Schneider Helga - Dejame Ir Madre

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    DJAME IR,

    MADRE

    Helga Schneider

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    Ttulo original: Lasciami Andar, Madre

    Traduccin: Elena de Grau Aznar

    Copyright Adelphi Edizioni s.p.a, Milano, 2001Copyright Ediciones Salamandra, 2002

    Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A.Mallorca, 237 - 08008 Barcelona - Tel. 93 215 11 99

    ISBN: 84-7888-795-4Depsito legal: B-1 1.712-2003

    1a edicin, noviembre de 20022a edicin, marzo de 2003

    Printed in Spain

    Impresin: Romany-Valls, Pl. Verdaguer, 1Capellades, Barcelona

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    A Daniela

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    El odio siempre me ha sido ajeno.RUDOLF HSS

    (comandante del campo de exterminio de Auschwitz)

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    Viena, martes 6 de octubre de 1998. En el hotel.Hoy te vuelvo a ver, madre, despus de veintisiete aos, y me

    pregunto si durante todo este tiempo has sido consciente de cuntodao has hecho a tus hijos. Esta noche no he pegado ojo. Ya es casi

    de da; he subido la persiana. Una luz mortecina se abre paso sobrelos tejados de Viena.Hoy te vuelvo a ver, madre, pero con qu sentimientos? Qu

    puede sentir una hija por una madre que renunci a su papel demadre para integrarse en la perversa organizacin de HeinrichHimmler? Respeto? Slo por tu edad venerable. Y aparte de eso?

    Es difcil decirlo: no siento nada. Al fin y al cabo, eres mi madre.Pero es imposible que sienta amor. No puedo amarte, madre.

    Estoy nerviosa, y recuerdo a mi pesar nuestro ltimo encuentro,en 1971, cuando te volv a ver despus de treinta aos; meestremece recordar el espanto que sent al descubrir que fuiste

    miembro de las SS.Y no te arrepentas. Seguas estando orgullosa de tu pasado, de

    haber sido una empleada modelo en aquella eficaz fbrica de loshorrores.

    Son las seis, el cielo est plomizo; ser un da lluvioso. Y hoy tevuelvo a ver, madre, por segunda vez desde que me abandonastehace cincuenta y siete aos: toda una vida. Siento una amargainquietud, de anhelo impaciente. Porque, a pesar de todo, eres mimadre.

    Qu nos diremos? Qu me dirs? Percibir en ti alguna huella

    de amargura por el vaco que ha habido entre nosotras? Mededicars esa caricia materna que deseo desde hace ms de mediosiglo? O volvers a destrozarme con tu indiferencia?

    En 1971 yo viva en Italia y tena un hijo pequeo, Renzo; derepente, sent la irrefrenable necesidad de buscarte. Te encontr. Yme precipit a Viena con mi nio para volver a abrazarte. Pero a esenieto que te miraba con un entusiasmo lleno de curiosidad, t lotrataste con frialdad, le negaste el derecho de tener una abuela,como me negaste a m el de tener por fin una madre. Porque noqueras ser madre; desde que nacimos, primero yo y luego mihermano Peter, siempre nos confiaste a otros. Y, sin embargo, en el

    Tercer Reich la maternidad era incentivada de forma obsesiva, sobre

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    todo por el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels.Hasta tu jefe, Heinrich Himmler, Reichsfhrer de las SS, sostena

    que sus miembros deban seguir siempre un principio: honestidad,lealtad y fidelidad a los que pertenecan a su misma sangre. Y tus doshijos, acaso no eran de tu misma sangre?

    No, t no queras ser madre; preferas el poder. Delante de ungrupo de prisioneras judas te sentas todopoderosa. Celadora de lasdesnutridas, exhaustas y desesperadas judas de cabeza rapada, demirada vaca... Qu miserable poder, madre!

    Miro el cielo inhspito de Viena y me invade un impulso de rebelda:me arrepiento de haber contestado con tanta solicitud a la llamada deuna desconocida. Debera haberla ignorado, me digo, dejar que lascosas continuaran como en los ltimos treinta aos.

    He decidido viajar con demasiada precipitacin.La carta lleg un da de finales de agosto y, por algn oscuro

    motivo, recel de ella incluso antes de abrirla. Qu poda conteneraquel sobre de un empalagoso color rosa? No esperaba correo deViena. Me fui de all en 1963 y, desde entonces, haba perdido elcontacto con todas las viejas amistades.

    La autora de la carta se llamaba Gisela Freihorst y aseguraba seruna buena amiga de mi madre. As fue como me enter de que anviva.

    S, segua viva, pero la haban trasladado haca poco a unSeniorenheim, una residencia de ancianos, pues su estado de salud

    haba empeorado: sala de casa y se perda, se olvidaba de cerrar losgrifos del agua o, peor todava, la espita del gas, con lo que searriesgaba a volar el edificio entero; en resumen, como se dice enestos casos, se haba convertido en un peligro para ella y para losdems.

    Al principio la trataba el servicio de salud mental de su barrio:tena que ir al centro de da tres veces por semana; para lo dems, seocupaban de ella varias asistentas sociales, a las que siempre hacahuir desesperadas (era evidente que los aos no le haban dulcificadoel carcter, siempre receloso, hurao y rebelde). Pero al final habandecidido sacarla de su casa y llevarla a un lugar en el que pudiera

    estar controlada da y noche.Su madre se acerca a los noventa aos terminaba la carta, y

    podra irse en cualquier momento. Por qu no considera laposibilidad de verla una vez ms? Despus de todo, sigue siendo sumadre.

    Aquellas palabras que quedaban entre lo sencillo y lo burocrticome conmocionaron profundamente. Despus del decepcionanteencuentro de 1971, haba sepultado el recuerdo de mi madre en unrincn oscuro de la memoria; desde haca muchos aos vivaconvencida de que, con el paso del tiempo, esa sepultura virtual se

    haba transformado en una realidad. Imaginaba a mi madre inhumadaen uno de esos encantadores cementerios de Viena, su ciudad natal y

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    la de mi padre. Aquella Viena en la que haba vivido de muchacha, enun colegio, sola y llena de rencor; la ciudad que haba admirado perono amado. Viena, la del inmortal orgullo imperial; la rigurosa,civilizada, verde, limpia y fra Viena.

    La Viena que ahora, con la perspectiva de veintisiete aos, vuelvo

    a contemplar con una especie de cauta fascinacin.Me haba hecho ilusiones. Aquella carta metida en su empalagososobre rosa destroz la confortable conviccin de que mi madre habamuerto, de que ya no tendra que enfrentarme al desgarramiento y aldolor por su culpa.

    Son las seis y veinte; empieza a lloviznar. El cielo sombro aumenta

    mi inquietud.Debera haber ignorado la carta, cada vez estoy ms convencida.

    Me habra inquietado durante unos das, pero luego la habrasepultado poco a poco junto a todo lo dems y me habra deslizadode nuevo hacia una aparente serenidad. Pero no. Me he dejadoembaucar por las palabras afligidas de Frau Freihorst. O tal vez por lacuriosidad: qu aspecto tendr ahora mi madre?

    Es posible que estuviera renaciendo en m una pequea yestpida esperanza? Quiz hubiera cambiado; quiz se hubieraarrepentido; tal vez la vejez le hubiera dulcificado el corazn; quiz

    hasta fuera capaz de un gesto maternal. Curiosidad, esperanza... yuna especie de oscura atraccin. Ced y, casi como si temiesecambiar de idea, anunci enseguida mi llegada a Frau Freihorst.

    Hoy te vuelvo a ver, madre, y me palpita el corazn. Qu nosdiremos? Y si, como sucedi en 1971, slo quieres hablar de ti y detu pasado, de un pasado tan satisfactorio que te sentiste aniquiladatras el hundimiento del nazismo? Intentars, como entonces, elogiara tus ex camaradas, entre los cuales me dijiste que habaintachables padres de familia?

    Recuerdo que nombraste a Rudolf Hss. Alardeaste de haberloconocido bien, as como a su mujer y a sus hijos. Dijiste que fue el

    mejor comandante de Auschwitz y que te disgustaste mucho cuandolo trasladaron. Ya no podras ir a visitar a Frau Hss a su hermosacasita de la SS-Siedlung, fuera del recinto electrificado, contra cuyaalambrada se lanzaban muchos prisioneros para encontrar unamuerte rpida y liberadora. Ya no podras recuperar las fuerzas en laidlica casita de los Hss, ya no podras vencer el cansancio que devez en cuando consegua postrar hasta a una celadora irreductiblecomo t.

    Despus tuve ocasin de leer las memorias que Hss escribi enlos meses que precedieron a su juicio y ejecucin, y record conincrdulo espanto tus enfticas descripciones. Pero tal vez, madre, talvez hayas cambiado. Es posible que ahora podamos hablar, comohablan una madre y una hija que no se han visto desde hace

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    veintisiete aos y que no han hablado en toda su vida.

    De una declaracin jurada de Rudolf Hss, miembro de las SS ycomandante de Auschwitz del 1 de mayo de 1940 al 1 de diciembre

    de 1943, procesado y condenado a muerte por un tribunal polaco:

    Las ejecuciones masivas en las cmaras de gascomenzaron el verano de 1941 y se prolongaron hastael otoo de 1944. Yo supervis personalmente lasejecuciones en Auschwitz hasta el 1 de diciembre de1943 [...].

    La solucin final de la cuestin juda significaba elexterminio de todos los judos de Europa.

    En 1942 recib la orden de aumentar la eficacia delas ejecuciones en Auschwitz. En aquella poca existanotros tres campos de exterminio en el GobiernoGeneral: Belzec, Treblinka y Wolzec. Estos lager seencontraban bajo el mando de la polica de seguridad ydel SD, el servicio de espionaje y seguridad del Reich.

    Fui a Treblinka para comprobar su mtodo deexterminio. El comandante del lagerme dijo que habaaniquilado a 80.000 personas en seis meses, en sumayora judos del gueto de Varsovia. Utilizabamonxido de carbono, aunque en su opinin el mtodono era muy eficaz. Cuando constru el barracn de

    exterminio de Auschwitz utilic Zyklon B, un cidoprsico cristalizado que introducamos en las cmarasde gas a travs de pequeas aberturas. La muerte tenalugar entre 3 y 15 minutos despus. Cuando ya no seoan gritos sabamos que todos estaban muertos.

    Otra mejora respecto a Treblinka fue la construccinde cmaras de gas con capacidad para dos milpersonas, mientras que las diez cmaras de gas deTreblinka slo podan contener doscientas.

    En Auschwitz, el mtodo de seleccin de lasvctimas era el siguiente: dos mdicos examinaban a

    los nuevos prisioneros, que llegaban a un ritmofrentico. Los prisioneros desfilaban ante uno de losmdicos, que indicaba su decisin con una seal. Losque estaban capacitados para trabajar eran enviados alcampo; los otros, inmediatamente al barracn deexterminio. Los nios se exterminaban sin excepcin,ya que no podan trabajar.

