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Vagos y mendigos en la ciudad de México a fines de la Colonia * Candidata a Maestra del Posgrado en Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. IZTAPALAPA 44 julio-diciembre de 1998 pp. 135-158 Rosa María Gómez González* D INTRODUCCIÓN esde épocas antiguas, la vagancia, la mendicidad y la delincuencia han sido consideradas como problemas sociales de difícil solución. En efecto, tal parece que dichos fenómenos son inherentes a toda época y sociedad, debido entre otras causas a un desi- gual reparto de la riqueza, el desempleo y las crisis eco- nómicas y agrícolas, además de la discriminación sociorracial. Este estudio aborda el problema de la vagancia y la mendicidad en la ciudad de México entre 1759 y 1794. A partir del reinado de Carlos III (1759-1788) se dieron nuevos cambios en la política borbónica con respecto a la administración colonial, la recaudación fiscal, la agi- lización de las actividades comerciales y la disminución de la influencia de corporaciones como la Iglesia, la bu- rocracia tradicional y la oligarquía criolla, para canalizar la administración en provecho de los funcionarios reales, además de crearse monopolios de la Corona, con el

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Vagos y mendigos en la ciudad

de México a fines de la Colonia

* Candidata a Maestra del Posgrado en Humanidades de laUniversidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

IZTAPALAPA 44julio-diciembre de 1998

pp. 135-158

Rosa María Gómez González*

DINTRODUCCIÓN

esde épocas antiguas, la vagancia, la mendicidady la delincuencia han sido consideradas comoproblemas sociales de difícil solución. En efecto,

tal parece que dichos fenómenos son inherentes a todaépoca y sociedad, debido entre otras causas a un desi-gual reparto de la riqueza, el desempleo y las crisis eco-nómicas y agrícolas, además de la discriminaciónsociorracial.

Este estudio aborda el problema de la vagancia y lamendicidad en la ciudad de México entre 1759 y 1794.A partir del reinado de Carlos III (1759-1788) se dieronnuevos cambios en la política borbónica con respecto ala administración colonial, la recaudación fiscal, la agi-lización de las actividades comerciales y la disminuciónde la influencia de corporaciones como la Iglesia, la bu-rocracia tradicional y la oligarquía criolla, para canalizarla administración en provecho de los funcionarios reales,además de crearse monopolios de la Corona, con el

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objeto de incrementar la recaudaciónfiscal en provecho de la monarquía.

El problema de la vagancia y la men-dicidad en esta época generó una seriede ordenanzas y decretos respecto de losmenesterosos, lo cual es prueba de lapreocupación del gobierno colonial anteel agravamiento del fenómeno y su in-tención de resolverlo o, al menos, ate-nuarlo. En este sentido, considero queel año de 1794 marcó el fin de una épo-ca que se caracterizó por múltiples re-formas económico-administrativas que,de paso, incidieron en el sector social;además, el gobierno del virrey segun-do conde de Revillagigedo (1789-1794)marcó una etapa de grandes cambiosen el ámbito urbano de la ciudad de Mé-xico, como el empedrado de calles, elalumbrado público, la sanidad e higienepúblicas, etcétera, lo que aparejado auna serie de reordenamientos dentrode la política social, como ordenanzasrespecto de vestimenta y observanciade normas de conducta pública, trajocomo consecuencia un mayor controlsocial del ámbito urbano.

Lo anterior coincide con uno de losperiodos de mayor solvencia económicadel virreinato; sin embargo, dicha sol-vencia en materia de recursos financie-ros no se debió al mayor desarrollo eco-nómico, sino a una mayor eficacia delas políticas recaudatorias implemen-tadas por el gobierno español. De allíque el éxito fue momentáneo y, a fin decuentas, se construyó a expensas de unrecrudecimiento de las condiciones so-ciales en la colonia, las cuales se torna-ron más desiguales a fines del siglo XVIII.

El contexto histórico en el que se ins-cribe el presente trabajo es la llamadaépoca borbónica, particularmente el rei-nado de Fernando VI (1746-1759), en elcual se comenzaron a dar nuevos cam-bios en la política social, mismos queafectaron al ámbito urbano novohispa-no, y de Carlos III (1759-1788), época enla que las reformas borbónicas alcan-zaron su mayor apogeo. En este mismosentido las reformas siguieron impulsán-dose durante el reinado de Carlos IV

(1788-1808), siendo el periodo más re-presentativo el del virrey segundo condede Revillagigedo, con el que finaliza elpresente trabajo. Durante el gobiernodel virrey primer conde de Revillagi-gedo (1746-1755) se realizó un primercenso de la población de la ciudad deMéxico con miras a dividirla administra-tivamente en cuarteles y así mejorar elcontrol policiaco y fiscal. En 1750, laSala del Crimen de la Real Audienciaacordó la división de la ciudad en sietecuarteles, para aumentar la vigilanciacontra la delincuencia, y en 1753 se rea-lizó el citado padrón y se hicieron planosde la ciudad. Sin embargo, tales medidasno rindieron los frutos esperados por lafalta de recursos financieros (Vetancuret al., 1990: 20-21).

Con la subida al trono de Carlos III

se ponen en boga los postulados de laIlustración, cuyo afán de renovación,actitud crítica y racionalismo transfor-maron profundamente la manera de con-cebir el Estado. El despotismo ilustrado,como fue conocida esta nueva forma degobierno, pretendió dar un mayor bien-

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estar al pueblo por medio de reformaseconómicas en la administración colo-nial, pero sin perder una sola de lasprerrogativas y ventajas del poder de laCorona (Vetancur et al., 1990: 24). Eneste sentido, el tratamiento y soluciónde los problemas sociales estaba su-bordinado a un poder omnipotente di-manado del monarca y hecho efectivopor los funcionarios coloniales.

El problema de la mendicidad y lavagancia, expresado tanto en términosgenerales como específicos, es el resul-tado directo de condiciones y factoressocioeconómicos existentes en la so-ciedad, sobre las cuales suelen tenertambién profundas repercusiones losaspectos étnico-culturales, religiosos,etcétera.

En concordancia con lo anterior, sepuede atribuir a las crisis agrícolas ya las epidemias una relación directa conla multiplicación de la miseria en las zonasrurales, la cual contribuye a la intensi-ficación de la emigración a las ciudadesde multitudes hambrientas y desem-pleadas, provocando de paso inestabili-dad en la economía colonial. En efecto,la carencia de medios de subsistenciaprovocada por las crisis agrícolas ge-neró los siguientes fenómenos, en ordenascendente: hambre, desesperación, emi-gración del campo a la ciudad con elconsiguiente desempleo, vagancia porfalta de trabajo, mendicidad por faltade medios de subsistencia y, finalmen-te, delincuencia como única solución paraallegarse dichos medios. Por otra parte,el monopolio económico ejercido por el

grupo oligárquico criollo-peninsular,que para mantener sus prerrogativasexplota y discrimina a la gran mayoríade la población, contribuyó a agravarestos problemas sociales.

Entre los factores políticos que inci-den en la mendicidad y la vaganciapuede mencionarse el pernicioso efectoque sobre las clases sociales más bajastuvieron algunos ordenamientos, talescomo el aumento de las cargas fisca-les y la disminución de empleos y opor-tunidades de trabajo para dichas clases,debido a las prioridades que la autoridadreal imponía en casi todas las ramasde la economía colonial, que ahondaronaún más las ya de por sí tirantes rela-ciones entre los novohispanos y los pe-ninsulares. Entonces, a la marginacióneconómica se agrega la política, de for-ma que las prioridades e intereses dela administración borbónica contribu-yeron a profundizar las causas que mo-tivaron el crecimiento de la mendicidad,la vagancia y la delincuencia.

A los factores anteriormente referidosse añade la desigualdad en el reparto dela riqueza en el periodo que nos ocupa,ya que alrededor del 90 por ciento delproducto interno bruto (PIB) de la NuevaEspaña, quedó en manos de la Corona

y del grupo monopólico español, y sólouna ínfima parte se destinaba al gasto

social. Esto provocaba forzosamente un

desequilibrio económico y un malestar

social en los grupos sociales menos fa-

vorecidos, dejando a muchos sin em-

pleo y orillándolos a caer en el fenóme-

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no de la vagancia y en el recurso de lamendicidad y la delincuencia.

