Post on 04-Aug-2015
El profeta en su tierra14º domingo ordinario - B
Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba, asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas?… Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra… Marcos 6, 1-6.
Con sus palabras Jesús llegaba al corazón de las gentes. Asombradas, se preguntaban: ¿Quién le enseña todo esto?
El impacto que causaba solo puede explicarse desde su intensa vivencia y apertura a Dios Padre. Hablaba de
aquello que vivía, sentía y creía. No había distancia entre sus palabras y su vida.
La primera Iglesia, el grupo que fundó como familia de seguidores, tuvo su preludio en el hogar de Nazaret, con María y José. Una persona armónica y madura revela una
familia compacta que ha ejercido bien su labor educadora.
Por eso la Iglesia defiende la familia. No solo es un valor cristiano: es una realidad humana fundamental para la
persona y la sociedad. Nadie puede crecer sin un entorno cálido y acogedor, sin un padre y una madre que le enseñen
qué es el amor , sin hermanos con quienes aprender a convivir.
Querer desplazar la familia de la sociedad o quitarle su importancia conduce a una pérdida de identidad de la persona. Cuando el rol de los padres se diluye los hijos
sufren una enorme desorientación. Sin familia la sociedad se desmorona.
Pero Jesús encontró poca fe en su propio pueblo, entre los suyos. Y se fue triste de allí ante su incredulidad e incluso su desprecio. Curó a algunos enfermos, no renunció a su
carisma sanador. Pero marchó en seguida.
Nadie es profeta en su pueblo, y esto se da en muchos de nuestros barrios y entornos. ¿Qué nos va a enseñar este?, decimos. Y no nos percatamos de que un pueblo
que se cierra a Dios pierde su horizonte.¡Vigilemos ante la falta de fe!
En nuestro mundo regido por la ciencia y la tecnología, Dios aún tiene mucho que decirnos. Nos trae un mensaje que da sentido a nuestras vidas. Si no
respondemos a este regalo que nos ofrece, ¿qué será de nosotros? Pero Dios respeta nuestra libertad. Si no
queremos escucharle, se apartará en silencio…
Aprender a escuchar es nuestro gran reto. Escuchemos no solo con el oído, sino con apertura, aceptación y adhesión
total a lo que oímos. La prisa y la vorágine nos impiden escuchar debidamente. Dios nos dice muchas cosas cada día… pero sin reflexión, sin espacios de silencio, no podremos oír su
mensaje.
Una sociedad que no se detiene, que no piensa, que no escucha, camina hacia el abismo.
Dios solo pide que le escuchemos y hagamos vida aquello que oímos.
Jesús hablaba con autoridad. Esta palabra
no significa poder. Viene de autor, autoría.
Quien habla con autoridad lo hace con convicción profunda y
autenticidad. La autoridad no coarta la libertad ni destruye a
nadie. Con autoridad es
posible educar.
El gran trabajo evangelizador es educar. Educar tampoco es imponer, sino sacar afuera. La Iglesia tiene la misión de hacer aflorar todo aquello de Dios que
tenemos las personas. Somos de Dios, estamos hechos por amor y para el amor, la alegría, la comunicación. Aquel
que nos ha creado nos da solidez y un norte.
Dios es quien nos da la existencia, la familia, los amigos, la fe, la razón y la capacidad de aprender. El cielo es
aquello que sentimos cuando amamos profundamente. En la tierra ya podemos pregustarlo como estallido de
gozo que transforma la vida.
No perdamos la fe. Sin ella la vida es un desierto gélido y los sentimientos languidecen. El mundo necesita la
ternura y la poesía de Dios para adquirir sentido. Convirtámonos en apóstoles fervientes, sin temor, para pasar la antorcha de la fe a las próximas generaciones. Tener fe añade un valor inmenso a nuestra existencia:
hemos de brillar para despertar el amor en la humanidad.
Textos: Joaquín Iglesias Arandahttp://homilias.blogspot.com
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