    Una mejora posterior con respecto a Treblinka fue lasiguiente: mientras las vctimas de Treblinka casisiempre saban que iban a ser aniquiladas, enAuschwitz procurbamos engaarlas hacindoles creerque bamos a despiojarlas. Como es lgico, a vecesintuan nuestras verdaderas intenciones y, como

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    consecuencia de ello, tenamos que sofocar revueltas. Amenudo, las madres intentaban esconder a sus hijospequeos bajo los vestidos, pero los encontrbamoscon facilidad y enseguida los envibamos a la cmarade gas. Aunque debamos efectuar el exterminio en

    absoluto secreto, el hedor ptrido y nauseabundo queproducan las cremaciones ininterrumpidas se extendapor los alrededores, y la gente de los pueblos cercanossaba que en Auschwitz se estaba llevando a cabo elexterminio...[Die Waffen-SS, Rowohlt, Berln, 1998. Texto ydocumentacin de Wolfgang Schneider.]

    Qu insoportable me resulta pensar en aquellos nios separados desus madres para ser enviados, solos, a la cmara de gas.

    Qu insoportable me resulta pensar que mi propia madre fuecmplice de todo aquello.

    Cae una lluvia lenta y triste; el asfalto, delante del hotel, brillatrmulo a la luz de la farola todava encendida.

    Poco a poco, mientras el amanecer incierto se va transformando

    en una maana hmeda, empiezo a notar una gran debilidad; encambio, tengo la mente muy despejada, aunque la atraviesandestellos de tortuosos pensamientos. Necesitara un caf, un buencaf fuerte, a la italiana.

    Hoy vuelvo a verte, madre, y esa perspectiva me abre un abismoen la boca del estmago. Han pasado veintisiete aos desde nuestroltimo encuentro. Podremos salvar algo, madre? No es demasiadotarde para todo, incluso para tratar de comprender, de perdonar, deiniciar una relacin exigua y atrozmente tarda entre madre e hija?

    Abre las manos me dijiste.Nunca lo olvidar. Me habas arrastrado del brazo, como para

    contarme un secreto, al dormitorio de tu pequeo apartamento en elbarrio de Mariahilf, y abriste un cajn: un gesto antiguo, preludio deun regalo, no es verdad, madre?

    Abre las manos. Y me las llenaste de anillos, pulseras, gemelos, colgantes,

    alfileres, un reloj y un nudo de collares y gargantillas. Durante unsegundo me qued contemplando todo ese oro sin comprender. Ycuando comprend, fue como si me quemase las manos. Abr laspalmas y las joyas tintinearon en el suelo. Me miraste desconcertada.

    Quera hacerte un regalo dijiste con un candor feroz.Podran servirte en caso de necesidad, en la vida nunca se sabe.

    No lo quiero contest.Entonces empezaste a recoger las joyas una a una, con pesarosa

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    meticulosidad. Cuando levantaste con delicadeza una cadenita, elcorazn me dio un vuelco.

    Era una de esas cadenitas que se regalan a las nias en su cuartoo quinto cumpleaos, una cosita de apariencia ligera pero de muybuena factura. En ese momento, mientras recuperabas tu oro, una

    imagen se superpuso a la tuya con absoluta nitidez: empujabas haciala cmara de gas a la nia de la gargantilla. Todo se decidi en eseinstante. De una cosa estuve segura: yo,a esa madre, no la quera.

    Esa madre que nunca me haba buscado y que ahora ignoraba ami hijo, solo en la sala de estar con un lbum para colorear.

    Todava recuerdo tu despechada desilusin. Cmo me permitayo, tu hija, rechazar tal regalo? Pero de verdad, madre, creas quepodas resarcirme de tu larga ausencia con un puado de oro?

    Seguro que no las quieres? dijiste por ltima vez.Qu obtusa e irritante insistencia! Repet mi negativa con dureza.

    Ni siquiera intent explicarte las razones: habra sido intil.

    Estoy preparada. Slo tengo que bajar al vestbulo, donde me esperami prima Eva, que ha venido expresamente de Alemania para estarhoy conmigo. De repente, siento la tentacin de anular la visita. Sinembargo, dudo que ella fuera cmplice de ese acto de puerilcobarda. Es una mujer de carcter dulce pero coherencia frrea.

    Eva es hija de la hermana de Stefan, mi padre; nos encontramoshace un par de aos tras una larga separacin.

    La ltima vez que la haba visto haba sido en 1942, en Berln,

    donde sus padres posean una esplndida villa a la que acuda la altasociedad de la capital. Fue con ocasin de las segundas nupcias de mipadre con rsula, una joven y agraciada berlinesa que se convertiraen mi acrrima enemiga. No me quera, slo aceptaba a Peter, mihermanito. Y yo pagaba su rechazo con la misma moneda. Unareaccin instintiva, animal.

    Mi padre conoci a rsula durante un permiso y, segn mecontaron, fue el clsico flechazo. Quiz, pero si se decidi a pedir eldivorcio y celebrar una boda un tanto precipitada fue tambin porquequera dar una nueva madre a sus dos hijos, todava pequeos. Laotra, la verdadera, se haba marchado un ao antes, en otoo de

    1941: yo tena cuatro aos, Peter, diecinueve meses. Nos abandonpara enrolarse en las SS. Como nos quedamos solos, nos acogi la taMargarete, la hermana de mi padre. Sin embargo, debido a laprecaria salud de la ta, slo poda ser un arreglo temporal. La abuelahabra sido feliz crindonos, pero era demasiado mayor, y juzgaronconveniente que los dos nios crecieran al lado de una mujer joven,con las energas todava intactas. El razonamiento, impecable enteora, result desastroso en la prctica.

    Despus de ese blitzcon fines matrimoniales, mi padre volvi alfrente. Desde el principio, la convivencia con mi madrastra fue un

    infierno. Enseguida se desembaraz de m recluyndome en unainstitucin para nios difciles, una especie de depsito para los

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    muchachos que las familias no queran tener en casa, y all casi medej morir de hambre (no vea otro modo de huir de aquel lugar dehorror y desesperacin).

    Cmo te encuentras? me pregunta Eva. Desayunamos en unasala tranquila cuyas ventanas dan a un patio con rboles, sofocadopor una humedad brumosa.

    Muy mal contesto, lanzando una mirada rabiosa a la mquinade caf exprs de marca italiana, que hace de todo excepto cafitaliano. Si al menos pudiese tomar un buen caf...

    Ya te has bebido tres me recuerda.Agua sucia sentencio.Es increble lo apegados que estis los italianos a vuestro caf

    bromea mi prima. A sus ojos yo ya soy la italiana.Y vosotros a vuestros wrstel replico, aunque sin acritud;

    quiero mucho a Eva: a pesar de los aos transcurridos, sigue siendocomo una hermana.

    nimo me exhorta. Yo estoy aqu.Me impresionar. Habr envejecido mucho, quiz ni siquiera la

    reconozca.Claro confirma con afectuosa irona. Ya se sabe, las madres

    envejecen.Me rebelo con resentimiento.Una cosa es ver envejecer a tu madre da a da y otra es ir a su

    encuentro casi por primera vez cuando tiene sesenta aos y por

    segunda vez cuando tiene casi noventa!Tienes razn asiente ella con aire meditabundo, poniendo sumano solidaria sobre la ma. Pero ya no puedes echarte atrs.Adems, quin sabe si luego no te alegrars...

    Tengo nuseas anuncio con desconsuelo.

    El taxi es puntual: lo hemos pedido con antelacin porque laresidencia se encuentra fuera de Viena.

    El taxista es un cuarentn, ms ancho que alto, de prominentebarriga. Los tres permanecemos en silencio escuchando una briosapolca de Smetana. Sigue lloviznando, hay un cielo plomizo. Loslimpiaparabrisas rechinan en el cristal con monotona. Vuelvo apensar en el expediente de mi madre; Eva y yo lo sacamos ayer delCentro Wiesenthal. Su currculum es an ms estremecedor de lo quehaba previsto: activismo temprano en el Partido Nacionalsocialista,luego Sachsenhausen, Ravensbrck y, por ltimo, Auschwitz-Birkenau. En el campo de concentracin femenino de Ravensbrckcolabor en experimentos realizados con prisioneras; luego sigui uncurso para formar a futuras celadoras de los campos de exterminio. ABirkenau enviaban a las ms duras, a las ms insensibles.

    Estamos atravesando un pueblecito de la periferia de Viena. Depronto, Eva le pide al taxista que se detenga frente a una floristera.

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    Flores? le pregunto, con recelo.No querrs presentarte con las manos vacas...No te parece hipcrita?A veces las formalidades son necesarias declara con

    implacable dulzura.

    El taxista se detiene delante de una floristera. El interior de latienda est revestido de madera clara y despide un fuerte olor acementerio.

    Qu flores te gustaran? me pregunta Eva en tono prctico.No he pensado en flores replico, enfadada.De acuerdo, yo me encargo.Elige unas sobrias y no demasiado vistosas, y cuando el ramo

    est preparado hace un gesto a la dependienta para que me lo d am. Lo cojo casi con recelo, como si ocultara un peligro. Tengo laimpresin de que me pincha los dedos.

    Hay espinas protesto.La dependienta, una mujer de intensos ojos azules y cabello color

    camomila sujeto en la nuca con una cinta de terciopelo, se muestraofendida.

    No hay espinas contesta.Pues... refunfuo.Basta de historias me susurra Eva.Pagamos y salimos. Me vuelvo y veo que la florista nos observa a

    travs de la puerta acristalada de la tienda.Espinas... Eva se re con una mezcla de afecto e irona.Llegamos a la cita, fijada a las diez, con un cuarto de hora de

    adelanto.El taxista se detiene frente a un gran portal: al otro lado de unelevado muro entreveo un conjunto de edificios de color claro. Eltaxista nos abre la portezuela, nos desea einen schnen Tag, metede nuevo la prominente barriga en el automvil y se marcha.

    Estamos a punto de entrar cuando, de repente, siento que meahogo.

    Espera... jadeo.Qu te pasa? me pregunta Eva, preocupada.Me falta el aire.Aspira profundamente, eso es la emocin.

    No estoy emocionada aseguro. El pnico me paraliza.Me alejo del portal y me apoyo en el tronco de un viejo pltano.

    Estoy confundida y enfadada conmigo misma. Habra podido evitartodo esto ignorando la carta. Ahora, mientras poco a poco recupero elaliento, pienso en el modo de escabullirme, de volver sobre mispasos.

    Ests lista? me pregunta Eva.No replico, propinndole una patada al rbol que me ha

    sostenido.De repente, me sobreviene un violento ataque de tos.Qu... me... pasa? sollozo.Abro el bolso para buscar un pauelo, pero su contenido cae y se

    esparce por la hierba mojada. Estoy a punto de llorar.

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    Eva se inclina para ayudarme a recoger mis cosas; de pronto, nosmiramos a los ojos.

    Recuerdas lo que me llamaste en mil novecientos cuarenta ydos, en Berln, cuando nos vimos por ltima vez? le pregunto, enequilibrio sobre los talones.

    Eva arquea las cejas.Me parece que te llam vaca estpida.Eso es. Cmo te atreviste?Es que t me habas llamado a m cabra estpida! protesta

    ella.Nos echamos a rer.Han pasado cincuenta y seis aos... digo entre suspiros

    cuando las carcajadas se apagan. Me levanto con cierto esfuerzo, conuna mano en la espalda. Ya somos viejas...

