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Romanos: Es su escrito más importante además de ser el más largo, es la más característica y comprensible de todas sus cartas, la mejor de todas para servir de introducción a sus enseñanzas y un epítome a sus pensamientos. Es de hacer notar que la más importante carta del Apóstol de los Gentiles, es la que dirigió a la iglesia que se encontraba en la capital del mundo de los gentiles y ésta es razón suficiente para preceder al resto de las otras en el orden de su publicación. La epístola a los Romanos es el corazón de las enseñanzas del apóstol, su mejor trabajo literario en el momento más activo y en el que posee los mayores poderes de su vida. EL MENSAJE TEOLÓGICO DE FONDO. Al examinar la estructura literaria de la carta, hemos subrayado reiteradamente el empeño con que Pablo, haciendo objeto de una reflexión atenta su experiencia judía y cristiana, afronta y profundiza una temática típicamente teológica. El argumento de fondo es el evangelio. Para Pablo, el evangelio, según lo explica con detalle en la carta a los Gálatas, es el anuncio de Cristo muerto y resucitado, el cual, como tal, se cruza en el camino del hombre interpelándolo personalmente y poniéndolo ante una decisión. Si el hombre acepta el evangelio mediante la apertura incondicional de la fe, se coloca en el camino de la salvación. Si, en cambio, se cierra al anuncio y lo rechaza, se coloca por el hecho mismo en el camino de la que Pablo llama "perdición". Pablo enuncia este argumento justamente al comienzo de la carta (1,16-17). De este argumento unitario se desarrolla un abanico teológico que toca muchos aspectos de los más importantes del pensamiento de Pablo.

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Romanos:

Es su escrito más importante además de ser el más largo, es la más característica y comprensible de todas sus cartas, la mejor de todas para servir de introducción a sus enseñanzas y un epítome a sus pensamientos.

Es de hacer notar que la más importante carta del Apóstol de los Gentiles, es la que dirigió a la iglesia que se encontraba en la capital del mundo de los gentiles y ésta es razón suficiente para preceder al resto de las otras en el orden de su publicación.

La epístola a los Romanos es el corazón de las enseñanzas del apóstol, su mejor trabajo literario en el momento más activo y en el que posee los mayores poderes de su vida.

EL MENSAJE TEOLÓGICO DE FONDO. Al examinar la estructura literaria de la carta, hemos subrayado reiteradamente el empeño con que Pablo, haciendo objeto de una reflexión atenta su experiencia judía y cristiana, afronta y profundiza una temática típicamente teológica.

El argumento de fondo es el evangelio. Para Pablo, el evangelio, según lo explica con detalle en la carta a los Gálatas, es el anuncio de Cristo muerto y resucitado, el cual, como tal, se cruza en el camino del hombre interpelándolo personalmente y poniéndolo ante una decisión. Si el hombre acepta el evangelio mediante la apertura incondicional de la fe, se coloca en el camino de la salvación. Si, en cambio, se cierra al anuncio y lo rechaza, se coloca por el hecho mismo en el camino de la que Pablo llama "perdición". Pablo enuncia este argumento justamente al comienzo de la carta (1,16-17).

De este argumento unitario se desarrolla un abanico teológico que toca muchos aspectos de los más importantes del pensamiento de Pablo.

1. PARTE DOGMÁTICA. El tema del evangelio adopta, como hemos visto antes, una articulación en tres partes, que aparece, aunque en proporción diversa, en cada una de las cuatro secciones.

a) Situación de pecado. Pablo mira al hombre con un sentimiento de confianza y simpatía. Pero su capacidad de observación, sensibilizada por la familiaridad con el AT, no le permite hacerse ilusiones: el hombre es de hecho pecador. Hay en él como una insuficiencia radical, por la cual sus opciones, lejos de perfeccionarlo, abren como lagunas en su sistema. El hombre, al pecar, se autolimita.

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Pero ¿qué es propiamente el pecado del hombre? Pablo intenta descubrir su raíz: hay una "verdad" (Rom 1,18), propia de Dios y comunicada al hombre, que éste tiende de hecho a sofocar (cf Rom 1,18). A consecuencia de esta extraña actitud, que debilita en un primer momento la relación con Dios y termina luego eliminándola del todo, el hombre no se encuentra ya en su mundo propio. Confunde a Dios creador con sus criaturas, cayendo en la idolatría; se desliza hacia una situación de comportamiento recíproco que Pablo no vacila en calificar de vergonzosa (cf Rom 1,26-32).

