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Subcontratación en Chile y Argentina tras las reformas neoliberales.
Trinidad Vega G.
Estudiante de sociología de la Universidad de Chile
Correo de contacto: [email protected]
Resumen:
El trabajo desarrollado analiza comparativamente la situación de la
subcontratación en los países de Chile y Argentina, desde las reformas
neoliberales en adelante. Específicamente, aborda el peso y características
del fenómeno mencionado en la estructura socio ocupacional, por un lado, y
el desarrollo de la organización y acción colectiva de movimientos de
trabajadores subcontratados, por otro. El énfasis está en dar cuenta de la
particularidad que adopta la subcontratación en cada país, en relación a la
profundización del neoliberalismo, y con ello de las estrategias de
flexibilización del mercado y de las relaciones laborales.
Palabras Clave:
Subcontratación, América Latina, Estructura socio ocupacional,
Organización colectiva no tradicional.
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I. Introducción y formulación del problema
Con la implementación del neoliberalismo en América Latina -en las
décadas de los ’80 y ’90 dependiendo de la realidad de los distintos países-,
surge un interés por estudiar las transformaciones que éste ha generado en
el ámbito del trabajo. En este contexto, uno de los fenómenos que ha
llamado la atención es la subcontratación. La particularidad del trabajo en
régimen de subcontrato radica en la incorporación de un nuevo actor en la
histórica relación entre trabajadores, empleadores y estado regulador, que
es la empresa contratista. Se genera así una relación trilateral en la que el
actor se sitúa en una doble sujeción: se subordina contractualmente a la
empresa a la que pertenece, por un lado, y se subordina organizativamente
a la empresa para la que realiza las funciones, por otro (Palomino, 2004).
Esto genera consecuencias profundas a nivel no sólo de la identidad y
sentido de pertenencia de los trabajadores y a su relación respecto de los
trabajadores no subcontratados, sino también a nivel de las posibilidades
de acción colectiva entre los trabajadores “internos” y los “externos”. Por
esta razón, entre otras, es que el fenómeno de la subcontratación resulta
relevante de estudiar desde la sociología, ya que trae implicancias sociales,
políticas y culturales que desbordan la esfera de la producción.
Sin embargo, hay ciertas consideraciones que es necesario incorporar en el
análisis y comprensión del fenómeno de la subcontratación, dentro de las
cuales está por un lado la dificultad de aprehender un fenómeno que se
manifiesta en múltiples y variadas formas, y por otro lado la forma concreta
en toma este fenómeno según el contexto.
Así, en cuanto a la multiplicidad de formas que adopta, se observa por un
lado la subcontratación de servicios versus el suministro de trabajadores,
así como también está la subcontratación de servicios calificados que
implican alta especialización versus la subcontratación que tiene como
fundamento la reducción de costos, que se traduce en precarización laboral
para los trabajadores. En este último tipo, caben servicios como limpieza,
mantenimiento, construcción, seguridad, y call centers -que según Battistini
(2010) son algunas de las principales actividades subcontratadas en
Argentina-, así como también actividades de servicios sociales y de salud,
construcción, industrias manufactureras y otras actividades de servicios
comunitarios, sociales y personales -que según la Encuesta Laboral del año
2011 (Dirección del Trabajo, 2012) son algunas de las principales
actividades subcontratadas en Chile.
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Por otro lado, está la necesidad de incorporar en el análisis la distinción
sobre las formas concretas en que se ha desarrollado este fenómeno en los
distintos países. Dentro de este contexto, es necesario considerar que tanto
el momento como el proceso en que se implementaron y profundizaron las
reformas neoliberales sintetizadas en el consenso de Washington fueron
disímiles en los distintos países de la región latinoamericana, atendiendo a
las condiciones económicas, sociales y políticas internas de cada territorio.
En ese sentido, se espera que las transformaciones del trabajo, y dentro de
ellos la subcontratación, no se manifiesten de la misma forma en todos los
países. Aunque compartan características –no sólo a nivel latinoamericano
sino a nivel mundial-, se desarrollan con una especificidad propia en cada
país, considerando el grado de profundidad del neoliberalismo, la
configuración de la estructura productiva, el marco de regulación legal
existente, la fuerza y capacidad de incidencia del sindicalismo u otras
organizaciones de trabajadores, entre otros.
De esta forma, la presente investigación busca comparar el fenómeno del
subcontrato en los países de Chile y Argentina, considerando que según
plantea Ruiz (2013), representan dos modos de implementación del
neoliberalismo distintos, donde Chile sería el ejemplo paradigmático de un
neoliberalismo ininterrumpido y consolidado, con transformaciones
sociales y culturales profundas y sostenidas en el tiempo, y Argentina
correspondería a un neoliberalismo revertido hacia lo nacional-popular,
caracterizado por altos grados de clientelización estatal de los actores
sociales y una vuelta a la industria nacional. Cabe mencionar que el proceso
de implementación de las reformas neoliberales en ambos países no tiene
una misma temporalidad, ya que en Chile éstas fueron impuestas en el
marco de la dictadura en la década de los ’80, mientras que en Argentina
fueron implementadas con los gobiernos democráticos –específicamente
con el gobierno de Menem- una década más tarde (De la Garza, 2002).
En este contexto, se contrastará la situación de ambos países desde dos
aristas que permitan dar cuenta del fenómeno desde una perspectiva
sociológica, involucrando elementos del plano de la estructura como del
plano de la acción. Se considerarán además los elementos legales que sean
pertinentes para el análisis, considerando las regulaciones laborales de
ambos países respecto del subcontrato. Así, las dos dimensiones de análisis
son:
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1) A nivel de estructura, lo que significa el subcontrato en la
estructura socio ocupacional de cada país, lo cual permitirá tener
un panorama general del peso de este fenómeno en la organización
productiva de ambos países, en comparación al resto de las formas
laborales y a su mutación en el tiempo.
2) A nivel acción, las organizaciones y movilizaciones de trabajadores
subcontratados, considerando la fuerza de los actores colectivos en
ambos países, su peso y capacidad de incidencia, y abordando la
relación con los trabajadores que no están subcontratados.
La investigación se enmarca dentro de las problemáticas del trabajo en
América Latina, en tanto el fenómeno de la subcontratación constituye una
de las formas del trabajo que más se ha expandido en la región a partir de
las reformas del neoliberalismo; además, guarda una estrecha relación con
los procesos de tercerización y flexibilización que caracterizan el mundo del
trabajo en Latinoamérica desde los 90 hasta hoy. Por otro lado, es relevante
en tanto sus efectos no sólo se circunscriben a las transformaciones en la
esfera productiva, sino que tiene fuertes repercusiones a nivel de la
identidad y organización de los trabajadores, por constituir una suerte de
“trabajadores de segunda categoría” dentro de los espacios laborales. Todo
esto implica desafíos tanto a nivel de la comprensión de los fenómenos del
trabajo, como a nivel de las consecuencias que éstos tienen en la
configuración de actores sociales.
Si bien el fenómeno de la subcontratación se ha estudiado bastante a nivel
teórico y a nivel de estudios de caso, en general existe una carencia sobre
estudios que comparen las distintas realidades nacionales. Por esto la
presente investigación tendrá relevancia principalmente empírica, ya que
se fundamenta en la necesidad de aproximarse al estudio de la
subcontratación desde una perspectiva comparativa, que contraste cómo
este fenómeno se manifiesta real y concretamente en distintos contextos.
Pregunta de investigación
Respecto de lo anteriormente planteado, se espera generar una
aproximación a la pregunta sobre cuáles son las particularidades que
presenta el fenómeno de la subcontratación en Chile y Argentina, desde una
perspectiva estructural y organizativa, considerando que son dos países que
representan distintos contextos en cuanto a la implementación y avance del
neoliberalismo.