Las reformas borbónicas durante elperiodo señalado enriquecieron a laCorona española y a los monopolios pe-ninsulares, al haber hecho más eficazlos sistemas de recaudación fiscal acosta de un mayor empobrecimiento delos sectores bajos de la población delvirreinato. En este sentido habría querecordar el trabajo de Carlos Marichal,que muestra las necesidades finan-cieras de la Corona (derivadas princi-palmente de las guerras europeas) y lasmodalidades de resolverla a través depréstamos y donativos, lo que afectó pro-fundamente a los sectores sociales dela colonia —comerciantes, mineros, ha-cendados, eclesiásticos, funcionarios dealto y bajo rango, militares y milicianos,peones de hacienda y campesinos delas comunidades indígenas (Marichal:905)—, muchos de cuyos miembros de-vinieron en vagos, mendigos y delin-cuentes. Es decir, que quienes se de-dicaban a la vagancia, la mendicidad yla delincuencia lo hacían por verse obli-gados a ello, en la mayoría de los casos,y no por gusto o inclinación natural,como lo suponía el virrey duque de Al-burquerque a principios del siglo XVIII.Empero, la legislación social de Indias,con su peculiar sentido de la jerarqui-zación en grupos étnico-sociales perfec-tamente diferenciados entre sí, conde-naba a ciertos grupos a la marginaciónsocial y, como consecuencia, estimu-laba indirectamente dichos fenómenos.

AMBIENTE URBANO Y PROBLEMÁTICA SOCIAL

Para comprender mejor los problemasde la vagancia y la mendicidad es muyimportante analizar primeramente elmarco geográfico en el que se dieron estosfenómenos. A mediados del siglo XVIII,la ciudad de México era una da las másgrandes, populosas e importantes delimperio español de ultramar. Con suscasi cien mil habitantes era el centropolítico, económico y social del virreina-to de la Nueva España. Para comunicara la ciudad había tres calzadas prin-cipales que eran la de Tacuba, por eloeste, la de Iztapalapa por el sur y la deGuadalupe por el norte. También exis-tían otras menos importantes como lasde San Antón, La Piedad, Chapultepecy Santiago (Vetancur et al., 1990: 44)Las acequias o canales penetraban pro-fundamente en la ciudad, cruzándolaen todas direcciones y utilizándose comovías de abastecimiento y de transporte,tanto de personas como de mercancías,aunque a lo largo del siglo XVIII la granmayoría de esas vías fueron desecadas(Valle Arizpe, 1988: 13). Como lo men-ciona Valle Arizpe, la planta de la ciudadera cuadrada, siendo la traza en “pa-rrilla” o cuadriculada. Los edificios,construidos esencialmente a base de te-zontle y piedra chiluca, le daban unabicromía rojo-grisácea por demás es-pecial.

Las principales plazas, en donde seejercía toda clase de comercio, eran laMayor o de Armas, la del Volador yla del Marqués. Además, existían otras

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más pequeñas como las de San Juan,Santo Domingo, San Hipólito, Tomatlány Tlatelolco, entre las más renombra-das (Vetancur et al., 1990: 45). El abas-to de agua provenía de dos acueductosque traían el líquido vital deChapultepec el uno y del pueblo deSanta Fe el otro (Vetancur et al., 1990:46). El principal paseo de la ciudad erala Alameda, la cual contaba con fron-dosos álamos y sauces, avenidas y unapila de agua en la parte central. Habíamesones y hospitales, tanto para “ca-balleros” como para plebeyos, ademásde bodegones, garitas, figones, fondasy almuercerías, así como también ta-bernas y pulquerías, en donde había co-mida y bebida para individuos de todaslas clases (Vetancur et al., 1990: 44).

Las diversiones a las que se entre-gaba la población no eran muy varia-das, debido a las restricciones de lasautoridades civiles y eclesiásticas. Detodas formas se llevaban a cabo, y entreellas se pueden mencionar las siguien-tes: corridas de toros, peleas de gallos,mascaradas y carnavales, el paseo delpendón, las celebraciones de SemanaSanta y las funciones teatrales, lascuales tuvieron gran auge durante elsiglo XVIII. En cuanto al aspecto religio-so, la ciudad de México era una de lasmás devotas de la cristiandad y teníagran número de iglesias y conventos.Entre los muchos y muy vistosos edi-ficios, como la inconclusa catedral y elapenas reconstruido palacio virreinal,estaban otros de carácter público, pri-vado y eclesiástico.

Ahora bien, dentro de la traza de laurbe habitaban los vecinos españoles,aunque también se acomodaban en ellagran número de hambrientos, holgaza-nes y vagos, pertenecientes a los gruposmarginados. Los indios habitaban fuerade los límites de la población, entrandoa ella sólo para realizar sus actividadescomerciales y laborales. Al ser una ciu-dad abierta, es decir sin murallas, sepropició en gran medida la inmigracióndel campo y de otras ciudades.

A pesar de ser anchas y parejas, lascalles eran sucias y malolientes; fango-sas en temporada de lluvias y polvosasen el estío. La falta de drenaje hacía quelos vecinos arrojasen a las calles susdesechos naturales, así como tambiéntodo tipo de basura. La plebe contribuíaa empeorar la imagen de las calles, yaque transitaba por ellas en un estadodeplorable, casi desnuda, y muchasveces desahogaba allí sus necesidadesfisiológicas (González Obregón, 1975:46-47). Los individuos pertenecientesa las castas eran los que conformabana las clases populares y marcaban engran medida el ambiente que reinabaen la vía pública. Encajaban perfecta-mente en el marco de hediondez y pes-tilencia de las calles y plazas.

Los vagos y mendigos, conocidosgenéricamente como léperos, abunda-ban en las calles, siendo casi una carac-terística de éstas. Junto a ellos, y comomarcado contraste, se veía pasar a clé-rigos y frailes, damas de alcurnia confaldas ampulosas y elegantes caba-lleros de peluca empolvada y casacón

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bordado. La moda francesa prevalecióa lo largo del siglo. Por otro lado, losindios vestidos de manta o huipil, dehuaraches algunos, descalzos la mayo-ría, iban y venían con su carga, tristesy meditabundos, de un lado a otro dela ciudad. Los miembros de la clase altade la ciudad evitaban en lo posible eltrato con los vagos y mendigos que pu-lulaban por las calles y cuyo aspectoles llenaba de horror y repugnancia,sentimiento que era compartido por losextranjeros que visitaban la ciudad.La plaza mayor era el principal polo deatracción de la ciudad, ya que se reu-nían en ella miembros de todas lasclases sociales del reino, desde aris-tócratas y “caballeros” hasta vagos ymendigos.

Igualmente característicos eran loslugares donde habitaban estas personas.Los léperos, mendigos y vagabundosque no vivían en las calles y plazas dela ciudad se amontonaban en los su-burbios de la misma. Estos lugares eransórdidos y sucios, se hallaban en el máscompleto desorden y eran propicios a quese cometiesen en ellos todo tipo de crí-menes. Estos barrios miserables se en-contraban preferentemente por los rum-bos oriente y norte de la ciudad, siendolos más representativos los de la Merced,Tomatlán, la Ciudadela, Mixcalco, laLagunilla, Tepito y San Lázaro. Lo ante-rior nos da una muestra de la estruc-tura urbana de México a mediados delsiglo XVIII.

Por ser el centro cultural, económicoy político de la Nueva España, la ciudad

de México actuaba como foco de atrac-ción de todas las clases y grupos socia-les de la colonia. La razón principal detal atracción al parecer tendría que vercon las cosechas variables en el campoy la posibilidad de encontrar en la po-blación algún alivio a la situación. Portanto, el número de miembros del sectorplebeyo fluctuaba pero siempre se con-gregaban en la ciudad, lo que preocu-paba a los vecinos y al gobierno virreinal(Martin, s.f.: 121).

