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Memorias de conquista Selección y prólogo de Antonio Rubial e Iván Escamilla AL~RA

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Memoriasde conquista

Selección y prólogo de

Antonio Rubial e Iván Escamilla

AL~RA

MEMORIAS DE CONQUISTAD. R. © Selección y prólogo de Antonio Rubiale Iván Escamilla, 2001

AL~RA

De esta edición:D. R. © Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V., 2001Av. Universidad 767, Col. del ValleMéxico, 03100, D.F. Teléfono 5688 8966www.alfaguara.com.mx

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• Santillana de Costa Rica, S.A.La Uraca, 100 mts. Oeste de Migración y Extranjería, San José, Costa Rica.

Primera edición: enero de 2002

ISBN: 968-19-0858-9

D. R. © Diseño de portada: Eduardo Téllez

Impreso en México

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Índice

Prólogo 9

Alianza entre Hernán Cortés y los tlaxcaltecasHernán Cortés 15Las condiciones de los sitiados

en México TenochtitlanInformantes indígenas de fray

Bernardino de Sahagún 39Desde la Noche Triste

al sitio de TenochtitlanFrancisco Cervantes de Salazar 57La caída de México TenochtitlanBernal Díaz del Castillo 83La situación de los indios

después de la conquistaFray Bartolomé de Las Casas 95De Hernán Cortés a Antonio de MendozaDiego Muñoz Camargo 113Elgobierno del primer virrey de NuevaEspañaAntonio de Mendoza 127La conjura de Martín Cortés,

segundo marqués del ValleJuan Suárez de Peralta 139Laguerra chichimecaFrayGuillermo

de Santa María 155

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La labor de los franciscanosFray Pedro de Gante 163Espectáculos teatrales en la

evangelización en TlaxcalaFrayToribio de Benavente, Motolinía 173De la mayor y más dañosa pestilencia de

los indios por el repartimientoFrayJerónimo de Mendieta 189De cómo los padres deben criar a sus hijos

y las costumbres que han de enseñarlesFrayJuan de Torquemada 209Los indios a fines del siglo XVI.

Epidemias e idolatríasFrayAgustínDávila Padilla 221Santos y demonios en la

evangelización agustinaFrayJuan de Grijalva 239

Referencias bibliográficas 261

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Prólogo

El siglo XVIfue testigo de uno de los más grandeshechos que ha vivido la humanidad: el inicio de laexpansión de Europa sobre el continente america­no. El calificativode conquista que se le ha dado atal acontecimiento tiene una doble acepción puesincluye, por un lado, la violenta conquista armadaque sometió a los pueblos indígenas y, por el otro,el proceso de conversión al cristianismo (la llama­da conquista espiritual) que insertó a los nativosamericanos en los patrones de la cultura occiden­tal. Ambos procesos trajeron como consecuencia laimposición de instituciones económicas y políticasque transformaron la realidad de las comunidadesindígenas, lo que constituyó otro tipo de conquis­ta. En el proceso no sólo se vieron afectados losindios, también los españoles tuvieron que adaptarsus propias visiones y prácticas al medio america­no, un medio cuya compleja realidad impuso tam­bién sus condiciones. Así la manera de pagar lostributos, algunas formas de organización social ypolítica de las comunidades, el dominio de los ca­ciques indígenas fueron elementos que las autori­dades españolas conservaron y adaptaron al nuevoorden colonial. El sigloXVIestá marcado así por elmestizaje, entendido no sólo como un fenómenobiológico sino, sobre todo, como un hecho cultural

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quista era vista como un hecho querido por Diospara acabar con la idolatría y el pecado en los queel Demonio tenía sumidos a los indios. Con esto sejustificaba la guerra y la explotación como mediosnecesarios para extender el cristianismo, cuya im­plantación se consideraba un mejoramiento tantomaterial como espiritual. En esta visión de la histo­ria, los hechos son obra de héroes individuales queparticipan del lado de la providencia y que con sushazañas vencen a los que encabezan las fuerzasdel mal. En la descripción de esos hechos se utili­zaban recursos literarios cuyas normas eran dicta­das por la retórica, el arte del discurso. Tanto lahistoria como la retórica tenían como finalidad pro­porcionar ejemplos de moral y virtud por medio dela exaltación de los héroes; para tal fin la historiadebía ser agradable y amena pues sólo así el ánimodel lector se movería hacia la imitación de la vir­tud. Pero además la historia tenía el papel de argu­mento jurídico para defender los propios privilegiosy, como guardiana de la memoria, era un antídotocontra la mortalidad, pues proporcionaba al hom­bre un arma para enfrentar el olvido y la brevedadde las vidas individuales.

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Alianza entre Hernán Cortésy los tlaxcaltecas

HERNÁN CORTÉS

Resulta interesante que Hernán Cortés (1483-1547), el persona­je dominante de la conquista de México, haya sido al mismotiempo, sin proponérselo, uno de sus primeros cronistas. Naci­do en Medellín, en 1504 emigró a las colonias recién estableci­das por los castellanos en el Caribe, buscando la fortuna que sucondición de hidalgo no le podía dar. En1519, al mando de unaexpedición de reconocimiento, desembarcó en las costas delGolfo de México y recibió noticias sobre las riquezas y el pode­río del imperio mexica. Cortés tomó entonces la decisión demarchar con sus hombres hacia Tenochtitlan, a la que entró afinales de ese año. Tras la toma de la capital azteca en 1521,prosiguió el sometimiento de los demás señoríos y procuró lacristianización de sus habitantes.

Paralelamente, entre 1519 y 1526, Cortés enviaba alemperador Carlos V cinco extensos informes narrando sus he­chos de armas, hoy conocidos con el nombre de Cartas derelación. La segunda y tercera de ellas se imprimieron muypronto, logrando amplia divulgación por Europa. Poseedor deuna cultura más extensa que la del resto de los conquistadores,Cortés recurrió en sus cartas a comparaciones con el mundoconocido por los europeos para hacer una elogiosa descripciónde lastierras y lascivilizaciones que había puesto bajo el dominiode Españay de la fe católica. Con ello justificaba y daba mayorrelieve a sus acciones, al tiempo que fundamentaba el derechoque creía tener al gobierno de los reinos conquistados, algo porlo que lucharía, si bien con poco éxito, hasta el fin de sus días.Enefecto, a pesarde haber recibido en 1529 el título de marquésdel Valle de Oaxaca con una serie de privilegios, se le quitó lagobernación de Nueva Españay vivió constantemente bajo losataques de sus enemigos políticos. Tras una serie de empresasde exploración poco exitosas pasó tristemente sus últimos añosen España.

Los fragmentos aquí seleccionados pertenecen a la segundacarta de relación (escrita en 1520) y narran parte del viaje de los

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españoles a Tenochtitlan, durante el cual Cortés descubrió elodio común de los pueblos de Mesoamérica hacia los mexicasy las rivalidades existentes entre los distintos grupos indígenas,circunstancias que aprovechó hábilmente. Penetró entonces enel estado independiente de los tlaxcaltecas, quienes se convir­tieron en sus aliados después de haber pobado la capacidadbélica del conquistador lanzando a los otomíes contra él. Laastucia política de Cortés quedó demostrada por la orden deperpetrar junto con sus aliados una gran matanza en la ciudadsagrada de Cholula, a pesar de las embajadas de Motezuma paraque interrumpiese su viaje. Además de justificar el atroz hechocomo escarmiento a una supuesta emboscada en su contra, coneste calculado alarde de violencia Cortés propagó el temor y elrespeto hacia los españoles entre los pueblos mesoamericanosy dio claramente a entender a los mexicas que no se detendríahasta llegar a su ciudad.

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Otro día siguiente, a hora de las diez, vino a míSicutengal, el capitán general de esta provincia,con hasta cincuenta personas principales de ella,y me rogó de su parte y de la de Magiscasin,quees la más principal persona de toda la provincia, yde otros muchos señores de ella, que yo les qui­siese admitir al real servicio de vuestra alteza y ami amistad, y les perdonase los yerros pasados,porque ellos no nos conocían ni sabían quién éra­mos, y que ya habían probado todas sus fuerzas,así de día como de noche, para se excusar a sersúbditos ni sujetosa nadie, porque en ningún tiem­po esta provincia lo había sido ni tenían ni habíantenido cierto señor; antes habían venido exentos,y por sí, de inmemorial tiempo acá, y que siemprese habían defendido contra el gran poder de Mu­tezuma y de su padre y abuelos, que toda la tierratenían sojuzgada y a ellos jamás habían podidotraer a sujeción, teniéndolos como los tenían cer­cados por todas partes sin tener lugar para porninguna de su tierra poder salir; y que no comíansal porque no la había en su tierra ni se la dejabansalir a comprar a otras partes, ni vestían ropas dealgodón porque en su tierra por la frialdad no secriaba, y otras muchas cosas de que carecían porestar así encerrados.

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Y que todo lo sufrían y habían por bueno porser exentos y no sujetos a nadie, y que conmigoque quisieran hacer lo mismo; y para ello, como yadecían, habían probado sus fuerzas, y que veíanclaro que ni ellas ni las mañas que habían podidotener les aprovechaban, que querían antes ser va­sallos de vuestra alteza que no morir y ser destrui­das sus casas y mujeres e hijos. Yo les satisficediciendo que conociesen cómo ellos tenían la cul­pa del daño que habían recibido, y que yo me ve­nía a su tierra creyendo que venía a tierra de misamigos, porque los de Cempoal así me lo habíancertificado que lo eran y querían ser, y que yo leshabía enviado mis mensajeros delante para les ha­cer saber cómo venía y la voluntad que de su amis­tad traía y que sin me responder, veniendo yo seguro,me habían salido a saltear en el camino y me habíanmuerto dos caballos y herido otros.

[...] Estando, muy católico señor, en aquel realque tenía en el campo cuando en la guerra de estaprovincia estaba, vinieron a mí seis señores muyprincipales vasallos de Mutezuma, con hasta dos­cientos hombres para su servicio, y me dijeron quevenían de parte del dicho Mutezuma a me decir cómoél quería ser vasallo de vuestra alteza y mi amigo, y-que viese yo qué era lo que quería que él diese porvuestra alteza en cada un año de tributo, así de orocomo de plata y piedras y esclavos y ropa de algo­dón y otras cosas de las que él tenía, y que todo lodaría con tanto que yo no fuese a su tierra, y que lohacía porque era muy estéril y falta de todos mante­nimientos, y que le pesaría de que yo padeciesenecesidad, y los que conmigo venían; y con ellos meenvió hasta mil pesos de oro y otras tantas piezas de

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ropa de algodón de la que ellos visten. Yestuvieronconmigo en mucha parte de la guerra hasta el fin deella, que vieron bien lo que los españoles podían, ylas pases que con los de esta provincia se hicieron,y el ofrecimiento que al servicio de vuestra sacramajestad los señores y toda la tierra hicieron, de quesegún pareció y ellosmostraban,no hubieronmuchoplacer, porque trabajaron muchas vías y formas deme revolver con ellos, diciendo cómo no era ciertolo que me decían, ni verdadera la amistad queafirmaban, y que lo hacían por me asegurar parahacer a su salvo alguna traición. Los de estaprovincia, por consiguiente, me decían y avisabanmuchas veces que no me fiase de aquellos vasallosde Mutezuma porque eran traidores y sus cosassiempre las hacían a traicióny con mañas,y con éstashabían sojuzgado toda la tierra, y que me avisabande ello como verdaderos amigos y como personasque los conocían de mucho tiempo acá. Vista ladiscordiay disconformidadde losunos y de losotros,no hube poco placer, porque me pareció hacermucho a mi propósito, y que podría tener manerade más aína sojuzgarlos[. ..]y con los unos y con losotros maneaba y a cada uno en secreto le agradecíael aviso que me daba, y le daba crédito de más amis­tad que al otro.

Después de haber estado en esta ciudad vein­te días y más, me dijeron aquellos señores mensa­jerosdeMutezumaque siempre estuvieronconmigo,que me fuese a una ciudad que está a seis leguasde esta de Tascaltecal, que se dice Churultecal,porque los naturales de ella eran amigos de Mute­zuma su señor, y que allí sabríamos la voluntad deldicho Mutezuma, si era que yo fuese a su tierra, y

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que algunos de ellos irían a hablar con él y a decirlelo que yo les había dicho, y me volverían con larespuesta; y aunque sabían que allí estaban algu­nos mensajeros suyos para me hablar, yo les dijeque me iría y que me partiría para un día cierto, quele señalase. Y sabido por los de esta provincia deTascaltecal lo que aquellos habían concertadoconmigo y cómo yo había aceptado de me ir con ellosa aquella ciudad, vinieron a mí con mucha pena losseñores y me dijeron que en ninguna manera fueseporque me tenían ordenada cierta traición para mematar en aquella ciudad a mí y a los de mi compañía,y que para ello había enviado Mutezuma de sutierra, porque alguna parte de ella confina con estaciudad, cincuenta mil hombres, y que los tenía enguarnición a dos leguas de la dicha ciudad, segúnseñalaron, y que tenían cerrado el camino real pordo solían ir y hecho otro nuevo de muchos hoyos ypalos agudos hincados y encubiertos para que loscaballos cayesen y se mancasen, y que teníanmuchas de las calles tapiadas y por las azoteas delas casas muchas piedras para que después queentrásemos en la ciudad tomarnos seguramente yaprovecharse de nosotros a su voluntad, y que si yoquería ver cómo era verdad lo que ellos me decían,que mirase cómo los señores de aquella ciudadnunca habían venido a me ver ni hablar estandotan cerca de ésta, pues habían venido los deGuasincango, que estaban más lejos que ellos; y quelos enviase a llamar y vería cómo no querían venir.Yo les agradecí su aviso y les rogué que me diesenellos personas que de mi parte los fuesen a llamar, yasí me los dieron, y yo les envié a rogar que viniesena verme porque les quería hablar ciertas cosas de

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parte de vuestra alteza, y decirles la causa de mivenida a esta tierra.

Los cuales mensajeros fueron y dijeron mimensaje a los señores de la dicha ciudad, y conellos vinieron dos o tres personas, no de muchaautoridad, y me dijeron que ellos venían de partede aquellos señores porque ellos no podían venirpor estar enfermos, que a ellos les dijese lo quequería. Losde esta ciudad me dijeron que era burlay que aquellos mensajeros eran hombres de pocacalidad, y que en ninguna manera me partiese sinque los señores de la ciudad viniesen aquí. Yo leshablé a aquellos mensajeros y les dije que embaja­da de tan alto príncipe como vuestra sacra majes­tad, que no se debía de dar a tales personas comoellos y que aun sus señores eran poco para la oír:por tanto, que dentro de tres días pareciesen antemí a dar la obediencia a vuestra alteza y a se ofre­cer por sus vasallos, con apercibimiento que pa­sado el término que les daba, si no viniesen, iríasobre ellos y los destruiría y procedería contra elloscomo contra personas rebeldes y que no se queríansometer debajo del dominio de vuestra alteza. Ypara ello les envié un mandamiento firmado de minombre y de un escribano con relación larga de lareal persona de vuestra sacra majestad y de mivenida, diciéndoles cómo todas estas partes y otrasmuy mayores tierras y señoríos eran de vuestraalteza, y que los que quisiesen ser sus vasallosserían honrados y favorecidos, y por el contrario,los que fuesen rebeldes, serían castigadosconforme a justicia.

Yotro díavinieron algunos de los señores de ladicha ciudad, o casi todos, y me dijeron que si ellos

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no habían venido antes, la causa era porque los deesta provincia eran sus enemigos y que no osabanentrar por su tierra porque no pensaban venirseguros, y que bien creían que me habían dichoalgunas cosas de ellos; que no les diese créditoporque las decían como enemigos y no porquepasara así, y que me fuese a su ciudad y que allíconocería ser falsedad lo que estos me decían yverdad lo que ellos me certificaban, que desde en­tonces se daban y ofrecían por vasallos de vuestrasacra majestad, y que lo serían para siempre, y ser­vían y contribuían en todas las cosas, que de partede vuestra alteza se les mandase; y así lo asentó unescribano, por las lenguas que yo tenía. Y todavíadeterminé de me ir con ellos, así por no mostrarflaqueza, como porque desde allí pensaba hacermis negocios con Mutezuma, porque confina consu tierra [. ..]

Y como los de Tascaltecal vieron mi determi-nación, pesóles mucho, y dijéronme muchas vecesque lo erraba. Pero, que pues ellos se habían dadopor vasallos de vuestra sacra majestad, y mis ami­gos, que querían ir conmigo a ayudarme en todo loque se ofreciese. Y puesto que yo se lo defendiesey rogué que no fuesen porque no había necesidad,todavía me siguieron hasta cien mil hombres muybien aderezados de guerra y llegaron conmigo has­ta dos leguas de la ciudad; y desde allí, por muchaimportunidad mía, se volvieron, aunque todavíaquedaron en mi compañía hasta cinco o seis mil deellos. Dormí en un arroyo que allí estaba a las dosleguas, por despedir la gente porque no hiciesenalgún escándalo en la ciudad y también porque eraya tarde y no quise entrar en la ciudad sobre tarde.

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Otrodía de mañana salieronde la ciudad ame recibiral camino, con muchas trompetas y atabales y mu­chas personas de las que ellos tienen por religiosasen susmezquitas,vestidasde lasvestidurasque usan,y cantando a sumanera como lo hacen en las dichasmezquitas.Ycon esta solemnidadnos llevaronhastaentrar en la ciudad, y nos metieron en un aposentomuy bueno a donde toda la gente de mi compañíase aposentó a mi placer. Allínos trajeron de comer,aunque no cumplidamente;y en el camino topamosmuchas señales de las que los naturales de estaprovincia nos habían dicho, porque hallamos elcamino real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos,aunque no muchos, y algunas calles de la ciudadtapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Conesto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayorrecaudo[. ..]

En tres días que ahí estuve, proveyeron muymal y cada día peor, y muy pocas veces me veníana ver ni a hablar los señores y personas principalesde la ciudad. Y estando algo perplejo en esto, a lalengua que yo tengo, que es una india de esta tie­rra, que hube en Potonchán, que es el río grandeque ya en la primera relación a vuestra majestadhice memoria, le dijo otra natural de esta ciudadcómo muy cerquita de allí estaba mucha gente deMutezuma junta, y que los de la ciudad tenían fue­ra sus mujeres e hijos y toda su ropa, y que habíade dar sobre nosotros para nos matar a todos, y siella se quería salvar que se fuese con ella, que ellala guarecería; la cual lo dijo a aquel Gerónimo deAguilar,lengua que yo hube en Yucatán de que asímismo a vuestra alteza hube, escrito y me lo hizosaber. Y yo tuve uno de los naturales de la dicha

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ciudad que por allí andaba y le aparté secretamenteque nadie lo vió y le interrogué y confirmó con loque la india y los naturales de Tascaltecal me habíandicho.

Y así por esto como por las señales que paraello veía, acordé de prevenir antes de ser preveni­do, e hice llamar a algunos de los señores de laciudad diciendo que les quería hablar, y metilos enuna sala, y en tanto hice que la gente de los nues­tros estuviese apercibida, y que en soltando unaescopeta diesen en mucha cantidad de indios quehabían junto al aposento y muchos dentro de él.Así se hizo, que después que tuve los señores den­tro de aquella sala, dejélos atando y cabalgué, ehice soltar la escopeta y dímosles tal mano, que enpocas horas murieron más de tres mil hombres. Yporque vuestra majestad vea cuán apercibidos es­taban, antes que yo saliese de nuestro aposentotenían todas las calles tomadas y toda la gente apunto, aunque como los tomamos de sobresaltofueron buenos de desbaratar, mayormente que lesfaltaban los caudillos porque los tenía ya presos; ehice poner fuego a algunas torres y casas fuertesdonde se defendían y nos ofendían, y así anduvepor la ciudad peleando, dejando a buen recaudo elaposento, que era muy fuerte, bien cinco horas,hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad pormuchas partes de ella, porque me ayudaban biencinco mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocien­tos de Cempoal.

Vuelto al aposento, hablé con aquellos seño­res que tenía presos y les pregunté qué era la causaque me querían matar a traición, y me respondie­ron que ellos no tenían la culpa porque los de Culúa

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que son los vasallos de Mutezuma, los habían pues­to en ello, y que el dicho Mutezuma tenía allí en talparte, que, según después pareció, sería legua ymedia, cincuenta mil hombres en guarnición paralo hacer, pero que ya conocían como habían sidoengañados, que soltase uno o dos de ellos y queharían recoger la gente de la ciudad y tornar a ellatodas la mujeres y niños y ropa que tenían fuera yque me rogaban que aquel yerro les perdonase, queellos me certificabanque de allí adelante nadie lesengañaría y serían muy ciertos y leales vasallos devuestra alteza y mis amigos. Después de les haberhablado muchas cosas acerca de su yerro, solté dosde ellos, y otro día siguiente estaba toda la ciudadpoblada y llena de mujeres y niños muy seguros,como si cosa alguna de lo pasado no hubiera acae­cido; y luego solté todos los otros señores que teníapresos, con que me prometieron de servir a vuestramajestad muy lealmente, y en obra de quince oveinte días que allí estuve quedó la ciudad y tierratan pacífica y tan poblada que parecía que nadiefaltabade ella,en susmercadosy tratospor la ciudadcomo antes lo solían tener, e hice que los de estaciudad de Churultecal y los de Tascaltecal fuesenamigos,porque lo solíanser antesymuypoco tiempohabía que Mutezumacon dádivas loshabía seducidoa su amistad y hecho enemigos de estos otros.

[...]Todos éstos han sido y son después de estetrance pasado, muy ciertos vasallos de vuestra ma­jestad y muy obedientes a lo que yo en su realnombre les he requerido y dicho, y creo lo seránde aquí adelante. Esta ciudad es muy fértil de la­branzas porque tiene mucha tierra y se riega la másparte de ella, y aun es la ciudad más hermosa de

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fuera que hay en España, porque es muy torreada yllana y certifico a vuestra majestad que yo contédesde una mezquita cuatrocientas treinta y tantastorres en la dicha ciudad, y todas son de mezqui­tas. Es la ciudad más a propósito de vivir españolesque yo he visto de los puertos acá, porque tienealgunos baldíos y aguas para criar ganados, los queno tienen ningunas de cuantas hemos visto, por­que es tanta la multitud de la gente que en estaspartes mora, que ni un palmo de tierra hay que noesté labrada, y aun con todo en muchas partes pa­decen necesidad por falta de pan y aun hay muchagente pobre y que piden entre los ricos por lascalles y por las casas y mercados, como hacen lospobres en España y en otras partes que hay gentede razón.

A aquellos mensajeros de Mutezuma que con­migo estaban hablé acerca de aquella traición queen aquella ciudad se me quería hacer, y cómo losseñores de ella afirmaban que por consejo de Mute­zuma se había hecho, y que no me parecía que erahecho de tan gran señor enviarme sus mensajerosy personas tan honradas como me había enviado,a me decir que era mi amigo, y por otra parte bus­car maneras de me ofender con mano ajena, parase salvar él de culpa si no le sucediese como élpensaba. [...]

Aquellos suyos me respondieron que ellos ha­bía muchos días que estaban conmigo y que nosabían nada de aquel concierto más de lo que allíen aquella ciudad después que aquello se ofreciósupieron, y que no podían creer que por consejo ymandado de Mutezuma se hiciese, y que me roga­ban que antes que me determinase de perder su

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amistady hacerle la guerra que decía,me informasebien de la verdady que diese licenciaa uno de ellospara ir a le hablar, que él volveríamuy presto. Hayde esta ciudad a donde Mutezuma residía, veinteleguas.Yoles dijeque me placía, y dejé ir al uno deellosy dende a seisdíasvolvióél y otro que primerose había ido y trajéronmediez platos de oro y milyquinientas piezas de ropa y mucha provisión degallinas y pan y cacao, que es cierto brebaje queellos beben y me dijeron que a Mutezumale habíapesado mucho de aquel desconcierto que enChurultecal se quería hacer, [...] y que todavía merogaba que no curase de ir a su tierra porque eraestéril y padeceríamos necesidad, y que dondequiera que yo estuviese le enviase a pedir lo queyo quisiese y que lo enviaría muy cumplidamente.

