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ISSN: 1885-2718

El dEbatE sobrE la Grand StrateGy romana

Pau Valdés Matías, GRACPE-Universitat de Barcelona.

Fecha recepción 07.09.2010 / Fecha de aceptación 27.12.2010

rEsUmEnA partir de la publicación del libro de Luttwak The Grand Strategy of the Roman Empire se ha sucedido un largo debate analizando hasta qué punto su planteamiento sobre un «gran plan» para la defensa del Imperio era algo verosímil en los esquemas militares romanos. La importancia de estas dos visiones contrapuestas radica en las impli-caciones que tiene para la comprensión y la visión global del mundo romano.

Palabras clavEGrand Strategy - frontera - limes, ejército romano - ideología romana - historiografía.

sUmmaryFrom the publication of Luttwak’s The Grand Strategy of the Roman Empire there has been a lengthy discution concerning if Luttwak’s idea of a «big plan» for the defense of the empire was something realistic within the roman military schemes. The importance of this two antago-nistical visions lies in the implications it has in the comprehension and global vision of the roman world.

KEy wordsGrand Strategy - frontier - limes - roman army - roman ideology - his-toriography.

La concepción de la defensa de la frontera ro-mana, y de la frontera en sí misma, dio un vuelco a raíz de la aparición del libro de Edward Luttwak The Grand Strategy of the Roman Empire (1976). Con esta obra la concepción sobre la estrategia romana adquirió una nueva dimensión, ya que añadía al análisis la visión de un experto en aspectos estraté-gicos e introducía toda una serie de conceptos de carácter militar. Luttwak había trabajado como ase-sor para el Office of the Secretary of Defense, the Na-tional Security Council, The US Department of State, para las fuerzas armadas de los E.E.U.U. y para di-versos ministerios de defensa de la OTAN. Se trata de un especialista en geo-economía, estrategia y

políticas nacionales y militares como demuestran sus numerosos trabajos como Coup d’etat (1968), A Dictionary of Modern War (1971), The Strategic Bal-ance (1972), Strategy: The Logic of War and Peace (1987) y Turbo-Capitalism: Winners and Losers in the Global Economy (1999).

Es conveniente recordar que ya se había inten-tado aplicar concepciones geoestratégicas moder-nas a la antigüedad, como el artículo de Bullough (1963) con la relación Persia-Roma durante el si-glo IV dC, pero sólo Luttwak presentó un modelo global. Aunque algunos de los conceptos e ideas presentados en su obra no eran nuevos, algunos ya se podían encontrar en Mommsen, el libro tuvo

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un profundo impacto. Llegó a ser catalogado como el me-jor libro sobre Roma escrito en el siglo XX por un no es-pecialista. Es indudable que influyó a muchos autores que aceptaron sus puntos de vista. Pero también fue muy ma-tizado y criticado. No sin cierta razón, se acusó a Luttwak de ofrecer una visión excesivamente moderna y muy influ-enciada por sus propias concepciones sobre la guerra. Nu-merosos autores y de muy variadas tendencias, resaltaron innumerables aspectos de su obra, tanto para bien como para mal, pero, como matiza Wheeler, a partir de ella se integraron los aspectos tácticos y estratégicos del ejército imperial romano en una visión coherente de la política ro-mana (1). Además, este trabajo evidenció la falta de estudios y de análisis en profundidad en ese campo. En una reseña para el New Cork Review of Book Badian lo consideró como un ejemplo a seguir: «fascinating scholarly synthesis that teaches them how they ought to be doing their job» (2). Sin embargo, Badian matiza, siguiendo el trabajo de Mil-lar (3) en el que se resalta la importancia de la personalidad de los emperadores para entender la política romana, que la forma de actuar y las concepciones de los emperadores eran un factor clave dentro de las acciones del Imperio. Donde Luttwak ve una irresponsabilidad, refiriéndose a la entrega de posesiones a Agripa por parte de Calígula, Badian resalta el hecho que estas posesiones fueron después aceptadas y ampliadas por Claudio. Pero esta observación no «rompe» con las alabanzas al trabajo de Luttwak al que llega a com-parar con Mommsen por su contribución al estudio de la historia de Roma. Incluso autores que han criticado dura-mente las tesis de Luttwak han reconocido el peso y la im-portancia de su estudio: Mann considera que su análisis es una lectura obligada para cualquier historiador del Imperio Romano (4).

objEtivos dEl artícUloEl debate sobre la Grand Strategy ha sido extenso y es

difícil condensarlo debido a la gran cantidad de visiones, matices y ramificaciones existentes. Un ejemplo sería la dis-cusión alrededor del limes Arabicus, uno de los que más tiempo ha estado presente en los trabajos sobre la frontera. Desvinculado en gran medida de la visión global sobre la Grand Strategy, éste ha permanecido centrado en su zona. En esencia, como lo catalogó Wheeler, el debate sobre el limes arabicus es un microcosmos dentro del debate gene-ral (5). Éste es un ejemplo de la extensión y la controver-sia dentro de la aplicación del concepto de Grand Strategy. Por esta razón, el presente artículo se estructura a partir de la exposición de las teorías de Luttwak. Por un lado, se ex-pone la teoría global y, por el otro, ponemos de relevancia cómo concibe el autor la organización de la defensa de las diferentes zonas del Imperio. Una vez expuestos sus plan-teamientos, destacaremos las diferentes críticas que se hicie-ron sobre sus planteamientos y los comentarios que su obra suscitó. La siguiente parte corresponde al análisis de la otra gran tesis sobre el funcionamiento de la frontera: la de Ben-jamin Isaac (1990). Este capítulo sigue el mismo esquema

que el anterior: planteamiento de las principales tesis del autor y las diferentes reacciones y críticas que se hicieron dentro de la obra. El siguiente apartado se centra en el cam-bio que surge en el debate, con la introducción y el prota-gonismo que adquirirán los conceptos ideológicos para arti-cular la frontera. Este apartado es importante pues supone, en cierta medida, una ruptura o, si se quiere, la suma de un factor más a la visión sobre la Grand Strategy. Para finalizar, el último apartado pretende mostrar la situación en la que se encuentra el debate en la actualidad, qué elementos si-guen presentes y cuáles no en los planteamientos sobre el limes romano y su organización y concepción.

Más que una visión exhaustiva, este artículo pretende dar una visión global del debate —resaltando los principa-les problemas y aspectos a destacar del mismo— pues en España no ha tenido una difusión importante, a pesar de su larga tradición y su presencia en numerosos trabajos. El me-jor ejemplo de esta situaciónes que la obra de Luttwak aún no ha sido traducida en España. Pero esta circunstancia no se reduce sólo a la obra de Luttwak pues la mayor parte de la bibliografía que citamos está en inglés, lo que demuestra que ha sido un tema tratado, en gran medida, por los histo-riadores de habla inglesa. Sin embargo, este hecho no debe restar importancia a un trabajo que ha tenido una gran in-fluencia sobre la forma en la que se debe entender la fron-tera, su planteamiento, organización y defensa dentro del mundo romano.

los concEPtos dE la Grand StrateGy, Force y Power

El análisis de Luttwak se basaba en el uso de una serie de conceptos militares y geo-estratégicos contemporáneos. Algunos de ellos se explican por sí mismos, pero, para com-prender su planteamiento sobre la política romana, es fun-damental entender bien qué significan Grand Strategy, Force y Power; tres conceptos clave en su planteamiento.

