu-ropeas, y así acontece en Australia hoy dia.

Al emplear argumentos de tal clase, Mr. Colenso ol-vida los toros salvajes de Santo Domingo, produciendola industria de la cecina; olvida que fue preciso decla-rar guerra de exterminio á los cerdos, que, en estadode liberad, destrozaban los plantíos; olvida que, en laactualidad, el conejo llevado á Australia se ha conver-tido en un animal destructor, del que apenas puedendefenderse los colonos, á costa de inmensos trabajos.

Notemos, por fin, que estas relaciones tradiciona-les han dado cuenta de un hecho que ha llamado vi-vamente la atención de los zoólogos. En todo el grupoinsular neo-zelandós sólo se han encontrado dos ma-míferos terrestres, el perro y la rata. El primero esincontestablemente exótico, y el mismo Mr. Colensoadmite su origen extraño. La rala es el único animalque forma excepción en el carácter general de la fau-na; pero la historia de las inmigraciones de Turi y desus compañeros nos enseña que también ha sido im-portada, como propia para servir de alimento (1).

(1) Polynésian Mythology (pag. 212). La canoa que llevaba estaaratas Mamábase Aotáu, y contenía también el loro gris que habita aún enNueva Zelanda, las grandes pollas de agua, probablemente las gaviota»,multitud de plantas gramíneas, etc., destinadas á la aclimatación. Elprecio que se daba á estas riquezas de un colono, lo consigne aún e!siguiente proverbio: ((Vale tanto como el cargamento de la Atilétt• >?

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¿Admirará á nadie que este roedor se haya aclimatado?La historia de nuestras ratas europeas responde á laobjeción.

Pero, añade Mr. Colenso, estos buques, cuyos nom-bres se nos refieren y que conducen tantas cosas, sonsencillas canoas, y se supone que llevan ciento cua-renta hombres de tripulación. Esto es imposible.

Pues bien, Sir Jorge Grey había ya contestado. Es-tas canoas, cuyos nombres conserva la tradición mao-r¡, como la historia ha conservado el de Endeavour(viajes de Cook) ó el de la Boudeme (viajes de Bougain-ville), eran canoas dobles, que Tasman encontró toda-vía generalmente empleadas, pero que ya entoncesempezaban á ser reemplazadas por las grandes pira-guas sencillas de los tiempos de Cook. La historia delas principales inmigraciones así lo atestigua. CuandoNgatoro-i-Rangi, admirado por la ruta que seguía laArama, extraviada por los encantamientos de Ruaéo,quiso darse cuenta de la situación, subió á lo alto dela casa construida sobre el emplazamiento que wniaambas canoas. Fácil es apreciar la importancia de estafrase escapada á Mr. Colenso. Por ella sabemos que laArawa, el Ta'inui, la Aotéa... eran do esos buquesadmirados por cuantos los han visto, y que nuestrosmarinos más hábiles han considerado apropiados paralargos viajes, habiendo podido con ellos los taitianosexplorar los mares circunvecinos en un radio de másde cuatrocientas leguas. Estas palabras de Forsterrefutan por sí cuanto Mr. Colenso repite, sobre la im-posibilidad para los Maoris primitivos de atravesar lasdistancias que separan á Nueva Zelanda de las islasmenos alejadas.

Por lo demás, Mr. Colenso reconoce que los neo-zelandeses actuales no son hijos de la tierra en quehan sido encontrados, y acepta el hecho general delas inmigraciones, como demostrado por la naturale-za exótica de las plantas cultivadas y por la presenciadel perro. También hace constar el radical parecidoque existe en el lenguaje de uno á otro extremó de laPolinesia, y entra en este punto en detalles que con-cuerdan generalmente con las conclusiones del libroquo ha valido el precio Volney al sabio ingeniero hi-drógrafo Mr. Gaussin (l). Señala como notabilísimo elhecho de que los puntos extremos de la Polinesia, lasislas Sandwich, la isla de la Pascua, Taiti y las islasHarvey ó Manaia, son donde se encuentran dialectosmás semejantes. Atribuye por tanto á los polinesiosun origen común, y pregunta de dónde procede estaraza. En su concepto el problema está aún por resol-ver; declara que se resolverá pronto, y formula vein-tisiete proposiciones, demostrando las conjeturas quehan formado sobre este punto.

La opinión de Mr. Colenso se acerca mucho á la

hipótesis presentada por Mr. Ellis (1). Quiere hacervenir los polinesios de América, y parece relacionarsus inmigraciones con la destrucción del imperio tol-teca. El origen malayo lo declara imposible por la de-bilidad de las embarcaciones y la dirección de los vien-tos y de las corrientes.

A . » E Ql JATREFAGES.

De la Academia de Ciencias,

Profesor del Museo de Historia Natural de París.

(Journal des Savants).(Se concluirá.)

LA ISIA FORMOSA.

[\\ Au Maléete de Taiti, de celui des ules Marqnises, et en generalde la langue polyneñenne; obra premiada en 1861.

Algunos japoneses, que arrojó un naufragio á lascostas de Formosa, fueron implacablemente asesinadospor los indígenas. El mikado exigió repetidas veces alemperador de la China, sin poderlo conseguir, repa-ración de este ultraje, y, decidido á hacerse justiciapor sí mismo, preparaba hace poco una expedicióncontra Formosa, al mando del general americano Le-gendre.

Las circunstancias hacen que se fije hoy la atenciónsobre esta isla que pertenece á la China, más biennominal que realmente.

Formosa (ó Hermosa) está separada de la provinciade Fo-Rien, en la China meridional, por un canalcuyo ancho no pasa de cincuenta kilómetros. En lacosta de China, frente á la isla Formosa, están la islay el puerto de Amoy, á cuya entrada se ven enormesrocas en las que hay grabadas extensas inscripcionesrelatando algunos incidentes de la historia local ó dela tradición.

De forma ovalada, la isla Formosa se extiendeS-S-0 áN-N-E, entre el 25°, 19' y 21°, 84' de latitud,y 117°, 47' y 119° 42' de longitud Este del meridianode Paris. Figúrese el lector á Córcega y Cerdefiareunidas, y tiene aproximadamente la extensión dee3ta isla, de 400 kilómetros de larga por 100 de an-cha. Es probable que, gracias á su proximidad á lacosta, la hayan conocido en todas las épocas los chi-nos, aunque no se la encuentra mencionada en losanales de este imperio hasta principios del siglo xiv.Visitada en el xvi de un modo superficial por viajerosportugueses y españoles, estos últimos intentaron sinéxito establecer misiones como las que con tan buenresultado habían establecido en Filipinas. Poco mástarde, en 1724, se establecieron en Formosa los ho-landeses, constrayendo un fuerte frente al grupo delas islas pescadoras: después de estar allí 37 años,fueron arrojados por los chinos. Ocuparon éstos la

(1) Polynenian Researches during á residente of ntarly tix vean

in tl¡e Sotilh-Sea ¡llanas 1829.

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N.° 31 G. MARCEL. LA ISLA FORMOSA. 413

costa del canal de Fo-Kien, rechazando las tribus in-dígenas que nunca pudieron someter por completo. Ensuma, la dominación china existe sólo en las orillasdel canal: el interior de la isla y la ribera que miraal Océano, han sido siempre independientes.

Aun cuando algunos viajeros han señalado las cos-ías, hasta nuestros dias no se ha ejecutado un trabajohidrográfico del conjunto, y éste se debe á los ingle-ses. El interior, casi desconocido, apenas ha sido visi-tado por un cónsul inglés, un francés, M. Guerin,un naturalista alemán, Mr. Steeve y Mr. Campbell,que ha publicado en el Geographical magazine el re-lato de su excursión. Sábese que se extiende de Norteá Sur una gran cordillera conocida con el nombre deTa-chand,de formación volcánica. La más elevada me-seta, que los ingleses han bautizado con el nombre deMonte Morrisson, está cubierta de nieves perpetuas,y su mayor altura llega á 3.292 metros. Las dos ver-tientes de esta cadena no se parecen ni como pobla-ción ni como país. La que forma la orilla del canal deFo-Kien está dividida en numerosos valles, regadospor caudalosos rios. Allí se han establecido los chinosdesde hace siglos, fundando inmenso número de aldeasy ocho ó diez ciudades importantes, siendo las másconocidas Tan-Kang y Taí-Wang-Fou, capital de laisla, que cuenta SO.000 almas, y cuyo puerto estáabierto desde 1838 al comercio de todas las naciones.La costa oriental no tiene abrigo alguno; es un mu-rallon alto y continuo de rocas cortadas á pico, sinuna bahía, sin abertura por donde desemboque unarroyo algo considerable, nacido en las alturas del in-terior que reviste abundantísima vegetación.