Yo le respondí que la ida a su tierra no se po­día excusar porque había de enviar de él y de ellarelación a VuestraMajestad,y que yo creía lo queél me enviaba a decir; por tanto, que pues yo nohabía de dejar de llegar a verle, que él lo hubiesepor bien y que no se pusiese en otra cosa porquesería mucho daño suyo, y a mí me pesaría de cual­quiera que le viniese. Y desde que ya vio que mideterminada voluntad era de verle a él y a su tierra,me envió a decir que fuese en hora buena, que élme hospedaría en aquella gran ciudad donde esta­ba, y envióme muchos de los suyos para que fue­sen conmigo porque ya entraba por su tierra, loscuales me querían encaminar por cierto caminodonde ellos debían de tener algún concierto paranos ofender, según después pareció, porque lo vie­ron muchos españoles que yo enviaba después porla tierra. Había en aquel camino tantos puentes y

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pasos malos, que yendo por él, muy a su salvopudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios hayatenido siempre cuidado de encaminar las realescosas de Vuestra Sacra Majestad desde su niñez, ycomo yo y los de mi compañía íbamos en su realservicio, nos mostró otro camino aunque algo agro,no tan peligroso como aquel por donde nos que­rían llevar, y fue de esta manera:

Que a ocho leguas de esta ciudad de Churulte­cal están dos sierras muy altas y muy maravillosas,porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otracosa de lo alto de ellas sino la nieve, se parece. Yde la una que es la más alta sale muchas veces, asíde día como de noche, tan grande bulto de humocomo una gran casa, y sube encima de la sierra hastalas nubes, tan derecho como una vira, que, segúnparece, es tanta la fuerza con que sale que aunquearriba en la sierra andaba siempre muy recio viento,no lo puede torcer. Y porque yo siempre he deseadode todas las cosas de esta tierra poder hacer avuestra altezamuy particular relación, quise de ésta,que me pareció algo maravillosa, saber el secreto,y envié diez de mis compañeros, tales cuales parasemejante negocio eran necesarios, y con algunosnaturales de la tierra que los guiasen, y lesencomendé mucho procurasen de subir la dichasierra y saber el secreto de aquel humo, de dóndey cómo salía. Loscuales fueron y trabajaron lo quefue posible para la subir, y jamás pudieron a causade la mucha nieve que en la sierra hay y de muchostorbellinos que de la ceniza que de allí sale andanpor la sierra, y también porque no pudieron sufrirla gran frialdad que arriba hacía, pero llegaron muycerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó

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a saliraquel humo, y dicen que salíacon tanto ímpetuy ruido que parecía que toda la sierra se caía abajo,y así se bajarony trajeronmucha nievey carámbanospara que los viésemos, porque nos aparecía cosamuy nueva en estas partes a causa de estar en partetan cálida, según hasta ahora ha sido opinión de lospilotos, especialmente, que dicen que esta tierraestáen veinte grados. Que es en el paralelo de la islaEspañola, donde continuamente hace muy grancalor.Y yendo a ver esta sierra, toparon un caminoy preguntaron a los naturales de la tierra que ibancon ellos, que para do iba, y dijeron que a Culúa, yque aquel era buen camino, y que el otro por dondenos querían llevar los de Culúa no era bueno, y losespañoles fueron por él hasta encumbrar las sierraspor medio de las cuales entre la una y la otra va elcamino, y descubrieron los llanos de Culúay la granciudad de Temixtitan, y las lagunas que hay en ladicha provincia de que adelante haré relación avuestra alteza, y vinieron muy alegres por haberdescubierto tan buen camino, y Dios sabe cuántoholgué yo de ello [...]

Otro día siguiente subí al puerto por entre lasdos sierras que he dicho, y a la bajada de él, ya quela tierra del dicho Mutezumadescubríamos, por unaprovincia de ella que se dice Chalco, dos leguasantes que llegásemos a las poblaciones hallé unmuy buen aposento nuevamente hecho, tal y tangrande que muy cumplidamente todos los de micompañía y yo nos aposentamos en él, aunque lle­vaba conmigo más de cuatro mil indios de los na­tural es de estas provincias de Tascaltecal yGuasucingo y Churultecal y Cempoal, y para todosmuy cumplidamente de comer, y en todas las

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posadas muy grandes fuegos y mucha leña, porquehacía muy gran frío a causa de estar cercado de lasdos sierras, y ellas con mucha nieve.

Aquí me vinieron a hablar ciertas personas queparecían principales, entre los cuales venía unoque me dijeron que era hermano de Mutezuma, yme trajeron hasta tres mil pesos de oro, y de partede él me dijeron que él me enviaba aquello y merogaba que me volviese y no curase de ir a su ciudad,porque era tierra muy pobre de comida y que paraallá había muy mal camino y que estaba toda en aguay que no podía entrar allá sino en canoas, y otrosmuchos inconvenientes que para la ida me pusieron.Y que viese todo lo que quería, que Mutezuma suseñor, me lo mandaría dar; y que así mismoconcertarían de me dar en cada un año certum quid,el cual me llevarían hasta la mar o donde yo quisiese.Yo los recibí muy bien, y les di algunas cosas de lasde nuestra España, de las que ellos tenían en mucho,en especial, al que decían que era hermano deMutezuma; y a su embajador le respondí que si enmi mano fuera volverme que yo lo hiciese por hacerplacer a Mutezuma; pero que yo había venido enesta tierra por mandado de Vuestra Majestad, y de laprincipal cosa que de ella me mandó le hicieserelación, fue del dicho Mutezuma y de aquella sugran ciudad, de la cual y de él había mucho tiempoque Vuestra Alteza tenía noticia, y que le dijesen demi parte que le rogaba que mi ida a le ver tuviesepor bien, porque de ella a su persona ni tierra ningúndaño, antes pro, se le había de seguir, y que despuésque yo le viese, si fuese su voluntad todavía de nome tener en su compañía, que yo me volvería, y quemejor haríamos entre él y mí, orden en la manera

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que en el serviciode vuestra alteza él había de tener,que por terceraspersonas, puesto que elloseran talesa quien todo crédito se debía de dar. Y con estarespuesta se volvieron. En este aposento que hedicho, según las apariencias que para ello vimos yel aparejo que en él había, los indios tuvieronpensamiento que nos pudieran ofender aquellanoche, y como yo lo sentí, puse tal recaudo, queconociéndolo ellos,mudaron su pensamiento ymuysecretamente hicieron ir aquella noche mucha genteque en los montes que estaban junto al aposentotenían junta, que por muchas de nuestra velas yescuchas fue vista;y luego siendo de día, me partí aun pueblo que está a dos leguas de allí, que se diceAmecameca que es de la provincia de Chalco, quetendrá en la población principal con las aldeas quehay a dos leguas de él más de veinte mil vecinos, yen el dicho pueblo nos aposentaron en unas muybuenas casas del señor del lugar,y muchas personasque parecían principales me vinieron allí a hablardiciéndome que Mutezuma su señor los había en­viado para que me esperasen allí y me hiciesenproveer de todas las cosas necesarias. El señor deesa provincia y pueblo me <lióhasta cuarenta es­clavasy tres mil castellanos y dos días que allí estu­ve nos proveyó muy cumplidamente de todo lonecesario para nuestra comida. Y otro día, yendoconmigo aquellos principales que de parte de Mu­tezuma me dijeron que me esperaban allí,me partíy fuí a dormir cuatro leguas de allí a un pueblopequeño que está junto a una gran laguna y casi lamitad de él sobre el agua de ella, y por la parte de latierra tiene una sierramuy áspera de piedras y peñasdonde nos aposentaron muy bien. Y asimismo

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quisieran allí probar sus fuerzas con nosotros,excepto que, según pareció, quisieran hacerlo muya su salvo y tomarnos de noche descuidados; ycomo yo iba tan sobre aviso, hallábame delante desus pensamientos; y aquella noche tuve tal guarda,que así de espías que venían por el agua en ca­noas, como de otras que por la sierra bajaban a versi había aparejo para ejecutar su voluntad, amane­cieron casi quince o veinte que las nuestras las ha­bían tomado y muerto, por manera que pocasvolvieron a dar su respuesta del aviso que venían atomar, y con hallarnos siempre tan apercibidos,acordaron de mudar el propósito y llevarnos porbien.

Y a la salida de la ciudad donde comimos, cuyonombre al presente no me ocurre a la memoria, espor otra calzada que tendrá una legua grande hastallegar a la tierra firme; y llegado a esta ciudad deIztapalapa, me salió a recibir algo fuera de ella elseñor y otro de una gran ciudad que está cerca deella que será obra de tres leguas, que se llama Ca­luanalcan, y otros muchos señores que allí me es­taban esperando, y me dieron hasta tres mil o cuatromil castellanos y algunas esclavas y ropa, y me hi­cieron muy bien acogimiento. Tendrá esta ciudadde Iztapalapa doce o quince mil vecinos, la cualestá en la costa de una laguna salada, grande, lamitad dentro del agua y la otra mitad en la tierrafirme. Tiene el señor de ella unas casas nuevas queaún no están acabadas, que son tan buenas comolas mejores de España, digo de grandes y bien la­bradas, así de obra de cantería como de carpinteríay suelos y cumplimientos para todo género de ser­vicios de casa excepto mazonerías y otras cosas ricas

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que en España usan en las casas, que acá no lastienen. Tienenmuchos cuartos altosy bajos,jardinesmuy frescos de muchos árboles y rosas olorosas; asímismo albercas de agua dulce muy bien labradas,con sus escaleras hasta lo hondo. Tiene una muygrande huerta junto a la casa, y sobre ella unmirador de muy hermosos corredores y salas, ydentro de la huerta una muygrande alberca de aguadulce, muy cuadrada, y las paredes de ella de gentilcantería, y alrededor de ella un andén de muy buensuelo ladrillado, tan ancho que pueden ir por élcuatro paseándose; y tiene de cuadra cuatrocientospasos, que son en torno mily seiscientos; de la otraparte del andén hacia la pared de la huerta va todolabrado de cañas con unas vergas, y detrás de ellastodo de arboledas y hierbas olorosas, y dentro dela alberca hay mucho pescado y muchas aves, asícomo lavancos y zarzetas y otros géneros de avesde agua, tantas que muchas veces casi cubren elagua.

Otro día después que a esta ciudad llegué mepartí, y a media legua andada, entré por una calzadaque va por medio de esta dicha laguna, dos leguashasta llegar a la gran ciudad de Temixtitanque estáfundada en medio de la dicha laguna, la cual calza­da es tan ancha como dos lanzas, y muy bien obra­da que pueden ir por toda ella ocho de caballo a lapar, y en estas dos leguas de la una parte y de la otrade la dicha calzada están tres ciudades y la una deellasque se diceMisicalcingo,está fundada lamayorparte de elladentrode la dichalaguna,y lasotrasdos,que se llamanlauna Niciacay laotraHuchilohuchico,estánen lacostade ella,ymuchascasasde ellasdentroen el agua. Laprimera ciudad de éstas tendrá hasta

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tres mil vecinos, y la segunda más de seis mil y latercera otros cuatro o cinco mil vecinos, y en todasmuy buenos edificios de casas y torres, en especiallas casas de los señores y personas principales, y lasde sus mezquitas y oratorios donde ellos tienen susídolos. En estas ciudades hay mucho trato de sal, quehacen del agua de la dicha laguna, y de la superficieque está en la tierra que baña la laguna, la cual cuecende cierta manera y hacen panes de ella dicha sal,que venden para los naturales y para fuera de lacomarca. Y asíseguí ladicha calzada,y amedia leguaantes de llegar al cuerpo de la ciudad de Temixtitan,a la entrada de otra calzada que viene a dar de latierra firme a esta otra, está un muy fuerte baluartecon dos torres cercado de muro de dos estados, consu pretil almenado por toda la cerca que toma conambas calzadas y no tiene más de dos puertas, unapor donde entran y otra por donde salen.

Aquí me salieron a ver y hablar hasta mil hom­bres principales, ciudadanos de la dicha ciudad,todos vestidos de una manera de hábito y, segúnsu costumbre, bien rico; y llegados a me hablarcada uno por sí, hacía en llegando ante mí unaceremonia que entre ellos se usa mucho, que po­nía cada uno la mano en tierra y la besaba, y asíestuve esperando casi una hora hasta que cada unohiciese su ceremonia.

Y ya junto a la ciudad está una puente de ma­dera de diez pasos de anchura y por allí está abier­ta la calzada porque tenga lugar el agua de entrar ysalir,porque crece y mengua, y también por fortale­za de la ciudad porque quitan y ponen algunasvigasmuy luengas y anchas de que la dicha puente estáhecha, todas las veces que quieren; y de éstas hay

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muchas por toda la ciudad como adelante en larelación que de las cosas de ella haré VuestraAltezaverá. Pasadaestapuente, nos salióa recibiraquelseñorMutezuma con hasta doscientos señores, todosdescalzosy vestidos de otra librea o manera de ropaasimismobien rica a su uso, y más que la de otros, yvenían en dos procesiones muy arrimados a lasparedes de la calle, que es muy ancha y muy her­mosa y derecha, que de un cabo se parece al otro Y.tiene dos tercios de legua, y de la una parte y de laotra muy buenas y grandes casas, así de aposenta­mientos como de mezquitas, y el dicho Mutezumavenía por medio de la calle con dos señores, el unoa la mano derecha y el otro a la izquierda, de loscuales el uno era aquel señor grande que dije queme había salido a hablar en las andas y el otro era suhermano del dicho Mutezuma, señor de aquellaciudad de Iztapalapa de donde yo aquel día habíapartido, todos tres vestidos de una manera, exceptoelMutezumaque iba calzado,y los otros dos señoresdescalzos; cada uno lo llevaba de su brazo, y comonos juntamos, yo me apeé y le fuí a abrazar solo, yaquellos dos señores que con él iban,me detuvieroncon las manos para que no le tocase, y ellos y élhicieron asimismo ceremonia de besar la tierra, yhecha, mandó a aquel su hermano que venía con élque se quedase conmigo y me llevase por el brazo,y él con el otro se iba delante de mi poquito trecho.

Y después de me haber él hablado, vinieronasimismo a me hablar todos los otros señores queiban en las dos procesiones, en orden uno en posde otro, y luego se tornaban a su procesión; y altiempo que yo llegué a hablar al dicho Mutezuma,quitéme un collar que llevaba de margaritas y dia-

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mantes de vidrio y se lo eché al cuello; y después dehaber andado la calle adelante, vino un servidor suyocon dos collares de camarones envueltos en un paño,que eran hechos de huesos de caracoles colorados,que ellos tienen en mucho, y de cada collar colgabanocho camarones de oro de mucha perfección, tanlargos casi como un geme, y como se los trajeron sevolvió a mí y me los echó al cuello. Y tornó a seguirpor la calle en la forma ya dicha hasta llegar a unamuy grande y hermosa casa que él tenía para nosaposentar, bien aderezada. Y allíme tomó de la manoy me llevó a una gran sala que estaba frontera delpatio por donde entramos, y allí me hizo sentar enun estrado muy rico que para él lo tenía mandadohacer, y me dijo que le esperase allí, y él se fue.

Y dende a poco rato, ya que toda la gente de micompañía estaba aposentada, volvió con muchas ydiversas joyas de oro y plata, y plumajes, y con hastacinco o seis mil piezas de ropa de algodón, muy ricasy de diversas maneras tejidas y labradas, y despuésde me las haber dado, se sentó en otro estrado, queluego le hicieron allí junto con el otro donde yoestaba; y sentado propuso en esta manera: "Muchosdías ha que por nuestras escrituras tenemos denuestros antepasados noticia que yo ni todos los queen esta tierra habitamos no somos naturales de ellasino extranjeros, y venidos a ella de partes muyextrañas; y tenemos asimismo que a estas partes trajonuestra generación un señor cuyos vasallos todoseran, el cual se volvió a su naturaleza, y despuéstornó a venir dende en mucho tiempo, y tanto, queya estaban casados los que habían quedado con lasmujeres naturales de la tierra y tenían muchageneración y hechos pueblos donde vivían, y

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queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni me­nos recibirle por señor, y así se volvió; y siemprehemos tenido que los que de él descendiesen ha­bían de venir a sojuzgar a esta tierra y a nosotroscomo a sus vasallos; y según de la parte que vosdecís que venís, que es a do sale el sol y las cosasque decís de ese gran señor o rey que acá os envió,creemos y tenemos por cierto, él sea nuestro señornatural, en especial que nos decís que él ha muchosdías que tenía noticia de nosotros; y por tanto, vossed cierto que os obedeceremos y tendremos porseñor en lugar de ese gran señor que vos decís, yque en ello no habrá falta ni engaño alguno, y bienpodéis en toda la tierra, digo que en la que yo en miseñorío poseo, mandar a vuestra voluntad, porqueserá obedecido y hecho; y todo lo que nosotrostenemos es para lo que vos de ello quisiéredesdisponer. Y pues estáis en vuestra naturaleza y envuestra casa, holgad y descansad del trabajo delcamino y guerras que habéis tenido, que muy biensé todos los que se vos han' ofrecido de Putunchánacá, y bien sé que los de Cempoal y de Tascaltecalos han dicho muchos males de mí. No creáis másde lo que por vuestros ojos veredes, en especial deaquellos que son mis enemigos, y algunos de elloseran mis vasallos, y hánseme rebelado con vuestravenida, y por se favorecer con vos lo dicen; loscuales sé que también os han dicho que yo teníalas casas con las paredes de oro y que las esterasde mis estrados y otras cosas de mi servicio eranasimismo de oro, y que yo era y me hacía dios yotras muchas cosas. Lascasasya las veis que son depiedra y caly tierra";y entonces alzó lasvestidurasyme mostró el cuerpo diciendo: "Amí veisme aquí

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que soy de carne y hueso como vos y como cadauno, y que soy mortal y palpable", asiéndose él consus manos de los brazos y del cuerpo: "Vedcómo oshan mentido; verdad es que tengo algunas cosas deoro que me han quedado de mis abuelos: todo loque yo tuviere tenéis cada vez que vos lo quisiéredes;yo me voy a otras casas donde vivo: aquí seréis pro­veído de todas las cosas necesarias para vos y paravuestra gente. Y no recibáis pena alguna, pues es­táis en vuestra casa y naturaleza." Yo le respondí atodo lo que me dijo, satisficiendo a aquello que mepareció que convenía, en especial en hacerle creerque Vuestra Majestad era a quien ellos esperaban; ycon esto se despidió; e ido, fuimos muy bienproveídos de muchas gallinas y pan y frutas y otrascosas necesarias, especialmente para el servicio delaposento, y de esta manera estuve seis días, muybien proveído de todo lo necesario, y visitado demuchos de aquellos señores.

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Las condiciones de los sitiadosen México Tenochtitlan

INFORMANTES INDÍGENAS DEFRAYBERNARDINO DE SAHAGÚN

Un importante resultado cultural de la conquista del mundomesoamericano fue la adaptación del alfabeto occidental a laslenguas nativas por los misioneros españoles durante el sigloXVI. La nueva escritura fue dominada pronto por los jóvenesnobles indígenas educados por los franciscanos en el colegiode Santa Cruz de Tlatelolco. Estos estudiantes ayudarían efi­cazmente a los frailes en la redacción de gramáticas, confesio­narios, sermonarios y otros instrumentos de apoyo para laevangelización. Resultado de esta colaboración fue la ambicio­sa investigación sobre el mundo indígena de fray Bernardino deSahagún(1500?-1590), quien junto con varios colegiales deTla­telolco reunió los recuerdos en náhuatl de muchos sobrevivien­tes de los tiempos prehispánicos, transcritos luego en elmanuscrito conocido hoy como Códice Florentino. Losescritosde Sahagún acerca de la antigua civilización, al igual que susmateriales de trabajo, serían publicados y traducidos hasta elsiglo XX, principalmente por Ángel María Garibay K. y MiguelLeón Portilla.

El testimonio de los informantes de Sahagún incluye una lar­ga relación de la conquista de México Tenochtitlan de acuerdoa los ancianos de Tlatelolco, el último reducto de la resistenciamexica de 1521; esetestimonio nos proporciona una versión delos acontecimientos muy distinta de las crónicas de los conquis­tadores. En ella se expresan elocuentemente los sentimientos yopiniones de los vencidos, primero de asombro, duda y odioante los invasores, y luego de amargura y desolación ante laderrota.

La selección que se publica aquí cuenta cómo, tras la victo­ria de la Noche Triste, los mexicas vieron rotas sus esperanzasde recobrar la paz, primero por la mortandad causada por unaepidemia de viruela, enfermedad hasta entonces desconocidaen Mesoamérica, y luego por el retorno de los españoles y susaliados para poner sitio aTenochtitlan por tierra y agua. El texto

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Signo del año: 3-Casa. Día del calendario mági­co: 1-Serpiente.

Después de que Cuauhtémoc fue entregado lollevaron a Acachinanco ya de noche. Pero al si­guiente día, cuando había ya un poco de sol, nue­vamente vinieron muchos españoles. También erasu final. Iban armados de guerra, con cotas y concascos de metal; pero ninguno con espada, ningu­no con su escudo.

Todosvan tapando su nariz con pañuelos blan­cos: sienten náuseas de los muertos, ya hieden, yaapestan sus cuerpos. Y todos vienen a pie.

Vienen cogiendo del manto a Cuauhtémoc, aCoanacotzin,a Tetlepanquetzaltzin. Lostres vienenen fila.

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Desde la Noche Triste al sitio deTenochtitlan

FRANCISCO CERVANTES DE SALAZAR

Sólo treinta años después de la caída de Tenochtitlan, el nuevomundo construido sobre sus ruinas daba señales de madurez.Una nueva generación había crecido, la de los criollos, esdecirespañoles nacidos en México, la mayor parte de ellos hijos deconquistadores. Paraproporcionarles oportunidades de educa­ción y de empleo en la Iglesia y el gobierno, se creó, por decre­to real de 1551, la Real y Pontificia Universidad de México.Entre los primeros profesores de la Universidad estuvo el clérigotoledano Francisco Cervantes de Salazar (1514?-1575), su pri­mer catedrático de retórica y dos veces rector, humanista nota­ble y autor, entre otros escritos, de una interesante descripciónde la capital novohispana en 1554.

En 1558 los concejales del ayuntamiento de la ciudad deMéxico, quienes eran en su mayoría viejos conquistadores, en­cargaron a Cervantes de Salazar que escribiera una historia deldescubrimiento y conquista de la Nueva España. Los antiguoscombatientes se hallaban molestos de que en las historias deaquellos sucesos que se estaban publicando se ignoraran susméritos de guerra, uno de sus principales argumentos para go­zar ellos y susdescendientes de encomiendas, repartimientos yotros privilegios. Atendiendo a estapreocupación, Cervantesem­pleó los relatos escritos y los testimonios orales de los conquis­tadores para narrar detalladamente y con un pulido lenguaje loshechos de los capitanes y soldados españoles en la captura deTenochtitlan. Estosfragmentos de gran realismo contrastan conotros en que el autor, siguiendo el modelo de la historiografíarenacentista, da licencia a la fantasía y coloca en boca de lospersonajes más importantes largos y elegantes discursos quenunca pronunciaron. Cervantes murió sin concluir su obra y elmanuscrito de la Crónica de la Nueva España se publicó hastael siglo XX.

Nuestra selección ofrece ejemplos de este doble carácter dela obra de Cervantes de Salazar.Comenzando con la prisión deMotezuma por Cortés a raíz del asesinato de algunos de sus

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soldados, describe la relación extrañamente cordial que seesta­bleció entre los españoles y el tlatoani cautivo, hasta que la sa­lida de Cortés a Veracruz para combatir a Pánfilo de Narváezprecipitó las hostilidades contra los mexicas. Luego, en un tonototalmente distinto, recrea la desastrosa retirada de los españo­les durante la Noche Triste, su huida hacia Tlaxcala y la inespe­rada victoria de Otumba, principio de la recuperación que traeríade regreso a los conquistadores para el sitio de México Teno­chtitlan.