El concepto de Grand Strategy es un término complejo y que da pie a muchas interpretaciones (6). Sin embargo, para el objetivo de este trabajo lo que más nos interesa es la concepción del propio Luttwak sobre la Grand Strategy. En su obra no aporta una definición de la misma, pero sí precisa dos conceptos igualmente importantes para enten-der este término: Poder (Power) y Fuerza (Force). Ambos son elementos que, en gran medida, influyen en la concep-ción de Grand Strategy. El primero es, por encima de todo, una percepción externa de los demás. Si la apreciación del poder que tienen los demás se degrada, éste pierde impor-tancia. Esta apreciación se ve condicionada por una serie de percepciones complementarias. Desde la visión que uno mismo tiene de su poder, de las relaciones con otros esta-dos o la percepción que éstos tienen de ellas. Así, el po-der es la capacidad del sistema de mostrarse fuerte y com-petente, tanto ante los demás como ante su sociedad. Esta imagen viene condicionada por el coste que tiene para la sociedad el mantenerla. Cuanto mayor sea la capacidad de un sistema de equilibrar ambos factores- es decir, generar

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más «poder» a la vez que no consume a la sociedad-, ma-yor eficacia tendrá. Además, éste será más eficiente cuanto menos tenga que depender del uso de la Fuerza para sus-tentarse y mantenerse. Por el contrario, la Fuerza es la ex-presión de las capacidades del sistema: la capacidad de mo-vilización de efectivos militares. En una imagen gráfica: las legiones romanas (7).

Una definición de la Grand Strategy, intentando unifi-car conceptos y discusiones, sería la propuesta por Ken-nedy (1991). Ésta es la integración de los objetivos milita-res y económicos para preservar los intereses de un estado a largo plazo (8). Si estos objetivos son unificados con éxito, el resultado es que el recurso de la guerra para preservar los intereses estatales no sea necesario o, de serlo, se lleve a cabo con las máximas garantías posibles. Con posteriori-dad a su estudio sobre el imperio romano, Luttwak dedicó un libro a analizar diversos aspectos de la Grand Strategy. El primer elemento importante es que ésta actúa a un ni-vel amplísimo, pero que, a su vez, no repercute sobre todas las acciones que pueden llevar a cabo los diferentes países de una zona. Sin embargo, no se puede negar que todos los aspectos de una política se ven influenciados y delimi-tados por ésta. Existen una serie de elementos, más allá de los estratégicos y tácticos, que suponen un condicionante para la Grand Strategy. Uno de los más claro es la ideolo-gía. Así, estos elementos pueden tener un peso importante en el momento de determinar el éxito o fracaso. No sólo eso, sino que la estimación de su importancia viene, en gran medida, basada en las esperanzas y la propia política de la Grand Strategy (9). De la mezcla de los conceptos de Power y Force, junto con algunos de los rasgos destacados sobre la Grand Strategy, queda clara la importancia que tiene que ésta no incida de forma desproporcionada sobre la propia sociedad. Es vital para mantener su eficacia que sea sos-tenible y aplicada con el mínimo uso de la Fuerza (Force), pues, de lo contrario, supondría un aumento de los gastos y, por lo tanto, de la ruptura del equilibrio dentro del Poder (Power) para mantener la situación y lograr llevar a cabo los objetivos, en mayor o menor medida, deseados.

la visión dE lUttwaK y las rEaccionEs a éstaLa organización de la frontera bajo los Julio-Claudios

está basada en un ejército que ha sido configurado y recor-tado en base a las capacidades económicas y los recursos humanos con los que contaba Augusto al inicio del Princi-pado. La disposición de dicho ejército estaría centrada en la seguridad interna, nunca basado en disposiciones estratégi-cas ni de control (10). Por eso la figura de los estados clien-telares sería importante en esta época. Su función sería la de descargar de gastos al estado a la vez que asegurarían una frontera que, en aquel momento, no era estable. Dentro de este esquema Armenia sería el único estado tapón, acorde a la definición, que habría dentro de la organización romana. Además, su papel sería intermitente debido a sus continuos cambios políticos entre Roma y Partia. Es por esta razón que no hablamos de la presencia de unos estados tapones,

sino de una serie de reinos que ayudarían a aligerar el gasto que supondría para Roma el control de la frontera. El ejem-plo perfecto sería el del rey Deyotaro, según lo describió Cicerón: alguien que puede guardar las fronteras, pero no amenazar los intereses de Roma (11). Esta disposición para Luttwak sería la de un Imperio hegemónico, pues una parte de sus fronteras estarían guardadas por reinos y aliados que actuarían para retrasar cualquier acción del enemigo y dar tiempo a las fuerzas romanas de organizarse. Es importante destacar que dentro de este sistema era posible una expan-sión continuada. En esencia, el sistema estaba pensado para permitir seguir expandiendo el imperio, pues Luttwak no cree que Augusto fijase unos límites claros en la expansión romana, y dependía de tener cerca entidades políticas que pudiesen cumplir el papel de estados clientelares. Por esta misma razón, las conquistas de Claudio no supusieron un problema para el sistema (12).

El contraste vendría con los Flavios, que organizarían un sistema de defensa estable. Bajo los Julio-Claudios la frontera estaba condicionada, en gran medida, por acciden-tes geográficos y por los propios estados clientelares. Ahora se fijarían una serie de fronteras fijas y claras. Sin embargo, hay que tener presente que estas fronteras no eran conce-bidas como algo rígido e impenetrable, sino que eran un elemento dentro de una defensa flexible y móvil. Es impor-tante dejar de lado cualquier concepción de que una fron-tera debe ser inexpugnable para poder entender que actuaba como una barrera dentro de un sistema móvil de defensa. El éxito de esta medida se basaría no en la inexpugnabilidad, sino en su eficacia y en su coste. Dentro de esta mentalidad, es importante tener presente que una frontera se basaría en, por un lado, controlar los low intensity threats y, por otro, en prevenir los high intensity threats. Los low intensity threats en-globan correrías, pillajes o pequeñas invasiones, mientras que los segundos se refieren a las invasiones a gran escala. Cada una de estas amenazas exigiría un tipo de respuesta diferente para ser repelida, adsorbida o para actuar como filtro para amenazas mayores o menores para las que el sis-tema defensivo está pensado (13). Así las murallas, empali-zadas, etc. que conformarían una frontera serían elementos para hacer frente a una amenaza de baja intensidad. En nin-gún caso son elementos que, por sí solos, tengan que repe-ler un ataque. Son un apoyo para las fuerzas móviles que harán frente a la amenaza en la frontera. En contraste, en una zona como Siria donde la presencia de lo que se podría llamar high intensity threats es frecuente, estos elementos es-táticos pasan a tener un papel completamente diferente. Su función es la de actuar en la retaguardia, ya que frente a una gran concentración de fuerzas enemigas no pueden cumplir una función útil. Ahora son puntos desde los que reorgani-zar y servir como una zona de seguridad en la retaguardia a la vez que sirven como «trampolín» para las acciones de las fuerzas móviles. Por consiguiente, esta defensa no sería un elemento estático sino que requeriría una actividad (14). Esta organización aportaba una nueva concepción estraté-gica respecto a los Julio-Claudios ya que añadía una ma-

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yor libertad táctica frente a las amenazas de baja intensidad, además de conservar toda la superioridad táctica, movilidad y capacidad militar que había caracterizado al sistema de los Julio-Claudios (15).