Este discurso, válido en sentido pleno para los gentiles, tiene aplicación también en el mundo judío. Los judíos viven en una situación de insuficiencia y son pecadores no menos que los demás, porque, a pesar de tener una ley dada por Dios, de hecho no sólo no la observan, sino que hacen incluso de ella un título de orgullo personal, como un trampolín de lanzamiento del propio yo.

Esta condición de insuficiencia pecaminosa asume proporciones históricas impresionantes: "Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios" (Rom 3,23). Hay en todos una privación, un vacío de aquella imagen, de aquella "realidad" (gloria) de Dios que el hombre, justamente en cuanto tal, está llamado a realizar. Revive en los individuos y a nivel colectivo el Adán que peca (cf Rom 5,12-14). El pecado deja sentir sus consecuencias: el vacío que causa y expresa el pecado es un vacío de muerte. También la muerte física es una consecuencia del pecado. Lo es sobre todo, a los ojos de Pablo, la muerte en sentido espiritual, aquella especie de rigidez cadavérica moral que le impide al hombre realizar su verdadera identidad ya sea en la relación con Dios o en la relación con los demás. El hombre implicado en el pecado está en contradicción consigo mismo (cf Rom 7,1-24). Y la ley de Dios, mientras es un hecho externo, en vez de ayudar, aumenta de hecho la entidad del pecado, haciendo tomar conciencia de él (cf Rom 7,13).

b) La justificación en virtud de la fe. El evangelio le permite al hombre superar esta situación negativa, que de otra forma se haría crónica y sin salida.

Al acoger el anuncio, el hombre es bautizado, convirtiéndose así en cristiano. El bautismo establece entre el cristiano y Cristo un lazo estrechísimo de reversibilidad. La muerte de Cristo, con toda la capacidad de destrucción del pecado que le es propia, pasa al cristiano y lo libera de la pecaminosidad; la vitalidad típica de Cristo resucitado pasa igualmente al cristiano con toda la riqueza contextual que conlleva: el don del Espíritu, la filiación. Pablo, en el intento de unir en un solo hilo de comprensión en profundidad todos los elementos que van de la liberación del pecado a la vida según el espíritu típica del cristiano hijo de Dios, habla de "justificación" (dikaiosyne). La historia de la exégesis, particularmente compleja a este respecto desde el tiempo de la reforma protestante hasta nuestros días,

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impone la máxima cautela. De todos modos, se puede decir en términos generales que la justificación, como la entiende Pablo, es un equilibrio —en la línea del hebreo sedaqah, del que deriva— realizado por Dios, "justo y que justifica" (Rom 3,26), entre la que es la fórmula ideal del hombre —imagen de Dios en la forma de Cristo: cf Rom 8,29—y su realidad histórica. Podríamos decir que sólo la justificación actuada le permite al hombre realizarse plenamente tal como es. La justificación tiene lugar ya ahora, en el presente cristiano, pero sólo en estado inicial. El tan deseado equilibrio completo entre el proyecto de Dios relativo al hombre y su actuación concreta se podrá producir solamente a nivel escatológico.

Don gratuito de Dios, la justificación ha de ser aceptada por el hombre. Y la aceptación es, en sentido afirmativo y exclusivo, la apertura de la fe, mediante la cual el hombre acepta el evangelio sin condiciones. Lo que en el hombre precede a esta apertura carece de importancia. La apertura de la fe —Pablo habla por extenso de ella en la carta a los Gálatas— no es ciertamente fácil, de lo cual es una prueba dolorosa la actitud de los judíos, que no aceptaron el evangelio encerrándose en su justicia; ella compromete al hombre en una relación de confianza total, de vértigo, respecto a Dios, que es el único que posee el secreto de la verdadera identidad, de la "justicia" de cada hombre. Pablo ilustra la fe en detalle repensando la figura de Abrahán, "que creyó en el Dios que da la vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen" (Rom 4,17; cf todo el c. 4). [/ Evangelio II, 1;I Fe; / Justicia III, 2; / Pecado; / Redención IV; / Bautismo IV; / Espíritu II, 3-6].