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Capítulo XXVIIEldía siguiente, a la hora que Cortés solía ir a ver algran señor Moctezuma, se acompañó de treinta delos suyos, Capitanes y personas principales dejandoa los demás puestos en armas, de secretos, para sihubiese algún bullicio, divididos de cuatro en cuatropor las encrucijadas; y a los que con él iban, mandóque de dos en dos o de tres en tres, disimuladamen­te, como que se iban a pasear, se fuesen a palacio.Entró do el gran Moctezuma estaba, el cual lo salió arecibir; metióle en una sala do tenía su estrado;entraron con él los treinta españoles que allí sehabían juntado, quedando otros muchos en la puertay en el patio como Cortés había ordenado. Saludo aMoctezuma con la gracia que solía; comenzó a tenerpalacio con él; holgóse el señor, bien descuidado delo que fortuna de ahí a poco había de hacer con él, yestaba contento y muy alegre con la conversación.Dio a Cortésmuchas joyasde oro y una hija suya conotras hijas de señores; la hija para que con ella secasase, y las demás para que le sirviesen o las repar­tiese entre sus caballeros. Él las recibió por noenojarle, diciendo que siempre, como gran señor,le hacía mercedes de todas maneras, y que supieseque con aquella señora, su hija, no se podía casarporque su ley cristiana lo prohibía, así por no serbautizada, como por él por ser casado y por no tener

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más de una mujer. Con todo esto Moctezuma se ladio, diciendo que quería tener nietos de hombre tanvaleroso. [...]

Cortés, con buenas palabras, le dijo: "Señor mío:Conviene que vuestra Alteza se vaya conmigo a miaposento y esté en él hasta que los mensajeros trai­gan a Qualpopoca [rebelado contra Cortés], que con­migo será vuestra Alteza muy bien tratado, servido,acatado y reverenciado, y mandará como hasta aquí,no sólo a sus vasallos, pero a mí y a mis compañeros,que yo con más cuidado miraré por la persona devuestra Alteza como por la de mi Rey, y perdonad­me que lo haga así, porque no me conviene hacerotra cosa, de otra manera vuestros reinos se rebela­rán y resolverán, y vuestra persona y las nuestrascorrerán mucho riesgo, y estos mis compañeros queconmigo vienen y los demás se enojarían conmigosi no los amparase y defendiese, sabiendo, comosaben, que los vuestros se quieren levantar contraellos. Por tanto, mandad a los vuestros que no sealteren ni revuelvan, porque cualquiera alteraciónque sucediere la pagará vuestra persona con pérdi­da de vida; y pues está en vuestra mano ir callandosin que los vuestros se alboroten, hacedlo, que asíos conviene para lo presente y para lo de adelante,y en esto no pongáis excusa, porque se ha de hacerlo que digo."

Moctezuma, aunque era muy señor, muy gra­ve y muy reportado, alteróse con esto demasiada­mente, aunque no respondió hasta que se sosegóun poco, y entonces, con buen semblante dijo: "Se­ñor Capitán: Maravíllome de vuestro atrevimiento,que en mi casa, en mi ciudad y en mi reino, y contanto peligro vuestro os pongáis en prenderme, no

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es persona la mía que debe ni puede ser presa, yaque lo consintiese, no lo consentirán los míos, queson tantos y tan poderosos, como sabéis."

De esta manera, en demandas y respuestasestuvieron los dos más de tres horas, hasta queviendo ya Moctezuma que el negocio estaba en loúltimo del riesgo que podía tener, temiendo perderallíel imperio con la vida, le dijo: "¡Ea,pues, vamos;que se ha de hacer lo que tú mandas; que en fin,yoveo que lo has de venir a señorear y mandar todo!"Volviósea los que con él estaban, que eran señores,porque nunca estaba solo,y con rostrogravelesdijo:"No os alteréis, que yo voy de mi voluntad con elCapitán Hernando Cortés a su aposento, paraasegurarle de la maldad que Qualpopoca me halevantado." Cortés mandó aderezar el aposentodonde había de estar. Hecho esto, los señores,quitándose las mantas y poniéndolas debajo de losbrazos, descalzos y llorando, le llevaron en loshombros en unas andas al aposento, que a sumodo,estaba ricamente aderezado. No se pudo esto hacertan secreto que luego no se dijesepor toda la ciudadcómo el gran señor iba preso en poder de losespañoles. Acudieron luego muchos señores malespantados y muy alterados; comenzó, como eraforzoso en negocio tan arduo y tan nuevo, a habergran bullicio por toda la ciudad, y como los más delos señores estaban con Moctezuma, para saber lacausa de su prisión y ver lo que mandaba, no huboquien osase tomar armas.]. ..]

Capítulo XXVIIIFue tal y tan bueno el tratamiento que Cortés hacíaa Moctezuma, que mandó que ninguno de sus ca-

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balleros le hablase si no quitaba la gorra y hacién­dole una reverencia tal cual convenía a tan granPríncipe, y así él todas las veces que entraba a ver­le le respetaba mucho, entendiendo que , con sola­mente en ello hacía el deber, pero que ayudaba a sunegocio. Rogóle muchas veces con la libertad,diciendo que si era servido, que se podía volver a supalacio, porque él no le tenía en prisión. Respon­dióle Moctezuma que se lo agradecía mucho y queél estaba bien allí pues no echaba menos cosa queal real servicio de su persona perteneciese y queholgaba de estar allí por tener ocasión de tratar másparticularmente a los españoles, a quien cada día seiba más aficionando, por lo bien que le parecían,que era gente muy sabia y valiente, y también podríaser que, volviéndose a su aposento, los suyos,teniendo más libertad para hablarle, le importunasene indujesen a que hiciese alguna cosa contra suvoluntad, que fuese en daño de los españoles, deque estando allí en son de preso podía excusarsecon ellos, diciendo no estar en su libertad.

Muy bien pareció a Cortés esta respuesta, aun­que se recataba no fuese dada para asegurarle más.Salía Moctezuma con licencia de Cortés y acompa­ñado de las guardas españoles a visitar los templosy hacer oración a los dioses, a quien los más no­bles y más señores veneraban y acataban más. Asi­mismo pedía licencia para irse a holgar y a pasartiempo a ciertas casas de placer que tenía alrededorde la ciudad una o dos leguas, volviéndose siemprea dormir al aposento. Iba en piraguas y en canoasgrandes, que en cada una cabían sesenta hombres.Delante de la suya iba una pequeña, en la cual conuno o dos remeros iba un indio ricamente vestido,

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en pie, con tres barras de oro atadas, levantadas enla mano, a manera de guión real, y así le llamabanAltezay Emperador y al señor de Tezcuco Infante.Iban en su guarda cuatro bergantines, que fueronlos primeros que Martín López hizo, los cualesquemaron después los indios cuando Cortés fuecontra Narváez. Iban en éstos los españoles, muybien aderezados, porque entonces era el tiempocuando más podían ser ofendidos. La caza, a queMoctezuma iba por agua, era a tirar a pájaros y aconejos con cerbatana , de la cual era gran tirador.Otras veces salía a los montes a caza de fieras conredes, arcos y flechas y a caza de altanería, aunqueno lausabamucho, aunque por grandeza, comodije,teníamuchas águilasrealesymuchas otras avesmuyhermosas, de rapiña. Cuando iba a la caza de indiostlaxcaltecas; acompañabanle los señores, susvasallos, por hacerle solaz; banqueteaba a éstos y alos españoles con mucha gracia, dando a los unos ya los otros muchos dones y haciéndoles muchasmercedes.

Tuvo también gran cuenta Moctezuma con elserviciode los españoles, y tanta, que aun hasta elproveerse de las necesidades naturales, les señalóunas casas, que por esto se llamaronmaxixato, quequiere decir del proveimientonatural , con lascualesciertos indios tenían gran cuenta para que siempreestuviesen limpiasy aun con buen olor,y como estacasa era muy grande, entrado Ojeda por ciertosaposentos, hallóenuno muchos costalejosde a codo,llenos y bien atados. Tomó uno y sacólo fuera yabriéndole delante de algunos de sus compañeros,halló que estaba lleno de piojos; tornáronle a atarde presto, espantados de aquella extrañeza. Contá-

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ronlo a Cortés, el cual preguntó a Marina y a Aguilarqué quería decir cosa tan nueva. Respondiéronle queera tan grande el reconocimiento que a Moctezumahacían todos sus vasallos, que el que de muy pobre oenfermo no podía tributar, estaba obligado aespulgarse cada día y guardar los piojos que tomase,sin osados matar, para tributarlos a su tiempo en señalde vasallaje, y que como de los pobres hubiese grannúmero así había muchos costalejos de piojos, cosacierto la más peregrina que se ha oído de que másmuestra la tiranía y sujeción que sobre los suyosMoctezuma tenía, aunque con los nuestros eran tanafable y amoroso, como el que conocía el valor dela gente nueva, que jamás pasó día que no hiciesemercedes a alguno o algunos de los nuestros queestaban en su guarda, y especialmente quería muchoa un Fulano de Peña, con el cual, burlándose muchasveces, le tomaba el bonete de la cabeza, y echándoselode la azotea abajo, gustaba mucho de verlo bajar porél y luego le daba una joya. Amó muy de veras a éste,como delante diré, y si la desgracia de la muerte deeste gran príncipe no sucediera, le hiciera muy rico,porque era muy a su contento, tanto que todas lasveces que le veía, aunque fuese delante de Cortés, sesonreía y alegraba. Nunca comía ni se iba a holgarque le llevase consigo, y cierto tenía razón, porqueel Peña era gracioso, de buen aire y de buen parecery avisado en lo que decía y hacía.

Buscaba siempre Moctezuma, según era sucondición afable y dadivoso, ocasión como merce­des, y así, viendo un día a Alonso de Ojeda unabolsa grande, nueva, de las plegadas y de bolsicos,labrada con seda, que se decía burjaca, se la pidió;miróla toda, holgóse mucho de verla espantado de

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que tuviese tantas partes y tan bien hechas, dondeguardar muchas cosas. Alegre con ella, dio un silbobajo, que es manera de llamar de los señores; vinie­ron luego ciertosprincipales; díjolesmuy quedo queluego trajesen ciertas cosas. Apenas había acabadode mandarlo, cuando luego dieron a Ojedados indiasmuy hermosas, muchas mantas ricas, una fanega decacao y algunas joyas, pagándole la burjaca hartomás de lo que ella valía, aunque fuera de oro.Rindióle Ojeda las gracias con mucha humildad, ycomo ninguna cosa concilia tanto amigos como laafabilidad y la liberalidad, allende de que era tangran Príncipe, le amaban los nuestros como si decada uno fuera padre y hermano. Jugaba muchasveces el bodoque con Pedro de Alvarado, aunquelos precios eran bien diferentes, porque cuandoPedro de Alvaradoperdía le daba un chalchuite, quees una piedra baja y de poco precio, y cuandoMoctezuma perdía le daba un tejuelo de oro, quepor lo menos valía cincuenta ducados y acontecióleperder en una tarde cuarenta o cincuenta tejuelosde aquellos. Holgábase lasmás veces de perder, portener ocasión de dar, condición no de otro que deRey.

Capítulo XXXIVVeinte días después aunque otros dicen más, de laprisión de Moctezuma, tornaron aquellos criadosque con su sello real habían ido a prender a Qual­popoca, los cuales, porque era gran señor, aunquepreso, le trajeron como a tal, con un hijo suyo yotros quince caballeros, personas muy principalesy de su consejo, que por la pesquisa secreta quelos criados de Moctezuma hicieron, pareció haber

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sido culpados en la muerte de los españoles con suseñor. Entró Qualpopoca en México acompañado,así de los que con él venían, como de los que lesalieron a recibir, como a gran señor que era, el cualvenía sentado en unas andas que traían a hombroscriados y vasallos suyos. Llegando así a palacio, bajóde las andas; púsose otras ropas no tan ricas conmucho, como las que traía; descalzóse los zapatos,porque delante del gran señor ninguno podía entrarde otra manera; esperó un rato hasta que Moctezumale mandó que entrase; llegó solo, quedando muy atráslos unos y los otros que con él habían venido, y hechasmuchas reverencias y ceremonias de grandísimoacatamiento, cuanto a los dioses podía hacer, baja lacabeza, sin osar levantar los ojos, dijo: "Muy grande ymuy poderoso Emperador y señor mío: Aquí estátu esclavo Qualpopoca que mandaste prender; miralo que mandas, tu esclavo soy y no podré hacerotra cosa sino obedecerte." Moctezuma respondiócon gran severidad (dicen algunos) diciendo fuesemal venido, pues tan mal lo había hecho sobreseguro matar los españoles y decir que él se lo habíamandado, y que así sería castigado como traidor alos hombres extraños y a su Rey.

Queriendo disculparse Qualpopoca, Moctezu­ma no le quiso oír, mandando que luego fuese en­tregado con el hijo y con los demás a Cortés y así sehizo, el cual, después de haberles echado prisiones,apartándolos, que no pudiesen estar los unos conlos otros, les tomó sus confesiones y confesaronde plano, haberlos muerto, pero que en batalla.Y preguntando Qualpopoca si era vasallo de Moc­tezuma, respondió: "¿Pues hay otro señor en elmundo de quien poderlo ser?", dando a entender

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no saberlo. Cortés le replicó: "Muymayor y muymás fuerte y muy más poderoso es el Rey de losespañoles que vos mataste sobre seguro y a trai­ción, y así habéis venido a pagadero como malhe­chor, y ningún poder de los vuestros os escaparáde la muerte." Examinólos otra vez con más rigor yamenazas de tormento, y entonces sin discrepar,todos a una voz, confesaron como habían muertolos dos españoles, tanto por aviso e inducimientodel gran señor Moctezuma. Como por su motivo;y a los otros en la guerra que les fueron a dar ensu casa y tierra, donde, según el fuero de la gue­rra, los pudieron matar.

Hecha esta confesión y rectificados en ella,sentenció Cortés a Qualpopoca y a los demás aque fuesen quemados. Notificóseles la sentencia.Respondió Qualpopoca que aunque él padecía lamuerte, por haber muerto aquellos dos españolessobre seguro, que Moctezuma, su gran señor, se lohabía mandado, que no se atrevería a hacerlo si nopensara servirle en ello. Respondido esto, fue lleva­do con el hijo y con los demás a una plaza muygrande, con mucha guarda de españoles y de mu­chos criados de Moctezuma,y puesto él y los demássobre una gran hoguera de flechasy arcosquebradosque estaban muy secos, atadas las manos y los pies,se puso fuego, y allí tornó a confesar lo que pocoantes dijo. Hizo oración a sus dioses y lo mismo losotros. Prendióse el fuego, y en poco tiempo fueronabrasados y hechos cenizas sin haber escándalo al­guno, maravilladostodos losmexicanos de la nuevajusticiaque veían ejecutar en señor tan grande y enreinos y ciudad de Moctezuma, y que para estofuesen parte hombres extranjerosy tan pocos.

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Capítulo XXXVILuegoque Qualpopoca y los demás confesaron, enel entretanto que los echaban a quemar, Cortés,acompañado de los principales de su ejército, in­dignado, fue adonde Moctezuma estaba, al cual,hablándole con enojo, dijo así: "Negadome habíasque tú no mandaste a Qualpopoca que con tangran traiciónmatasea tus compañeros, creyendoquelaverdad no eramáspoderosa que tú y que todos lospríncipesdelmundo. Nolo has hecho como tan granseñor como dices que eres, sino como vil esclavo,enemigo de tu república de tu palabra. Has sidocausa que muriesen los nuestros, que cada uno deellos vale más que todos los tuyos. Has sido causaque Qualpopoca, siento tan gran señor, con su hijoy con sus amigos muriera y que pague lo que túmerecías. Cierto, si no fuera porque en otras cosasme has demostrado amor,y el Emperador,mi señor,me envió a que de su parte te visitase,merecías noquedar con la vida , porque en ley divinay humanaes justo que el que mata como tú lo has hecho, quemuera; pero por que no quedes sin algún castigo ytú y los tuyos sepáis cuánto vale el tratarverdad y lomucho que cadauno de losmíosmerece, te mandaréechar prisiones." Moctezuma se alteró mucho conesta reprensión , y como temía y tenía en tanto aCortés,demudóse, que sangre no le quedó en el ros­tro; no acertaba a responderle, de turbado, porquesu pecho le acusaba, y cada vez que alzaba los ojosa Cortés le ponía miedo. Díjole, como pudo, que élno era en culpa y que tal no había mandado; que noestuvieseenojado y que hiciesede él lo que quisiese.Cortés no le replicó, saliéndose muy airado;

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echáronle luego unos grillos,diciéndole: "Quien talhace que tal pague." Mandó esto Cortésmás, segúnera sagaz, por ocuparle el pensamiento en aqueltrabajo suyo, para que no se divirtiese a pensar enlo que en su casa se hacía contra Qualpopoca, quepor castigarle,el cual, como se vio con grillos,lloró;espantóse grandemente de una cosa tan nueva,especialmente para él que era Rey de Reyes yPríncipe tan venerado que ninguno tanto en esteNuevo Mundo lo había sido; porfiaba en decir queno tenía culpa y que no sabía nada. Espantáronsetodos los señores y deudos suyos de tan grannovedad, que viniendo todos, como atónitos,dondeél estaba, comenzaron a llorar con él; hincáronselede rodillas, sosteniéndole con sus manos los grillosymetiendo por los anillosmantas delgadas para queno le tocasen a la carne. No sabían qué se hacer,porque si se ponían en armas, temían sería cierta lamuerte de su señor, y así como alebrestadosestuvieron quedos sin osarse menear. [...]

Capítulo CXIXVenida que fue la noche, considerando Cortés elpeligro tan manifiesto en que los suyos estaban, elhambre que de cada día más los afligía, las enfer­medades de algunos, lasmuertes y heridas de otros,el cansancio y extrema necesidad de todos, la mul­titud de los enemigos, su rabia y porfía, y que porninguna vía, así de halagos como de amenazas, lospodía atraer a su voluntad y que de cada día esta­ban más emperrados, que ya no tenía pólvora niaun pelotas, tanto que a faltade ellas echaban en lasescopetas chalchuites, que son piedras finas amanera de esmeraldas, muy preciadas entre los in-

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dios y aun entre los españoles, llamando a los prin­cipales Capitanes y a un soldado que se llamabaBotello, que decían tener familiar y que había dichoa Cortés muchas cosas de las que después sucedie­ron, les dijo: "Señores: Ya veis que no podemos iratrás ni adelante; en todo hay riesgo y peligro, peroparéceme que el mayor es quedar y el menosaventurarnos a salir. Los indios pelean mal de no­che; salgamos con el menor bullicio que pudiére­mos, Botello nos diga sobre esto lo que le parece."

Los Capitanes respondieron diferentemente,porque a los unos les pareció bien a lo que Cortésdecía, a causa de que todos ellos estaban cansadosy los indios no acostumbraban a pelear de noche. Alos otros les pareció mejor lo contrario, y aun des­pués acá pareció así a muchos de los conquistado­res, a causa de que las puentes estaban abiertas, losmaderos quitados, la noche obscura y que llovizna­ba, y que de noche, despertando y acometiendo alos indios, ni los de a pie ni los de a caballo podíanver lo que hacían.

[...] se determinaron todos que aquella nochesaliesen y se excusase el mayor peligro que podíahaber en el día. Comenzáronse luego todos a adere­zar, armáronse como mejor pudieron. Cortés (queno debiera), no pudiendo llevar el tesoro que enuna cámara había dijo y aun hizo pregonar dentrode los aposentos, para que todos lo supiesen, quelos que quisiesen llevar consigo oro, plata y joyaslo hiciese, y que cada uno tomase lo que quisiese,que él les daba licencia, lo cual fue causa (segúnlos españoles son codiciosos) que aquella nochemuriesen más por guardar el oro que por defendersus personas, es cierto que muchos si no fueran

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cargados pudieran correr y saltar y escapar las vi­das, aunque perdiesen el oro, y fuera mejor eso, yno que por guardar lo menos perdiesen lo uno y lootro, y así, el que menos tomó salió más rico, por­que iba menos embarazado.

Capítulo CXXEstando ya todos aprestados y cada uno con el oroy plata que había podido tomar, lo más secreto quepudo, mandó Cortés dar aviso a todos los españo­les para que ninguno quedase [...]

A Alonso de Ojeda se le acordó que un espa­ñol que se decía Franciscoquedaba en su aposen­to, encima de la azotea, en un arimadizo, que lehabía dado frío y calentura. Volviócorriendo, ha­llólo en la azotea echado, tiróle de los pies, trájolehacia sí, diciéndole: "¿Quéhacéis aquí, hombre, queya todos están fuera del patio?"Tomólopor el cuer­po, púsole en el suelo, y así aquel hombre con elmiedo de la muerte alcanzó a la gente, y aun secreyó que, aunque muchos sanos murieron, se sal­vó aquél.

Cortés,comohombre apercibidoy a quien Diosen las armas dio tanto saber y ventura, como enten­dió que el conciertoy orden de la gente es el que lafortifica,y que no se podía salir a tierra firme sinllevaruna puente de madera, para que puesta sobreel primer ojo pasase la gente, en esta manera, lavanguardiadio a losCapitanesGonzalode Sandovaly Antonio de Quiñónez con hasta doscientoshombresyveintede caballo,y la retroguardaaPedrode Alvaradoy otros capitanes que con él iban, y éltomó a cargo el demás cuerpo del ejército,proveyendo lo que era menester en la vanguardia y

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retroguarda. Dio el cargo de llevar la puente alCapitán Magarino con cuarenta hombres muyescogidos y juramentados que ninguno dejaría alotro, y que uno muriese por todos y todos por uno;y si como se hizo una puente se hicieran tres, pueshabía gente que las llevase, escaparan todos o, a lomenos, murieran pocos, que como después, en elprimer ojo, con la pesadumbre de la gente y con latierra, que estaba mojada, afijó y encalló la puente detal manera que, acudiendo después la furia de losenemigos, no pudieron levantarla, y así, comoadelante diremos, miserablemente acabaron muchos.

Dio cargo Cortés a ciertos señores principalesde confianza, que llevasen a buen recaudo a unhijo y dos hijas de Moctezuma y a otro su hermanoy a otros muchos españoles principales que teníapresos, con intento de que si los salvara, que des­pués habría algún medio de amistad para cobrar laciudad, o que habiendo disensión, como era forzo­sa, viviendo los sucesores y deudos de Moctezu­ma, favoreciendo su parte, podía tener mucha manoen los negocios.

Cortés tomó para sí cien hombres de los que lepareció que más animosos y fuertes eran, para acu­dir, como después lo hizo, a las necesidades que seofreciesen. Los de a caballo tomaron a las ancas alos que iban cansados y heridos. De esta manera ypor esta orden y concierto salió el campo con gransilencio a la media noche.

Capítulo CXXINo fue sentido el ejército español, según iba callan­do y sinrumor,hasta queMagarino,que iba adelantecon la puente, la puso sobre el primer ojo. Lasvelas

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que los indios tenían allí, y tenían hecho fuego, lestiraron muchos tizonazos, dando grandes gritos,tocando sus caracoles; decían: "¡Arma, arma,mexicanos, que los cristianos se van!" En unmomento acudieron más de diez mil indios conflechas, arcos y macanas, como los que no teníanque vestir arneses ni ensillar ni enfrentar caballos.

Peleó, primero que el resto de los españolesllegase, valerosamente Magarino y sus compañe­ros;mataronmuchos indios.Pusomuybien la puen­te; pasaron sin ofensa alguna todos los españoles ycon ellos los indios amigos. En el entretanto, a losojos de adelante habían acudido los enemigos másespesos que langostas. Procuró Magarino con sugente levantar el pontón, pero como lloviznaba,afijómucho y la resistencia impidió que en ningu­na manera le pudiese sacar, y aunque heridos delprocurarlo algunos de los compañeros, pasarontodos adelante. Por el un lado y por el otro acudie­ron infinitos indios en canoas, gritando: " ¡Mueran,mueran los perros cristiano!"Metíansetanto en ellos,que los tomaban a manosy echaban en el agua, aun­que muchos se defendían valientemente, hiriendo ymatando gran cantidad de los enemigos.

De esta manera, acudiendo Cortés a una partey a otra, llegaron al segundo ojo (que estos codoseran en la calle de Tacuba), en la calle de Iztapala­pa había siete. Aquí hallaron sólo una viga y noancha; como estaba mojada, los de a caballo nopodían pasar, y los de a pie con muy gran dificul­tad; y como aquí acudió la fuerza de los enemigos,fue miserable y espantoso el estrago que en los cris­tianos hicieron, tanto que de los cuerpos muertosestaba ya ciego el ojo de la puente.

