Velia Cecilia Bobes León - Sociología en América Latina

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Extracto de texto de Velia Cecilia Bobes León SOCIOLOGÍA EN AMÉRICA LATINA. NOTAS PARA UNA PERIODIZACIÓN Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990. ........................................................................................... Varios son los autores que han investigado la evo lución de la sociología en nuestro continente: ( Gino Cermani, Ignacio Sotelo, Juan Francisco Marsal, María del Carmen Aríet, entre otros, han hecho algunas contribuciones en este sentido) Aun cuando constatamos entre ellos diferencias metodológicas y axiológicas importantes, todos se adscriben, de manera general, al esquema siguiente: Etapa antecedente o pre-sociológica. Primera etapa: sociología académica. Segunda etapa: sociología científica. Tercera etapa: sociología crítica. La etapa antecedente se considera una fase pre sociológica por su carácter de pensamiento social generalizador, en el cual coinciden reflexiones so ciológicas o de filosofía social con preocupaciones pedagógicas, políticas, etc. Esta etapa —que se acostumbra a ubicar desde el triunfo de las revoluciones de independencia hasta los últimos años del siglo XIX— se valora como una producción ensayística, más política o literaria que sociológica, y carente de basamento científico. Está marcada, ante todo, por la influencia del positivismo europeo en sus va riantes comteana y spenceriana. En este sentido, se suelen colocar en ella autores tan importantes co mo Sarmiento, Alberdi, Saco, Arosemena, y otros, quienes son los llamados “pensadores”. Desde fines de siglo XIX se distingue la primera etapa sociológica: la fase académica o de cátedra, cuyo inicio se sitúa en el momento de la creación de las primeras cátedras de sociología dentro de las facultades de Derecho y Filosofía de las universidades latinoamericanas. Se trata —según los periodizadores— de un pensamiento ecléctico signado por el antipositivismo. En este caso se presentan, por ejemplo, las obras del argentino Francisco Romero y los mexicanos Antonio Caso y José Vasconcelos. Cuando se habla de la etapa científica, se afirma haber arribado al momento en que en realidad la sociología se transforma en una ciencia en nuestra América. Situada desde los últimos años de la dé cada del 40 hasta los primeros de la del 60, aproximadamente, comienza con la aparición de la “Teoría de la Modernización”, formulada por elítalo-argentino Gino Germani. Se apunta, además, la se paración definitiva de la sociología como carrera universitaria, bajo el signo del neopositivismo y el estructural-funcionalismo norteamericanos. La creación de institutos de investigación y organismos internacionales orientados a la formación de sociólo gos profesionales y a las investigaciones concretas, se señalan como una evidencia de la consolidación de la disciplina en nuestro continente. En este periodo, el otro paradigma fundamental —diferente y en cierto sentido opositor a la “Moder nización”— fue el desarrollismo de la Comisión Económica para América Latina, que teo rizó —desde una perspectiva, más que económica, social— sobre las causas y consecuencias del subde sarrollo, y promovió propuestas concretas para superarlo. En los 60, a partir de la reacción crítica contra el empirismo y el funcionalismo de la teoría de Germani y el excesivo optimismo desarrollista, se perfiló una etapa crítica en la sociología latinoamericana, que rechazó la “neutralidad valorativa” y, en general, toda la corriente anterior, a la cual se le consideraba comprometida con la dominación imperialista. Hubo, además, una difusión del pensamiento marxista antes no conocida. Se propuso como requisito de la verdadera ciencia social una actitud de compromiso ideológico con la realidad estudiada. Esta última etapa abarca una serie de posiciones muy heterogéneas desde el punto de vista metodológico e ideológico, dentro de las cuales la Teoría de la Dependencia fue la más conocida e importante. A partir de este esquema de periodización, parece conveniente emprender un análisis exhaustivo de la evolución del discurso sociológico latinoamericano en cada una de las etapas, con el fin de formular algunas

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Extracto de texto de Velia Cecilia Bobes León SOCIOLOGÍA EN AMÉRICA LATINA. NOTAS PARA UNA PERIODIZACIÓN Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990. ........................................................................................... Varios son los autores que han investigado la evo lución de la sociología en nuestro continente: ( Gino Cermani, Ignacio Sotelo, Juan Francisco Marsal, María del Carmen Aríet, entre otros, han hecho algunas contribuciones en este sentido) Aun cuando constatamos entre ellos diferencias metodológicas y axiológicas importantes, todos se adscriben, de manera general, al esquema siguiente: � Etapa antecedente o pre-sociológica. � Primera etapa: sociología académica. � Segunda etapa: sociología científica. � Tercera etapa: sociología crítica. La etapa antecedente se considera una fase pre sociológica por su carácter de pensamiento social generalizador, en el cual coinciden reflexiones so ciológicas o de filosofía social con preocupaciones pedagógicas, políticas, etc. Esta etapa —que se acostumbra a ubicar desde el triunfo de las revoluciones de independencia hasta los últimos años del siglo XIX— se valora como una producción ensayística, más política o literaria que sociológica, y carente de basamento científico. Está marcada, ante todo, por la influencia del positivismo europeo en sus va riantes comteana y spenceriana. En este sentido, se suelen colocar en ella autores tan importantes co mo Sarmiento, Alberdi, Saco, Arosemena, y otros, quienes son los llamados “pensadores”. Desde fines de siglo XIX se distingue la primera etapa sociológica: la fase académica o de cátedra, cuyo inicio se sitúa en el momento de la creación de las primeras cátedras de sociología dentro de las facultades de Derecho y Filosofía de las universidades latinoamericanas. Se trata —según los periodizadores— de un pensamiento ecléctico signado por el antipositivismo. En este caso se presentan, por