Imposible es valuar, ni aun aproximadamente, lapoblación, apreciada por algunos viajeros en 20.000,y por otros en 200.000 habitantes. Está generalmentedividida en cuatro categorías: los indígenas salvajes óindependientes que habitan la parte inexplorada, losde la costa occidental que reconocen la dominaciónchina, los chinos, y l^s mestizos que resultan de lamezcla de ambas razas, china ó indígena. Los Shek-hoans y los Pepo-hoans, son aborígenes civilizados,y los Ghay-hoans viven en estado salvaje.

Mr. W. Campbell, misionero de la iglesia anglicanaque en 1873 ha visitado las aldeas de estos últimos,nos da interesantes informes acerca de sus costumbresy de su carácter.

El viajero se atrajo la benevolencia de los Shek-hoans, administrando á algunos de ellos dosis dequinina que les curaron las calenturas tan bien, querecibió un mensaje de un cheik de los Chay-hoans,llamado A-Rek, invitándole á visitar sus estableci-mientos y á curar á algunos de sus hombres enfermosde fiebres.

Después de atravesar numerosos torrentes, colinasy desfiladeros, llegó Mr. Campbell á la aldea deTur-u-Oan, principal establecimiento de la tribu, y

comenzó por administrar á A-Rek una buena cantidadde quinina y una taza de caldo de carne Liebig; leregaló además una pieza de franela roja, algunos pei-nes de madera y una cadena vieja de latón. Lo pri-mero que observó Mr. Campbell al dia siguiente porla mañana, fue gran cantidad de cráneos puestos sobreel techo de la habitación del jefe. Casi todos estabanhendidos, y el mayor número tenia aún pedazos decarne, como si hubiesen sido separados del troncouno ó dos meses antes. Igual decoración tenían casitodas las demás cabanas. En una de ellas contó 39cráneos, 22 en otra y 21 en la tercera. Cree el viajeroque, irritados los Chay-hoans por las incesantes anexio-nes que hacen los chinos, su desesperación les hasever en cada hombre un enemigo. Algunos instrumen-tos sospechosos que habia en el interior de las habita-ciones, y las cabelleras colgadas por distintos sitios,hicieron sospechar á Mr. Campbell, que los Chay-hoans son caníbales. Por lo demás, dice el viajero, esuna hermosa raza, honrada, casta y verídica. El ase-sinato es el más común de sus pecados. Hombres ymujeres se tiñen el rostro. Cuando muere uno deellos, sus amigos sacan de la cabana el fuego que enella arde constantemente, abren un agujero profundoy colocan en él sentado el cuerpo del difunto, po-niendo á su lado el tabaco, las pipas y los objetos desu uso más ordinario en vida. Después de una cortaceremonia, durante la cual los asistentes expresansu dolor, llenan el hoyo de tierra y colocan de nuevoel fuego en el rincón habitual de la cabana, con-tinuando las cosas como antes.

Sus habitacion.es no se parecen á ninguna de lasqus yo habia visto, dice Mr. Campbell. Empiezan porabrir un agujero de cuatro pies de profundidad enel suelo, y después de apisonar la tierra, edificanen redondo las paredes con grandes piedras, hastaunos trífe pies por encima del nivel de la tierra querodea el agujero; construyen después una armadurade bambú, que sale de los muros dos ó tres pies, ycolocan encima pizarras ó grandes placas de piedra.El país que rodea es lo más salvaje y magnífico quepuede imaginarse.

Al volver de Tai'-wan-fou, Mr. Campbell siguió dis-tinto camino, que le permitió visitar á los Chin-hoans,salvajes que viven á orillas de un lago de cuatro ócinco millas de largo por tres de ancho. Su principalocupación es la pesca, y para ella se sirven de largascanoas, construidas con un sólo tronco, y que muevencon cortos remos en forma de hojas.

Los indígenas de Formosa presentan en sus movi-mientos al andar mucha analogía con los cuadrúpedossuperiores, como, por ejemplo, el gorilla; sus brazosson largos y sus pies enormes. Los viajeros de quehemos hablado han advertido que andan apoyando sóloen el suelo la mitad anterior de la planta del pié, va-liéndose del juego perfeccionado de las articulaciones.

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Añadamos, al terminar, que el idioma de estos indí-genas, llamado tayal, tiene grandes relaciones con eltagalo que se habla en las islas Filipinas, por lo cualse cree que pertenecen á la gran familia polinésica, ycomo su lengua no contiene ninguna palabra sánscri-ta, es probable que su inmigración alcance á época an-terior á la introducción del budhismo en el archipiélagoindio.

GABRIEL MARCEI.

(La Nature.J

LA MUJER PROPIA.LEYENDA DRAMÁTICA DEL SIGLO XVI.

(Continuación.) *

ESCENA XII.DOÑA JUAN V y VÁZQUEZ, que está algo

apartado de ella.

DOÑA JUANA.

¡Oh rabia! ¡ E h ! . . . (Al sentir las pisada» de Vázquez.)

VÁZQUEZ.

(Acercándose y con acento á la vez de indignación y de cariño.)

¡Ya veis, señora!...DOÑA JUANA.

Veo... que aun os atrevéisá inmutarme... y no me extraña:soy una pobre mujer.(Volviéndole la espalda y enjugándose los ojos con el pañuelo. Vázquez

se retira observándola.)

VÁZQUEZ.

(El golpe se dio, aunque al darleme hiriera un poco la pielde la mano... Necesitoun cuchillo de muy buentemple si he de repetirlecon provecho.)—Pero ¿quiénviene por ahí?

(Acercándose ala puerta del foro y mirando ai pasillo, por dondedesaparece.)

¿Qué milagrole pudo hasta aquí traer?

ESCENA XIII.DOÑA JUANA; después, ESCOBEDO.

DOÑA JUANA.

El vicio triunfa y la inocencia giine..¡Justo es que á tal mujer ame y estimeel hombre que ni atiende la querella,que usurpa ámis dolores su extravío;

* Véanse los nümeros 8Q, 21, 23, 24, 26, 27 y 29, páginas 54, 84,184,181,239, 287,y 350.

que el rubor que no asoma al rostro de ellaen sangriento carmín inunde el mió!¡Padres... hermano... Vuestro apoyo fuerte,víctima de la ausencia y de la muerte,ya no me presta su invencible ayuda...—Cuando cierro los ojos siempre os veo...¡y por eso sin dudacerrarlos para siempre es mi deseo!

(Cae en un sillón.)

ESCOBEDO.(Saliendo por el foro y avanzando lentamente.)

El palacio del Rey es su morada,la adulación la aduerme con su arrullo,y de otro dueño el alma enamoradasiente por él esclavitud y orgullo.Hoy me manda llamar... mas ¿qué hay que

(espere?...Si no me quiere, ¿para qué me quiere?Si es feliz, si de mí no necesita,¿por qué verme á su lado solicitaaumentando el dolor de la memoriaque suelta á veces de su red los lazos?¿No sabe que mirarla en otros brazoses sufrir el infierno y ver la gloria?

(Viendo á doña Juana.)

¡No es ella? ¡Sí por Diosl ¡Ella!... Pareceque la crueldad el alma le agradece.

¡ J u a n a ! (Mirándola embelesado.)

DOÑA JUANA.

¡ J u a n ! (Levantándose y como quien vuelve de un sueño.)

¿Es verdad que Dios nos junta?ESCOBEDO.

No lo sé... Yo iba á hecerte esa pregunta.—Mas... ¡tú estabas llorando,.hermana mia!¡ N o e r e s fe l iz! (Con exaltación.)

DOÑA JUANA.

(Tratando de reponerse.) D e s e c h a eSaS i d e a S . . .

