Una vez tres hombres se perdieron en la montaña, tenían mucha hambre y solo quedaba una manzana para los tres...

Pidieron a Dios por un milagro y

Dios les respondió diciéndoles:- Pondré a prueba la sabiduría

de cada uno y según lo que respondan, yo actuaré.

Pidieron a Dios por un milagro y

Dios les respondió diciéndoles:- Pondré a prueba la sabiduría

de cada uno y según lo que respondan, yo actuaré.

Les preguntó entonces Dios qué podían pedirle para arreglar aquel

problema y que todos se alimentaran.

Les preguntó entonces Dios qué podían pedirle para arreglar aquel

problema y que todos se alimentaran.

El primero dijo: - ¡Que hagas aparecer más comida!- Dios contestó:- Es una respuesta sin sabiduría, pues yo no soy un mago de los deseos, no soluciono los problemas del hombre con artes mágicas. El hombre debe de poner de su parte.

Dijo el segundo: -¡Entonces haz

que la fruta crezca para que sea suficiente!- a lo que Dios

contestó:

- No, pues la solución no es pedir más de lo que se

tiene para arreglar el problema, pues el ser humano nunca queda

satisfecho y por lo tanto nunca sería suficiente.

- No, pues la solución no es pedir más de lo que se

tiene para arreglar el problema, pues el ser humano nunca queda

satisfecho y por lo tanto nunca sería suficiente.

El tercero dijo entonces: - Mi buen Dios, aunque

tenemos hambre, somos orgullosos. Yo te pido que

nos hagas pequeños a nosotros para que

entonces la fruta nos alcance.

Y Dios respondió:

- Tu respuesta es la correcta, pues cuando el hombre se

haga humilde y se empequeñezca delante de

mis ojos, verá la prosperidad.

- Tu respuesta es la correcta, pues cuando el hombre se

haga humilde y se empequeñezca delante de

mis ojos, verá la prosperidad.

Siempre buscamos que otros nos solucionen los problemas. Buscamos la salida fácil. Cuando pedimos algo a Dios, queremos que El arregle

todo al momento, pero la mayor parte del tiempo, no reconocemos nuestra gran necesidad de El.

Por eso muchas veces parece que Dios no nos escucha, pues pedimos sin dejar nuestro orgullo de lado. Somos egoístas,

convenencieros y siempre queremos todo para nosotros.

Seremos felices el día que aprendamos que la forma de pedir a Dios es pedir con humildad, reconociendo lo débiles que somos y la necesidad tan grande que tenemos de El. Cuando nos acordemos de El todos los días y sepamos agradecerle por todo lo que nos da. Solo entonces recibiremos las bendiciones que El quiere darnos.

Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones. Santiago 4: 2-3

Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Mateo 11:29