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Objetivos
Objetivo general
Analizar comparativamente las particularidades que presenta el
fenómeno de la subcontratación en Chile y Argentina desde los 90
en adelante
Objetivos específicos
Comparar el panorama de la subcontratación en la estructura socio
ocupacional de Chile y Argentina desde los 90 en adelante
Comparar el estado de organización y acción colectiva de los
trabajadores subcontratados en Chile y Argentina desde los 90 en
adelante
Hipótesis
Se espera que las particularidades de la subcontratación en Chile y
Argentina se relacionen con el nivel de profundidad del neoliberalismo en
cada país. De esta forma, en el plano de la estructura se puede suponer que
en Chile la subcontratación es un fenómeno más extendido que en
Argentina, producto de la variante de neoliberalismo que representa cada
país. En el plano de la acción de trabajadores subcontratados, sin embargo,
se puede suponer un panorama distinto considerando la efectividad de las
políticas desarticuladoras de la dictadura en ambos países: mientras en
Argentina no existe una capacidad efectiva de desmantelamiento del
movimiento obrero clásico, en Chile la desarticulación fue total, por lo cual
se puede suponer que la tradición de movimiento sindical argentino haga
que las organizaciones de trabajadores subcontratados sean mayores y más
fuertes en Argentina que en Chile.
II. Delimitación histórica
Dentro del desarrollo de las transformaciones socioeconómicas recientes
en América Latina, De la Garza (2002) distingue tres momentos: en los 70 -
con el advenimiento de las dictaduras militares- comienzan los ajustes
neoliberales, en los 80 éstos continúan desarrollándose con gobiernos
civiles, y en los 90 se consolidan y se expanden. Sin embargo, esta
delimitación temporal resulta discutible, en tanto las reformas neoliberales
no tuvieron un mismo punto de inicio en los distintos países. Si bien en
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todos es posible observar un momento de inicio, desarrollo y consolidación
–donde en algunos casos este proceso no tuvo obstáculos y en otros asumió
bastantes dificultades-, estas etapas no siempre concuerdan
temporalmente. Así, por ejemplo, en el caso de Chile las políticas
económicas neoliberales comenzaron a implementarse en la década de los’
‘80 con la dictadura, mientras que en la mayor parte de los países
latinoamericanos fue posible implementarlas sólo con los gobiernos
democráticos, en la década de los ’90.
Tokman (2007) también identifica etapas de transformación productiva –
que tuvieron sus propios ritmos e intensidades en cada país-, donde en una
primera etapa se reemplazó la importación sustitutiva por la apertura de
mercados, luego vino una etapa de privatizaciones y en tercer lugar una
etapa de liberalización económica. Es en el segundo periodo de reformas
donde se sitúan las reformas laborales, debido a que la necesidad de
profundizar la adaptación productiva recayó sobre todo en el ámbito
laboral. En este contexto, Tokman plantea la existencia de una relación
entre el grado de exigencia de la regulación de los mercados de
productos/servicios y de trabajo, ya que la necesidad de aumentar la
competitividad a través de desregulaciones de los mercados, necesita
reducir las exigencias de protección laboral. Así, en los 90 el empleo se
comienza a configurar en base a los procesos de precarización,
informalización y privatización, y se caracteriza por su vulnerabilidad
frente a las fluctuaciones de la economía. De este modo, “América Latina
pasó de constituir uno de los mercados más protegidos del mundo a
mediados de los ochenta a constituir una región con aranceles bajos, más
uniformes y eliminando barreras no arancelarias hacia comienzo de los
años noventa” (Tokman, 2007, pág. 12), situación que según el autor
produce incertidumbre, sensación de inestabilidad, y afecta en la cohesión
social.
En el caso de Chile, las reformas neoliberales se comenzaron a poner en
práctica en la década de los 80 con la dictadura militar de Pinochet, la cual a
su vez reformó el código del trabajo imponiendo flexibilidad laboral y
restricción de los sindicatos y de la negociación, y contribuyendo al
desarrollo de formas de gestión tradicionales y verticales (De la Garza,
2002). Durante los siguientes gobiernos de la Concertación, se fueron
profundizando y consolidando las políticas aperturistas, flexibilizadoras y
desreguladoras. Este giro -prematuro en relación al resto del continente y el
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mundo-, tiene como principales características una apertura al comercio
exterior, un vuelco en su estructura productiva hacia la exportación de los
commodities y la modernización de su producción agrícola y piscícola, junto
con un rápido desarrollo del sector comercial y financiero (Barozet,
Espinoza, & Méndez, 2012)
En Argentina, por su parte, con el decaimiento de la economía en los ‘80 se
intentaron imponer las primeras políticas neoliberales, que fueron
resistidas por la CGT, y recién con Menem –en la década de los ’90- fueron
encontrando lugar (De la Garza, 2002). Según el autor, Argentina es el país
que avanza más rápido hacia un modelo flexible de las relaciones laborales,
lo que se debe mayormente a las leyes que a efectos del mercado. Las
reformas neoliberales en Argentina se llevaron a cabo de la mano de una
“crisis profunda del empleo y un repliegue de los sindicatos del escenario
de la conflictividad social” (Dávalos, 2011, pág. 603), situación que les abrió
el camino para su implementación. En el año 2003 se inicia sin embargo un
periodo que podría denominarse como ruptura del ciclo neoliberal
implantado en la década del 90 (D'Urso, 2012), por una reconfiguración del
rol del estado frente al trabajo (mayor intervención, generación de empleos,
etc.) y un auge económico, pero que de todas formas mantiene las lógicas
productivas impuestas en la década de los ’90.
Por otro lado, en cuanto al fenómeno de la subcontratación en particular,
Según De la Garza (2012), en los inicios del neoliberalismo en cada país ya
existían formas de subcontratación que venían de antes, pero es desde
finales de los 90 que el fenómeno ha crecido en importancia y significado.
Pasó de ser un complemento de las políticas flexibilizadoras a una
estrategia central para aumentar la productividad y competitividad en el
entorno empresarial, y con ello sostener el futuro de la acumulación de
capital. Fue recién en la primera fase de crisis global en la actualidad (del
2001 al 2003) cuando se reconoce que las formas antiguas de flexibilización
como cadenas, redes, clusters, etc., eran formas de subcontratación
propiamente tal.
En la misma línea, Palomino (2004) plantea que la subcontratación siempre
ha existido como forma de inserción laboral, pero desde las dos últimas
décadas se ha multiplicado en la forma de cadenas de subcontratación, en
diversas actividades de servicios, comerciales e industriales. Según el autor,
la subcontratación fue la base de las prácticas de externalización de los 90
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en grandes empresas pertenecientes a diversas ramas. Este fenómeno va de
la mano con las políticas de gestión empresarial en un contexto de
reestructuración productiva, y a la vez constituye un mecanismo efectivo
para llevar a cabo un proceso de desregulación y pérdida de los derechos
laborales (Celis, 2012), proceso que ha sido facilitado por las
transformaciones legislativas que se han llevado a cabo.
En Chile, la subcontratación está muy extendida tanto cuantitativamente
como en diversas áreas económicas, respecto al resto de países de
Latinoamérica (Echeverría, 2012). Según la autora, “pasó de ser una
práctica limitada a ciertos sectores, a transformarse en una estrategia usada
en forma recurrente por las empresas en actividades y dominios
previamente inimaginables.” (2013, pág. 249). Además, Chile es pionero en
legislación de la subcontratación, con la creación de la Ley de
Subcontratación del 2006 (Tokman, 2007). En el año 2007 fue la entrada en
vigencia de esta ley, que junto con regular las obligaciones de la empresa
principal respecto de quienes laboraban como contratistas, prohibía
claramente el suministro permanente de trabajadores, actividad que se
había consolidado en la economía chilena, de la mano de la creciente
externalización (Echeverría, 2010). Las expectativas que generaba esta
nueva legislación, contribuyeron a una maduración y eclosión de
movimientos de trabajadores contratistas, quienes se sentían diferenciados
respecto de los trabajadores contratados directamente por las empresas
principales. Lo que estuvo en juego en 2007 y los años posteriores no sólo
fueron las condiciones materiales de trabajo y los beneficios de los
trabajadores contratistas, sino que especialmente su identidad y su
dignidad. En poco tiempo, el sindicalismo contratista pasó de la completa
invisibilidad a ocupar el espacio de vanguardia del movimiento de
trabajadores en Chile (Echeverría, 2010).