ejemplo, las obras del argentino Francisco Romero y los mexicanos Antonio Caso y José Vasconcelos. Cuando se habla de la etapa científica, se afirma haber arribado al momento en que en realidad la sociología se transforma en una ciencia en nuestra América. Situada desde los últimos años de la dé cada del 40 hasta los primeros de la del 60, aproximadamente, comienza con la aparición de la “Teoría de la Modernización”, formulada por elítalo-argentino Gino Germani. Se apunta, además, la se paración definitiva de la sociología como carrera universitaria, bajo el signo del neopositivismo y el estructural-funcionalismo norteamericanos. La creación de institutos de investigación y organismos internacionales orientados a la formación de sociólo gos profesionales y a las investigaciones concretas, se señalan como una evidencia de la consolidación de la disciplina en nuestro continente. En este periodo, el otro paradigma fundamental —diferente y en cierto sentido opositor a la “Moder nización”— fue el desarrollismo de la Comisión Económica para América Latina, que teo rizó —desde una perspectiva, más que económica, social— sobre las causas y consecuencias del subde sarrollo, y promovió propuestas concretas para superarlo. En los 60, a partir de la reacción crítica contra el empirismo y el funcionalismo de la teoría de Germani y el excesivo optimismo desarrollista, se perfiló una etapa crítica en la sociología latinoamericana, que rechazó la “neutralidad valorativa” y, en general, toda la corriente anterior, a la cual se le consideraba comprometida con la dominación imperialista. Hubo, además, una difusión del pensamiento marxista antes no conocida. Se propuso como requisito de la verdadera ciencia social una actitud de compromiso ideológico con la realidad estudiada. Esta última etapa abarca una serie de posiciones muy heterogéneas desde el punto de vista metodológico e ideológico, dentro de las cuales la Teoría de la Dependencia fue la más conocida e importante. A partir de este esquema de periodización, parece conveniente emprender un análisis exhaustivo de la evolución del discurso sociológico latinoamericano en cada una de las etapas, con el fin de formular algunas

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objeciones que sirvan como hipótesis gene rales para una reformulación de la periodización uti lizada en la actualidad. La primera observación se refiere a la insuficiente fundamentación del inicio de la fase pre-socio lógica, de formación o antecedente. Como hemos dicho, se acostumbra a ubicarla en el siglo XIX, concretamente a partir de las revoluciones independentistas. Al respecto es necesario recordar que el pensamiento gestor de la emancipación tuvo una importancia crucial en la historia de América Latina; aunque no tenía una proyección sociológica, sí deben valorarse sus características al analizar el pensamiento liberal posterior. La gesta libertadora americana fue el resultado de un largo proceso de afirmación nacional y de la actitud anticolonial sustentada por la aristocracia criolla, en específico por una minoría agroexportadora de los terratenientes vinculados por su posición social al mercado mundial, y por lo tanto, al capitalismo. Esta clase —que no puede considerarse una burguesía nacional dada su debilidad, en primer lugar y su relación con formas precapitalistas de producción, pero que estaba interesada en un vinculo más directo con el capitalismo mundial— recibió la influencia ideológica de la ilustración, el liberalismo económico y los modelos constitucionalistas de la burguesía europea, y conformó un pensamiento emancipador que sintetizaba sus aspiraciones económicas, políticas y sociales, a través del reclamo de la independencia de la metrópoli. Es interesante observar, en este sentido “ una cierta discrepancia entre las condiciones objetivas y subjetivas, entre el radicalismo de las ideologías y la inmadurez de las premisas socioeconómicas y clasistas necesarias para liquidar de manera radical las estructuras en que se asentaba el antiguo ré gimen”. De esta manera, al caracterizar la gesta indepen dentista como una revolución de “carácter potencialmente burgués”, una de las circunstancias que lo fundamentan está en la influencia de con cepciones básicamente burguesas —ilustración, liber tad económica, modelos constitucionales— sobre am plios sectores de la aristocracia criolla. Si, además, reconocemos que la revolución de independencia fue el elemento que aceleró y orientó el proceso de formación nacional en América Lati na, se abre entonces la perspectiva del análisis de la. sociología teniendo en cuenta, entre sus antece dentes, el pensamiento emancipador. No podemos desconocer, sin embargo, que este pensamiento tuvo un carácter eminentemente político y presenta, al menos, tres tendencias diferentes con proyecciones ideológicas distintas. Un estudio profundo de este pensamiento, orientado, sobre todo, al descubrimiento de sus matices de reflexión social, se impone a los efectos de una periodización más rigurosa y exhaustiva de la so ciología latinoamericana. Así, una primera hipótesis-objeción sería la re-consideración del pensamiento sociológico de Latinoamérica, presentando entre sus antecedentes al pensamiento político de la independencia.. A partir de 1825 y hasta 1850 tuvo lugar el pro ceso de formación de los estados nacionales, que transcurrió en medio del “predominio conservador”, de la lucha entre caudillos y facciones, y don de la hegemonía fue a parar a manos de los grupos menos avanzados. Esto evidenciaba la debilidad de la naciente burguesía, vinculada al capital extran jero y a los terratenientes locales. En todo este período se conformó un pensamien to liberal, cuyas raíces fueron la ilustración francesa y española, y el socialismo utópico saintsimoniano, y que representó los intereses de una intelectualidad perteneciente a las capas medias aburguesa das o burguesía nacional emergente. Este liberalis mo constituyó la base ideológica de las reformas liberales, que tuvieron lugar en las naciones lati noamericanas entre 1850 y 1870, aproximadamente. El pensamiento liberal del segundo tercio del si glo XIX ha sido denominado liberalismo romántico, realismo social o positivismo autóctono. Como quiera que se le llame, lo importante es que se trata de un pensamiento con los mismos antecedentes teóricos del positivismo europeo —de ahí sus puntos de contacto con la doctrina de Comte y Spencer—, pero que se propone una reflexión sobre la realidad latinoamericana, superadora ante todo, del pensamiento de la independencia. Estamos de acuerdo con Ricaurte Soler cuando afirma: “Define al pensamiento hispanoamericano del segundo tercio del siglo XIX, el haber alcanzado formulaciones teóricas propias surgidas, en lo que tienen de