CONCEPTUACIÓN DE LA VAGANCIA

Y DE LA MENDICIDAD

Buscar parámetros para comprender lasituación jurídico-social de los menes-terosos a fines de la colonia es una tareapor demás ardua, aunque más difícilaún es tratar de establecer su identidad.La compleja situación social que se dioen aquella época contribuye a hacermás difícil la clasificación de estos in-dividuos en jerarquías claramente dife-renciables entre sí. Resulta oportunoconsiderar lo anterior debido a que elúltimo periodo colonial presenta unaexacerbación en las contradiccionesentre los diversos grupos de la socie-dad. Como se dijo, no es tarea fácil iden-tificar a los diversos tipos de menestero-sos de la ciudad de México. Una posibleidentificación podría hacerse con los si-guientes elementos: origen étnico, ordenjurídico, situación social, ocupación (sila tienen), edad, indumentaria, etcétera.

En cuanto a su calidad moral, segúnGertrude Himmelfarb, los pobres e in-

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digentes se pueden dividir entre “dig-nos” e “indignos”, es decir, entre los quedebían ser ayudados y los que debíanser castigados (Himmelfarb, 1988: 37).Entre los “dignos” cabe mencionar a losdesprotegidos, tales como huérfanos yniños expósitos, así como a otros queverdaderamente requerían de auxilio,por su estado físico, enfermedades oedad avanzada. En cuanto a los “indig-nos”, eran aquéllos que se escudabanen la mendicidad y la vagancia para di-simular sus verdaderas actividadesilícitas o bien estaban física y mental-mente capacitados para realizar algunaactividad remunerativa y no la ejercían.Aunque Himmelfarb se refería a la In-glaterra de inicios del siglo XIX, dichascaracterísticas podrían aplicarse tam-bién a la Nueva España.

Existían tres tipos de pobres, segúnel reformista José de Campillo, citado enMartin F. Norman: los pobres física-mente incapaces de sostenerse, que notenían otro medio de sobrevivir más queel de la mendicidad; los pobres de con-veniencia, o sea los holgazanes y losvagos que huían del trabajo y se volvíanlimosneros habituales; y los pobres deapariencia, o sea los que fingían la po-breza y se dedicaban a la mendicidadcon el fin de cubrir su identidad de la-drones y bandidos. De cada uno de estostipos se podrían encontrar ejemplaresrepresentativos en la capital de la co-lonia (Martin, s.f.: 103).

Como se ha visto, no todos los quese dedicaban a la mendicidad en laNueva España tenían razones fundadas

para hacerlo. Es factible suponer quela gran mayoría de mendigos y vaga-bundos eran individuos que potencial-mente podían ser captados como fuerzade trabajo, pero que no laboraban porvoluntad propia o por falta de oportu-nidades, dada la situación económico-política imperante. A este tipo de mendigosse les puede considerar como profesio-nales, al cubrir su identidad bajo ciertosdisfraces para mostrar una incapaci-dad que no era parte de ellos, deno-tando astucia para obtener una formamás cómoda de dedicarse a ciertas ac-tividades. Esto demuestra que no sólolos necesitados se dedicaban a la men-dicidad sino que también lo hacían in-dividuos exentos de toda incapacidadfísica. Muchos de estos mendigos fin-gidos los podemos encontrar en el Peri-

quillo sarniento, primera obra maestrade la picaresca novohispana, debidoa la pluma de José J. Fernández de Li-zardi.

Es importante señalar que muchagente mal intencionada se hacía pasarpor miserables auténticos para lograrsus fines. De este modo era difícil dis-tinguir los “verdaderos” pobres de los queno lo eran, es decir los ociosos, lostruhanes y los vagabundos (Mollat,1988: 211). Por su aspecto exterior, vagosy mendigos no se diferenciaban muchode los verdaderos criminales. Ambosandaban mal vestidos o casi desnudos;eran los llamados ensabanados o “pe-lados”, cubiertos únicamente por unamanta mugrosa conocida como “maxtle”.También eran conocidos como léperos

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y pululaban por toda la ciudad y eran,quizá, el tipo de vagabundo más repre-sentativo. A pesar de su supuesta cali-dad de vagos y mendigos, algunos lépe-ros solían dedicarse, en ratos perdidos,a aguadores, mozos de carnicería, car-gadores, trabajadores de los obrajes yde la Fábrica de Tabacos, etcétera.

Estos vagabundos y pordioserostenían una identidad propia e inconfun-dible, lo cual los hacía únicos. Esto puedeconstatarse en la serie de grabados rea-lizados poco después de la Independen-cia por artistas europeos como ClaudioLinati, Moritz Rugendas y Carl Nebel,entre otros, quienes resaltan el desme-drado pero original y bizarro aspecto delos léperos mexicanos. Pero no debe pen-sarse que vagos, ociosos y delincuen-tes andaban siempre desharrapados,también los había más o menos bienvestidos, e inclusive elegantes. Tal es elcaso de los llamados petimetres, los cua-les eran también conocidos como “cu-rrutacos”. Estos vagos “elegantes” eranesclavos de la moda y se las ingenia-ban para vestir de un modo afectado yextravagante, siguiendo la moda fran-cesa de fines de siglo (Torres Quintero,1980: 150).

En este sentido, podemos decir quela plebe de la ciudad podía identificar-se plenamente entre sí, a pesar de lasprofundas diferencias que se daban enel interior de la misma. Un lazo de uniónfue el odio al español peninsular —cuyascostumbres, a pesar de todo, tratabande imitar—, el cual era sólo comparableal odio que por estos mismos sentían

los criollos. Pero el elemento que más losunía era su misma condición marginal.

CAUSAS DE LA VAGANCIA Y MENDICIDAD:FACTORES ECONÓMICOS

La existencia de vagos y mendigos en lacapital del virreinato fue en aumentodebido, entre otras razones, a múltiplescausas de origen económico, como eldesigual reparto de la riqueza de la co-lonia, el cual favoreció a muy pocos ydejó en la miseria a la inmensa mayoríade la población. Además, la crecienteincapacidad del estado colonial paracrear nuevas fuentes de trabajo conde-naba a grandes sectores de la poblaciónal desempleo y la miseria.

Cabe mencionar también el papel ju-gado por las crisis agrícolas, principal-mente las de 1759-1760, 1771-1772,1780-1781 y 1785-1786. Una de lasconsecuencias de las crisis agrícolas ylas hambrunas fueron las epidemias, lascuales se reproducían en mayor escalaentre las clases pobres. El tifo, la viruela,el sarampión, los dolores de costado,las fiebres y el terrible “matlazáhuatl”—apareció por última vez en la ciudadde México hacia 1761-1762— fueronlas principales enfermedades que enforma de epidemias se dieron entre lascapas inferiores de la sociedad colonial.

Después de las epidemias y ham-brunas, el efecto de las crisis agrícolasse veía reflejado en el desempleo en elcampo, el cual motivaba la emigraciónde las zonas rurales a la ciudad. Al ser

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despedidos de haciendas, minas y obra-jes, tanto pequeños y medianos agricul-tores arruinados como masas de indí-genas hambrientos venían a engrosarlos centros urbanos de la Nueva Espa-ña, con la esperanza de encontrar sus-tento en las alhóndigas o en la conmise-ración de sus habitantes. Tales hordasincrementaban la escasez, el hambre,las epidemias y la tensión social. Esevidente entonces que los impedimen-tos laborales fueron incrementado la va-gancia y la mendicidad en la ciudad deMéxico, a partir de la segunda mitaddel siglo XVIII. En este sentido, los em-pleos a los que podían dedicarse eransiempre los más bajos y peor pagados,tales como los de cargadores, aguado-res, peones de obras públicas, obrerosen las pocas industrias de la capital —enlas fábricas de tabacos y pólvora— ytrabajadores en los obrajes, entre otros.Cabe mencionar que tales empleos noeran seguros, y la oferta estaba muypor debajo de la demanda, por lo que eldesempleo era continuo y creciente. Enresumen, la ociosidad y la miseria fue-ron consecuencia de múltiples causasde orden económico, en un complejoproceso en el que una causa originabaotra, y así sucesivamente.