La visión de Luttwak sobre el Bajo Imperio se centraba en la Defence in Depth (defensa en profundidad). Esta estra-tegia defensiva dejaría de lado la protección perimetral que se había realizado hasta el momento para maximizar la ca-pacidad de reacción del ejército y del estado. La defensa en profundidad se basaría en la presencia de una serie de pun-tos fortificados (ciudades, fortalezas, graneros) que tendrían la misión de retrasar el avance del enemigo. Parte del éxito del sistema dependería de que estos puntos fortificados fue-sen capaces de resistir un ataque (16). A su vez habría una serie de fuerzas, pequeñas y móviles, que se complementa-rían para llevar a cabo los ataques y la defensa del territo-rio. Para que el sistema fuese realmente exitoso, las fortale-zas debían ser suficientemente fuertes como para rechazar un ataque solas; las fuerzas militares debían poder actuar sin el apoyo de las fortalezas; y, éstas últimas estar ubicadas en puntos que obligasen al enemigo a someterlas para po-der avanzar (17). Un detalle importante es que los romanos nunca adoptaron este sistema por completo, pues los mo-mentos de éxito —o cuando se repelía una invasión- gene-raban la tendencia a organizar un contraataque, intentando forzar al enemigo a un cambio de estrategia. El otro gran eje del sistema es la función de estos puntos fortificados como puestos de almacenaje de suministros del ejército. Así, se negaba al enemigo su acceso y podía servir para abastecer al ejército rápidamente (18). Sin embargo, el sistema con-taba con el inconveniente de que ciertas zonas debían ser «sacrificadas» a la devastación del enemigo, pues la defensa romana ya no consistía en una defensa de perímetro sino en una serie de puntos estratégicos. A corto plazo, las pérdi-das ocasionadas por una invasión no tendrían efecto, pero, a largo plazo, supondrían un problema para el sistema lo-gístico. Así, habría una relación directa entre la capacidad del sistema y el daño soportado por las bases logísticas del Imperio. Esta relación forzaría al Imperio a adoptar una de-fensa más perimetral y una mayor concentración de fuerzas en la frontera para rechazar rápidamente al enemigo y, así, evitar el mayor daño posible. Evidentemente, si las fuerzas eran derrotadas, la penetración del enemigo dentro del sis-tema defensivo sería mucho mayor y, progresivamente, cada vez más profunda (19). Más allá de esta época, ya no hay un estudio sobre las variantes tácticas o los cambios en la Grand Strategy que llevaron a cabo los emperadores. Este es un aspecto de la obra que se ha destacado de forma nega-tiva. Sin embargo, en una entrevista en Conversations with History Luttwak diría que el marco cronológico de su es-tudio estaría definido hasta el momento en que Roma se quedó sin opciones a nivel estratégico para hacer frente a las invasiones y las presiones externas (20).

Este planteamiento generó una serie de matices o críti-cas por parte de diversos historiadores. La primera crítica vino de parte de Mann. Su crítica a Luttwak se puede es-

tructurar en una serie de puntos claves. El primero se basa en las fuentes y en la concepción sobre el Imperio que se ve reflejada en ellas. Dicha noción se basa en presentar al em-perador, y al mundo romano en general, pues también en-tran aspectos de época republicana en el análisis de Mann- como líderes obligados a la expansión continuada. Más que una obligación es un «deber» (21). Así, las conquistas y ac-ciones militares estarían centradas en la gloria y el presti-gio del emperador. La otra crítica parte de que en el pe-riodo del Bajo Imperio, según Mann, es imposible hablar de un sistema de defensa en profundidad (22). En su aná-lisis, en base a las evidencias arqueológicas, considera que éstas muestran una variedad de sistemas defensivos según la zona, los enemigos y la geografía del lugar (23). Su vi-sión sobre el caso oriental sigue el mismo patrón, enfati-zando que la reforma que llevó a cabo Diocleciano consis-tiría más en reforzar la frontera que en crear una verdadera defensa en profundidad (24). La figura del emperador y el peso que tenía en las decisiones militares y estratégicas es el eje de las críticas de Millar. No sólo eso, además añade los diversos problemas que podía tener el Emperador con la información que recibía, tanto por su calidad como por la rapidez con la que esa información se movía. La informa-ción que le podía llegar al Emperador debía de estar pro-fundamente condicionada por las concepciones y los inte-reses de quien presentaba la información (25). Además, la política recaería en gran parte en la mentalidad y la perso-nalidad del emperador. Los consejeros tendrían un papel secundario, lo mismo que los amici o comites. El ejemplo de Cómodo rechazando las recomendaciones de los anti-guos consejeros de su padre, todos ellos «de carácter orde-nado y vida sobria», ilustra esta idea (26). Así, la educación, sus valores «greco-latinos» o cristianos, condicionarían su reacción y acciones (27). No es el único problema que se achaca al personal que rodeaba al Emperador. El hecho que el Imperio romano no tuviese un cuerpo de funcionarios especializados en temas militares sería, a los ojos de diver-sos autores, un problema grande (28). Así Campbell consi-deraría «intrigante» el hecho que Roma lograse mantener un imperio tan grande sin contar con la presencia de una academia o una tradición formando a militares profesiona-les (29). En el análisis de las relaciones diplomáticas, la ca-rencia de un órgano que diese continuidad y experiencia a la política que pudiese llevar a cabo un emperador también era un problema al respecto (30). Este problema se vería in-fluenciado por otros mucho más notorios e importantes: las distancias y las lentas comunicaciones (31). Las distancias harían complejas las relaciones entre gobernadores, genera-les y sus actuaciones en las provincias. No sólo eso, la deci-sión en última instancia correspondería al Emperador (32). La dependencia y el control del Emperador harían que, pro-gresivamente, se fuese militarizando. La necesidad de que la dirección de una guerra importante recayese sobre el Em-perador cada vez sería mayor. El punto culminante sería la Tetrarquía; una consecuencia de esta necesidad (33). El otro gran problema sería la falta de conocimientos del te-

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rreno. La capacidad de reconocer itinerarios o rutas se vería complicada con el escaso, y poco fiable, conocimiento que tendría el Emperador (34). Esta idea ha sido matizada por Austin y Rankov ya que su conocimiento geográfico sería bueno respecto a los territorios bajo su control pero malo conforme más se alejaba de éstos. De hecho, plantean que tanto el Emperador como su consilium entenderían y repre-sentarían la frontera como una sucesión de vías intercomu-nicadas, algo que no podrían hacer para los territorios fuera del Imperio (35). En una misma línea se encontraría el offi-cium de los gobernadores (36). El hecho de ostentar man-dos largos, además del uso de diversos métodos para hacer indagaciones, les permitiría tener acceso a un conocimiento considerable sobre la geografía de su provincia (37).