    Cuando estoy de nuevo en pie, Eva me escudria con expresincrtica.

    Qu pasa? le pregunto, con desconfianza.Deberas retocarte el maquillaje. Tienes el carmn en los

    prpados y la sombra de ojos en los labios.Wunderbardigo, y saco lo necesario: espejo, barra de labios y

    polvos compactos.Lista? vuelve a probar Eva.No.Es igual comenta ella, seca. Slo faltan unos minutos.En la portera preguntamos por Frulein Inge, tal como me dijeron

    que hiciera cuando llam por telfono desde Italia para avisar de mi

    visita.El portero, un avispado gigantn con bigotito de rata, se pone enmovimiento desde su impresionante centralita telefnica.

    Ven ese edificio marrn claro que hay detrs de la fuente?Vayan all y pregunten en recepcin.

    La angustia, aliviada poco antes por la risa, me devora de nuevo,desnuda y opresora. Adems, me siento ridcula con el ramo.

    Mira cmo pincha murmuro, sobre todo para comprobar queno me he quedado sin voz. Estoy ardiendo y me pica la planta de lospies. Espera le digo a Eva, tirndole de la manga del abrigo.

    Y ahora qu pasa? me pregunta, con la expresin de una

    hermana cariosa que ha perdido la paciencia.Tengo que quitarme los zapatos.Los zapatos? balbucea, consternada.Me pica la planta de los pies... imploro, pero Eva niega con la

    cabeza.No pienses en ello. Pasar. Me coge del brazo y me conduce

    hacia un amplio portal. Llegamos puntuales, ya son las diez advierte con satisfaccin.

    Una vez atravesado el umbral, nos encontramos ante una jaulatransparente ocupada por dos jvenes con aspecto de azafatas. Unade ellas est trabajando frente al ordenador; me dirijo a la otra y,despus de decirle mi nombre y apellido, pregunto si puede avisar demi llegada a Frulein Inge.

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    La joven marca un nmero con las uas pintadas de rosa.Enseguida viene me comunica luego con una amabilidad

    completamente profesional.Pero un instante despus se gira y su sonrisa se apaga. Su colega

    le ha llamado la atencin sobre algo que aparece en la pantalla del

    ordenador. Ambas observan con detenimiento, leen concentradas.Luego se vuelven y me miran de reojo. Creo entender. Soy la hija dela ex nazi.

    Noto una incomodidad que no me resulta nueva. Me acerco a lapared y finjo estudiar un grabado que reproduce un pueblo situado aorillas de uno de esos deliciosos lagos del Salzkammergut austriaco.Recuerdo aquella vez en Miln, hace dos aos.

    Me haban invitado a participar en un acto que conmemoraba elcincuentenario de las leyes raciales. Entre los que intervenan en elteatro abarrotado haba un historiador, un escritor, representantes dela vida cultural milanesa, dos deportadas a los campos de exterminionazis y yo, la hija de una celadora de Auschwitz-Birkenau.

    Durante una pausa en las intervenciones, se me acerc unamujer, superviviente de Birkenau. Me mir fijamente a los ojos yluego explot a quemarropa:

    La odio!Por un instante me qued sin habla.Por qu? Por qu me odia? le pregunt cuando me hube

    recuperado.Porque su madre era celadora en Birkenau y creo que la

    recuerdo. Era una rubia de mano de hierro que un da me arranc los

    incisivos con una porra. Era as, no? Una rubia fuerte... Me mirabacon una agresividad cargada de resentimiento.No... no lo s balbuc.No sabe si su madre era rubia o no? Tendr una foto, algo!

    Quiero saberlo, quiero saber si aquella rubia de Birkenau era sumadre!

    Me haba agarrado de la mueca y me apretaba con dedosnerviosos. Mov la cabeza, impotente.

    No podra decrselo. Cuando mi madre estaba en Birkenau yo notena ningn contacto con ella. Yo... yo... La voz se me ahog en lagarganta.

    No importa. La mujer me solt, dej caer la mano.Perdone... Se qued callada y curv los hombros en un gestoextrao y pattico.

    Tendra unos setenta aos, era pequea y frgil, y su rostroestaba marcado por un sufrimiento antiguo e imborrable.

    Uno de los organizadores, que haba observado la escena, seacerc.

    Francamente, no me parece que...Tiene razn lo interrumpi la mujer, con los hombros cada vez

    ms curvados. Lo siento... Ha sido ms fuerte que yo. Perdonen.Iba a volver al palco y entonces fui yo quien la retuvo por un

    brazo y la mir a los ojos.No tiene que pedir disculpas le dije, pero no puede

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    acusarme de nada. Cuando acab la guerra yo tena siete aos ymedio.

    Su rostro se suaviz un poco.Siete aos y medio... repiti. Tiene razn. Perdone otra vez.

    Y se alej.

    Hay que comprenderlos coment el profesor que habaintervenido en mi defensa mientras la segua con la mirada. Nuncapodrn olvidar.

    Lo s repliqu.Nadie que haya estado en los campos ha salido totalmente de

    ellos. Ningn superviviente de Auschwitz se ha curado por completodel Mal.

    Las seoras me esperan? pregunta una voz joven y clara.Frulein Inge es una mujer de unos treinta aos, de cara redonda,sonrosada y serfica.

    Intercambiamos las primeras frases de cumplido.Entonces, hace veintisiete aos que no ve a su madre?

    Sonre. En su tono no hay huella de reproche.Contesto haciendo un esfuerzo, tragando saliva. Es como si las

    cuerdas vocales se me hubieran paralizado.S... Claro que hay motivos... Es decir, puede parecer extrao

    que una hija...Frulein Inge mueve la cabeza con dulzura.No tiene que justificarse, eso es un asunto estrictamente

    privado.Aprecio su discrecin, pero al mismo tiempo me siento frustrada.Me habra gustado explicarle... Me pregunto qu saben aqu de mimadre.

    Querra preguntarle una cosa consigo articular por fin. Mi...mi madre oculta su pasado o...?

    En absoluto responde. Pero no es ningn problema, crame.Entonces, mi madre habla de l con sus compaeras?A veces.Y...Que cmo reaccionan? Sonre casi con ternura. Muchas de

    ellas, al igual que su madre, tienen problemas de memoria. Al cabode una hora ya lo han olvidado todo.

    Me gustara saber otra cosa. El corazn me late con fuerza.Por favor, contine.Cmo se expresa mi madre cuando habla de sus hijos?Frulein Inge contesta con objetividad.Cuando lleg aqu mencion que sus hijos la haban

    abandonado, pero das despus cambi de versin y dijo que amboshaban muerto. Y de ello parece convencida hasta hoy.

    Entreveo un destello de vil esperanza.

    No puede ser peligroso para su mente verme aparecer comode la nada? sugiero. No podra provocarle un shock?

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    pequea y afilada. Y el cuerpo, aunque est sentada, parece unacscara vaca a punto de resquebrajarse. Los hombros son dbiles, elpecho est hundido. De repente, este simulacro de mi futura senilidadme produce una angustia visceral, biolgica.

    Me inclino un poco hacia delante, quiero romper el vaco que hay

    en su mirada. Permanezco con los ojos sumergidos en los suyos, enlos ojos de mi madre.Despus de unos instantes, en el fondo de esas pupilas empieza a

    despertarse algo, un brillo imperceptible, una llama incierta.De pronto escucho una voz que no recuerdo, una voz senil, de

    timbre seco y poroso.Yo te conozco.El corazn me late desbocado.Eres mi hermana? pregunta, dirigindose ms a s misma

    que a m; pero enseguida rechaza la idea: No, mi hermana estmuerta declara, con un gesto sombro que parece querer apartarese pensamiento incmodo.

    Soy tu hija.Quin? Y se inclina para acercar la oreja, como si intentase

    atrapar el eco de un sonido remoto. Despus mueve resueltamente lacabeza y declara con voz dura: Mi hija tambin est muerta.

    Inclina la cabeza, curva la espalda y se queda mirando los dedoscon una atencin exagerada, como si nunca los hubiera visto.

    Tiene las manos largas, blancas, huesudas y seniles. Siento unaespecie de repulsin hacia esas manos. Por un segundo meavergenzo de ellas, pero no puedo hacer nada: no he aprendido a

    amarlas a medida que iban ajndose.Soy tu hija repito, mientras aparto la vista con esfuerzo deesas manos.

    No! se obstina ella. Mi hija muri hace mucho tiempo.Entonces le levanto la barbilla y digo con firmeza:M-ra-me, soy-tu-hi-ja.Y sin darle tregua, saco del bolso el osito y se lo pongo delante de

    los ojos.

    Ese osito rado, un pattico recuerdo de mi niez, me lo dio el da

    anterior Frau Freihorst, la amiga de mi madre, una mujer pequea,redondita, con un aire serio y de buena persona, varios aos msjoven que mi madre, que ola a canela y a jabn de Marsella. Nosacogi a mi prima y a m con una calidez embarazosa en su vieja casavienesa, llena de muequitos y centros de ganchillo.

    Conoca a Traudi (diminutivo carioso con el que llamaba a suamiga) desde haca ms de cuarenta aos, y nunca la haba juzgadopor su pasado porque no le corresponda a ella juzgarla. En cambio,haba seguido con creciente angustia su lento deterioro mental, y lainexorable progresin de la enfermedad la haba impulsado a

    escribirme.Nos mostr, no sin malicia, muchas fotografas de ella y de mi

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    madre en los aos en que tenan un grupo de amigos, viudos,divorciados y hasta solteros recalcitrantes, como especific con unguio.

    Su amistad con Traudi era una de esas amistades, no tan raras,que se dan entre personas de temperamento muy distinto, por no

    decir opuesto: Frau Freihorst calificaba a mi madre de terrible yloca de atar, pero la haba querido de verdad, antes de que la vejezles empaara la vitalidad y la iniciativa.

    Ni siquiera sus historias tenan algo en comn: frente al fanatismode la una, la otra siempre haba sido una ciudadana subordinada aldeber, que haba entregado a la guerra de Hitler un marido y doshijos, y los haba perdido a los tres. Luego haba soportado conresignacin y pasividad los acontecimientos que la arrollaron, a ella ya su pas.

    Lo quisimos admiti con suave franqueza. Yo tambin votpor la anexin de Austria, y cuando Hitler atraves Viena en unMercedes descubierto, le lanc un ramillete de flores.

    Se disculp varias veces por haberme escrito. Pero lo haba hechopor afecto, dijo. Quiz se haba inmiscuido en cosas que no laconcernan, pero...

    Fsicamente, Traudi todava est sana observ con lgrimasen los ojos, aunque nunca se sabe. Podra quedarse dormida unanoche y no volver a despertar. Y si no se ven al menos una ltimavez...

    Se lo agradezco, crame procur tranquilizarla con el tonoms convincente que pude encontrar.

    A continuacin, me cont lo que haba sucedido despus de mivisita de 1971. Mi madre haba empezado a tener sentimiento deculpa sentimiento que antes le resultaba desconocido conrespecto a m, a mi hermano y a nuestro padre. Al principio se irritabay procuraba apartarlo; luego, poco a poco, como si un tumor lecreciera en el cuerpo, empez a comportarse de una forma muyextraa.