CAUSAS DE LA VAGANCIA Y MENDICIDAD:FACTORES POLÍTICOS

Para hablar de los factores políticos queoriginaron los desajustes sociales enla Nueva España a partir de la segunda

mitad del siglo XVIII, es necesario retomarlos factores económicos, ya que ambosse complementan en grado sumo. Enefecto, en la mayoría de los casos, lasreformas implementadas por la Coro-na en el plano estrictamente político yadministrativo, tuvieron repercusión enlo económico y esto, a su vez, trastocó laestructura social. Tampoco fueron aje-nas las reformas económicas decre-tadas a partir de la segunda mitad delsiglo XVIII, que propugnaban por el enri-quecimiento de la Corona a expensasde la sociedad novohispana. El empo-breciemiento continuo a que se vieronsometidos los grupos sociales traba-jadores, reales o potenciales, aquellosque en gran medida sostenían la estruc-tura social, tuvo forzosamente que re-percutir en el aparato socioeconómicode la Colonia.

Con la instauración de las reformaspolítico-administrativas la Corona bus-caba retomar todos los atributos del poderque se habían delegado en grupos y cor-poraciones, asumiendo el control polí-tico directo sobre las colonias, según lospreceptos básicos del despotismo ilus-trado. En el aspecto social, la aplicaciónde las reformas estaba inspirada, en teo-ría, en la necesidad de mejorar el nivelde vida de todos los miembros de la so-ciedad, de modo que pudieran ser útilespara el engrandecimiento del reino. Deallí que todo individuo debía estar in-merso en una sociedad jerarquizada enestamentos perfectamente diferencia-dos entre sí y en donde cada persona,aparte de aceptar su situación, debía

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cumplir con una serie de obligacionescon la Corona. De esta manera se lega-lizó la desigualdad social y la diferen-ciación laboral en la Nueva España (Flo-rescano, 1969: 201).

La política profundamente centrali-zadora de los borbones estaba enca-minada a minar el poderío económicoy político de corporaciones como la Igle-sia, el Consulado de la Ciudad de Mé-xico, la Audiencia y el virrey. Pero era alos criollos a quienes más duramenteperjudicaban las reformas político-económicas (Vetancur et al., 1990: 26).Conforme a lo anterior, la política fiscalborbónica vino a ser un obstáculo parael crecimiento económico. En este sen-tido, el desempleo cundió particular-mente entre los trabajadores minerosy los de los obrajes y haciendas, comoconsecuencia de la desmonetarizacióny la consecuente crisis económica, refle-jándose notoriamente en la llamada cri-sis de subsistencia, es decir la falta deabasto y recursos de los estratos másbajos de la sociedad. A este respecto,señala René Barbosa, las crisis de sub-sistencia que afectaban al campo toca-ban a la ciudad y volvían al campo. Lacarestía y la escasez de granos no sóloafectaban a los grupos humanos sinotambién a todas las actividades producti-vas que trabajaban con base en la ener-gía animal, particularmente la mineríay el comercio. En definitiva, una partede los desempleados pasaban a engro-sar las masas de indigentes, ya que susanteriores empleos representaban su úni-ca fuente de subsistencia. Hambruna,

escasez y desempleo son entonces lasúltimas consecuencias del desbarajusteeconómico de fines del periodo colonial.Esto a su vez provocó un creciente ban-didaje y una mayor proliferación de va-gabundos y mendigos.

Otro factor que contribuyó a pro-vocar malestar social fueron las seriesde préstamos, donativos y remesas quela Corona obtenía de los súbditos de laNueva España. Con ellos costeaba lasguerras en que España participó a partirde 1760 y asimismo los gastos de colo-nias deficitarias. Los préstamos afecta-ron a todos los sectores de la Nueva Es-paña, sin excepción. En este sentido,se puede decir que la política adminis-trativa, de una u otra forma, afectó lavida toda de la sociedad colonial, peroaún más la de la población indigente.Esta última era la menos calificada pararealizar cualquier préstamo, por míni-mo que fuera.

Por otra parte, el problema de la vi-gilancia urbana en la ciudad de Méxicosiempre fue una constante de los virre-yes borbónicos. Durante los reinadosde Carlos III y Carlos IV se dictaron grannúmero de ordenanzas, bandos y regla-mentos destinados al orden público.Cabe resaltar que la mayoría de las vecesestas ordenanzas y bandos no se lleva-ban a cabo, o se eludía su cumplimien-to. Otro de los problemas de difícil so-lución que se venían suscitando era elrelativo a la división de la ciudad encuarteles, para facilitar las labores devigilancia y evitar desórdenes públicos.Después de varios intentos fallidos

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(1713, 1720, 1744, 1750), fue en 1782cuando se llevó a cabo en forma defini-tiva esta división de la ciudad. Entoncesse crearon nuevas disposiciones para laocupación de los puestos de alcaldesde barrio, los cuales, según el oidorLadrón de Guevara (“Discurso sobrela policía de México”), fueron la causade los más graves desórdenes, debidoa que los nombramientos recayeron enpersonas poco aptas para ocupar esospuestos.

En lo que se refiere a la seguridadpública, como era costumbre en el régi-men colonial, no era lo suficientemen-te efectiva, lo que hacía necesario unaurgente reforma en los sistemas de vi-gilancia policiaca de la ciudad. La faltade vigilancia efectiva provocaba que sesuscitaran graves desórdenes en calles,pulquerías, vinaterías, plazuelas, mer-cados, etcétera (Riva Palacio, 1974: vol.2, p. 570). Debido a tan continuos pro-blemas sociales, se produjo una expan-sión en las fuerzas policiacas de la ciu-dad entre 1783 y 1790. Se publicaronbandos y ordenanzas para coordinar deuna mejor manera las actividades en-tre la policía y otras autoridades encar-gadas del orden público, como los alcal-des del crimen, los alcaldes ordinariosy los alcaldes de barrio. Existían em-pleados menores como los guardafa-roles y los guardas de pito, los cualeseran encargados de ejercer la vigilanciadirecta de la ciudad durante el día y lanoche. Con todo, estos males se man-tenían vigentes debido a la falta deinterés por parte de las autoridades

encargadas de brindar seguridad yorden a la sociedad virreinal. La abulia,la corrupción y la negligencia, aunadasa la falta de alicientes económicos en-caminados a la seguridad pública en laciudad de México —y en toda la Nue-va España— originaron que el mal con-tinuara.

Finalmente, puede decirse que cier-tas reformas administrativo-políticasimplementadas en la Nueva España amediados del siglo XVIII trastocaron todoel sistema colonial tradicional, afectan-do de paso a todas las clases sociales.Guiándose únicamente por las aparien-cias, dichas reformas fueron un éxitopara la Corona española, ya que cumplie-ron con el objetivo que les fue asignado,que era el de aumentar la tributaciónfiscal proveniente de los novohispanos,pero al precio de empobrecer a la co-lonia. De hecho, en este periodo, la Nue-va España se convirtió en la colonia másimportante del imperio español debidoa las recaudaciones fiscales que de ellaprovenían, lo que provocó una desca-pitalización sin precedentes por la bru-tal tiranía fiscal de la Hacienda Real, elenvío de ingresos fiscales para subsi-diar colonias deficitarias como Florida,Filipinas, Cuba, Puerto Rico y Luisianay la consolidación de vales reales parafinanciar las guerras con Francia e In-glaterra, además de los abusivos estan-cos y monopolios que la Corona mante-nía sobre ciertos ramos de la economía(Coatsworth, 1990: 39-44). Se puededecir, entonces, que todas esas medidastomadas por el gobierno virreinal provo-

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caron falta de recursos para financiarel gasto público, con el consiguiente de-sajuste en el orden social y el incremen-to de la vagancia y la mendicidad.

CAUSAS DE LA VAGANCIA Y LA MENDICIDAD:FACTORES SOCIALES

Para una mejor explicación del fenó-meno de la vagancia, la mendicidad yla delincuencia, resulta indispensablehacer referencia a la estructura socialque se daba en la Nueva España, ya quela misma nos permite diferenciar lasprincipales características de cada grupoétnico y su propensión hacia el fenóme-no. Desde un principio la dominaciónespañola influyó de manera gradual,pero profunda, sobre la antigua socie-dad indígena, transformándola segúnsus intereses. Esto quizá se debió, poruna parte, al afán defensivo de los es-pañoles de mantenerse unidos ante laabrumadora superioridad numérica delos indios y, por otra, al interés por apro-vechar en su favor el sistema de tribu-tación indígena vigente entre los pue-blos del centro del país cuando llegaronlos conquistadores.