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Aquí animó Cortés grandemente a los suyos;peleó tan valerosamente, que sola su persona, des­pués del favor divino, fue causa que todos no pere­ciesen. Halló por un lado de esta acequia, tentando,vado; entró por él; llegábale el agua a los bastos delcaballo. Siguiéronle los de a caballo que quedabany aun de a pie. Púsose sobre la calzada, y dejandoallí algunos, volvió a entrar en el agua, en la cual,peleando con algunos que le siguieron, dio lugar aque muchos peones pasasen por la viga. De estamanera, muriendo y ahogándose muchos de losnuestros, llegaron al tercer ojo, que era el postrero;pero del segundo se volvieron a la ciudad más decien españoles; subiéronse, pensando de hacerse allífuertes y defenderse, no considerando que habíande perecer de hambre, tanto ciega el temor de lamuerte, y así se supo que otro día, miserablementelos sacrificaron. [...]

Capítulo CXXIIFue tan brava y tan porfiada de parte de los indios labatalla, como aquellos que peleaban en sus casascontra los extranjeros, que ponía grima y espantocon la oscuridad de la noche y alarido de los indiosoír los varios y diversos clamores de los españoles.Unos decían: "¡Aquí,aquí!"Otros: "¡Ayuda,ayuda!"Otros: "¡Socorro, socorro, que me ahogo!" Otros:"¡Ayudadme,compañeros, que me llevana sacrificarlos indios!".Losheridos de muerte y los que se ibanahogando y aquellos sobre los cuales pasaban losdemás gemían dolorosamente, diciendo: "¡Diosseaconmigo! ¡Misericordia,Señor! [NuestraSeñora seaconmigo! ¡VálgameDios!"y otras palabras que enlasúltimasaflicciones,peligrosy riesgossuelen decir

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los cristianos. Los vencidos se lamentaban de unamanera; los vencedores daban voces de otra; losunos pedían socorro;losotros apellidaban:"¡Mueran,mueran!";y como no solamente eran contrarias lasvoces de los vencedores y vencidos, pero como enlengua eran tan diferentes, por ser los unos indios ylos otros españoles, y no se entender los unos a losotros, cargando siempre más la obscuridad de lanoche y la matanza en los cristianos, acudió Cortésotra vez con cinco de a caballo a la puente última,donde era la furiade la batalla, donde hallómuchosmuertos, el oro y fardajeperdido, los tiros tomados,muchos ahogados o presos; oyó lamentables vocesde los que morían. Finalmente, aunque peleabanalgunos, no halló hombre con hombre, ni cosa concosa, como lo había dejado. Animó y esforzó a losdesmayados, alentó a los que peleaban, recogiólos,llevólos delante, siguió tras de ellos, peleando congran esfuerzoy coraje.DijoaAlvarado,que quedabaatrás con otros españoles, que los esforzase yrecogiese en el entretanto que él peleaba conaquellos que llevaban la puente. Hizo Alvarado loque pudo, peleó valientemente,pero cargarontantosenemigos que, no pudiéndolos resistiryviendo quesimás se detenía no podía dejar de morir, llamandoa los que le pudieron seguir a toda prisa, pasandopor encima de cuerpos muertos y oyendo lástimasde otros que morían, saltando sobre la lanza quellevaba, se puso de la otra parte de la puente, deque los indios y españoles quedaron espantados,porque el salto fue grandísimo y todos los demásque probaron a saltarleno pudieron y cayeron en elagua, quedando algunos ahogados, saliendo otroscon harta dificultad. Por haber sido este salto tan

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notable y espantoso, quedó, como en memoria, elSalto de Alvarado, para en los siglos venideros. Estáhoy ciego, porque la calzada corre por él; otros dicenque es una alcantarilla en la misma calzada que pasaa Chapultepec.

Capítulo CXXlll[...] Ya, pues los demás que quedaron vivos y pu­dieron saltar en tierra firme estuvieron juntos de laotra parte, unos heridos, otros muy cansados, Cor­tés, aunque los indios no le dieron mucho espacio,puso en orden su gente; halló que le faltaban seis­cientos españoles, cuatro mil indios amigos, cua­renta y seis caballosy todos los prisioneros, aunquecerca del número de todos, unos dicen uno, y otrosotro, más o menos, como les parece, pero esto eslo más verdadero. Aquíno pudo Cortés detener laslágrimas, acordándose cómo Dios le había castiga­do como a David, por haberse ensoberbecido conel número grande de su gente, y así es verdad quedespués decía él que el confiar tanto en su gentefue ocasión de aquella pérdida.

Acordóse Cortés en este paso de lo mal que lohabía hecho en no haber visitadoaMoctezumalue­go como vino de la victoria de Narváez; pesábalede aquella vez que pudo, no haberse salido de laciudad y puesto en salvo; pesábale de haber repar­tido el oro, pues había sido causa de la muerte delos más que habían fenecido, porque por defendery salvar cada uno su parte, ni se habían defendidoa sí ni a otros. Consideraba la mudanza y trueco defortuna; dolíale mucho ver muertos a manos de tanvilgente tantos españoles hijosdalgo;llegábale a lasentrañas el verse huir, el verse cansado y con tan

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poca gente y con tan pocos caballos, sin comidaalguna, en tierra extraña, donde en ninguna partetenían seguridad ni sabían por dónde ir [...]

En esto, los indios habían saltado en tierra ycomenzaron a dar sobre los cristiano, los cuales enbuen orden, acaudillándose Cortés y diciéndoles:"¡Ea,señores y amigos, que ya no hay agua quenos estorbe!" se fueron peleando, retirando haciaTacuba. [...]

Capítulo CXXIXCon esta hambre, cansancio, guerra y heridas, otrodía en la mañana, que era sábado, partió el campode los españoles, no sin enemigos que le iban dan­do caza. Llegando a un llano, salió un indio detravés, alto de cuerpo, con ricos plumajes en lacabeza, con una rodela y macana, muy valiente alparecer. Desafió uno por uno a cuantos iban en elcampo. Salió a él Alonso de Ojeda, siguióle JoanCortés, un esclavo del capitán. El indio no quisoesperar, o porque venían dos, o porque deseabameter a los españoles en alguna emboscada.

En el entretanto que el ejércitoespañol llegabaa este paso, los mexicanos habían ya cruelmentesacrificado a los españoles que al salir de Méxicose habían vuelto, y más de doscientos mil se vinie­ron a juntar con los de Otumba en unos camposmuy llanos que allí hay para acabar de matar a losespañoles, sin que de ellos quedase rastro. Vinie­ron lo más bien armados que pudieron, con mu­chos mantenimientos, ricamente aderezados.Tomaban de launa parte y de la otra lasfaldasde lassierras;tendiéronse por aquelloscampos,que, comoandan vestidosde blanco, parecía que había nevado

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por aquella tierra. Llevaban un general, a cuyo es­tandarte tenía ojos todo el campo. Venían en orden,repartidos por sus capitanías, cada una con suban­dera, caracoles, y otros instrumentos bélicos queservían de pífanos y tambores. Venían de su espa­cio, sin dar grito, hasta ponerse en lo llano. Enton­ces Cortés, como vio que sobre él venía tan granpoder y que los suyos se contaban ya por muertos yaun los muy valientes desconfiaron de poder esca­par, cuanto más vencer, haciendo alto, percibiéndo­se para la batalla, ataló los maizales por más de medialegua, que cerca estaban, porque desde ellos comode espesa arboleda los enemigos entraban y salían,haciendo gran daño. Puso los heridos y enfermosen medio del escuadrón, con guarnición de caballosde un lado y del otros; advirtió a los que estabanbuenos y tenían buenas fuerzas, que cuando fuesemenester retirarse, cada uno llevase a cuestas unenfermo, y a los heridos que subiesen a las ancas delos caballos para que pudiesen jugar las escopetas.[...]

Capítulo CXXXOrdenado todo de la manera que está dicho, losindios por todas partes, que cubrían aquellos gran­des campos, con grande alarido y ruido de caraco­les y otros instrumentos, como leones desatados,acometieron a los nuestros que, aunque jugaba laescopetería y ballestería y les hacía muy gran daño,venían a brazos y a sacarlos del escuadrón; peroCortés, que veía que toda la fuerza estaba en quelos suyos estuviesen juntos y en orden, con su cabe­za entrapajada y la mano de la rienda (como hedicho), herida, alanceó muchos por su persona con

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un ánimo y un esfuerzo como si estuviera muy sanoy peleara con pocos. Defendió tan bien su escua­drón, que ningún soldado le llevaron, aunque Mo­tolinía y Gómara dicen que sí.

Acompañaban a Cortés donde quiera que serevolvía siete soldados peones, muy sueltos y muyvalientes, que fueron muchas veces causa de queabrazándose los indios con su caballo no lo mata­sen. Era tan brioso y tan diestro este caballo, quehiriéndole de un flechazo por la boca, la dio Cortéspara que le llevasen de cabestro donde estaba elfardaje y en el entretanto tomó él otro; pero comoel caballo herido tornó a oír el ruido y alarido delos indios, soltóse y con gran furia entró por ellostirando cosas y dando bocados a todos los que to­paba, tanto que él solo hacía tanto daño como unbuen hombre de caballo. Tomáronle dos españo­les porque los indiosno le flechasenpor parte dondemuriese, aunque en las ancas y pescuezo sacómuchos flechazos.

Andando, pues, la batalla en toda su furia ycalor, señalándose notablemente algunos de loscapitanes y haciendo maravillasCortés,que siem­pre apellidaba a su abogado San Pedro, vinieronlos enemigos a apretar tanto a los nuestros, que losde a caballo, para guarecer, se veníana meter en elescuadrón de los peones, y todos estabanya remo­linados y en punto de perderse, suplicandoa Dioslos librase de peligro tan grande, cuando Cortés,mirando hacia la parte de oriente, buen trecho dedonde él peleaba, vio que sobre los hombros depersonas principales, levantando sobreunas andasmuy ricas, estaba, según pareció, el General de losindios con una bandera en la mano, con la cual

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extendida y desplegada al aire, animaba a los su­yos, diciendo donde habían de acudir. Estaba esteGeneral, cuanto podía ser, ricamente aderezado; eramuy bien dispuesto y de gran consejo y esfuerzo.Tenía muy ricos penachos en la cabeza; la rodelaque traía era de oro y plata; la bandera y señal real,que le salía de las espaldas, era una red de oro quesubía de la cabeza diez palmos. Estaban junto a lasandas de este General más de trescientos principa­les muy bien armados. Relumbraba aquel cuartel conel sol tanto, que quitaba la vista. Había de dondeCortés estaba hasta el General más de cien milhombres de guerra, y viendo que la victoria consistíaen matar al general, diciendo: "Poderoso eres, Dios;para hacernos en éste día merced, San Pedro, miabogado, sé mi intercesor y en mi ayuda", rompiócon gran furia, como si entonces comenzara a pelearpor entre los enemigos. Siguióle solamente Joan deSalamanca, que iba en una yegua overa. Fuematando e hiriendo con la lanza y derrocando conlos estribos a cuantos topaba hasta que llegó dondeel General estaba, al cual de una lanzada derrocó delas andas; apeóse Salamanca, cortóle la cabeza,quitóle la bandera y penachos. Otros dicen que looyeron después de decir a Cortés, que viéndole elGeneral venir con tanta furia sobre él, entendiendoque le había de matar, se bajó de las andas, poniendoa otro en ellas con el estandarte real, y que con todoesto tuvo tanta cuenta Cortés con él, que le alanceóestando a pie; derrocando así mismo al que estabaen las andas.

Fue de tanto provecho esta tan hazañosa haza­ña, que como las haces mexicanas tenían toda sucuenta con el estandarte real y le vieron caído, co-

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menzaron grandemente a desmayar, derramándoseunos a una parte y otros a otra. Aquellos trescientosseñores, tomando a su general en los brazos, seretrajeron en una cuesta, donde con el cuerpohicieron extraño llanto, endechándole a su rito ycostumbre. Entre tanto los nuestros, muy alegres,cantando: "[Victoria,victoria!",siguiendo mucho tre­cho a los enemigos, haciendo tal estrago y matanzaen ellos, que, según se cree, murieron más de veintemil. Tomaron los nuestros de los indios principalesque mataron ricos penachos y rodelas y el estandar­te real, armas y plumajes del General. Dio despuésCortés, y con muy gran razón, a Magiscacín,su afi­cionado, uno de loscuatro señores de Tlaxcala,aqueladerezo, y lo mismo hicieron otros españoles de losdemás despojos que llevaban, distribuyéndolos en­tre los señores y principales tlaxcaltecas.

Fue esta batalla la más memorable que en In­dias se ha dado y donde más valió y pudo la perso­na de Cortés;y así, todos los que en ella se hallaron(a algunos de los cuales comuniqué), dicen y afir­man que por sola su persona y valor salvó y libró elejército español a Tlaxcala.

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La caída de México TenochtitlanBERNAL DÍAZ DEL CASTILLO

Contrastando con la visión personalista de Hernán Cortés en suscartas, Bernal Díaz del Castillo (1495?-1584)dio voz en su ex­tensa crónica a las tropas que lucharon en la conquista. Berna!nació en la villa castellana de Medina del Campo, y pasó a las1ndias en 1514. Participó en 1517 y 1518 en las armadas deFrancisco Hernández de Córdoba y de Juan de Grijalva, paraluego incorporarse a la expedición de Cortés. Después de lacaída de Tenochtitlan peleó en distintas campañas y recibió su­cesivas encomiendas de indios hasta que se estableció finalmenteen la ciudad de Guatemala, de cuyo ayuntamiento fue regidor.En busca de nuevas mercedes y para defender los derechos delos encomenderos hizo dos viajes a España en 1540 y 1550.

Losaños restantes de su vida a partir de esta última fecha losdedicó, entre otras cosas, a redactar su Historia verdadera de laconquista de la Nueva España (publicada hasta 1632), basadaen sus propios recuerdos y en los informes verbales y escritos dealgunos de sus excompañeros. Como muchos de ellos, Berna!creía que los conquistadores no habían recibido de la Corona lajusta recompensa a los peligros y riesgos que habían pasado encombates y exploraciones, por lo que buscó con su crónica quelos servicios suyos y de sus camaradas no fueran al menos igno­rados ni despreciados. De ese modo intentaba desmentir a auto­res como Francisco Lópezde Gómara, quien había escrito acercade la Nueva España sin conocerla y otorgando todo el mérito dela conquista a Cortés. En su relato, Bernal, sin dejar de recono­cer el liderazgo de su comandante, dio nombre y rostro a mu­chos soldados y capitanes, describiendo sin reservas suscualidades y defectos y haciéndose eco de las opiniones y sen­timientos que recorrían los campamentos de los conquistado­res.

No obstante su falta de estudios, que él mismo admitía, Ber­na! muestra en su obra ser un escritor de prosa imaginativa, congran capacidad para retratar lugares y personas y para referiranécdotas. Muestra de ello es la selección que publicamos en laque se narra la caída de Tenochtitlan en 1521 y el lamentable

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estado de la ciudad después del asedio. Berna! refiere ensegui­da las sórdidas diferencias que de inmediato se suscitaron entrelos vencedores por el reparto del más bien escaso botín de losvencidos. Estefue el origen de enemistades que dividirían hon­damente a los conquistadores, aunque sin llevarlos al enfrenta­miento armado entre bandos como ocurrió poco después en elPerú. Finalmente se incluye en esta antología una descripciónde la fiesta con que los españoles celebraron su triunfo; estetexto no apareció publicado en la primera edición y en el ma­nuscrito original está tachado por el propio autor debido a lapésima imagen que daba de la moral de los conquistadores.

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Capítulo CLVI[...] Prendióse [a]Guatemuz y sus capitanes en tre­ce de agosto, a hora de vísperas, en día del señorSan Hipólito, año de mil quinientos veintiún años.Gracias a nuestro señor Jesucristo y a Nuestra Se­ñora laVirgenSantaMaría,su benditaMadre.Amén.

Llovióy relampagueó y tronó aquella tarde yhasta medianoche mucho más agua que otras ve­ces. Y después que se hubo preso Guatemuz que­damos tan sordos todos los soldados como si deantes estuviera un hombre encima de un campana­rioy tañesen muchas campanas, y en aquel instanteque las tañían cesasen de tañerlas, y esto digo alpropósito porque todos los noventa y tres días quesobre esta ciudad estuvimos, de noche y de díadaban tantos gritos y voces unos capitanes mexi­canos apercibiendo los escuadrones y guerrerosque habían de batallar en las calzadas; otrosllamando a los de las canoas que habían de guerrearcon los bergantines y con nosotros en las puentes;otros en hincar palizadas y abrir y ahondar lasaberturas de agua y puentes y en hacer albarradas;otrosen adelantevaray flecha,y lasmujeresen hacerpiedras rollizaspara tirarcon lashondas; pues desdelos adoratorios y torres de ídolos los malditos atam­bores y cornetas y atabales dolorosos nunca para­ban de sonar. Y de esta manera de noche y de día

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teníamos el mayor ruido, que no nos oíamos los unosa los otros, y después de preso Guatemuz cesaronlas voces y todo el ruido; y por esta causa he dichocomo si de antes estuviéramos en campanario [...]

Dejemos esto y digamos de los cuerpos muer­tos y cabezas que estaban en aquellas casas adondese había retraído Guatemuz; digo, que juro, amén,que todas las casas y barbacoas de la laguna esta­ban llenas de cabezas y cuerpos muertos, que yono sé de qué manera lo escriba, pues en las callesy en los mismos patios del Tatelulco no había otracosa, y no podíamos andar sino entre cuerpos ycabezas de indios muertos. Yo he leído la destruc­ción de Jerusalén; mas si fue más mortandad queésta, no lo sé cierto, porque faltaron en esta ciudadtantas gentes, guerreros que de todas las provin­cias y pueblos sujetos a México que allí se habíanacogido, todos los más murieron, que, como ya hedicho, así el suelo y laguna y barbacoas todo estaballeno de cuerpos muertos, y hedía tanto que no habíahombre que lo pudiese sufrir, y a esta causa luegocomo se prendió Guatemuz cada uno de nuestroscapitanes se fueron a nuestros reales como ya dichotengo, y aun Cortés estuvo malo del hedor que se leentró en las narices y dolor de cabeza en aquellosdías que estuvo en el Tatelulco.

Dejemos de hablar más en esto hasta más ade­lante, y digamos que como había tanta hedentinaen aquella ciudad, Guatemuz rogó a Cortés que dieselicencia para que todo el poder de México que esta­ban en la ciudad se saliesen fuera por los por puebloscomarcanos, y luego les mandó que así le.hiciesen;digo que en tres días con sus noches en todas trescalzadas, llenas de hombres, mujeres y criaturas, no

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dejaron de salir,y tan flacos y amarillos y sucios yhediondos, que era lástima de verlos; y como lahubieron desembarazado, envió Cortés a ver laciudad, y veíamos lascasas llenas de muertos, y aunalgunos pobres mexicanos entre ellos que no po­dían salir,y lo que purgaban de sus cuerpos era unasuciedad como echan los puercos muy flacos queno comen sino hierba;y hallóse toda la ciudad comoarada y sacadas lasraícesde las hierbas buenas, quehabían comido cocidas,hasta lascortezasde algunosárboles; de manera que agua dulce no les hallamosninguna, sino salada.También quiero decir que nocomían las carnes de sus mexicanos, sino eran delas nuestras y tlaxcaltecasque apañaban, y no se hahallado generación en muchos tiempos que tantosufriese la hambre y sed y continuas guerras comoéstas.

Pasemos adelante, que mandó Cortés que to­dos los bergantines se juntasen en unas atarazanasque después se hicieron.Volvamosa nuestras pláti­cas. Que después que se ganó esta tan grande ypopulosa ciudad y tan nombrada en el Universo,después de haber dadomuchasgraciasa DiosNues­tro Señor y a su bendita madre Nuestra Señora, yhaber ofrecido ciertasmandasa DiosNuestro Señor,Cortésmandó hacer un banquete en Coyoacán poralegríasde haberlaganado,yparaelloteníayamuchovino de un navío que había venido de Castilla alpuerto de laVillaRica,y teníapuercos que le trajeronde Cuba; y para hacer la fiestamandó convidar atodos los capitanes y soldadosque le pareció tenercuenta con ellosde todostresreales,y cuando fuimosal banquete no había asientosnimesas puestas parala terciaparte de lossoldadosycapitanesque fuimos,

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y hubo mucho desconcierto, y valiera más que no sehiciera aquel banquete por muchas cosas no muybuenas que en él acaecieron [...]

[...] y también porque esta planta de Noé hizo aalgunos hacer desatinos, y hombres hubo en él queanduvieron sobre las mesas después de habercomido que no acertaban a salir al patio. Otros decíanque no habían de comprar caballos con sillas de oro,y ballesteros también hubo que decían que todaslas saetas y jugaderas que tuviesen en su aljaba quelas habían de hacer de oro de las partes que leshabían de dar, y otros iban por las gradas abajorodando. Pues ya que habían alzado las mesas, sa­lieron a danzar las damas que había con los galanescargados con sus armas de algodón, que me pareceera cosa que si se mira en ello es cosa de reír, y fueronlas damas que aquí nombraré que no hubo otras entodo el real ni en la Nueva España; primeramente lavieja María de Estrada, que después casó con PeroSánchez Farfán, y Francisca de Ordaz, que casó conun hidalgo que se decía Juan González de León; laBermuda, que casó con Olmos de Portillo, el deMéxico; otra señora, mujer del capitán Portillo, quemurió en los bergantines, y ésta, por estar viuda, nola sacaron a la fiesta; y una fulana Gómez, mujer quefue de Benito de Vegel; y otra señora que se decía laBermuda, y otra señora hermosa que casó con unHernán Martín, que ya no se me acuerda el nombrede pila, que se vino a vivir a Guaxaca; y otra vieja quese decía Isabel Rodríguez, mujer que en aquella razónera de un fulano de Guadalupe, y otra mujer algoanciana que se decía Mari Hernández, mujer que fuede Juan de Cáceres el rico; y de otras ya no meacuerdo que las hubiese en la Nueva España.

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Dejemos del banquete y bailes y danzas, que paraotro día que habían alzado las mesas, hubo sortijayasí mismo valiera más que no la hubiera, sino queen todo se empleara en cosas santas y buenas [...]

Laprimera cosa,mandó Cortésa Guatemuz queadobasen los caños de agua de Chapultepec segúny de la manera que solían estar, y que luego fuese elagua por sus caños a entrar en la ciudad de México,y que limpiasen todas las calles de los cuerpos ycabezas de muertos, que los enterrasen, para quequedasen limpias, y sin hedor ninguno la ciudad, yque todos las puentes y calzadas que las tuviesenmuy bien aderezadas como de antes estaban; y quelos palacios y casas las hiciesen nuevamente, quedentro de dos meses se volviesen a vivir en ellas, yle señaló en qué parte habían de poblar y la parteque habían de dejar desembarazada para que po­blásemos nosotros.

Dejemos de estos mandos y de otros que ya nome acuerdo, y digamos cómo Guatemuz y suscapitanes dijeron a Cortés que muchos soldados ycapitanes que andaban en los bergantines y de losque andábamos en las calzadas batallando les ha­bíamos tomado muchas hijas y mujeres de princi­pales; que le pedían por merced que se las hiciesenvolver, y Cortés les respondió que serían malas dehaber de poder de quien las tenían, y que las bus­casen y trajasen ante él, y vería si eran cristianaso sequerían volver a sus casas con sus padres y mari­dos, y que luego se las mandaría dar; y dioles licen­cia para que las buscasen en todos tres reales, y dioun mandamiento para que el soldado que lastuvieseluego se las diesen, si las indias se querían volver debuena voluntad. Y andaban muchos principales en

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busca de ellas de casa en casa, y eran tan solícitosque las hallaron, y había muchas mujeres que no sequerían ir con sus padres, ni madres, ni maridos,sino estarse con los soldados con quienes estaban,y otras se escondían, y otras decían que no queríanvolver a idolatrar; y aun algunas de ellas estaban yapreñadas, y de esta manera no llevaron sino tres,que Cortés expresamente mandó que las diesen [...]