    Es decir prosigui la mujer en tono afligido, que le entr lamana de eliminar de su apartamento todo lo que tena que ver consu ex marido y sus dos hijos. Fotografas, documentos, objetos...

    Eliminar? Qu quiere decir?

    Los iba tirando a la basura junto con cosas nuevas, recincompradas.

    Cosas nuevas recin compradas? pregunt incrdula.S, formaba parte del rito. Tena que tirar sus cosas junto a

    objetos que compraba a propsito. Adquira de todo, zapatos y libros,pijamas y vajillas, vestidos y manteles. Un da volvi a casa con unenorme cactus que acab como lo dems. Ah, tambin tir unacmara fotogrfica, sabe?, de esas que hacen las fotos instantneas.Eso tambin acab en la basura, y ya puede imaginarse lo quesucedi en el vecindario. Corri la voz de que su madre tiraba cosasnuevas, y se desencaden una triste competicin por ver quinconsegua recuperar de los contenedores los objetos msinteresantes y caros. Imagnese, el cactus se lo disputaron dos

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    ancianas, y una de ellas acab en el suelo y se hizo una herida muyfea en la cabeza. La acera estaba llena de sangre, un espectculolamentable. Lleg la ambulancia y se form una multitud de curiosos.Y todo por un estpido cactus.

    Frau Freihorst no era consciente de mi desconcierto.

    No s cmo se llama en psiquiatra el comportamiento deTraudi, pero, en mi opinin, fue un rito de enterramiento. En resumen,para eliminar su sentimiento de culpa, su madre les hizo a usted, a suhermano y a su padre unos funerales simblicos. Los muertos nopueden pedir cuentas, comprende?

    Ninguno de nosotros pretenda pedirle cuentas de nada objet.

    Pero ella no lo saba. Quin sabe el caos que haba en su pobrecabeza.

    Luego se tranquiliz?S, pero le pusieron un tratamiento. Yo la acompaaba. Tres

    veces por semana tena que presentarse en el servicio de saludmental de nuestro barrio. Ms o menos entonces empez su manapor la limpieza.

    Qu haca?Limpiaba su apartamento de la maana a la noche. Limpiaba y

    limpiaba, volcaba cubos enteros por el suelo, tantos que a veces elagua llegaba hasta el rellano. Limpiaba con furia, y la intervencin delos asistentes sociales no serva para nada.

    Y eso qu significaba?Quin sabe... La mujer se encogi de hombros. Quiz quera

    limpiar su pasado, digamos que aclarar... la fealdad. Esa fase duralrededor de un ao y luego se interrumpi de un da para otro. Pasun periodo bastante tranquilo, pareca que haba vuelto la Traudi queyo conoca. Pero despus empez a tener problemas con la memoriareciente... Ocurri lo del azcar.

    El azcar?S. Lo compraba un da y al siguiente volva a comprarlo, y al

    siguiente tambin. Poda acumular hasta diez kilos. Lo mismo pasabacon el pan. Un da descubr en una alacena una cantidaddesproporcionada: debi de comprar kilos, todos los das, por lomenos durante una semana. Pero despus las cosas se pusieron an

    peor. A menudo sala de casa y se perda. Siempre llevaba en el bolsouna hoja de papel en la que se deca que me llamaran por telfono encaso de necesidad. Sabe cuntas veces he ido a buscarla a los sitiosms impensables? Un da, por ejemplo, se meti en una empresa depompas fnebres. Encarg un atad blanco para una nia, con todo lonecesario para el funeral. Y luego no quera salir de all, se quedsentada en una silla, callada y enfurruada. Al cabo de un ratodecidieron llamar a la polica. Entonces, ella sac el papel con minmero de telfono. Esa vez tambin fui a buscarla con un taxi... yaadi con bondadosa indulgencia: que nunca me reembols.

    Se qued pensativa.Prefiero recordar la poca en que los problemas no eran tan

    graves... De vez en cuando me haca rer. Despus de los ritos de

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    enterramiento, por ejemplo, empez a hablar de sus hijos y de Stefan,su ex marido, en pasado. Deca: tal vez haya sido bueno que mi hijahaya muerto tan pronto, no habra soportado ser la madre de una... se interrumpi con una sonrisa incmoda. No, no puedo decrselo.

    Vamos la anim.

    Deca que no habra soportado ser la madre de una alteSchachtel, de un vejestorio.

    Eso deca? pregunt un poco herida.S, su madre siempre ha sido una mujer un poco... vanidosa. No

    quera envejecer.

    Mi madre tiene la mirada clavada en el osito con una mezcla de

    estupor e incredulidad.Luego habla despacio, lloriqueando.EsZakopane, y usted debe de haberlo robado. Era de mi hija...

    De dnde lo ha sacado?No lo he robado contesto. Es mo.Era de mi hija! protesta con vehemencia.Yo soy tu hija.Mueve la cabeza y durante un instante esconde la cara entre las

    manos. Por los movimientos espasmdicos de su cuerpo presumo queest llorando, pero no es as. Descubre el rostro y murmura, seria y

    consciente:Se llama Zakopane porque Stefan y yo lo compramos enZakopane, Polonia. Fuimos a buscar... tiene dificultades. Fuimos abuscar a dos personas...

    Fuisteis a buscar a vuestros hijos intervengo en su ayuda. Avuestros hijos, Helga y Peter.

    Berln, julio de 1941. Segundo ao de guerra.Mis abuelos administraban una granja en Polonia, por suerte en

    calidad de austriacos anexionados y no de nativos. Los nazis

    consideraban a los polacos una raza inferior, hasta el punto de queprohiban su enterramiento en tierra consagrada. Pero teman a laincmoda intelligencija local, de modo que decidieron exterminarla:un querido amigo de los abuelos, un poltico de tendencias radicales,fue asesinado cerca del municipio de Breslavia.

    Un da, mi abuela lleg a Berln para hacernos una visita sorpresay nos encontr al cuidado de una desconocida. La mujer le explicque la seora, es decir, mi madre, estaba siempre muy ocupadacon sus obligaciones polticas y por eso la llamaba con frecuenciapara que se ocupara de los dos angelitos. Ciertamente, no era laprimera vez que nos dejaba en manos extraas, y la abuela, que losaba, se enfureci: pag al instante a la renuente niera y la mandal infierno sin contemplaciones.

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    Durante toda la tarde la abuela esper en vano el regreso de mimadre. A las once de la noche se produjo una incursin area.Bajamos todos al refugio, atontados por el sueo.

    Al amanecer mi madre an no haba vuelto. Hacia las nueve laabuela nos prepar el desayuno: fue una suerte que hubiera trado de

    Polonia algunas provisiones, pues en casa la despensa estaba casivaca. Haba leche en polvo, y yo protest porque la aborreca.Recuerdo vagamente que la abuela trat de explicarme: la guerra,dijo, impona ciertas restricciones... Ms que sus palabras, quecomprend hasta cierto punto, fue su tono sereno y sin dramatismo loque me tranquiliz. En aquella poca la abuela, aunque detestaba alFhrer del Tercer Reich con todo su corazn, todava era optimistasobre el xito de la guerra y no poda imaginar la catstrofe que seavecinaba.

    Despus del desayuno pens en distraernos leyndonos un librode cuentos; nos llev al estudio de mi padre, que entonces ya estabaen el frente, para buscar alguno. No lo encontr aunque, encompensacin, en el centro de la estancia se destacaba una gran cajallena de copias de Mein Kampf. Quiz le haban encargado a mimadre su distribucin: en aquella poca lo repartan entre el puebloalemn, y los recin casados lo reciban como regalo de bodas.

    La abuela levant uno de los volmenes y, hacindolo girar entresus vigorosas manos de campesina, dijo con gran desprecio: Puff!,un juicio que, expresado en pblico, le habra valido como mnimouna acusacin de derrotismo.

    Cuando por fin mi madre volvi a casa, la abuela la recibi lvida

    de clera y con los puos en alto. Se produjo una escena espantosaque hizo temblar las paredes. Mi madre sali de all como paralizada:por ensima vez la haba cogido en falta aquella suegra que nunca,desde los tiempos de noviazgo con mi padre, le haba ocultado laaversin que senta hacia ella. De nada sirvieron sus justificaciones;intent sin resultado explicarle que, como era miembro de las SS,cuando el Reichsfhrer la convocaba deba presentarse enseguida.

    La abuela, que ya haba preparado lo indispensable, nos llev conella a Polonia.

    De repente, mi madre me mira con expresin de cautela. Sonro, peroella permanece seria. Aprieta los brazos alrededor del pecho como enun gesto de miedo instintivo. Un temblor le recorre las extremidades;luego tensa los msculos de la cara y retuerce los labios en una seriede muecas.

    Quin es usted? me pregunta despus, en tono sombro,ansioso.

    Soy tu hija repito con serenidad.Con un movimiento sorprendentemente gil, me arranca el osito

    de la mano y se lo acerca a la mejilla.

    Lo compramos en Zakopane murmura tras un lento ylaborioso esfuerzo por recordar junto a... otra cosa. Se ha

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    atascado.Una ardilla de peluche para Peter. Voy en su ayuda. Ella

    asiente como en sueos.S, una ardilla. Fuimos a buscar a los nios. Se los haba llevado

    mi suegra, comprende? Y esa arpa telegrafi a Stefan. Y Stefan tuvo

    que pedir el permiso que le habra correspondido en Navidad paraque fusemos a buscar a los nios. Stefan estaba muy enfadado, perola culpa era de su madre. Ella me odiaba y yo... la odiaba. Y luego...

    Dirige una ltima mirada al osito y se lo mete en uno de losbolsillos de su vestido de lana, cuyo color recuerda a los uniformesmilitares.

    Peter est muerto declara dirigindome una mirada torva.Por el momento, decido no desmentirla. Con un tono casi afligido

    le pregunto:De verdad no te acuerdas de m?Mueve la cabeza, tozuda, harta. Pero una sonrisita trmula

    empieza a fruncirle los labios.Eres Helga?Asiento, conmovida.Me habra gustado poder contestarle s, mam. Pero habra sido

    intil intentarlo. No estoy acostumbrada. La llam mam por ltimavez cuando tena cuatro aos y desde entonces no he vuelto apronunciar esa palabra, Mutti. Mi madrastra quera a toda costa quela llamara as. Gritaba: Ahora yo soy tu madre y debes llamarmeMutti! Pero era ms fuerte que yo: aunque me esforzara, noconsegua pronunciar esa palabra. Y ella me castigaba. Me mandaba

    a la cama sin cenar: Comers cuando me llames Mutti. O meencerraba durante todo el da, a oscuras, en el estudio de mi padre. Ome pegaba con un bastn. Recurri a todo, pero no logr que lallamara Mutti. Yo era testaruda y no la quera. No quera a lamadrastra. Quera a la abuela, que se haba ocupado de m y de Petercuando mi madre se march. Rechazaba a esa madrastra que, desdeel primer momento, slo haba querido al pequeo e inconscientePeter de pelo rizado, y nunca lo haba ocultado. Ni siquiera en losinstantes ms difciles quiso darme amor, ni siquiera cuando lasituacin en Berln fue insostenible y nos vimos obligados a vivirdurante meses encerrados en el stano con los dems inquilinos del

    edificio, sin agua potable, sin luz, sin servicios higinicos y con pocoalimento, racionado y de psima calidad.