La sociedad colonial fue desde unprincipio clasista y estratificada en gru-pos sociales que se diferenciaban per-fectamente entre sí. Primeramente, elgrupo español se caracterizaba no sólopor su aspecto y vestimenta, sino tam-bién por acaparar los principales bene-ficios económicos y políticos del reino.Los primeros españoles venidos a estas

tierras, a partir del siglo XVI, eran con-quistadores, hidalgos, misioneros yaventureros que muchas veces devinie-ron a través del tiempo en funcionariospúblicos, encomenderos, hacendados ymineros. Algunos fueron artesanos,agricultores y no pocos vagabundos ymendigos. En efecto, los primeros vaga-bundos en la Nueva España fueron es-pañoles empobrecidos o simplementegañanes y holgazanes de origen penin-sular, quienes deseaban enriquecersefácilmente. Al ver malogrados sus pro-pósitos se dedicaban a la holganza y avagabundear.

Desde que inició la vida colonial em-pezó a perfilarse la vagancia y la mendi-cidad como un problema social de difícilsolución. No todos los españoles que emi-graban a Indias gozaban de una situa-ción privilegiada, como lo demuestranlos primeros grupos de vagabundos colo-niales, paradójicamente pertenecientesal grupo llamado dominante.

Para el siglo XVIII se veía el mismo fe-nómeno que se observaba en el XVI, yaque muchos de los españoles que emi-graban a la colonia tenían el afán deenriquecerse fácil y rápidamente, y ter-minaban dedicándose a la vagancia y ala mendicidad. Los vagabundos espa-ñoles que devenían en delincuentes sededicaban a realizar latrocinios talescomo asaltos y robos a los viajeros o alas haciendas y los pueblos de espa-ñoles. Daban mal ejemplo a los natu-rales con sus vicios y sus hurtos, no sólode productos sino también de mujeres,enseres y animales (Martin, s.f.: 85).

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Mención aparte merecen los criollos,es decir los hijos de españoles nacidos enAmérica. Estos se encontraban teórica-mente en igualdad jurídica con los es-pañoles europeos; tenían jurídicamen-te los mismos derechos y obligacionesque los españoles peninsulares y en laNueva España se desarrolló desde unprincipio esta norma jurídica. Mas lasleyes no se aplicaban cuando favorecíana individuos sin influencia. Es por ello

que muchos criollos eran arrojados a lavagancia y a la mendicidad por el des-pojo laboral de que eran objeto por partede los españoles peninsulares. Es decir,eran desplazados de sus fuentes de tra-bajo, principalmente en la burocracia.Los criollos más pobres se confundíancon las capas inferiores de la sociedad,las de mestizos, negros y mulatos. Así,también algunos de ellos se dedicabana vagar y a mendigar.

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En lo que respecta al grupo indíge-na, puede decirse que formaba un con-junto étnico completamente aparte delos demás: las llamadas “repúblicasde indios”. El indio, en el aspecto jurídi-co, siempre fue considerado como unindividuo inferior al español, pero pro-tegido por leyes especiales que garan-tizaban su seguridad e inhibían que semezclase con otros grupos. Tal pare-ce que los españoles eran los principa-les interesados en mantener a los indí-genas como tales, ya que representabanla principal fuerza de trabajo en la colo-nia. Los indígenas, al estar permanen-temente adscritos a sus comunidades,parcialidades y repúblicas, eran pocoinclinados a la mendicidad, la vagan-cia y la delincuencia. No obstante, talesfenómenos se dieron también entre lapoblación indígena, y muchos indios sededicaban a la vagancia y a la mendi-cidad siguiendo los ejemplos que de elloles daban los mismos españoles. Porotra parte, al indígena le faltaba el ali-ciente adecuado para ocuparse en labo-res remunerativas, ya que en muchosde los casos fue desposeído de sus tie-rras, a la vez que era considerada sulabor incompatible con el trabajo cali-ficado. Es decir, no podía realizar otrasactividades salvo las inferiores en losgremios de artesanos, en los obrajes,etcétera. Lo poco que podía ganar eraconsumido en gran medida por el pagode diezmos y tributos, lo que propicióun estado de miseria continua que mu-chas veces orillaba al indio a la vaganciay, como consecuencia de ésta, a mendigar.

De lo anterior puede deducirse queno pocos indios abandonaban sus co-munidades para vagabundear fuera deellas, haciéndose pasar muchas vecespor individuos de otro grupo étnico yasí pasar desapercibidos. También loshabía que huían de sus comunidadespara no pagar el tributo especial a queestaban sometidos. Dentro de la mismaciudad, así como en muchos barrios yalrededores de la misma, habitabanmuchos indios sin empadronar, lo quese prestaba para que llevasen una vidade holganza (AGN.BN, leg. 223, exp. 86,año 1750).

Aunque legalmente superiores a losindividuos de sangre mixta, las llamadascastas, la posición social de los indiosera inferior (Morner, 1974: 92). En defi-nitiva, lo que se esperaba de la raza ven-cida era el pago de tributos y el abastode mano de obra barata (Martin s.f.:123). Por ello, muchos indios se hacíanpasar por mestizos.

De la mezcla entre indios y españolesfue formándose gradualmente un mes-tizaje en la colonia, y los individuos re-sultantes de dicha mezcla fueron consi-derados como ilegítimos. En efecto, grancantidad de ellos se sentían desarraiga-dos, lo cual orillaba a algunos de ellosa la marginalidad social, aumentandolas sospechas y el desdén de la sociedadespañola hacia ellos. Del mismo modo,se tenía por cierto que los mestizosdaban un mal ejemplo para los indios(Morner, 1974: 47-48), toda vez que nieran considerados como criollos ni comoauténticos indígenas.

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La situación jurídico-legal del mes-tizo era por demás ambigua, lo que lesdificultaba dedicarse a actividades re-munerativas. Esto hizo que los mestizosvinieran a ser el grupo más propenso adedicarse a la mendicidad y a la vagan-cia. Sin embargo, hubo mestizos quepudieron ascender dentro de la escalasocial dedicándose a trabajar comoartesanos, tenderos, rancheros, emplea-dos, capataces y pequeños arrendatarios,entre otras actividades. A pesar de esto,siempre veían obstaculizado su cami-no por los españoles, tanto criollos comopeninsulares. Los mestizos, al igual quelos miembros de las castas, eran consi-derados gente ociosa e inadaptada. Lostérminos “gente perdida” y “holgazán”llegaron a ser sinónimos tanto de mes-tizo como de miembro de las castas(Martin, s.f.: 109).

Mención aparte merecen las llama-das castas, las cuales se componían,además de los mestizos, de todos aque-llos individuos que tenían sangre negra,en grado variable. Para el siglo XVIII, elnegro puro como grupo étnico socialhabía casi desaparecido, ya que la tratade esclavos decreció considerablementepara esta época. Las sucesivas mezclasde negros con españoles, indios y mes-tizos formaron una sociedad de castas.

A mediados del siglo XVIII las castas,junto con los indios y los mestizos, repre-sentaban más de dos tercios de la po-blación del virreinato y casi la mitad dela ciudad de México (Florescano, 1969:141). A principios del siglo XIX, de los160,000 habitantes que, según Hum-

boldt, tenía la ciudad de México, de20,000 a 30,000 eran vagos y mendigospertenecientes a todos los grupos étnico-raciales. Es decir, que uno de cada cincohabitantes de la ciudad era “lépero” o“pelado” (Ayala Anguiano, 1991: 84).

El siguiente cuadro nos muestra lasituación jurídico-social “legal” y el status

social “real” de los grupos étnico-socialesen la Nueva España.

Como se puede apreciar, la primeracolumna se refiere al orden social legalinstituido por la Corona, pero que en lapráctica no correspondía con la reali-dad. La segunda, por el contrario, señalala situación que aunque no reconoci-da oficialmente, era la que la costumbrey los intereses de los grupos de poder enla colonia —alta burocracia, oligarquíacriolla y peninsular y clero— habíaninstituido.