En un análisis sobre las causas militares de la caída del imperio romano, Ferrill, dedicaba un capítulo a la Grand Strategy. En él distinguía sólo dos fases en la organización de la frontera en contraste con las tres de Luttwak. Ferril no veía una diferencia significativa entre las dos fases ini-ciales que esbozaba Luttwak. La diferencia entre esas dos, a los ojos de Ferrill, era más táctica que estratégica y creía que existía una continuidad suficientemente importante en-tre las políticas llevadas a cabo en ambas (38). Otro aspecto que criticaba era la mentalidad de «línea Maginot» que ha-bía resaltado Luttwak. Ferrill consideraba que el papel de los muros y las fortificaciones no es primordial durante el Alto Imperio. A su parecer, sólo el ejército era capaz de man-tener fuera a un enemigo del Imperio. Las fortificaciones tendrían un papel como apoyo o lugar de retirada del ejér-cito (39). Dado que el concepto de Grand Strategy —para Ferrill— incluye aspectos militares, políticos, diplomáticos, económicos y religiosos, en el siglo II dC ésta se basaría en la estabilidad política, con lo que las guerras civiles y las re-beliones que tuvieron lugar durante el siglo III dC fueron la causa de la caída del sistema (40). Más tarde, en su libro Ro-man Imperial Grand Strategy, Ferrill ampliaría algunos de los elementos resaltados en una respuesta más extensa y más elaborada, donde planteaba un modelo con múltiples mati-ces al concepto de Grand Strategy descrito por Luttwak. El primer punto que consideraba importante destacar es que la formación de la Grand Strategy por parte de Augusto se debió, en gran parte, a las presiones de la enorme milita-rización provocada por las continuadas guerras civiles en la etapa final de la República. Este aspecto tendría un im-pacto importante en la Grand Strategy de Roma debido a su enorme continuidad a lo largo del tiempo (41). Para Ferrill, éste sería el factor más limitante para el desarrollo de cual-quier Grand Strategy (42). Por otro lado, su desarrollo con-taba con una enorme ventaja: su superioridad a todos los niveles frente a sus rivales. Que el poder romano fuese he-gemónico y no hubiese ninguna potencia que pudiese supo-ner un contrapunto a su dominio, le permitía al imperio di-señar una Grand Strategy libre de problemas de diplomacia o de costes. Como resultado, los gastos militares para el im-perio serían muy reducidos (43). Por otro lado, para Ferrill, las críticas a la Grand Strategy basadas en la noción de que

la defensa de perímetro no permitía la presencia de fuerzas de reserva eran incorrectas por dos razones: la primera, por asumir la necesidad de una fuerza de reserva para que la de-fensa de perímetro fuese eficaz; la segunda, porque sí que disponía de una reserva: Italia. Si el emperador mantenía el control de las fuerzas militares de la frontera, cualquier uni-dad de reserva era innecesaria. Es más, la presencia de una fuerza militar tan cerca de la frontera supondría un elemento de inestabilidad política (44). No es de extrañar esta defensa del sistema perimetral, pues —y a diferencia de muchos his-toriadores (incluido Luttwak)— Ferrill consideraba que el modelo de Defence in Depth había sido un error y una de las causas clave de la caída del imperio romano. No sólo eso, sino que es un modelo basado en una estrategia perdedora y una muestra de la imposibilidad de mantener un perímetro suficientemente fuerte para frenar cualquier incursión del enemigo (45).

En un libro centrado en el estudio de las fronteras, Whittaker recogía las críticas que ya habían hecho con an-terioridad Mann, Millar y Campbell a las tesis de Luttwak. La ideología imperialista y la del propio emperador condi-cionaban cualquier posibilidad de crear una «frontera cien-tífica», pues ésta era imposible como objetivo militar. Otro aspecto importante era el de clarificar la diferencia entre una «ligne de bordure et une zone de bordure frontalière», pues son dos cosas distintas al carecer la segunda de un carácter administrativo o burocrático. Es de destacar que Whittaker no considera que ninguna frontera esté dotada de un carác-ter militar claro (46). En su estudio, Whittaker, estima que los ríos no son elemento de división cultural, ya que, por ejemplo, no se puede apreciar una diferencia cultural entre germanos y galos antes de la llegada de César (47). Por eso, no sería concebible que el Rin o el Danubio actuasen como fronteras. Más aún, los romanos no considerarían al Danu-bio como una frontera cultural o estratégica (48). Siguiendo el modelo de Lattimore para el Imperio Chino, Whittaker cree que la frontera se ha de entender como una especie de zona de transición. Esta zona sería a nivel económico y de-mográfico pobre, pues su anexión no reportaría beneficios ni ventajas para ninguno de los dos reinos (49). El concepto de frontera de Whittaker tuvo una influencia considerable y fue aplicado en numerosos trabajos. Por ejemplo, Elton consideraba, en su análisis de las fronteras del imperio ro-mano, que el papel que habían tenido las fortificaciones so-bre los estudios de la frontera había sido excesivo y habían dejado de lado muchos problemas y elementos a tener pre-sentes (50). Su voluntad de dejar de lado las fortificaciones y la idea de una zona militar queda clara cuando no plantea ningún modelo de organización de la defensa. En su estu-dio, el ejército sólo es considerado en sus labores de protec-ción contra los bandidos aunque sin considerar cómo sería su organización.