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característico, del intento de comprender (para transformar) una realidad social y política de contornos específicos.” No es ocioso insistir en que en la configuración de este pensamiento influye un precedente teórico ilustrado y saintsimoniano y, además, una coyun tura socioeconómica concreta: la necesidad de de sarrollar en nuestras sociedades un capitalismo ar mónico, que eliminara, finalmente, los residuos de la sociedad colonial, requisito indispensable para la supervivencia y desarrollo de los sectores medios emergentes como burguesía nacional, y que se con vierte también en demanda de un sector terrate niente (liberal y agroexportador) en camino de con vertirse en burguesía agraria.. Por ello, al denominarlo positivismo autóctono hay que puntualizar que es mucho más autóctono que positivista, y que sus puntos de contacto con el sistema de Comte —el cual, por lo demás, no po día ser conocido en América en las décadas del ‘40 y el ‘50 del pasado siglo— resultan de sus fuentes comunes. Este pensamiento constituye una reflexión pro funda acerca de la realidad social, el cual no puede entenderse sólo como política, sino como análisis global del contexto en el cual se desenvuelve. Así, por ejemplo, se destacan en el liberalismo, además del imprescindible desarrollo de las fuerzas pro ductivas (infraestructura, librecambio, eliminación de las formas precapitalistas, etc.), la preocupación por la necesidad de un desarrollo social acorde con la sociedad moderna. Este se conseguiría con la difusión de la ciencia, la enseñanza separada de la Iglesia y la ampliación de la participación de los ciudadanos en la vida política del país (la cual, por supuesto, aludía a los sectores medios de la socie dad y de ningún modo a las masas populares). El imperativo de la comprensión se plasma políticamente en una historiografía de intención sociológica —José Maria Luis Mora, José Antoni Saco, Lastarria— o en una sociología de hondo contenido histórico —Otero, Echevarría, Alberdi. El imperativo de la transformación se expresa a través del ideario liberal y reformista con diferente gradaciones y modalidades, según el caso. La tarea es, pues, la de comprender histórica y sociológicamente a una realidad que precisa transformarse en sentido de un liberalismo efectivo. Si además de estos elementos prestamos atención a las ideas de Comte — reconocido como el padre de la sociología por los historiadores de la disciplina, incluso los latinoamericanos— en relación con la sociología y su método, tendremos un criterio de la época en cuanto a la clasificación de es pensamiento: “Una marcha gradual nos conduce a la apreciación directa de esta última parte del método comparativo que debo distinguir en sociología con nombre de método histórico propiamente dicho, el que reside esencialmente por la naturaleza de ciencia, la única base fundamental en la que realmente puede descansar el sistema de lógica positiva.” “Terminada esta previa apreciación general del método histórico propiamente dicho, como constitutivo del mejor modo de exploración sociológico hay que subrayar que la nueva filosofía política consagrando, tras un libre examen racional, las tácitas indicaciones de la razón pública, restituye la historia la total plenitud de sus derechos científicos para servir de base indispensable a las especulaciones sociales, a pesar de los sofismas, demasiado acreditados aún, de una llana metafísica que tiende a desentenderse, en política, de toda consideración amplia del pasado.” Si se acepta a Comte como el padre de la sociología —y esto nadie lo duda—, aun cuando el carácter especulativo de su sistema y la penetración en él de su filosofía y política positivas ha sido señalado incluso por sus propios seguidores y princi pales críticos —tanto por Durkheim, como por los empiristas norteamericanos—, entonces: ¿por qué el carácter político social del pensamiento liberal romántico o positivista autóctono latinoamericano, nos impide considerarlo sociológico? Si en América Latina puede hablarse de un núcleo de preocupaciones y supuestos nacidos del análisis local de nuestra realidad específica, este núcleo está, sin dudas, en el pensamiento social de mediados del siglo. Vale la pena pues, que quienes pretenden el estudio de la sociología latinoamericana y de nuestras sociedades se detengan en él. De ahí la segunda de nuestras hipótesis-objeciones: la sociología latinoamericana tiene su antecedentes inmediato en la aparición de un pensamiento liberal, que teorizó sobre la circunstancia de América Latina en el siglo XIX. Reflexión que, por lo demás, estuvo vinculada a intereses clasistas específicos. Este pensamiento —como ya hemos dicho— constituyó el fundamento ideológico de las reformas liberales, cuyo objetivo final era el desarrollo del capitalismo en nuestros países. No podemos culpar a sus ideólogos del incumplimiento de este objetivo. No se debe olvidar que si bien éstos procedían de las capas medias y por