Los individuos pertenecientes a lascastas eran registrados al nacer en elllamado “padrón de infamia”, el cual losdiferenciaba de indios y españoles yademás recordaba tanto sus orígenes

CUADRO 1Situación jurídico-social de los grupos

étnicos en la Nueva España

Situación jurídico- Situación social real social legal

1. Español 1. Español peninsular2. Indio 2. Criollo3. Mestizo 3. Mestizo4. Negro libre 4. Castas5. Castas 5. Negro libre6. Esclavo 6. Esclavo

7. Indio

Fuente: Morner, 1974: 54-55.

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ilegítimos como su ascendencia escla-va. Asimismo, las castas —con la excep-ción de los mestizos— estaban obliga-dos a pagar un tributo especial de capi-tación, es decir, un impuesto debido asu lejano origen esclavo. Y en relacióncon las castas y los mestizos, segúnAgustín Rivera, quien toma los datosde Alamán, Humboldt e Icazbalceta, parael siglo XVIII ambos grupos se equipara-ban jurídicamente (Rivera, 1988: 127-130). Con el tiempo, las crecientesmezclas entre los grupos étnicos de lasociedad colonial dieron origen a nue-vas clasificaciones raciales que fueronencuadradas bajo diversos términos:mulatos, cambujos, albinos, zambayos,zambos, lobos, coyotes, torna-atrás, et-cétera. Éstos eran considerados como“infames” por su sangre y excluidos delclero, la burocracia, el comercio, las pro-fesiones, los gremios artesanales y casicualquier otra actividad. Como es desuponer, un campo laboral tan exiguolos predisponía en muchos casos a ladelincuencia y al vagabundeo, si no lo-graban burlar las restricciones.

Entre los calificativos que con mayorfrecuencia se aplicaba a mestizos, castase indios ociosos por igual están los de“rastreros, pérfidos, inmorales, viciosos,traidores, borrachos, bellacos, gañanes,gandules” e inclusive zaraguatos y hua-chinangos (Benítez, 1982: 27), y porsupuesto “vagos y malentretenidos”.Según el célebre cronista novohispanoHipólito de Villarroel, la presencia detantos vagabundos y mendigos de razamixta le daba a la ciudad un aspecto

exótico y denigrante a la vez (Benítez,1982: 98).

Lo anterior demuestra el horror y eldesprecio con que la alta sociedad colo-nial veía a los individuos provenientesde las castas. Pero no sólo a los vecinosacomodados de la ciudad les incomo-daba la presencia de estos patéticos va-gabundos, sino también a los viajerosque durante la primera mitad del sigloXIX visitaron la ciudad, como Humboldt,madame Calderón de la Barca y BrantzMayer, entre otros, quienes nos dejaronsus impresiones sobre la plebe capita-lina multirracial. El último nos dice losiguiente sobre los vagos y los léperosen los albores del México independiente:

...ennegrecidos al sol, con el cabello largo

y enmarañado lleno de sabandijas, sin

que lo toque el agua salvo cuando hay

tempestad; con un par de bragas de

cuero o una blusa harapienta, anchada

de abominaciones sin cambiársela ni la-

varla nunca. Ojos feroces, dientes bri-

llantes, rostros aguzados por el hambre,

pechos desnudos y bronceados, si son

hembras dos o tres miniaturas de la

misma ralea que trotan en pos, y, de

seguro, otra liada con correas en la es-

palda, de ello tal es la efigie del lépero

mexicano de fines de la Colonia (Gortari,

1988: 349).

Tales críticos y censores no repara-ron en el hecho de que el mismo sistemajurídico-social, con su jeraquización ysu política racista implantada por la Co-rona, así como la costumbre secular de

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la sociedad colonial, descartaban a talesindividuos para desarrollarse conve-nientemente como seres humanos. Podríadecirse que toda la sociedad colonial es-taba formada por castas o individuosproducto de algún mestizaje.

La Nueva España era una sociedadque se componía de elementos hetero-géneos y antagónicos entre sí, en dondecada grupo tendía a diversos objetivos.Españoles —peninsulares y criollos—,indios, mestizos y castas vivían juntosen un mismo espacio, pero no unidos.Tal situación habría de traer forzosa-mente todo un cúmulo de contradiccio-nes sociales, como desempleo, despojolaboral en favor de grupos más favore-cidos, desigual reparto de la riqueza,delincuencia, hambruna y miseria, queforzosamente habrían de desembocaren la mendicidad y la vagancia de losgrupos sociales más débiles, es decir,

de la inmensa mayoría de la población(Rivera, 1988: 139).

No obstante, resulta sorprendenteencontrar que, de acuerdo con la docu-mentación consultada, también parafines del siglo XVIII un buen número deespañoles incurrían en la vagancia yla ociosidad. Esto se muestra en el cua-dro 2, correspondiente a los años 1797-1798, para la ciudad de México.

Como se ha visto, no pocos miem-bros del grupo español se dedicaban ala vagancia, ya que de los 14 casos re-feridos nueve eran españoles. Y tampocose puede decir que dichos individuoscarecieran de profesión, quizá sólo teníaobstáculos para ejercerla, o bien simple-mente les gustaba la vida licenciosa ycreían tener derecho a ella por perte-necer al grupo dominante.

Consecuentes con la actitud paternalque adoptaron los monarcas ilustrados,

CUADRO 2Grupos étnicos y vagancia-mendicidad entre 1797-1798

Nombre Grupo étnico Estado civil Edad Profesión Ocupación

Juan M. Marqués Castizo Casado 17 - VagoGacinto Aretia Mulato libre Soltero 25 Cochero VagoJosé Quintos Español Casado 38 Tejedor Vago y otros excesosJosé G. Arellano Español Casado 17 Sirviente VagoManuel Rivera Español Casado 30 Cochero Vago, vicioso y da

mala vida a su mujerMariano Coronado Español Casado - Sastre Vago y mal entretenidoJosé M. García Mulato libre - 16 Aprendiz Vago

de sastreMariano González Español Casado 36 Mayordomo Vago

de pulqueríaJosé Aguilar Mestizo Casado 19 Cigarrero VagoSilvestre Sandoval Español Soltero 15 - VagoJosé Ximénez Español Soltero 27 Platero Vago y malentretenidoJosé M. Prieto Español Soltero 22 Carpintero Vago y ociosoCrispín Ximenes Mestizo Soltero 17 Zurrador Vago y malentretenidoJosé M. Herrera Español Soltero 30 Carpintero Vago y vicioso

Fuente: AGN.C, vol. 556, exps. 11-12 y vol. 675, exps. 12, 1797-1798.

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los sucesivos gobiernos virreinales delsiglo XVIII se preocuparon también portodos los grupos sociales, aun por aque-llos que estaban al margen de la escalasocial. En esta época se elaboraron nu-merosas ordenanzas que reglamentabany, por así decirlo, suavizaban el trabajodel indio en el campo, las minas, lashaciendas y los obrajes. Dichas orde-nanzas, en la mayoría de los casos, noeran acatadas por funcionarios y pro-pietarios coloniales.

El comportamiento de las castasproducía gran malestar y preocupaciónpor parte de los funcionarios, ya quedecían que sus miembros andaban se-midesnudos y no querían trabajar, eransupersticiosos y vagos, alteraban elorden público con pleitos y borrache-ras y contaminaban con sus vicios alos indios. Las autoridades trataban dehacer una clara distinción entre estosgrupos mezclados y las llamadas “ra-zas puras”, el indio y el español (LeónPortilla, 1964: 330). Se trató de atajarel problema de la forma más expeditaposible: mediante la represión a lasclases consideradas como “infames porsu sangre”.

REPRESIÓN Y REHABILITACIÓN

A pesar de que la política social borbóni-ca, aparantemente paternalista, abogabapor el bienestar de los súbditos de laCorona, pronto se vio que lo más idóneopara el tratamiento de las clases bajasdesocupadas era la puesta en práctica

de una política de mano dura, sobretodo frente al hecho de que, ya para me-diados del siglo XVIII, el número de vagos ymendigos era tal en el reino que éstoseran considerados poco menos que unaplaga cuya erradicación era necesaria,razón por la cual las autoridades echa-rán mano de las medidas más extremas.Eran comunes las penas de azotes, presi-dio y muerte, dedicándolos a obras pú-blicas o bien deportándolos a otras colo-nias como Cuba, Florida o las Filipinascomo trabajadores forzados o, para fi-nes del siglo, como soldados para esosmismos destinos.