En Argentina, a partir de los 90 la “subcontratación moderna” (Battistini,
2010) fue un mecanismo desarrollado de forma extendida por las grandes
empresas transnacionales, las cuales tenían la capacidad de contrarrestar
cualquier acción sindical que se les opusiera. Esto ya que la relación entre
empresarios y trabajadores estaba muy desequilibrada, por diversos
factores. El gobierno a su vez propagó la flexibilización de las normas
laborales, contribuyendo a fomentar las medidas de disminución de costos
de las empresas. A nivel legal, no existe una norma unificada que regule las
relaciones de subcontratación, sino que hay varias regulaciones parciales
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(Battistini, 2010). Por otra parte, en Argentina se desarrolló mucho el tema
de la subcontratación en función de los cambios de gestión y organización
empresarial, que trajo como consecuencia la erosión de las bases de los
sindicatos, dificultando la identificación de intereses comunes entre
trabajadores (Palomino, 2004).
En relación a los actores involucrados, según De la Garza (2002), además
del empresariado, el Estado también ha sido parte de la restructuración
productiva en Latinoamérica, participando indirectamente en la
transformación de la política industrial, manteniendo los salarios,
induciendo flexibilidad al mercado de trabajo. La fuerza de trabajo, por su
parte, no ha cambiado sustantivamente, pero el cambio más importante es
el crecimiento del sector informal. Tanto en Chile como en Argentina las
bases de los sindicatos fueron debilitadas, aunque en Chile, a diferencia de
Argentina, el desmantelamiento fue casi total. En Argentina, el sindicalismo
siempre contó con una tradición histórica de centralización, monopolio de
representación y negociación colectiva, que le dio fuerza y capacidad de
incidir a nivel político (Dávalos, 2011). En la dictadura, los sindicatos
fueron desplazados del campo de la conflictividad social, hasta el año 2003
donde se abre un contexto de resurgimiento del sindicalismo tradicional
que vuelve a posicionar a los sindicatos en el centro (Dávalos, 2011).
Para Celis (2012), “las políticas del Estado, de los empresarios y de los
sindicatos siguen jugando un papel en el desenvolvimiento de la
subcontratación laboral” (p. 11), donde el Estado ha priorizado la
competencia sobre el bienestar, con políticas aperturistas, desregulación,
quiebre relaciones laborales, y desintegración del sistema productivo; los
empresarios han tomado el rol de rechazar las regulaciones; y los sindicatos
han ido desarrollando nuevas estrategias y políticas que trascienden las
demandas de empresa e interpelan al conjunto de la sociedad.
III. Delimitación conceptual
Flexibilidad laboral
Según De la Garza (2002), las reformas neoliberales implementadas en los
distintos países de América Latina se basan en las ideas de reducir los
déficit fiscales y la inflación, por un lado, y en la implementación de una
reforma estructural para eliminar el proteccionismo, desregulando y
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privatizando las economías, por otro lado. Sin embargo, esta
restructuración productiva es limitada a las grandes empresas, sin
constituir ventajas para el resto de los actores, lo cual conlleva
contradicciones a nivel interno. Así, las reformas monetaristas
implementadas significaron una apertura al comercio internacional por
parte de las economías nacionales, la eliminación de las barreras
arancelarias y subsidios a la industria nacional, una reducción del gasto
focalizado, y la privatización de una porción significativa del sector
productivo estatal (Baño & Faletto, 1999).
El ajuste macroeconómico que implica el neoliberalismo necesita una
restructuración productiva con apertura y libertad de mercados,
globalización de la economía, ruptura de pactos corporativos, entre otros
fenómenos que se traducen en una flexibilización de la economía a nivel
general (De la Garza, 2002). Sin embargo, la competitividad en mercados
abiertos necesariamente conlleva la necesidad de flexibilizar no sólo la
economía sino también las relaciones laborales (Tokman, 2008). De este
modo, la flexibilización que caracteriza este proceso de reformas ha traído
cambios en las leyes laborales, transformaciones en la contratación
colectiva y debilitamiento de los pactos corporativos entre sindicatos,
estado y empresas (Tokman, 2007).
Dentro de esta flexibilidad, una de las modalidades más comunes de trabajo
para facilitar y quitar responsabilidades a la organización productiva es la
subcontratación de actividades o de trabajadores (Battistini, 2010).
Subcontratación
Para definir lo que se entiende por subcontratación, en primer lugar es
necesario apuntar, según plantea De la Garza (2012), que existe una
dificultad para definir el concepto debido a la diversidad de formas que
implica, la cantidad de términos que se utilizan indistintamente, las
diversas delimitaciones conceptuales utilizadas en cada país, entre otros
factores. Si bien la subcontratación siempre ha existido, ha cambiado sus
formas sociales, objetos y significados, y esta mutación implica tanto la
aparición de formas nuevas como la extensión y diversificación del
fenómeno (cadenas globales, transnacionales, grandes empresas
nacionales).
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La subcontratación, entendida desde Palomino (2004), es un mecanismo
que busca incorporar trabajo en empresas a través de la mediación de otra
empresa –la empresa contratista-, generando un campo donde se combina
la independencia contractual y la subordinación organizativa. Esto implica
una situación donde los trabajadores no mantienen una relación
contractual con la empresa usuaria de sus servicios, pero se ven
supeditados organizativamente a ésta. Así, siguiendo a Palomino, se llega a
una “doble sujeción”, ya que los trabajadores están bajo las órdenes y reglas
organizacionales de una empresa, y a la vez dependientes contractualmente
de otra. Se constituyen así relaciones trilaterales con una disociación de los
vínculos de dependencia salarial y subordinación organizativa. Esta
situación repercute en la organización sindical, sobre todo por la distinción
entre trabajadores internos y externos, es decir, entre el núcleo estable de
personal contratado y la periferia de trabajadores subcontratados que
pertenecen a otras empresas. Se produce así una desagregación del
colectivo de trabajadores que trabajan para la empresa usuaria: si los
trabajadores de ésta pueden sindicalizarse y negociar colectivamente, no
sucede lo mismo con los subcontratados, quienes a veces, y a lo sumo,
pueden sindicalizarse y negociar colectivamente con su empresa, pero sólo
en la medida en que lo permita la temporalidad de la relación que se ha
establecido entre la empresa subcontratista y la principal (Echeverría,
2010).
Para Celis (2012), la subcontratación, la flexibilidad, la tercerización, entre
otros, son fenómenos que tienen como objetivo exteriorizar los riesgos
empresariales hacia los trabajadores, quienes quedan sometidos a las
presiones de contratos de derecho civil. Esto genera una eliminación de las
principales conquistas de los trabajadores, una precarización de las
condiciones de trabajo, y una vulnerabilidad de la identidad de los
trabajadores. Más allá de las muy diversas formas que adopta el
subcontrato, lo común es el “no reconocimiento de la existencia de una
relación de dependencia entre el trabajador y el beneficiario final de la obra
o servicio que aquél realiza.” (Celis, 2012, pág. 9), es decir, una “delegación
de la condición patronal”. Su principal objetivo es el abaratamiento del
costo de la mano de obra, para aumentar ganancias, aunque también hay
situaciones de externalización genuina que se basan en criterios de calidad.
