VICTOR.DOC

5
QUE ESPERAS, VICTOR? -Estás condenado al fracaso, me pronosticaste aquella vez, recuerdas? -una sonrisa, que más parecía una mueca, el gesto de una amargura tenaz, alzó con desgano el vértice izquierdo de su boca. -Y a cuento de qué me lo recuerdas? -preguntaste Víctor, con un contenido malhumor que crecía. No te decides a tachar en la cara vidriosa de Erni esa frase que no te convence y continúas. -Pues a cuento de un nuevo relato que quiero que leas. Lo curioso -continuó- es que así como el otro se decidía a partir de un sueño, te acuerdas?, con éste ocurre algo semejante. Me urge que lo leas y, si no te molesta, mañana sábado por la noche, después de comida, pasaré por tu casa para que me destroces. Quizás si entre ambos podamos darle un buen final a la historia. Es sábado. Agravado ya el día por la penunbra, nada te queda por hacer y te has dispuesto con desgano, como siempre, a cumplir con el compromiso. Te sirves un poco de brandy (regalo de Martha, que, pese a las distancias, no se olvidó

description

VICTOR.DOC VICTOR.DOC VICTOR.DOC

Transcript of VICTOR.DOC

Page 1: VICTOR.DOC

QUE ESPERAS, VICTOR?

-Estás condenado al fracaso, me pronosticaste aquella vez,

recuerdas? -una sonrisa, que más parecía una mueca, el

gesto de una amargura tenaz, alzó con desgano el vértice

izquierdo de su boca.

-Y a cuento de qué me lo recuerdas? -preguntaste Víctor, con

un contenido malhumor que crecía. No te decides a tachar en

la cara vidriosa de Erni esa frase que no te convence y

continúas.

-Pues a cuento de un nuevo relato que quiero que leas. Lo

curioso -continuó- es que así como el otro se decidía a

partir de un sueño, te acuerdas?, con éste ocurre algo

semejante. Me urge que lo leas y, si no te molesta, mañana

sábado por la noche, después de comida, pasaré por tu casa

para que me destroces. Quizás si entre ambos podamos darle

un buen final a la historia.

Es sábado. Agravado ya el día por la penunbra, nada te queda

por hacer y te has dispuesto con desgano, como siempre, a

cumplir con el compromiso. Te sirves un poco de brandy

(regalo de Martha, que, pese a las distancias, no se olvidó

de tu último cumpleaños), te distraes en dicidir qué quieres

escuchar mientras anochece y así atenuar el disgusto que te

produce la tarea. Te acomodas frente al teclado mientras se

inicia el lento movimiento de aguas espesas con que la

música envuelve la habitación. Deseas olvidar por un

Page 2: VICTOR.DOC

momento todo sentimiento que perturbe el placer de

abandonarse a la secreta temporalidad que invade el oído y

al ardor líquido que entibia el paladar y el alma -gozo

tristón que terminas por creer es el único posible para un

hombre al que, al menos eso quisieras, no le disgusta vivir

solo.

-Desearía que me ayudaras a decidir el final de esta

historia. Esa frase te perturba y te obliga incómodamente.

El tono de su voz, la desacostumbrada fijeza de su mirada,

normalmente evasiva, el decidido ademán con que te adelantó

las hojas, y ese ligero temblor que sacude tu párpado

izquierdo cada vez que algo incierto te amenaza. Observas

la fotografía que te mira en el escritorio donde estás con

tu ex esposa y tu hijo. El tipo es un pelmazo, bien lo

sabes, sobre todo cuando intenta reemplazar con ese tono

pasional y amargo el equívoco timbre de su voz y lo

desvalido de su figura. Y el énfasis reforzado por el

movimiento teatral de sus manos casi femeninas y esas tenues

sacudidas del párpado izquierdo, que son casi

imperceptibles, pero que yo conozco. Un vago sentimiento de

vacío en el vientre te impide continuar, como si desde el

fondo de esa pantalla sin fondo te acechara un riesgo, una

desconocida amenaza, una suerte de Minotauro, piensas, en el

fondo del laberinto esperando a Teseo, la víctima, el

verdugo.

Lees en la pantalla. Erni las emprende en tercera persona y

se las arregla para intercalar, sin mediación alguna y

constantemente, un sujeto que habla desde sí mismo. Te

estremece un sentimiento que se parece menos al asombro que

Page 3: VICTOR.DOC

al descanso que sobreviene cuando se cumple una amenaza

largo tiempo diferida. El nuevo personaje que se agrega a la

intriga soy yo mismo. Parece claro. Repites en este relato

un motivo que conoces y que filtra de horror tus pesadillas:

el abismo abierto por espejos enfrentados, ese abismo tan a

la mano que repite tu cara de frente y de perfil hasta

siempre, desde aquella vez ya harto lejana en la que tío

Humberto había alzado tu niñez de las axilas -te acuerdas,

Víctor?-, parándome sobre el tocador de mi madre frente al

espejo, mientras situaba otro oblicuamente a mi costado.

Cómo resistirse a la cara de uno, tan extrañada de uno, tan

silenciosa mirando nada.

En aquella ocasión no te atreviste, no pudiste con tu deseo.

Preferiste escribir un cuento mediocre que no consiguió, sin

embargo, salvarte de nada. El relato había ganado el tercer

lugar de un certamen poco importante y la copia desapareció

en una carpeta de color desvaído que se olvidó debajo de

libros y revistas en algún rincón del escritorio. Corría el

mes de septiembre y algunos esporádicos aguaceros recordaban

que aún no terminaba el invierno. La frase te mira socarrona

desde la pantalla. El personaje, como una metáfora deslucida

que nada dejaba al enigma, repetía las vanas rutinas de su

autor y devenía, a poco andar, en la mala descripción de su

insignificante fatalidad. Y ahora otra vez. Por qué insistes

en escribir, latero infinito. Anticipas el final. Será un

día sábado. Simularé que vengo a matarte, entonces tú,

advertido... No funciona. Te imaginas como una Scherezade

depravada por el hastío. Retrocedes en la pantalla. Estas

condenado al fracaso -lees.

Page 4: VICTOR.DOC

Te echas sobre el respaldo de la butaca. Escuchas la noche

que entra desde el jardín y el silencio color oscuro de la

música que concluye. Experimentas la secreta frustración que

te domina cada vez que el maldito Erni te ha vencido en una

partida de ajedréz. Recuerdas esas tantas veces que has

huído de la fantasía que ahora te gana: la sospecha

perturbadora de que, por tu maldita manía de ponerle nombre

a las cosas, es Erni y no tú quien escribe, quien juega,

quien ejerce poder en la relación de ambos. Debes

reconocerlo. La pantalla encendida emite ese sonido sordo

que odio y que me devuelve la imagen de mi rostro mediocre.

Erni espera. Apuras un sorbo largo del dorado tabaco del

coñac que quema suavemente tu pecho y tranquiliza el párpado

izquierdo que tironea a ratos. Piensas en el arma que

guardas en el estante del comedor y que jamás has usado.

Aún es sábado.