Post on 16-Nov-2014
description
La oligarquía, temerosa, decide jugársela con el general Gustavo Rojas Pinilla, quien
hábilmente maneja el gobierno desde el 13 de junio de 1953 hasta el 10 de mayo de 1957 y
logra desmovilizar buena parte de las guerrillas liberales. Su jefe más connotado, Guadalupe
Salcedo, cae asesinado en una solitaria calle durante una fría noche bogotana después de
llamar al desarme a más de 20.000 guerrilleros. Cumplido el objetivo parcialmente, los mismos
que habían llevado al poder al general Rojas Pinilla deciden que es hora de que éste devuelva el
poder porque sólo lo habían prestado. Se instaura un régimen cívico–militar con el aval de la
clase política y la cúpula de las fuerzas armadas, logrando salvaguardar la hegemonía liberal–
conservadora, manteniendo intacto el sistema de miseria imperante hasta 1957, cuando deciden
volver al protagonismo de los políticos y se inventan la alternancia en el gobierno con el Frente
Nacional.
Atribulada la patria, los jefes liberales y conservadores, sentados sobre las calaveras y los
huesos de 300.000 colombianos, deciden “olvidar” y pactar de nuevo. Claro, con sus propios
intereses económicos y políticos y poco importan los dolores de los huérfanos y las viudas.
Decidido y programado por la oligarquía el golpe de Estado a Gustavo Rojas
Pinilla, Alberto Lleras Camargo inició contactos con los jefes del Partido Conservador
para lograr un acuerdo que permitiera repartir el gobierno entre los dos partidos,
Conservador y Liberal, y de paso eliminar la violencia política iniciada y propiciada
por ellos mismos. Al perder el control de las fuerzas en pugna la contienda había
COMENTARIO La primera edición de “Rojo y Negro: Una aproximación a la Historia del ELN”, salió a la luz
pública a mediados de 1998, han transcurrido seis años desde aquella fecha y a solicitud de
algunos compañeros y compañeras decidí hacerle algunas modificaciones y actualizaciones al
texto original para preparar esta segunda edición que hoy esta en sus manos, amable lector.
Respecto a las modificaciones a la primera edición, ellas dan cuenta de la supresión de algunas
entrevistas y capítulos que no modifican sustancialmente el hilo conductor de la historia narrada.
Los nuevos agregados aparecen en el capítulo, Colombia: Entre el Diálogo, la guerra y los
arlequines; así también como en el epilogo. Se trata de algunas líneas para actualizar lo que ha
sido el accionar político y militar del ELN en estos últimos seis años.
Agradezco la valiosa contribución de innumerables amigos en el exterior que hacen posible que
esta nueva edición circule. Mil gracias a ellos.
Con aprecio:
Milton Hernández. Dirección Nacional ELN de Colombia
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
Me inspiro para prologar esta obra en la lucha de cientos de compañeros, conocidos y anónimos, que dejaron sus vidas por la causa revolucionaria durante estos 33 años de lucha revolucionaria.
Para mí es uno de los acicates más grandes en el compromiso revolucionario, porque con ellos aprendí a ser leal a los principios de dignidad y redención humanas.
En una vida histórica tan corta como la del ELN, no es fácil escribir porque los protagonistas vibramos con los hechos de ella, y pedir que todos interpretemos las vivencias de la misma manera es ir contra la dialéctica. Por ello, el atrevimiento de escribir es meritorio, y así se lo reconozco al compañero Milton Hernández, autor de este libro.
Hablar de una historia oficial es encasillar el análisis de los aconteceres, y se trata, por el contrario, de contribuir a la memoria histórica de miles de mujeres y hombres que en el ELN hemos estampado nuestras vidas como testimonio fiel y vivo de la lucha de un pueblo indomable, que, después de más de 500 años de habérsele arrancado su idiosincrasia original, sigue buscando su libertad para erigir su propio destino.
En este libro, los lectores encontrarán un retazo histórico de 33 años de lucha en la que sus protagonistas dejaron, y dejan a diario, su huella popular, su corazón y su vida, para que las nuevas generaciones se dignen de sus antepasados como hoy nosotros nos dignamos de los nuestros.
Lo que aquí se expresa no pretende ser la última palabra; es simplemente la reflexión y el análisis que reflejan las personalidades de una organización guerrillera que se inspiró en ideólogos como Ernesto Che Guevara, y que tuvo como maestros a grandes hombres como Camilo Torres Restrepo, Luís José Solano Sepúlveda, Manuel Vásquez Castaño, entre otros.
Con afecto revolucionario, Comandante Nicolás Rodríguez Bautista.
AGRADECIMIENTOS
Dedicado con especial cariño:
A todos los familiares de los cientos de elenos, camilistas y bolivarianos que en este discurrir
por la historia han dejado sus huellas por la patria con la marca indeleble de su sangre.
A todos los presos políticos, que con su dignidad quiebran a diario las fronteras del encierro,
elevando sus pensamientos y convicciones por encima de las nubes.
A todos los combatientes elenos, camilistas y bolivarianos, porque sin ellos, simplemente, esta
historia no existiría.
A todos los hombres y mujeres, constructores vivos de la historia, que con todo, y a pesar de
todo, sueñan y luchan por un mundo nuevo, confrontando siempre a los cultores del dinero, que,
como momias, quieren condenarnos a su propio fatalismo histórico, pretendiendo hacernos creer
que las chequeras y la ignorancia se impondrán irremediablemente sobre las ansias de libertad
de los pueblos.