Respecto a esto, según De la Garza (2012) “la tendencia ha sido a
subcontratar cada vez más actividades que forman parte del giro principal
de la empresa o bien que son aquellas en donde se generan partes centrales
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del bien o del servicio que la caracteriza” (De la Garza, 2012, pág. 22). Lo
central para hablar de subcontratación, entonces, es definir qué tipo
predomina, según el carácter de los costos laborales para la competitividad
de las empresas. Si bien en los países desarrollados se manifiestan ambas
formas, en los países subdesarrollados como los latinoamericanos la
subcontratación se centra casi exclusivamente en la reducción de costos
mediante la desprotección y precarización de los trabajadores (De la Garza,
2012).
Según Echeverría (2010), las condiciones que deben cumplirse para que
exista subcontratación son: 1) que los trabajadores presten sus servicios al
contratista o subcontratista, que es su empleador directo, en virtud de un
contrato de trabajo; 2) que el contratista o subcontratista se relacione con
la empresa principal mediante un acuerdo contractual en el cual se
establece la obra o servicio que le ejecutará o prestará; 3) que la ejecución
de las obras o la prestación de los servicios sea por cuenta y riesgo del
contratista, lo que implica que los trabajadores están bajo su dependencia
(autonomía del contratista). Además, según la autora, son cuatro los
factores que explican este fenómeno en la última década: 1) El profundo
cambio en el modelo técnico productivo, que al cambiar la producción
estandarizada hacia una flexible –produciendo acorde a la demanda-,
provoca externalización de ciertas actividades, bajando los costos de
producción y la mano de obra directamente contratada; 2) El cambio en la
organización económica de las empresas, producto de la concentración
(monopólica) y desconcentración (organizativa) a la vez, que se traducen en
diversos cambios organizacionales, dentro de los cuales el más común es el
subcontrato; 3) La desregulación de las relaciones de trabajo, puesto que
para evitar tiempos muertos de trabajo, se contrata a personal por
temporadas acotadas; y 4) La desarticulación sindical, puesto que la
subcontratación provoca: fragmentación entre los trabajadores internos y
externos a la empresa, trabas a la negociación (principalmente por el
carácter temporal de los empleos), atomización de los trabajadores (que
deben trabajar muchas veces fuera de los recintos y por lo tanto no pueden
socializar con otros trabajadores), etc.
Estructura socio ocupacional
Dentro de la sociología latinoamericana, la fisionomía del trabajo se
conforma como un problema central para estudiar la diferenciación social,
sobre todo en relación al vínculo entre los individuos y el proceso de
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trabajo, y a la posición ocupacional (Boccardo, 2013). Esto cobra especial
relevancia en la estructura social que se re-configura en base a las
transformaciones neoliberales, por los procesos de flexibilidad,
informalidad y tercerización que se han impulsado, que han alterado
enormemente la estructura social de los distintos países.
De esta forma, tomando el planteamiento de autores como Agulla (1997),
un sistema de estratificación social basado en las clases no explica las
sociedades modernas como lo hace un sistema basado en los niveles de
status que otorga la ocupación. En ese sentido, como principal elemento
para la construcción de la estructura social, se postula la variable
“ocupación”, bajo el entendido de que el trabajo juega un rol central en la
estructuración de las sociedades modernas. En esa misma línea, y
concretamente en relación a la importancia de la variable ocupación,
Barozet (2007) señala que, por un lado, el trabajo es capaz de definir roles
sociales, y se relaciona con el acceso tanto al bienestar y al consumo, como a
cualidades escasas como poder o autoridad. Además, es una variable que
conlleva más información que sólo la categoría ocupacional, ya que está
asociada a más elementos como nivel de estudio, ingresos, lugar en la
estructura social, etc.
En base a lo anterior, cobra sentido analizar la posición de la
subcontratación en la estructura socio ocupacional de cada país,
entendiendo que no sólo remite a una forma contractual distinta a otras
formas laborales, sino sobre todo a un fenómeno que comparte ciertas
características sociales.
Organización y acción colectiva en el subcontrato
La organización colectiva en el caso del subcontrato toma un carácter
particular que la diferencia de la organización colectiva tradicional, por
varias razones. En primer lugar, las distinciones que se generan con los
trabajadores contratados, significa que no puede haber una organización en
el conjunto de los trabajadores, y que aquellos que no están contratados
queden relegados. Por otro lado, no tienen la posibilidad de constituir un
sindicato en la empresa mandante, que es aquella con la que tienen
contacto día a día y en la cual desenvuelven sus funciones. Si bien está la
posibilidad de organizarse y negociar con la empresa que los contrata, ésta
muchas veces no toma la forma de un empleador real sino que constituye
un rut, razón social, o representante poco solvente (Echeverría, 2010). Todo
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esto genera dificultades para una acción colectiva organizada en cada
unidad productiva. Además, el sindicalismo de subcontratados tiene otras
particularidades propias que lo diferencian de los sindicatos tradicionales,
con nuevas formas de acción y estrategias para la protesta (Echeverría,
2010). Se caracteriza por la alta rotación de trabajadores, quienes por la
misma razón no pueden establecer lazos duraderos entre sí en un mismo
lugar de trabajo. La autora además menciona que la precarización laboral a
la que se ven expuestos estos trabajadores los imposibilita para ejercer sus
derechos de sindicalización y negociación, a nivel práctico y legal.
Se obtiene así un panorama organizativo bastante distinto al tradicional,
con nuevos elementos característicos, nuevas estrategias y nuevas formas
de constitución. Debido a estos elementos, y a su importante crecimiento en
los últimos años, ha sido abordado teóricamente como un “nuevo
sindicalismo” (Echeverría, 2010).
IV. Principales Resultados
Caracterización de la subcontratación en la estructura socio
ocupacional
El caso de Chile
Con respecto al panorama de la subcontratación en la estructura socio
ocupacional, a nivel de Chile, el informe sobre la Encuesta Laboral 2011
(Dirección del Trabajo, 2012) muestra una serie de datos respectivos a la
situación de subcontratación en Chile31, que serán presentados a
continuación.
31
Es importante aclarar que la ENCLA recoge información de la empresa (no de
los trabajadores) y considera sólo a aquellos trabajadores que estaban en la
empresa en el momento de la encuesta. Además, involucra sólo de las empresas
que declaran estas prácticas. Según Echeverría (2006) las zonas oscuras,
complejidad, y falta de regulación de la subcontratación, hacen que no existe
una “medición global inequívoca de las empresas contratistas y suministradoras
de personal ni de la cantidad de trabajadores que laboran en esta condición (…)
no existe ningún registro de empresas para fines de control de la legislación
laboral. Por lo tanto, es imposible saber con certeza cuáles y cuántas son las
empresas que trabajan como contratistas o subcontratistas.” (p. 37)
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En primer lugar, según Echeverría (2006) el subcontrato “venía en ascenso
desde fines de los noventas, tendencia que se revierte a partir del año 2006
en adelante, cayendo en diez puntos porcentuales bianualmente, pudiendo
atribuirse este giro a la eminencia de la ley de subcontratación en 2006 y a
más de un año ya de su implementación, en 2008.” (pág. 70). Sin embargo,
los datos de la ENCLA indican que desde el 2008 la subcontratación ha
aumentado en términos, existiendo en el 2011 un 37,8% de empresas que
utiliza esta práctica, versus un 30,5% del año 2008. Su utilización es
proporcional al tamaño de las empresas, donde si bien la gran empresa
tiene el mayor porcentaje, es en la única que disminuyó esta práctica desde
el 2008, mientras que en todos los demás segmentos de empresas aumentó
(Cuadro 1 Anexos).
Respecto a la proporción de trabajadores subcontratados en relación a los
trabajadores propios (Cuadro 2 Anexos), la micro y pequeña empresa son
las que alcanzan la mayor magnitud (5-6 de 10 trabajadores), descendiendo
hasta la gran empresa, que, aunque sea la que más subcontratación declara,
es la que menos cantidad de trabajadores subcontratados tiene
proporcionalmente (4 de 10 trabajadores).
