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  • HCTOR KRIKORIAN

    CUENTOS

    breves 1

  • CUENTOS breves 1

    Krikorian, Hctor Cuentos breves 1. - 1a ed. - Ciudad Autnoma de Buenos Aires . Repblica Argentina - E-Book.

    ISBN 978-987-33-6424-2

    1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Ttulo CDD A863Editor: el autor, 2014.

    Fecha de catalogacin: 21/11/2014

    Apndice: Sobre el Genocidio armenio

    Contacto con el autor: [email protected]

    Ilustracin de tapa: Apocalipsis Bsas- Luciana Adinolfi (2011)

    Contacto con la artista: [email protected]

    Queda hecho el depsito que marca la Ley 11723Noviembre 2014

  • Sinopsis

    El ser humano, con toda la complejidad de virtudes y defectos que lo integran, es el

    protagonista principal de estos relatos.

    Todos los actos y las ilusiones de la existencia, desde el nacimiento, la lucha por la vida y

    los ideales, hasta la muerte, casi siempre intil y cruel, sin dejar de lado algunos cuentos donde el

    romanticismo, la esperanza, la venganza, el odio y el amor nos sorprenden, estas narraciones

    dejarn, sin duda, un recuerdo consistente de profundidad y emocin en el espritu de los lectores.

  • A:

    A Virginia Kevorkian de Krikorian, mi madre,

    A Len Krikorian, mi padre.

    A Juan Coco Krikorian, mi hermano.

    A Ana Mara Pizzi, mi mujer,

    A Christian Rodrigo y Gonzalo Ruy Len, nuestros hijos.

    Con gratitud y afecto a Mara Fernanda Satora, que con Christian, y a Luciana

    Adinolfi, que con Gonzalo, nos hicieron dos regalos inconmensurables:

    Mateo Krikorian Satora y Len Krikorian Adinolfi, nuestros nietos maravillosos.

    Y a la gente amiga que siempre me inst a escribir y a publicar.

    Buenos Aires, septiembre de 2014

  • HCTOR KRIKORIAN

    Naci en la Ciudad de Buenos Aires, Capital de la Repblica Argentina, el siete de marzo de

    mil novecientos treinta y siete.

    Hijo de sobrevivientes del Genocidio preparado en forma minuciosa y expresa, y totalmente

    ejecutado con absoluto salvajismo e inhumanidad contra el pueblo armenio por el Estado turco

    durante dcadas, cuya fecha crucial fue el veinticuatro de abril de mil novecientos quince, por

    cuanto es en ese da cuando comienza ese proyecto asesino, momento en el que fueron asesinados

    centenares de polticos, profesionales, artistas, intelectuales, sacerdotes, la mayora de los que

    formaban la intelligentzia del pueblo armenio y estaban capacitados para la conduccin de sus

    compatriotas, y as, de esa manera, el Estado turco podra ejecutar su plan de masacrar, casi sin

    resistencia, a un milln y medio de armenios.

    Ese Genocidio sigue injustificadamente impune, a cien aos de cometido, pese al

    reconocimiento de muchsimos pases, en virtud de lo cual todo el pueblo armenio ya sea en la

    dispora, integrada por quienes, para no perder la vida como perdieron sus bienes en manos del

    genocida, buscaron y encontraron refugio en casi todos los pases del mundo, como tambin en la

    Repblica de Armenia junto a su hermana e igual la Repblica de Artsaj o Repblica de Nagorno

    Karabaj, siguen, con todas las medidas a su alcance y en todos los foros internacionales, con el

    reclamo para que se le aplique al Estado turco no slo el condigno castigo por ese Genocidio, sino

    que tambin, y principalmente, la Justicia lo condene a la reparacin que les corresponde, no slo a

    Armenia como Nacin, sino tambin a aquellos que sufrieron esas masacres y a sus descendientes,

    ya sea con la restitucin de los territorios ancestrales usurpados como asimismo resarcir, en lo

    posible, el infinito dao moral y material infligido al pueblo, a las Repblicas de Armenia y de

    Artsaj y a la humanidad entera. (Ver: Adenda: Sobre el Genocidio Armenio)

    Estudi abogaca en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de

    Buenos Aires, Argentina, egresando como abogado en mayo de mil novecientos sesenta y seis.

  • Habit siempre en la Ciudad de Buenos Aires, donde ejerci la su profesin en forma

    intensa y form su hogar con Ana Mara Pizzi, y en esa ciudad nacieron los hijos: Christian Rodrigo

    y Gonzalo Ruy Len y los nietos: Mateo y Len.

    Comenz a escribir desde la escuela primaria, siendo su primer cuento del ao mil

    novecientos cuarenta y nueve.

    Durante su juventud se inici en la literatura cimentado en la intuicin y las lecturas variadas

    que llegaban a sus manos, muchas veces en las Bibliotecas municipales de su barrio, La Paternal, de

    la Ciudad de Buenos Aires, y as continu escribiendo hasta que la tarea de sostener el hogar le fue

    quitando tiempo y fuerza para la creacin.

    A partir del ao mil novecientos noventa y tres, retoma su vocacin y asiste a talleres de

    escritura, espordicamente con Beatriz Isoldi, Alicia Dujovne Ortiz, Jorge Torres Zavaleta, Eduardo

    Gudio Kieffer y, en especial, con Liliana Daz Mindurry.

    Ha escrito cuentos, poesa, teatro, ensayos, todos inditos, salvo varios cuentos que se

    incluyeron en las Antologas realizadas por los mismos concursos en los que se premiaron.

    Ha publicado, recientemente, su novela: SOLEDADES (La batalla), en www.lulu.com ;

    www.lacasadellibro.com y en www.bubok.com .

    Obtuvo cerca de cuarenta distinciones en concursos de cuento y poesa, tanto en la

    Argentina, como en Espaa, Francia, Mxico y Venezuela.

    Pero insiste en afirmar que la mejor obra que llev a cabo, en colaboracin, son los hijos y

    los nietos.

    http://www.lulu.com/http://www.bubok.com/

  • 7:

    Ganador del Premio Edenor Concurso de cuentos para escritores

    inditos 1995

    21 Exposicin Feria Internacional de Buenos Aires El Libro del

    Autor al Lector.

    Cuento: El motivo.

    EL MOTIVO

    "Bienaventurados los que sufren porque

    de ellos ser el Reino de los Cielos"

    Ya la calefaccin central haba perdido fuerza y la madrugada de julio en Buenos

    Aires penetraba en la sala con su afilado fro. Alberto pensaba, con los ojos fijos en las miles

    de estrellitas disparadas contra la pantalla negra de la computadora.

    Mientras trabajaba en sus complicados clculos, y sin razn aparente, se haba puesto

    a meditar en la muerte de su amigo Rafael, a quien ya, en pocos meses, casi no recordaban ni

    la viuda ni los hijos, a pesar de que su vida haba sido siempre una entrega total por ellos y

    cmo, irnicamente, en el momento en que haba resuelto descansar para poder gozar el fruto

    de todo el esfuerzo, su corazn, sin aviso previo, tambin decidi lo mismo.

    Alberto, que tema que eso le sucediera a l, que viva cargado del mximo estrs, sin

    lograr que sus hijos colaboraran con su tarea, soportando en silencio alguna que otra seal

    cardaca, pens que era injusto que el hombre tuviera ese destino ingrato de lucha y

    desaparicin y dese la inmortalidad, dese la felicidad de saber que vivira para siempre, y

    sigui inmerso en esa idea, mientras sus ojos, extraamente congelados, miraban las

    movedizas estrellitas blancas de la superficie negra y el reloj digital del escritorio marcaba las

    cuatro y veinte de la maana definitiva.

    * * * * *

  • 8:

    "Ya no los veo. Qu lejos han quedado. Cmo har para acercarme sin que me

    descuarticen, como hicieron con mi padre, mis hermanos y con casi todos los hombres del

    pueblo! Quisiera tener aunque fuera slo una oportunidad para escapar o poder hablar con los

    dems para intentar algo entre todos...pero cada vez que me detengo un soldado turco me

    pega con la culata del fusil, si es que no se le ocurre clavarme la bayoneta en la espalda, y me

    obliga a seguir caminando,...cada vez nos separan ms del grupo de nuestros hijos y de

    nuestras mujeres y madres; a nosotros, por ser todos hombres, nos hacen marchar ms rpido,

    aunque carguemos los fardos de los soldados y aunque el cuerpo nos duela...no s dnde nos

    llevan...y ya no veo a mi familia...y a nuestro alrededor el valle sigue su vida, el pasto se

    mece, las aves cantan, quiz tristes, y el sol sigue calentando. Dios mo, dame una

    oportunidad de luchar, de defender a los mos! Ya termina el siglo diecinueve y es como si

    estuviramos en la edad de piedra, todo el mundo sabe que nos estn exterminando, pero la

    ayuda que nos haban prometido no llega y si algn da viene, estaremos todos muertos en

    manos de estos turcos, que nos aniquilan slo porque somos armenios, cristianos...nos van a

    hacer detener en ese arroyo?, tratar de fugarme aqu...pero ese soldado no deja de

    vigilarme...habr adivinado mi intencin?...pero aunque sea yo slo, voy a intentarlo, y luego

    correr para encontrarme con mi mujer y mis hijos...ya llegamos...nos hacen arrodillar para

    beber...pero el agua est rojiza...Santo Dios...es sangre! Y nos obligan a beber! Debo apartar

    la sangre con la mano y hundirla en el lquido y fingir que estoy bebiendo... algunos amigos

    del grupo se levantan y comienzan a luchar!, y me dirijo contra el soldado turco y cuando alzo

    mis puos l me desgarra el estmago con la bayoneta...y mi sangre se une a la de mis

    hermanos en el arroyo del que jams se borrar esa mancha....y me desvanezco...sin mi

    mujer...sin mis hijos...".