    Una maana, all abajo en nuestro infierno, nos encontramostodos cubiertos de unas ampollas rojas. Descubrimos que los jergonesestaban infestados de chinches. Incluso en esa situacin mimadrastra me rechaz, demostrando hasta qu punto me aborreca.Hizo lo imposible por evitar que yo usara la pomada que calmaba elterrible prurito: deca que tena que bastar para todos los queestbamos en el stano. As, a diferencia de los dems, yo seguarascndome con furia.

    Afortunadamente, se percat de ello su padre, mi abueloadoptivo, al que yo llamaba Opa,abuelito. Se dio cuenta y se enfadmuchsimo; amonest con severidad a su hija y utiliz con ella, por

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    primera vez, palabras muy duras: la llam malvada ydespreciable. Entonces la madrastra tuvo que curarme. De todosmodos, fui la ltima que dej de rascarse. Corr un grave peligro yOpa se dio cuenta: en una situacin como la nuestra, sin medicinas yen condiciones higinicas desastrosas, aquellas heridas podan

    infectarse, con consecuencias mortales...

    Helga tambin est muerta dice mi madre, pero ahora su vozsuena vacilante. Me mira: T-eres-Helga?

    S contesto por tercera vez. Soy Helga, tu hija.De nuevo querra aadir mam, pero no puedo.La nica persona a la que he llamado as fue Frau Heinze, la

    directora del colegio de Eden, donde la madrastra me encerr enplena guerra con el pretexto de mi carcter malicioso y rebelde. Nospermitan llamarla mam Heinze y yo lo haca con entusiasmoporque, aunque severa, era buena con nosotros. Por la noche noscantaba la nana de Brahms:

    Guten Abend, gute Nachtmit Rslein bedacht,mit Nglein besteckt,schlupf unter die Deck'...

    De repente, mi madre se inclina hacia m y abre los ojos. Me llegasu olor de vieja. Su pelo huele a miel, ser el champ. Luego me

    acaricia despacio una mejilla mientras su boca emite sonidosextraos, como si estuviera contando o repitiendo una leccin a florde labios.

    Helga! grita de pronto. Se ha echado hacia atrs. EsHelga! Ha llegado mi hija! Es ella, mirad! anuncia con mpetu. Y seestira y se agita y gesticula de forma incongruente, como unamarioneta enloquecida. Venid!

    Ahora grita sin pudor; un buen nmero de curiosos se acerca anosotras con discrecin.

    Me seala, solloza y re, est aturdida y confundida; los curiosossonren un poco divertidos y un poco conmovidos.

    Sbitamente se calla, apoya la cabeza en el antebrazo y empiezaa llorar con desconsuelo. Le tiembla el pecho. Llora con el abandonodescarado y descuidado de una nia. Las caras de los que nosobservan reflejan perplejidad y turbacin. Intento distraerla.

    Te acuerdas de Eva?Mi madre levanta la cabeza y deja de llorar inmediatamente,

    como si alguien hubiera apretado un interruptor.Eva? repite.Mi prima le explico.Tu prima? me pregunta con un gesto de viva incredulidad.Eso es. Eva, de Berln.Mi madre clava los ojos en ella. En su mirada no hay rastro de

    benevolencia.

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    Era gente muy rica dice en tono antiptico. Luego aade conms consideracin, casi con respeto: l estaba en el partido.

    Reflexiona y sorprende a Eva con una pregunta:Es cierto que tu padre estaba en el partido y que perteneca a

    las SA desde la poca de la asociacin Stahlhelm?

    Eva est desconcertada. No esperaba un ataque tan directo. Sinembargo, responde con admirable presencia de nimo.No, mi padre nunca estuvo en las SA.Pero estaba en el partido! insiste mi madre.Eva hace un gesto imperceptible de asentimiento.Y tena un negocio a medias con un judo! proclama mi

    madre en tono triunfante. Cmo se llamaba el judo?No me gusta el derrotero que est tomando la conversacin, de

    modo que intento cambiar de tema.Te acuerdas de la madre de Eva? Sabes que Eva tiene una

    foto en la que tambin ests t, con un sombrero precioso, en eljardn de su villa?

    Estoy al lado de Margarete? pregunta, alzando las cejas.S.Margarete nunca me tuvo mucha simpata afirma con rencor

    . Pero ya se sabe..., entonces a las activistas de los partidos se lasmiraba con desconfianza.

    Piensa en s misma, se entiende, pero decide no divagar ypregunta:

    De todas formas, cmo est? Ya ser muy vieja.Eva calla, abrumada. Por otra parte, qu podra contestar? Que

    en la inmediata posguerra, en Berln, su madre fue violada ante susojos por cuatro rusos? Que aquello le produjo un dao psquicoirreparable, y que poco despus se quit la vida con cuarentapastillas de Veronal?

    Cmo est la vieja Margarete? insiste mi madre. Conarrugas y dentadura postiza?

    Y lanza una risita cruel que me molesta. Un instante despus segolpea la frente con la mano y chilla:

    Silberberg! Se llamaba Silberberg el judo que tena con tupadre un negocio de..., espera..., no recuerdo. Tengo razn? Sutono insinuante y maligno me repugna. Despus de las leyes de

    Nremberg tu padre lo ech del negocio, verdad?Eva est plida.Entonces yo todava no haba nacido consigue contestar.

    Admiro su dominio.Pero ech a ese tal Silberberg, no es as? Tu padre te lo habr

    contado alguna vez. Era un fiel miembro del partido, no lo olvidesnunca, querida.

    Se agita, desea ir al fondo de la cuestin. Me exaspera. Me picanlas manos, y entonces recuerdo que con la izquierda aprieto todavaesas malditas flores. Se las doy.

    Parece estallar de jbilo: prorrumpe en una serie de grititos ymuestra el ramo a los curiosos, que ahora ya son muchos. Tengo lasensacin de estar en medio de un escenario como protagonista

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    involuntaria de un melodrama decadente. La escena me parecevulgar y ridcula. Es muy distinto de como lo haba imaginado. Querraestar en otro lugar, querra no haber venido nunca. Esta mujer, mimadre, no merece los esfuerzos que he hecho ni mis buenasintenciones.

    La miro: extrae del ramo algunas flores y las lanza a los curiosos.Senil y pattica, cruel y romntica. As eran los miembros del ordennegro de Himmler, incluidas las mujeres como ella, las SS con faldita.

    Un sordo malestar me aprieta la boca del estmago. El ambienteest enrarecido, necesito oxgeno.

    Frulein Inge debe de haberme ledo el pensamiento: se acerca auna ventana y la abre. De repente mi madre se vuelve, mira a Eva ygrita, radiante:

    Ya s dnde volv a ver a ese Silberberg! En el campo. Cuandolleg, se atrevi a dar mi nombre en la Aufnahmebaracke,comprendes? Mira a su alrededor como si esperase un aplauso.Dio mi nombre porque una vez nos cruzamos en vuestra villa dice,lanzando a Eva una mirada acusadora, con la esperanza de que lediera a su hija un trato especial, de que la salvara del raticida! Y sere con estridencia, guiando un ojo a los all reunidos.

    Conozco la historia.Silberberg fue deportado a Birkenau con sus ancianos padres, su

    mujer, enferma de gravedad, y tres hijos de cinco, seis y trece aos.La mayor, Edith, fue destinada a trabajos forzados en una industriablica cercana al lager. Sobrevivi a Auschwitz y en 1968 Eva tuvocon ella un conmovedor encuentro en Berln. En la posguerra se cas

    con un profesor de msica que velaba dulcemente sus nochesatormentadas por las pesadillas. El fantasma de Birkenau no laabandonaba. Durante mucho tiempo fue incapaz de retener alimentoalguno y sufra graves ataques de pnico. Durante aos se vioobligada a seguir terapia psicolgica para encontrar algo semejante ala serenidad.

    Cuando llegaron a Birkenau, su padre fue enviado a uno de lostemidos lagerexternos, donde muri. En muchos casos se trabajababajo tierra, pues tenan que abrir galeras en las paredes rocosas. Laropa y la comida eran escasas y de mala calidad, no haba higiene, elriesgo de coger el tifus era muy elevado y el clera y la fiebre

    petequial aniquilaban a sus vctimas en cuestin de meses. Lospadres, la mujer enferma y los hijos pequeos de Silberberg murieroninmediatamente en las cmaras de gas.

    Estoy extenuada; lanzo una mirada abatida a Frulein Inge y ella sehace cargo de la situacin. Primero invita a los curiosos a alejarse ydespus intenta sorprender a mi madre para distraerla.

    Me lo ensea? le pregunta, sealando el osito que asoma delbolsillo.

    No, es mo! protesta mi madre en un arrebato pueril.Slo un momento insiste la otra sonriendo.

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    No quiero! repite ella, arisca.Y de pronto cambia de tctica. Se dirige a m con una expresin

    dulce que desarma; sonre, trata de enternecerme.Me lo puedo quedar, verdad? me pregunta sealando el osito

    . No, no quiero, no quiero drselo a ella.

    Frulein Inge finge que va a sacrselo del bolsillo, pero ella, conuna rapidez que me sorprende, le inmoviliza el brazo.Ah, ah, no puede engaarme, todava no soy una vieja

    decrpita!En la confusin, el osito acaba en el suelo. Mi madre lo mira con

    ansiedad.Que alguien lo recoja, lo quiero! Es mo, no quiero drselo a

    nadie.Eva se inclina y se lo devuelve. Mi madre aprovecha para

    increparla:As que t eres Eva, la hija de Ludwig y Margarete? La mira

    de arriba abajo con insolencia. S concede, de joven debes dehaber sido muy guapa, pero ahora ya eres vieja.

    Siento una creciente irritacin; deseo intervenir, pero no loconsigo.

    Tu madre tambin era muy guapa prosigue, parece haberrecuperado la memoria de repente, pero era vanidosa. Hizo que leredujeran el pecho, aunque entonces los mdicos todava no tenanmucha prctica en esas cosas. El cirujano era un cretino, le quedaronunas cicatrices horribles. Despus de la intervencin supuraba portodas partes.

    Yo no lo necesitaba re. Y, adems..., los hospitales siempreme han aterrorizado. Inclina la cabeza y se humedece los labiosviolceos. Cambia de tema: Qu fue de vuestra villa?

    La bombardearon contesta Eva.Ah, s, lo recuerdo: tu padre hizo que construyeran en vuestra

    propiedad el bnker de Speer.Es cierto; adems, gracias al bnker de Speer se salvaron Eva, su

    madre, dos personas del servicio y la gata Berny. Se trataba de unaconstruccin pequea e ingeniosa, concebida para proteger a susocupantes del impacto de las bombas. El proyecto era de Albert Speeren persona, el arquitecto del Fhrer, ms tarde ministro de

    Armamento e Industria de Guerra del Reich. Por supuesto, era muycaro, slo los ms pudientes podan permitrselo.