Al abordar la actividad que se externaliza, la cuarta parte de las empresas
que realizan esta práctica lo hace con su actividad principal, con lo cual se
asume que no realizan la subcontratación buscando especialización, sino
para disminuir costos. El resto de las empresas, subcontratan actividades
relacionadas a “servicios auxiliares a la producción, orientados a aumentar
la eficiencia en las empresas. De estos, los más demandados por la vía de la
subcontratación son los Servicios Legales, la Seguridad y/o Vigilancia, los
Servicios de Aseo y/o Mantención y los de Transporte y/o Distribución.” En
las ramas que más se subcontrata es en Servicios Sociales y de Salud,
Construcción, Pesca y Agricultura.
Por otra parte, las ramas en que las empresas tienen más proporción de
trabajadores subcontratados para su actividad principal son Agricultura,
Construcción y Transporte, mientras que en las ramas donde las empresas
tienen más proporción de trabajadores subcontratados para realizar
actividades distintas a la principal, son Actividades Inmobiliarias,
Empresariales y de Alquiler, Industria y Pesca.
135
Con respecto a la relación contractual entre la empresa mandante y la
principal, la mayoría (51,4%) declara tener una relación informal de
“contrato verbal, boleta o factura”, seguido por un 40,8% de empresas que
declaran una relación civil o comercial. Respecto a la relación entre ambas
empresas, predomina “aquella en que la contratista recibe maquinaria,
materiales o insumos de parte de la empresa principal.”, seguida por la
relación en la que la empresa principal presta apoyo tecnológico o de
capacitación a la contratista. Finalmente, con porcentajes menores, está la
relación en la que los trabajadores subcontratados eran antiguos
trabajadores de la empresa principal, y finalmente la relación en que la
empresa principal tiene participación de capital en la contratista.
Por último, la ENCLA muestra que la subcontratación es mayor en las
empresas en las que existe sindicato: “en efecto, casi dos tercios de la gran
empresa con sindicato subcontrata alguna actividad, versus el 38,9% de
aquellas que no lo tienen.”
El caso de Argentina
Para el caso de Argentina, en primer lugar, cabe aclarar que tal como
plantea Battistini, “los datos referidos a cantidad de empresas
subcontratistas, cantidad de trabajadores, salarios, etc. son inexistentes”
(2010, pág. 30). Es decir, no existe un seguimiento del fenómeno del
subcontrato –a través de encuestas, bases de datos, registros, etc.- que
permita conocer su magnitud y su peso dentro de la estructura socio
ocupacional, ni sus características más allá de los estudios realizados por
algunos investigadores, que abordan el fenómeno sobre todo desde
estudios de casos específicos.
Sin embargo, al revisar los estudios realizados, se observa que la
subcontratación en un inicio era llevada a cabo por grandes empresas
transnacionales como complemento a su producción, pero luego en los ’90
sufrió un proceso de aumento indiscriminado (Battistini, 2010) o desarrollo
masivo de subcontratistas como vectores del nuevo modelo productivo
(Kosacoff, 2007). En relación a su magnitud, De la Garza (2002) plantea que
al menos la subcontratación en la producción hacia el año 1996 era de un
25%. En este nuevo contexto, ya no se subcontrataban partes o aspectos
colaterales de la producción de las empresas, sino que “llegaron a
tercerizarse tantas actividades que, en algunos casos, algunas de las
136
empresas madre se volvieron prácticamente ensambladoras de partes.”
(pág. 1).
Con el aumento de la subcontratación de los ‘90 comenzaron a surgir
diversas PYMES que proveían los servicios ya mencionados, que antes eran
llevados a cabo por la misma empresa mandante. Dentro de estos servicios,
las actividades típicamente provistas por empresas subcontratistas
(Battistini, 2010) son la logística, limpieza industrial y de edificios,
mantenimiento, construcción, seguridad, producción de partes, selección de
personal y call centers. En el sector productivo, por otra parte, la forma de
organizar la producción primaria y los agroalimentos involucra elevados y
crecientes grados de subcontratación, lo que genera repercusiones sobre
todo el resto de la economía (Kosacoff, 2007).
Según Battistini, los tipos de subcontratación más típicos desarrollados en
Argentina fueron: 1) Subcontratación de empresas (para la producción de
partes o insumos de producción), que se dio incorporando trabajadores
contratistas en el mismo espacio productivo de la empresa, o trasladando
los insumos desde un espacio externo en que trabajaban los contratistas; 2)
Subcontratación de un proceso productivo entero por parte de una firma
internacional, que provee sólo la marca y el principal insumo; y 3)
Subcontratación de servicios eventuales, que provee personal (acá caben
las PYMES anteriormente mencionadas).
En relación al vínculo entre presencia del sindicalismo y subcontrato,
Battistini plantea en el mejor de los casos se produce una sindicalización
para el grupo de trabajadores de la empresa principal y otra para los
trabajadores subcontratados; en otros casos, este último grupo –o incluso
ambos- ni siquiera cuentan con posibilidades de sindicalizarse.
Comparación entre ambos países
En primer lugar, antes del análisis de la situación del subcontrato
propiamente tal, se constata una diferencia importante respecto de la
información disponible para ambos países. Si bien en el caso de Chile
existen encuestas como la ENCLA que se hacen cargo de develar las
principales características y formas del subcontrato, en el caso de Argentina
sólo es posible encontrar una aproximación a esta información en estudios
e investigaciones –principalmente de casos específicos-, pero no hay
137
encuestas ni estadísticas que permitan conocer el peso de la
subcontratación en la estructura socio ocupacional y su relación con la
actividad no subcontratada.
Ahora bien, de la información existente, en primer lugar se observa en
ambos casos un aumento del uso de la subcontratación por parte de las
empresas, asociado sobre todo a los procesos de flexibilización que se
impulsaron con las reformas neoliberales. Así, si bien se plantea que la
subcontratación ha sido una estrategia utilizada desde hace décadas, es
recién en el contexto de la flexibilización neoliberal (en los ’80 para el caso
de Chile y los ’90 para Argentina) donde este fenómeno se vuelve extensivo
y generalizado no sólo como actividad colateral de la producción, sino
muchas veces como la estrategia central.
En este contexto, específicamente respecto de las áreas que se
subcontratan, se observa en ambos casos un amento del subcontrato
asociado a las actividades del giro principal. De todas formas, este aumento
no llega a ser preponderante, ya que la mayor parte de las actividades
subcontratadas son servicios auxiliares a la actividad productiva principal,
orientados a aumentar la productividad de las empresas. En ambos casos se
trata de una externalización que no busca especialización –y por tanto no se
asocia a altos niveles de calificación ni a buenas condiciones laborales-, sino
que busca la disminución de costos para aumentar la productividad dentro
de las empresas, lo cual remite necesariamente en la precarización laboral
de los trabajadores.
En este proceso de expansión de las estrategias de subcontratación, son dos
las formas más típicas de subcontratación en ambos países: por un lado, la
de empresa, que se relaciona a la entrega de insumos para la fabricación de
partes en determinada industria, donde los trabajadores no tienen un
espacio de trabajo determinado, ya que pueden estar dentro del espacio
productivo de la empresa o fuera de éste. Por otro lado, la subcontratación
que se hace cargo de proveer servicios, donde surgen empresas –
generalmente pequeñas y medianas- que se dedican sólo a proveer
servicios que son subcontratados por otras empresas, dentro de los cuales
destacan los servicios de aseo, seguridad y construcción. Cabe mencionar
que se trata de servicios que anteriormente tenían que ser desarrollados
por la misma empresa mandante, y que la posibilidad de subcontratarlos les
permite disminuir (o más bien evadir) sus responsabilidades frente a los
138
trabajadores que los llevan a cabo. Además, otra de las estrategias típicas de
subcontratación para el caso de Argentina es la de subcontratar un proceso
productivo completo por parte de una marca transnacional.