A pesar de la preocupación de lasautoridades virreinales ante el creci-miento de la vagancia y el bandidaje,casi todas las providencias que se to-maron para frenar el problema tuvieronmínimos efectos, y en la mayoría delos casos no consiguieron evitar su pro-pagación. Entre las causas se puedenmencionar las siguientes: la falta de re-cursos económicos y humanos, la negli-gencia y falta de cooperación entre lasautoridades competentes y el rígido sis-tema de jeraquización social que limita-ba la libertad de movimiento de algunosgrupos sociales, orillando con esto avagos y mendigos a dedicarse a activi-dades delictivas. Por tal situación, elgobierno virreinal trataba de evitar unproblema que él mismo había creadoen parte, debido a su propio esquemasocial, como ya se ha explicado.

Para controlar, en la medida de loposible, el bandolerismo resultante dela vagancia y de otras causas, se creó

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Vagos y mendigos en la ciudad de México a fines de la Colonia

en 1719 el Real Tribunal de la Acor-dada. Éste se encargaba de perseguir alos maleantes que infestaban los cami-nos, aunque también llegó a actuar encontra de los vagabundos.

Pero en lo que respecta al ámbitourbano, los bandos y prohibiciones te-nían otras características. A partir dela segunda mitad del siglo se incremen-tó el número de prohibiciones que lossucesivos gobiernos implementaroncon respecto a ciertas costumbres po-pulares como las mascaradas y el yamencionado carnaval, además de lasque trataron de reducir el consumo debebidas embriagantes. Estas prohibi-ciones se dieron principalmente en lasdisposiciones de 1784, 1785, 1787,1792 y 1794, aunque en la de 1796,conocida como el Bando del Chinguirito,se autorizó la libre venta de aguardien-te. El hecho de que los gobiernos ilus-trados prohibieran, limitaran y restrin-gieran el consumo de bebidas alcohólicasen sus dominios se debió a que se creía—y no sin cierta razón— que dichasbebidas eran la causa de los desmanesde la plebe en las grandes ciudades.Detrás de estas prohibiciones se denotaun trasfondo económico por parte de lasautoridades coloniales. No sólo habíala preocupación por los efectos que lasbebidas embriagantes pudiesen causaral bajo pueblo, sino que se trataba decontrolar el consumo de dichas bebidaspara encauzar los beneficios económi-cos en favor de la Corona. Siendo el pul-que la bebida más consumida entre laplebe, fue convertida en monopolio real.

En real ordenanza de 1745 se auto-rizó al gobierno colonial para perseguira todos los vagabundos y mendigos yrecluirlos en los asilos o mandarlos alos arsenales, en la inteligencia de quesi reincidían la pena sería doble (Mi-jares, 1931: 99). En una orden real de1755, el primer conde de Revillagige-do instruía a su sucesor el marqués delas Amarillas acerca de cómo tratar elproblema de la vagancia y la mendici-dad, proponiendo que vagos y mendigosfueran ocupados en las obras públicas,especialmente en las destinadas a me-jorar las calles y calzadas, el acueductode Chapultepec y la limpieza y el desa-güe de la ciudad (AGN.CV, vol. I, exps. 7 y15, año 1755).

Está visto que el sistema jurídicocolonial que imperó durante la prime-ra mitad del siglo XVIII todavía ponía enpráctica medidas más de carácter pu-nitivo que correctivo. Es decir, que setrataba en la mayoría de los casos de cas-tigar a los infractores de algún delitoen vez de corregirlos, trátese de crimina-les de derecho común o bien de simplesvagos y mendigos. Pero a partir del rei-nado de Carlos III el problema se agu-dizó, debido principalmente a la políticafiscal borbónica, la cual afectó a todoslos estamentos sociales del reino. Enefecto, la segunda mitad del siglo XVIII

se caracterizó por el gran desarrollo yagudización de la explotación colonial.Las clases trabajadoras son más explo-tadas y las clases dirigentes desean todoel poder para sí mismas (Semo, 1981:367), lo que provocó que muchos de los

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necesitados se convirtieran en mendigosy vagos, dependiendo de las limosnasobtenidas o conseguidas por el socorrosolicitado, tanto en calles y plazas comoen las puertas de las iglesias.

La política seguida por Carlos III conrelación a las clases bajas tenía comoobjetivo sustituir la caridad privada porla beneficencia pública, ya no paracontrolar la vagancia y la mendicidadsino para erradicarlas. Esto es, el Es-tado debía tomar bajo su jurisdicciónel cuidado de la gente menesterosa,aplicando medidas tendientes a hacerdesaparecer el fenómeno.

En este periodo, las medidas paracombatir la vagancia, la ociosidad yotros delitos afines fueron aplicadas demanera más rigurosa que en épocas an-teriores. La política jurídico-social quese dejó sentir a partir de este reinadocontinuó siendo represiva, a pesar delas disposiciones que la Corona dictóen sentido contrario. La represión tendióa racionalizarse. En efecto, las medidasconducentes a reprimir tales proble-mas aspiraban ya no tanto a castigarsino a rehabilitar a los infractores, paraasí erradicar dicho fenómeno.

Desde luego la Corona propugnabapor la utilización intensiva de vagabun-dos en las obras públicas, los obrajes,la colonización de nuevos territorios, elreclutamiento en el ejército de recientecreación y, por último, las minas, entreotras actividades. La política de emplearvagos, criminales, mendigos y otros ele-mentos considerados nocivos para lasociedad en las actividades anterior-

mente mencionadas no fue privativa delúltimo periodo colonial, sino que estose venía dando ya desde épocas ante-riores, aunque en este último periodoes cuando adopta un carácter más ge-neralizado.

No únicamente para trabajos for-zados y otras actividades dentro de laNueva España se utilizaban vagos ycriminales. Se calcula que las obras defortificación en La Habana requirieronel envío de más de cinco mil trabaja-dores novohispanos reclutados entre lahez de la sociedad: vagabundos, ociososy malentretenidos (Semo, 1981: 353).También se daba el caso de enviar unaremesa anual de estos elementos a lasFilipinas, con el fin de dedicarlos a labo-res forzadas.

Por otra parte, también se utilizaronmenesterosos y pobres sin ocupaciónpara realizar obras públicas dentro dela Nueva España, lo cual se encuentrailustrado en el siguiente fragmento, endonde el virrey conde de Gálvez, median-te un oficio, informó al arzobispo de Mé-xico Alonso Núñez de Haro lo siguiente:

...que se socorra la necesidad de los mu-

chos pobres que mendigan en esta capital

proporcionando ocupación en las obras

públicas que se expresan a los sanos y

robustos que puedan ganar el sustento

con su propio trabajo que lo hagan, y

[se dé] el alimento necesario en el hos-

picio a los impedidos por ancianos u otra

legítima causa, todo vajo el modo y pre-

venciones que se comprenderán al tenor

de dicho Bando en el que ordeno que pa-

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Vagos y mendigos en la ciudad de México a fines de la Colonia

sando el termino que se prescribe para

la presentación voluntaria de todos los

mendigos a fin de darles destino u ocu-

pación conforme a su edad, fuerzas y

sexo se aprenda a qualquiera persona

que se encuentre pidiendo limosna sin

distinción de parage o lugar pues quiero

no se reserve ni aún en este Real Palacio...

(AGN.BN, vol. 1443, exp. 31, 1786).