    Mi madre, que lo sabe muy bien, sonre con malicia.Si tu padre no hubiera sido rico, hoy no estaras aqu. Y le

    propina a Eva una violenta palmada en el hombro. Frunce el entrecejo. Ese traidor de Speer... prorrumpe con rencor. Tenan quehaberlo colgado y, sin embargo, consigui que lo metieran en lacrcel. Cada vez parece ms sombra, como si el caso todavaestuviera en los peridicos. Quera asfixiar al Fhrer y con l atodos los ocupantes del bnker contina, rabiosa. Se ha sumergidoen el pasado sin darse cuenta.

    Es verdad, Speer pensaba matar al Fhrer introduciendo gas letalen los conductos de aire. Y yo, cada vez que lo oigo, me echo a

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    temblar al pensar que a principios de diciembre de 1944, gracias a losbuenos oficios de la ta Hilde, la hermana de mi madrastra, quetrabajaba en el Ministerio de Propaganda, mi hermano y yo pasamosunos das en ese bnker en calidad de huspedes especiales delFhrer.

    Un momento despus mi madre cambia otra vez de tema. Atraviesa ala pobre Eva con la mirada y vuelve a un asunto que obviamente laobsesiona.

    Cuntos aos tienes, querida? Y cuando oye la respuesta,exclama con ostensible disgusto: Tan vieja eres?

    Esto es demasiado.Eva y yo tenemos la misma edad, ya lo sabes intervengo con

    cierta aspereza.Ella me contempla desilusionada, se le ensombrece la cara.No es posible, no quiero. No puedo tener una hija tan vieja!

    Desliza la mirada por su cuerpo. Yo todava soy hermosa, no estoytan decrpita. Cmo puedo tener una hija que parece un vejestorio?

    No debe ser descorts con sus invitadas la reprende FruleinInge.

    Slo he dicho la verdad replica ella, ofendida. Slo he dicholo que pienso, acaso est prohibido? Tira las flores al suelo. Y noquiero estas flores! Todava no estoy muerta, no quiero estas flores.Ni siquiera son mis preferidas, a m me gustan las rosas amarillas.

    Calla con una mueca de enfado, sujetando el osito con la mano

    apretada. Luego me pregunta, muy comedida:Te gusta mi vestido?Me ha cogido por sorpresa; asiento mecnicamente.Te gusta el color?S miento.Es del mismo color que mi uniforme declara. Luego se acerca

    a m y murmura: Lo he enviado a los camaradas, ya sabes dnde,no? Me mira con aire de complicidad.

    Contesto con un gesto de la cabeza bastante ambiguo. En 1971 vien casa de mi madre su uniforme de las SS. Lo sac del armario consolemne nostalgia y me pidi que me lo probara. Yo me negu.

    Todos mis vestidos son de este color sigue ella, condesenvoltura. Es el ms bonito.

    Mientras tanto, Frulein Inge ha recogido las flores y las ha puestoen un jarrn.

    Ahora ser mejor que se trasladen a la salita de los invitados,donde podrn hablar con tranquilidad.

    Mi madre protesta.No, no quiero ir. Es una habitacin fea, fea y fra.No es fea ni fra replica Frulein Inge, siempre va all con su

    amiga.

    Yo no tengo amigas!Frau Freihorst no es amiga suya?

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    Mi madre hace un gesto de desprecio.Ella no es nada.As no se trata a las amigas fieles la amonesta Frulein Inge.Uf! No voy a la salita porque un da me encontr mal, sufr un

    infarto.

    Frulein Inge sonre en un gesto de indulgencia.Gracias a Dios, nunca ha sufrido un infarto.Pues s. Estuve a punto de morir.Miro a Frulein Inge perpleja y ella me explica:Se empach con un helado, fue una congestin.No es verdad! chilla mi madre, ofendida.No debe decir mentiras replica Frulein Inge con severidad.

    Y ahora, basta de caprichos, las acompao a la salita. Sujeta a mimadre por la mueca y nos invita a Eva y a m a que las sigamos.

    En cuanto entramos, mi madre clava los pies en el suelo comouna mula y me interroga con aire torvo:

    De dnde has sacado el osito?

    Cuando Frau Freihorst abri la puerta del apartamento de mi madre,se me encogi el corazn. Haba salido de l veintisiete aos antesconvencida de que nunca volvera a poner los pies all; sin embargo,estaba cruzando el umbral otra vez.

    Entramos en el pasillo, luego en la sala de estar.All estaba la mesa ante la cual se sent mi hijo, que entoncestena cinco aos, con los lpices y el lbum para colorear que le habadado mi madre junto a un vaso de leche y un montn de bizcochos dechocolate dispuestos en un gran plato de bordes decorados.

    Los mismos muebles de entonces y, en los sillones, telas blancasque me transmitan una sensacin de fro. Miraba a mi alrededor conuna mezcla de desasosiego y repulsin; y, no obstante, aquel lugartena algo oscuramente familiar. De golpe me pareci que me faltabael aire. Frau Freihorst se precipit a abrir una ventana. Respir hondoy me distraje mirando el patio de abajo.

    Era un angosto patio viens, desnudo. A l se asomaban, entreparedes surcadas de grietas, unas anticuadas ventanas del siglo XIXcuyos alfizares estaban adornados con algunas macetas demadreselva.

    Un viejo de pelo blanco y largo, sentado en el rellano de ladrillobajo el que se encontraban los contadores del gas, coma un bocadilloenvuelto en papel de peridico y de vez en cuando echaba las migasa un grupo de pjaros.

    Va todo bien? pregunt Eva a mi lado.Estoy un poco aturdida contest.Desea echar un vistazo al dormitorio? o que deca Frau

    Freihorst a mi espalda. Asent.En cuanto entr percib una atmsfera de fra soledad; sent que

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    madre. Era posible que la hubiera perdonado?La respuesta me maravill: s. Le haba perdonado el mal que nos

    haba hecho a sus hijos, a su marido... Pero en cuanto a las otrasculpas que la manchaban, el derecho a la condena o al perdnperteneca slo a sus vctimas.

    Eva se asom desde el umbral.Vienes?Entra la invit.Al avanzar cruz los brazos sobre el pecho de forma instintiva,

    como para protegerse de un viento helado. Luego mir a su alrededorcon evidente turbacin.

    A pesar de todo, es mi ta dijo con cierto estupor.S contest, es tu ta. Nunca hemos pensado en ello.Siento curiosidad por volver a verla... asegur como si hablara

    para s misma. Ha pasado toda una vida desde entonces.Haba abierto las ventanas y las cortinas se hincharon como velas.Estoy tan triste! dije. Eva me rode la cintura con el brazo.Esta habitacin me entristece a m tambin. Volvamos.Salimos. Saba que haba entrado en aquella habitacin por ltima

    vez. Mi madre tampoco volvera.

    En la sala de estar nos esperaba Frau Freihorst, una verdadera amiga

    que dudo que mi madre mereciera.Nos despedimos.Puedo hacer algo ms por usted?Querra hacerle una pregunta le dije, cauta, pero es un poco

    delicada.No se preocupe.De acuerdo. Me gustara preguntarle si sabe si ha existido una

    persona, es decir, un hombre, que en su momento hubiera podidoinfluir en la decisin de mi madre de abandonar a su familia.

    No s si debera... vacil.Si no se atreve, no importa me apresur a decir.

    Se mordi un labio. Pareca una nia en apuros.Si no quiere contestar, no...No, creo que puedo hablar. Tom aliento como si fuese a

    empezar una carrera. No s si la persona en cuestin es la queusted piensa, pero hay un hombre con el que su madre no ha perdidonunca el contacto. Es un antiguo camarada...

    De las... SS?Asinti.Ytodava vive?S, pero no en Viena, en Berln.En Berln?S. Es ms joven que su madre, de la promocin de 1915. Un

    tribunal aliado lo conden a seis aos de crcel, pero slo cumpli

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    tres. No se cas, vive con una hermana que perdi al marido y a doshijos en la guerra. Hizo una pausa; le brillaban los ojos. Nunca handejado de escribirse sigui al cabo de un momento, y desde quesu madre se encuentra en ese sitio... yo soy la intermediaria de lascartas. Heinrich... Sonri como cogida en falta.

    Se llama Heinrich?S. Ahora me enva a m las cartas para que yo se las lleve. Peroltimamente su madre tarda mucho en contestar y escribe slo si yoestoy con ella. No, ya no es la que era... Se enjug una lgrima.Antes, l vena de vez en cuando a Viena... Yo lo conoca. A vecescenaba con ellos. Me inspiraba respeto...

    Qu pensaba de Hitler, despus de tanto tiempo?Desvi la mirada y cruz los dedos.Oh, en mi presencia no deca todo lo que pensaba...Puede darme su direccin?Frau Freihorst dud un momento antes de asentir. Busc en un

    cajn, encontr un cuaderno de notas cuadriculado, arranc una hojay garabate en ella un nombre y una direccin. Cog la hoja, la dobly me la guard en el bolsillo sin mirarla.

    La ltima despedida. De pronto, se dio una palmadita en la frente.Casi me olvidaba! Fue a buscar el bolso que haba dejado en

    un silln y sac algo de l con evidente regocijo y cierta solemnidad. Le recuerda algo? me pregunt mientras me enseaba unestropeado oso de peluche que tena una oreja rota y al que le faltabaun ojo.

    Lo cog y lo mir, enmudecida por la sorpresa. Al principio no me

    sugiri nada, pero de pronto se me ilumin la memoria.No... no puedo creerlo balbuc.Su madre se lo llev aquella noche en que los abandon. Lo ha

    llevado siempre con ella, hasta cuando se fue a Ravensbrck, y all loguard en una caja de seguridad con documentos, fotos,certificados...

    No puedo creerlo repet, desconcertada.Es suyo dijo ella. Siempre ha sido suyo. Cuando se lo quit a

    su madre fue un verdadero robo, crame, no saba para quin losalvaba. Pero no mereca acabar en el contenedor de basura, entrecscaras de huevos y pieles de pltanos.

    No s qu decir murmur haciendo un esfuerzo. Estoyconmovida...

    Pero ya no haba nada ms que decir. Era el momento de irse. Mesenta agotada, mucho ms de lo que esperaba. Le tend la mano aFrau Freihorst, casi para romper unos sutiles lazos que parecanquerer retenerme. Mir a mi alrededor una vez ms y sent un nudoen la garganta. En un impulso, le di a la amiga de mi madre un rpidoabrazo.

    Gracias. Gracias de corazn.Eva y yo salimos de all a toda prisa. Habamos intuido que Frau

    Freihorst quera quedarse en el apartamento.bamos a cruzar el umbral cuando la omos exclamar:Lo olvidaba, se llamaZakopane!

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    Me volv.Quin?El osito! Se llama as porque lo compr en Zakopane, en

    Polonia.Gracias. Sonre. Ahora recuerdo que la abuela me habl de

    l. Eva sali la primera; yo la segu y me alej de all.

    De dnde has sacado el osito? El tono es cido; la expresin,amenazadora.

    Si me lo permiten, me ausentar durante una hora declaraFrulein Inge. Imagino que querrn estar a solas.