c) El comportamiento del justificado. Una vez que el hombre es liberado de su pecaminosidad, hecho hijo de Dios y guiado por el Espíritu, se encuentra en condiciones de expresarse como tal en un comportamiento nuevo típico del justificado. Ese comportamiento no es cuantificable en una serie de prescripciones y preceptos justamente porque, en cuanto comportamiento característico de los hijos de Dios animados por el Espíritu, está determinado por el influjo del Espíritu, que tiende a reproducir en el cristiano los rasgos específicos de Cristo. Con este comportamiento el cristiano tiene autonomía respecto al exigido en el AT; pero recupera, en un contexto nuevo determinado por el Espíritu de Cristo, todos los elementos positivos: "Nosotros, que vivimos conforme al Espíritu y no conforme a los bajos instintos, podemos practicar la justicia que ordena la ley" (Rom 8,4). Pablo insiste entonces en la disponibilidad radical al influjo del Espíritu: "Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rom 8,14); surge una capacidad de amor, que sólo el Espíritu puede comunicar: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5). En particular, hay una acción misteriosa del Espíritu que integra y corrige el contenido de nuestra oración, encuadrándolo en lo absoluto del proyecto de Dios (cf Rom 8,26-27). La presencia actual del Espíritu en la vida del cristiano con la carga de dinamismo que comunica impulsa a mirar al futuro: "En la esperanza fuimos salvados" (Rom 8,18). Hay una espera, una tendencia hacia la plenitud escatológica que,

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pasando a través del cristiano, se derrama también en el ambiente físico: la plena libertad de los hijos de Dios se realizará al final de los tiempos y tendrá su misterioso correlato también en el mundo físico, el cual, superando el estado presente, será transformado en proporción directa con la nueva condición del hombre (cf Rom 8,19-22).

d) El problema de los judíos. Aunque insertado orgánicamente en la parte dogmática de la carta, el párrafo de Rom 9-11 merece una atención particular por un tema que trata de una manera específica: ¿Qué hay del pueblo judío, que no ha acogido al mesías? Pablo se plantea el problema temblando (cf Rom 9,1-5); y, sin la pretensión de resolverlo todo, hace algunas puntualizaciones de gran interés teológico-bíblico.

Ante todo, Pablo se preocupa de establecer un punto firme, el pueblo de Dios continúa, dada la infalibilidad de la palabra de Dios. Dios se ha comprometido y es coherente con su compromiso. Procediendo según su lógica incomprensible de amor, Dios, en lugar del pueblo judío, se ha elegido otro pueblo, el cristiano, constituido por gentiles y judíos que han aceptado a Cristo y realizan la "justicia, la justicia de la fe, mientras que Israel, persiguiendo la ley de la justicia, no llegó a conseguir esa meta" (Rom 9,30).

Los judíos han permanecido extraños al movimiento de la fe buscando su propia justicia, derivada de la ejecución de la ley. Es éste el punto decisivo, y Pablo lo reitera con insistencia (cf 10,1-21).

¿Ha sido, entonces, repudiado el pueblo de Dios? Pablo no quiere ni siquiera hacerse una pregunta de esta clase; se lo impide el afecto que profesa a sus hermanos judíos y su conocimiento del AT. Si la clausura de los judíos en cierto sentido ha favorecido a los gentiles, habrá en el futuro una aceptación por su parte del mesías, lo cual contribuirá al enriquecimiento de todos: "Todo Israel se salvará" (Rom 11,26). Los gentiles convertidos al cristianismo deberán recordar siempre que han sido injertados en el olivo del antiguo pueblo judío, el cual sigue siendo la "raíz santa" (Rom 11,16).

Todo este cúmulo de reflexiones le lleva a Pablo a reconsiderar la trascendencia de Dios, el cual está presente y obra en la historia, aunque permaneciendo siempre inaccesible (cf Rom 11,33-36).

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En resumen: el hombre, rehecho por Dios que lo "justifica", no sólo ha superado el vacío del pecado, sino que se encuentra inserto en un dinamismo nuevo, que alcanza su vértice en la capacidad de amar a Dios con el amor mismo de Dios.

2. PARTE EXHORTATIVA. El dinamismo del amor del que es capaz el cristiano encuentra en la parte exhortativa de la carta toda una serie de ejemplos aplicativos que merecen una atenta consideración. El cuadro teológico de la vida según el Espíritu se ve enriquecido y precisado. Seguimos el orden de la exposición.