    Aqu estoy...ya ests muriendo... recuerdas nuestro trato?

    Si... todas mis vidas y mis muertes continuarn siendo as?

    Puede ser...

    Entonces te pido que me liberes de nuestro pacto! No quiero este sufrimiento.

    Lo convenido debe cumplirse y te recuerdo que slo terminar cuando y como est

    establecido.

    No hay posibilidad entonces?

    Ninguna. Ahora, pinsalo bien y dime; cul fue la causa de esta muerte tuya?

    El odio del hombre contra el hombre.

    Seguirs siendo inmortal.

  • 9:

    * * * * *

    "El Mahatma nos dijo que tuviramos valor y no reaccionramos, pero... cmo

    controlar la ira cuando, ayer nuevamente, asesinaron a palazos a decenas de mis compatriotas

    slo por haber quemado nuestra ropa fabricada en Inglaterra!

    Algunos pudieron salvarse, pero llevan clavados en el alma los gritos de dolor y

    agona de sus hermanos. Estamos en una lucha terrible y desigual, nadie en el mundo nos

    auxilia aunque el Gandhi lo ruegue; nadie quiere ver nuestros problemas. Estamos solos y

    desarmados frente a un dominador impiadoso, a quien solo le importa seguir obteniendo

    ganancias! Pero el Mahatma nos dijo:"...no a la violencia...no a la reaccin, solamente

    actuemos con la desobediencia civil...", como si eso fuera sencillo! , cunto ms fcil es

    enfrentarlos y vencer o morir en la lucha, que permanecer sentados para que nos apaleen o nos

    destrocen. Ahora estoy de nuevo con mis amigos, intentaremos trabajar para hacer nuestra

    propia ropa, pero cerca estn los soldados ingleses y sus cipayos; no los voy a mirar, mi

    corazn palpita fuertemente, presa de una rebelda feroz; nunca estuve tan cerca de esta

    prueba, podr hacer lo que desea nuestro Mahatma: tener el coraje de quedarme quieto

    cuando vea que ese garrote va a destrozar mi cabeza? All vienen, han comenzado el castigo,

    mis amigos caen sangrando y ya vienen hacia m...el golpe es terrible y me hiere de muerte".

    De nuevo nos encontramos, Alberius.

    Te ruego que des por terminado el pacto.

    Otra vez me pides eso... acaso no queras la inmortalidad...no eras t quien la peda tan

    fervientemente?

    Yo no ped esto que me ests obligando a vivir y morir!

    Es tarde para arrepentirte... o no recuerdas cuando te dije que escucharas bien las

    condiciones y que pensaras mejor tu decisin?

    Pero esto es un dolor que jams hubiera imaginado.

    Slo si aciertas la causa de tu muerte rompers el pacto...ahora dime: cul es el motivo de

    este nuevo final.

    La ambicin.

    Seguirs con tus vidas y tus muertes.

    * * * * *

  • 10:

    Toda la pequea villa de Angoulme, en Francia, estaba atemorizada. El eclipse en el

    ao que marcaba el comienzo del mil quinientos, era considerado como de mal agero.

    Alberius, que siempre rechaz ese temor como algo infantil, cerr la ventana de su

    laboratorio de alquimista, cuando ya el viento fro del norte venca el calor de las llamas del

    hogar. Esa era la noche elegida; todo estaba preparado.

    Decidido, se sent en su silln favorito, cmodamente pero nervioso. Junt las manos

    frente a su corazn, aspir el humo caliente que emerga de la probeta y, relajndose, esper,

    mientras la noche avanzaba y l cerraba los ojos. Al rato, como aparecida de la nada, vio una

    figura luminosa y de contornos desdibujados que flotaba en la oscuridad, y crey escuchar:

    Aqu estoy, t me llamaste.

    S. Qu eres: Dios o Diablo?

    Para lo que t me pedirs, no es necesario que lo sepas.

    Conoces por qu te he conjurado?

    Quieres ser inmortal.

    Es mi mayor ambicin!

    La inmortalidad se te dar si aceptas las condiciones...

    Las acepto!

    No me interrumpas ni te precipites, escucha con atencin porque algn da te arrepentirs y

    no quiero que me culpes de no haber sido claro. La inmortalidad que te daremos no consistir

    en estar eternamente en la misma vida sino en tener mltiples existencias, y stas sucedern

    en cualquier lugar del mundo, en cualquier poca y tendrs en ellas distintas edades y sexos...

    Est bien, acepto las condiciones, las acepto!

    Espera...an no he terminado...todas esas vidas tendrn su propio final, yo aparecer cinco

    minutos antes y en cada una de ellas tendrs que contestarme a esta pregunta: cul ha sido el

    motivo de esta muerte?

    Y si no acierto?

    Si te equivocas en la respuesta, seguirs siendo inmortal. Por eso, pinsalo antes de aceptar,

    pinsalo bien.

    * * * * *

    "Hoy es 16 de mayo de 1943, hace una semana cumpl quince aos y estoy a punto de

    morir. Ya cae la tarde y los nazis siguen bombardeando nuestros ltimos refugios. Qu pocos

    combatientes quedamos luchando. Mis padres me decan: "...Ruth no vayas, no pelees, eres

  • 11:

    una nia, no puedes disparar un arma, ven con nosotros, nos refugiaremos en la Sinagoga, all

    no se atrevern a hacernos dao, ven con nosotros, por favor, Ruth!...", y ahora he logrado

    llegar hasta aqu, junto a ellos, para defenderlos, en este ltimo templo y ltimo refugio, ya s

    que Mordechai Anielewicz, nuestro jefe, ha muerto esta maana, y ahora, cuando est

    llegando la noche y todo Varsovia y el mundo se aprestan a dormir, nosotros, en este Ghetto

    de la vergenza, estamos muriendo para salvar la dignidad humana y nuestras vidas. Hasta

    mis padres, heridos, han decidido combatir aunque sea con piedras; y los nazis nos disparan

    con ametralladoras, morteros y tanques, pero qu sorpresa se llevaron, hace ms de un mes

    que quieren destruirnos y los enfrentamos y los detuvimos hasta hoy. Hemos vencido!

    Nosotros, hombres, mujeres, nios y ancianos de la "raza inferior", les hemos demostrado que

    nunca podrn contra nosotros, ni en la vida ni en la muerte, an casi sin la ayuda de los pases

    a quienes pedimos socorro. Ya estamos en el final, ya se acercan de nuevo, las rfagas de las

    ametralladoras vienen hacia nosotros, las balas hieren mi carne, me desplomo, cerrar los

    ojos...sin haberme rendido....

    Alberius...ests cerca de otro final.

    Antes te rogu, ahora te imploro: djame morir para siempre, rompe el pacto...por favor...

    rompe el pacto!

    Te lo dije antes de que aceptaras, la nica manera de volver a ser mortal ser cuando

    aciertes el motivo de tu fallecimiento.

    Esto no es lo que yo deseaba.

    Jams te enga.

    Mil muertes no son la inmortalidad!

    Sin embargo, no dejas de existir.

    Si, pero mis vidas son sufrimientos terribles.

    Ya no nos queda tiempo. Dime ahora: cul es la causa de esta muerte?

    La locura del hombre?

    Volvers a vivir.

    No!

    * * * * *

    Alberius no contest enseguida, se qued mirando esa vaporosidad con algo de forma

    humana de donde provenan las palabras que, inaudibles, penetraban directas en su mente.

  • 12:

    No estaba seguro de haber comprendido bien lo que le haban explicado ni qu

    significaban realmente las condiciones del futuro pacto, y ello lo sumi en una duda que

    persisti durante un largo momento:"cmo seran esas muertes? Qu tendra de dificultosa

    la solucin del acertijo? Hasta qu punto y por qu podra querer alguna vez, dejar de ser

    inmortal?".

    La forma (ngel o demonio), oscilaba en el aire como impaciente por la contestacin

    de Alberius y ste senta al mismo tiempo el miedo al futuro y la angustia de saber que jams

    tendra nuevamente esta oportunidad, y prosigui con el tortuoso hilvanado de sus

    pensamientos, hasta que, con un suspiro en el que pareci descargar todo su temor, grit:

    Acepto! Acepto las condiciones y el pacto. Quiero la inmortalidad, sea como sea y bajo las

    circunstancias que me impongas.

    Lo pensaste bien? Mira que no hay retorno ni posibilidad de escapar hasta que no descifres

    el interrogante de la causa de tus muertes.

    La suerte est echada, acepto el compromiso. Dame la inmortalidad.