    La salita es acogedora: un televisor, una estantera de mimbrellena de libros y hermosas plantas ornamentales. Junto a una de lastres grandes ventanas dispongo tres sillones.

    Ven, sintate animo a mi madre, pero ella repite como undisco rayado:

    De dnde has sacado el osito? Quiero saberlo!Me acerco y alargo la mano.Me lo devuelves, por favor?No! exclama, apretndolo contra el pecho. Intento utilizar la

    astucia. Abro el bolso y saco la barra de labios. Ella la mira, aturdida.

    Hacemos un cambio?Frunce los labios. Me parece que trata de dominarse con todassus fuerzas, porque un violento temblor empieza a agitarle la cabeza.Pronto la vence el deseo de poseer la barra de labios.

    He perdido la ma lloriquea, la perd hace mucho tiempo...Tena un estuche dorado.

    Problema resuelto replico con una sonrisa para animarla, yote doy la barra de labios y t me das el osito.

    N-no tartamudea. Pero como finjo que vuelvo a guardarla enel bolso, ella me la arranca de la mano y me devuelve el peluche.Bien, me digo satisfecha, poda haber ido peor.

    La barra de labios desaparece en el bolsillo del vestido y ella melanza una mirada ansiosa.Te quedas un poco ms?S. Me ha sorprendido. Quieres que me quede?S dice, y en sus labios aparece una sonrisa trmula e

    indefensa. S, quiero que te quedes.Tengo tiempo contesto, ligeramente enternecida. Y aado en

    tono amable: Por favor, sintate a nuestro lado.Se sienta y se alisa con cuidado el vestido sobre los delgados

    muslos. Durante unos instantes permanecemos en silencio.Por qu no me cuentas algo? la animo para romper el hielo

    . Cmo te encuentras aqu? Has hecho amistades?No contesta enseguida. Exhala un suspiro largo, casi como un

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    sollozo ronco, y declara con expresin sombra:Stefan ha muerto.S, mi padre muri hace mucho tiempo, pero ella lo ha dicho como

    si hubiera sucedido ayer. Por su rostro se extiende algo semejante ala afliccin, aunque luego, poco a poco, aparece en sus ojos un

    destello de altivo malhumor.Mejor que haya muerto! exclama, cnica, rencorosa. Eramalo. S, era malo! se altera. No haca ms que ponerme lazancadilla. No quera que me dedicara a la poltica, cada reunin erauna tragedia. No quera que tuviera una carrera poltica, entiendes?Pretenda que me quedara en casa limpiando, cocinando yocupndome de los nios.

    No te pareca bien ocuparte de tus hijos? le pregunto,desconcertada.

    Mis camaradas tambin tenan hijos, pero sus maridos no eranmezquinos y celosos como el mo. No poda soportarlo. No podasoportar sus celos y su cerrazn. No quera entender que yo tenadeberes, deberes concretos.

    Qu tenas que hacer?Adiestrar a las auxiliares. Y me haca respetar! Consegua que

    fueran bien derechas. Por qu mi marido no poda cuidar de la niade vez en cuando?

    Tenas dos hijos le recuerdo. Me voy acostumbrando a llenarsus lagunas.

    Dos? se sorprende.No te acuerdas de tu hijo Peter?

    Peter? Oh, s. Peter. Se le ensombrece el rostro. Pero ltambin muri. Hace mucho tiempo.Los ojos clarsimos parecen nublarse fugazmente. Esconde la cara

    entre las manos.Mi hijo est muerto y no volver a verlo lloriquea a travs de

    los dedos.Peter est vivo le digo. He sido imprudente: se echa a llorar.Por qu me cuentas mentiras? Me pones enferma. Haces que

    me sienta tan mal que tendr que pedir las gotas.Eva me lanza una mirada perpleja. Le dedico un gesto de

    entendimiento: de acuerdo, procurar no insistir. Pero mi madre ya

    aparta las manos de la cara y empieza a alisarse el cabello. No s qudecir: siempre consigue desconcertarme.

    Te gusta el color de mi pelo? me pregunta con expresincndida. Asiento de modo mecnico. De joven era rubia cuenta,melanclica, pero aqu no puedo ir a la peluquera. No podrasvenir un da y acompaarme a la peluquera?

    Consulto, turbada, la mirada de mi prima, que me dirige un gestoimperceptible para sugerirme que le siga el juego. As que contestoafirmativamente, sabiendo que es mentira.

    De verdad? exclama mi madre. Me lo prometes?Claro contesto sin demasiada firmeza.Mira a su alrededor, como si buscase algo.Dnde estn mis flores? pregunta, nerviosa.

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    Se las ha llevado Frulein Inge.Por qu? protesta. Son mas!Las habas tirado al suelo.En serio?pregunta con incredulidad.S.

    Reflexiona, busca una excusa.Quiz porque no eran rosas amarillas. Deja a un lado el temade las flores y vuelve a hablar de mi padre. Tuve que abandonarlorecuerda con voz indiferente, no tena eleccin. Estaba tanocupada... Y l me atormentaba. Mi suegra tambin me atormentaba,no queran que cumpliese con mi deber.

    Qu deber? le pregunto.Con el partido. Adems, haba hecho un juramento, ya no poda

    echarme atrs.Que habas hecho un juramento?El juramento como miembro de las SS. Es normal, no? Jur

    obediencia absoluta y fidelidad hasta la muerte.Por qu juraste si sabas que tenas dos hijos que criar? me

    arriesgo a preguntar. Levanta la cabeza de golpe.Quera hacer el juramento! Quera ser aceptada como miembro

    de las SS, lo deseaba ms que cualquier otra cosa.Era ms importante que tu familia?S, pero t no puedes entenderlo. Hoy nadie puede entender...Es cierto. Estoy desanimada. Me siento impotente.Por otra parte, ella no haba sido ms que una de los miles y miles

    de mujeres que se haban dejado engaar por la propaganda

    ideolgica nazi. Aunque es cierto que no todas se haban implicadohasta el punto de entrar en la orden de Himmler.Se da cuenta de que me he quedado pensativa y me pregunta:Ests triste? No quiero! No debes estar triste! Se levanta y

    hace ademn de abrazarme. Apenas me da tiempo a detenerla: no losoportara, ahora no.

    Por qu no me hablas de tus padres? le propongo.De mis padres? repite, desorientada. Por qu tengo que

    hablarte de mis padres?Eran mis abuelos contesto con serena firmeza.En sus ojos hay un autntico vaco.

    Tus abuelos murmura. No encuentra el hilo del ovillo. Porltimo, para atajar, lanza un bufido: No te has perdido nada.

    Por qu hablas as de ellos?Estaban contra m refunfua. Votaron en contra en el

    plebiscito slo por llevarme la contraria.Qu plebiscito?Para la anexin de Austria! me refresca la memoria. Mis

    padres no queran. No queran a los nazis y no queran al Fhrer.Siempre se opusieron a que yo perteneciera al partido. Meconsideraban una fantica y una degenerada. Por eso votaron encontra en el plebiscito, entiendes? Quiz creyesen que el partido meexpulsara, pero no fue as. Luego, cuando se enteraron de lo deRavensbrck, me hicieron saber que renegaban de m. Renegar de

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    una hija, te das cuenta?Ravensbrck?De pronto me mira de soslayo, con expresin de estar en guardia,

    de vieja zorra desconfiada.Quiz no lo sepas... se escabulle. No importa.

    S que estuviste en Ravensbrck contesto demostrandoindiferencia. Por qu no me cuentas algo? Me interesa.Inclina la cabeza y me lanza una mirada astuta; luego parpadea e

    intenta esquivar la pregunta.Sabes que cuando eras pequea te llamaba Mausi? Sonre,

    parece enternecida. Eras testaruda y desobediente, rebelde einteligente. Y te gustaba saltar sobre una pierna recuerda.

    Estoy trastornada; me maneja a su antojo. De repente, mepregunto: de verdad viv cuatro aos con mi madre? Con mi madrebiolgica, con la que me trajo al mundo? Con una verdadera madre,aunque demasiado ocupada para hacer de madre?

    Preferira que volviera al tema de Ravensbrck, pero ella siguecon tozudez por donde le interesa.

    Me apetece hablar de Berln se obstina. Sabes quevivamos en un bonito apartamento en Niederschnhausen? A veceste llevaba a los jardines o al huerto de una amiga. Cierra los ojos uninstante. Pero tu padre siempre estaba enfadado... Quera tenermeencerrada en casa, como en una jaula.

    Con esa agilidad repentina que ya he aprendido a reconocer, sedesliza del silln y se arrodilla a mis pies. Me mira con los ojosbrillantes de lgrimas y apoya la barbilla en mi regazo.

    Hija ma repite dos o tres veces entre suspiros enfticos.Volvers maana? Me sujeta las manos y empieza a besarlas confuria. No me dejes sola implora. Nunca ms!

    Siento un terrible desconcierto. Y al intentar levantarla me da laimpresin de que se reduce. Cierra los ojos y se desploma sobre misrodillas como si no tuviera vida. Con la ayuda de Eva consigo volver asentarla en el silln. Voy a salir al corredor para llamar a alguiencuando oigo una voz burlona a mis espaldas:

    Adnde vas? Me doy la vuelta: tiene una sonrisa de mofa.Estoy bien sonre con malicia. Me has prometido que volvers. Ylas promesas se mantienen. Verdad que mantendrs tu promesa?

    Asiento; estoy aturdida, confusa.Ya s que eres honesta intenta adularme. Eres mi hija. Y mi

    hija es una persona honesta.Me pregunto cmo puede estar tan segura. No sabe nada de m.Sigue sonriendo, est contenta, satisfecha. Se alisa el cabello, se

    mira las uas: blancas, transparentes como el celofn, cortas. No dejade sorprenderme. Qu ha ocurrido, ha sufrido un desvanecimiento ome ha tomado el pelo?

    De nuevo se lanza sobre m con una serie de preguntas:Volvers maana? Me traers un helado? Y otras flores?

    Parece gozar ante la perspectiva de volver a verme, y por unmomento me siento culpable.

    No s... la esquivo.

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    echa atrs.Yo slo era un pen irrelevante dice con falsa modestia, como

    si buscara abiertamente mis lisonjas.Oh, no, no lo creo. Estoy convencida de que en Ravensbrck te

    confiaron trabajos muy delicados, trabajos que slo los mejores, los

    ms fuertes y eficientes, podan realizar. No es cierto?Durante una fraccin de segundo me pregunto qu estoyhaciendo...

    Ha sacado pecho y por su mirada comprendo que mis halagos hanobtenido el efecto esperado.

    Me encargaron prestar ayuda a los mdicos contesta deprisa,todava con un residuo de reticencia. No le doy tiempo a que se lopiense.

    Y qu hacan esos mdicos?Trataban a las prisioneras contesta, vaga.Y tus deberes, cules eran? Mis ojos han capturado los suyos,

    pero no los ablandan.Tena... que comprobar la fiebre miente, probablemente

    guiada por un instinto remoto; pero yo no le doy tregua.Acabas de decir que tenas que ayudar a los mdicos! le

    recuerdo con impaciencia. Pero enseguida me arrepiento: he sidodemasiado dura, va a enfadarse.