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ello reivindicaban intereses democráticos de la pequeña burguesía; dada su debilidad objetiva, no poseían la fuerza necesaria para efectuar las transformaciones requeridas para ello. Por otra parte, con el avance del siglo, la prima cía de Inglaterra en nuestras economías —favoreci da por el librecambismo— impuso el papel de pro ductores de materias primas e importadores de manufacturas a nuestras naciones. Cuando, en la dé cada del ‘70, comienza el tránsito del capitalismo hacia su “fase superior y última”, se inicia, también, el proceso de exportación de capitales y de control imperialista directo sobre los principales renglones productivos del continente, práctica en la cual, a partir de 1898, participa Estados Unidos, que amplía, de manera progresiva, sus esferas de influencia. En esta época, se produjo la recepción del positivismo clásico europeo en el pensamiento latinoamericano. Su presencia es particularmente notoria —aunque no exclusiva—, en los casos de México, Brasil y Argentina. Este positivismo es a la vez recibido y reelaborado, lo cual confiere un cierto sabor de originalidad, al utilizarse para el análisis concreto de nuestras sociedades. En México, Gabino Barreda es el principal autor positivista. Fue él quien primero enseñó la doctrina comteana; doctrina que llegó a convertirse en el credo político de un grupo que detentó el poder desde 1876 hasta 1911 y que representaba los intereses de la oligarquía agroexportadora mexicana. Esta clase vio en el lema positivista “orden y progreso” la justificación teórica para una férrea dictadura, que favoreció el desarrollo de relaciones capitalista en la economía del país. Las ideas de Barreda encontraron amplia resonancia en su época, y sus discípulos, desde la Asociación Metodófila, continuaron su labor. En Arqentina, la generación positivista apareció hacia 1880 vinculada a las ideas progresistas y propulsoras del estado liberal y motivadas por el desarrollo de las ciencias naturales de la época. Por estos años, frente a los intereses de la gran burguesía comercial agroexportadora relacionada con el capital inglés, emerge un germen de burguesía nacional, aplastada luego por la fusión de la burguesía comercial con los terratenientes del interior. Esta alianza dio lugar a la llamada generación de los 80. En este país, el positivismo estuvo más influido por el organicismo biologicista spenceriano y por la escuela italiana de positivismo penal y el darwinismo social, que por el comtismo. Nombres como los de Bunge o Ingenieros ilustran esta etapa que —a juicio de Ricaurte Soler— fue muy peculiar y se presentó más como superación del pensamiento de Spencer que como su continuación o simple re petición. Esta ascendencia del positivismo no se limitó a México y Argentina, en Brasil fue especialmente notoria, sobre todo en lo referente a la gran cantidad de seguidores de la doctrina positivista comteana. En el resto del continente, también se hizo sentir el efecto del positivismo como corriente inspiradora, lo cual se expresa en figuras de la talla de En rique José Varona y Manuel Sanguily, en Cuba, o el puertorriqueño Eugenio María de Hostos —a quien Soler vincula con la fórmula durkhemniana La penetración del positivismo en hispanoamérica generó, necesariamente, la discusión sobre la sociología, su objeto de estudio y el método para abordar el examen de la realidad social, pues estos temas están presentes tanto en el sistema de Comte como en el de Spencer. Que esta doctrina se vinculara en ocasiones con un credo político determinado, no debo ocultarnos que se trata de un pensamiento sociológico como tal. Arribamos, entonces, a una tercera hipótesis-objeción: el positivismo latinoamericano finisecular constituye un pensamiento sociológico y, como tal debe ser incluido en la historia de nuestra ciencia social. Si olvidamos este hecho se nos escaparía un elemento importante que debemos tener en cuenta para explicar la aparición de las primeras cátedras de sociología dentro de las facultades de Derecho y Filosofía de nuestras universidades, acontecimiento que marca un hito en la evolución de nuestro pensamiento social y que inicia el periodo de la sociología académica. Este momento, que comienza con la creación de la primera cátedra en la Universidad de Bogotá inaugura la institucionalización de la disciplina, proceso que se extenderá hasta la década del ‘50 del presente siglo. Sin la presencia de cierto desarrollo de la sociología en el continente no es posible explicar su irrupción en el ámbito académico. Si bien el auge de la ciencia en los países capitalistas de Europa y en Estados Unidos —con los cuales existían amplios vínculos— influye en este sentido, este factor, por si solo, no basta para explicar tal proceso. Según el criterio de periodización explicado, el cual valora la sociología académica como una producción ensayística de corte literario y especulativo, donde se ubica a Vasconcclos, Romero y Caso, po dríamos

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preguntarnos: ¿en qué sentido estas nuevas creaciones son mas sociológica que las de la etapa anterior?, ¿qué diferencia los ensayos de estos primeros años del siglo xx (en cuanto a su carácter sociológico) de su antecedente decimonónico, como no sea el abandono del positivismo por las variantes irracionalistas y espiritualistas recibidas de Europa? El espiritualismo en América es, ante todo, el rechazo al positivismo, y se propone como su superación; y en el caso mexicano específicamente fue, más que una preferencia teórica, la oposición al credo político del grupo de los “científicos” y a la dictadura porfirista. Valdría la pena reflexionar, también, sobre un tema poco debatido por los estudiosos de nuestra sociología. Si bien en toda América —incluso en el Norte—, a fines del siglo XIX, el positivismo ganó cada vez más adeptos en los círculos intelectuales y se convirtió en la “sociología por excelencia”, al arri bar el nuevo siglo, en Norteamérica, hay un vuelco casi total hacia la sociología “empírica”; mientras, en América Latina se opta por la variante irracionalista europea, de corte más especulativo y teórico. Esta diferenciación se debió, en alguna medida, a las distintas condiciones objetivas existentes en ambas regiones de nuestro continente. Cuando a la burguesía norteamericana, el tránsito al imperialismo le presentó tareas prácticas que el empirismo se propuso acometer, en Latinoamérica la situación era muy diferente: la emergente burguesía nacional, más que imponerse, buscaba sobrevivir como clase en el seno de sociedades dependientes y subdesarrolladas. La tradición sociológica latinoamericana armonizaba más con las grandes teorías totalizadoras —que pretendían explicar la realidad social en su conjunto—, que con la sociología de las “pequeñas tareas”. Las cátedras de sociología creadas en Colombia (1882). Argentina (1886), Cuba (1900), Uruguay (1915), Brasil (1925), etc., entendían por sociología, no un conjunto de métodos y procedimientos de investigación, sino un grupo de teorías sociales. Por ello, a pesar de su aparición en los centros docentes, no varió demasiado el panorama del discurso socio lógico en nuestros países. Por tanto, la aparición de cátedras de sociología en las universidades es un hito que marca el inicio del proceso de institucionalización de la disciplina, lo cual, unido al cambio de orientación en la teoría, señala una etapa cualitativamente diferente en el desarrollo de nuestra ciencia social. Este proceso tiene lugar en medio de una situación económica, política y social sumamente contradictoria, y en la cual ocurren acontecimientos de gran importancia. Estados Unidos comienza a expandir su influencia por el área. Con sus políticas del “big stick” y la “diplomacia del dólar” inicia su rapaz penetración en las economías latinoamericanas, primero por el Caribe y Centroamérica, hasta alcanzar, más tarde, el predominio en los países de América del Sur. Esta ofensiva neocolonial y financiera del capi tal norteamericano se vio favorecida por la Primera Guerra Mundial, que debilitó al poder inglés y de la cual, el coloso del Norte, emergió co mo la primera potencia mundial. La propia coyuntura de la guerra generó en nuestros países el surgimiento de industrias sustitutivas, sobre todo en el sector ligero, estimuladas por el beneficio que supuso el alza de los precios en las exportaciones de los productos nacionales. Durante este período, se instauraron, en algunos países, gobiernos reformistas como el de Batlle y Ordóñez de Uruguay y el de Irigoyen en Argentina, representantes de los intereses de una burguesía industrial en pugna por imponerse al estado oligárquico. Por su parte, el movimiento obrero —que desde principios del siglo había aparecido en la escena política como fuerza opositora (el caso de Chile es el más conocido)—, bajo la influencia de la revolución rusa de octubre de 1917, comenzó a organizarse en partidos comunistas, con lo cual las luchas de los trabajadores experimentaron un cambio cualitativo. Se multiplicaron los movimientos de protesta; obreros, estudiantes y campesinos protagonizaron acontecimientos como las reformas uni versitarias y la lucha deAugusto César Sandino, en Nicaragua. La gran crisis económica capitalista de 1929 a 1933 afectó profundamente a las débiles y dependientes economías latinoamericanas; las oligarquías tradicionales experimentaron una crisis que evidenció su incapacidad para mantener la hegemonía y producir un desarrollo nacional. En esta coyuntura, aparecieron gobiernos de corte nacionalista y populista, promovedores de políticas cuyo sustento económico fue el proteccionismo, la sustitución de importaciones y el impulso al crecimiento de la economía nacional. Sus principales expresiones fueron el cardenismo, el varguismo y el peronismo.

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Paralelamente a estos acontecimientos de carácter histórico social, y mientras en las universidades se impartía la sociología como una sucesión de teorías y divulgación de autores, fuera de los centros docentes —al margen de ellos— se gestó y desarrolló un pensamiento alternativo que, a partir de las posiciones del marxismo, analizó nuestras sociedades. A estas reflexiones se deben los estadíos sociales más profundos de esta época. Nos referimos a los trabajos de Julio Antonio Mella, Aníbal Ponce y José Carlos Mariátegui; en especial a este último, quien con Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana sentó las bases para la comprensión de la sociedad y de nuestros pueblos en general desde la perspectiva marxista La obra de Mariátegui cumple con los requisitos que, mucho tiempo después de su muerte, pedirían los intelectuales “críticos” latinoamericanos a la “sociología nueva” que se propusieron fundar. Con la segunda postguerra comienza el periodo denominado por Gino Germani, como la sociología científica, nombre que ha sido compartido y aceptado —aunque también criticado por su contenido por la mayoría de los autores. Éste se refiere a la etapa de auge del empirismo y el estructural funcionalismo en nuestra sociología. Esta fase transcurre en medio de la guerra y el anticomunismo, y se caracteriza por un afianzamiento del dominio norteamericano sobre el área. La Organización de Estados Americanos (OEA) y el Tratado Interamericano de Asistencia recíproca (TIAR) aparecen como instrumentos efectivos de la defensa de los intereses de Estados Unidos. Germani elabora una “Teoría de la Moderniza ción”, que pretende presentarse como la verdadera sociología en oposición al pensamiento tradicional, ensayístico, especulativo y, por tanto, no sociológico. Esta teoría expresaba la asimilación de la metodología “científica” y de los procedimientos modernos para hacerla una ciencia “competente”. “Tres rasgos esenciales caracterizan la sociología actual: acentuación de su carácter científico, especialización e integración y aplicaciones prácticas (. .) teoría e investigación se hallan unidas, como dos aspectos de un mismo proceso. Cada trabajo se basa sobre evidencia empírica obtenida a través de la investigación, ya sea sobre datos preexistentes. documentos de toda índole, ya sea por medio de datos revelados ad hoc,por medio de investigaciones de campo.” En esta adquisición desempeñó un papel muy importante una tesis central en el empirismo y. en general, en toda la sociología burguesa: la “neutralidad valorativa”, garantizadora de la necesaria separación entre ciencia e ideología. A partir de estos supuestos metodológicos se trae a primer plano del análisis el tema del cambio social, pues los seguidores de esta corriente pensaban que en las naciones de Latinoamérica coexistían una “sociedad moderna” y una “sociedad arcaica o tradicional”. El cambio debía lograrse en la medida en que la sociedad “tradicional” se convirtiera en sociedad “moderna” (vale decir ca pitalista e industrial). Entendían como cambio social la modificación de algunos elementos dentro del sistema—en una rigurosa correspondencia con el sistema parsoníano—, y sus agentes por excelen cia serian las