    * * * * *

    "Mam siempre me dice: "Makiko, las nenas buenas no rompen las rosas", pero yo no

    las quiero lastimar, solamente las quiero acariciar, son tan lindas, pero son muy dbiles y

    apenas las toco, se quiebran y despus parece como si estuvieran contentas de estar en mis

    manos. Ahora, que apenas empez el da y mam duerme, puedo venir al jardn para jugar con

    las rosas que se estn abriendo. Todava no hay ese ruido feo de aviones y sirenas: Es la

    guerra", dice mam y dice que pap fue a la guerra y que por eso ya no volver, (yo no s qu

    es la guerra, pero no me gusta si por ella mi pap no puede volver a casa), tengo amiguitas

    que tambin sus paps fueron a la guerra y muchos no volvieron, otros s volvieron, pero

    algunos sin brazos, otros ciegos... mam sigue durmiendo, y ahora tengo hambre, ayer ella fue

    hasta la ciudad grande, que est lejos, que se llama Hiroshima y trajo un poco de fruta y arroz,

    pero si la despierto para que comamos, se va a enojar conmigo, ojal que la guerra se termine

    rpido as los paps vuelven, todos los paps estarn en la guerra?, y ellos...quieren volver?,

    y ...pero...qu es esa luz tan alta, tan altsima que se ve all...qu ser esa nube negra y blanca

    y tan grande que sube mucho...es por donde est la ciudad, qu es este viento tan

    caliente...aqu viene mam y me abraza y llora y nos caemos, las dos estamos como ardiendo

    y todo est muy rojo y todo quema...quema mucho....

    Alberius....Alberius...

  • 13:

    Cmo quieres que te lo pida? Te ruego, te imploro! Qu debo hacer para que aceptes

    romper el pacto. Djame morir. Djame morir para siempre, no quiero vivir...es demasiado

    sufrimiento...es muchsimo ms de lo que puedo soportar.

    Alberius...eres inmortal...tienes lo que ningn ser humano ha tenido...y lo

    desprecias....Alberius... dnde qued tu determinacin?

    Est destruida por el dolor. No s todava si eres Dios que me castiga con la muerte o el

    Demonio que me castiga con la vida. Rompamos el pacto...

    No llores Alberius, tu sabes que antes tienes que descubrir el misterio de tus muertes.

    Contstame: cul crees que fue la causa de esta muerte?

    No contestar.

    Si no lo haces ser como si hubieras errado nuevamente, no pierdas esta oportunidad...quiz

    aciertes...

    Te burlas.

    No... slo digo la verdad...contstame ya: cul es el motivo?

    El ansia del poder.

    No. Esta muerte tampoco fue la ltima. El pacto contina.

    * * * * *

    "No tengo ms fuerzas...ya no s cunto hace que camino...mis brazos no pueden

    soportar seguir llevando el cuerpo de mi hijito, que ya no s si est vivo aun, somos miles y

    miles y seguimos andando; el suelo reseco y cortante nos lastima los pies, nos destroza las

    rodillas, las manos y los brazos cuando caemos; esta tierra de Somalia slo se moja con la ya

    escasa sangre de nuestros cuerpos; recorrimos kilmetros y kilmetros, desesperados por

    encontrar los campamentos donde curen nuestras heridas pero, principalmente, nos den algo

    de comer nuestros hijos envejecen hora a hora; mientras podemos los alimentamos con

    semillas, algo de agua, races o algn animal que se deja atrapar, pero somos tantos que eso

    no es suficiente. Nadie nos ayuda aunque sea slo con algo de comida, casi nadie se preocupa

    por nosotros; estamos muriendo enfermos de clera y disentera y, sobre todo, de hambre, a lo

    lejos slo se ve el desierto temblando bajo los rayos de este sol que nos aplasta; mis fuerzas se

    han terminado, me sentar al lado del cadver de mi hijo....pondr mi mano sobre su cabecita

    y...esperar ahuyentando, mientras pueda, esos buitres que picotean el aire y nos miran,

    impacientes".

    De nuevo nos encontramos a cinco minutos de otra de tus muertes, Alberius.

  • 14:

    Ya no s qu decirte, mi alma ha sufrido tanto que lo nico que puedo hacer es llorarte,

    suplicarte, mendigarte para que no sigas con este pacto que me da vidas y muertes, cada una

    ms horrible que la otra.

    Esto tiene una sola forma de terminar, t lo sabes tan bien como yo.

    Me arrepiento de haber querido ser inmortal!

    Eso yo lo saba antes de que t siquiera lo pensaras, pero en nada cambia nuestro

    compromiso... debers continuar contestando. Y ahora te pregunto de nuevo: cul es la causa

    de esta nueva muerte tuya, Alberius?

    Dame tiempo, permite que mi espritu se tranquilice.

    No puedo esperar ms.

    No quiero volver a equivocarme, tenme un poco de paciencia.

    Dmelo ya.

    Est bien. Ruego por mi suerte y te lo digo: creo que el motivo de mis muertes y de las

    dems muertes es la indiferencia y el desprecio del hombre por el hombre.

    En ese mismo instante la oscuridad se disip como bajo una lluvia de brillantes luces y

    colores que giraban sin cesar, y Alberius, sorprendido, mir la figura que, como en una

    sinfona callada, le deca:

    Alberius, has acertado. El pacto ha concluido, tendrs tu muerte definitiva, la que deseaste

    ms que ser inmortal.

    Alberius llor, sin saberlo y con los ojos cerrados, y al fin, sonri.

    * * * * *

    Alberto abri los ojos y su vista, casi turbia y hmeda, fue desde la negra y estrelleante

    pantalla del monitor hasta el reloj, que marcaba las cuatro y treinta y dos de la madrugada.

    Se senta descansado, con una inexplicable satisfaccin.

    Y esa misma maana lo encontraron, sentado en su silln favorito, sereno, con arrugas

    de cientos de aos y en sus labios, quietos para siempre, una sonrisa, demasiado extraa.

    (30 de octubre de 1994)

  • 15:

    CMO SENTAR A UN MOSQUITO

    Aunque pasen los aos, nunca olvidar la leccin de la maestra de primer grado

    cuando nos ense cmo sentar a un mosquito:

    Buenos, chicos, hoy les voy a ensear a sentar a un mosquito nos dijo, tan

    cariosa y paciente, como siempre, que es algo muy importante para vuestras vidas y para

    que sean como mam y pap, buenos y queridos por todos... ahora, vamos a empezar...

    primero de todo tenemos que agarrar a un mosquito, pero les aconsejo que cacen por los

    menos cinco de los gordos y grandes, y, ojito, eh!, para que no los piquen, enseguida que los

    agarren, pnchenles el aguijn en un pedacito de trapo, a ver, les explico mejor: clavan el

    piquito en un bollo y entonces, aunque el mosquito los quiera pinchar, no van a sentir nada

    ms que la tela suavecita contra la piel, est claro, no? y sin esperar que le contestramos,

    sigui, bueno, chicos, una vez que lo cazamos, pnganle que pudimos atrapar a uno slo, lo

    agarramos de la primera patita del lado derecho con nuestro dedo gordo y el de la nariz de la

    mano izquierda, y con los mismos dedos de la mano derecha hacemos lo mismo con la

    primera patita del lado izquierdo, aqu esperan porque el mosquito va a estar muy nervioso y

    se puede morir del susto, me entienden, no?, bueno, chicos, cuando ya esperaron un poco,

    estiran despacio de cada patita para los costados, teniendo mucho cuidado de no tirar

    demasiado fuerte porque puede pasar que en vez de tener un mosquito terminen con una patita

    de mosquito en una mano y un mosquito sin una patita en la otra mano, entonces lo tienen que

    tirar a la basura y tratar de cazar otro...bueno, chicos, supongamos que ya estiraron cada patita

    para cada lado, y si el mosquito sigue vivo y entero, lo agarramos de los hombros, con los

    mismos dedos, sin soltar las patitas, ojo aqu ...que tambin podemos pasarles las patitas de un

    lado al otro y entonces tendramos que agarrar a otro mosquito, vamos bien?, bueno, chicos,

    fenmeno... ahora viene la parte ms difcil, atencin! Mucha atencin! Una vez que lo

    tienen bien tomado, ahora: ojo! Ojito! Siempre suave y lento, lo apoyan encima de un

    pupitre o algo as, empujndolo para atrs, en este momento es posible que el mosquito aletee

    o chille, bueno, chicos, ustedes no le hagan caso y sigan empujndolo hasta que vean que est

    bien sentadito, ahora, fjense que est con la colita bien apoyada y la espalda recta, entonces,

  • 16:

    lo vamos soltando, despacito, y van a ver como el mosquito se queda sentado y portndose

    muy bien. Es fcil, vieron, chicos?".

    Ha pasado mucho tiempo, pero igual puedo asegurarles que jams estuve tan

    concentrado en una clase ni creo haber aprendido nada tan a fondo como esa leccin de

    aquella afectuosa maestra, realmente, pienso que debo ser muy burro porque nunca pude

    ensearle a un mosquito a que se sentara, ni en esa poca infantil, ni cada vez que lo intent,

    lo mximo que logr despus de aos y aos de esfuerzo y no lograrlo con, ms o menos,

    ochenta o noventa mosquitos, fue lo del otro da, que, al fin, alcanc, despus de muchsima

    lucha, a poner uno de costado momentos antes de hacerlo mierda de una trompada contra la

    mesa de la cocina.