Pablo exhorta ante todo, apelando directamente al amor de Dios que ha puesto en movimiento la salvación, a "que ofrezcáis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios; éste es el culto que debéis ofrecer" (Rom 12,1).

La que en la experiencia del AT —y que Pablo había hecho suya con entusiasmo— era la actividad litúrgica del templo y a él limitada, se extiende ahora a todo el conjunto de la vida. La oferta sacrificial viva y continuada, constituida por el "cuerpo" —o sea, en el lenguaje típico de Pablo, por todas las relaciones concretas de la persona que vive en el tiempo y en el espacio—, se convierte ahora en una verdadera liturgia de toda la existencia. Justamente esta actitud permanente de culto le da a la vida aquel sentido profundo, aquel valor de coherencia, aquella lógica que era una aspiración constante en el ambiente griego, y que en el fondo se encuentra en cada hombre. La vida adquiere sentido y valor en la medida en que es ofrecida a Dios.

La oferta de la vida a Dios no se desvanece en una actitud de un misticismo vago e intimista, y mucho menos saca al hombre de lo que es su realidad. La oferta prolongada por la vida se realiza —se apresura Pablo a precisar— con dos condiciones: la negativa a aceptar del ambiente en el que vive el cristiano aquellas propuestas de valores que van en sentido contrario al evangelio ("No os acomodéis a este mundo", Rom 12,2a) y, positivamente, una renovación continua de la mente para poder captar, en lo concreto de la vida, la voluntad de Dios, siempre nueva ("Al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" Rom 12,2b).

Sobre este fundamento de una liturgia nueva, que abraza toda la existencia proyectándola en la búsqueda incondicionada de la voluntad de Dios, adquieren relieve e interés las otras puntualizaciones concretas que presenta Pablo.

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La voluntad de Dios se descubrirá mediante un discernimiento continuo. Pero hay modalidades constantes en las cuales se expresa ya la voluntad de Dios. Pablo recuerda, entre otras modalidades, la convergencia en la unidad cristiana de todos los dones particulares, los "carismas" que Dios ha otorgado (Rom 12,3-8). La voluntad de Dios se busca y se encuentra juntos, en la integración recíproca.

La constante más importante —hasta el punto de constituir la plenitud de la nueva ley (cf Rom 13, 10)— de la voluntad de Dios respecto al cristiano es "un amor sincero" (Rom 12,9). Participación y expresión del amor mismo de Dios, el amor del cristiano tendrá una apertura constante a todos, una disponibilidad y una capacidad de acogida sin límites, una creatividad gozosa. Lo mismo que el de Dios, el amor del cristiano no retrocede ante el mal: "No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien" (Rom 12,21).

La voluntad de Dios buscada en lo concreto de la vida impulsa al cristiano a mirar a su alrededor. Verá que vive en un contexto social determinado que, como en el caso de los romanos, está constituido también por una organización estatal, con una autoridad que es ejercida y que exige de todos contribuciones concretas. El cristiano mira de frente a esta realidad sin escapar verticalmente. Lo que la autoridad estatal, incluso pagana, exige para el bien de todos, encuentra al cristiano plena y activamente disponible (cf Rom 13,1-7) [I Política II, 4].

Volviendo al tema del amor como síntesis de la ley —seguimos en el ámbito de la voluntad de Dios respecto del hombre—, Pablo hace una aplicación articulada del mismo a la situación eclesial de Roma a propósito de los "débiles" y de los "fuert°s" en la fe. El discurso tiene un planteamiento teológico simple y lineal: "Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las deficiencias de los débiles y no buscar lo que nos agrada a nosotros mismos. Cada uno de nosotros debe procurar agradar a su prójimo para su bien y su robustecimiento en la fe. Porque Cristo no buscó lo que le agradaba" (Rom 15,1-3). El respeto del ritmo de crecimiento propio de la fe ajena es encuadrado en una actitud global de amor, que desplaza hacia el otro el centro de gravedad del interés: el otro es más importante que yo. El amor que se desposee de sí para hacerse don ha sido el amor típico de Cristo. En el cristiano que ama al otro como otro, determinándose por él, revive la opción fundamental de Cristo. En la búsqueda de la voluntad de Dios encuentra el cristiano en su camino el ejemplo de Cristo.