ESCOBEDO.

(¡Y yo de que lo fueses me dolia...—Dios me castiga con que no lo seas!)

DOÑA JUANA.(Después de un momento de vacilación.)

Y... ¿por qué no he de ser franca contigo?¿Por qué no te he de dar parte del pesoque temeraria á sostener me obligo?¿No eres mi hermano tú; no eres mi amigo?

ESCOBEDO.

(Y algo que vale más que todo eso!)Hagamos de una carga dos iguales:lleva los bienes, llevaré los males.

DOÑA JUANA.¡No hay bienes, Juan!

ESCOBEDO.

Pues, Juana, de ese modosé generosa y déjame con todo.—¿En qué te muestra su rigor la suerte?

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N.° 31 CARLOS COELLO.i l.A MU.1EB PROPIA. 415

DOÑA JUANA.

Antonio no me ama.ESCOBEDO.

¡Pues qué?... ¿Puede vivirse sin quererte?DOÑA JUANA.

Si él no quiere á su vida ni á su fama!ESCOBEDO.

Luego... ¿No es el rumor que crece y cundede la envidia la voz, con él sañuda?¡Es la verdad desnuda!

DOÑA JUANA.

No lo sé: la verdad miedo me infundey me arrojo en los brazos de la duda.

ESCOBEDO.

Yo vi y dudé también; dábame penaque mi amigo, mi hermano en la serenay alegre juventud, fuese un villano...Ay! Tiene algo de propia, aun siendo ajena,la infamia del amigo y del hermano.—El pobre Juan no acaba de ser niño.

DOÑA JUANA.

Esos títulos tiene á tu cariñola que, quitando al corazón la vallay revolviendo de su hiél las heces,hoy á tí te confiesa lo que á vecesá sí misma se calla.

Habla!...ESCOBEDO.

DOÑA JUANA.

No soy feliz en el estadoque escogió mi razón y mi albedrío.

ESCOBEDO.

¡No?...DOÑA JUANA.

Hasta hoy mi pecho resistió esforzadola amarga indiferencia, el desdén frió,y redobló su amor, bizarro ó necio:mas, cuando al fin á la verdad despierte,¿vacilará la fe si se convierteel amor en desprecio?

ESCOBEDO.

Desprecio... ¿á quién?DOÑA JUANA.

(Titubeando, asustada de sus palabras.) ¿ A q u i é l l ? . . .

ESCOBEDO.

[Juana! ¿Tú sabeslo que diciendo estás?

DOÑA JUANA.

¡Sigue!... ;No acabesde hablarme así, por Dios! Tu faz adustano temple el ceño: tus palabras gravesá indignación exalten la energía:dime que soy injusta...alumbra mi razón y sé mi guial

ESCOBEDO.

¿Yo!

DOÑA JUANA.

Muéstrame severo mis deberes;dime que las mujerescasadas, deben con ardor censtanteen ellos mantener los ojos fijos,en cumplirlos cifrar sus regocijos,y sin ver en su esposo al tierno amante,venerarle por padre de sus hijos.-¿Callas?

ESCOBEDO.

¡Adiós!(Haciendo un violento esfuerzo y danri un paso.)

DOÑA JUANA.

¡Me dejas?¡Repugnancia te causo?

ESCOBEDO.

(Volviendo y contemplándola.). ¿ 1 U l

DOÑA JUANA.

¿Y te alejasde mí por eso?

ESCOBEDO.

¡No!DOÑA JUANA.

Yo te reclamola verdad!

ESCOBEDO.

|La verdad?... ¿Tú me aconsejas...(De pronto y después de sostener consigo mismo una visible batalla.)

—¡Nol |Yo te quiero, pero no te infamolDOÑA JUANA.

[Tú!... Bien... pero ese afecto... es el del,(amigo.

ESCOBEDO.

¡No!DOÑA JUANA.

Es el amor de hermano."» ESCOBEDO.

¡Es eso y todo,que todos los amores van conmigo!

DOÑA JUANA.

[Juanl ¿Pues ahora me hablas de ese modo!ESCOBEDO.

I Si tú adivinas lo que yo no digo!—Un hogar en tu hogar encontré un dia:crecí á tu lado... y el amor crecíaconmigo: tú le dabas forma y nombre,¡y el amor se hizo Dios... y el niño hom-

(bre...| y su Dios ni siquiera le entendialYo imaginaba que mi ardiente fuego,siempre juntos los dos, calor te daba...y ni turbó tu plácido sosiego:la lumbre estaba aquí, y aquí quemaba!Pobre aliciente mi cariño eraá una mujer de su Criador amante...Un alma, un corazón., la vida entera,

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ó es todo ó no es bastante.Otro ser más feliz halló razonescapaces de mudar tu santo intento...—porque hay dos ocasionesen que puede expresarse el sentimiento:y nada le resiste:cuando es leve el amor; cuando no existe.Enfrente de un error que aun hoy me ofusca,busqué la muerte en que el dolor concluye...pero la muerte busca á quien la huye,y huye de quien la busca.En Tillemont, en Gembloux, Juan de Es-

(cobedofue la prez del ejército de España;hizo prodigios de valor el miedo...ly consistió en vivir mi única hazañalAl fin te perdoné: ¿qué es mi egoísmojunto al inmenso amor que aquí rebosa?

(Llevándose la mano al corazón.)

Volví á la corte y esquivé el abismoy seguí separado de mí mismo.Oí decir que la madre y que la esposallamábante el mejor de sus modelos...y el orgullo por tí venció á los celos!

DONA JUANA.¿Tú, que me ves caer, no me levantasy en contra de mi honor tu fé quebrantas?

ESCOBEDO.

¡Tu honor?... Mi amor es hijo de los cielosy no toca á la tierra con las plantas...—Firme cual el de padre,tierno cual el de madre,cual el de amigo fiel, de sus trasuntosse autoriza mi amor y se rodeaporque mejor se veacomo él solo es mayor que todos juntos!

DONA JUANA.¡Gracias, Juan! Tu entereza y tu hidalguíainfunden un aliento sobrehumanoen la que está orgullosa de su hermano...y de poder amarle todavía.

ESCOBEDO.

¡Perdóname! A tus plantas me arrodilloy resignado á mi dolor me avengo..

ESCENA XIV.

DICHOS y VÁZQUEZ, qne asoma por la puertadel foro, y sorprende á Escobedo arrodillado á los

pies de doña Juana.

VÁZQUEZ.

|Ah!...—Buscaba un cuchillo!...(Con dolor primero; con ira después.)

iSí! ¡Buscaba un cuchillo y ya lo tengo!(Vázquez avanza al centro de la escena con el rostro impasible: Doña

Juana y Escobedo le miran recelosos.)

DOÑA JUANA.

(Vázquez... ¿Ha visto...)—¿Vienes?(A Escobedo con forzada naturalidad.)

ESCOBEDO.No... Más tarde

iré.DOÑA JUANA.

Q u e OS g u a r d e D i o S . (A Vázquez, sin mirarle.)

VÁZQUEZ.

(Con intención.) ¡Que Dios os guarde!

ESCENA XV.

ESCOBEDO y VÁZQUEZ.— Va declinando latarde.

ESCOBEDO.

(Dirigiéndose á D. Mateo con ansiedad y resolución.)

¡Hablad!...VÁZQUEZ.

(Fríamente y poco apoco.) O í d . — V O S t e n é i s

(si no vivo equivocado,)algún afecto al privado...ó á su esposa...

ESCOBEDO.

¿Qué queréisdecir?...

VÁZQUEZ.

Digo que es razónque sabiéndolo yo, acudaá demandaros la ayudaque exige su salvación.

ESCOBEDO.

Pues ¿qué riesgo le amenaza?VÁZQUEZ.

¿No bastan sus imprudenciasacaso? Mis advertenciasy mis consejos rechaza,y ya me rinde y me abateesta lucha estéril: yasospecha el Rey... ¿Faltaráalguno que le delate?

ESCOBEDO.

¿Habrá alma tan baja? ¡No!VÁZQUEZ.

¡Sí! Básteos mi testimonio,Escobedo...—En cuanto á Antonio...De Antonio me encargo yo.Yo, con la astucia, haré vanala acción investigadorade la justicia.