PRIMERA PARTE DE LAS RAÍCES A LA IMPLANTACIÓN
Capítulo 1
LA COLOMBIA EN QUE NACIÓ EL EJÉRCITO DE LIBERACIÓN NACIONAL, ELN
Colombia ha sido, y es, un país de infamias. El 6 de diciembre de 1928 los obreros
bananeros de Ciénaga, Magdalena, se levantan en su dignidad y exigen justicia social a la
multinacional United Fruit Company. La respuesta del gobierno de Miguel Abadía Méndez,
conservador, es premonitoria: ¡Mátenlos!
El coronel Carlos Cortés Vargas, tan presuroso como siempre, como corresponde a todos
los militares cuando de cortar cabezas o cortar vidas de inocentes se trata, cumplió con la
macabra orden. Resultado: más de 2.000 muertos, que al caer en la plaza central entonaban el
himno nacional como testimonio de su amor por la patria. Consumada la masacre, los soldados
cargan los cadáveres en enormes vagones, los exponen al público para escarmiento de las
nuevas generaciones o de inconformes inciertos, y luego los tiran al mar para alimentar a los
tiburones. Gabriel García Márquez registró prácticamente para la posteridad este drama en su
inmortal obra Cien años de soledad. Y de verdad que la soledad de la justicia social para los
pobres ha brillado por siempre desde aquella orgía.
El 9 de abril de 1948 cae asesinado por sicarios estatales, al mejor estilo de hoy, el
caudillo liberal y popular Jorge Eliécer Gaitán. Ante la verdad desnuda de que Gaitán era seguro
ganador de las próximas elecciones presidenciales, la oligarquía liberal – conservadora, al
mando de los falangistas Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez, decide eliminarlo. Colombia
toda se convirtió en un polvorín.
La cólera popular estalla por doquier. El asesino material, instrumento de los poderosos
dueños del país, es capturado vivo y muerto a golpes, a palos; descarnado su cuerpo, sus
despojos son arrastrados por plena carrera séptima de Bogotá y, como botín de guerra, de rabia
y de impotencia, son izados frente a la casa presidencial. Mariano Ospina Pérez, presidente de
la República, pávido, presenciaba desde su ventana la venganza popular que comenzaba. Sólo
atinó a tragarse la lengua.
Comenzaba la larga noche de terror sobre Colombia, que sólo en el período 1948 – 1957 –
conocido oficialmente como de la Violencia- produjo más de 300.000 muertos “sin contar datos
de muchos municipios”. La barbarie y el miedo han sido desde aquellos días compañeros que no
faltan en la vida de los colombianos.
Los campos y las ciudades del país se llenaron de cadáveres de gentes sin corbata,
descalzos, de carriel y ruana. Hombres y mujeres divagaron preguntando por sus deudos, nadie
daba razón de nadie. Muchos se alzaron y con ira tomaron posesión de cuarteles de policía, de
oficinas públicas; las sedes de los partidos tradicionales se volvieron cenizas por obra y gracia
de la insurrección popular: los francotiradores se tomaron las azoteas de los edificios y desde allí
controlaban cualquier intento de resistencia de la fuerza pública.
Los jefes liberales y conservadores, asustados por la rebelión desatada por el pueblo,
deciden pactar por arriba, dejando que la “chusma” –como despectivamente denominan al
común- se matara entre sí en defensa de los colores rojos o azul. Esta actitud origina el
descontento de los líderes y las bases del partido liberal, que desconocen las orientaciones y los
“llamados a la normalidad” dados por sus dirigentes, y deciden lanzarse a la guerra de guerrillas.
Guadalupe Salcedo encabeza las guerrillas del Llano, con Dúmar Aljure. El capitán Eduardo
Franco Isaza se alza en Antioquia. Juan de la Cruz Varela, líder agrario y comunista, se
enguerrilla en Cundinamarca. En el Tolima los jefes guerrilleros más reconocidos fueron los
Líster y los Loaiza, Gerardo y su hijo. Tulio Báyer luchó en el Vichada.
El gobierno conservador de Ospina Pérez insiste en la represión como arma conocida y
prepara la policía nacional con los “chulavitas”, gente “lumpenizada”, con la única finalidad de
imponer el terror en las comarcas cortando cabezas, sacando ojos, arrancando testículos; o con
machetes, cortando niños, tirándolos hacia arriba y dejándolos caer en las puntas de las
bayonetas, descuartizando, quemando, violando, saqueando; los hombres eran quemados vivos
y sus hijos picados en pedacitos para no dejar semillas.
Los capitanes pedían cabezas y no partes, sangre y no cuentos. Parece que el rojo de
nuestra bandera es el símbolo de nuestras desdichas.
En este huracán los terratenientes arman sus propias bandas para proteger sus tierras y
sus privilegios y entran en escena los conocidos “pájaros”, temidos por su brutalidad: “El
Cóndor”, “Piel Roja”, “Ave Negra”, quedan marcados entre otros como símbolos de “aves” de
mal agüero pero de muy buena puntería cuando de clavar estacas en el corazón de los
campesinos se trataba. En el campo, y a falta de una dirección revolucionaria, los campesinos
se organizan y se arman contra los “chulavitas” y los “pájaros” y deciden darles de su misma
“medicina”: los nombres de “Desquite”, “Chispas”, “Sangre Negra”, “Veneno”, Efraín González,
simbolizaron las esperanzas de las autodefensas de los más pobres.
Yo soy campesino puro
Y no empecé la pelea
Pero si me buscan ruido
La bailan con la más fea.
Así trovaban mientras alistaban sus machetes en espera de cualquier cabeza o lengua de
“chulavita” o de “pájaro”, para el caso daba igual.