Finalmente, merece una breve reflexión teológico-bíblica también el capítulo 16, que cierra la carta en la forma que, al menos desde un cierto tiempo en adelante, adquirió y que mantuvo constantemente.

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Injusticia y pecado

En su teología sobre el pecado (adikia-hamartía) y la justicia de Dios (Rm 1-3) no

se menciona explícitamente el imperio; se habla de las impiedades e injusticias de

los seres humanos que encerraron la verdad en la injusticia (1.18), y de que no

había nadie capaz de hacer justicia. Pero un estudio de la situación romana desde

la perspectiva de los pobres hace inmediatamente la ligazón entre el poder del

pecado y la situación socio-económica; entre la justicia de Dios y la justicia del

imperio, entre la gracia de Dios que otorga su justicia como don (frente a la

imposibilidad práctica del ser humano de realizarla) y el mérito de status, riqueza y

poder que rige la ley imperial.

Creemos que Pablo ve en el sistema del imperio romano un poder estructural

económico, político y militar, imposible de hacerle frente. Por eso cobra las

dimensiones de una estructura de pecado (hamartía) que lleva a la muerte. Lo ve

como un sistema que, bajo las apariencias, se presenta como el protector y

pacificador de las provincias, pero que esconde en su seno la práctica de la

injusticia. Para Pablo, esto es ausencia o desconocimiento de Dios, idolatría pura. 

Nótese que Pablo utiliza el término pecado (hamartía) en el capítulo tres, no antes.

En 1-2 no habla más que injusticia (adikia). La práctica de injusticia de todos

pervirtió el conocimiento verdadero de Dios. Eso llevó a que se cautivara la verdad

en la injusticia. Pecado es la sociedad invertida, en la cual todos los seres

humanos son cómplices por su práctica de injusticia. 

Esta ausencia de justicia/ausencia del Dios verdadero, le llevó a Pablo a teologizar

sobre el pecado desde Adán. El imperio romano no era la primera ni la única

experiencia de dominación de los pueblos, por eso, tiene que haber algo más

profundo en el interior del ser humano que le hace responsable de las injusticias y

se enreda en ellas. Porque, en un momento, dado éstas cobran autonomía y se

tornan en estructuras de relaciones sociales de pecado, incontrolables y

esclavizadoras de todos los seres humanos. A eso se le llama pecado (hamartía).

 Pablo no percibe en su tiempo una justicia que tuviera el sello de la verdad. Los

judíos pensaban que cumpliendo la ley hacían justicia verdadera. Pablo prueba lo

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contrario: quieren hacer justicia dictados por la ley, y su resultado es la injusticia

(Rm 2.21-23).

2.2.2.      La ley y la fe en el contexto de exclusión

Había algunos sectores judeo-cristianos que exigían la circuncisión y el cumplimiento de varias observaciones de la ley, para todo aquel que quisiera tener acceso a las promesas de Dios (dadas a Abraham y su descendencia) y pertenecer a su pueblo. Pablo, por su misión con los no-judíos, gente excluida por estar fuera de la ley judaica, afirma que la ley es incapaz de justificar al ser humano delante de Dios. Dios, gracias a la vida de fe de Jesucristo, había acogido por gracia a todos los seres humanos como sus hijos, y quienes tenían fe en la resurrección de los muertos fueron renovados con la capacidad de hacer justicia. Al hablar de justificación por la fe y no por las obras de la ley, el Apóstol coloca en un plano de iguales a todos los pueblos. Con esta propuesta teológica resuelve felizmente esta división de mundos (judíos y no-judíos) y universaliza la fe cristiana para que otros tengan la posibilidad de acceso a las promesas hechas a Abraham. Esto es en cuanto a la disputa teológica muy concreta que surgió de las comunidades cristianas primitivas. Pero esta lógica de la inclusión del excluido al ser justificado por fe, lleva a otros niveles, además del religioso. Ya desde el punto de partida está presente la dimensión cultural (cultura judía/otras culturas). Pablo mismo cruzó, de manera espontánea, la barrera de lo propiamente judío para llegar a lo social y sexual, por eso tendrá que afirmar que en Cristo no hay ni amo ni esclavo, ni mujer ni varón (Ga 3.28), otras dos desigualdades entre los seres humanos. La realidad de la injusticia convertida en pecado, que describe en Rm 1-2 y que se deja ver también en su crueldad concreta en 8.18-38, obliga a ampliar la categoría de exclusión a la dimensión económica, política y cultural.Una palabra en cuanto a la ley mosaica. El interés de Pablo no es desautorizar la ley sola. Esta cuando no va unida al pecado, es buena, justa y santa. El problema surge cuando es absorbida por el pecado, el pecado cobra vida, dice Pablo. Esto es porque la unión entre el pecado y la ley causa la alienación de los sujetos (Rm 7). Estos pierden la conciencia y se vuelven esclavos de la ley. Pablo, creemos no se refiere solo a la ley judaica, en su pensamiento incluye lo que significa la lógica de la ley cuando se impone al sujeto. Por eso tiene en mente, la ley romana, la lógica del sistema de aquella civilización y las tendencias impuestas por las costumbres. La ley recobra su función original de justicia cuando está orientada por la lógica del espíritu o de la fe. En este sentido la fe consolida la ley (3.31). Lo que Pablo intenta recalcar es lo que Jesús había enseñado: el Sábado debe estar al servicio del ser humano y no a la inversa.