Digamos, de otra materia, que a todos aplacíacómo se recogió todo el oro y plata y joyas que sehubo en México, y fue muy poco, según pareció,porque todo lo demás hubo fama que lo había echa­do Guatemuz en la laguna cuatro días antes que leprendiésemos, y que, además de esto, que lo ha­bían robado los tlaxcaltecas y los de Tezcuco yGuaxocingo y Cholula, y todos los demás nuestrosamigos que estaban en la guerra, y que los teulesque andaban en los bergantines robaron su parte;por manera que los oficiales de la Hacienda del reynuestro señor decían y publicaban que Guatemuzlo tenía escondido y que Cortés holgaba de elloporque no lo diese y haberlo todo para sí; y porestas causas acordaron los oficiales de la Real Ha­cienda de dar tormento a Guatemuz y al señor deTacuba, que era su primo y gran privado, y cierta­mente mucho le pesó a Cortés y aun [a]algunos denosotros que a un señor como Guatemuz le ator­mentasen por codicia del oro, porque ya habíanhecho muchas pesquisas sobre ello y todos losmayordomos de Guatemuz decían que no había másde lo que los oficiales del rey tenían en su poder,que eran hasta trescientos ochenta mil pesos de oro,que ya lo habían fundido y hecho barras; y de allí sesacó el real quinto y otro quinto para Cortés, y como

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los conquistadores que no estaban bien con Cortésvieron tan poco oro, y al tesoreroJulián de Alderete,que si se decía, y a los de [Narváez] que teníansospecha que por quedarse con el oro Cortés noquería que prendiesen aGuatemuz, ni le prendiesensus capitanes, ni diesen tormentos, y porque no leachacasen algo a Cortés sobre ello, y no lo pudoexcusar, le atormentaron, en que le quemaron lospies con aceite, y al señor de Tacuba, y lo queconfesaron que cuatro días antes que les prendiesenlo echaron en la laguna, así el oro como los tiros yescopetas que nos habían tomado a la postre a Cor­tés, y fueron adonde señaló Guatemuza las casas enque solíavivir,y estaba una como albercagrande deagua,yde aquellaalbercasacamosun solde orocomoel que nos dioMontezuma,y muchas joyasy piedrasde poco valor que eran del mismo Guatemuz, y elseñorde Tacubadijoque él tenía en unas casassuyas,que estaban en Tacubaobra de cuatro leguas, ciertascosas de oro, y que le llevasen allá y diría adóndeestaba enterrado y lo daría;y fue Pedro de Alvaradoy seis soldados, y yo fui en su compañía, y cuandollegamosdijoel caciqueque por morirseen elcaminohabía dicho aquello y que le matasen, que no teníaoro ni joyasningunas,y asínos volvimossin ello]. ..]

Ydejemos de hablar de ello,yvolvamos a decirque en la laguna, adonde nos decían que habíaechado el oro Guatemuz, entré yo y otros soldadosa zambullidas; siempre sacábamos piecezuelas depoco precio, lo cual luego nos lo demandó Cortésy el tesorero Julián de Alderete por oro de SuMa­jestad, y ellos mismos fueron con nosotros adondelo habíamos sacado y llevaron buenos nadadores, ytornaron a sacar obra de ochenta o noventa pesos

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en sartalejos, y ánades, y perrillos, y pinjantes, ycollarejos y otras cosas de nonada, que así se puededecir según la fama que había que en la lagunahabían echado de antes[. . .l. Y como todos los capi­tanes y soldados queríamos ver lo que nos cabía departe, dábamos prisa para que se echase la cuenta yse declarase a qué tantos pesos salíamos. Y despuésque lo hubieron tanteado dijeron que cabían a losde a caballo a ochenta pesos, ya los ballesteros y esco­peteros y rodeleros a sesenta o a cincuenta pesos, queno se me acuerda bien. Y desde que aquellas partes nosseñalaron, ningún soldado las quiso tomar.

Entonces murmuramos de Cortés, y decían quelo había tomado y escondido el tesorero; y Aldere­te, por descargarse de lo que le decíamos, respon­día que no podía más, porque Cortés sacaba delmontón otro quinto como el de Su Majestad paraél, y se pagaban muchas costas de los caballos quese habían muerto, y que también se dejaban demeter en el montón, muchas piezas de oro quehabíamos de enviar a Su Majestad; y que riñésemoscon Cortés y no con él [...] Y como Cortés estabaen Coyoacán y posaba en unos palacios que teníablanqueadas y encaladas las paredes, donde bue­namente se podía escribir en ellas con carbones ycon otras tintas, amanecía cada mañana escritosmuchos motes, algunos en prosa, y otros en me­tros, algo maliciosos, a manera como mase-pasqui­nes; y en unos decían que el sol y la luna y el cieloy estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, yque si alguna vez sale más de la inclinación paraque fueron criados, más de sus medidas, quevuelven a su ser, y que así había de ser la ambiciónde Cortés en el mandar, y que había de suceder

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volver a quien primero era; y otros decían que másconquistados nos traía que la conquista que dimos aMéxico,y que no nos nombrásemos conquistadoresde laNuevaEspaña,sino conquistados de HernandoCortés;otrosdecíanque no bastabatomarbuena partedel oro como general, sino como parte rey, sin otrosaprovechamientos; otros decían: "¡Oh,qué tristeestála ánimamea hasta que todo el oro que tiene tomadoCortésy escondido lovea!"Yotros decían que DiegoVelázquezgastó su hacienda y que descubrió toda lacosta delNortehastaPánuco,y lavinoCortésa gozar,y se alzó con la tierra y oro; y decían otras cosas deesta manera, y aun decían palabras que no son paraponer en esta relación.

Y cuando salía Cortés de su aposento por lasmañanas y lo leía, y como estaban en metros y enprosas y por muy gentil estilo y consonantes cadamote y copla [a] lo que inclinaba y a la fin quetiraba su dicho, y no tan simplemente como yoaquí lo digo, y como Cortés era algo poeta y sepreciaba de dar repuestas inclinadas para loar susgrandes y notables hechos [...] respondía tambiénpor buenos consonantes y muy a propósito entodo lo que escribía, y de cada día iban más des­vergonzados los metros y motes que ponían, hastaque Cortés escribió:"Paredblanca, papel de necios."Y amaneció escrito más delante: "Aun de sabios yverdades, y SuMajestad lo sabrá muy presto"]...]YCortés se enojó y dijo públicamente que no pusie­sen malicias, que castigaría a los ruines desvergon­zados.

[...] en aquellos días que habíamos ganado aMéxico,como lo supieron en todas estas provinciasque he nombrado que México estaba destruida, no

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lo podían creer los caciques y señores de ellas, comoestaban lejanas y enviaban principales a dar a Cortésel parabién de las victorias, y a darse por vasallos deSu Majestad, y a ver cosa tan temida, como de ellosfue México, si era verdad que estaba por el suelo, ytodos traían grandes presentes de oro que daban aCortés, y aun traían consigo a sus hijos pequeños yles mostraban a México, y, como solemos decir, aquífue Troya, se lo declaraban ]...]

Dejemos esto, y digamos una plática que es bienque se declare porque me dicen muchos curiososlectores que qué es la causa que pues los verdade­ros conquistadores que ganamos la Nueva España yla fuerte y gran ciudad de México por qué no nosquedamos en ella a poblar y nos venimos a otrasprovincias; digo que tienen mucha razón depreguntarlo y fuera justo; quiero decir la causa porqué, y es ésta que diré: en los libros de la renta deMontezuma mirábamos de dónde le traían lostributos del oro y dónde había minas y cacao y ropade mantas, y de aquellas partes que veíamos en loslibros y las cuentas que tenía en ellos Montezumaque se los traían, queríamos ir, en especialmenteviendo que salía de México un capitán tan principaly amigo de Cortés como fue Sandoval, y tambiéncomo veíamos que en los pueblos de la redonda deMéxico no tenían oro, ni minas, ni algodón, sinomucho maíz y magueyales, de donde sacaban elvino, a esta causa la teníamos por tierra pobre, y nosfuimos a otras provincias a poblar, y todos fuimosmuy engañados l, ..]

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La situación de los indios después de laconquista

BARTOLOMÉDE LAs CASAS

El descubrimiento de América y el contacto con sus habitantesplanteó a los españoles el dilema del origen de los indios, hastaentonces desconocidos dentro del catálogo de las naciones delmundo. En relación con ello se suscitó el debate acerca de sucondición racional y sobre si era aceptable su esclavización o sidebían gozar de los derechos y libertades de los demás vasallosdel rey. Sucesivas juntas de teólogos y juristas configuraron elprincipio de que las Indias habían sido entregadas por Dios alos reyesde Españacon el fin de cristianizar a sushabitantes. Ladiscusión se centró entonces en si la conversión debía o no lo­grarse por la fuerza, entregando a los indígenas a la tutela de losconquistadores por medio de la encomienda.

Entre quienes se oponían a la conversión violenta estuvoBartolomé de LasCasas (1474-1566), un clérigo sevillano quellegó en 1502 al Nuevo Mundo, donde inicialmente gozó derepartimiento de indígenas.Trasuna crisis de conciencia en 1514,renunció a su vida anterior y se dedicó hasta su muerte a ladefensa de los indios. Entró a la orden de Santo Domingo y du­rante años viajó entre Españay América, escribiendo y entrevis­tándose constantemente con el rey y sus consejeros paradenunciar los abusos de los conquistadores y para exponer susproyectos de evangelización pacífica. En 1542, con motivo deuna junta enValladolid acercade la encomienda, LasCasaspre­paró y expuso entre otros escritos su Brevísima relación de ladestrucción de las Indias.Como resultado de las deliberacionesde la junta, Carlos V promulgó eseaño las llamadas LeyesNue­vas, por las que se establecía la paulatina eliminación de la en­comienda. Aunque finalmente las leyes no se aplicarían por laoposición de los encomenderos, su aprobación constituyó untriunfo para fray Bartolomé, quien publicó esta obra en 1552.

LaBrevísimarelación... esunaexposición sumamente apa­sionada, dirigida a demostrar que el descubrimiento y conquistahabían traído tan sólo grandesdesgraciasy desolación para losindios, y que el establecimiento de la encomienda había sido

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únicamente un pretexto para cometer las mayores crueldadesen su contra; buscaba con ello que la verdad no cayera en elolvido, que el rey pusiera remedio y Castilla no fuera castigadapor sus pecados. Las Casas hace un inventario de los crímenesde los conquistadores en cada una de las colonias, en el que seconfunden abusos verídicos con cifras muy exageradas de lapoblación antes y después de la conquista, como puede verseen la selección que incluimos sobre la Nueva España. El libro,como consecuencia de su traducción y difusión por Europa des­de el siglo XVI, acabaría siendo utilizado por las naciones pro­testantes como arma propagandística en su lucha contra España,cuya crueldad e intolerancia, creían, quedaban demostradas enlos horrores descritos por Las Casas.

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Argumento del presente epítomeTodas las cosas que han acaecido en las Indias, desdesu maravilloso descubrimiento y del principio que aellas fueron españoles para estar tiempo alguno, ydespués en el proceso adelante hasta los días deahora, han sido tan admirables y tan no creíbles entodo género a quien no lasvio, que parece no haberañublado y puesto silencioy bastantes a poner olvidoa todas cuantas por hazañosas que fuesen en lo siglospasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre éstasson las matanzas y estragos de gentes inocentes ydespoblaciones de pueblos, provincias y reinos queen ella se han perpetrado, y que todas las otras node menor espanto. Lasunas y las otras refiriendo adiversas personas que no las sabían, y el obispo dedon frayBartoloméde lasCasaso Casaus,lavez que,vino a la corte después de fraile a informar alEmperador nuestro señor (como quien todas bienvisto había),y causando a los oyentes con la relaciónde ellas una manera de éxtasis y suspensión deánimos, fue rogado e importunado que de estaspostreras pusiese algunas con brevedad por escrito.Él lo hizo, y viendo algunos años después muchosinsensibles hombres que la codicia y ambición hahecho degenerar del ser hombres, y sus facinerosasobras traído en reprobado sentido, que no contentoscon las traiciones y maldades que han cometido,

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despoblando con exquisitas especies de crueldad aquelorbe, importunaban al rey por licenciay autoridad paratornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesenser), acordado presentar esta suma, de lo que cerca deesto escribió, al Príncipe nuestro señor, para que SuAlteza fuese en que se les denegase; y parecióle cosaconveniente ponerla en molde, porque Su Alteza laleyese con más facilidad.Yésta es la razón del siguienteepítome, o brevísima relación. [...]

Brevísima relacion de la destruccion de lasIndiasDescubriéronse las Indias en el año de mil ycuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar elaño siguiente de cristianos españoles, por maneraque ha cuarenta y nueve años que fueron a ellascantidad de españoles; y la primera tierra dondeentraron para hecho de poblar fue la grande y felicí­sima isla Española, que tiene seiscientas leguas entorno. Hay otras muy grandes e infinitas islasalrededor, por todas las partes de ella, que todasestaban y las vimos las más pobladas y llenas denaturales gentes, indios de ellas, que puede ser tie­rra poblada en el mundo. La tierra firme, que estáde esta islapor lomáscercanodoscientasy cincuentaleguas, pocas más, tiene de costa de mar más dediezmil leguas descubiertasy cada día se descubrenmás, todas llenas como una colmena de gentes enlo que hasta el año de cuarenta y uno se hadescubierto, que parece que puso Dios en aquellastierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo ellinaje humano.

Todas estas universas e infinitasgentes [...]crióDios los más simples, sin maldades ni dobleces,

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obedientísimas y fidelísimasa sus señores naturalesy a los cristianos a quien sirven;más humildes, máspacientes, más específicas y quietas, sin rencillas nibollicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores,sin odios, sin desear venganzas, que hay en elmundo. Son asimismo las gentes más delicadas,flacas y tiernas en complexión y que menos pue­den sufrir trabajos y que más fácilmente muerende cualquiera enfermedad, que ni hijos depríncipes y señores entre nosotros, criados enregalos y delicada vida, no son más delicados queellos, aunque sean de los que entre ellos son delinaje de labradores.

Son también gentes paupérrimas y que menosposeen ni quieren poseer de bienes temporales; ypor esto no soberbias, no ambiciosas, no codicio­sas. Su comida es tal, que la de los santos padresen el desierto no parece haber sido más estrecha nimenos deleitosa ni pobre. Susvestidos, comúnmen­te, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, y cuan­do mucho cúbrense con una manta de algodón,que será como vara y media o dos varas de lienzoen cuadra. Sus camas son encima de una estera, ycuando mucho, duermen en unas como redes col­gadas, que en lengua de la isla Española llamabanhamacas.

Son eso mismo de limpios y desocupados yvivos entendimientos, muy capaces y dóciles paratoda buena doctrina; aptísimos para recibir nuestrasanta fe católica y ser dotados de virtuosas costum­bres, y las que menos impedimentos tienen paraesto, que Dios crió en el mundo. Y son tan impor­tunas desde que una vez comienzan a tener noticiade las cosas de la fe, para saberlas,y en ejercitar los

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sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digoverdad que han menester los religiosos, parasufrirlos, ser dotados por Dios de don muy señala­do de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir amuchos seglares españoles de muchos años acá ymuchas veces, no pudiendo negar la bondad queen ellos ven: "Cierto estas gentes eran las más bien­aventuradas del mundo si solamente conocieran aDios."

En estas ovejas mansas, y de las calidades su­sodichas por su Hacedor y Criador así dotadas,entraron los españoles, desde luego, que las cono­cieron, como lobos y tigres y leones crudelísimos demuchos días hambrientos.

De la gran tierra firme somos ciertos que nues­tros españoles por sus crueldades y nefandas obrashan despoblado y asolado y que están hoy desier­tas, estando llenas de hombres racionales, más dediez reinos mayores que toda España, aunque en­tre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hayde Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más dedos mil leguas.

Daremos por cuenta muy cierta y verdaderaque son muertas en los dichos cuarenta años porlas dichas tiranías e infernales obras de los cristia­nos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos[millones] de ánimas, hombres y mujeres y niños; yen verdad que creo, sin pensar engañarme, queson más de quince cuentos.

Dos maneras generales y principales han teni­do los que allá han pasado que se llaman cristianosen extirpar y raer de la haz de la tierra a aquellasmiserandas naciones. La una, por injustas, crueles,sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que

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han muerto todos los que podrían anhelar o suspi­rar o pensar en libertad, o en salir de los tormentosque padecen, como son todos los señores naturalesy los hombres varones (porque comúnmente nodejan en lasguerrasavida sino losmozosy mujeres),oprimiéndolos con la más dura, horrible y ásperaservidumbre en que jamás hombres ni bestiaspudieron ser puestas.Aestas dos maneras de tiraníainfernal se reducen y se resuelven o subalternancomo a géneros todas las otras diversas y varias deasolar aquellas gentes, que son infinitas.

De la Nueva España, y Pánuco, y JaliscoHechas las grandes crueldades y matanzas dichas ylas que se dejaron de decir en las provincias de laNueva España y en la de Pánuco, sucedió en la dePánuco otro tirano insensible, [Nuño de Guzmán]cruel, el año de mil y quinientos y veinte y cinco,que haciendo muchas crueldades y herrandomuchos y gran número de esclavos de las manerassusodichas, siendo todos hombre libres, y enviandocargadosmuchosnavíos a las islasCubay Española,donde mejorvenderlos podía, acabó de asolar todaaquella provincia;y acaeció allí dar por una yeguaochenta indios, ánimas racionales. De aquí fueproveído para gobernar la ciudad de México y todala Nueva España con otros grandes tiranos poroidores y el por presidente. El cual con elloscometierontangrandesmales,tantos pecados, tantascrueldades,robosy abominacionesque no se podíancreer. Con lascualespusieron toda aquella tierra entan última despoblación, que si Dios no les atajaracon la resistenciade los religiosos de San Franciscoy luego con lanuevaprovisiónde un Audiencia Real

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buena, amiga de toda virtud, en dos años dejaran laNueva España como está la isla Española. Hubohombre de aquellos, de la compañía de este, quepara cercar de pared una gran huerta suya traía ochomil indios, trabajando sin pagarles nada ni darles decomer, que de hambre se caían muertos súbitamen­te, y él no se daba por ello nada.

Desde que tuvo nueva el principal de esto, quedije que acabó de asolar a Pánuco, que venía ladicha buena Real Audiencia, inventó de ir la tierraadentro a descubrir donde tiranizar, y sacó por fuer­za de la provincia de México quince o veinte milhombres para que la llevasen, y a los españoles quecon él iban, las cargas, de los cuales no volvierondoscientos, que todos fue causa que muriesen porallá. Llegó a la provincia de Mechuacam, que escuarenta leguas de México, otra tal y tan feliz y llenade gente como la de México, saliéndole a recibir elrey y señor de ella con procesión de infinita gente yhaciéndole mil servicios y regalos; prendió luego aldicho rey, porque tenía fama de muy rico de oro yde plata, y porque le diese muchos tesoros comienzaa darle estos tormentos el tirano: pónelo en un cepopor los pies y el cuerpo extendido, atado por lasmanos a un madero; puesto un brasero junto a lospies, y un muchacho, con un hisopillo mojado enaceite, de cuando en cuando se los rociaba paratostarle bien los cueros; de una parte estaba unhombre cruel, que con una ballesta armadaapuntábale al corazón; de otra, otro con un muyterrible perro bravo echándoselo, que en un credolo despedazara, y así lo atormentaron porque des­cubriese los tesoros que pretendía, hasta que, avisa­do cierto religioso de San Francisco, se lo quitó de

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las manos; de los cuales tormentos al fin murió. Yde esta manera atormentaron y mataron a muchosseñores y caciques en aquellas provincias, porquediesen oro y plata. [...]

Pasó este gran tirano capitán, de la Mechua­cam a la provincia de Jalisco, que estaba entera yllena como una colmena de gente pobladísima yfelicísima, porque es de las fértilesy admirables delas Indias; pueblo tenía que casi duraba siete le­guas su población. Entrando en ella salen los seño­res y gente con presentes y alegría, como suelentodos los indios, a recibir. Comenzó a hacer lascrueldades y maldades que solía, y que todos allátienen de costumbre, y muchas más, por conseguirel fin que tienen por dios, que es el oro. Quemabalos pueblos, prendía los caciques, dábales tormen­tos, hacía cuantos tomaba esclavos. Llevaba infini­tos atados con cadenas; las mujeres paridas, yendocargadas con cargas que de los malos cristianosllevaban, no pudiendo llevar las criaturas por eltrabajo y flaqueza de hambre, arrojábanlas por loscaminos, donde infinitas perecieron.

Dícese de él que ochocientos pueblos destru­yó y abrasó en aquel reino de Jalisco, por lo cualfue causa que de desesperados eviéndose todos losdemás tan cruelmente perecer) se alzasen y fuesena los montes y matasen muy justa y dignamente alos españoles. Y después, con las injusticiasy agra­vios de otros modernos tiranos que por allí pasa­ron para destruir otras provincias, que ellos llamandescubrir, se juntaron muchos indios, haciéndosefuertes en ciertos peñones, en los cuales ahora denuevo han hecho en ellos tan grandes crueldadesque cuasi han acabado de despoblar y asolar a toda

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aquella gran tierra, matando infinitas gentes. Y lostristes ciegos, dejados de Dios venir a reprobadosentido, no viendo la justísima causa, y causasmuchas llenas de toda justicia, que los indios tienenpor ley natural, divina y humana de los hacer pedazos,si fuerzas y armas tuviesen, y echarlos de sus tierras,y la injustísima y llena de toda iniquidad, condenadapor todas las leyes, que ellos tienen para, sobre tantosinsultos y tiranías y grandes e inexpiables pecadosque han cometido en ellos, moverles de nuevo guerra,piensan y dicen y escriben que las victorias que hande los inocentes indios asolándolos, todas se las daDios, porque sus guerras inicia tienen justicia, comose gocen y gloríen y hagan gracias a Dios de sustiranías.

Del reino de YucatánEl año de mil y quinientos y veinte y seis fue otroinfelizhombre [Franciscode Montejo]proveído porel gobernador del reino de Yucatán, por las menti­ras y falsedades que dijo y ofrecimientos que hizoel rey, como los otros tiranos han hecho hasta aho­ra, porque les den oficiosy cargos con que puedanrobar. Este reino de Yucatán estaba lleno de infini­tas gentes, porque es la tierra de gran manera sanay abundante de comida y fruta mucho (aun másque la deMéxico),y señaladamente abunda de miely cera más que ninguna parte de las Indias de loque hasta ahora se ha visto. Tiene cerca de tres­cientas leguas de boja o en torno el dicho reino. Lagente de él era señalada entre todas las de las In­dias, así en prudencia y policía como en carecer devicios y pecados más que otra, y muy aparejada ydigna de ser traída al conocimiento de su Dios, y

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donde se pudieran hacer grandes ciudades de espa­ñoles y vivieran como en un paraíso terrenal (sifueran dignos de ella); pero no lo fueron por su grancodicia e insensibilidad y grandes pecados, comono han sido dignos de las otras partes que Dios leshabía en aquellas Indias demostrado.

Comenzó este tirano con trescientos hombres,que llevó consigo a hacer crueles guerras a aquellasgentes buenas, inocentes, que estaban en sus casassin ofender a nadie, donde mató y destruyó infinitasgentes. Y porque la tierra no tiene oro, porque si lotuviera, por sacarlo en las minas los acabara; peropor hacer oro de los cuerpos y de las ánimas deaquellos por quien Jesucristomurió, hace abarrisco,todos los que no mataba, esclavosy amuchos navíosque venían al olor y fama de los esclavos enviaballenos de gentes, vendidas por vino, y aceite, yvinagre, y por tocinos, y por vestidos, y por caballosy por lo que él y ellos habían menester, según sujuicioy estima.

Daba a escoger entre cincuenta y cien donce­llas, una de mejor parecer que otra, cada uno laque escogiese, por una arroba de vino, o de aceite,o vinagre, o por un tocino, y lo mismo un mucha­cho bien dispuesto, entre ciento o doscientos esco­gido, por otro tanto. Y acaeció dar un muchacho,que parecía hijo de un príncipe, por un queso, ycien personas por un caballo. En estas obras estu­vo desde el año de veinte y seis hasta el año detreinta y tres, que fueron siete años, asolando ydespoblando aquellas tierras y matando sin piedada aquellas gentes, hasta que oyeron allí las nuevasde las riquezas del Perú, que se le fue la genteespañola que tenía y cesó por algunos días aquel

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infierno; pero después tornaron sus ministros a ha­cer otras grandes maldades, robos y cautiverios yofensas graves de Dios, y hoy no cesan de hacerlas ycasi tienen despobladas todas aquellas trescientasleguas, que estaban (como se dijo) tan llenas y po­bladas. [...]