En relación al vínculo entre existencia de subcontratación y sindicalismo, la
ENCLA arroja que en Chile hay más subcontratación en las empresas que
tienen presencia de sindicatos; sin embargo, es poco lo que se puede
interpretar al respecto, ya que se desconocen los demás factores que
inciden en esta relación. Para el caso de Argentina, se plantea que la mejor
situación al respecto es la existencia de sindicatos de trabajadores
subcontratados paralelo al sindicato de los trabajadores de planta, dando
cuenta de la dificultad de articulación entre ambos grupos de trabajadores,
que será desarrollada con mayor detalle en el apartado siguiente.
Situación de la organización y acción colectiva de trabajadores
subcontratados
El caso de Chile
El Plan Laboral del ’79 eliminó las posibilidades de negociación de los
trabajadores subcontratados, al circunscribir los procesos de negociación
dentro de la empresa (Echeverría, 2010); se generó así una atomización del
ámbito laboral y sindical. De esta forma, dentro de la precarización en la
que se encuentran inmersos los trabajadores subcontratados, se incluye su
imposibilidad de ejercer derechos sindicales. Esto, entre otros factores, es lo
que impulsó a grupos de trabajadores subcontratados, a fines de los ’80, “a
reaccionar y a ejercer formas de relaciones entre ellos, de organización y de
movilización adaptadas a las nuevas condiciones de flexibilidad.”
(Echeverría, 2010, pág. 151). Según la autora, estas nuevas formas de
organización constituyeron experiencias de participación colectiva y acción
directa, promovían la militancia social amplia, tenían formas propias de
apoyo mutuo y convivencia, entre otras características que las
diferenciaban del sindicalismo clásico. Si bien no fueron muy visibilizadas,
dentro de las más conocidas estaban la de trabajadores del montaje
industrial, la de contratistas del cobre y la de mujeres temporeras de la
agroindustria (Echeverría, 2010). La autora abre la pregunta sobre si estas
nuevas formas podrían identificarse con un nuevo sindicalismo.
El primer sindicato de subcontratados se funda en 1970, y corresponde al
SINAMI (Sindicato Nacional de Mecánicos, Soldadores, Electricistas y Ramos
139
Similares de Montaje Industrial) (Echeverría, 2010), con la característica de
estar conformado por trabajadores calificados y de alta especialización. Sin
embargo, no todos los sindicatos de trabajadores subcontratados tienen
tales características en cuanto a la calificación y especialización de sus
trabajadores, ya que –como se vio anteriormente- la subcontratación en la
mayoría de los casos remite a procesos de baja especialización y calificación
que buscan abaratar costos de las empresas. Por ello, muchas veces se trata
de grupos de trabajadores sin cultura sindical, sin formación política y sin el
peso estratégico para involucrar a la empresa en una negociación.
Así se trate de uno u otro grupo, los subcontratados se han manifestado
desde hace casi dos décadas (Echeverría, 2010), con momentos de
invisibilidad y momentos en que explotan los conflictos. Los primeros auges
se registran en los años 2003 y 2007. La particularidad de la explosión del
2007 es que se desarrolló junto con la implementación de la ley de
subcontratación, donde hubo un proceso de rearticulación del movimiento
sindical en general y sobre todo del sector de trabajadores subcontratados
de la minería (Echeverría, 2010) -quienes posteriormente logaron instalar
una mesa de negociación con CODELCO a nivel nacional- y los forestales
agrupados en la Unión de Sindicatos Forestales de Arauco (USIFA). La gran
ganada de estos trabajadores –a través de nuevas formas de organización y
acción, caracterizadas por la violencia, extensión y exposición mediática
(Leiva & Campos, 2013)- fue imponer la negociación directa con la empresa
principal.
El 2007 también surgió otra movilización de subcontratados importante, en
el sector del retail con la Coordinadora de Sindicatos del Comercio, lo cual
extiende el conflicto al sector servicios, que ha ido en enorme aumento en el
último tiempo (Echeverría, 2010). Otro sector donde se han desarrollado
grandes movimientos de trabajadores subcontratados, además de la
anteriormente mencionada movilización de subcontratados de CODELCO,
ha sido en la minería privada (Leiva & Campos, 2013), que si bien no se han
logrado articular a nivel nacional, sí han logrado avances y conquistas como
movimiento de subcontratistas.
Según Abarzúa (2008), las principales diferencias del movimiento de
trabajadores subcontratados con el sindicalismo tradicional, son: la
organización transversal y de base, el carácter federativo que adquieren por
tratarse de sectores estratégicos de la economía (sobrepasando el límite de
la empresa), las demandas y reivindicaciones que se centran en la
140
visiblización de la precariedad de su trabajo más que en el aumento salarial
–y con ello su interpelación a la sociedad más que a la empresa misma-, su
escenario de acción que no corresponde a las dependencias de la respectiva
empresa sino a la calle y los lugares públicos y su relativa autonomía
partidaria e identificación con la izquierda extraparlamentaria.
Otra de las particularidades de los movimientos de trabajadores
subcontratados, es que como su vida laboral gira alrededor de la
flexibilidad, inestabilidad, tránsito entre distintos empleos, cambio de
oficios, etc., además de que generalmente se trata de trabajadores jóvenes,
existe una mayor resistencia subjetiva ante la amenaza del despido
(Echeverría, 2010). Este elemento incide en la diferenciación con el
sindicalismo tradicional, al plantear formas de acción más radicales,
directas, a-legales (que se desarrollan por fuera de lo que permite la
legislación), etc.
A pesar de ello, por las mismas características del trabajo –precario,
inestable, transitorio-, las luchas de los subcontratistas por más intensas
que puedan ser tienen el riesgo de desaparecer al cumplir sus objetivos
(Echeverría, 2010), ya que por los elementos antes mencionados, los
trabajadores no tienen una proyección dentro de un mismo trabajo.
El caso de Argentina
Según Dávalos (2011), las transformaciones estructurales impuestas en los
’90 aun no muestran sus consecuencias sobre las estrategias sindicales y
formas de organización. Si bien las reformas neoliberales y la modificación
laboral que vino con ellas significaron una progresiva expulsión de los
sindicatos del escenario de conflictividad social, desarticulación de las
organizaciones obreras, con espacios de producción diferenciados –y con
ello pocas posibilidad de interacción entre trabajadores-, y condiciones
laborales muy disímiles, el panorama de auge económico argentino entre
2003 y 2008 significó un re-impulso del sindicalismo, nuevas
oportunidades de dinamización de la negociación colectiva y aumento de
salarios. Sin embargo, junto con esta revitalización sindical (D'Urso, 2012)
se constata también una diferencia importante entre los segmentos de
trabajadores.
Por tanto, el debate en ese escenario, según Dávalos y D’Urso, es si esas
condiciones son exclusivas para los trabajadores que cuentan con más
141
estabilidad, o si se extienden a aquellos más precarizados –dentro de los
cuales están los trabajadores subcontratados-, impactando en las formas de
lucha impulsadas por éstos en los últimos años.
Dentro del proceso de negociaciones y conflictos que fueron apareciendo
con este auge económico, aparecieron también nuevos actores
representados por los trabajadores subcontratados, cuya mayor
reivindicación era mejorar sus precarias condiciones laborales (Ynoub,
2012), además del buscar equiparar condiciones con los trabajadores de
planta y visibilizarse como actores. Cabe agregar que actualmente en
Argentina no existe una normativa unificada que regule la subcontratación,
sino que hay un conjunto de normas que se aplican según el caso (Battistini,
2010), lo cual lleva a que no haya un criterio único para determinar las
condiciones de los trabajadores que se encuentran bajo este régimen de
trabajo versus las de los trabajadores de planta.
Dentro de este debate, los sindicatos de telecomunicaciones han
demostrado ser inclusivos articulando los intereses y demandas de los
trabajadores de planta con los tercerizados del rubro (Dávalos, 2011); en
efecto, la cantidad e intensidad de conflictos de este tipo entre 2003 y 2008,
son comparables a los llevados a cabo solo por los trabajadores acogidos al
convenio colectivo. Si bien se logró una mayor equiparación de las
condiciones entre ambos segmentos, las desigualdades entre éstos
perduran en gran magnitud, debido mayormente a la dificultad de
establecer parámetros de representatividad, la proliferación de empresas
del rubro y las características propias de los puestos de trabajo.