2.2.3.      La justicia y la justificación es para transformar el mundo invertido por el pecado

El término “justicia de Dios” posee distintas connotaciones, trata de la justicia forense, de la manera justa como Dios siempre ha actuado en la historia, y de una justicia que espera que el hombre practique. A pesar de estas distintas connotaciones, todas apuntan a la diferencia entre esta justicia y la justicia que los cristianos del primer siglo experimentaban, sea la justicia forense o la justicia social: la una era discriminatoria, la otra representaba su mentira: la injusticia. Ya que no había posibilidad objetiva ni subjetiva de hacer justicia por los propios medios en un mundo injusto dominado por el pecado, el anuncio de la justicia de Dios aparece como una gran noticia. Pablo no hace más que recordarla porque esa justicia llegó con Jesús, su vida, muerte y resurrección. Pablo llega a la conclusión de que frente a la precariedad de la vida y la imposibilidad humana de sobreponerse a la injusticia de la que es víctima y responsable, la justicia de Dios capacita a los seres humanos para que sean hacedores de justicia verdadera. Jesús fue el primero y por él todos tienen el acceso a esa gracia, aun los agentes victimarios, si son capaces de creer al Dios que resucita a los muertos (cp. Rm 4.24s). Esta fe en lo imposible (cp. Rm 4.19) le fortalece en su existencia cotidiana, luchas y peligros (cp. 1 Co. 15.31s).14Tradicionalmente se ha creído que se es justificado por la fe en Jesucristo, por su muerte en la cruz. Una mejor traducción posible de dia pisteos Iesou Xristou (3.22), es que se es justificado por la fe de Jesucristo. Es decir, su vida de fe manifestada en sus obras en Palestina, no se guió por la obediencia de la ley manipuladora, sino por Dios. Dios le justificó por su ministerio de justicia. El hecho de que fue resucitado evidencia que fue justificado por Dios, que su juicio fue contrario a las leyes romanas y judías.15Si por la desobediencia del primer Adán, se introdujo la muerte en la humanidad, por la obediencia de Jesús, figura del segundo Adán, estos fueron constituidos justos (5.19); fueron recreados para la vida, fueron hechos sujetos capaces de hacer justicia al orientarse por la lógica del espíritu que lleva a la vida.

2.2.4.      La lógica de la fe triunfa sobre la lógica de la ley

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Con la llegada de Jesucristo, quien inaugura el camino de la fe, se vive en los tiempos de gracia y no de la obediencia a las leyes. Los humanos que acogen el don de la justicia de Dios se orientan por la lógica de la fe, la cual es una manera diferente de conducirse en la vida, llenos de esperanza, al servicio de la justicia. Estos son los llamados “los que están en Cristo” y tratan de actuar como Jesús; se orientan por la lógica del espíritu, que es la lógica de la vida, justicia y paz. Esto no quiere decir que se vive fuera del mundo. La lógica de la gracia o de la fe se vive dentro del mundo en donde también está la lógica de la ley, opuesta a la del espíritu. Pablo la llama también la lógica de la carne.16 Aquí se da una lucha histórica entre la vida y la muerte, la lógica del espíritu y la lógica de la ley y también dentro de las personas, que quieren hacer el bien y no lo pueden ejecutar. En esta lucha en tiempos de gracia, Pablo asegura que la gracia sobreabunda aunque el pecado abunde, y que la vida triunfa sobre la muerte. Las comunidades necesitaban de esta fe. Pablo interpela la fuerza de lo divino en lo humano, ya que cuando los seres humanos acogen el don de la justicia por fe, la divinidad forma parte de ellos, viven en Cristo están en Cristo. Pablo llega a afirmar que tales creyentes son hijos de Dios, herederos y coherederos de Cristo. Parece que es importante para Pablo que el bautizado reconozca la fuerza de su espíritu y del Espíritu que se une a él para testimoniar que tiene el poder de Dios, porque es hijo libre de él (8.15-16). Al ser hijo libre, ha dejado de ser esclavo de la ley y del pecado. Pasa a ser señor de la historia, sigue la ley solo cuando está al servicio de la vida y la justicia (5.17).