Dejadas infinitas e inauditas crueldades quehicieron los que se llaman cristianos en este reino,que no basta juicio a pensarlas, sólo con esto quie­ro concluirlo: que salidos todos los tiranos inferna­les del con ansia, que los tiene ciegos, de las riquezasdel Perú, movióse el padre Fray Jacobo con cuatroreligiosos de su orden de San Francisco a ir aquelreino de aquellas gentes que restaban de la vendimiainfernal y matanzas tiránicas que los españoles ensiete años habían perpetrado; y creo que fueron estosreligiosos el año de treinta y cuatro, enviándolesdelante ciertos indios de la provincia de México pormensajeros, si tenían por bien que entrasen losdichos religiosos en sus tierras a darles noticia deun solo Dios, que era Dios y Señor verdadero detodo el mundo. Entraron en consejo e hicieronmuchos ayuntamientos, tomadas primero muchasinformaciones, qué hombres eran aquellos que sedecían padres y frailes, y qué era lo que pretendíany en que diferirían de los cristianos, de quien tantosagravios e injusticias habían recibido. Finalmente,acordaron de recibirlos con que solos ellos y noespañoles allá entrasen. Los religiosos se loprometieron, porque así lo llevaban concedido porel virrey de la Nueva España y cometido que leprometiesen que no entrarían más allí españoles,sino religiosos, ni les sería hecho por los cristianosalgún agravio.

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[...]Ypersuadidos de los frailes hicieronuna cosaque nunca en las Indias hasta hoy se hizo, y todaslas que se fingen por algunos de los tiranos que alláhan destruido aquellos reinos y grandes tierras sonfalsedadymentira.Doceo quince señores demuchosvasallos y tierras, cada uno por sí, juntando suspueblos, y tomando sus votos y consentimiento, sesujetaron de su propia voluntad al señorío de losreyes de Castilla,recibiendo al Emperador como reyde España, por señor supremo y universal; e hicieronciertas señales como firmas, las cuales tengo en mipoder con el testimonio de dichos frailes

Estando en este aprovechamiento de la fe, y congrandísima alegría y esperanza los frailes de traer aJesucristo todas las gentes de aquel reino que de lasmuertes y guerras injustaspasadas habían quedado,que aún no eran pocas, entraron por ciertaparte diezy ocho españoles tiranos, de caballo, y doce a pie,que eran treinta, y traen muchas cargas de ídolostomados de otras provinciasa los indios;y el capitánde los dichos treinta españoles llama a un señor dela tierra por donde entraban y dícele que tomase deaquellas cargas de ídolos y los repartiese por todasu tierra, vendiendo cada ídolo por un indio o indiapara hacerlo esclavo, amenazándolo que si no lohacía que le había de hacer guerra. El dicho señor,por temor forzado, distribuyólos ídolos por toda sutierra y mandó a todos su vasallosque los tomasenpara adorarlos, y le diesen indioso indias para dar alos españoles para hacer esclavos. Los indios, demiedo, quien tenía dos hijosdabauno, y quien teníatres daba dos, y por estamaneracumplían con aqueltan sacrílego comercio, y el señor o caciquecontentaba a los españoles cristianos.[...]

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Visto por los indios que no había salido verdadlo que los religiosos les habían prometido (que nohabían de entrar españoles en aquellas provincias,y que los mismos españoles les traían ídolos de otrastierras a vender, habiendo ellos entregado todos susdioses a los frailes para que los quemasen por adorara un verdadero Dios), alborótase e indígnase todala tierra contra los frailes y vanse a ellos diciendo:"¿por qué nos habéis mentido, engañándonos queno habían de entrar en esta tierra cristiano? ¿Y porqué nos habéis quemado nuestros dioses, pues nostraen a vender otros dioses de otras provinciasvuestros cristianos? ¿Por ventura no eran mejoresnuestros dioses que los de otras naciones?"

Los religiosos los aplacaron lo mejor que pu­dieron, no teniendo qué responder. Vanse a buscarlos treinta españoles y dícenles los daños que ha­bían hecho; requiéranles que se vayan: no quisie­ron, antes hicieron entender a los indios que losmismos frailes los habían hecho venir aquí, quefue malicia consumada. Finalmente, acuerdan dematar los indios los frailes; huyen los frailes unanoche, por ciertos indios que los avisaron, y des­pués de idos, cayendo los indios en la inocencia yvirtud de los frailes y maldad de los españoles, en­viaron mensajeros cincuenta leguas tras ellos ro­gándoles que se tornasen y pidiéndoles perdón dela alteración que les causaron. Los religiosos, comosiervos de Dios y celosos de aquellas ánimas, cre­yéndoles, tornáronse a la tierra y fueron recibidoscomo ángeles, haciéndoles los indios mil servicios,y estuvieron cuatro o cinco meses después. Y por­que nunca aquellos cristianos quisieron irse de latierra, ni pudo el virrey con cuanto hizo sacarlos,

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porque está lejos de la Nueva España (aunque loshizo pregonar por traidores), y porque no cesabande hacer sus acostumbrados insultos y agravios alos indios,pareciendo a los religiososque tarde quetemprano con tan malas obras los indios se resa­biarían y que quizá caerían sobre ellos, especial­mente que no podían predicar a los indios conquietud de ellos y suya, y sin continuos sobresaltospor las obras malas de los españoles, acordaron dedesamparar aquel reino, y así quedó sin lumbre ysocorro de doctrina, y aquellas animas en la obscu­ridad de la ignorancia y miseria que estaban, qui­tándoles al mejor tiempo el remedio y regadío dela noticia y conocimiento de que iban ya tomandoavidísimamente, como si quitásemos el agua a lasplantas recién puestas de pocos días; y esto por lainexpiable culpa y maldad consumada de aquellosespañoles.

Y porque sea verdadera la regla que al princi­pio dije, que siempre fue creciendo la tiraníay vio­lencias e injusticiasde los españoles contra aquellasovejasmansas, en crudeza, inhumanidad y maldad,lo que ahora en las dichas provincias se hace entreotras cosas dignísimas de todo fuego y tormento,es lo siguiente:

Después de las muertes y estragos de las gue­rras, ponen, como es dicho, las gentes en la horri­ble servidumbre arriba dicha, y encomiendan a losdiablos a uno doscientos y a otro trescientos in­dios.Eldiablocomendadero dizquehace llamarcienindios ante sí: luego vienen como unos corderos;venidos, hace cortar las cabezas a treinta o cuarentade ellos y dice a los otros: "Lomismo os tengo dehacer sino me servísbien o siosvaissinmilicencia."

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Considérese ahora, por Dios, por los que estoleyeren, qué obra es ésta y si excede a toda cruel­dad e injusticia que pueda ser pensada; y si les cuadrabien a los tales cristianos llamarlos diablos, y si seríamás encomendar los indios a los diablos del infiernoque es encomendarlos a los cristianos de las Indias.

Otra cosa es bien añadir: que hasta hoy, desdesus principios, no se ha tenido más cuidado por losespañoles de procurar que les fuese predicada la fede Jesucristo a aquellas gentes, que si fueran pe­rros o otras bestias; antes han prohibido de princi­pal intento a los religiosos, con muchas afliccionesy persecuciones que les han causado, que no lespredicasen, porque les parecía que era impedimentopara adquirir el oro y riquezas que les prometíansus codicias. Y hoy en todas las Indias no hay másconocimiento de Dios, si es de palo, o de cielo, ode tierra, que hoy hay cien años entre aquellas gen­tes, si no es en la Nueva España, donde han anda­do religiosos, que es un rinconcillo muy chico delas Indias; y así han perecido y perecen todos sin fey sin sacramentos.

Fui inducido yo, fray Bartolomé de las Casas oCasaus, fraile de Sancto Domingo, que por la mise­ricordia de Dios ando en esta corte de España pro­curando echar al infierno de las Indias, y que aquellasinfinitas muchedumbres de ánimas redimidas por lasangre de Jesucristo no perezcan sin remedio parasiempre, sino que conozcan a su criador y se salven,y por compasión que he de mi patria, que es Castilla,no la destruya Dios por tan grandes pecados contrasu fe y honra cometidos y en los prójimos, poralgunas personas notables, celosas de la honra deDios y compasivas de las aflicciones y calamidades

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ajenas que residen en esta corte, aunque yo me lotenía en propósito y no lo había puesto por obrapor miscontinuas ocupaciones. AcabélaenValencia,a ocho de diciembre de mil y quinientos y cuarentay dos años, cuando tienen la fuerza y están en sucolmo actualmente todas las violencias, opresiones,tiranías, matanzas, robos y destrucciones, estragos,despoblaciones, angustiasy calamidadessusodichas,en todas laspartes donde hay cristianosde las Indias.Puesto que en unas partes son más fieras yabominables que en otras.Méxicoy su comarca estáun poco menos malo, o donde al menos no se osahacer públicamente, porque allí,y no en otra parte,hay alguna justicia (aunque muy poca), porque allítambién los matan con infernales tributos. Tengogrande esperanza que por el emperador y rey deEspaña, nuestro señor don Carlos, quinto de estenombre, va entendiendo las maldades y traicionesque en aquellas gentes y tierras, contra la voluntadde Diosy suya, se hacen y han hecho (porque hastaahora se le ha encubierto siempre la verdadindustriosamente), que ha de extirpar tantos malesy ha de remediar aquel Nuevo Mundo que Dios leha dado, como amador y cultor que es de justicia,cuya gloriosa y feliz vida e imperial estado Diostodopoderoso, para remedio de toda su universaliglesiay final salvación propia de su real ánima, porlargos tiempos Dios prospere. Amén.

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De Hernán Cortés a Antonio deMendoza

DIEGO MUÑOZ CAMARGO

Nacido de padre castellano y madre de la nobleza indígena,Diego Muñoz Camargo (1529-1599) fue el ejemplo más clarode un mestizo asimilado al sistema español. Como hijo legítimode un conquistador, consiguió muchas prebendas, privilegiosy mercedes de tierras, pero también fungió a menudo comointérprete, apoderado y representante de las comunidadesindígenas por sus conocimientos del idioma náhuatl y por sumatrimonio con una noble descendiente de los linajes deTlaxcalay de Texcoco. Por su situación, Diego ocupó el cargo de gober­nador de Tlaxcala pues, aunque fue educado como español yposeía la cultura de los dominadores, conocía la estructura yfuncionamiento de la sociedad indígena. Como muchos otrosnobles mestizos, Diego fue un puente entre las dos tradiciones,de lo cual es una muestra clara su Historia de T/axcala. En 1562comenzó su obra a instancias de los nobles tlaxcaltecas queveían limitados los privilegios que habían conseguido despuésde la conquista.

Tlaxcala era una de las comunidades más conscientes de suautonomía y que con mayor fuerza luchó por defender susprivi­legios. Así un tema central de la obra de Muñoz Camargo con­siste en exaltar a Tlaxcala como una de las principalescolaboradoras deCortés durante la conquista y como la primeranación indígena que recibió el bautismo. En 1580, el rey Felipe11 solicitó que se le enviara información geográfica sobre NuevaEspaña. En respuestaa esa demanda, Muñoz Camargo, comoteniente del Alcalde Mayor de Tlaxcala, amplió susescritos an­teriores y envío un enorme informe histórico-geográfico que seencuentra junto con otros en las llamadas Relaciones Geográ­ficas. Entre 1583 y 1585 él mismo viajó a Españacon una co­mitiva tlaxcalteca para pedir al rey el respeto de los privilegiosde esta provincia; en eseviaje se llevó una copia del Lienzo deTlaxcala y un ejemplar de su propia obra, la descripción de laciudad y provincia de Tlaxcala; diez años después participabaen la formación de las colonias tlaxcaltecas que colonizaron la

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Chichimeca y en 1592 (siete años antes de morir) concluyó suHistoria juntando todos los materiales anteriores. Se había lle­vado cuarenta años en hacerla y, aunque no se editó en su tiem­po, fue muy utilizada por los autores posteriores.

En la selección que presentamos a continuación el autor des­cribe algunas de las otras conquistas realizadas después de latoma de Tenochtitlan; se insiste sobre todo en las fallidas expe­diciones que mandaron Hernán Cortés y Antonio de Mendozahacia el norte y al Asia. El autor mestizo también señala los pro­blemas económicos a los que se enfrentó el gobierno del virreyMendoza, desde el fomento de las estancias ganaderas en elnorte y la creación de obrajes textiles, hasta el uso de las mone­das de cobre y los descubrimientos de las minas de plata. Porúltimo también hace mención a los problemas de la implanta­ción de las Leyes Nuevas después de 1542.

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Capítulo/XHabiendo tratado sumariamente de las cosas suce­didas en esta tierra y venida de los primeros espa­ñoles, será bien hacer otra breve discusión detiempos, aunque distante y apartada de nuestroprincipal intento, no saliendo de los límitesde nues­tra instrucción. Pacificadapues la tierra y aquieta­dos los naturales de ella, luego se entendió en lapacificación y población de la insigne y más queopulenta Ciudad de México,y que aquella y anti­gua República que tan destruida había quedadocon las guerras. Cortés dio en esto las mejoresórdenes que pudo, mandando hacer casas y callesa modo nuestro, con tal principio y fundamento,que permanece hasta el día de hoy en grande au­mento y prosperidad enviando desde esta ciudada todas la provincias, reinos y señoríos de Moc­theuzomatzin, personas principales a que los pa­cificasen, gobernasen y poblasen de españoles;como fue al reino de Michoacán Juan Saucedo elromo; a Guatemala, D. Pedro de Alvarado;a Pánu­co, Gonzalo de Sandoval; a Yucatán, Tabasco,Campeche y Champotón a Francisco de Montejo;aChiapas a Juan de Mazariegos; a las provincias delas Hibueras y Honduras fue el mismo FernandoCortéspersonalmente, dejando allápor capitány sulugarTeniente a Cristóbalde Olid, a quien después

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le mató Francisco de las Casas y Juan Núñez ahorca­do por mandado de Cortés, por presunción ysospecha que de él tuvo que se alzaba por aquelreino; y quedando en esta pacificación vino porgobernador de las provincias de Pánuco, de MéxicoyNuevaGaliciaNuño de Guzmán, que pasando porel reino deMichoacánhizoajusticiaral reyCatzontzincon grandes tormentos, hasta que murió de ellos,por ocasión de que no quiso dar ni descubrir eltesoro que tenía, ni las minas de plata que en sutiempo había; y desde este reino de Michoacán, fuea las provincias de Jaliscoy Culhuacan, cuyas tierrasganó y conquistó y pacificó, haciendo grandesinsolencias, tiranías y crueldades con los naturalesde aquélla tierra, por cuyas demasías el emperadorD.CarlosV,Reyy señor nuestro de gloriosamemoriaa losdichos reinos de Castilla,y antes que se fuese deesta tierra estuvo mucho tiempo preso en la cárcelpública de México,hasta que fue llevadoa losdichosreinos de Castilla,donde a la sazón residía la Cortede su majestad, donde el dicho Nuño de Guzmánacabó desventuradamente con pleitos y contiendas,defendiendo suscausasconmuchapobrezaymiseria.

En este lugar trataremos breve y sumariamentede las grandes contiendas y alteraciones que resul­taron en la Ciudad de México, por la jornada quehizo Cortés a Hibueras, las cuales procedieron porsólo el apetito de ambición y deseo de mandar; yfue el caso sobre cuál de los oficiales reales habíade tener el gobierno de la tierra, que esto debió serel principal fin y fundamento de cada uno de ellos,la cual discordia pasó entre los oficiales de su ma­jestad, con motivo y ocasión de las comisiones queCortés les había dejado al fator Gonzalo de Salazar,

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y al tesorero Alonzo de Estrada, y al Veedor Peral­míndez Chirinosy al Contador Rodrigode albornoz;lo cual causó la nueva que se había tenido de queCortés era muerto ymuchos compañeros de los quehabía llevado consigo a esta jornada trabajosa, cuyanueva fue causa de la contienda entre los oficiales,pues cada uno de ellos pretendía gobernar de porsí, y convocaba a sus amigos para seguir su opinión.Con aquélla sediciosa ambición, y estando en elmayor furor de sus pasiones y desatinados deseos,llegó pues nueva del bien afortunado Cortés, decómo estaba en la tierra, y que había venido a estaNueva España, habiendo pasado muy grandestrabajos y sucesos inauditos él y sus compañeros enesta grande y atrevida jornada que hizo de lasHibueras, según que más largamente la tratan lascrónicas, y lo refieren en particular Francisco deTerrazas en un tratado que escribió del aire y tierra:y con esta llegada de Cortés cesaron muchasdiferencias y obstinadas disensiones causadas decosas pasadas, porque se renovaron con su venidanegocios muy pesados, de que resultaron grandesdisensiones de hombres inquietos y bulliciosos,queestaban deseosos de que la tierra se alborotase; ycon esta su venida y madura prudencia, apaciguó latierra con los mejores medios que pudo, dandoasiento nuevo en el gobierno de la tierra a lareedificación de México,no dando lugar a la tiraníaque deseaban emprender los nuevos gobernadoresa título de que eran oficialesde SuMajestad,y que aellos incumbía gobernar la Nueva España, con in­tento de usurpar la famay gloria del valeroso Cortésque con tanta felicidad había ganado, eternizandosu fama, queriéndolo obscurecer y aniquilar sus

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valerosos hechos y tan heroicas proezas, como lohabían intentado sus émulos y contrarios, escribiendocontra él a S.M. y al emperador y a su real consejo,que rían muy malos desopilar si sobrepujasen yviniesen a predominar su buen celo y sinceropropósito, determinó irse a los reinos de Castilla ysalirse de entre las llamas tan encendido fuego, ydando de mano a los apostemados propósitos dejóla tierra por muchas causas y razones que a ello losmovieron: la primera y más principal fue buscar latriaca de su remedio y resistir la venenosa ponzoñade sus contradictores, cuyo intento era ponerle enmal con el emperador; y que no le desquiciaran dela buena opinión que tenía y había ganado de susheroicos hechos y la buena suerte y dicha que Diosle había dado, y porque su causa no pereciese porausente, y éste no le pareció el más acertado acuer­do de cuantos podía imaginar, que era ir personal­mente a los pies de su Rey Señor, y dadle laobediencia como a su señor supremo, y ofrecedleel servicio que le había hecho en ganarle esta tierradel Nuevo Mundo, que tan valerosamente habíaganado en su Real nombre, como leal y obedientísi­mo vasallo suyo, y haciendo ausencia de sus enemi­gos.

Con este presupuesto se embarcó e hizo a lavela, y fue tal y tan próspero el viaje y navegaciónque hizo, que dentro de treinta y ocho días llegó alpuerto de San Lúcar desde el día que partió en laVilla Rica con bastimentos y matalotajes bien inusi­tados. Con esta su llegada cesaron grandes nego­cios que habían llegado de sus contradictores a oídosde Su Majestad y de su real consejo: mas luego decomo fue llegado a los reinos de Castilla, se fue

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derecho a los pies del emperador, señor clementísi­mo, y con esto que hizo todo lo que sucedió tanbien y con tanta felicidad, que Su Majestad se tuvodel por bien servido, y le hizo muchas y muy gran­des mercedes y favores, y le dio el título de Marquésy le casó con doña Juana de Zúñiga, hija del Condede Aguilar, y le mandó volver a esta Nueva Españahonrado y favorecido, de su rey y señor con grandesventajas, partidos y particulares privilegios y le hizosu Capitán General de esta Nueva España, de loganado y de lo que estaba aun por ganar y descubrir.También le hizo Almirante de la mar del Sur. Todasestas mercedes ganan y consiguen aquellos quelealmente y bien sirven a sus reyes, y en especial alos príncipes cristianísimos, como fue el emperadorde S. Carlos, de gloriosa memoria, y a nuestroinvictísimo rey D. Felipe (que guarde Nuestro Señormuchos años).

Después de su llegada a los reinos de Castillacon tanta gloria y pujanza, y dando nuevo asientoa las cosas de esta tierra, hizo la jornada y nuevanavegación de la mar del sur en demanda de lasislas que se decían en aquel tiempo Islas de Salo­món, y de las Isla de Tarsis y California, la cual lesucedió tan mal y tan siniestramente, que casi se leperdieron todos los navíos y estuvo más de un añoperdido en el gran río del Tizón y California, adon­de pasó grandes trabajos, que pensó perecer él ytoda su gente, así de hambre como de no hallar laspoblaciones de que tenía noticia por relaciones;que aunque aquella costa por donde anduvo es demuchos indios y poblaciones, es la más gente des­nuda y bárbara, que viven como árabes y pobrísi­ma, que no saben lo que es oro ni plata; y como no

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tuvo con qué pasar adelante por la pérdida de susnavíos, sufriendo tantas peregrinaciones, procuróvolver a esta tierra con harta pérdida de su gente yhacienda, mas no cansado ni enfadado de los casosde la fortuna. Pretendió tras esto hacer la navega­ción de las islas de la Especiería, que en aquella sazónllamaban los Malucos y tierra firme de la gran China,y en efecto armó contra aquella tierra y fue generalde aquella armada Alvaro de Saavedra Cerón: fuepor maestre y piloto uno que se llamó el MestreCorzo, uno de los que pasaron con Magallanes; alEstrecho que ahora llaman de Magallanes y esta fuela primera navegación que se hizo de esta tierra paralas Islas que ahora llaman Filipinas, que fue lasegunda navegación que se hizo por la mar del surde esta Nueva España en tiempo de Fernando Cortés,la cual armada se perdió y vinieron a remaneceralgunos de los nuestros a la gran India de Portugal.

Estando Cortés en demanda de la Californiacomo dejamos referido, llegó de España D. Anto­nio de Mendoza por virrey de esta Nueva España,presidiendo en la Real Audiencia de México D. Se­bastián Ramírez de Pedraza, que después vino aser Obispo de Santo Domingo en la isla española.Este D. Antonio de Mendoza fue muy principal ca­ballero, hermano del Marqués de Mondejar; y elprimer virrey que vino a esta Nueva España al añode 1534. Gobernó tan bien y prudentemente, quecon su valor, prudencia y sagacidad y cristiandad,pacificó, allanó y dio asiento a toda la tierra y po­blaciones de ella. En tiempo que este tan cristianopríncipe gobernaba la Nueva España, se hizo lasegunda navegación de la Especiería, la cual arma­da hizo a su costa y mención en compañía de D.

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Pedro Alvarado,y fue por general de ella al capitánRuy López, natural de Villalobos, y llevó por se­gunda vez por piloto al maestre Corzo, de quienarribahicimosmención (que conocímuybien); cuyajornada y navegación fue tan infeliz y desdichadaque se perdió toda sin ser de ningún efecto, y fueocasiónde habérselemuerto toda lagente y no tenercon quien volver los navíos;y vientos contrarios, nopodían volver los navíos a esta Nueva España, cuyoironía duró muchos años, y que no se podía pasarpor debajo de la línea equinoccial, y otras cosas quese dicen y no se supo escribirlas por estar ya muyentendidas las líneas y navegaciones de todos losmares del mundo, y el ingenio de los hombres tantrascendido en viveza, que todo lo pueden yaalcanzar y comprenden con el entendimiento queDios se ha servido darles, que se les hace todo fácily comprensible. [...]

En tiempo de este virrey se armó otra armadaque él mismomandó hacer para la California,y fuepor General de ella Francisco de Alarcón y pormaestre de campo MarcosRuiz,la cual armada tam­bién se perdió sin ser de ningún efecto, volviéndo­se a tierra al Puerto de la Purificación; y en estetiempo se hizo la entrada de la tierra nueva quellamaban las siete ciudades, que fue a costa delmismo d. Antonio de Mendozay fue por general dela entrada FranciscoVázquez Coronado: esta fue lajornada que llamaron de Cibola de que había dadonoticia FrayMarcosde Niza, Provincial que fue dela orden de SanFranciscoen aquella sazón, que afir­maba haber visto las siete ciudades personalmentey otras muchas tierras y provincias, la cual entradaasimismo se perdió, en que iban más de mil

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españoles y de toda la gente granada y muy lucida.[...]