  • 17:

    EL CIRCO

    A veces, el circo llegaba a pueblos en los que la pobreza y la tristeza competan entre

    s para determinar quin reinaba en ellos, y, en esos lugares, tenan como espectadores a muy

    pocos habitantes que pagaban la entrada y a algunos vagos que, despus de la funcin, los

    ayudaban, gratis, a ordenar y guardar todos los elementos utilizados y a quitar y doblar la

    carpa, ya vieja y remendada con mil retazos, ninguno del mismo color.

    Petronio empezaba a despertarse. Ahora, al comienzo del comienzo del da, el silencio

    pari de nuevo pensamientos que haban dormido junto a l: "en algn momento en algn

    momento lo voy a hacer. Se levant del catre y, mirndose en el espejo, con todas las fuerzas

    de la envidia, aborreci el cuerpo y la cara que vea, quiz con la misma intensidad con la que

    detestaba a Florencio, a Poderoso y, quiz, con el mismo fervor con el que odiaba y amaba a

    Estrellita.

    En el momento del desayuno de galletas y mate cocido, todos apenas se miraban,

    escupindose, entre ellos, algunas palabras mal masticadas.

    Florencio empez a fumar un cigarro, ms que ordinario, que no impeda el olor de la

    borrachera que lo acompaaba todas las noches.

    Patrn... le dijo Petronio, fingiendo humildad y sometimiento, le gust como

    estuve anoche?

    Florencio lo mir, con el desprecio de siempre, y le contest:

    Ome, payaso! And a terminar de embalar las cosas, tenemos que irnos rpido, y

    dejate de joder.

    Petronio, con ms bronca, se encamin a la pista para juntar los escasos elementos

    que haban usado en el ltimo espectculo. Poderoso ya estaba ah, acomodando las pesas y

    las bolas de hierro, negras, brillantes, con las que haca su acto de hombre forzudo, tena el

    torso desnudo y cada esfuerzo marcaba el vigor de sus msculos, que nacan de una cabeza

    cuadrada y un cuello anchsimo, formando todo eso una verdadera montaa de potencia.

    El payaso, con la cara grotesca por una sonrisa roja, desteida y mal lavada, se acerc

    al gigante por detrs, se encaram como pudo a una banqueta, y poniendo todo su

    resentimiento en cada palabra, le susurr al odo:

    Te imagins cmo la debe haber gozado anoche Florencio a la Estrellita? Y vos,

    para cundo? sigui Petronio. Qu espers, cagn?

  • 18:

    Poderoso permaneci quieto, callado.

    Ah...si yo tuviera tu fuerza! insisti el bufn, por milsima vez, si yo fuera vos...

    una noche de estas los agarro juntos en la cama y al hijo de puta de Florencio lo reviento

    como un sapo, que se lo merece bien merecido, que nos tiene cagando porque es el dueo de

    toda esta mierda y se cree que es nuestro dueo tambin... y lo nico que hace es embolsar la

    poca guita que entra en el circo por nuestro trabajoah y acostarse con la Estrellita, todas

    las noches! Yo que vos lo reviento... lo reviento!

    Petronio termin de hablar, y crey sentir una especie de gruido escapado de la

    garganta de Poderoso, como si hubiera jurado una venganza, despus se quedaron en silencio.

    Un silencio cargado de tensin.

    Cerca de la medianoche, luego de otra funcin, cuando termin de acomodar el

    vestuario, escaso y simple, que utilizaba, Estrellita se reencontr con esa tristeza que le

    recordaba, vvidamente, los dos hijos que deba alimentar y mantener, y que estaban al

    cuidado de una mujer; el agotamiento, fsico y moral, le era cada vez ms insostenible;

    despus, cuando estaba por entrar en la casa rodante vio a Petronio, su enamorado, payaso y

    servil, sentado en el estribo del camin grande, que la mir con ojos rogando misericordia, y

    como Florencio, el patrn en todo sentido, haba ido al pueblo a emborracharse, ella decidi

    permitirle al enano que la acompaara, como una limosna que se daba a s misma con la que

    intentara soportar la soledad.

    La noche abrig una charla impensada.

    El silencio y el vino arrullaron las primeras caricias.

    La infelicidad hizo el resto.

    Mientras absorba, vidamente, el calor suave de las piernas desnudas de Estrellita al

    contacto con las suyas, bajo la misma sbana y en la penumbra que slo permita distinguir

    los contornos de las cosas, escuch un ruido y, sobresaltado, reaccion, pero apenas tuvo

    tiempo de alcanzar a ver cmo, la cabeza de Poderoso, inconfundible y enorme, desapareca

    detrs de la pesa de cuarenta kilos que, en ese momento, en ese preciso momento, le reventaba

    la cara de payaso.

  • 19:

    EL PERFUME

    Titus qued furioso, enloquecido, cuando su amigo, el Prncipe Gadoly, le dijo que se

    iba a casar con Dianula, la hija ms hermosa del pastor Vilanus. No puede ser... siempre la

    quise! pens con rabia, Titus. Y en ese preciso momento ide un plan que llevara a cabo

    cualquiera fuese el precio que tuviera que pagar. No poda dejar de cavilar que l conoca y

    amaba a Dianula desde mucho antes que el Prncipe Gadoly se metiera en la vida de ambos, y

    se haba decidido a no perder a esa mujer, que adoraba.

    Esa misma noche, Titus se encamin a la cueva de la bruja Rapinia, a quien le pidi

    que le preparara un perfume mgico para regalrselo a Dianula, y que sirviera para que desde

    la primera vez que ella lo usara, se enamorara sola y perdidamente de l.

    Rapinia acarici con placer el manojo de monedas de oro que le entreg Titus y unos

    momentos despus, le dio un frasco, diminuto, que llen de esperanza el corazn del

    apasionado joven.

    A la maana siguiente, apenas cant el gallo, Titus se encamin a la cabaa de

    Vilanus, el pastor y avariento padre de la hermosa Dianula, y, vindolo solo previa entrega

    de una tambin importante cantidad de monedas de oro, consigui de l la promesa de que le

    hara usar a Dianula ese perfume. Pero ninguno de los dos se dio cuenta de que, convertida en

    una paloma cercana, Munita, el hada buena, los haba estado viendo y escuchando.

    Enterada de esa maniobra y para poder derrotar a Rapinia, su peor enemiga, Munita

    fue rpidamente al Palacio y le cont todo el plan a Gubeto, el Consejero de Su Majestad Josu

    Franqui, el Rey, padre del Prncipe Gadoly.

    Rpidamente, se organiz una reunin en la Corte, y decidieron llamar a Vilanus al

    palacio, para que Munita, mediante sus poderes, le sacara el perfume que ste le iba a poner a

    Dianula y tambin las monedas de oro que le haba dado Titus, lo que el hada buena logr

    amenazando al pastor de convertirlo en un cepillo para limpiar caballos.

    Asustado, Vilanus hizo lo que se le peda.

    Despus, Titus fue encarcelado por considerar que haba traicionado al Prncipe

    Gadoly, pero como, tiempo antes, haba servido fielmente al Rey, se le perdon la prisin

  • 20:

    pero se lo conden al destierro, expulsndolo de la Corte y envindolo a vivir a la zona ms

    alejada e inhspita del Reino, en las regiones del invierno eterno.

    ******

    Mientras la nieve caa sobre los rboles del parque, Titus miraba tras los vidrios de

    las ventanas de su palacio de exilio, el paisaje, magnfico, que las montaas no muy lejanas

    como fondo del panorama, realzaban con esplendor.

    Los leos en el hogar, grande y artsticamente decorado, crujan envindole luz y

    calor, mientras l recordaba lo sucedido aos atrs, al iniciar su expulsin del reino, cuando,

    al alejarse del pueblo, sostena con la mano izquierda las riendas del caballo, mientras que con

    la derecha rozaba un pequesimo frasco oculto en un bolsillo de la chaqueta, con la misma

    suavidad y satisfaccin con que ahora acariciaba la cabellera larga, rubia y sedosa de Dianula,

    la bien amada.

  • 21:

    Cuento creado el 25 de enero de 1961, corregido en el 2013.

    EL TRAJE NUEVO

    Yo tena un amigo.

    Lo conoc cuando hice el servicio militar, que en esa poca era obligatorio.

    l estudiaba medicina, como yo, y por eso estbamos en el Escuadrn Sanitario de los

    cuarteles de Campo de Mayo, como casi-enfermeros.

    Los los que hicimos!

    Llegamos a tenernos mucho afecto. Siempre, durante los catorce meses que dur el

    Servicio militar (colimba, se le deca), estuvimos juntos, yo lo ayudaba y l a m, aguantando

    lo que viniese y haciendo juntos todo lo que nos mandaban hacer. La verdad que lo pasamos

    muy, pero muy bien.

    En esa poca l estaba de novio y deca que se iba a casar apenas terminara la

    conscripcin. A m, esa idea del matrimonio no me atraa mucho, al contrario, le hua.

    Pensaba que para un muchacho de la clase media, ms bien baja, que tuviera ambicin de

    llegar a ser algo en la vida, pero, sin otro recurso que un trabajo cualquiera y sin completar los

    estudios que le dieran una profesin, entrar en el matrimonio era como suicidarse.

    Yo le deca que no se casara, y, de cuando en cuando, le explicaba mis ideas, pero l

    estaba tan enamorado que nunca me daba la razn: Que no, que yo estaba equivocado, que

    era lindo, que l igual iba a seguir estudiando, y un sin fin de razones que yo comprenda,

    pero que no me convencan.

    l viva en el barrio de La Boca. Cuando me invitaba a cenar a la casa, me gustaba

    mucho ver desde lo alto de cualquier puente, en una noche sin Luna, el Riachuelo, con las

    lucecitas, el agua chata, y las estrellas que en el horizonte parecan barcos cargueros en un

    mar inmenso y sin olor.