la visión dE bEnjamin isaacUno de los máximos exponentes de la crítica a Lutt-

wak y seguidor de la concepción del mundo romano de

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Whittaker es Benjamin Isaac. La primera crítica al modelo de Luttwak parte de la reprobación de Isaac al uso del tér-mino limes. A su parecer, el uso de este término, entendién-dolo como frontera defensiva, es erróneo (51). El término, según Isaac, tiene diversos significados que varían según el periodo de la historia romana. De esta forma, en el primer siglo, se referiría a un camino militar; de finales del siglo primero al siglo tercero pasaría a designar a una zona fron-teriza concreta, pero nunca con funciones militares; desde el siglo cuarto se usaría para designar un distrito fronte-rizo bajo un Dux. Por último, no existiría un término latino para describir una frontera defensiva (52). Como se puede ver, el trabajo de Isaac invalidaba por completo la visión de Luttwak puesto que, al afirmar que no existía un término específico para una frontera militar, negaba cualquier po-sible análisis de una Grand Strategy. La crítica de Isaac no acabó aquí. En su libro The Limits of the Empire, Isaac rea-liza un análisis completo de las provincias orientales y de la visión de Luttwak de la Grand Strategy en ellas. Para Isaac, el ejército romano en Oriente está organizado para actuar como un cuerpo de ocupación de la población y de defensa respecto a los problemas internos. La política exterior sería agresiva y, por lo tanto, el ejército estaría organizado para atacar a los enemigos externos, no defenderse de ellos (53). Así, la posición romana respecto a Persia y Partia no es la de crear una zona de defensa respecto a posibles ataques, sino la de crear una base para el ataque sobre Partia den-tro de una política de expansión romana continuada (54). El ejército y la frontera no se deben percibir como un ele-mento estático y marcado con una línea de defensa, ya que desde la mentalidad romana esto nunca fue algo practi-cado (55). La organización de Siria para Isaac cuenta con pocas evidencias, pero lo que sí parece constatarse es que la organización real de la provincia fue llevada a cabo bajo los Flavios (56). De esta época, por ejemplo, sería la co-nexión entre Siria y Palmira llevada a cabo en el 69 dC por M. Ulpio Trajano con la construcción de Cesarea y Scyto-polis. Esta reorganización se basaría en la necesidad de re-forzar Siria frente a los ataques de los Partos sobre ella (57). La defensa en profundidad para Isaac es un elemento que no es asumible para Roma, puesto que es necesaria la exis-tencia de unos refuerzos de gran capacidad, algo que Roma no puede asumir (58). En cuanto a la estrategia, Isaac no ve una Grand Strategy, pues no hay una especialización ni una organización clara, ya que cuando el emperador toma sus decisiones no se basa en las opiniones de los más exper-tos en la materia, sino que, por norma, suele escoger a sus amigos (59). Además, las acciones del emperador, en última instancia, estarían marcadas por el objetivo de salvaguardar su posición y cosechar gloria, en lugar de cualquier obje-tivo estratégico (60). Esta búsqueda de gloria es la que ha-ría que las campañas de expansión no estuvieran marcadas por un fin estratégico, sino que simplemente buscarían ex-tender el control lo más lejos posible (61). Por lo tanto, los romanos carecían de una concepción geo-estratégica para permitirles llevar a cabo una política eficaz. Por esta razón,

sus acciones estarían dictadas en base a los sucesos y se to-marían sobre la marcha. El libro de Isaac fue recibido con bastante entusiasmo por los historiadores (62), por ser una síntesis y, al mismo tiempo, una visión global de una zona poco tratada hasta aquel momento (63). A pesar de este re-cibimiento mayormente entusiasta, hubo discrepancias. Bir-ley dudaba que la noción de que el ejército fuese una fuerza de control se pudiese aplicar en todos los territorios (64). Otra crítica surgió debido a la proyección de perspectivas producto de la ocupación israelí actual al periodo romano, especialmente, teniendo en cuenta que uno de los aspectos que se criticaba a Luttwak era su uso de conceptos moder-nos (65). Otra crítica se centraba en la excesiva simplifica-ción que hacía Isaac del ejército y el hecho de que, para él, si algo no era nombrado —como, por ejemplo, la inteligen-cia militar o pensamiento estratégico—, no existiese (66). La visión de Isaac encontró en Gregory Shelagh un segui-dor, ya que éste había fracasado en su intento de encontrar una «fuerte línea defensiva» en Oriente. A pesar de su con-cepción inicial sobre la existencia de un sistema perimetral de defensa, las evidencias arqueológicas hacían insostenible justificar el uso de dicho modelo en la zona oriental. No sólo eso sino que incluso consideró que esa idea podía no existir (67). Por eso adoptó la idea de Isaac de que el ejér-cito no tenía una función principalmente defensiva para in-terpretar la frontera oriental. Para Shelagh, una frontera con fortificaciones interconectadas entre sí es una excepción. In-cluso cuando se pudiera constatar tal situación, se trataría de lugares donde albergar a las tropas más que de fortifi-caciones propiamente dichas. Lo que sí que se puede veri-ficar es la presencia de carreteras y fuertes que enlazan los enclaves entre sí (68). Más que una defensa en profundidad —cosa que le parece difícil de ver con las evidencias—, ha-bría una red de fuertes y carreteras comunicadas entre sí a menos de un día de distancia. Este sistema variaría según el territorio y el grado de amenaza de la zona (69).

La crítica más extensa y dura hacia las tesis de Isaac vino de parte de Wheeler. En un artículo dividido en dos partes, analizaba las diferentes críticas que se habían vertido sobre la tesis de Luttwak. Su análisis se centraba en las tesis ex-puestas por Whittaker e Isaac. Ambos estaban en la línea de los recientes estudios en donde se intentaba desmilitari-zar el estudio de las fronteras, de la «arqueología social», la escuela de los Annales, del reduccionismo hipercrítico y el rechazo de la existencia de una especialización en las accio-nes de los gobiernos antiguos (70). La primera crítica, re-ferida a Isaac y Whittaker, se centraba en el hecho de que no formulasen una definición de estrategia (71). No sería el único problema en este tema, puesto que Wheeler conside-raría que los «reduccionistas» tendían a asociar política mi-litar con estrategia (72). Asimismo, la crítica de que no se podía hablar de estrategia al no estar mencionada en los tra-tados contemporáneos era calificada de «absurdidad» pues no significaba que no existiese. Por esa regla de tres, con-cluye Wheeler, el hecho que no tengamos tratados sobre un tema concreto haría que ese aspecto no estuviese presente

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en el mundo romano (73). Esta crítica sobre la estrategia concluía con un reproche a la visión de Isaac, en la que se eliminaba el peligro externo para Roma en el caso oriental. De esta forma, se simplificaba el concepto de política exte-rior hasta hacerlo inútil y, por lo tanto, cualquier concep-ción estratégica quedaba descartada (74). La segunda crítica se centraba en la visión del gobierno. La idea de que éste era incapaz de planificar correctamente y de forma eficaz no tiene lógica, pues muchos autores que asocian esta idea a la guerra asocian, a su vez, dicha noción a las acciones del go-bierno para planificar y mejorar la explotación (75). La ter-cera crítica hace referencia al rechazo al uso de conceptos modernos para interpretar el mundo antiguo. Esta visión, iniciada por Finley, sería secundaba por Millar, Campbell (un discípulo de Millar) e Isaac. Esta idea, según Wheeler, se basa en que lo que manifiestan los textos es lo que los autores dicen. Los problemas que provoca esta práctica afectan a diversos aspectos. Uno es asumir que los textos son completos, descartando los argumentos ex silentio. Otro es el hecho de que se suelen ignorar los límites de la histo-riografía antigua. Por esa razón, no se acostumbra a hacer crítica ni análisis en profundidad de lo que dicen esas fuen-tes. Estos problemas son las grandes bases y herramientas metodológicas de Isaac, que busca —según Wheeler— «a pristine ancient reality untainted by anachronistic modern concepts» (76).