Por comisión que tuvo D.Antonio de Mendozadespués de la venida de la guerra de Xuchipila yJalisco a causa de que los ganados mayores iban engrande aumento y dañaban a los indios de paz, fuenecesario hacer este descubrimiento: que con estose despoblaron muchas estancias del Valle deTepepulco, Atzumpa y Toluca, donde fueron a po­blar por aquellos llanos adonde ahora están todaslas estancias de vacas que hay en la tierra, que co­rren más de doscientas leguas, comenzando desdeel río de San Juan hasta pasar por Zacatecas y lle­gar más delante de los Valles que llaman de Gua­dianas tierras de Chichimecas que no tienen fin nicabo, y asíse despoblaron estanciasde ganadomayorlosVallesde Atzompay Perote,y llanosde Pepepulcoy valles de Toluca y otros muchos valles, y se pasa­ron a estas tierrastan largasy extendidas; aunque conel crecimiento de los españoles se han ido poblandolas tierras marítimasde la costa del Pánuco y Nautlaque llaman los llanos de Almería, desde allí lasestanciasde PutingoyMazantlay de Veracruz,y otrastierras calientes de Tlalixcoyan, por la Costa deCohuatzacolacos que llegan al río de Grijalva,que esuna cosa sin número e increíble el ganado que se vacriando y aumentando, que si no se ve por vista deojos no se puede numerar ni encarecer; aunque lascarnes de losganados que se críanen los chichimecasson mejores que las que se crían en tierras calientes,y lo mismo las del Vallede Atzompa,Tecamachalco,Villa de Atlixco, Perote, Alfaxayucan, Teotlalpa,Tepepulco, Vallede Toluca, de mucha substancia yfinísimaslanas. [...]

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Gobernando pues esta tierra con tanta paz ytranquilidad este buen virrey, se descubrió en sutiempo la navegación del Perú, de esta tierra por elmar del sur; se hicieron navíos y fueron al CallaodeLima, cuya navegación y descubrimiento hizo a sucosta y munición con muy grandes gastos y trabajosDiego del Campo, caballero muy principal, naturalde la Villa de Cáceres en los reinos de Castilla, elcual habiendo sido uno de los conquistadores ypacificadores de este Nuevo Mundo, perseveradoen su proceder, se puso a hacer este tan bueno yprovechoso descubrimiento hasta que se salió conél; y estando en su feliz gobierno de un tan buenpríncipe como este D. Antonio de Mendoza, vinode España por visitador de esta tierra Tello deSandoval quien visitó al virrey, Audiencia Real yOficiales de su majestad. Vino así mismo estevisitador a publicar y ejecutar las nuevas leyes quefueron hechas en lascortesque se hicieronenMalinasa favor de los indios, las cuales contenían la libertadde los indios esclavos y que no hubiese Tamemes nique los indios se cargasen, y que se quitasen sinremisiónninguna los serviciospersonales que hacían,aunque se los pagasen; por cuya publicación hubograndes alteraciones, y estuvo la tierra en detrimen­to de perderse: mas con la sagacidad de D. Antoniode Mendoza se quietó y sosegó, y quedó pacífico,con que no se ejecutaron algunas cosas por enton­ces, sino que fuesen entrando en ellas poco a poco,y que se consumiesen los esclavos que a la sazónhabía, y con buenos medios se sobreseyesen las le­yes y obedeciesen; de la cual visita resultó que semudó toda la audiencia y los oficiales reales y elvirrey D. Antonio de Mendoza, lo cual pasó el año

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de 1544 al 545 y el 46, que fueron tres años gober­nando con mucha paz y sosiego aquellos reinos,hasta que murió. [...]

Durante el feliz gobierno del virrey D. Antoniode Mendoza, se descubrió una rebelión que intenta­ron hacer los negros esclavos de los españoles, paralo cual habían convocado a los indios de SantiagoTlaltelolco y México, cuya rebelión descubrió otronegro. Averiguada jurídicamente, se procedió con­tra los culpados e hizo justicia en ellos, quedandola tierra sosegada por muchos años hasta que hubootra rebelión más peligrosa si pasara adelante, quefue descubierta por un Gaspar de Tapia y SebastiánLazo de la vega, y cuyos culpados así mismo fue­ron castigados, y ajusticiados con mucho rigor, losconvocadores de este motín y muchos de esta ligay conjuración se fueron huyendo de esta tierra alPerú, que se hallaba en aquella sazón alzada porGonzalo Pizarra y Francisco de Carvajal su Maestrede Campo, aunque de estos que se iban, como fueen muchos de los por los caminos por donde iban,como fue en Tehuantepec y Uaxacac. Los caudillosde esta rebelión y alzamiento fueron un Juan Ra­món oficial de Colecta un juan Venegas y un italia­no: los tres fueron ajusticiados en la Ciudad deMéxico, confesando el delito que habían cometidoe intentado hacer, lo cual pasó en el año de 1549.

Habiendo sucedido esto, se sosegaron y apaci­guaron los leales vasallos y servidores de su majes­tad por muchos años, y fue en muy gran aumentola población de los españoles, fue ennobleciéndo­se la Nueva España de pobladores españoles y fue­ron en crecimiento los ganados menores de ovejas.Este buen príncipe procuró el asiento y perpetui-

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dad de esta tierra, y envió por ganados merinos aEspañapara afinarlasovejasque habían traído antes,que fueron de lanas burdas y vendas.

Ensu tiempo se comenzaron losobrajesde pañoy sayales, y el trato de las lanas fue muy grancrecimiento, porque los indios comenzaron a ves­tirse de mantas de lana y otras cosas que labrabande ella: y se comenzaron las labores de trigo y es­tancias y se repartieron muchas tierras; y para tododio favor y ayudo mucho; y se comenzaron a des­cubrir muchos veneros de oro, plata, fierro y co­bre, así como fueron lasminas de Taxco,Zultepequey Tzompanco, y se comenzó a fundir moneda parala contratación de los españoles, porque antes nose trataba sino con barras y tejuelos de oro y oroen polvo, y no podía correr tan bien como corre lamoneda, y había gran fraude en los rescates deldicho oro y plata, y eran muy lesos y damnificadoslos indios que no sabían más de trocar dame esto yte daré esto otro a poco más o menos; y para evitaresto se batió la moneda como está referido.

Hubo otro género de moneda que fue cobre,que fueron cuartos y medios cuartos de a cuatro yde a dos maravedís, y comenzó esta moneda correrpor entre los españoles e indios; la cual pareció tanmal a los naturales, que habían burla de tan bajacosa, que no la estimaron en anda ni la pudieronsufrir,porque decían que denotaban muy gran po­breza, y no la quisieron tratar ni recibir; y aunquehubo rigor y fueron compelidos a que de ella usa­sen y tratasen, dentro de un año o poco más, da enla laguna de México para que no hubiese memoriade ella, y hasta hoy ha durado el no usarla en estaNueva España porque toda la rescataron los indios

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y la desterraron el mundo, a lo menos de su tierra,porque les fue muy aborrecible y odiosa, y así no seusa otra moneda ni corre más que la de plata desdeaquel tiempo, en reales de a ocho hasta mediosreales, toda de plata muy buena moneda; y en estetiempo cesó el trato de oro en polvo, barras ytejuelos. Finalmente, gobernando este tan ilustrevarón, se ennobleció muy grandemente la Ciudadde México. Gobernóla y toda la Nueva España diezy siete años cristianísimamente. Hubo en su tiem­po una muy gran pestilencia y mortandad en losnaturales de esta Nueva España el año de 1545,que duró más de seis meses, arruinó y despobló lamayor parte de todo lo poblado de la tierra.

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El gobierno del primer virreyde Nueva EspañaANTONIO DE MENDOZA

Paraterminar con el desorden que caracterizó en buena medidalos primeros años posteriores a la conquista, CarlosV y luego suhijo Felipe 11introdujeron gradualmente en la Nueva Españaunaserie de instituciones que sentarían las basesdel poder real du­rante los tres siglos virreinales. A la fundación de la RealAudien­cia, principal tribunal de justicia y gobierno del reino, siguió lacreación del virreinato en Nueva España.Lafigura del virrey comorepresentante personal del monarca existía ya en las posesioneseuropeas de la monarquía española, y en México se le otorgaronatribuciones de gobernador, capitán general (es decir, jefe de lamilicia) y presidente de la Audiencia.

Como primer virrey fue designado Antonio de Mendoza(1495?-1552), miembro de una de las más poderosas familiasaristocráticas castellanas, quien tomó posesión de su cargoen 1535 y gobernó eficientemente hasta 1550, año en que lesustituyó Luis de Velasco y en que fue transferido al virreinatode Perú. Su largo mandato puso en marcha procesos tan tras­cendentales como el primer gran impulso de la evangelización,el comienzo de la expansión de las fronteras en pos de lasriquezas minerales del norte y el establecimiento de lasempresaseconómicas españolas por todo el territorio. Mendoza supo darestabilidad a la colonia mediando como árbitro entre los poderese intereses de los encomenderos, las órdenes mendicantes y lanobleza indígena.

Laexperiencia de Mendoza en la administración quedó com­pendiada en susApuntamientos para Luis de Velasco, con losque se inició la serie de memorias de gobierno dejadas por losvirreyes a sus sucesores. Los fragmentos que ofrecemos inclu­yen sus consejos para el trato a las dos repúblicas, esto es, elrégimen legal de separación bajo el que vivían los súbditos indí­genas y españoles. Con respecto a los primeros, recomendabala investigación cuidadosa de susquejas, el cobro ordenado desus tributos, la protección del colegio de Tlatelolco y la discreta

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vigilancia de la conducta de sus evangelizadores; tocante a losespañoles, recordaba que, ante la ya evidente disminución de lapoblación india era necesario apoyar actividades productivascomo la minería, la ganadería, el cultivo de trigo y la industriade la seda. Curiosamente, este virrey fue también el primero ensugerir (como se ve en el texto que presentamos y como lo ha­rían todos sus sucesoresdespués) que la mejor forma de gober­nar la Nueva España era complacer de palabra a cuantossolicitaban y aconsejaban a los virreyes, pero hacer en realidadlo que más conviniera, pues al final era imposible dar gusto atodos.

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Relación, apuntamientos y avisos que pormandato de su Majestad dio don Antonio

de Mendoza a don Luis de Ve/asco

2. Loprincipal que siempre SuMajestadme ha man­dado, ha sido encargarme la cristiandad y buen tra­tamiento de estos naturales; elmediopor donde estasdos cosas yo he tratado ha sido los religiosos, y deesto me he ayudado para todo grandemente, y sinellos puédese hacer poco, y por esto siempre heprocurado de favorecerlos, honrarlos y amarloscomoverdaderos siervosde Diosy de S.M.;y VuestraSeñoría, lo debe hacer así y conocerá el provechoque de ello se le sigue [...]

4. S.M.tiene proveído que se tase cantidad en lostributos que dan los indios para clérigos, y haceniglesias y otros gastos. Esta tasa no está señaladapor dos cosas: la una porque no hay asiento entributo ni iglesia,y hasta ahora todo ha sido hacer ydeshacer edificios y mudar pueblos de unas partesa otras. Lootro ymás principal es porque los clérigosque vienen a estas partes son ruines y todos sefundan sobre interés; y si no fuese por lo que S.M.tiene mandado y por el bautizar, por lo demásestaríanmejor los indios sin ellos. Estoes en general,porque en particular algunos buenos clérigos hay:no se ha podido tener hasta ahora tanta cuenta conellos como convenía, es necesario que les tasen lascomidas y se tenga cuenta con lo que les dan los

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indios, porque lo de los corregidores y ministrosde justicia está muy apretado, y en los clérigos muylargo, en especial lo que toca al tratar y contratarcon los indios que están a su cargo [...]

11. Loque al presente parece que da ser a la tierray la sostiene son las minas. Tenga especial cuidadode favorecer a los que tratan en ellas, porque si estascaen, todas las demás haciendas de la tierra ven­drán en muy gran disminución, sino fuere las quetienen salida para fuera de la tierra; y S.M.perderácasi todas sus rentas, porque el ser de la tierra estáen las minas.

12. S.M.y la emperatriz, nuestra señora que estáen la glória, me mandaron por muchas veces queyo diese orden cómo los hijos mestizos de los es­pañoles se recogiesen, porque andaban muchos deellos perdidos entre los indios. Para remedio deesto y en cumplimiento de lo que SS.MM.me man­daron, se ha instituido un colegio de niños dondese recogen no sólo los perdidos, mas otros muchosque tienen padres los ponen a deprender la doctri­na cristiana, y a leer y escribir. Y a tomar buenascostumbres. Y asimismo hay una casa donde lasmozas de esta calidad que andan perdidas se reco­gen, y de allí se procura sacarlas casadas. De este delas mujeres ha tenido cuidado el licenciado Tejada,y del de los niños el doctor Quesada, porque se lohe yo pedido por merced, y han hecho y hacen enello gran servicio a Dios Nuestro Señor y a S.M.;yde aquí adelante se lo encargue, pues que es unatan santa obra y tan necesaria para esta república.

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13. En esa ciudad en la parte del Tlatelolco, hay uncolegio de indios en que se crían cristianamente yse les enseñan buenas letras, y ellos han probadoharto en ellas; y mostrárase bien claro si NuestroSeñor no fuera servido de llevarse en la pestilenciapasada los más y más hábiles que había, aunque alpresente no deja de haber algunos de los que que­daron que son preceptores en estudio de latinidad,y hallase habilidad en ellos para mucho más, y envi­dias y pasiones han sido parte para que esto no hayacrecido tanto cuanto debiera. V.Sª. los favorezca,pues S.M. le envía principalmente para el biengeneral y particular de estas gentes, porque es granyerro de los que los quieren hacer incapaces paratodas letras ni para lo demás que se puede concedera otros cualesquier hombres, y no por lo que digoquiero sentir que estos al presente aunque sean cuansabios y virtuosos se pueda desear, se admitan alsacerdocio, porque esto se debe reservar paracuando esta nación llegue al estado de policía enque nosotros estamos, y hasta que esto sea y que loshijos de los españoles que saben la lengua seansacerdotes, nunca habrá cristiandadperfecta,nibastatoda España a cumplir la necesidad que hay; y loque se hace se sostiene con gran fuerza, porque todoes violento [...]

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15. Yo he tenido por costumbre de oír siempre losindios. Y aunque muchas veces me mienten, nome enojo por ello, porque no los creo ni proveonada hasta averiguar la verdad. Algunos les pareceque los hago más mentirosos con no castigarlos:hallo que sería más perjudicial ponerles temor paraque dejen de venir a mí con sus trabajos, que el

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que yo padezco en gastar el tiempo con sus niñe­rías. V.Sª. los oiga. En la orden que en esto he tenidoes que los lunes y los jueves en la mañana los nahua­tlatos de la Audiencia me traen todos los. indios quevienen a negocios, óigolos a todos en las cosas queluego puedo despachar. Proveólas, y las que sonde justicia y negocios de calidad, remítolas a unode los oidores para que ellos en sus posadas lastraten y averigüen, y con la razón de lo que se hacevienen al acuerdo otros negocios de menos im­portancia, remítolos a los alcaldes mayores y a otraspersonas religiosas y seglares según la calidad y laspersonas que hay en las comarcas de donde son losindios, por no tenerlos fuera de sus casas. Otras vecesdoyles jueces indios que vayan a averiguar sus dife­rencias, nombrados de conformidad de las partes, ycon esta orden quedo más libre. Todos los otros díaspara entender en otras cosas, y no por ésto dejo deoír todos los demás indios que a mí vienen encualquier tiempo y hora y lugar, sino es estando enlos estrados o en los acuerdos.

16.Lagente española de estaNuevaEspañaesmejorde gobernar de todas cuantas yo he tratado, y másobedientes y que más huelgan de contentar a losque los mandan, si los saben llevar; y al contrariocuando se desvergüenzan, porque ni tienen en nadalas haciendas ni las personas.

17. Los indios se han de tratar como los hijos, quehan de ser amados y castigados,en especial en cosasde desacato, porque en este caso no conviene nin­guna disimulación, y tener siempre especial cuida­do en que los principales no castiguen a los

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macehuales con tributos ni servicios demasiados.Hase de tener consideración a que si los principalesson favorecidos roban a los macehuales, y si no sonfavorecidos no tienen autoridad para mandar; y estose ha de reglar teniendo conocimiento de la calidadde las personas y negocios en particular [...]

19.Yo he dado orden cómo se hagan paños, y secríe y labre gran cantidad de seda, y hanse puestomuchos morales. Esto ha crecido algunas veces ybajado por causa de algunos religiososque por venirla cría en cuaresma les parece que los indios noacuden a los sermones y doctrina, y por este impe­dimento otros dicen que para ser cristianos no hanmenester bienes temporales; y así esta granjería ylas demás crecen y menguan. V.Sª.ha de estar ad­vertido de todo para sostenerlo como S.M.lo tienemandado y encargado.

20. Las labores de trigo ha muchos años que yoprocuro dar orden cómo los indios entren en ellas,y ha sido muy dificultoso, aunque siempre va creci­do, mas es tan poco que no basta para la república,ni se ha de hacer caudal de ello. Alpresente son losespañoles los que han de sostener la labor de trigo.V.Sª.los favorezca dándoles tierras en la parte quesin perjuicio de los indios se pueden hacer, y ayu­dándoles para que puedan sembrar y coger los pa­nes ]...]

27. Lafalta de los serviciosha hecho traer gran can­tidad de negros, y con no ser tantos como el presen­te, intentaron de alzarse con esta ciudad, y en lasminas dos veces. Para remedio que no suceda esto

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yo he hecho ordenanzas conforme a lo de las islas.V.Sª. las verá y proveerá cómo se guarden]. ..l

36. S.M.mandó que las iglesias y monasterios quehubieren de hacer en los pueblos que están en sureal cabeza, se hagan a su costa, y que ayuden aellos los indios: y si fuere pueblo que éste encomen­dado, que se haga a costa de S.M.y del encomende­ro, y que también ayuden los indios: y queriendo darorden he hecho ver lo que será necesario, y hanmetraído memoriales tan largos que me pareció sernecesario consultarlo con S.M.y entretanto dar algúnsocorro. V.Sª. tendrá respuesta en breve, y en elentretanto les mandará socorrer con algo [...]

39. S.M. me mandó que yo diese asiento de losespañoles en la Provincia de Michoacán, y así se ledí el más cómodo que puede ser y más a propósi­to: será una buena población si se favorece. V.Sª.tenga cuidado de ello. Porque cuando los indiosde la Nueva Galicia se alzaron el mejor socorro ymás a tiempo que se les hizo, fue el de los españo­les e indios de aquella ciudad y tierra [...]

44. Algunos dirán a V.Sª. que los indios son sim­ples y humildes, que no reina malicia ni soberbiaen ellos y que no tienen codicia; otros al contrario,que están muy ricos y que son vagabundos y que noquieren sembrar: no crea a los unos ni a los otros,sino trátese con ellos como con cualquiera otranación sin hacer reglas especiales, teniendo respec­to a los medios de los terceros, porque pocos hayque en estas partes se muevan sin algún interés, otrasea de bienes temporales o espirituales, o pasión o

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ambición, ora sea vicio o virtud; pocas veces he vistotratarse las materias con libertad evangélica, y dondenacen muchas murmuraciones y proposiciones quesi se entendiesen en particular, no serían causa detanto desasosiego como algunas veces se sigue.

45. V.Sª.tenga entendido que la renta principal queS.M. tiene en esta tierra es la que los españoles ledan, porque la de los indios no es cosa de que alpresente se haga caudal, y cada día va siendo me­nos y está a arbitrio de los mismos indios y de loscorregidores y religiosos, y siempre baja y no crecesino es por el valor de las cosas; y la falta es la queda el valor, que es harto mal para la república.

50. En lo tocante a las elecciones de los caciques ygobernadores de los pueblos de esta Nueva Españaha habido y hay grandes confusiones, porque unossuceden en estos cargos por herencia de sus padresy abuelos, y otros por elecciones, y otros porqueMoctezuma los ponía por calpisques en los pueblos,y otros ha habido que los encomenderos los poníany los quitaban a los que convenían, y otrosnombraban los religiosos. Cerca de esto ha habidograndes variedades de opiniones: la orden que eneste caso he tenido es que cuando el tal cacique vienepor elección, mando que conforme a la costumbreantigua que han tenido, elijany nombren por caciquela persona que les pareciese ser conveniente para elcargo, y que sea indio de buena vida y fama, y buencristiano y apartado de vicios, y que esta elección sela dejen hacer libremente. Y hecha, al que eligenpor tal cacique se le da mandamiento para que letengan por tal el tiempo que fuere la voluntad de

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S.M. o mía en su real nombre; sabiendo que no estal cual conviene para el cargo, se le quita: lo mismose hace al que sucede por herencia este cargo decacique, tienen los indios al tal cacique por señor ya quien obedecen. Hayotra elección de gobernadoren algunos pueblos que es cargo por sí diferente delcacique que tiene cargo del gobierno del pueblo y aéste eligen los indios; y siendo tal persona gobiernauno, dos años omás omenos según que usa el cargo,y se le da de sobras de tributos o de la comunidad,con que se sustente por razón del cargo [...]

57. Yo he procurado que haya oficiales indios detodos oficios en esta república, y así viene a habergran cantidad de ellos. Estos tales oficiales se man­da que no usen los oficios sino estuvieren exami­nados conforme a lo que en las repúblicas de Españase hace; y porque las ordenanzas que se han hechovienen a decir que el oficialque se hubiere de exami­nar sepa enteramente todo el oficioen perfección, yque sidejarede saber algunacosaque no pueda tenertiendas sino que tenga amo como aprendiz porexcluirlos de todo; y siempre he proveído queparticularmente examinen los indios y españoles enaquellas cosas que salen bien, y de aquello les dentítuloypermitanque tengan tiendasporque hayamásoficialesy no haya tanta carestía [...]

60. S.M. fue informado que los naturales de estaNueva España recibían daños en sus labranzas ysementeras, y que algunas instancias de ganadosestaban asentadas en su daño y perjuicio. Por uncapítulo de una carta me envió a mandar, que a laspartes do me pareciese enviase personas de con-

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fianza que cerca de esto desagraviase los indios, yque lo que la tal persona mandase se ejecutase, sinembargo de cualquier apelación. Conforme a estoyo he dado algunas comisiones, especialmente paraOaxaca y otras partes, y en ellas mando que demásde ejecutar lo que le pareciere ser necesario paraevitar los daños, ante todas cosas oídas las partessumariamente sin dar lugar a pleito alguno, hagapagar los daños que los indios hubieren recibido.Esta orden podrá tener V.Sª.;pero también es me­nester que esté advertido que los indios maliciosa­mente por ocupar tierras y hacer daños a losespañoles, nuevamente rompen tierras cerca de lasestancias y en otras partes sin tener necesidad, portener causa de se quejar, para que yendo así V.Sª.no lo permita [...]

65. Juan Muñoz de Zayas, vecino de Pánuco, pormi mandado fue a descubrir el camino de las minasde los Zacatecas, y está descubierto; y por ser cami­no tan conveniente para el proveimiento y contrata­ción de aquellas minas, mandará V.Sª. que seaderecen las partes que fueren necesarias para quepuedan ir y venir por él arrias, y se excusen lasvejaciones de los indios [...]

70. En la Nueva España son los hombres muy ami­gos de entender en los oficios ajenos más que enlos suyos propios, y esto es en todo estado de gen­tes, y en el que principalmente se ocupan es en elgobierno de la tierra, en especial en enmendar yen juzgar todo lo que se hace en ella, y esto con­forme a su propósito y a lo que les fantasea; y comopor la mayor parte cada uno es de su lugar, y hay

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tantos de diversas provincias y naciones que quierenencaminar el gobierno a la costumbre de su tierra, yson tantas las opiniones y pareceres y tan diversos,que no se puede creer; y si por los malos de suspecados el que gobierna los quiere poner en razóny los contradice, luego le levantan que es capitoso,y que no toma parecer de nadie, y amigo de suopinión, y que ha de dar con todo en tierra; y hacenjuntas y escriben cartas conforme a sus fantasías. Paraevitar algo de esto yo he oído a todos los quevienen y no los contradigo, porque sería nuncaacabar, sino respondo que me parece muy bien yque es todo muy bueno; que tendré cuidado dehacerlo, y así me libro. Resulta de esto que dicenque tengo mediano juicio para entender, mas noproveo ni ejecuto, y en verdad que si hubiese dehacer lo que se aconseja, que ya la tierra estuvieratrastornada de abajo arriba veinte veces, y con sermi principal intento no mudar nada, no puedo aso­segar los españoles: y en lo de los indios son tantaslas mudanzas, que algunas veces he dicho que loshemos de volver locos con tantos ensayos. En diezy seis años anda que vine a esta tierra, y todos los hegastado en mirar y proveer de entenderla, y podríajurar que me hallo más nuevo y más confuso en elgobierno de ella que a los principios, porquedemuestran inconvenientes que antes no veía nientendía. Yo he hallado muchos que me aconsejeny me enmienden, y pocos que me ayuden cuandolos negocios no se hacen a su propósito; y puedodecir que el que gobierna es solo y que mire por sí;y si quiere no errar, haga poco y muy despacio,porque los más de los negocios dan lugar a ello, ycon esto no se engañará ni le engañarán [...]