    Ya habamos terminado la colimba y, despus, estuvimos mucho tiempo sin volver a

    vernos. Un da me llam para decirme que se haba casado, pero no me invit a la iglesia ni a

    la fiesta, quiz por vergenza porque no le haba hecho caso a los consejos que yo le haba

    dado.

  • 22:

    Despus de un par de aos, me habl por telfono para decirme que haca una semana

    que era pap de un varoncito. Qu sorpresa, la verdad me dio una gran qu alegra! Mi

    amigo, mi compaero de armas, ya era padre. Qu bien! Lo felicit y le dije que sera bueno

    ir a festejarlo, a tomar algo, vernos y recordar los tiempos idos. Y quedamos en vernos una

    noche, para cenar por La Boca.

    Y lleg el da del encuentro. Por la maana fui a buscar el traje nuevo. Cuando me lo

    prob, el sastre, exclam:

    Belssimo, signore!

    Me cae bien, no? le dije, admirndome en el espejo, mientras me agachaba para

    poder verme la cara tambin. El negro de la tela combinaba tanto con la piel blanca como con

    mi pelo, enmaraado y oscuro.

    El sastre segua hablando pero yo no lo escuchaba, me miraba de atrs, de costado, de

    frente, era el traje que mejor me quedaba de todos. Lo iba a estrenar para cenar con mi amigo.

    Pagu y me fui.

    Poco antes de vestirme, observ atentamente el cielo, no fuera a ser que lloviera y me

    estropeara el traje nuevo. Felizmente era una noche primaveral, sin viento, sin nubes,

    completamente estrellada.

    Tranquilo, comenc a vestirme. La impecable camisa blanca, el nuevo pantaln, la

    corbata blanca con dibujos negros, el flamante chaleco, los gemelos de oro con mis iniciales,

    volv a peinarme, me puse el saco, el vistazo final: la perfeccin.

    Y sal para el encuentro.

    *****

    Al subir al colectivo, con una mirada de engreimiento hacia todos los que estaban

    viajando, pude comprobar que haba causado el efecto que yo siempre produca me miraron

    hasta las mujeres que iban acompaadas, saqu el boleto, displicentemente, y me dirig al

    mejor asiento que encontr, a esperar el fin del viaje.

    Cuando vi a mi amigo, no lo poda creer.

    En eso se haba convertido?

    Gordo, casi el doble de lo que era cuando lo conoc, con papada, el clsico nudo mal

    hecho de una corbata deforme, el cinturn por debajo de la obesidad del estmago, el saco

  • 23:

    desabrochado colgndole como de un clavo. Y bueno, al fin y al cabo, cada cual hace lo que

    ms le gusta, a l le gust el casamiento, all l! pens.

    Nos abrazamos calurosamente.

    Me dijo que yo estaba muy bien conservado, le dije que lo vea un poquito hinchado,

    me contest que no era para tanto, le pregunt por el pibe y la seora, y empez a contarme.

    Fuimos caminando, no s por qu calle, era por la ribera, tenamos el Riachuelo a la

    derecha, por la vereda de enfrente haba cantinas, restaurantes, gente, coches y ruidos.

    Nos metimos en una fonda, comimos, tomamos, l, todo, ms que yo. Me habl del

    trabajo, de la mujer, de la suegra, del hijito, de l, del trabajo, del hijito, de la suegra, trabajo,

    l, seora, hijito, hablaba, coma, tomaba, hablaba y escupa, todo al mismo tiempo, y, en

    algunos momentos se tiraba para atrs en la silla, como satisfecho, aflojndose el cinturn y la

    bragueta. Mientras, yo lo miraba, tratando, con timidez y vergenza, de acompaarlo.

    Al fin termin (mucho despus que yo), de comer.

    Le ped que saliramos, se le ocurri ir a caminar un poco por la orilla del ro, le dije

    que no, me insisti, y lo hicimos, l bamboleante, pero rindose, me agarr del brazo y me

    arrastr hasta el borde de la calle, exactamente al lado de donde reptaba el Riachuelo.

    Caminbamos despacio, l con mucha dificultad, casi sin soltarse de m, y segua

    hablando de la mujer, del nene, del trabajo, suegra, hijito, mujer, trabajo...

    Yo ya estaba harto.

    No me di cuenta con qu pudo haber tropezado, creo que slo pudo hacerlo con su

    propio pie. Sent que su brazo se desprenda del mo. Y se fue de cabeza al agua, negra y

    mugrienta. Al principio sonre, pero despus cuando lo vi braceando desesperado con la boca

    abierta, tragando el petrleo, la mugre y las asquerosidades del ro y mostrando en la cara una

    mueca de terror, comprend que en esa mscara, grasosa y sucia, haba miedo a la muerte.

    Entonces, sent el impulso de tirarme a salvarlo.

    Lo pens.

    Lo mir.

    Me mir.

    *****

    Rato despus, cuando sub al mnibus, rumbo a mi casa, comprob que, otra vez,

    provocaba admiracin.

    Lgico, con mi traje nuevo, impecable, yo segua siendo, casi, una obra de arte.

  • 24:

    Primer Finalista en el Concurso de relato breve Cibercontes@teus,

    Primera Edicin 2009 - Catalua Octubre 2009

    Cuento: Breve crnica de un funeral muy triste

    Cuento creado en 1960, corregido en el 2009.

    BREVE CRNICA DE UN FUNERAL

    MUY TRISTE

    Los cuatro hombres, vestidos de negro, con los cuerpos curvados como por el peso,

    transportaban, a la humilde iglesia del barrio, el atad que contena el cadver del nico hijo

    de doa Amalia; la intencin que los guiaba era que quiz la bendicin religiosa pstuma

    podra aliviar, en algo, el sufrimiento de la anciana.

    La lluvia persista, la media maana, oscura, el cielo, cargado de nubes, semejaba un

    amanecer tardo. El cortejo era ms lgubre que su propio significado. Unos pocos transentes

    los miraron, se hicieron la seal de la cruz, se detuvieron un instante, quiz pensaron: No

    somos nada, y, enseguida, se lanzaron hacia sus propios dolores, a la vorgine de sus propias

    monotonas.

    ******

    El cuchicheo iba cubriendo, como una baba pegajosa, las paredes y los objetos de la

    habitacin.

    Los hombres, ancianos casi, murmuraban con la cabeza gacha; a intervalos, de reojo,

    miraban hacia un camastro, no muy lejos de l, una mesa con dos sillas a los costados; contra

    la pared ms lejana se apolillaba un ropero de madera, enorme.

    El cuarto era chico; la luz de una dbil lamparita elctrica, que colgaba del centro del

    techo, haca ms deprimente el lugar.

  • 25:

    En la cama, de donde no surga sonido alguno, estaba acostado un hombre, sin

    moverse, casi sin respirar, quiz de ms medio siglo de vida; la frazada, ya falta de color y

    textura, lo cubra marcando el cuerpo flaco y largo; la cara era toda palidez; el pelo, revuelto y

    entrecano; las ventanas de la nariz palpitaban en un intento vano de absorber ms vida; las

    manos, donde las venas parecan sustituir a los huesos, entrelazaban los dedos sobre el pecho,

    como anticipando la posicin definitiva. Sufra, aunque nunca en su vida haba estado tan

    lcido. Del sueo pasaba al despertar, pero la pesadilla que permaneca en su cerebro lo que

    dura un sobresalto, volva y volva: l era un ciervo, dbil y cansado, que estaba siendo

    perseguido por una jaura de lobos oscuros, de dientes brillantes, que lo alcanzaban, que lo

    perdan, que lo alcanzaban y que lo mordan y lo mordan y lo mordan.

    Muy cerca del postrado: la madre, sentada y balanceando el torso hacia adelante y

    hacia atrs, acariciaba, sin cesar, las cuentas de un rosario; vestida de negro absoluto, el pelo,

    totalmente blanco y peinado muy tirante hacia atrs; los labios marcas arrugadas apenas

    visibles, palpitaban silenciosos, rezando con desesperacin.

    El lecho cruji, como si hubiera suspirado, y, atrados por el ruido, los cuatro hombres

    se precipitaron sobre el moribundo, ste dobl la cabeza, abri los ojos, negros, casi

    desorbitados, mir a todos y con voz ronca, grit:

    No reces, mam! No recen por m, carajo!

    El alarido pareca contener un orgullo sdico, pero tan intenso que no poda pensarse

    que surgiera de una mente intil o enajenada.

    La anciana sigui con sus rezos.

    Uno de los hombres se acerc an ms al enfermo, y sin pudor, casi con odio, y le

    dijo:

    Ome, Pedro, por favor, dejame que traigamos un cura, comprend, viejo, ests mal,

    y ya que no pods salvar tu cuerpo, salv tu alma...

    No murmur Pedro.

    Si sers idiota! Mir a tu madre cmo sufre, por favor, dale una alegra en la vida.

    No te da lstima?

    El agonizante permaneca en silencio, con los ojos cerrados, como si estuviera

    desinteresado de todo lo que ocurriera alrededor.

    Me os? Escuchamedijo el amigo.

