Ultimas Horas

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Página de Bernardo Couto Castillo Prosa Modernista ÚLTIMAS HORAS Lo amarillo de la lamparilla veladora y la blancura de las ropas de la cama, era lo único que de pronto se distinguía en la vasta estancia. Cuando lo ojos se hacían a esa semioscuridad, sobre el lecho se veía un rostro flaco, de amarillentas livideces, de ojos angustiados y húmedos que con toda la vida que en ellos quedaba, se fijaban ansiosamente en la puerta del cuarto, y una manos largas, huesosas, que se clavaban en las sábanas, se agitaban, tarántulas desquebrajadas, y con mecánico e instintivo movimiento atraían constantemente las sábanas al rostro, como queriendo, según la frase de un célebre psicólogo contemporáneo, revestirse ya del sudario. En la puerta apareció la silueta del médico, larga figura envuelta en larga levita; los ojos del enfermo chispearon; los pasos graves del enlutado personaje fueron hacia el sillón mecedor donde un joven, imberbe todavía, bostezaba con aire fastidiado; unas cuantas palabras se cruzaron y los pasos fueron hacia la cama, donde los ojos se dilataron, y una voz perceptible, apenas balbuceó: –Vi… viviré… un año…, dos, nada más, doctor. El doctor nada contestó, pero en su rostro de impecable impasibilidad, hubo una involuntaria mueca de lástima que hizo saltar las inquietas manos y agitarse el cuerpo esqueleteado del enfermo. El médico permanecía inmóvil, viendo al desechado con ese aire, mezcla de piedad y de curiosidad, que aun los más acostumbrados a ver pasar la fatal línea, toman ante los forzados viajeros. El desgraciado leía su sentencia en esa actitud, y haciendo un esfuerzo pretendía dominarse, darse valor, y su cabeza monologaba: –¡Ya! ¡se acabó todo! Tenía que suceder… y qué… ¿qué es la vida? ¿A quién dejo, qué extraño, qué podré echar de menos después de muerto? –y en vano se convencía de que era viejo, de que no tenía ni un hijo ni un hermano, ni una mujer; en su corazón no había nada, absolutamente nada, ni siquiera recuerdos. ¿Había querido algo en este mundo fuera de su egoísta tranquilidad?, no, ¿verdad? Otros van llevándose aunque sea ruinas, y en el momento de la muerte ven dibujarse rostros que sonríen o que lloran, figuras de amigos que pasan, recuerdos de buenos ratos que se esfuman, para él, nada, nada, nada, el más completo de los vacíos y sin embargo.. Sin embargo se aferraba a la vida, se aferraba con ansias, con s voluntad y sus fuerzas todas, si las fuerzas fueran capaces de vencer a la muerte,.. y repasaba lo que había sido su vida, la más vulgar, la más escasa de sucesos, la más monótona de las existencias, capaz de desesperar al más contentadizo de los novelistas ¿Su infancia? Unos cuantos años de timidez, él no tenía eco de carcajadas, ni de carreras, ni de porrazos; él no sentía en ese momento gritos infantiles, gorjeos de traviesa aves que lo llamaran o lo picotearan. En su juventud, dos sucesos: la muerte de su padre, y casi inmediatamente después la de su madre, todo lo que para él representaba estos dos hechos, eran dos noches pasadas al lado de los cadáveres, cuidado las ceras que ardían chisporroteando, y desde entonces comer solo, dos lugares menos en la mesa común; pero fuera de esto nada cambiaba: as mismas criadas; los mismos hechos y las mismas palabras. El veía turbas de jóvenes yendo rientes, a su ruina tal vez, pero una ruina precedida de choque de cristales y resonancias de risas; veía mujeres espléndidas y mujeres sonrientes, proclamaciones ruidosas e los veinte años, y huía, huía temeroso de los gastos, de los movimientos, del abandono de su enmohecida concha de vieja tortuga. Nunca quiso formar un hogar por horror también a los gastos y a las discusiones, el número de cabecitas rubias y trajes claros que rodean las mesas y los lechos y animan las estancias como parlantes ramilletes de flores, no eran para él sino un cierto número de bocas, de trajes de profesores, un sinfín de pesos que se van, que huyen y huyen con asombrosa rapidez. Colocar una cierta cantidad de dinero, cambiar su ama de llaves eran las penas de su vida; sus placeres, ir a un jardín público determinado día de la semana, dar las misas vueltas, oír las mismas estridencias de una misma fanfarria, encontrar las mimas caras y contemplar los mismo idilios plebeyos.