ESCOBEDO.

Sí...VÁZQUEZ.

Ahorapensemos en doña Juanay en sus hijos.

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N . 3 1 CARLOS COELLO.

ESCOBEDO.

Pero... ella,¿qué puede temer?

VÁZQUEZ.

La irapopular eorre y no mira,y en lo que topa se estrella.Y aunque la casualidadsu vida libre tal vez,quedará en triste escasez,en amarga soledad...

ESCOBEDO.

¿ V i v i e n d o y O ? . . . (higénuamente.)

VÁZQUEZ.

| Bien!^Dominando un impuísode cólera.) l i e a l l í

en lo que estriba mi rueg'o.Vos la recogéis...

ESCOBEDO.

¡Si!VÁZQUEZ.

(Y luegoyo la recojo de til)

ESCOBEDO.

¿No habrá modo de evitar...VÁZQUEZ.

Ya el mal, remedio no tiene.—Pero... la Princesa vienecon Pérez.

ESCOBEDO.

Les voy á hablar.VÁZQUEZ.

¿Sobre qué?. . . ¡Ved lo que haceis l . . . (Alarmado.)

ESCOBEDO.

A advertirles con severolenguaje el peligro...

VÁZQUEZ.

Pero...ESCOBEDO.

(Desembarazándose de Vázquez, que trata en vano de detenerle.)

Dejadme á mí, y ya veréis.ESCENA XVI.

DICHOS: LA PRINCESA y PÉREZ, por la

izquierda.

PRINCESA.

| P u e S nO e s t á ! (Inspeccionándola escena.)

VÁZQUEZ.

(Dar en la empresap a r t e . . . ) (Mirando á Escobedo con ira y desprecio.)

PÉREZ.

|Juan!... Por vida miaque...

ESCOBEDO.

(Apartando á Pérez, que va á abrazarle, y dirigiéndose á la Princesa.)

A solas hablar querria

LA MUJER PROPIA. 4 1 1

con la señora Princesa.PRINCESA.

Bien... Luego...ESCOBEDO.

No: al punto.PRINCESA.

¿Es cosaque obligue á tales extremos?—Venid.(Se van junto á la ventana y alli hablan en voz baja y con calma prime

ro, con acaloramiento y más fuerza después.)

P É R E Z .

( A Vázquez, con sorna. | C o n q u e ¿ q u é t e n e m o s

del amante de mi esposa?—¿Calláis?

VÁZQUEZ.

(Asaltado de una ¡dea.) N o . . . Y a s é q u i é n eS.

PÉREZ.

¿Sí?

VÁZQUEZ.

(Así le mantengo á raya...)Y acabo de verle...

PÉREZ.

¡Vaya!...VÁZQUEZ.

Arrodillado á sus pies.PÉREZ.

¿Habláis con formalidad? (Alarmado.)

VÁZQUEZ.

¡ P é r e z ! (Resentido.)

PÉREZ.

¿Quién es ese hombre?' ¡Su nombre pronto! ¡Su nombre!—¿Estáis mudo?

VÁZQUEZ.

v* Perdonad.Tened calma.

PláREZ.

No la puedotener hasta que mi afánconcluya.

VÁZQUEZ.

Pues... el galánes Escobedo.

PÉREZ.

¿Escobedo!...(Yendo á lanzarse á él: Vázquez le detiene.)

VÁZQUEZ.

¡ P r u d e n c i a ! V e n i d . (Llevándoselo más hacia el foro.*

PÉREZ.

¿Mi esposasabe...

VÁZQUEZ.

¿Que yo sé... Preciso!¿Pues cómo no? Y, os lo aviso,está comigo furiosa.

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44 8 REVISTA EUROPEA. 2 7 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 31

iQue llegáramos los dosá odiarnos! ¿Quién lo dijera?—Ella buscará manerade malquistarme con vos;y la encontrará, sí.

PRINCESA .(Separándose fie Escobedo y bajando al centro de la escena, seguida

por él.)

Basta!

Yo...

Eh! Paso!

ESCOBEDO.

PRINCESA.

¡Qué atrevimiento!ESCOBEDO.

Os he dicho lo que siento.PRINCESA.

Lo que sentiréis acaso!ESCOBEDO.

Ved que me mueve el afánde salvaros: no os ofusqueel orgullo.

PRINCESA.

Cuando busqueyo preceptores, seránmás sabios que vos... Y adiós.

ESCOBEDO.

Mis lecciones...PRINCESA.

Las desprecio.ESCOBEDO.

Si hoy dároslas puede un necio...tanto peor para vos!

PÉREZ.

¿Que es eso?(Ha notado que pasa algo entre Escobedo y Ana; Vázquez no ha logradodistraerle y se aproxima á ellos, quedando siempre á alguna distancia.En sus ademanes se ve que está contrariado y no sabe qué partido elegir.)

ESCOBEDO.

No es nada: copiade palabras!

VÁZQUEZ.

(¡Mala peste...en mí!) ¿Qué ha ocurrido?

PRINCESA .Que este

necio, por confesión propia,me está faltando al respeto.

PÉREZ.

¡Cómo?...

mi rostro!

PRINCESA.

¡Y la vergüenza abrasa

PÉREZ.

tJuan!... |En mi casa!(Sal de aquí!(Vázquez se adelanta más, como dispuest o á cortar la conversación si

llega á tomar un giro inconveniente para el.)

ESCOBEDO.

(Reprimiéndose.) Y o t e prOHletO

librarte de mi presencia:pero... en pago, óyeme ahora...—Y vos, en tanto, señora,oid á vuestra conciencia!—Antonio, soy tan amigotuyo, que hasta te concedoque me insultes, mas no puedoser impasible testigode tu clara perdición;verte de ultrajar ufanola memoria del ancianoque nos dio su protección.Sé que eres traidor al trono...

VÁZQUEZ.

¡Don J u a n ! (Interponiéndose,)PÉREZ.

¿Me juzgas dispuestoá sufrir...

ESCOBEDO.

Y á Juana... ¡y estosí que no te lo perdono!

PEBEZ.

¿Eh?...

(A Pérez.) (¿Veis?...)VÁZQUEZ.

ESCOBEDO.

Fíate de quienen tu provecho se inspiracomo en el del reino: ¡miraque te hablo así por tu bien!(Que si alguien dice quién eresal Rey...

VÁZQUEZ.

¡Señores!...PÉREZ.

(Mirando á Escobedo: furioso.) ¿De modo

que tú. eres capaz?...ESCOBEDO.

(Sosteniendo la mirada y con energía.) J J e tOCtO

por cumplir con sus debereses capaz Juan de Escobedo!

VÁZQUEZ.

( ¡ A h ! . . . ) (Con alegría.)

PÉREZ.

¡Te agradezco el aviso!ESCOBEDO.

Y ¡adiós!(Saliendo: Vazquezle sigue, y los dos se van por el foro hablando e

voz baja.)

VÁZQUEZ.

—¡Muy bien!ESCOBEDO.

Es precisometerle un poco de miedo...

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N.° 31 CARLOS COKLLO. LA MUJER PROPIA. 419

VÁZQUEZ.

¡Sí!ESCOBEDO.

El peligro q ue recelaacaso su enmienda afirme.

VÁZQUEZ.

(¡Este mozo va á servirmede cuchillo... y de rodela!)

ESCENA XVII.LA PRINCESA y PÉREZ.

PRINCESA.(Acercándose á Antonio, que está pensativo y turbado.)

¿Vos creéis también que ese locopuede hacer...

PÉREZ.

No, Dios mediante,pero...

PRINCESA .

Pues vuestro semblanteme tranquiliza muy poco.

PÉREZ.

Otro mal me hace abatirla frente.

PRINCESA .

(Resentida.) MÍS labÍOS Sello.

PÉREZ.

¿Queréis saber...PRINCESA.

Sólo aquello,que se me quiere decir.

PÉREZ.

Pues ¿puedo yo alguna cosareservar de vos?

PRINCESA.

Yo os pido...yO OS r U e g O . . . (Como resistiéndose á oir.)

PÉREZ.

Hay un atrevidoque me corteja á mi esposa.