    S contest Pedro, siempre con susurros.

  • 26:

    No s por qu abandonaste tu fe en Dios...s que sos un buen tipo, pero no cres en

    nada, mir, estoy seguro de que adentro tuyo, en el fondo del corazn, est Nuestro Seor, y

    vos lo sabs muy bien...

    Adentro mo no hay nadie.

    Yo no te puedo hablar como un doctor, te hablo como un amigo...aunque no te

    arrepientas de todo lo que hiciste y de lo que no creste, ahora, en este momento, te pido que

    hagas una cosa, una sola, nada ms...

    Qu?

    Que acepts a Dios y as te perdona, l es muy bueno...

    Tontos.

    Pedro, ests muy mal ya ssoy un animal en decrtelo, pero es la verdad. Lo

    llamo al cura lo llamo?

    Pas un largo momento en el cual los sonidos se congelaron como una lluvia triste y

    fra sobre las viejas maderas del piso, agigantando la sensacin de que a travs de ese silencio

    aparecera lo inesperado.

    Despus, una sonrisa, casi imperceptible, amaneci en los labios opacos del enfermo,

    y dijo:

    S, traelo Y se qued callado intuyendo que los lobos y la pesadilla volveran a

    morderlo.

    Entonces el hombre de negro dio un salto y grit, dirigindose a todos:

    S! Dijo que s. Doa Amalia dijo que s! Roberto, corr a la parroquia, decile al

    cura Celeste que venga rpido, rpido!

    ******

    Por aqu, Padre, pase...

    Permiso... dijo el sacerdote de cara gorda y rosada, cabeza calva y andar

    bamboleante de buenas comidas, que despus de entrar se par junto a la cama con aire de

    suficiencia y no bien fingida compasin. Las manos cortas y blandas, apretaban un libro de

    tapas negras; la anciana se le acerc y con voz temblorosa, y le dijo:

    Oh, Padre...si supiera cunto le he rezado a la Virgen...cunto!

    El cura le respondi con una mirada repleta de autosuficiencia, ella sigui hablando:

    Al fin dijo s! Mi buen Jess no poda dejar que mi Pedro muriera alejado de l!

  • 27:

    Mientras tanto, el moribundo atenda la escena con un gesto que aparentaba

    convencimiento.

    La mujer y los amigos rodearon la cama, el confesor se inclin con esfuerzo hasta casi

    rozar la cara del enfermo, y ste, sin titubear, clav los ojos en los del religioso, como si en

    esa mirada le descargara la ltima energa del cuerpo; al sentir el impacto, el sacerdote se

    impresion, el sudor de las manos contagi las mangas de la sotana, pero pudo rehacerse y

    atin a demostrar serenidad. Enseguida, abri el libro negro y cuando iba a empezar a leer, se

    escuch una voz, suave y decidida, que no pareca prxima al final:

    Padre...

    Qu pasa, hijo? contest el cura, inclinndose ms hacia Pedro.

    Quise que usted estuviera aqu slo para algo...

    Aqu estoy, hijo mo. Qu es lo que deseas?

    Padre...

    S, hijo, habla, te escuchamos...yo y el Seor te escuchamos

    Y el agonizante, irguiendo el torso como si una fuerza invisible lo levantara desde lo

    alto, grit, hasta que la voz se convirti en un eco lejano:

    No creo en Dios! No creo. No no

    Una daga mellada hiri la garganta de los que estaban all: los hombres quedaron

    paralizados, el sacerdote sacudi con violencia la cabeza como para sacarse de encima un

    animal feroz y, al mismo tiempo, trat de encontrar alguna explicacin, trat de defender su

    sitial de salvador de almas y cuando iba a recitar sus argumentos sobre arrepentimiento, culpa,

    redencin, Dios, infierno, la anciana se arroj sobre el moribundo, y con el rosario apretado

    en sus puos, lo golpe y lo golpe en el pecho, gritando:

    Maldito! Maldito!

    Los hombres, con esfuerzo, la separaron del hijo:

    No, doa Amalia, no... por favor...

    Tranquilcese, seora, clmese!

    No se haga dao usted tambin.

    Dejmoslo descansar...

    Descansar? Miren

    Y vieron: los puos de Pedro haban quedado inmviles, como fundidos en hueso,

    carne y sangre, apretados sobre el corazn; la cara, con los ojos muy abiertos; la boca: una

    mueca que no ocultaba su ltimo significado.

  • 28:

    ******

    Pas la noche. Lleg el da.

    Y con el da, la lluvia. Son tristes los das grises, la lluvia borra los colores, todo es

    igual. Todo es color lluvia. Color triste. Y en invierno esos das son como lgrimas, porque

    no hay vida, no hay sol. Aunque no quieras llorar, el cielo llora por ti. Y esas gotas, esos

    millones de gotas, corren por tus mejillas y se te meten entre los labios, seas feliz o no. No

    es triste para todos, el da gris de lluvia? Cuando en tu casa golpea la lluvia en la ventana, y

    despus las gotas caen, resbalando sobre el vidrio y todas forman una cascada de tul que

    desfigura el paisaje y lo difumina, no te parece, entrecerrando los ojos y abriendo el alma,

    ver ms all del cristal, de la lluvia y de las lgrimas, un recuerdo, de esos que jams se

    borran, y, dime, tu espritu no se entristece? Y no uniras tus lgrimas a esas que acarician

    el cristal?

    ******

    Los cuatro hombres, sosteniendo el fretro por los ngulos, bajan por la escalinata de

    corto trecho y entran en la semioscuridad, apenas interrumpida por velas y lmparas, casi

    ocultas.

    La iglesia est vaca. En la pared del fondo, detrs del altar, hay pinturas de cuerpos,

    con colores ya casi esfumados, que representan a santos, vrgenes y ngeles, que no

    embellecen ni dan sacralidad al lugar; delante de ellas se mueve una mancha negra y blanca,

    con cara y manos como de cera rosa, una carne que oscila y espera.

    Afuera la lluvia cae y cae; las gotas, al golpear en las chapas de zinc del techo de la

    capilla, suenan como tambores de juguete: trac, trac, tra, tra, trac; los ruidos, mezclados con

    el silencio, componen una sinfona misteriosa, semejando un ejrcito de espritus que

    marchara desde la tormenta hacia las cabezas.

    Por el medio del templo, atravesando el pasillo entre las dos hileras de reclinatorios,

    avanza muy lento el grupo mortuorio, encorvado, en silencio. Los amigos del difunto

    sostienen el cajn con el mayor cuidado, pero el piso resbaladizo y los zapatos mojados hacen

    que tengan un andar torpe, como de borrachos, y que deban caminar pesadamente, no por

    solemnidad o respeto, sino para evitar cadas.

    Detrs de esa espectculo fnebre, casi grotesco, camina la madre del muerto, camina

    con los dientes apretados y los ojos clavados, no donde estaba el cadver del hijo, sino all,

  • 29:

    entre las velas, en la cruz; camina con las manos unidas por el rosario; camina como la mrtir

    de un suceso pico; toda de negro.

    Cuando el cortejo llega delante del altar, la mirada del cura no puede disimular un

    propsito ntimo.

    El atad es oscuro, sin brillos ni ornamentos, en l no se refleja luz alguna; es un

    monstruo quieto que absorbe la claridad y el sonido, que devora vida y sueos.

    Los cuatro amigos de Pedro despus de colocar el sarcfago sobre una plataforma

    sostenida por dos caballetes de madera, se acercan a la madre, pero ella, antes de que

    lleguen, les da la espalda y se dirige al banco ms prximo al fretro, en el costado ms

    alejado de los dems; los hombres la dejan ir, y se colocan muy juntos, como con miedo y con

    los corazones latiendo ms rpido y ms fuerte.

    Silencio.

    Trac, trac, tra, tra, trac

    El sacerdote mira fijamente hacia el lugar donde debera estar la cara del muerto, y

    piensa: As que no crees en Dios? Te has burlado de m ante tus amigos, buen papeln me

    has hecho pasar, miserable. No te mereces que ni siquiera levante mi mano y la cruz

    redentora sobre ti, as te mandara al infierno! Qu sorpresa te vas a llevar cuando te

    encuentres en el cielo! Un cielo que conocers gracias a la santa de tu madre, y gracias a m,

    por supuesto. As que deseabas morirte como un animal? Qu torpe eres! Slo el dolor de

    esa mujer hace que te salve y, aunque t no lo quieras, yo, con mi bendicin, te enviar a

    Dios y a los cielos!; despus, mira uno a uno a los presentes, como si esperara aprobacin

    por sus pensamientos, eleva los ojos hacia el techo y cuando los baja acompandose con la

    seal de la cruz que hace sobre el cajn con un enorme crucifijo de plata con un rub en el

    centro, comienza a declamar la bendicin:

    En el nombre del Padre, del Hijo y del...

    Pero no puede terminar la oracin, porque en ese momento un bramido, agudo, como

    abortado desde las entraas del abismo ms insondable, un grito como de liberacin, de

    alegra y de horror al mismo tiempo, se escucha surgiendo del cajn al que se le desprende la

    tapa, cuando cae al piso mojado.