clases medias emprendedoras y dinámicas que transformarían los factores tradicionales de la sociedad. Muy vinculada a estas posiciones se desarrolló la “Teoría de la Marginalidad” por el grupo de DESAL (Chile), quienes consideraban a los grupos marginales como pertenecientes al sector tradicional que debía incorporarse a la sociedad moderna. El compromiso ideológico de estas teorías con una clase media, favorecida con el desarrollo de las industrias nacionales durante los años ‘30 y ‘40 es evidente. Unido a esto, los “modernos sociólogos” someterán a duras críticas a la “sociología de cátedra (académica). En relación con esto es necesario tener en cuenta que “Como en cualquier proceso ideológico aquí coexisten claramente dos momento la crítica de determinado contenido social de las doctrinas, que se realiza desde posiciones sociales variables de acuerdo con las tareas sociales variables, y la crítica de las formas teóricas de las viejas doctrinas, que está subordinada a la primera pero es relativamente independiente. Ella revela sus defectos teóricos reales y se realiza desde las posiciones de los nuevos descubrimientos científicos.” En este sentido, un análisis profundo de la periodización elaborada por Germani —y retomada por otros autores— nos puede descubrir sus defectos reales. Su proposición excluye de la sociología a toda la producción ensayística del siglo anterior, a la cual valora como demasiado general y especu lativa. En el fondo de esta concepción está su afinidad metodológica con el empirismo, que res tringe el objeto de estudio de la sociología a la investigación concreta y concibe esta ciencia como una especie de “ingeniería social”,

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encargada de resolver tareas prácticas y a la cual está vedada toda preocupación teórica de carácter totalizador. Germani se comporta con nuestros positivistas y antiposiiivistas como lo hicieron los empiristas norteamericanos con Comte y Spencer. Sin embargo, a pesar de las deficiencias de la sociología de esta etapa, el período “científico” tuvo importancia en el desarrollo de la ciencia social en la región. Con la década del ‘50 culmina el proceso de organización institucional de la sociología en Latinoamérica, cuyos dos resultados más relevantes fueron: la creación de un conjunto de institutos de investigación nacionales y organismos regionales encargados de la investigación sociológica concreta y la aparici6n de la carrera de sociología en las universidades. En 1950 se funda la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), cuyo primer congreso celebró en Buenos Aires en 1951 —y que desde entonces celebra este tipo de reuniones cada dos años—; en 1957 se crearon la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales de Río Janeiro, organismos continentales patrocinados por la UNESCO y cuyos objetivos fundamentales serían la formación de especialistas y la ejecución de investigaciones sobre los problemas concretos de nuestras sociedades, respectivamente. En esta situación se produjo el arribo a nuestras universidades e instituciones científicas de un numeroso grupo de especialistas europeos y norteamericanos, que impartieron docencia y realizaron estudios de campo. Con ellos llegó también la influencia de corrientes de moda en sus lugares de origen, lo que dejó su huella en la producción sociológica de la época. Todo este auge de la investigación, con grandes exigencias en lo metodológico, influyó de manera directa en la aparición de las carreras de sociología en nuestras universidades (Buenos Aires 1957; Chile, 1958; Cuba, 1959; etc.), que más tarde graduarían los primeros profesionales encargados del estudio de los problemas de la urbanización, la marginalidad, las comunidades campesinas y otras temáticas afines. Con la creación por la ONU de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), en 1948, se nuclearon alrededor de la investigación de los problemas del subdesarrollo un conjunto de economistas y sociólogos que, liderados por el argentino Raúl Prebisch, propusieron una posición diferente a la “Teoría de la Modernización” para aclarar los problemas de nuestras sociedades. El grupo, más tarde conocido como “los desarro llistas”, se propuso estructurar una visión estrictamente latinoamericana sobre la temática. Así nació la teoría centro-periferia, complementada después con la idea de los “obstáculos al desarrollo”, y que rápidamente se convirtió en un paradigma muy conocido para explicar y proponer soluciones con cretas al subdesarrollo de nuestros países. Aunque el cepalismo no escapó indemne al efecto del estructuralismo, sí logró articular una teoría original que reelaboró esta influencia en función de la conformación de una visión realista de la sociedad, lo cual desbordó el contexto de lo propiamente económico para convertirse en una teoría sociológica que ..... “aunque no parezca pertenecer al campo de la sociología (...) ofrece una de la visiones más acabadas y coherentes de la sociedad latinoamericana; ya que “. . . la CEPAL construye su universo de base articulando ya de cierto modo los planos económico, político y social desde un punto de vista nacional-desarrollista.” En síntesis, el punto de vista cepalino respecto al subdesarrollo consistió en considerar a éste como resultado de la división internacional capitalista del trabajo, que originó que un conjunto de países (centrales) se especializaran en la producción y exportación de productos industriales, mientras otros (periféricos) se convirtieron en productores y exportadores de materia prima. Esta situación condujo a un “deterioro crónico de los términos de intercambio”, que sólo tendría solución si las naciones latinoamericanas lograran desarrollar su propia industria. Para ello, debía eliminarse ciertos obstáculos que impedían la deseada industrialización, tanto el “estrangulamiento externo”, como la heterogeneidad estructural presente en las sociedades. El desarrollismo ha sido sometido alas más severas críticas, entre ellas se destaca la formulada por los teóricos de la “dependencia” y quienes pusieron al descubierto tanto sus vínculos ideológicos con un determinado orden social, como sus deficiencias teóricas más sobresalientes.