PRINCESA.

E s C o b e d o , ¿ e h ? (Después de un momento.)

PÉREZ.

Sí.PRINCESA.

Al ir Juanaá profesar, le escribiól l a m á n d o l e . . . (Recordando.)

PÉREZ.

¿Y él?...PRINCESA.

Cumplióel deseo de su... hermana,y llegó á Madrid, deshecho

el juicio en sus trampantojos,con el júbilo en los ojosy la epístola en el pecho.Aún recuerdo la expresiónde su orgullo...

PÉREZ.

(No explicándose lo que sucede.) ( ¡ J u a n a ! . . . )

PRINCESA.

«Estacarta, he de llevarla puestasiempre sobre el corazón.»¡Já,já,já!

PÉREZ.

El creería serllamado por ella...

PRINCESA.

¡Justo!Y, ó se engañó, ó no habló á gustode tan discreta mujer.

PÉREZ.

|Bien pudisteis acordarosun poco antes de la historia!

PRINCESA .

Es tan ñaca mi memoriaque me olvido ha3ta de darosdisgustos sin ton ni son.

PÉREZ.

Y el caso es... Si hoy se repitela llamada.

PRINCESA .

El sabio admitela mudanza de opinión.Y Juana es sabia... Y celosa,y altanera, y suspicaz.

% PEREZ.

Si eso es cierto, soy capazde repudiar á mi esposa.

PRINCESA.

jTal rigor!PÉREZ.

Sí por mi fe;en cuanto la prueba adquiera...

PRINCESA.

Que la deseáis, cualquierapensaría.

PÉREZ.

No lo sé...—Una vez roto el consorcioque hace tiempo que me hastía,si hoy me infama, entablaríala demanda de divorcio,y acaso Su Santidad,que me aprecia, hallara modode devolverme del todo

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420 REVISTA EUROPEA.—27 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 31

la perdida libertad.El Rey me ha dicho una frasehace poco... Si me veoyo libre...

PRINCESA.

Sí...PÉREZ.

Su deseomayor, será que me casecon vos.

PRINCESA.

¿ E h ? . . . (Sorprendida.)

PÉREZ.(Comprendiendo el pensamiento déla Princesa y con galantería.)

No hay diferenciaentre su amor de hoy y...

PAINCESA.

¡Pues...PÉREZ.

Esto es sólo que el Rey esmuy estrecho de conciencia.

PRINCESA.¡Ya!

PÉREZ.

Y ve que, unidos los dos,corta el vuelo á la impostoravoz del vulgo. Así, señora,dijo el Rey; ¿qué decís vos?

PRINCESA.Para vos es un arcanola honra de vuestra mujer.

PÉREZ.

Mas... si...PRINCESA.

Si os miro caer,¿cómo no daros la mano?

PÉREZ.

|Ah! Gracias.PRINCESA.

¿Por qué?...—¿Y qué hacemosde Escobedo?

PÉREZ.

Si en seguidano le cortamos la vidaó la lengua, nos perdemospara siempre.

PRINCESA.

El Rey.

CARLOS COEM.O.

(So continuará.)

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Sociedad Española de Historia Natural.2 DE SETIEMBRE.

Con asistencia de veintinueve socios de Madridse abrió la sesión, bajo la presidencia de D. Ma-nuel Abeleira, en ausencia delSr. Llórente, y seleyó y aprobó el acta de ht anterior.

El Sr. Areitio leyó una descripción geológica deuna parte de la provincia de Segovia visitada porél en compañía del Sr. Quiroga, cuyo trabajopasó á la comisión de publicación, y presentó va-rios huesos y fragmentos de vasijas de barro ha-lladas por dichos señores en las cavernas de Pe-draza.

El Sr. Vilanova llamó la atención de la Socie-dad acerca de la mención hecha en su Memoriapor el Sr. Areitio, del horizonte de caliza de rudis-tas en las cercanías de Segovia, pues escasea enel centro de la Península, y hasta el presente pornadie se ha indicado.

El Sr. Calderón indicó constarle la existenciade dicho horizonte en Castroceniza, á unas sieteleguas de Burgos, pues posee procedentes de di-cha localidad, donde se hallan en arcillas sueltasy sobre un horizonte de Ostrea, varios Radiolitesen un estado de perfecta conservación.• El Sr. Vilanova leyó un extenso y razonado ar-

tículo bibliográfico sobre la obra recientementeterminada del doctor Schimper, titulada: Traitede Paleontologie vegetóle ou la Flore du mondepri-mitifdans se rapports avec les formations geotogi-ques, et la Flore du monde acHel, trabajo que' sepublicará en los Anales.

Se admitieron cinco socios; se hicieron seis nue-vas propuestas, y se levantó la $esion á las diezmenos cuarto.—El vicesecretario.

Academia de ciencias de París.7 DE SETIEMBRE.

Observatorio de Tolosa.—Corpúsculos en el disco del sol.—La zircosye-nita de la isla de Fuerteventura.—Colecciones geológicas de Cana-rias.—Et magnetismo y el sistema nervioso.—Fenómenos morbosos

Se da cuenta de un despacho telegráfico fe-chado por la mañana en Tolosa, señalando el pasoextraordinario de corpúsculos sobre el disco delsol en el mismo dia "7 y los dos anteriores. Es po-sible que el fenómeno continúe. Los observadoresno hablan nada de sus causas; pero los académi-cos recuerdan que ya se han observado hechosanálogos, produciendo cierto oscurecimiento delsol. Humboldt cita en su Cosmos un fenómeno deeste género que tuvo lugar en 1547; y duró tresdías. «Keplero, añade Humboldt, quiso buscar lacausa, primero en la interposición de una materiacomética, después en una nube negra formada poremanaciones fuliginosas salidas del mismo cuer-po del sol. Chladni y Schnurrer atribuían al pasode masas meteóricas, por delante del sol, los fenó-menos análogos de los años 1090 y 1208 que du-raron tres horas el primero y seis el segundo.»Arago recuerda que el 17 ̂ de Junio de 1777 61 me-dio dia, vio Meissier pasar por delante del sol du-rante cinco minutos, un número prodigioso deglóbulos negros. Hay otros muchos ejemplos.

—M. Elie de Beaumont presenta una nota deM. Meunier sobre la circosyenita de la isla de

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N.°31 BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS. 424

Fuerteventura (Canarias). Es una roca muy inte-resante descubierta por Leopoldo de Buch enGroenlandia, que fue el primero en demostrar sunaturaleza eruptiva. Estudiando las coleccionesgeológicas que M. Webb ha llevado á Paris deCanarias, M. Meunier ha encontrado esta mismaroca que sólo se conocia en la península Scandi-nava y en Groenlandia, y que en Canarias se pre-senta en asociación perfecta con las rocas volcá-nicas. Este hecho puede tener algunas consecuen-cias bajo el punto de vista de la geología general.

—M. Volpicelli cita dos hechos que demues-tran que el magnetismo no produce efecto nin-guno en el sistema nervioso, y que la causa delos efectos producidos por la presencia de unimán debe atribuirse á la imaginación. A unapersona nerviosa que sufria un síncope cada vezque le enseñaban un imán, le puso M. Volpicellien la mano un trozo de hierro sin imantaciónninguna, y esto bastó para hacerle experimentarlas mismas convulsiones y trastornos nerviososque si el hierro estuviese imantado. La exalta-ción de la imaginación habia producido esos fe-nómenos. A otra persona que experimentabagrandes trastornos nerviosos á la vista da unimán, le puso M. Volpicelli alrededor multitud deimanes ocultos sin que él lo supiera, y no observóla alteración; pero apenas le dijo la estratagemaque habia usado, fue tal la sorpresa y el temorque manifestó el enfermo, que empezó á indicarseen él una convulsión. Son fenómenos casi mor-bosos de la imaginación.

1 4 DE SETIKMBRE.

Coagulación espontánea de la sangre. — Acido carbónico.—Máquinaneumática.—Formación del vacío.—Procedimiento perfeccionado.