El trabajo de Wheeler no tomaba en consideración el papel de la información. Los trabajos que exploraron una de las principales críticas a Luttwak que más tiempo ha-bían estado presentes fueron el de Lee y el Austin y Rankov. Con posterioridad se añadió el de Sheldon. La opinión ge-neral de los autores que para el Imperio la información era algo importantísimo para la seguridad del mismo y que no se podían interpretar unas fronteras «cerradas» como las planteadas por Millar (77). Naturalmente, el Imperio tenía límites y una cierta capacidad de «prever», pero es cierto que la capacidad de anticipar sucesos como los movimien-tos de los Hunos o la caída de los Partos estaban fuera de su alcance. Si bien Lee matiza que criticar la incapacidad romana de prever la caída de los partos no implica más que unas expectativas modernas. A fin de cuentas, concluye, ¿hasta qué grado la CIA sabía de la caída de la URSS? En la misma línea se expresaba Sheldon recalcando los casos de las dos guerras mundiales como ejemplos claros de la incapacidad de la inteligencia para prever todos los suce-sos (78). De hecho, esta incapacidad es tratada con especial interés en la obra de Sheldon en donde la influencia del 11 de Setiembre de 2001 era considerable. En primer lugar, el libro enfatiza la utilidad de conocer el pasado para resaltar la importancia de la inteligencia tanto en el pasado como en la actualidad (79). En segundo lugar, por la vinculación de los cambios dentro de la estrategia de la inteligencia romana siempre vinculada a raíz de derrotas o problemas militares de primer orden como pueden ser la derrota de Trasimeno, Teutoburgo o Aquileia (80). Dejando de lado estos aspec-tos, todos los autores resaltarán las precauciones que toma-

ban los ejércitos al llevar a cabo invasiones (81) y el hecho que muchas veces se constate en las fuentes que delegacio-nes de paz son enviadas antes de una invasión muestran cómo la información entre las dos fronteras fluía y cómo un ejército podía prever o esperar un ataque (82). Lee pone de manifiesto este hecho mostrando cómo, en el Bajo Imperio, en muchas ocasiones las propias invasiones de un reino so-bre otro solían coincidir cuando este último estaba enfras-cado en problemas en alguna de sus fronteras (83). Sin em-bargo, conviene destacar que en su obra Rankov y Austin asociaban esta importancia de la inteligencia a la centrali-zación del Imperio y que era algo que no se podía dar du-rante la República (84). Lo importante es que estos autores destacaban que la mayor parte de la información que ma-nejaba el Imperio era para asegurar la protección del Em-perador más que para controlar cualquier amenaza externa. Sheldon iría más lejos y afirmaría que el Imperio romano tenía un sistema de toma de decisiones rudimentario, una política incoherente y una recogida de inteligencia ineficaz pero sin dejar que hacer constar que era indudable el uso de la inteligencia aunque juzgarlo desde la óptica moderna era un error (85).

Otro trabajo que incidía sobre las críticas a las posicio-nes de Whittaker era el de Nicasie. Centrándose en el pa-pel que tenía la geografía en la formación de fronteras, ha-cía suya la idea de Whittaker de que éstas no tenían porque ser intrínsecamente un elemento cerrado o de carácter na-tural. Es más, resaltaba su importancia como elementos de comunicación (86). Por esa razón enfatizaba que su control y sus particularidades justificaban su uso como elemento de frontera (87). Incidía especialmente en el caso de los ríos. Éstos representaban un límite claro y fácilmente reconoci-ble; su cruce era una tarea complicada y que consumía mu-cho tiempo, lo cual servía para retrasar al enemigo dentro de la práctica de una defensa en profundidad (88). Del caso Oriental resaltaba el papel que tenía el dominio del agua para controlar los movimientos. Los puestos de control no serían una fortaleza por sí misma, pero sí que serviría para avisar de los ataques de unos enemigos con gran movili-dad. Esta función de los puestos avanzados se reforzaría al centrarse la guerra entre Roma y Persia en ciudades como Singara, Bezabde, Nisibis y Amida (89). Especialmente in-teresante era el apunte de Austin y Rankov en lo referente a la inexistencia de puentes permanentes dentro del Impe-rio. Las menciones en las fuentes siempre eran de puentes temporales o que eran destruidos más tarde. De este modo se evitaba que existieran puntos por los que cruzar el río fuese más fácil. Este hecho indicaría una concepción clara sobre el papel de los ríos como puntos clave para defender la frontera y frenar el avance de los enemigos (90).

¿GUErra Primitivista o modErnista?El contundente artículo de Wheeler generó una res-

puesta por parte de Whittaker. En ella resaltaba que su punto principal de crítica a Luttwak venía, no en térmi-nos estratégico-militares, sino de «an unwillingness to re-

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lieve that emperors had an intention in defence or in de-fining the point at which expansion was to stop». En su respuesta aplaudía la introducción de la «roman ideology of war» por parte de Wheeler. Este punto le llevaba a cri-ticar el concepto de estrategia que usaba Wheeler, pues, a sus ojos, estaba abarcando cualquier tipo de acción militar planificada (91). A esta definición le veía problemas: dema-siado extensa (all-embracing) y poco útil como instrumento de análisis. Era una definición incompleta sin los añadidos de Endle y Liddell Hart. Así, el objetivo de ganar guerras y gloria, muy importante en las decisiones romanas, no sería por sí misma una Grand Strategy ya que no nos encontra-ríamos ante una «balanced decisión taking into acount the effects of war» (92). Aunque sí observa una cierta planifi-cación en las guerras a todos los niveles, no la ve como un elemento que pueda justificar unos «consistent, integrated and long-term political ends» (93). Esta idea estaría muy integrada dentro de la conciencia romana, pero nunca se podría hablar de un esfuerzo integrado hacia un fin polí-tico, una Grand Strategy (94).

El siguiente punto de discusión eran las fronteras. Para Wheeler, las fronteras en época imperial serían el producto de una continuidad respecto a la época republicana. Esta idea es rechazada de plano por Whittaker. Siguiendo a Fe-rrill, el enlace entre los conceptos de Grand Strategy y la frontera radicaba en la disposición que se daba a las tropas. De este modo, el movimiento de tropas sería una respuesta al momento y al deseo de controlar el mayor territorio po-sible. Este punto llevaba a otro de los elementos claves de la discusión: en qué momento tuvo lugar un cambio en la organización de la frontera (95). La estrategia de Augusto sería una mezcla del concepto de bellum iustum, además del concepto del finis imperii. En definitiva, no se estaría ha-blando de Grand Strategy, sino de ideología. Lo mismo se aplicaría a la política del siglo II dC. Resumiendo, a los ojos de Whittaker sólo se puede constatar la presencia de las idea de la propagatio imperii y del imperium sine fine en lugar de cualquier concepción de Grand Strategy (96).