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No obstante, el cepalismo se ha ganado un lugar dentro de la sociología latinoamericana, ya que llamó la atención sobre un problema que, lejos de resolverse, se agrava cada día más y en la actualidad amenaza la propia supervivencia de nuestras economías. Por eso coincidimos con Agustín Cueva cuando decía: “En este nuevo contexto, la CEPAL tiene muchas cosas que decir, desde cuestiones concernientes al manejo de la deuda, hasta propuestas explicativas extraídas de su rico arsenal: industrialización productora de renovados niveles de heterogeneidad estructural, deterioro de los términos de intercambio, etc. Por ello ha vuelto a cobrar presencia teórica y política, convirtiéndose una vez más en polo obligatorio de referencia de los estu dios latinoamericanos, con independencia de que uno concuerde o no con sus planteamientos.” El pensamiento cepalino —con independencia de sus limitaciones— entronca con la mejor tradición de un pensamiento original en nuestra región, que se propone pensar nuestros países desde su propia perspectiva y que se vislumbraba desde el siglo XIX. En este sentido la etapa denominada “sociología científica” se distingue por la profesionalización de la disciplina, pero, ante todo, por la estructuración de un pensamiento sobre el subdesarrollo que se produjo fuera de los estrechos marcos del “cientificismo”. Con el triunfo de la Revolución cubana, en 1959, se abre una nueva etapa en la historia política de Latinoamérica.. El auge del sistema socialista mundial, los movimientos de liberación nacional y, en general, todas las fuerzas progresistas del mundo, favorecían un cambio en la política de Estados Unidos hacia América Latina. Se impusieron gobiernos reformistas en muchos países (Freí en Chile, Kubischek en Brasil, Fron dizi en Argentina), quienes ejecutaron proyectos de desarrollo que proponían la llamada Alianza para el Progreso y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), e intentaron aplicar reformas económicas y políticas que estimularan un crecimiento en las economías y mejoras sociales destinadas a contener las crecientes demandas del pueblo. Esta situación se reflejó en nuestra ciencia social en forma de actitud crítica ante los problemas fundamentales de la sociedad. Así, se produjo un reacomodo de la disciplina que comenzó a expresar una tendencia hacia los temas de la sociología política. En el VII Congreso Latinoamericano de Sociología celebrado en Bogotá, en 1964, comienza a reflejarse la preocupación por la crisis en América Latina y la necesidad de su transformación. A partir de los años 1964-1965, se publican numerosos trabajos realizados con esta posición crítica. Se propone una orientación de la sociología que sea capaz de ofrecer una ciencia social auténtica; esto es, la valoración, desde una perspectiva latino americana, de los problemas específicos de nuestras sociedades. Se plantea así, la necesidad de lograr un desarrollo propio de la sociología, generado por las especificidades socioculturales de la región. Por supuesto prestar atención a los “grandes problemas” presentes en nuestras sociedades, implicaba un compromiso con su difícil situación, y por ello una toma de posición política. Así, el replanteamiento del objeto de estudio de la sociología se realizó a través de la elevación al primer plano de interés de problemas tales como la crisis económica y política que vivía la región, y las consecuencias del neocolonialismo y la de pendencia. Temas tales como la revolución social, el cambio social, los efectos sociológicos de la reforma agraria, el desarrollo de la comunidad, deben estar a la orden del día de la problemática sociológica latinoamericana. El período llamado “sociología crítica” acogió posiciones muy heterogéneas, que convergieron en el cuestionamiento a la sociología anterior en cuanto a su carácter empirista e imitador de patrones foráneos. Es evidente la influencia de las concepciones del norteamericano Charles Wright Mills, quien también partía de una “traducción” del funcionalismo parsoniano, lo cual ponía al descubierto sus inconsistencias fundamentales. Coinciden, además, los críticos en la necesidad de que el sociólogo se comprometa con un contexto histórico social determinado y con intereses de clases definidos. Esto negaba la “neutralidad valorativa”, uno de los pilares principales del cientificismo.

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La discusión en torno a las deficiencias del sistema de Germani y de los desarrollistas cepalinos planteó, también, la necesidad de modificar la enseñanza de la sociología en función de la formación de profesionales preparados para llevar adelante una nueva orientación de la disciplina. Un aspecto importante para analizar el periodo es la influencia de la teoría marxista. Si bien antes de los ‘60 ésta estuvo relegada a los círculos militantes, en el segundo lustro de la década comenzó a explicarse en las carreras de economía y sociología y, en general, se difundió en el ámbito académico, sobre todo en su variante althusseriana. Sobre el asunto nos gustaría citar una afirmación que —a manera de hipótesis— propuso el conocido sociólogo argentino Tomás A. Vasconi, y que nos parece interesante para evaluar la teoría socioló gica de estos momentos: “...la concepción althusseriana del materialismo histórico posibilitaba, y justificaba, el hecho de ser un intelectual (“un científico marxista”) sin necesidad de ser un militante práctico, pues la ‘producción de conocimiento’ como tal constituía un aporte esencial a la Revolución.” La “sociología crítica” ubicó en el primer plano de la discusión el problema de la necesidad de la transformación práctica de la sociedad, vale decir, el problema de la revolución social. La superación de teorías anteriores pasó, tam bién, en los ‘60 por la búsqueda de nuestras raíces teóricas, en aras de llegar a una verdadera origi nalidad que garantizara nuestras propias soluciones a nuestros problemas. Sin dudas, la contribución más interesante del período fue la llamada “Teoría de la Dependencia” que —por las diferencias entre unos y otros autores— mejor podría calificarse de punto de partida teórico común, antes que teoría coherente y sistemáticamente estructurada. Los dependentistas, surgidos de las propias filas de la CEPAL, se propusieron reelaborar la problemática del subdesarrollo subrayando la dependencia exterior como el elemento causal. De este modo, el desarrollo en nuestros países no es posible, sino a condición de que se elimine la subordinación a la que están sometidos. La dependencia es una situación condicionante, es decir, los países periféricos son subdesarrollados porque tienen su economía (y por tanto toda su vida social) supeditada al desarrollo y la expansión económica del país central. El concepto de “dependencia” amplía el de subdesarrollo, ya que actúa como principio explicativo de aquél, y extiende el análisis de la dependencia a los ámbitos social, cultural, político y otros. La crítica a esta teoría partió tanto desde posiciones marxistas como desde las ideas conservadoras. Esto fue particularmente evidente en el XI Congreso Latinoamericano de Sociología (celebrado en San José, en 1974), en el cual estuvieron presentes muchos de sus principales exponentes y donde la mayor parte de la discusión giró en torno a sus postulados. A pesar de sus inconsecuencias teóricas y sus deficiencias reales, el hecho de haber puesto al descubierto la importancia de la dependencia como elemento para comprender el subdesarrollo con vierte a esta corriente en una verdadera superación del desarrollismo cepalino. . En este sentido —y teniendo en cuenta la evolución posterior del pensamiento de sus mejores representantes— constituye un hito en el desarrollo de una sociología realmente científica en América Latina. No es casual que Agustín Cueva —uno de sus principa1es críticos marxistas del congreso de 1974— diez años después se declare . . “mucho más cerca de los autores ‘dependentistas’ que de sus críticos” , y reconozca que “. . el marco conceptual de los estudios latinoamericanos no debe hacer caso omiso del factor dependencia.” La crisis del dependentismo de los ‘70 no puede comprenderse al margen de las circunstancias históricas concretas en las cuales tuvo lugar: la derrota de los movimientos guerrilleros del anterior decenio y los golpes de estado de Bolivia (1971). Chile y Uruguay (1973), y Argentina (1976), que llevaron al poder dictaduras militares de corte fascista y cuyos proyectos económicos —inspirados en el mo netarismo y el neoliberalismo— abrieron más las puertas al capital extranjero. Mientras, la política imperialista se hizo cada vez más agresiva contra nuestros pueblos, el ascenso a la presidencia del gobierno de Ronald Reagan, su permanencia en el poder por dos períodos y su sucesión por el también republicano George Bush, así como la feroz agresión económica del Fondo Monetario nternacional (FMI), así lo prueban.