    Y, la anciana, rgida sin parpadear, sin descanso, alternativa y fijamente, lleva los

    ojos de la cruz, all arriba, al atad, all abajo, del atad, all abajo, a la cruz, all arriba, atad,

    all abajo, cruz, all arriba, atad, cruz, atad, cruz,y la mente es presa de la inmensa

    energa de los rencores que surgen de las miradas, los labios y los pensamientos que luchan

    entre s para lograr ser, en definitiva, el que logre destruir el dbil escudo que todava separa

  • 30:

    la razn de la locura total, y aprieta el rosario con las manos sin sangre; y, con violencia,

    mueve, sin cesar, los labios endurecidos, como si rezara, como si rezara, mascullando:

    Teodioteodioseorporquitarmeamihijoteodiohijoporquitarmeadiosteodioteodioseororquitarm

    eamihijoteodiohijoporquitarmeadiosteodioteodioseorporquitarmeamihijoteodiohijoporquitar

    meadiosteodioteodioseorporquitarmeamihijoteodiohijoporquitarmeadios y sigue esclava

    de los ojos que viajan desde la cara sufriente del crucificado a la cara del muerto que sonre,

    desde la cara del muerto que sonre a la cara sufriente del crucificado, de la cara sufriente a la

    cara que sonre del sufriente al que sonre

    trac, trac, tra, tra, trac

  • 31:

    LA BSQUEDA

    Johann Nihilius lea cualquier libro que estuviera a su alcance porque, le aseguraba a

    quien quisiera escucharlo, de esa forma algn da iba encontrar la prueba de la esencia

    verdadera, ntima, de Dios.

    Con ese designio empez a leer desde la primera infancia, lo hizo dueo de una

    celeridad de lectura extraordinaria, misteriosamente aprendida, con todo tipo de libro,

    publicacin, panfletos, revistas, diccionarios, encuadernados o no, manuscritos o impresos,

    grandes o pequeos, y sin hacer distincin de temas: historia, geografa, arte, Cbala, El

    Corn, La Tor, las Biblias, Budismo, ingeniera, electrnica, ficcin, religiones primitivas,

    mitologa, psicologa, psiquiatra, filosofa, medicina, terapias alternativas, yoga, derecho,

    mecnica, ovnis, astrologa, astronoma, alquimia, tarot, grafologa, quiromancia, zoologa,

    geologa, antropologa, biologa, gentica, cosmologa, matemtica, lgebra, geometra,

    idiomas antiguos y nuevos, religiones comparadas pasando desde Plotino hasta Chestov,

    Freud, Marx, Vattimo, Savater, Auge, Foucault, el Papa Francisco

    Los aos pasaron sin que obtuviera resultado alguno, y ponindole a prueba el

    carcter y la decisin de que, pasare lo que pasase, l seguira investigando, si a cada

    elemento que le permita atisbar un hallazgo apareca otro que lo anulaba esto no le mellaba el

    espritu ni le disminua el entusiasmo, que lo seguan aguijoneando, ni tampoco lo haca

    desistir del fin al que se haba destinado. Se desapeg de todo en la vida, menos de la

    bsqueda de la prueba magna y, ao tras ao, intua que estaba cada vez ms cerca de

    encontrarse con el libro que le entregara esa verdad que le era tan esquiva, dolorosa.

    Martirizante.

    Johann Nihilius ya tiene noventa y tantos aos; ahora se encuentra acostado, solitario,

    en la cama, y, a su alrededor estn desparramados muchsimos libros y hojas sueltas; antes de

    dormirse, y sin proponrselo, recuerda con exactitud el momento en el que decidi emprender

    esa bsqueda: se le instalan en los sentidos los aromas y los sabores de la comida que su

    madre estaba preparando en ese instante, siente en la piel, ahora arrugada y curtida por los

  • 32:

    aos, el mismo fro de las maanas sin calefaccin de ese departamento de construccin

    antigua, donde todas las habitaciones daban a un patio largo y abierto, cruel en invierno y

    juguetn en verano; y, tambin experimenta la misma sensacin de entusiasmo de aqul

    minuto inaugural, porque siente que esa idea-fuerza lo estaba pariendo de nuevo hacia un

    mundo que jams haba imaginado.

    Para aumentar y absorber mejor esas evocaciones, con serenidad, cierra los ojos;

    cuando los abre, Dios est all, junto a la cama; se miran sin temor, en silencio, hasta que El

    Creador le entrega un libro pequeo que el anciano toma como quien sostiene un recin

    nacido, y como si presintiera que es el que haba buscado toda la vida, en cuya tapa blanca,

    en letras doradas, est grabado: Johann Nihilius, y se lo aprieta contra el pecho.

    Y Dios, mientras regresa a sus altares, observa cmo se diluye el libro junto a los

    ltimos latidos del corazn de ese viejo luchador que sonre, triunfante luego de leer en la

    nica pgina de ese ejemplar divino, la frase: Yo Soy el que t crees , al tiempo que se

    duerme, para no despertar.

  • 33:

    LA CULPABLE

    El Tigre con una diadema de luces que se extinguan heridas por un amanecer rojizo

    , no se vea lejano. Entre la isla y la costa, los ros y arroyos transcurran morosos, pacientes,

    casi inmviles. Ella haba elegido ese lugar, en el Delta, para que descansaran all los das que

    no trabajaban o cuando tenan vacaciones, cortas o largas.

    Espera, espera un momento, estimado lector, antes de que sigas leyendo, lo que

    hars si yo no decido lo contrario, debo anticiparte que interrumpir tu relato dos veces, una

    es ahora, cosa que hago para aclarar que no se me puede imputar la responsabilidad de lo

    que va a suceder.

    Y quin, si no, es la culpable! Yo? Cmo puedes ser tan hipcrita? Siempre me haces

    quedar mal, aprovechndote de que la ltima palabra es la tuya! Como si fueras ajena al desenlace de

    esta historia. Si no hubiera sido por ti, todo hubiera seguido! O no? No lo s! No lo s! Tra la

    ltra la l Lo sabr?.

    Mara Rosa ya haba cumplido ms de cuarenta y Boy estaba apenas en los

    veintitantos, pero la atraccin fue tan avasallante que, antes de que se dieran cuenta, estaban

    incorporados uno a la otra, en cuerpo y alma.

    l esperaba ansioso, todos los das, terminar su horario del trabajo de electricista en

    el mismo set del canal donde ella actuaba como actriz, mediocre, para encontrarla y darle

    toda su pasin

    S, pero Boy no se imaginaba todava el giro que iban a tomar las inclinaciones esotricas de

    ella. Y ah empec a intervenir yo! Ser verdad? Ser mentira? Tra la l tra la laaaa.

    pero la relacin se diriga hacia un deterioro rpido y profundo, porque l toleraba

    cada vez menos las conductas de ella: infinitas horas de meditaciones extraas, posiciones

  • 34:

    yogas inverosmiles, anegar la casa con sahumerios de olores muchas veces desagradables, y,

    hasta saturar las habitaciones con infinidad de piedras de distintas tonalidades y dimensiones.

    Tambin se untaba con aceites de nombres raros y aromas punzantes o repeta interminables y

    montonos mantras en idiomas desconocidos, en voz alta, por todo el mbito del hogar y a

    cualquier hora. Y todo eso (segn ella) para alejar la maldad y aumentar la bondad de sus

    espritus.

    Esas actitudes, que Mara Rosa, al principio, comparta con l, la fueron

    transformando en algo irreconocible, y por eso, el amor de Boy se fue diluyendo. ste ya no

    slo descrea totalmente de esos mtodos y tcnicas, sino que le aumentaban el furor y el

    desprecio hacia ellos y, principalmente, hacia ella.

    Eso! Ah est! Ya ven cmo las causas van naciendo de ellos. Quedar clarsimo que la

    culpa no ser ma! O s? Lo vern! Tri la ltri lalala.

    La noche en la isla haba sido insomne, calurosa, muy hmeda, con lo que ya se

    haban reunido todos los ingredientes que desarrollaran los acontecimientos que incubaban su

    depresin.

    Todava no me aclaraste le dijo Mara Rosa, cuando ya amaneca, qu hacas en

    el camarn de Andrea!

    Te lo dije! contest Boy, cansado, ojeroso y en el lmite de la paciencia.

    Repetilo! Repetilo!

    Fui a arreglar la iluminacin dijo l, intentando que las palabras no exteriorizaran

    su agresividad contra ella, que contena, apenas, para evitar males mayores.

    Ments, porquera! Mentiroso! Con mis ojos vi que salas arreglndote la ropa con

    la cara toda sudada!

    Tuve que hacer mucho esfuerzo para ajustar los cables, sin escalera ni

    Segus mintiendo! Te cres que soy estpida! Siempre me engaaste!

    De la forma cmo me trats, ganas no me faltaron!

  • 35:

    Ves cmo lo reconocs! Te voy a hacer mierda! No te van a quedar ms ganas de

    verla a esa retorcida ni a ninguna otra! Te voy a destrozar!

    Qu te pasa, Mara! Tranquilizate, por favor!

    No me tranquilizo un carajo! No, no, no!

    En ese momento aparec tralal la llal, pero, sigue, sigue leyendo, los hechos

    continan su curso.

    Los gritos derrumbaron el humo azul con que los sahumerios de mstic y tilo, haban

    saturado la casa y, entonces, ella, agarrando el atizador con las dos manos tal vez guiadas por

    otras infinitamente ms poderosas, se abalanz contra Boy que, sorprendido, no atin ms

    que a doblar la cabeza, pero el golpe del hierro negro le dio en la frente, haciendo brotar un

    crujido de sangre.