Como hemos podido ver, el planteamiento inicial sobre la Grand Strategy se vio influenciado, o condicionado, por la introducción de la ideología militar romana. Este punto, resaltado por Wheeler e introducido de pleno en el debate por Whittaker, ha sido el más notorio en los trabajos más recientes. Uno de los autores que más peso dará a este tema será Mattern. Así, lo importante son las ideas que había de-trás de las decisiones del Emperador, puesto que la imagen de los romanos como expertos estrategas es una ilusión tal como entendemos hoy la estrategia. En consecuencia, las relaciones internacionales serían una cuestión de estatus, no el producto de «complejas relaciones socio-políticas» (97). La política romana sería comparable, en su forma de actuar, a los héroes homéricos o a los gangsters de la Mafia, en cu-yos casos el estatus y la seguridad dependen de la habilidad o la capacidad de infligir violencia (98). Naturalmente, las críticas de Millar sobre los amici o la figura del emperador están muy presentes (99), pues inciden en —y reafirman—

su objeto de estudio: la mentalidad como eje básico de las decisiones imperiales. La clave para entender las relaciones externas romanas y su forma de actuar se basa en el estatus. El Emperador, y el Imperio, dependían de dicho elemento y de cómo eran vistos por sus enemigos. La estrategia ro-mana es, en parte, moral y psicológica (100). Por eso, las estrategias defensivas del imperio están marcadas psicológi-camente y no por lo que podríamos denominar unas scienti-fic frontiers, sino por una frontera fruto del terror y por una estrategia «in the realm of psychology» (101).

Una visión opuesta a este predominio de la ideología sobre la estrategia se puede observar en Kagan. En el pro-blema planteado sobre el uso de las fuentes, exponía que la visión de los objetivos reales del Emperador o sus conseje-ros rara vez habían sido transcritos (102). No sólo eso, eran algo secreto. Si en la actualidad, en la era de la información, el acceso a datos o las bases respecto a las que se toman las decisiones de gobierno no es fácil, es de suponer que lo mismo sucedería en el pasado. No sólo eso, el concepto de largo plazo es relativo dentro de la estrategia. Incluso los es-tados modernos son incapaces de crear una Grand Strategy de larga duración, sino que está fuertemente condicionada por sus respuestas a crisis de corto plazo (103). Es más, Kagan resaltaba el hecho de que las fuentes son el reflejo de creencias u opiniones de los autores sobre los sucesos que relatan, motivo por el cual no podían ser consideradas como un elemento claro y definitorio sobre el pensamiento o la estrategia. Aun así, cualquier comentario estaría fuer-temente matizado por esas creencias y debería de ser anali-zado críticamente (104).

Más recientemente, Heather incluyó el papel de los es-tados clientelares dentro de la estrategia del Bajo Imperio. Heather apuntaba que éste había sido un aspecto ignorado por Luttwak (105), pero que tenía un enorme peso sobre la política romana, ya que suponía un elemento que le per-mitía descargar presión y esfuerzos militares. Por otro lado, esta necesidad de mantener un grupo de estados clientela-res cercanos obligaba al imperio a tener una extensa red de informadores para poder evaluar y reaccionar con eficacia a cualquier problema que sucediese a su alrededor. Heather se hacía eco de los estudios de Lee para reforzar aún más la tesis de que las fronteras del Bajo Imperio no eran «zonas cerradas a la información», sino que, por el contrario, con-formaban el escenario de un continuo flujo de información tanto en un sentido como en el otro. No sólo eso, las cam-pañas que llevaba a cabo Roma, en un intervalo de veinte-treinta años, reforzaban esta visión (106). Heather no creía en la visión de la Grand Strategy romana, pero tampoco la negaba. Se situaba en un punto intermedio (107), aunque hay que decir que fallaba al afirmar que el Bajo Imperio no era un imperio defensivo, sino todo lo contrario. Luttwak ya puso de relieve este problema dentro de la práctica del Bajo-Imperio y los problemas que generaba dentro de su gestión de recursos. Si bien es cierto que el aporte que hacía Heather sobre el rol que adquirían los estados clientelares en el bajo-imperio ayudaba a entender mejor el problema

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que planteaba Luttwak para el modelo defensivo del Bajo Imperio. De este modo, Heather consideraba que estas cam-pañas —que Luttwak situaba en un intento del Bajo Impe-rio de pasar de una defensa en profundidad a una defensa hegemónica— se encuadrarían dentro de una práctica del emperador para asegurar el control y las acciones de los es-tados clientelares germanos.

la visión actUalLa visión sobre la Grand Strategy no ha quedado definida

de forma clara y sigue habiendo, en esencia, dos grandes vi-siones: una en que se rechazan los preceptos de Luttwak, y otra que adapta o sigue parte de ellos. No es de extra-ñar que, para algunos autores, ya se dé por asumido que no hubo en ningún momento, en el sentido moderno, una Grand Strategy por parte del imperio romano (108). Así, las evidencias que han aportado muchos de los autores que sí que creen ver una Grand Strategy no son más que pequeños elementos o indicios de planificación, pero nada que vaya más allá de éstos. También se debe destacar que diversos autores han adoptado y siguen muchos de los conceptos que Luttwak introdujo. Thorne en el reciente A Companion to the Roman Army es un buen ejemplo de aplicar conceptos y términos introducidos por Luttwak (109).

Lo que es notorio es que no existe un estado de la cues-tión completo en donde se reflejen los diferentes puntos de vista y análisis que se han llevado a cabo. Wheeler ha sinte-tizado en dos ocasiones el debate (110), pero sin profundi-zar mucho en las críticas y en las diferentes visiones y carac-terísticas de éstas de aquellos que se han opuesto a la visión de Luttwak. Una pequeña descripción del debate también se puede encontrar en la obra sobre la logística del ejército romano en Germania de Menéndez Argüín (110).

Lo que es indudable es que el debate ha avanzado enor-memente y, más que un debate sobre la visión de Luttwak, debería de considerarse como un debate sobre el tipo de visión que se tiene sobre la guerra en el mundo romano. Wheeler catalogaba las diferentes posturas en A Companion to the Roman Army como anti-strategy school y pro-strategy school (111). Este debate, en parte —y como se ha podido observar—, está influido en muchos aspectos por el otro gran debate dentro del mundo antiguo: la visión moder-nista y la visión primitivista sobre la economía y, por exten-sión, de la sociedad romana. Por consiguiente, el debate so-bre la Grand Strategy posee una gran vigencia, con fuertes vinculaciones e influencias procedentes de diversos elemen-tos de la historia de Roma.