En contraste con la política seguidapor gobiernos anteriores, la actitud delos virreyes hacia los mendigos e impe-didos físicamente fue más conciliado-ra y humanitaria durante el últimotercio del siglo XVIII. Del mismo modo,las ideas de la ilustración hicieron mellatanto en los grupos más privilegiadoscomo, en menor medida, en los estratossociales más bajos. Esto trajo un cam-bio de actitud, tanto de las autoridadesciviles y eclesiásticas como de algunosparticulares acomodados, hacia las cla-ses de los menesterosos. Las institu-ciones filantrópicas dedicadas al auxiliode pobres, mendigos y vagabundos co-menzaron a extremar sus funciones debeneficencia, trátese de las ya estableci-das, o de las de reciente fundación. Entreestas últimas cabe destacar el Hospiciode Pobres, a cuya fundación se opusoel mismo Carlos III, en 1766, aducien-do que se preocupaba (el hospicio) máspor los vagos y mendigos de la ciudadque por los huérfanos y niños expósitos:

Por cédula real del 14 de octubre del año

próximo pasado [1766] os ordené que sus-

pendieseís cualquiera ovidencia que

hubieseís tomado para el estableci-

miento de la casa de misericordia que

intentaba fundar en esa ciudad don

Fernando Ortiz Cortéz, remitieseís las

constituciones que se quedaron en el

asupto y ahora me ha representado

difusamente el enunciado señor don

Fernando Ortiz Cortéz, que consideran-

do el infeliz estado en que se hallán mu-

chas personas de ambos sexos total-

mente imposibilitadas a buscar el

sustento por su trabajo y, así por ha-

llarse cargada de años como por haber

padecido grabes enfermedades que los

han inutilizado, y se ven precisadas a

mendigar de puerta en puerta, causando

a los vecinos gran prejuicio, inquietan-

do a los enfermos con sus extraordina-

rios clamores y impidiendo a los fieles

que concurren a los templos el hacer

oración y oír Santo Sacrificio de la Misa...

que siendo los expósitos y niños huér-

fanos e igualmente necesitados, también

se les debería tomar en cuenta en la fun-

dación de dicha casa de misericordia...

(AGN.CR, vol. 88, exp. 116, año 1766).

De esta manera, el monarca refle-jaba su preocupación al virrey marquésde Croix con respecto a los miembrosmás necesitados de la Nueva España,sin hacer distinción de sexo o situa-ción social, siendo éste un enfoque com-pletamente humano y paternalista, pro-pio del despotismo ilustrado. En cédulareal de 1769, el monarca a través delReal Consejo de Indias ordenaba el esta-blecimiento definitivo de un hospicio depobres, mendigos y niños huérfanos:

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Rosa María Gómez González

Por acuerdo del Consejo remito a vuestra

excelencia el adjunto real despacho del

2 de este mes (abril), en que se le orde-

na practique inmediatamente lo que se

le previno por la Real Cédula que se in-

serta sobre el establecimiento del hos-

picio fundado en esa ciudad para recoger

a los pobres, mendigos y niños huérfa-

nos, y que execute lo demás que se ex-

presa y de su recibo me dará vuestra

excelencia aviso en la primera ocasión,

que se ofrezca para que lo pueda poner

(la) noticia del mismo consejo de Indias...

(AGN.CR, vol. 94, exp. 72, año 1769, Carta

del ministro Thomas del Mello al virrey

marqués de Croix)

Esta institución, la de mayor impor-tancia en su tipo en la América españo-la, sobrevivió con altibajos hasta 1867.

Otra de las actividades inherentesal tratamiento de la mendicidad fue labeneficencia privada. Muchos ricos mi-neros, comerciantes y terratenientescomo José de la Borda, Manuel GonzálezObregón y Alcocer, conde de la Valen-ciana, Pedro Romero de Terreros, condede Regla y las familias Fagoaga y Basso-co, se distinguieron como desprendidosfilántropos que donaron grandes canti-dades para obras de beneficencia. Aun-que, por más que el filantropismo pudohaber inspirado la legislación de la Co-rona sobre vagos, pobres y mendigos,no cabe duda de que el problema de lapobreza estaba directamente asocia-do, para la segunda mitad del siglo XVIII,con el mundo del trabajo —pues se tra-taba de brazos ociosos— y con el de los

delitos, robos, motines, asonadas, etcé-tera. De esta manera, el objetivo de laCorona era acabar con la mendicidad,tal como se extirpa del cuerpo un órganoenfermo, pero sin profundizar demasia-do en las causas de dicha enfermedad,que resolvieran estructuralmente el pro-blema (Sacristán, s/f: 29).

Durante la última década del siglose intensificaron los esfuerzos de las au-toridades virreinales en cuanto a lapolítica social. Fue en el gobierno delsegundo conde de Revillagigedo (1789-1794) cuando se aplicó el mayor núme-ro de bandos y ordenanzas que teníancomo objetivo principal un reordena-miento de la situación urbana en la ciu-dad de México. Este virrey emprendióla limpieza de las calles y plazas, ini-ció el empedrado y el alumbrado público,instauró la policía, abrió numerosascalles, restauró los paseos y jardines y,en fin, tuvo una actividad extraordina-ria en el ramo de obras públicas (More-no Toscano, 1978: 176). También mandórecoger los puestos que se extendíanpor toda la plaza mayor e inclusive inva-dían el Real Palacio, situándolos en laplaza del Volador. Asimismo se preocupópor el aspecto de la plebe capitalina, lacual escandalizaba sobremanera a pro-pios y extraños por su impasible des-nudez, obligando a los patrones a vestira los ensabanados que eran operariosen los obrajes, descontándoles la ropade sus salarios. Los infractores ya nopudieron entrar en las fábricas, los pa-seos o las funciones solemnes de lacatedral si no estaban decentemente

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Vagos y mendigos en la ciudad de México a fines de la Colonia

vestidos. Con esto se logró que alre-dedor de diez mil obreros renunciarana su patética desnudez. En marzo de1790 este ordenamiento se hizo exten-sivo a los operarios de la Real Fábricade Tabacos y de la Casa de Moneda (Sa-cristán: 176).

En 1792, Revillagigedo informó al reyde las mejoras habidas en materia depolicía en la ciudad de México, a cau-sa de haber recaído los puestos de al-calde de cuartel en “sujetos idóneos”.Una de las disposiciones que más cele-braron los alcaldes de barrio fue la derecoger a cuanto vago encontraban paradarle el destino oportuno, de acuerdocon la circunstancia de cada uno (AGN.CV,vol. 160: 206, año 1790). Está visto quea finales de siglo los nuevos ordenamien-tos que se referían a la seguridad socialtrataron de controlar de una forma másdirecta los desórdenes callejeros, las ac-tividades comerciales en las calles y elaspecto patético de la plebe capitalina.

Finalmente, podemos concluir quela política social borbónica a lo largo delsiglo XVIII mostró dos facetas comple-tamente diferentes: la primera etapa,que abarca hasta mediados de siglo, secaracterizó por utilizar métodos represi-vos que buscaban someter tanto a vagoscomo a mendigos y delincuentes, esdecir, buscó controlar el fenómeno contoda clase de paliativos; durante la se-gunda etapa, la cual cubre la segundamitad del siglo, las ideas de la ilustra-ción influyeron en el Estado español paraque adoptara medidas tendientes a erra-dicar de la sociedad tales fenómenos.

Se trató ya no sólo de reprimir y castigara los facinerosos sino de rehabilitarlosencauzándolos a actividades de todotipo, o bien prestándoles asistencia pú-blica, cuando así lo requerían. Si bienel Estado borbónico pugnó por una cen-tralización total del poder real y todoindividuo debía formar parte de este pro-ceso, los vagos y mendigos en la prác-tica quedaban excluidos de los benefi-cios de esta política.

En definitiva, ninguno de los dosproyectos consiguió sus objetivos de con-trolar primero y de erradicar despuésla miseria y la ociosidad en la colonia.Esto se debió en gran parte al hecho deque en ambos casos se atacaron sólolas manifestaciones del problema, sin lamenor intención de resolver las causasestructurales que lo provocaban y ac-tuar en consecuencia. Éste fue un asuntoque continuó vigente aun después deconsumada la Independencia, durantela mayor parte del siglo XIX, represen-tando un grave problema y un gran de-safío para las autoridades del Méxi-co independiente, quienes igualmentelo combatieron, sin llegar a erradicarlodefinitivamente.

ARCHIVOS

AGN.BN Archivo General de la Nación,Bienes Nacionales.

AGN.C Archivo General de la Nación,Criminal.

AGN.CV Archivo General de la Nación, Co-rrespondencia de Virreyes.

AGN.CR Archivo General de la Nación, Cé-dulas Reales

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Rosa María Gómez González

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