—M. Mathieu explica los experimentos que hahecho sobre la coagulación espontánea de la san-gre cuando se la extrae de la vena y se la dejaabandonada á sí misma, y dice que esa coagula-ción se opera, única y exclusivamente, por la ac-ción del ácido carbónico que contiene el aire. Envista de este resultado se ocurre preguntar cómoel ácido carbónico, tan abundante en la sangrenegra, no la coagula dentro de las mismas venas;pero M. Mathieu contesta con su observación deque el gas no está libre en la sangre viva, sinocontenido en glóbulos.

—El marqués de las Marismas da cuenta de unperfeccionamiento que ha hecho en la máquinaneumática de mercurio, por medio de cuya mejorala convierte en un instrumento muy cómodo.Consiste en dos globos conteniendo mercurio, quese comunican entre sí, y con el recipiente en quese hace el vacío, por medio de tubos flexibles. Unmecanismo permite subir y bajar alternativa-mente los globos, y según el autor, el vacío ob-tenido de este modo es muy superior al que serealiza de otra manera.

Asociación británica para el progreso de lasciencias.

BELPAST, 19 AL 26 AGOSTO.

El Congreso que anualmente celebra esta Aso-ciación se ha verificado este año en Belfast, cen-tro de la industria irlandesa, y una de las ciuda-des más prósperas del Reino-Unido. Su población,que al principio de este siglo llagaba apenas á20.000 almas, pasa en el año actual de 200.000.

Las sesiones empezaron el 19 de Agosto por undiscurso de M. Tyndall, presidente, y termina-ron el 26 por un meeting general, en el cual hasido nombrado presidente para el próximo añoM. Hawkshaw, el célebre ingeniero que tanto hacontribuido á la perforación del istmo de Suez, ycuya opinión es favorable á la construcción deltúnel submarino entre Inglaterra y Francia.

En breve nos ocuparemos de los importantestrabajos de este Congreso. La próxima reuniónse verificará en Agosto de 1875 en Bristol. Elnúmero de miembros inscritos llega á 1.900.

Congreso de la Asociación médica inglesaNORVICH 11 AL 17 DE AGOSTO.

La puohemia y su contagio.—La fisiología como base de la medicina .^Progresos quirúrgicos.—Grandes hospitales.—El abuso del tabaco.

Inauguróse con una función religiosa, con asis-tencia de mil asociados. En la primera sesión elDr. Fergusson entregó la presidencia al Dr. Co-peman, el cual leyó un estudio sobre la puohemiay demás enfermedades que pueden sobrevenirdespués de las operaciones quirúrgicas. Indicócomo elementos principales de contagio el airecontaminado y el agua impura, y aseguró que lapuohemia no es una enfermedad exclusiva de losgrandes hospitales, sino propia de todos los sitiosen que se olvidan ó abandonan las leyes de la hi-giene y de la limpieza.

—El Dr. Reynolds presentó en la siguiente se-sión un trabajo destinado á preconizar el estudiode la fisiología, como único capaz de proporcio-nar conocimientos sólidos en medicina, desarro-llando en grandes consideraciones los cuatro pun-tos que en su concepto deben estudiarse con ma-yor esmero: la vida; el hombre; la individualidad,y la especificidad morbosa.

—El Dr. Cadge leyó en la sesión del 13 unaMemoria sobre los adelantos modernos de la ciru-gía, entre los cuales citó como má3 importantesel método operatorio de Esmarch y la ligaduraelástica de Dittel.

—El Dr. Churchill presentó un estudio sobrelos grandes hospitales, defendiendo su idea deque, no por ser grandes, deben encontrarse enmalas condiciones higiénicas, como han soste-nido otros facultativos.

—El Dr. Drysdale disertó extensamente en laúltima sesión sobre la acción del tabaco, citandodos casos de amaurosis observados por él en fu-madores jóvenes, á consecuencia del funestoabuso que hacían del tabaco.

El Congreso terminó sus sesiones el 17 deAgosto, después de dilucidar otras varias cues-tiones menos importantes que refiere El SigloMédico, de quien extractamos estos ligeros apun-tes. El año próximo se verificará la reunión deesta Asociación en Edimburgo, bajo la presiden-cia del Dr. Christison.

Congreso de Lila.

L i DISTRIBUCIÓN GEOGRAPIGA DE LA L I G U A VASCA.La lengua vasca es la más antigua de Europa

y verosímilmente autóctona. Las demás lenguasson de origen asiático; el hecho está demostradopor las lenguas arianas y las lenguas turanianasde Europa, es decir, el finlandés, el lapon, el ma-

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422 REVISTA EUHOPEA. 2 7 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 31

gyar y el turco son también originarias de Asia.De éstas, el finlandés es el idioma llegado á Eu-ropa más antiguamente y se extendió á lo lejoshacia el Oeste. Se había querido relacionarle conel vasco, pero con justicia se ha negado este aser-to; los idiomas ugro-flnlandeses y el vasco no tie-nen relación alguna, salvo el carácter negativo;no son lenguas flexibles. El vasco tampoco tienelas afinidades que se ha creido encontrarle conlas lenguas americanas, con gran perjuicio de lasteorías sobre la Atlantida; y menos con el bere-bere. Pero el vasco, hoy aislado en medio de laslenguas arianas, no lo ha estado siempre. Gui-llermo de Humboldt ha reunido una multitud denombres geográficos iberos, que no se explicansino con ayuda del vasco. Es, pues, cierto que elvasco, ó al menos una lengua estrechamente afi-liada á él, ha reinado en toda la Península. Elmismo procedimiento ha demostrado la extensióndel vasco al Norte de los Pirineos, al monos hastael Adur. En ñn, Diódoro y Tucídides dicen quelos sicanios constituyen un pueblo ibero trasla-dado á la Italia meridional.

Así, pues, antes de la introducción de las len-guas arianas habia en Europa numerosas tribusque hablaban dialectos diversos, pero que nece-sariamente estaban más ó menos afiliados entresí. Así sucede en la América del Sur, en África,en Australia, donde una familia de lenguas ocupauna extensión muy grande, cuando no ocupa uncontinente entero, y la familia á que pertenece elvasco ha debido ocupar toda la Europa occiden-tal. Nada contradice esta hipótesis. Después,poco á poco, las lenguas arianas hicieron desapa-recer esos idiomas, de los cuales sólo queda hoyel vasco; de aquí el mantenimiento de los nom-bres de lugares que persistieron hasta la épocahistórica; por lo demás, los autores antiguos in-dican las estrechas relaciones que existían bajotodos puntos de vista entre los aquitanios y losiberos. Antes de los romanos, la Iberia no hábiasido conquistada más que por los celtas y los car-tagineses. De modo que el ibero no es ni una len-gua fenicia, ni una lengua celta, y los antiguosno hacían ninguna distinción entre los iberos ylos vascones ó cántabros, antepasados de los vas-cos; la opinión de Humboldt está, pues, confir-mada. La lengua vasca cedió ante la invasión ro-mana, y la vemos desaparecer en Aquitania y enEspaña; únicamente las tribus de los Pirineosarrimadas al golfo de Gascuña la conservaron;quizá pueda decirse lo mismo de las tribus acan-tonadas entre el Adur y las montañas; pero, aun-que es posible explicarlo de esta manera, la exis-tencia de la lengua vasca en esta región puedetener otro origen.

En el siglo V, los visigodos quisieron someterlos vascoaes de España; éstos perdieron unaparte de su territorio, y muchos de ellos emigra-ron y pasaron los Pirineos, donde se establecie-ron á viva fuerza hasta las orillas del Adur. En602 hasta obtuvieron de Thierry II, rey de Bor-goña, la cesión de este país. Fue una verdaderacolonización vasca, y de esa época puede datar elregreso del vasco al Norte de los Pirineos. ^

Los.vascos españoles son dolicocéfalos,* y losvascos franceses braquicéfalos; así, pues, comodesde los tiempos históricos ninguna raza bra-quicéfala ha ido á la Yasconia francesa, ni nin-guna raza dolicocefala á la Vasconia española,

esta división étnica debe datar de los tiemposprehistóricos.