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La conjura de Martín Cortés, segundomarqués del Valle

]UAN SUÁREZ DE PERALTA

Un anhelo común de los conquistadores que pasaron a Amé­rica fue el de lograr las riquezas y honores que por su origenhumilde se les hubiera negado en la sociedad española. Paraello buscaron que lasencomiendas y repartimientos de la manode obra indígena, beneficios a los que consideraban habersehechos acreedores por susservicios militares, se concedieran aperpetuidad a ellos y sus familias. La Corona, por su parte, veíacon malos ojos las pretensiones de los conquistadores de con­vertirse en una versión americana de la nobleza feudal heredita­ria, en momentos en que los monarcas europeos estabanaumentando su poder a costa de las aristocracias, por lo queconstantemente rechazó sussolicitudes y limitó en gran medidala concesión de nuevasmercedes. En la Nueva Españaesto pro­vocó enorme descontento entre los encomenderos y sobre todoentre sus hijos criollos. En 1566 un grupo de ellos conspirópara apoderarse del gobierno del virreinato aprovechando lapresencia en México de Martín Cortés, hijo del gran conquis­tador y segundo marqués del Valle, a quien acordaron ofrecerel reino. Aprovechando la indecisión de este último, la conju­ración fue denunciada por varios caballeros leales a la Coro­na. Las autoridades reales arrestaron a los principalesimplicados, incluyendo al marqués, y condenaron a muerte oa la pérdida de bienes a muchos de ellos.

Testigo privilegiado de estos acontecimientos fue el criolloJuan-Suárez de Peralta (1537?-?), hijo de Juan Suárez de Avila,hermano de la primera esposade Hemán Cortés. Suárezde Pe­ralta estaba emparentado con algunos de los más poderososmiembros del partido contrario al marqués del Valle, por lo queestuvo muy cerca de los hechos de 1566. En 1579 pasó a Espa­ña, donde escribió hacia 1589 su Tratado sobre el descubrimientode las Indias, inédito hasta 1878. A pesar de su título, el Tratadoesen realidad una historia de la Nueva Españabajo el gobiernode los primeros virreyes, y sobre todo, un alegato en favor de lasaspiraciones señoriales de los criollos sucesoresde los conquis-

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tadores. Según el autor, el desconocimiento de estos derechospor el rey fue causa de la conjura de Martín Cortés y de lasdesgracias que le siguieron, cuyo relato forma con toda inten­ción el núcleo central de su obra.

Aquí ofrecemos una selección del mismo, desde la llegadadel marqués del Valle hasta la ejecución de los líderes enco­menderos, los hermanos Ávila. Lo más notable del texto de Suá­rez de Peralta es sin duda su colorido retrato de las costumbresde la joven "nobleza" criolla de mediados del siglo XVI, acos­tumbrada a banquetes, mascaradas, galanteos y finos trajes ymonturas, muestra de su voluntad de emular a la aristocraciapeninsular y de su sentimiento de ser los verdaderos señores dela tierra ganada por sus padres.

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Capitulo XXXCon la llegada del marqués [delValle,MartínCortés]a México, no se trataba de otra cosa si no era defiestas y galas, y así las había más que jamás hubo.De aquí quedaron muchos españoles, y losmercaderes hechos señores de las haciendas detodos los más caballeros, porque como se adeuda­ron y no podían pagar a los plazos, daban las ren­tas, que creo hoy día hay empeñadas haciendas deaquel tiempo. Fue con grandísimo exceso el gastoque hubo en aquella sazón.

Elmarqués hacía plato a todos los caballeros yen su casa se jugaba, y aun se dio en brindar, queesto no se usaba en la tierra ni sabían qué cosa era;y admitióse este vicio con tanto desorden comodiré. En lamesa se brindaban unos a otros, y era ley,y se guardaba, que el que no aceptase el desafíoluego le tomasen la gorra y se la hiciesen cuchilla­das públicamente; y si bebían, y alguno acertaba acaer, perdía el precio que se ponía; era de maneraesto que no lo sabré encarecer. En las comidas ycenas se trataban de muchas faltas, que se sabíande algunos, aunque estuviesen presentes. Dierontambién en hacer máscaras, que para salira ellasnoera menester más de concertarlo en lamesay decir:"Esta tarde tengamos máscaras";y luego se poníapor obra, y salían disfrazados cien hombres de a

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caballo, y andaban de ventana en ventana hablan­do con las mujeres, y apeabánse algunos, y entra­ban en las casas de los caballeros y mercaderes ricos,que tenían hijas o mujeres hermosas, a parlar. Vinoel negocio a tanto, que ya andaban muchos tomadosdel diablo, y aun los predicadores lo reprendían enlos púlpitos; y en habiendo máscara de disfrazadosse ponían algunos a las ventanas con sus mujeres, ylas madres con sus hijas porque no las hablasenlibertades; y visto que no podían hablarlas, dieronen hacer unas cerbatanas largas, que alcanzaban conellas a las ventanas, y poníanles en las puntas unasflorecitas, y llevábanlas en las manos, y por ellashablaban lo que querían. Estas cosas se usarondespués del marqués en la tierra, y era por ser élmuy regocijado; que valiera más que no lo fuera,que tan caro le costó, y a todos. Procuró el virrey deremediar estas cosas de secreto, sin castigo, y nopudo.

Había el marqués contado sus vasallos, y subi­do su renta en más de ciento y cincuenta mil pesosde a ocho reales, y aun si dijese ducados de Castillano mentiría. De esta cuenta se dio aviso a SuMajestady al fiscal del consejo real, el cual puso al marquésdemanda, diciendo que había sido Su Majestadengañado en la merced que se le hizo, y para estademanda le mandaron a citar, y fue con esta citacióncédula real, en que se mandaba al virrey suspendiesela sucesión de los indios, en tercera vida. Sabido deesta cédula, empezóse la tierra a alterar; y habíamuchas juntas y concilios, tratando de que eragrandísimo agravio el que Su Majestad hacía a latierra, y que quedaba perdida de todo punto, porqueya las más de las encomiendas estaban en tercera

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vida, y que antes perderían las vidas que consentirtal, y verles quitar de sus padres habían ganado, ydejar ellos a sus hijos pobres. Sintiéronlo mucho,y como el demonio halló puerta abierta para hacerde las suyas, no faltó quien dijo: "¡Cuerpode Dios!Nosotros somos gallinas; pues el rey nos quierequitar el comer y las haciendas, quitémosle a él elreino, y alcémonos con la tierra y démosles almarqués, pues es suya, y su padre y los nuestros laganaron a costa, y no veamos esta lástima."

Empezóse a tratar (y esto es muy verdad lo quediré, porque me hallé en Méxicoy en muchas cosaspresente y las sé); recibióse este parecer y trato, y alos primeros que se dio cuenta, fue aAlonsode ÁvilaAlvarado, que como tenía al pie de veinte mil pesosde renta, y él no sabía mucho y sus pueblos estabanen riesgo, cayó luego; y a su hermano GilGonzálezde Ávila,y a un Baltasarde Aguilary otros. De suertese habló, que hacían ya maese de campo y oficiales,y títulosen lospueblos, de duques y condes; y puestoya todo en plática, dieron parte de ello al marqués.De este trato vino a entender el buen virrey don Luisde Velasco,y como bueno, y padre, lo remedió contan buena traza y cristiandad, que se dejó y se dejarasi la muerte no le llevara, y no costara las vidas yhaciendas que costó; y como el marqués no estabatan malquisto, como después estuvo, todos callaron.

En este medio, el buen caballero del virreyenfermó de una enfermedad muy grave y murió; lacual muerte fue causa de toda la pérdida de la tierray del marqués. Sintióse mucho su muerte, que erade haber gran lástima el llanto general que hubo detodos; chicos y grandes se pusieron luto y fueron asu entierro, el cual se le hizo más solemne que se ha

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visto, ayudando mucho a la grandeza y maravilla deél ver todos los soldados, que estaban para ir a lasFilipinas, y el general, ir armados al entierro, conbanderas negras e insignias de luto, las cajas sordas,arrastrando las picas y banderas. Fue cosas muy dever, y todo lo merecía cuya ánima nuestro Señortenga en la gloria.

Capítulo XXXIEstaban todos muy tristes con la muerte del virreydon Luis de Velasco.Sucedió en la gobernación laAudiencia Real, la cual tenía muy pocos oidores acausa de que habían suspendido a algunos de ellosen la visita que les hizo un oidor del Consejo deIndias que se llamaba el licenciado Valderrama, yestaba en México a esta sazón [...]

El licenciado Valderramahabía traído orden deSu Majestad, según se entendió, de que viese elasiento que se podía dar a la tierra, el cual lo pusoen plática, y se hicieron juntas, y dieron los hijos deconquistadores y pobladores sus memoriales, yandaban tratando de él; y entre estas cosas se.deja­ron decir algunas, harto malas. En una de estas jun­tas dijo Alonso de ÁvilaAlvarado: No le suceda alrey lo que dicen, "quien todo lo quiere todo lopierde", y otras boberías, que las pagó muy pesa­damente l...]

En estos medios tornaron a tratar del alzamien­to, y fueron almarqués, el cual les respondió, que élde muy buena gana les acudiría, mas que temía nofuese cosa que después no se hiciese nada, y quetodos perdiesen las vidas y las haciendas, y que,¿quién tenían que les acudiese?Ellos respondieron:Muchos,y los nombraron; y el marqués les dijo, que

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se mirasen bien en ello, y de todo le diesen aviso.Así quedaron de lo hacer, y se salieron fuera, yempezaron a dar cuenta a los que creían habían deacudir, con el mayor secreto que pudieron. Elmarqués, realmente, él no tuvo voluntad de alzarsecon la tierra, ni por la imaginación, sino escucharlesy ver en lo que se ponía el negocio, y cuando leviera ya muy determinado y puesto en ejecución,salirél por el reyy hacerle un gran servicio,y enviarlea decir que su padre le había dado una vez la tierray que él se la daba otra. Masno sucedió así; estuvoeste trato muchos días secreto, y aún lo estuviera siel marqués no empezara a enemistarse con lo másprincipal de la ciudad de México, y ser parte a quehubiese bandos, como los empezaban a haber, de­clarándose él por más amigo de unos que de otros,y en ocasiones de enemistades, que se habíanofrecido en aquella coyuntura [...]

Vinieron a entender los contrarios, de uno, queera el todo y con quien más se había tratado larebelión, al cual tenían nombrado por maese decampo, y era deudo, y muy cercano, de los contra­rios del marqués y hombre muy principal y rico,que se llamaba Baltasar de Aguilar Cervantes, elcual descubrió todo lo que había del alzamiento, ycómo el marqués había de ser rey, y que se habíapuesto en plática con teólogos y que todos decíanque muy justamente podía serlo, y que estaba mu­cha gente conjurada, y que él había de ser maese decampo. No lo dijo a sordo, sino a un cuñado suyo yprimo hermano, muy principal caballero y muyhonrado, y éste le dijo: "Pues hermano, aseguradvuestra honra y hacienda, y luego id a denunciar devosy de losque mássabéisestán en esa conjuración."

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Y es verdad, por lo que vi, que fue llevarle comopor los cabellos, y así fue, e hizo su denunciación; yluego fueron con él Alonso de Villanueva Cervantes,hermano del caballero que había sido primero avi­sado, que se llamaba Agustín de Villanueva y Cer­vantes, y éste dio parte a unos amigos suyos, entrelos cuales fue uno don Luis de Velasco, hijo del buenvirrey don Luis, y él y los demás que lo sabían acu­dieron a la justicia a darle parte. Entonces no habíamás de los tres oidores que hemos dicho, los cualeshicieron su información muy secreta y empezaron ahacer diligencias, tomando testigos los que iban adenunciar, que fueron otros después [...]

Capítulo XXXIIIPresos ya todos los dichos, y puestos en prisionesfuertes y con muchas guardas, y tomadas las confe­siones de los testigos y delincuentes, daban manda­mientos para encarcelar y prender a todos losindiciados y a los amigos del marqués. Prendieron aun Maldonado, que hallaron muy culpado, y no setrataba de otra cosa aquellos días, ni los hombresestaban en sí viendo tantas prisiones; hasta frailesen sus monasterios y clérigos en la cárcel arzobispal,y no les parecía a ninguno estar seguro, sino que lehabían de prender, y vivían con grandísimo miedo;y más ver tantos soldados por las calles, armados,de a pie y de a caballo, entrar en las iglesias (en lasque jamás vieron tal), los hombres armados con susarcabuces y mechas encendidas, cuando se decíamisa y sermón; que quedaban todos, niños y muje­res, espantados y escandalizados. De noche, muchagente de a caballoy de a pie rondando, que se repartíala ronda entre los caballeros, por su rueda y horas,

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hasta el día; los caballos jamás se desensillaban, losfrenos a los arzones; y tomaban por costumbre, entopando a cualquier hombre o mujer le preguntaban:¿quién vive? Y aun no lo acababan de preguntarcuando respondían: El rey don Felipe nuestro señor[...]

Alfin se hallaron, y hecha la información y con­cluso el pleito y para sentenciarle, los sentenciarona cortar las cabezas, y puestas en la picota, y perdi­miento de todos sus bienes, y las casas sembradasde sal y derribadas por el suelo, y en medio unpadrón en él escrito con letras grandes su delito, yque aquél se estuviesepara siempre jamás,que nadiefuese osado a quitarle ni borrarle letra, so pena demuerte; y que el pregón dijese: "Ésta es la justiciaque manda hacer Su Majestad, y la RealAudienciade México en su nombre, a estos hombres, por trai­dores contra la Corona Real,etc." Y así proseguía elpregón. Fuéronles a notificar la sentencia; ya seentenderá cómo se debió recibir. Dicen, el Alonsode Ávila, en acabándosela de leer, se dio una pal­mada en la frente, y dijo:¿Esposible esto?Dijéronle:Sí, señor; y lo que conviene es que os pongaís biencon Dios, y le supliquéis perdone vuestros pecados.Y él respondió: ¿No hay otro remedio? No. Yentonces empezáronle a destilar las lágrimas de losojos por el rostro abajo, que le tenía muy lindo, y él,que le curaba con mucho cuidado, era muy blancoy muy gentil hombre, y muy galán, tanto que lellamaban dama, porque ninguna por mucho que lofuese tenía tanta cuenta de pulirse y andar en orden;el que más bien se traía era él y con más criados, ypodía, porque era muy rico; cierto que era de losmás lucidos caballeros que había en México [...]

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Capitulo XXXIVNo se vio jamásdía de tanta confusión y que mayortristeza en general hubiese de todos, hombres ymujeres,como el que vieron cuando a aquellos doscaballeros sacaron a ajusticiar; porque eran muyqueridos y de los más principales y ricos, y que nohacían mal a nadie, sino antes daban y honraban asu patria; especialmente Alonso de Ávila, que deordinario tenía casa de señor, y el trato de ella, yhabía con muchas veras procurado título de suspueblos, y si algo fue causa de su perdición o a lomenos ayudó, fue que era tocado de lavanidad, massin perjuicio de nadie, sino estimación que tenía ensí, por ser, como era, tan rico y tan gentil hombre, yemparentado con todo lo bueno del lugar. ¡Ytodosujeto a una de las mayores desventuras que hatenido otro en el mundo!, pues en un momentoperdió lo que en éste se puede estimar,que es vida,honra y hacienda; y en la muerte igual a los muybajos salteadores, que se pusiese su cabeza en lapicota, donde las tales se suelen poner, y allí seestuviese al aire y sereno a vista de todos los que lequerían ver. No se niegue que fue como de losmayoresespectáculosque loshombreshan visto,queleviyo en el trono referido,y después la cabeza en lapicota, atravesado un largo clavo desde la coronillade ella e hincado, metido por aquel regalado casco,atravesando los sesos y carne delicada [...]

Después de haberles notificado a Alonso deÁvilaAlvarado, y a su hermano Gil González lassentencias en revista, y mandado ejecutar, vieranandar los hombres y las mujeres por las calles, to­dos espantados y escandalizados que no lo podían

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creer; que fue necesariomandar la audiencia saliesemucha gente a caballo,y de a pie, todos armados enuso de pelear, y la artilleríapuesta a punto; y así sehizo, que no quedó caballero, ni el que no lo era,que todos salieron armados y se recogieron en laplaza grande, frontero de las casas reales y de lacárcel, y tomaron todas las bocas de las calles,y deesta manera aseguraron el temor, que le teníangrande. Lospobres caballeros, confesados y rectifi­cados en sus dichos, y siendo ya como a las seis ymás de la tarde, habiendo hecho un muy alto tabla­do en medio de laplazagrande (enfrente de la cárcelcomo una carrera de caballo), la cual estaba llenade gente toda, y era tanta que creo debía de habermás de cien mil ánimas (y es poco), y todos lloran­do, los que podían, con lienzos en los ojos enjugan­do las lágrimas.Pusieron gente de a caballo desdeel tablado hasta la puerta de la cárcel, de una partey de otra, y luego gente de a pie, todos armados,delante de los caballos, y hecha una calzada anchaque podían caber más de seis hombres de acaballo; y sin atravesar ánima nacida. Yandaba pormedio el capitán general don Francisco de Velasco,hermano del buen virrey don Luis,con sus deudos,a caballo todos, y yo iba con él, y nos pusimos a lapuerta de la cárcel para ir con aquellos caballerosen guarda, los cuales bajaron con sus cadenas enlos pies.

LlevabaAlonso de Ávilaunas calzas muy ricasal uso, y un jubón de raso, y una ropa de damascoaforrada en pieles de tigrillos (que es un aforromuy lindo y muy hidalgo), una gorra aderezadacon piezas de oro y plumas, y una cadena de oro alcuello revuelta, una toquilla leonada con un relica-

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rio, y encima un rosario de nuestra señora, de unascuentecitas blancas del palo de naranjo, que se lohabía enviado una monja en que rezase aquellos díasque estaba afligido. Con este vestido le prendieron,que acababa de comer, y estaba en una recámaradonde tenía sus armas y jaeces, como tienen todoslos caballeros en México, y allí le prendieron, y sinponerse sayo ni capa le llevaron; y le prendió elmayor amigo que tenía, y su compadre, que eraManuel de Villegas, que en aquella sazón era alcal­de ordinario. Salió caballero en una mula, y a loslados frailes de la orden del señor Santo Domingoque le iban ayudando a morir, y él no parecía sinoque iba ruando por las calles. Iba su hermano conun vestido de camino, de color verdoso el paño, ysus botas, y como acababa de llegar de su pueblo.Sacaron primero a Gil González y luego a su herma­no, y de esta suerte los llevaron derechos al tablado,sin traerlos por las calles acostumbradas; fue la gritade llanto la que se dio, de la gente que los miraba,que era grima oírlos, cuando los vieron salir de lacárcel. Llegaron al tablado y se apearon y subieronen él, donde se reconciliaron y ratificaron en losdichos que habían dicho; y ya que estaban puestoscon Dios, hicieron a Gil González que se tendieseen el tablado, habiendo el verdugo apercibídose, yse tendió como un cordero, y luego le cortó la cabezael verdugo, el cual no estaba bien industriado y fuehaciéndole padecer un rato, que fue otra lástima, yno poca[. ..]

Muertos estos caballeros, tomaron los cuerposy lleváronlos a enterrar a la iglesia del señor SanAgustín, donde tenía Alonso de Ávila su entierro(fueron acompañados de toda la ciudad), y las ca-

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bezas se pusieron en la horca. Acabóse esta justiciade hacer como a las once o doce de la noche, lacual no lo parecía ser, sino de día y cuando el solda más claridad, según la cera y luminarias quehabía. Para que se considere lo que es el mundo,vino a hacerse el tablado para en que muriesenestos caballeros tan ricos, que fue menester uncaballero de lástima envíase un repostero en quelos tendiesen ymatasen, pues no había falta de ellosen casa de cualquiera de los dos, sino que en todofueron desdichados. No lo sean sus ánimas, plegaa nuestro Señor [...]

Tuvo GilGonzález cuatro hijos, tres varones yuna hija, y todos tuvieron desastradísimos fines, asíla hija como los hijos. De los dos ya sabemos, quefueron los que acabamos de decir; de los otros, eluno, siendo niño chico, se le ahogó en unas letri­nas; la otra hermana, que tenía sobre los ojos ymuy guardada para casarla, conforme a su calidad,vino el diablo, y solicito con ella y con un mozomestizo y bajo, en tanto extremo que aun paje nomerecía ser, y enrédalos en unos muy tiernos amo­res, metiendo cada uno prenda para perpetuarseen ellos, con notable despojo que se hizo al honorde sus padres, dándose palabras de casamiento.

No fue el negocio tan secreto que no se vino aentender y saberlo el Alonsode Ávila,y su deudos;y sabido, con el mayor secreto que fue posible, noqueriendo matar al mozo (el cual se llamaba Arru­tia), y por no acabar de derramar por el lugar suinfamia, le llamaron en cierta parte muy a solas y ledijeron, que a su noticia había venido que él habíaimaginado negocio, que si como no lo sabían .de

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cierto lo supieran, le hicieran pedazos, mas que porsu seguridad de él le mandaban que luego se fuesea España, y llevase cierta cantidad de ducados (queoí decir fueron como cuatro mil), y que sabiendoestaba en España, y vivía como hombre de cien,siempre le acudirían, y que si no iba le mataríancuando más descuidado estuviese; y que luego desdeallí se fuese, y con él un deudo hasta dejarloembarcado, y que nadie lo supiese, y que el dineroellos se lo enviarían tras él. Así lo hizo, que luego separtió y llegó al puerto, y allí se embarcó y se fuecon el dinero que le habían dado, y todos los años,o los más le enviaban socorro. Como no se despidióde la señora, ni ella supo de él, estaba con grandísimapena, y un día, cuando más descuidada, le dijo suhermano Alonso de Ávila: "andad acá, hermana, elmonasterio de las monjas, que quiero, y nosconviene, que seáis monja (y habéislo de hacer),donde seréis de mí y de todos vuestros parientesmuy regalada y servida; y en esto no ha de haberréplica, porque conviene." Ella, sabe nuestro Señorcómo lo aceptó, y luego la llevó a ancas de una mula,su hermano, y la puso y entregó a las monjas, lascuales le dieron el hábito, y le tuvo muchos años,que no quería profesar, con la esperanza que teníade ver a su mozo.

Visto y entendido de ella, esto, fingieron cartasque era muerto, y dijérosenlo, y sintiólo gravemen­te, y luego hizo profesión y vivía una vida tristísima.Pasados más de quince o veinte años, el Arrutia, hartode vivir en España y deseoso de volver a su tierra (yya no le daban nada, y ella era monja profesa),determina de venir a las Indias y a México, y poneen ejecución su viaje,y llegaal puerto y a laVeracruz,

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ochenta leguas deMéxico,y allídeterminó estarunosdías hasta saber cómo estaban los negocios, y la se­guridad que podía tener en su venida. Como dice elproverbio antiguo que, "quien bien ama, tarde olvi­da o nunca", así él, que todavía tenía el ascua delfuego del amor viva, determina escribir a un amigo,que avisase a aquella señora cómo era vivo y estabaen la tierra; y luego la avisaron, y como ella oyó talnueva, dicen cayó amortecida en el suelo, que leduró gran rato, y ella no dijo cosa, sino empezó allorary sentir con menoscabo de su vida versemonjay profesa, y que no podía gozar del que tanto quería.Con estas imaginaciones y otras, dicen perdió eljuicio, y se fue a la huerta del monasterio, y allíescogió un árbol donde la hallaron ahorcada. Lasmonjas la tomaron e hicieron sus averiguaciones yhallaron que estaba loca; y así lo creo yo y se debecreer.

Este fin tuvieron todos los hijos de Gil Gonzá­lez de Benavides, por cierto lastimososy dignos quetodos los que lo supieren rueguen a nuestro Señorpor sus ánimas, y las tenga en su gloria.

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