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El cambio en la coyuntura política obligó a una modificación en el tema central del discurso socio lógico. La reflexión sobre el Estado y el poder se convirtieron en una urgente necesidad para la ciencia social. Trabajos sobre los tipos de Estado —el Estado burocrático autoritario— y la ideología en que se sustenta, así como la alternativa democrática y sus posibles vías de obtención, han aca parado la atención de los sociólogos. En muchos de estos estudios se advierte la influencia del eurocomunismo, y de una interpretación revisionista del pensamiento gramsciano, que busca conciliar sus ideas con una comprensión no marxista de las sociedades latinoamericanas; el rechazo al leninismo, y la referencia constante a la vieja discusión sobre la “crisis del marxismo” como parte de una crisis de los paradigmas tradicional mente empleados en la interpretación social»* A nuestro juicio, se observa además un renacer de la presencia de las concepciones de Max Weber sobre todo en lo concerniente a su sociología política y sus tipos ideales de dominación legítima. Esta influencia puede interpretarse como búsqueda de categorías “neutrales”, que posibiliten el estudio de la situación actual sin expresar un compromiso ideoclasista. El triunfo de la Revolución Sandinista nicaragüense, en 1979, la agudización de la situación revolucionaria en El Salvador y Guatemala, hacen de Centroamérica el punto focal del análisis sociológico. Las ciencias sociales centroamericanas han llevado adelante la tarea de la reflexión sobre los movimientos populares, la lucha de clases, la agresión imperialista y las vías y formas de constitución de un nuevo orden social. Ellas están a la vanguardia en la sociología de nuestro continente. La reflexión sobre estos procesos en la coyuntura misma de la revolución, ha contribuido a la radicalización de su discurso, en la medida en que el movimiento popular se ha radicalizado más. Otro elemento a favor de la sociología de esta área es que los mejores científicos sociales de nuestra América han reflexionado y están reflexionando sobre estos mismos problemas. Por todo esto pensamos que finalizando la década del ‘70 se abre una nueva fase dentro de la sociología latinoamericana, que presenta rasgos cualitativamente específicos; y que dada su actualidad e importancia es necesario someter a un estudio riguroso para su caracterización científica. Revelar la continuidad de esta etapa con los momentos precedentes, es también una tarea a cumplir. Notas - Diaz de Arce, O.: “Pensamiento político de la inde pendencia latinoamericana”, Revista Santiago, Santiago de Cuba mayo de 1985, no. 57, p. 10. 2 - Días de Arce, O.: El proceso de formación de los Estadas nacionales en América Latina, Departamento de Historia de América, Universidad de La Habana, 1980, p. 35. 3 Ibidem, p. 35. 4 Soler, R.: “El pensamiento sociológico de Mariano Otero”, Estudios sobre la historia de las ideas en América,Librería Cultural Panameña 5. A., 1979, p. 64. 5 - Comte, A.: “Curso de filosofía positiva”, Selección dc lecturas pensamiento sociológico burgués (Primera Parte); Departamento de Sociología Universidad de La Habana, s/f, p. 53. 6 Ibídem, p. 56. 7 Soler, R.: El positivismo argentino,Editorial Paidós, Buenos Aires, 1968 8 Ibídem. 9 Germani, G.: “La creación de la escuela de sociologí en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional d Buenos Aires’» V Congreso T,otinoomericano deSociología ,sin editorial, Santiago de Chile, 1957, p. 50 10 Andrceva, O.M.: ed. cit., p. 30. 11 Cueva, A.: “Reflexiones sobre el desarrollo contemporá neo de los estudios latinoamericanos en México’>, CódiceUNAM, México, D. E., julio-diciembre de 1984, nos. 3 y 4, p. 46. 12 Ibídem. 13 Cueva, A.: ed. cit., p. 46. 14 Vasconi, T. A.: “El pensamiento marxista a partir de la Revolución Cubana”, Tareas, Panamá, abril-junio de 1984, Nº. 58, p. 82. 15 Un análisis detallado de los aportes y limitaciones de esta teoria fue efectuado por la autora: Bobes, y. C.:“Para una evaluación marxista-leninista de la teoria de la dependencia”, ponencia presentada al evento científico por el centenario de la muerte de Carlos Marx, celebrado en la Academia de Ciencias de Cuba, en noviembre de 1983 . 16 Cueva, A.: ed. cit., P. 47.