En el sector automotriz, por otro lado, según los estudios realizados por
D’Urso (2012), se da una situación distinta: si bien los sindicatos involucran
aquellos conflictos relativos a la tercerización del proceso productivo que
refieren al encuadramiento sindical -que implicarían aumentar las bases de
afiliación de los sindicatos-, no existe un apoyo de éstos hacia las
reivindicaciones de los trabajadores subcontratados, desvinculándose de
sus demandas sobre regulación contractual, entre otras que apunten a
mejorar sus condiciones laborales. “En estos casos las medidas de acción
directa son llevadas a cabo por trabajadores autoconvocados, muchas veces
con el apoyo de militantes sindicales de izquierda contrarios a la
conducción de SMATA [sindicato que representa la mayor proporción de
trabajadores del sector automotriz]” (D'Urso, 2012, pág. 5), lo cual muchas
veces lleva a que la situación conflictiva (trabajadores subcontratados)
142
derive en un conflicto político entre el sindicato y otras fracciones de
trabajadores con posturas disidentes.
La situación conflictiva entre trabajadores de planta y subcontratados se
acentúa en otro tipo de situaciones, donde frente a una paralización de
actividades por parte de los sindicatos se les exige a los trabajadores
externos seguir desempeñando sus funciones (Ynoub, 2012). Esta situación
tensa y conflictúa aún más la relación entre ambos actores, segmentando la
fuerza de trabajo. En algunas experiencias como la acontecida en el rubro
de las telefonías (Ynoub, 2012), se realizan estrategias de concientización
sobre la tercerización dentro de las mismas empresas, para visibilizar el
conflicto y tener posibilidades de éxito en la negociación; según los estudios
del autor, estas estrategias dieron resultado en la empresa Telefónica de
Argentina. Se constituyó una organización consolidada de trabajadores
subcontratados (Uettel), con autonomía, dinámicas y movilizaciones
propias.
La heterogeneidad de las bases de los colectivos de trabajadores, junto con
la identidad diferenciada que se va formando a raíz de ésta, implica desafíos
para la acción sindical (Dávalos, 2011); las estrategias sindicales que solo
involucren la defensa de intereses de los trabajadores acogidos por el
convenio colectivo (trabajadores directamente contratados), pueden
profundizar la fragmentación existente con aquellos que no se encuentran
bajo el alero de la normativa legal, que son los más precarizados.
Comparación entre ambos países
Al contrario de lo que se suponía al inicio de la investigación, en Chile se
observa un mayor desarrollo de los movimientos de trabajadores
subcontratados que en Argentina. En efecto, en Chile se han conformado
múltiples sindicatos y federaciones de éstos, que trascienden los límites de
la empresa y se configuran como movimientos de trabajadores
subcontratados del sector en cuestión (forestales, mineros, del retail).
Asimismo, han logrado triunfos en sus demandas, sobre todo en la
posibilidad de negociar y de enfrentarse a la empresa mandante como un
interlocutor válido.
En Argentina el movimiento de trabajadores subcontratados no es tan
autónomo como en el caos de Chile -sólo se menciona un sindicato que ha
tenido la capacidad de movilizarse autónomamente con dinámicas propias
143
(Uettel)- ya que se encuentra más dependiente del sindicalismo tradicional,
buscando que sus reivindicaciones sean acogidas por éste último. En efecto,
la mayor demanda de este sector de trabajadores, además de mejorar sus
condiciones laborales- es equiparar estas condiciones a las de los
trabajadores de planta. No se observa un componente reivindicativo mayor,
como lo es en el caso de Chile donde las demandas van más enfocadas a la
justicia y dignidad del trabajo, apelando por tanto más a la sociedad en
general que a la empresa misma.
Una diferencia importante que incide en el desarrollo y posibilidades de
movilización de los subcontratados en ambos países, remite a las
características de la legislación en cada caso. En Argentina, no existe una ley
unificada que regule la situación de subcontrato, sino que existen varias
leyes y decretos por separado, que se aplican a los distintos casos sin un
criterio único. En cambio, en Chile el 2007 se implementa una legislación
que pretende regular el fenómeno del subcontrato y del suministro de
trabajadores en su totalidad, es decir, que unifica dentro de una misma ley
todos los temas relativos a la situación de subcontrato, la relación entre
trabajadores, empresa contratista y empresa mandante, etc. Cabe
mencionar que esta ley fue resultado de procesos de movilización de
trabajadores subcontratados, que a través de la presión efectiva que
lograron realizar, visibilizaron el conflicto obligando al Estado a hacerse
cargo de la situación.
En relación a las características comunes, en primer lugar, en ambos países
se observa un movimiento de trabajadores subcontratados que se mantiene
funcionando, pero que pasa por momentos muy marcados de invisibilidad y
de auge, que determinan finalmente la incidencia y fuerza que éstos pueden
tener en la escena pública. Por otro lado, en ambos casos hay conflictos
entre los trabajadores subcontratados y los de planta, dados por las
diferencias en sus estrategias (negociación con la empresa vs acciones
directas más radicales), por las posibilidades de efectividad de esas mismas
estrategias, por la conformación de sus bases y cúpulas, etc.
Lo anterior genera que los desafíos para el movimiento de trabajadores
subcontratados sean distintos para cada caso. En Chile, según Echeverría
(2010), el principal desafío de estos movimientos es develar cual es el
interlocutor real de sus demandas, y forzar a la contraparte a que se
conforme como tal y se disponga a negociar con estos trabajadores. En
cambio, en el caso de Argentina, según Dávalos (2011) el principal desafío
144
es poder sortear las condiciones de heterogeneidad y las diferencias de
identidad que se van desarrollando en las bases de los movimientos, con el
objetivo de articular las demandas de los sectores que se encuentran bajo el
alero de la normativa y de los convenios colectivos y los que no, ya que de lo
contrario se seguirá desarrollando la fragmentación dentro del colectivo de
trabajadores.
V. Conclusiones
En base a los resultados del análisis, se observa que la situación de la
subcontratación en Chile y Argentina presenta tanto particularidades en
cada país, como también elementos en común. Se trata de un fenómeno que
tuvo su temporalidad propia en cada caso -ya que en Chile se expandió y
masificó antes que en Argentina-, pero que en ambos países ha tenido una
fuerte repercusión en las formas de organización productiva y en las
relaciones laborales.
Así, en primer lugar, atendiendo a los resultados del análisis, es posible
afirmar que las características que toma el fenómeno de la subcontratación
dentro de la estructura socio ocupacional de ambos países es similar, en
cuanto a su aumento y expansión de la mano de las reformas neoliberales,
al tipo de actividades que se subcontratan y con qué objetivo lo hacen, las
formas en que se materializa, etc. Así, para ambos casos, lo más
problemático de esta expansión es que se desarrolla en base a la
externalización del giro principal de la empresa y de los servicios auxiliares
a la actividad productiva principal, lo cual da cuenta de una externalización
que, tal como anunciaba De la Garza (2012) para el caso latinoamericano, se
centra casi totalmente en la reducción de costos por parte de las empresas,
a través de la desprotección y precarización de los trabajadores.
A pesar de esta expansión de la subcontratación, no es posible afirmar ni
refutar la hipótesis de que ésta es mayor en Chile que en Argentina –por
representar un tipo de neoliberalismo más profundo e ininterrumpido-, ya
que para el caso de Argentina no existen las cifras y datos que permitan
compararlo con el caso chileno. De esto se desprende un desafío para la
sociología argentina, de develar y visibilizar las formas específicas que toma
la subcontratación a nivel de la estructura productiva en general, a través
de cifras que permitan precisar y plantear escenarios comunes para los
estudios particulares.