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Bernardo Couto

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Pgina de Bernardo Couto Castillo Prosa Modernista LTIMAS HORAS Loamarillodelalamparillaveladoraylablancuradelasropasdelacama,eralonicoquedeprontose distingua en la vasta estancia. Cuando lo ojos se hacan a esa semioscuridad, sobre el lecho se vea un rostro flaco, de amarillentas livideces, de ojos angustiados y hmedos que con toda la vida que en ellos quedaba, se fijaban ansiosamente en la puerta del cuarto, y una manos largas, huesosas, que se clavaban en las sbanas, se agitaban, tarntulas desquebrajadas, y con mecnico e instintivo movimiento atraan constantemente las sbanas al rostro, como queriendo, segn la frase de un clebre psiclogo contemporneo, revestirse ya del sudario. Enlapuertaaparecilasiluetadelmdico,largafiguraenvueltaenlargalevita;losojosdelenfermo chispearon;lospasosgravesdelenlutadopersonajefueronhaciaelsillnmecedordondeunjoven,imberbe todava, bostezaba con aire fastidiado; unas cuantas palabras se cruzaron y los pasos fueron hacia la cama, donde los ojos se dilataron, y una voz perceptible, apenas balbuce: Vi vivir un ao, dos, nada ms, doctor.El doctor nada contest, pero en su rostro de impecable impasibilidad, hubo una involuntaria mueca de lstima que hizo saltar las inquietas manos y agitarse el cuerpo esqueleteado del enfermo. El mdico permaneca inmvil, viendo al desechado con ese aire, mezcla de piedad y de curiosidad, que aun losmsacostumbradosaverpasarlafatallnea,tomanantelosforzadosviajeros.Eldesgraciadoleasu sentencia en esa actitud, y haciendo un esfuerzo pretenda dominarse, darse valor, y su cabeza monologaba:Ya! se acab todo! Tena que suceder y qu qu es la vida? A quin dejo, qu extrao, qu podr echar de menos despus de muerto? y en vano se convenca de que era viejo, de que no tena ni un hijo ni un hermano, ni una mujer; en su corazn no haba nada, absolutamente nada, ni siquiera recuerdos. Haba querido algo en estemundofueradesuegostatranquilidad?,no,verdad?Otrosvanllevndoseaunquesearuinas,yenel momento de la muerte ven dibujarse rostros que sonren o que lloran, figuras de amigos que pasan, recuerdos de buenos ratos que se esfuman, para l, nada, nada, nada, el ms completo de los vacos y sin embargo.. Sinembargoseaferrabaalavida,seaferrabaconansias,consvoluntadysusfuerzastodas,silasfuerzas fuerancapacesde vencer a lamuerte,.. y repasabalo que haba sido su vida, la ms vulgar, la ms escasa de sucesos,lamsmontonadelasexistencias,capazdedesesperaralmscontentadizodelosnovelistasSu infancia? Unos cuantos aos de timidez, l no tena eco de carcajadas, ni de carreras, ni de porrazos; l no senta en ese momento gritos infantiles, gorjeos de traviesa aves que lo llamaran o lo picotearan. En su juventud, dos sucesos: la muerte de su padre, y casi inmediatamente despus la de su madre, todo lo que para l representaba estosdoshechos,erandosnochespasadasalladodeloscadveres,cuidadolascerasqueardan chisporroteando, y desde entonces comer solo, dos lugares menos en la mesa comn; pero fuera de esto nada cambiaba: as mismas criadas; los mismos hechos y las mismas palabras. El vea turbas de jvenes yendo rientes, a su ruina tal vez, pero una ruina precedida de choque de cristales y resonancias de risas; vea mujeres esplndidas y mujeres sonrientes, proclamaciones ruidosas e los veinte aos, y hua, hua temeroso de los gastos, de los movimientos, del abandono de su enmohecida concha de vieja tortuga. Nunca quiso formar un hogar por horror tambin a los gastos y a las discusiones, el nmero de cabecitas rubias y trajes claros que rodean las mesas y los lechos y animan las estancias como parlantes ramilletes de flores, no eran para l sino un cierto nmero de bocas, de trajes de profesores, un sinfn de pesos que se van, que huyen y huyen con asombrosa rapidez. Colocar una cierta cantidad de dinero, cambiar su ama de llaves eran las penas de su vida; sus placeres, ir a un jardn pblico determinado da de la semana, dar las misas vueltas, or las mismas estridencias de una misma fanfarria, encontrar las mimas caras y contemplar los mismo idilios plebeyos. De cuando en cuando, para descargo de su conciencia, o ms bien, con la esperanza de ser ampliamente pagado en otra vida, colocaba algunas monedas en una de esas manos trmulas, agarrotadas y sucias que se extienden suplicantes al pasante, y en esos das recordaba su accin a cada instante, se encomiaba a s mismo, y a{un si hubiera podido decrselo al mismo Dios, repetrselo, hacrselo apuntar en un libro, reclamarle recibo casi, de mil amores lo hara.En sus ltimos aos algo se arrepenta de no haberse casado, pero nicamente para encontrar en la mujer una enfermerasolicita,unamujerquetalvezhubieraconsuscuidadosprolongadosusdas,ycomoelmdico permaneciera an ah, le deca: Tres aos, doctor, nada ms es, me casara y mi mujer me cuidar bien, no es verdad que Hizo un gesto de espanto, las manos se agitaron nerviosas, las sbanas subieron ms an y haciendo un nuevo gesto, sus ojos tomaron a inmovilidad de gata, los ojos de muerto Ya est! dijo el galeno, tomndole el pulso. Al fin! Exclam el imberbe sobrino que heredaba los dineros del to sin poder contener su indiscreta alegra.Y esta fue la oracin fnebre y las nicas palabras quela muerte del ben seor hiciera salir de humana boca.