2.2.5.      Dios elige en su gracia a los excluidos para que no haya exclusión

En los cap. 9-11 Pablo se replantea el rol de Israel como pueblo elegido en la historia de la salvación. Si Dios acoge a todos incluyendo los no-judíos, ¿cuál es el sentido de que haya elegido a un pueblo? Para comprender esta sección habría que considerar lo siguiente:171) La elección debe ubicarse bajo el designio misericordioso de Dios, cuya voluntad es que todos formen parte de su pueblo. Antes de que Dios elija existe ese proyecto de vida para todos. 2) Para que se cumpla el designio de misericordia de Dios para todos, Dios elige al menor, al excluido, al pueblo oprimido, para que de testimonio del amor y poder de Dios. La opción de Dios -elección- por el excluido se da para incluirlos como herederos del Reino. Elegir al excluido es la garantía de que todos formen parte del pueblo de Dios. 3) En el momento en que el elegido, sea persona o pueblo, tenga una actitud de arrogancia y de rechazo a otros, deja de ser elegido y preferido de Dios. El excluido-elegido debe recordar que ha sido elegido por gracia y no por méritos propios. Por tal razón la elección está ligada a la promesa y no a la descendencia según la carne (Rm 9.8).

2.3.         Sabiduría en la vida cotidiana

En la vida cotidiana hay que actuar con discernimiento, orientados por la lógica del amor.Los postulados teológicos anteriores son fundamentos para orientarse en las acciones de la vida diaria. Sin embargo, Pablo pide una constante renovación de la mente y los cuerpos para tratar de dilucidar la voluntad de Dios en cada momento (12.1-2). Aquí, el discernimiento es fundamental. Saber conducirse con la lógica del espíritu o la fe, implica actuar con mucha sabiduría. A veces implica someterse a la ley coyunturalmente para sobrevivir, a veces implica limitar nuestra libertad para no ser escándalo al hermano o hermana débil (Cp. Rm 14). La renovación constante, el discernimiento sabio y el régimen del amor son la garantía que nos indica que estamos bajo la lógica del espíritu y la fe, cuyas aspiraciones son hacia la vida, la justicia y la paz. En este sentido hay que comprender Rm 13.1-7, texto aparentemente ambiguo y contradictorio frente a las líneas claras liberadoras de Pablo. El texto es circunstancial, no es fundante.18

El libro de Romanos deja en claro que no hay nada que podamos hacer para salvarnos a nosotros mismos. Cada “buena” obra que hayamos hecho alguna vez, es como un trapo inmundo ante Dios. Así que tenemos sobre nosotros la sentencia de muerte por nuestras transgresiones y pecados, de la que solo la gracia y misericordia de Dios puede salvarnos. Dios expresó esa gracia y misericordia al enviar a Su Hijo, Jesucristo, a morir en la cruz en nuestro lugar. Cuando entregamos nuestras vidas a Cristo, ya no somos controlados por nuestra naturaleza de pecado, sino que somos controlados por el Espíritu. Si confesamos que Jesús es el Señor, y creemos que Él fue levantado de los muertos,

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somos salvados, nacidos de nuevo. Necesitamos vivir nuestras vidas como una ofrenda a Dios, como un sacrificio vivo para Él. La adoración del Dios que nos salvó, debe ser nuestro más alto deseo. Tal vez la mejor aplicación de Romanos sería aplicar Romanos 1:16 y no avergonzarnos del evangelio. En vez de ello, ¡seamos todos fieles en proclamarlo!

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