145
Sin embargo, considerando el hecho de que en Chile existen encuestas y
registros que incorporan la medición de la subcontratación, agregando
además el hecho de que se haya implementado en el año 2007 una
legislación exclusiva para regular los fenómenos relacionados con el
subcontrato y suministro de trabajadores, es posible suponer que en Chile
la problemática de la subcontratación es mayor que en Argentina, o al
menos es más visibilizada, obligando a las distintas instituciones estatales a
hacerse cargo del problema. De esta forma, sólo es posible dar una
respuesta parcial a la hipótesis planteada inicialmente respecto de que las
particularidades de la subcontratación en Chile y Argentina se relacionan
con el nivel de profundidad del neoliberalismo en cada país. Esto, ya que a
partir del análisis de la subcontratación en la estructura socio ocupacional
no es posible afirmar, sino sólo suponer una mayor profundidad del
fenómeno en el caso de Chile –país de neoliberalismo avanzado e
ininterrumpido- que en el de Argentina –país de neoliberalismo revertido-,
en base a: a) la existencia de un registro de medición y estadísticas sobre el
subcontrato, y b) la necesidad de legislar y regular el tema debido a la
presión de los actores involucrados en las problemáticas asociadas a la
subcontratación.
Por otro lado, en relación a la organización y acción colectiva de
trabajadores subcontratados, los resultados contradicen lo supuesto en un
inicio en la hipótesis de investigación. En efecto, la tradición sindical
argentina parece no tener relación con el desarrollo de los movimientos de
trabajadores subcontratados, los cuales se muestran con menores grados
de organización y con menor capacidad de negociación y de visibilización
de sus demandas que en el caso chileno. Al contrario de lo que se había
supuesto al inicio, la existencia de sindicatos de trabajadores de larga data y
tradición, parece dificultar aún más la existencia de sindicatos
subcontratistas, en la medida en que existe una tensión entre los
trabajadores de planta –agrupados en sindicatos tradicionales- y los
subcontratados. Esta problemática en las bases de trabajadores hace que
las demandas de los segundos rara vez sean articuladas con las de los
trabajadores de empresa, y que el único tipo de reivindicación que
encuentra cabida en ese escenario son aquellas que apuntan al
“encuadramiento sindical” (a la posibilidad de formar parte de los
sindicatos de trabajadores de empresa), lo cual implica aumentar sus bases
de afiliación y por tanto resulta de un interés directo para los sindicatos en
146
cuestión. De esta forma, actualmente el mayor desafío para los movimientos
colectivos de trabajadores subcontratados en Argentina, es lograr que sus
reivindicaciones tengan un lugar que trascienda la limitación existente hoy
en día por la fragmentación y tensión con los trabajadores de planta. Es
decir, el desafío de conformar movimientos de trabajadores que tengan su
propio peso, que puedan o articularse con las organizaciones del
sindicalismo tradicional o movilizarse y organizarse de forma autónoma,
pero que tengan la capacidad de sobreponerse al peso histórico de la
organización sindical tradicional argentina.
La situación en Chile es distinta; si bien la hipótesis de investigación
suponía que debido al desmantelamiento total de los movimientos de
trabajadores por parte de la dictadura, se conformarían menos
movimientos de trabajadores subcontratados y con menor fuerza, los
resultados del análisis demuestran que no es así. Al contrario, las
organizaciones de trabajadores subcontratados en Chile han tenido un
fuerte desarrollo, tanto en la cantidad de sindicatos y federaciones de éstos,
como en las estrategias utilizadas para la movilización y los triunfos que
han logrado. En efecto, en Chile los movimientos de trabajadores
subcontratados no sólo han logrado tener un lugar propio al alero del
sindicalismo tradicional, sino que han desarrollado sus propias formas de
organización, participación, acción y movilización, que han llevado a los
estudiosos de la materia a preguntarse por la posibilidad de que se
constituya un “nuevo sindicalismo” (Echeverría, 2010). Respecto a esto,
resulta interesante preguntarse si el desmantelamiento de los sindicatos
tradicionales en Chile por parte de la dictadura es un factor que incide en la
emergencia y desarrollo de estos nuevos sindicatos, en tanto no existe una
fuerza que contrarreste sus posibilidades de organización y acción como
sucede en el caso argentino. Esto, ya que en ambos países existen tensiones
entre trabajadores subcontratados y trabajadores de planta, pero la
diferencia radica en que estas tensiones no han resultado ser un obstáculo
para las organizaciones subcontratistas chilenas como lo son para las
argentinas.
Por otra parte, intentando responder al por qué del importante desarrollo
de estos movimientos de trabajadores en Chile, es posible suponer que la
fuerza que han alcanzado y los éxitos que han tenido -respecto de los
movimientos sindicales tradicionales-, se debe también a que se desarrollan
por fuera de la legislación vigente, con estrategias directas y violentas que
147
transgreden las normas establecidas en el Plan Laboral del ’79, que son las
normas que obstaculizan la movilización y los logros de los sindicatos
tradicionales que funcionan dentro de ese marco.
Por consiguiente, la organización y acción sindical de trabajadores
subcontratados sí resulta una situación particular para cada país, que al
contrario de lo supuesto en un inicio, no se correlaciona con la tradición
sindical ni con la capacidad de resistencia de los sindicatos y organizaciones
de trabajadores frente a las políticas desarticuladoras impulsadas por los
gobiernos militares. Más bien, pareciera darse el caso contrario: En Chile,
donde la tradición y peso histórico de los sindicatos es menor que en
Argentina, y donde las organizaciones obreras fueron completamente
desarticuladas y desmanteladas por la dictadura -sin capacidad de resistir
como sí lo hicieron los sindicatos argentinos-, los movimientos de
trabajadores subcontratados tienen más fuerza, mayor organización y
capacidad de acción, y han logrado mayores triunfos que los movimientos
subcontratistas argentinos, que se intentan conformar paralelamente a los
sindicatos tradicionales, opacados por éstos últimos, con pocas situaciones
de éxito en relación a la visibilización y cumplimiento de sus demandas.
Por todo lo anteriormente desarrollado, se recalca la relevancia de estudiar
fenómenos como la subcontratación desde la sociología, por todas las
implicancias sociales que ésta tiene más allá de sus consecuencias en la
producción misma. Como se vio, la situación de subcontrato incide
enormemente en: a) la identidad y sentido de pertenencia de los
trabajadores, b) las relaciones sociales dentro del proceso productivo, entre
trabajadores con diferentes status según las tareas que realizan (y en último
término según la relación contractual que mantengan con la empresa), y c)
las posibilidades de organización y acción colectiva -a partir del desafío de
una base fragmentada de trabajadores-, lo cual a su vez incide en las
posibilidades de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, y
con ello sus condiciones de vida. En ese sentido, el desafío no es sólo la
comprensión teórica y empírica de los nuevos fenómenos del trabajo –en
este caso la subcontratación- sino sus efectos sobre la configuración de
actores sociales y sobre las condiciones de vida de las personas.
Finalmente, cabe reiterar la importancia del análisis comparativo, para
comprender las particularidades del desarrollo de los distintos fenómenos
según la realidad social a la que se enfrentan. En el caso del presente
148
trabajo, la relevancia de esto radica en que a través del estudio de la
subcontratación desde dos contextos específicos distintos, es posible
visibilizar los distintos elementos que están en juego y que inciden en el
desarrollo de la subcontratación –como lo son por ejemplo la legislación
laboral vigente, o la fuerza y peso de los movimientos de otros trabajadores
en el escenario de la organización colectiva-, debido a los cuales ésta se
manifiesta de forma distinta, aunque con elementos comunes, en cada país.
Bibliografía:
Abarzúa, E. (2008). Acción sindical de trabajadores contratistas. En
A. Soto, G. Espinoza, & J. Gómez, Flexibilidad Laboral y
Subjetividades: hacia una comprensión psicosocial del empleo
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