    Se encierra en un silencio tozudo, aprieta los labios y me miracomo una nia ofendida.

    Entonces? insisto; luego procuro dulcificar el tono: Quotras obligaciones tenas como ayudante, adems de comprobar la

    temperatura de las prisioneras?Nada ms replica, huraa, despechada.Calma, sugiere el demonio; ejerce una ligera presin...De acuerdo. Finjo resignacin. Si no quieres hablar, maana

    no vuelvo. No vuelvo a ver a una madre que no tiene nada quedecirme.

    Quiero las rosas amarillas grue.Nada de rosas amarillas sentencio, mientras una vocecita,

    desde el fondo de la conciencia, me advierte: tiene la mente dbil, lapartida es desigual, tu juego es despreciable. Pero algo oscuro meimpulsa a mantenerme implacable.

    Insina un par de sollozos que sofoca enseguida. Se enjuga losojos con el borde del vestido de color militar.

    Entonces, habla la hostigo. Qu ms hacas comoayudante?

    Traga saliva, luego contesta con una voz extraa y burbujeante.Tena que atar a las prisioneras a las camillas.Para qu?

    En 1942, el doctor Ernst Grawitz, el mdico que

    intervino en casi todos los experimentos realizados porlas SS con cobayas humanas, orden que se infectara a

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    algunas prisioneras del campo de concentracin deRavensbrck con estafilococos y con bacilos de lagangrena gaseosa, del ttanos y de cultivos de variosgrmenes patgenos para probar la capacidad curativade las sulfamidas. Se encarg de ejecutar la orden el

    profesor Karl Gebhardt, catedrtico de cirugaortopdica de la Universidad de Berln y director de laclnica de Hohenlychen, amigo y mdico personal deHimmler, que deleg las operaciones en los mdicos delas SS Schiedlausky, Rosenthal, Ernst Fischer y HertaOberheuser sin llegar a ejercer una supervisin real yresponsable de los procedimientos empleados.

    Inoculaban las bacterias en la parte inferior de laspiernas de las prisioneras, que ignoraban la verdaderafinalidad de las intervenciones a las que las sometan.Tal como demuestran las cicatrices de las pocas quesobrevivieron y como confirmaron los testigos, el cortea menudo llegaba hasta el hueso. En las heridas de laspacientes, adems de los cultivos de bacterias aadana menudo fragmentos de madera o esquirlas de cristal.Las piernas de las cobayas humanas pronto empezabana supurar. Las vctimas, a las que no se administrabatratamiento alguno con la intencin de observar elprogreso del cuadro clnico, moran entre atrocesdolores [...]. Para cada serie de experimentos, que serepeta al menos seis veces, se utilizaban de seis a diez

    mujeres jvenes, normalmente elegidas entre las msagraciadas.El profesor Gebhardt slo iba de vez en cuando a

    Ravensbrck para comprobar los resultados y examinarlas heridas de las pacientes que, atadas en fila a lascamillas, tenan que esperar durante horas la llegadade Herr Professor.

    El profesor Gebhardt present los resultados en mayo de 1943con el ttulo Experimentos especiales sobre el efecto de lassulfamidas, en la tercera convencin de mdicos consejeros

    especialistas de la Academia de Medicina Militar de Berln, en la queparticiparon, entre otros, los jefes del servicio sanitario de laWehrmacht, del ejrcito, de la aviacin, de la sanidad pblica, etc.,adems de los directores de clnicas universitarias e institutos para elestudio y la investigacin mdica, el mdico personal de Hitler, eldoctor Karl Brandt, y un gran nmero de eminentes y honorablesprofesores del Reich alemn.

    El profesor Gebhardt, durante su intervencin, noocult el hecho de que hubieran realizado losexperimentos con prisioneras; al contrario, asumi

    expresamente toda la responsabilidad.Ninguno de los participantes plante objecin

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    alguna.

    No te compadecas de esas cobayas humanas? le pregunto a mimadre. Sin embargo, en el mismo instante en que lo hago, me doy

    cuenta de la inutilidad de la pregunta.Duda un segundo, baja la cabeza y fija la vista en sus manos.

    Luego la levanta y declara con una especie de obtusa arrogancia:No, no senta compasin por sas parece hacer hincapi en

    la palabra, porque trabajbamos por el bien de la humanidad.Qu quieres decir?La ciencia no trabaja siempre por el bien de la humanidad?

    me pregunta con nfasis.Esos mdicos slo eran unos charlatanes replico con

    desprecio, unos sdicos seudomdicos y seudoinvestigadores.Se sobresalta como si hubiera recibido una bofetada injusta.

    Ahora sus ojos me miran con una claridad vtrea y estupefacta.Qu tonta eres rebate, te equivocas. Nuestros mdicos

    eran excelentes profesionales y los resultados de sus experimentosse publicaban en las revistas de medicina ms autorizadas deAlemania y tambin del extranjero!Recupera el aliento, tiene lospmulos de un rojo encendido. Invitaban a nuestros investigadoresa las ms prestigiosas convenciones de medicina de todo el mundo!T no sabes nada. Nada! Y subraya la afirmacin con un gesto delas manos terminante e impaciente. Yo no tena ningn derecho asentir compasin, mi deber consista nicamente en obedecer.

    Fidelidad y obediencia, nada ms. Debes saber que la fidelidad es ungran valor! Agita delante de mi nariz un dedo blanco y severo.Una pausa. Dirige la mirada ms all de la ventana, hacia las

    copas de los viejos pltanos que se mecen en el aire nebuloso.Ich habe doch eine Hrteausbildung erhalten murmura luego,

    como hablando para s misma.Me adiestraron en deshumanizacin: puede ser esto un intento

    casi inconsciente de justificarse?S, madre, lo s, lo he ledo en tu expediente. Os adiestraban para

    insensibilizaros ante las atrocidades que tendrais que presenciar enlos campos de exterminio, y slo destinaban all a las ms duras, a las

    ms insensibles. Por eso te eligieron para Birkenau, el campo msselectivo.

    Silencio de nuevo. Tengo calor y cada vez estoy ms cansada;pero el demonio que llevo dentro me incita a seguir.

    No sentiste piedad por nadie? Nunca, por ninguna de lasprisioneras de Ravensbrck? Ni siquiera por la ms vieja, por la msenferma?

    Eva me propina un golpecito con el codo. Qu ests haciendo?,parece decir. No le presto atencin, algo en mi interior se irrita.

    Pregunta. Sigue preguntando. Quiz no puedas hacerlo nunca

    ms.No es divertido hablar con mi hija! exclama mi madre

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    No la atormentes. No s qu te ha pasado.Tampoco yo lo s... De alguna manera, me provoca. Me irrita y,

    al mismo tiempo, me conmueve. Estoy tan confundida...En ese momento mi madre se despierta, mira alrededor con ojos

    asustados y, al verme, farfulla con alivio:

    Ah, sigues aqu... Bosteza. De qu estbamos hablando?Evito recordarle el asunto de la detenida que envi al burdel deBuchenwald, y propongo:

    Por qu no me cuentas algo de ti? Por ejemplo, qu hacestodos los das?

    Se pasa una mano por la frente.En Birkenau ya no lo haca dice, como si quisiera justificarse

    de una afirmacin anterior.Qu es lo que no hacas en Birkenau? Pese a mis buenos

    propsitos de hace un momento, no logro evitar el interrogatorio.Atar a las mujeres a las camillas.Inclina la cabeza, pero me da tiempo a ver sus ojos: estn

    velados por las lgrimas o es mi implacable deseo de captar aunqueslo sea una sombra de arrepentimiento lo que me provoca esailusin?

    Se inclina de nuevo hacia delante y me coge las manos sin quepueda impedirlo.

    No pienses que actu por iniciativa propia dice enseguida,traicionando as una ligera inquietud. Sus manos, tan huesudas yfras, me desagradan.

    De qu hablas? Su proximidad me molesta. Con un gesto un

    tanto histrico me desembarazo de sus manos. Me siento aliviada,pero ella se las mira fijamente, como si alguien le hubiera quitadoalgo muy valioso.

    Hablo... de Birkenau contesta con voz lenta e insegura.Has dicho que no actuabas por iniciativa propia le sugiero.Ah, s! Mira... Me refera a... tratarlas con rigor.A quin?A las prisioneras de mi barracn. No iba a tratarlas con guante

    blanco, no te parece? Me sonre buscando mi complicidad. Asientomecnicamente. Me ordenaron que las tratara con extrema durezadice exaltada, y yo les haca escupir sangre.

    Caen todas las mscaras de su rostro, se desvanece toda sucautela.

    Hablo de esas holgazanas que trabajaban en las fbricas demunicin, comprendes? Siempre estaban cansadas y de mal humor,y por la noche lloriqueaban por sus muchachos, que se habanquedado en el camino.

    Haca que les hirvieran las posaderas! aade satisfecha, yexplica enseguida en tono tcnico: Es jerga militar, se deca as.Hacer que le hiervan las posaderas a alguien significaba agotarlohasta el ltimo aliento.

    Me mira: su mirada es la de entonces.La disciplina era necesaria, entiendes? Aquellas putas judas

    tenan que saber dnde se encontraban y, sobre todo, por qu. Y eso

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    El recuerdo se aviva.Llegaron los rusos y nos trataron como a criminales. Todava

    arde en su voz la humillacin. Nos amenazaban con las armas y nosobligaban a quitarnos la chaqueta del uniforme. Insinaautomticamente el gesto de quitarse la chaqueta. Queran ver la

    parte interna del brazo para comprobar si tenamos el tatuaje con elgrupo sanguneo.Re con un extrao rechinar de dientes.Pero las mujeres de las SS no tenamos tatuajes, sabes? Se

    remanga y ensea el brazo. Ves?, nada de tatuajes. Lo que veoes su piel arrugada y de un blanco pavoroso. Claro que...llevbamos el uniforme repite cada vez ms quejumbrosa, mssenil, las celadoras llevbamos el uniforme de las SS. Unacamarada intent pasarse de lista y les dijo a los rusos ensendolesel uniforme: Odolzat! Odolzat! Quera hacerles creer que lo habatomado prestado. Pero los rusos la golpearon gritando Lguna!.Mentirosa, eso le dijeron.

    Se enjuga una lgrima.Nos separaron a las camaradas de los camaradas. Estbamos

    tristes. Los camaradas nos gritaban desde los camiones HeilHitler!, y los rusos les pegaban con las ametralladoras, pero algunosseguan gritando Heil Hitler!, aunque se arriesgaban a que losfusilaran de inmediato.

    Me distraigo. Mi pensamiento se centra todava en las vctimas, entantas historias que conozco, que he ledo o que me han contado. Tambin pienso, madre, que slo odindote conseguira por finarrancarme tus races. Pero no puedo. No soy capaz.

    Debo volver a ella. Se ha dado cuenta de que me he distrado,reclama mi atencin.

    Por qu no hablas? me pregunta, enfurruada.Me siento cansada y desilusionada. Casi resignada. Ya est, la he

    visto por ltima vez. Debo poner fin a este encuentro. Consulto el

    reloj.Tengo tantas preguntas que hace