De cualquier modo que sea, los vascones semantuvieron en su conquista; por dos vecesaplastaron en el paso de Roncesvalles á las tropascarlovingias. Bajo el reinado de Luis el Clemente,extendieron su poderío hasta el Narboneso, peroá la muerte de su gran jefe nacional, el duqueLobo, sus posesiones fueron divididas en tres porlos hijos y herederos de éste: los condes de Bi-gorre y de Bearn y el duque de Vasconia. Desdeentonces, en los dos primeros Estados el ele-mento vascon fue poco á poco perdiendo terrenoante el elemento más antiguo galo-romano, y lalengua de los vasconas desapareció ante un pa-tois de lengua de oc (langiie d'oc=~Languedoc);los habitantes de los Condados rechazaron elnombre de vascones y se llamaron bearnesea.Por otra parte, sin embargo, las incursiones delos vascones más allá del Adur y hasta la Dor-doña, dieron á esta región el nombre de Vasconia,que con el tiempo se trasformó en Gascuña,mientras que los vascones que se quedaron en losvalles pirenaicos modificaron su nombre por uncambio bien conocido de V en B, llamándose Bas-cos (1).

En Francia la línea de demarcación entre lasdos lenguas es bien clara. Aparte de las tres po-blaciones poco alejadas del Oloron, en las cualesciertos padres de familia enseñan á sus hijos áhablar el bearnés y el vasco, no se conoce puntode transición entre los dos elementos. Se sabe pormapas y documentos auténticos que en el tras-curso de los. siglos, los límites vascos no han re-trocedido ante el bearnés; hay, por ejemplo, unaordenanza del rey Carlos IX prohibiendo á loshabitantes de Biarritz y de las localidades veci-nas que usaran el bearnés en los actos oficiales, ymandando que emplearan la lengua francesa, locual prueba que ya Biarritz no era entonces ciudadmás vasca que b'oy. Existe, sin embargo, en estaregión una población bearnesa, la de Bastide-Cla-rense, que por mucho tiempo se ha creido for-maba un islote en medio de los Vascos, pero esteislote es una península unida á las riberas bear-nesas del Adur por una línea no interrumpida depequeñas poblaciones en que se habla bearnés.Esta fijeza no existe en España, pues la línea dedemarcación entre el castellano y el vasco, sealeja cada vez más del Ebro, aproximándose á losPirineos.

No hace mucho tiempo Puente la Reina era to-davía una localidad en que se hablaba á la vezvasco y castellano; hoy no se habla más que cas-tellano, lo mismo que en Pamplona. Hay en Es-paña una zona de transición entre los dos idiomasabsolutamente deficiente en Francia. Un hechoigualmente notable es la exacta coincidencia delas dos líneas orientales á un lado y otro de losPirineos; en la falda del pico de Avit, es dondese reúnen en el puerto del Roncal', incontestable-mente al apoyo que se prestan mutuamente losvascos de las dos vertientes pirenaicas, se debeque su lengua y su nacionalidad ofrezcan enér-gica persistencia, sobre todo en Francia, contrael bearnés. Pero ambos, bearnés y vasco, están

(i) Hoy eiiste esta misma diferencia de V y B entre los vascos esps

Roles y los francfiaes.

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N.° 31 BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

destinados á desaparecer, devorados por el fran-cés; y, gracias á su afinidad con esta lengua ro-mana, el bearnés perecerá primero, pero tarde ótemprano, el vasco no escapará á su suerte.

PAUL BROCA.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

El Diario oficial francés publica una Memoriaremitida por el subdirector de la escuela de Ate-nas, M. Albert Dumont, al ministro de Instruc-ción pública, sobre el viaje del abate Duchesney M. Bayet á Bpiro y Tesalia. Estos dos explora-dores han estado en el monte Athos, en Salónicay en Patmos, cuya biblioteca ha suministradopreciosos tesoros á M. Duchesne. Los resultadosdel viaje consisten en 160 inscripciones recogidas,de las cuales 140 son inéditas; en estudios ar-queológicos muy interesantes para la historia delarte bizantino, sobre los mosaicos de Salónica ylas pinturas de Athos. Pero más interesantes to-davía son las investigaciones paleográflcas deM. Duchesne, entre las cuales son muy notableslos hallazgos de 22 páginas de la Iliada, nuevehojas de Epístolas de San Pablo, manuscrito deCesárea; 30 hojas del Evangelio de San Marcos,manuscrito del siglo vi, y algunos originales deDemóstenes y Tucídides.

• *

Un médico español, el doctor Sojo Batalla, hapublicado una carta reivindicando para sí el ho-nor de haber descubierto hace tiempo el antago-nismo que "existe entre el veneno de la víbora y elde la rabia, y por consiguiente la preservación dela hidrofobia por la inoculación de aquel, obser-vación hecha por el doctor Jitzky, en la Sociedadmédica de Wilna (Rusia). En el núm. 25 de la RE-VISTA EUROPEA (pág. 230 del tomo n), dimos unextracto de la sesión de la expresada Academia;y hoy, en vista de la carta del doctor Sojo, debe-mos consignar que en 1866 hizo pública dichoseñor la observación indicada, en un artículo quecon el título de Verdadero preservativo de la hi-drofobia,, insertó en el Siglo Médico. Con poste-rioridad, el doctor Desmartius, de Burdeos, con-firmó en todas sus partes la eficacia del descu-brimiento del señor Sojo; de modo, que ésta y ladel doctor Jitzky, de Wilna, son dos confirmacio-nes muy honrosas para nuestro compatriota.

* *-En una de las minas de hulla que se están ex-

plotando en el país de Gales ha ocurrido una hor-rible explosión de los gases que exhala el carbónmineral, produciendo gran número de víctimas.Piedras y pedazos de hulla de bastante peso hansido lanzados por la explosión hasta una alturade 200 metros.

***Una correspondencia de Nueva-York dice termi-

nantemente que aumenta el número de los mor-mones.y que hace pocos dias le han llegado de Eu-ropa 700 adeptos, que sólo han permanecido dosdias en aquella ciudad, saliendo en seguida parala ciudad del lago Salado. John-P. Smith, uno delos hijos del profeta y David Mackenzie, secreta-rio del presidente Brigham-Young, han salido de

los Estados-Unidos en cualidad de misionerasmormones, dirigiéndose el primero á Inglaterra,y el segundo á Escocia, á fin de hacer más pro-sélitos.

*# *El Sr. Luvini, profesor de física de la Academia

militar de Turin, ha inventado un instrumentomuy ingenioso que denomina diateróscopo, y quepodrá prestar grandes servicios á la geodesia, per-mitiendo estudiar, por un procedimiento seguro,la influencia de las condiciones atmosféricas sobrela posición aparente de las señales. El dieterós-copo se compone simplemente de una lente astro-nómica, delante de cuyo objetivo se fija un tuboque contiene dos objetivos de menor abertura quela de la lente, y separados por una distancia igualá la suma de sus extensiones focales. El observa-vador ve, pues,dos imágenes de un punto lejano;una aparece al revés á través de la porción quequeda libre del objetivó de la lente, y la otra rectaá través del'colimator y de la lente. Si, en un mo-mento determinado, estas dos imágenes llegan átocarse, toda variación de la refracción se tradu-cirá en seguida por la separación de los dos pun-tos, y podrá ser medida.

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Un periódico científico francés cita una efemé-ride muy curiosa, correspondiente al 20 de estemes. En 1717 se verificó un eclipse de luna quellamó mucho la atención, porque la luna, al salir,apareció ya eclipsada, mientras el sol se ocultabapor el lado opuesto del horizonte. La presencia delos dos astros al mismo tiempo era de un efectosingular que, sin la teoría de la refracción, seriacompletamente inexplicable.

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Un periódico de California refiere que, á medialegua de Bartlett, en la cima de una montaña, hayun manantial que se denomina Gaz Spring, cuyaagua es fría como el hielo y forma espuma comosi hirviera; pero lo más maravilloso es que respi-rando el gas que el manantial despide, sobre-viene infaliblemente la muerte.

El dia 8 del actual se celebró en Salamanca lainauguración de la exposición agrícola y pecua-ria, cuya iniciativa corresponde al Círculo agrí-cola de aquella ciudad, compuesto de propietariosy labradores, deseosos todos del bien de su pro-vincia y de los adelantos de la agricultura.