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Pau Valdés Matías

192 Revista de Historiografía, N.º 14, VIII (1/2011), pp. 00-00

notas:

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(2) E. Badian, «In defense of Empire», en The New York Review of Books, Vol. 24, nº 11, 1997, pp. I-IV, p. II.

(3) F. Millar, «Emperors at work», Journal of Roman Studies, nº 57, 1976, pp.9-19.

(4) J. Mann, «Power, Force and the Frontiers of the Empire» en Journal of Roman Studies, nº 69, 1979, pp.175-183, p.176.

(5) E. Wheeler, «The Army and the Limes in the East» en P. Erdkamp (Ed), A Companion to the Roman Army, Blackwell Publishing, Malden, 2007, pp. 235-266, p. 253.

(6) P. Kennedy, «Grand Strategy in War and Peace: Toward a broader definition», en P. Kennedy, Grand Strategies in War and Peace, Yale University Press, New York, 1991, pp. 1-11.

(7) E.N. Luttwak, The Grand Strategy of the Roman Empire: from the first century A.D. to the third, The Johns Hopkins University Press, Balti-more, 1976, cit. pp. 196-8.

(8) P. Kennedy, «Grand Strategy...» ob. cit., IX-2.(9) E.N. Luttwak, The Grand Strategy... ob. cit., 179-82.(10) Ibíd., pp. 17-8.(11) Ibíd., pp- 24-5.(12) Ibíd., p. 50.(13) Ibíd., pp. 57-61.(14) Ibíd., pp. 67-74.(15) Ibíd., pp. 74-5.(16) Ibíd., p. 131.(17) Ibíd., p. 131.(18) Ibíd., pp. 132-3.(19) Ibíd., p. 144.(20) Berkeley, Conversations with History: E.N. Luttwak [en línea]. You-

tube, 8 de noviembre del 2007 [consulta: 15 de junio del 2009).(21) J. Mann, «Power, Force...» ob. cit. p. 176. (22) Ibíd., pp. 178-9.(23) Ibíd., p. 180.(24) Ibíd., p. 181.(25) F Millar, «Emperors, Frontiers and Foreign Relations, 31 B.C. to

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Roman Studies, n.º77, 1982, pp. 13-29; B. Campbell, «Who were the “Viri Militares”», en Journal of Roman Studies, n.º65, 1978, pp. 11-31.

(29) B. Campbell, « Teach yourself....» ob. cit. p. 27.(30) B. Campbell, «War and diplomacy: Rome and Parthia, 31 BC-AD

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(31) F. Millar, «Emperors, Frontiers» ob. cit. p. 7.(32) Ibíd., p. 9.(33) Ibíd., p. 13.(34) Ibíd., p. 17.(35) N. J. E. Austin, N. B. Rankov, Exploratio. Military and Political Intel-

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(36) Ibíd., p. 153, p. 172.(37) Ibíd., p. 110-111.(38) A. Ferrill, La caída del Imperio romano. Las causas militares, Biblioteca

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(44) Ibíd., p. 35.(45) Ibíd., pp. 47-8.(46) C.R. Whittaker, Les frontières de l’empire romain, Annales Littéraines

de L’Université de Besançon, París, 1989, p. 23.(47) Ibíd., p. 34.(48) Ibíd., p. 36.(49) Ibíd., p. 43.(50) H. Elton, Frontiers of the Roman Empire, Batsford Ltd., London, 1996,

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(63) A. R. Birley, «The Limits of the Empire. The Roman Army in the East by Benjamin Isaac», en The Classical Review, Vol. 41, nº 2, 1991, pp.411-413, p. 411.

(64) Ibíd., p. 416.(65) W.E. Kaegi, «The Limits of the Empire. The Roman Army in the East

by Benjamin Isaac», Classical Philology, Vol. 88, nº 2, 1993, pp. 183-185, p. 185.

(66) J. Roth, « The Limits of the Empire. The Roman Army in the East by Benjamin Isaac», Journal of American Oriental Society, 116, nº 3, 1996, p. 572, p. 572.

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(68) Ibíd., p. 245.(69) Ibíd., p. 247.(70) E. Wheeler, «Methodological Limits...», ob. cit. p. 13.(71) Ibíd., p. 10. (72) Ibíd., p. 23. (73) Ibíd., p. 24.(74) Ibíd., p. 219. (75) Ibíd., p. 16 (76) Ibíd., pp. 17-8 (76) A. D. Lee, Information and Frontiers. Roman Foreign Relations in Late

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Sheldon, Intelligence…, p. 60.(81) A. D. Lee, Information..., ob. cit. p. 108.(82) Ibíd., p. 127.(83) N. J. E. Austin, N. B. Rankov, Exploratio…,pp. 30; R. M. Sheldon,

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El debate sobre la Grand Strategy romana

193 Revista de Historiografía, N.º 14, VIII (1/2011), pp. 00-00

Frontiers Studies 1995. Proceedings of the XVIth International Congress of Roman Frontier Studies, Oxbow Monograph, Oxford, 1997, pp. 61-67, p. 61.

(87) Ibíd., p. 456. (88) Ibíd., p. 457.(89) N. J. E. Austin, N. B. Rankov, Exploratio…,pp. 173-180.(90) C.R. Whittaker, «Where are the frontiers now?» en D.L. Kennedy,

The Roman Army in the East, Ann Arbor, 1996, pp. 25-42, p. 26. (91) Ibíd., p. 29.(92) Ibíd., pp. 29-30.(93) Ibíd., p. 31.(94) Ibíd., pp. 32-3.(95) Ibíd., pp. 36-8.(96) S. Mattern, Rome and the Enemy. Imperial Strategy in the Principate,

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(101) K. Kagan, «Redefining Roman Grand Strategy» en The Journal of Mil-itary History, Vol. 70, nº 70, 2006, pp. 333-362, p. 350.

(102) Ibíd., p. 362.(103) Ibíd., p. 352, nota 81.(104) P. Heather, «The Late Roman Art of Client Management: Imperial

Defence in the Fourth Century West», en W. Pohl.; I. Wood., H. Rei-mitz (Dir), The Transformation of frontiers. From Late Antiquity to the Carolingians, Brill, Leiden-Boston-Köln, 2001, pp. 15-69, p. 17.

(105) Ibíd., p. 31.(106) Ibíd., pp. 64-8, ss. 67-8.(107) Mattern, ob. cit., p. XI.(108) J. Thorne, «Battle, Tactics, and the Emergence of the Limites in

the West» en: P. Erdkamp (Ed), A Companion to the Roman Army, Blackwell Publishing, Malden, 2007, pp. 218-234, pp. 228-230.

(109) E. Wheeler, «The Army...», ob. cit., pp. 235-266 y E. Wheeler, «Met-hodological limits...» ob. cit., pp. 215-7.

(110) A. R. Menéndez Argüín, Las legiones romanas en Germania (s.II-III): Aspectos logísticos, Editorial Gráficas sol, Écija, 2004, pp. 15-23.

(111) E. Wheeler, «The Army...» ob. cit., p. 237.