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Una erupción del Etna.En la mañana del 30 de Agosto, grandes co-

lumnas de humo empezaron á elevarse y exten-derse en distintas direcciones. Todo hacia creerque se habían formado varios cráteres en (a ver-tiente Norte, y que se iba á verificar una de lasmás imponentes y terribles erupciones del Mon-gibello. Pero después de algunas horas cesó elhumo, y la erupción pareció terminada. Por con-secuencia, sin duda, de esta terminación produ-jéronse después grandes sacudidas y tembloresde tierra que han causado un pánico horrible,sobre todo en Randazzo, Bronte, Linguaglossa yPiedimonte. Todos los agentes de la autoridadde la capital marcharon á las citadas localidadespara guardar las casas, porque los habitantes

Page 32: REVISTA EUROPEA.€¦ · V. g. Aquel invierno (el de 1854 á 1855) lo pasaron, no ya sin alfombras, pero sin ... novia que se había dejado en Granada. El ... seos en carretela, ora

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han pasado varias noches á la intemperie lejosde los edificios. Se ha notado un fenómeno bas-tante singular; la carencia de todo ruido interiordel volcan. Habitualmente en el Etna se observan,como preludios de sus grandes espectáculos,fuertes detonaciones y ruidos, como las tormen-tas; pero esta vez no se ha oido nada. La lluviade cenizas ha sido poco considerable. ¿Seránestos los síntomas de una dilatación progresivadel volcan? (GazetCa di Messina.)

Esta última indicación y otros datos contribu-yeron á tranquilizar los áDimos; y ya se creiaterminada la erupción, cuando el 2 de este mesabriéronse con estrépito nuevos cráteres al Estedel cráter primitivo, y á distancia de 2.500 me-tros unos, 5.000 metros otros, y algunos algomás. El citado dia y el 3, fecha de una carta deMessina que tenemos á la vista, se oyeron gran-des ruidos interiores, y todos los cráteres vomi-taron gran cantidad de lava, cuya intensidad con-tinuaba aumentando por momentos.

La generación espontánea.Las tan debatidas como oscuras cuestiones que

se relacionan con la generación espontánea, em-piezan á agitar de nuevo los círculos científicosde Europa, á consecuencia de unos experimentosque acaba de hacer M. Onimus. Este sabio ha he-cho construir un aparato muy sencillo: un globode cristal cuyo cuello está cubierto por un tapónde cautchuc atravesado por tres tubos metálicos.Los dos primeros terminan en el exterior por unallave que sirve para mantener el vacío, y por uncilindro de siete centímetros de longitud que sepuede lleuar de algodón ó de amianto. El tercertubo termina también por una llave, en cuyaextremidad hay un trocar construido de tal ma-nera, que impide absolutamente la entrada delaire en el tubo.

M. Onimus introduce previamente en el globo300 gramos de agua, dos gramos de fosfato deamoniaco y 50 milésimas de gramo de sal mari-na; somete á la ebullición la solución formada deeste modo, y abiertas las llaves, el vapor de aguase escapa al exterior, echando el aire fuera delglobo y de los tubos, al mismo tiempo que elcalor destruye todos los gérmenes que puedenexistir.

Cuando la ebullición se prolonga bastante, secierran las llaves, y queda hecho el vacío perfecto.Entonces se espera á que el aparato vuelva á latemperatura del medio ambiente, y cuando llegaeste1 caso se calienta el trocar y se introduce direc-tamente en la vena cava ó en el corazón de un co-nejo. Ábrese la llave á que está adaptado el tro-car, y gracias al vacío que existe en el globo, lasangre se precipita en él, sin haber sufrido elmenor contacto de aire. Cuando se han recogidode esta manera algunas gotas de sangre, se cierrala llave. M. Onimus ha podido reemplazar la san-gre por clara de huevo.

El globo del experimento contiene de este modosangre ó albúmina que no ha sufrido el contactodel aire. Entonces M. Onimus introduce aire des-provisto de los gérmenes que contiene ordinaria-mente, y para ello se sirve de los otros dos tubosllenos de una espesa capa de algodón cardado óde amianto, calentando al mismo tiempo los dostubos, para estar completamente seguro de la

destrucción de todos los gérmenes que puedecontener el aire. Consigúese, pues, reunir en unespacio cerrado sustancias albuminosas sin nin-guna alteración, líquido desprovisto de gérmenesy aire en las mismas condiciones.

Ningún germen exterior ha podiáo penetrar enel globo; ningún germen interior ha podido sub-sistir; y sin embargo, después de algunos dias,sometiendo el líquido aprisionado á una inspecciónmicroscópica, se encuentran en él animalillos, vi-briones y bacterios. Estos organismos vivientesse desarrollan más lentamente que en un líquidoque esté al contacto del aire normal, no son tannumerosos, son más pálidos y menos movibles,pero se desarrollan y viven. He aquí la generaciónespontánea, concluye M. Onimus.

BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.

Tratado del diagnóstico quirúrgico, por Jorge H. B.Macleod; traducido y anotado por D. R. Her-nández Poggio.—Un tomo en 4.° mayor, de 336páginas.—Cádiz, 1874.

El diagnóstico quirúrgico, más difícil de formar que el médico enmuchos casos, constituye uno de los conocimientos más importantes; yesto sentado, compréndese perfectamente la trascendencia del libro queanunciamos, tan útil como necesario en España, donde no existen obrasde esta clase, ni es extraño que no existan, pues en el extranjero, á pe-sar de la reconocida utilidad del diagnóstico quirúrgico, tampoco se hapublicado nada sobre este asunto hasta hace poco tiempo., Uno de los libros más notables del extranjero en esta cuestión, es elde Macleod, á que se refieren estos apuntes, obra clásica en Inglaterra,que se distingue por la claridad, concisión y riqueza de conocimientos;y por lo tanto el Sr. Hernández Poggio ha prestado un verdadero servi-cio á la ciencia y á sus comprofesores españoles con la versión y publi-cación de una obra tan notable, impresa con gran esmero en el acredi-tado establecimiento de la Revista Médica de Cádiz.

Tristeza', segunda mazurka para piano, por D. A.Luceño y Becerra.—Toledo, editor, Fuencar-ral, 11, Madrid, 1874.

La Madrileña', canción española, con acompaña-miento de piano, letra y música de D. IsidoroHernández.-—Toledo, editor, Madrid, 1874.Dos obras musicales de tan distinta índole como expresap los epígra-

fes anteriores, pero ambas muy notables, acaba de publicar el activoeditor D. Nicolás Toledo, cuyo establecimiento ha llegado á adquirir enpocos afíos una boga que hace honor á su inteligente dirección. LaTristeza, del Sr. Luceño, es una polka de fácil ejecución destinada á brillaren los salones, como la Pureza que publicó hace algún tiempo, puesambas revelan brillantes dotes artísticas en su joven autor, conocido á lavez por sus trabajos literarios. De la canción del Sr. Hernández sólodebemos recordar que su autor lo es de gran número de composicionesde este género, y que todas ellas han merecido éxitos y aplausos no co-munes. El Sr. Hernández es uno de los artistas que más hacen gemirlas prensas, y esto sólo sucede con el verdadero mérito.

Propiedad literaria.Relación de las obras presentador en el Ministerio

de Fomento en el mes de Agosto de 1874.Losarcos.—Defensa de las instituciones sociales, 1 t. 8.°Morenas.—Método de lectura, filosófico y sencillo, 1 t. 8.°Gutiérrez.—Códigos 6 estudios fundamentales, t. 7.° en 4.°Menendez.—Refutación de los principios de la Internacional, 1 í. 8.°Cogan.—Memoria sobre fábrica de papel en Sevilla, 1 t. 8.°Meneses.—Ideal del arte industrial, 1 t. 8.°Serrano.—Gula de las madres de familia, 1 t. 8.°Busto.—Cuadros de patología general, 2 t. 4.°Montaut.—El Jurado, 11.4.°Ardua—Una vendimia en Jerez, 1 t. 8.° , ,La Serna y Montalban.— Elementos de Derecho civil, 3 t. 4."España mitológica, comedia manuscrita, i t. 4.°Almanaque déla Risa para 1875,1 t. 8.°Cremieux.—Bagatelle, opera cómica de Offenbach, 1 t. 12.°

Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, Rubio, 25 .