    Atencin, amigo lector! Ahora est por llegartra la l!.

    Nadie te quiso ms que yo, hijo de puta! gritaba ella, con un alarido ronco,

    agachada sobre la cara de Boy, cado para siempre.

    Qu hermoso es esto! Tra la llalal Pero tendr que irme ya lleg!.

    Mara Rosa, con ojos extraviados, mir hacia el cielo por la ventana abierta, despus,

    de una gran caja de madera, sac piedras de todos los tamaos y matices: gatas, piritas,

    obsidianas, cuarzos verdes, y se las meti en los bolsillos, y, de nuevo, se sinti Ofelia, y en

    silencio, camin hacia la orilla, la mirada deambulando sin punto fijo, los pies descalzos

    hundindose en el barro tibio, hasta llegar a la orilla del riachuelo que se le subi, tibio, por

    las piernas, hasta abrazarle las rodillas y, cuando le lleg al cuello, ella flot acostada, con los

    ojos abiertos, con los puos (todava apretados) sobre el pecho

    Aqu est ellatra la lqu hermosa es! Qu horrible es!.

    Y bien, lector, hablar por ltima vez para concluir esta historia, tal como le pongo

    fin a todo. Has comprobado que no fui la culpable. Y debes saber que no soy ni bella ni

    horrible, ni cobarde ni valiente. Slo soy un pasaje casi inexistente. La que es hermosa o

    grotesca, temerosa o heroica es la Vida! No yo. Ahora, puedes terminar de leer.

  • 36:

    y a los pocos metros, las piernas se le hundieron, enredndose en las races del

    fondo del arroyo. Y cuando traicionando a Ofelia, Mara Rosa intent aferrarse al existir, el

    movimiento enloquecido de piernas y brazos la encajaron ms y ms en la maraa, hasta que

    el agua barrosa la tap y le impidi respirar, entonces ella y las piedras redentoras quedaron

    sepultadas en el fondo eterno del lodazal.

  • 37:

    LA MELODA

    PRESTO AGITATO

    Esta taquicardia me est volviendo loco, no puedo suavizar la furia de los latidos,

    es un martillo que me ataca pecho y cabeza, y, aunque quiera relajarme, sigue y sigue; siento

    la piel que me rodea los ojos perforada por miles de alfileres, como si estuvieran

    desgarrndome la cara cada vez ms; tengo calor y fro al mismo tiempo; los odos estn

    llenos de ese terrible golpeteo, que se mezcla, suciamente, con la msica funcional, el sonido

    del timbre, las llamadas del telfono y la voz de la asistente que, a veces, me mira, casi con

    curiosidad; tengo miedo, mucho miedo; los dems, que esperan, como yo, que los atiendan, ni

    cuenta se dan, pero me avergenza pensar que pueden estar escuchando este palpitar que se

    me escapa de la garganta.

    Miro la puerta del consultorio, donde, en algn momento, me darn el resultado de la

    biopsia, tengo mucho mucho miedo, los latidos no disminuyen la intensidad; Dios mo, Dios

    mo, ayudame, ya s que nunca tuve mucha fe, pero por favor, ayudame, ayudame! Me duele

    el pecho, casi no puedo respirar, cmo me gustara no estar aqu, cmo me gustara... qu raro

    que en la msica funcional estn poniendo un nocturno de Chopin,.... ah este nocturno...este

    nocturno....la ri, la r, la la ri, la raa...Normita...

    ALLEGRETTO

    ...la tarde se iba del barrio, trayendo de la mano una noche suave, dulce, adolescente.

    Eduardo estaba ansioso ya que, por fin, Norma haba aceptado ir al cine, con l.

    Y la esperaba en la esquina, con las entradas bien dobladitas en el bolsillo, con la

    propina para el acomodador preparada y todo.

    Hoy era el da, hoy l le iba a preguntar si quera que fuesen novios.

    Los nervios no le daban permiso para quedarse quieto, hasta que zapatitos sin tacos,

    trenza recogida, cara blanca, pelo negro, pollera amplia y cinturn ancho, ella apareci por el

    fondo del largo pasillo, hacia donde se abran las puertas de los departamentos, todos en la

    nica planta del edificio, antiguo pero bien mantenido.

  • 38:

    No se dijeron muchas palabras.

    Entraron en el cine, previa compra de dos paquetes de man con chocolate.

    En el final de la pelcula, en colores y de amor, se produca la muerte de l, y ella se

    quedaba sola, recordando, todo enmarcado en uno de los ms hermosos nocturnos de Chopin.

    Salieron emocionados, con la msica todava en el espritu.

    Ya era noche total.

    Dejaron atrs la avenida y caminaron hacia la casa de Norma, por una calle lateral,

    silenciosa y arbolada, que les disimulaba la timidez.

    Eduardo se atrevi a tomarle la mano.

    Ella lo dej hacer.

    Despus, con mucha suavidad, l le pregunt al odo:

    Quers salir conmigo, quers ser mi novia?

    Con la misma dulzura, ella contest que s.

    Y, entonces, l escuch romper los mares y tronar las tempestades; se sinti el hombre

    ms fuerte y feliz; empujado por la adolescencia, quiso volar y contagiarle a todo el mundo la

    alegra de tener ya la primera novia; salt y salt...quera agarrar las flores ms altas de las

    enredaderas vecinas, y corri, veinte, treinta metros, hasta que, desahogado, se dio vuelta.

    Y ella no estaba.

    Preocupado, la busc, hasta que Norma sali de donde se haba escondido, y riendo, se

    dieron el primer beso de amor.

    ADAGIO CON ESPRESSIONE

    ...selmi...seor Anselmi, Eduardo...puede pasar... es su turno!

    ... creo escuchar, como si me estuviese despertando, apenas puedo fijar la mirada en la

    asistente, el nocturno de Chopin sigue mgico, la taquicardia me golpea el pecho, me levanto

    tambaleo, camino lento, tropiezo con otros pies, no s cmo logro esquivar la mesita ratona, y

    con miedo abro la puerta del consultorio, la cierro, me dirijo hacia el mdico que est sentado,

    con la cabeza gacha, y cuando termina de escribir, casi sin levantar la vista, con un ademn

    como avergonzado, me seala con una mano la silla que est frente a su escritorio y, muy

    despacio, sin decir nada, con mucho esfuerzo, alcanzo a sentarme .

  • 39

    Primer premio Concurso Literario Club Gimnasia y Esgrima de Buenos

    Aires Categora Cuento, participantes mayores de 51 aos Noviembre

    2013 Buenos Aires Argentina - Cuento: HERMANOS -

    HERMANOS

    Parece que jams fue joven, Carlos es un anciano, pero no lo haba sido siempre, ahora s, lo

    delatan: la curvatura de la espalda que le inclina el torso hacia adelante, el pelo, totalmente canoso,

    la delgadez y la piel marchita, agotada. Est sentado a una de las mesas de los cmodos quinchos

    del Club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, en Palermo. Mucha gente comparte la fiesta, el

    sol, el asado; Mara Rosa, la hermana, lo haba invitado para que los acompaara en el festejo

    porque, Atacama, el equipo de ftbol de la Categora Primera Juvenil, donde juega Santino, el

    nieto de ella, haba ganado el campeonato del ao que estaba terminando.

    Mientras Gaby, la hermana-melliza del campen, atiende las mesas repartiendo sonrisas y

    amabilidad, Carlos no deja de expresarle a todos el agradecimiento a su nica familia que lo integra

    y lo quiere, hasta tal punto aclara, que sus sobrinos-nietos le dicen: abuelo. Despus, permanece

    callado, quiz cada vez ms lejano del lugar, del momento.

    Y, en una de esas extraas burbujas de silencio que se producan en el ambiente, un tango

    quiz el bandonen de Troilo, tal vez soado, acaso imaginado, se atreve a reflejarse como un

    quejido solitario y, secretamente, se introduce en las cavilaciones de Carlos para darle las alas que

    lo hagan viajar, mientras, l no puede impedir que las voces que lo rodean se conviertan, de a poco,

    en susurros y que, junto a ellas, las caras tambin se diluyan; los ojos de Carlos ya no miran para

    afuera, ahora miran hacia adentro, hacia el pasado; los pensamientos se le escapan de lo profundo

    del alma y vuelan, junto a los recuerdos, en libertad

    en mi poca, el ltimo grado de la primaria era el sexto, no como ahora que es el

    sptimo, yo estaba por cumplir los trece aos.

  • 40

    Ya terminaban las clases y tenamos que jugar el ltimo partido del campeonato final de

    ftbol de las escuelas pblicas de la Capital Federal.

    Ese campeonato se haca en un potrero muy grande que estaba en Jonte y Segurola, por

    Villa Devoto, donde haban armado tres o cuatro canchas, pegadas unas con otras por los

    laterales; el terreno tena ondulaciones, nada de pasto, muchas piedras y pozos de todo tamao;

    los arcos estaban hechos con cualquier palo como postes y un tubo de hierro largo para travesao,

    dos refuerzos atrs los mantenan no muy firmes; tampoco haba red. Las lneas de cal haban

    desaparecido, de ellas slo quedaban surcos profundos en la tierra que servan para marcar el

    rea grande y la lnea de gol en el arco. Eso era lo que llambamos: la cancha, y, eso, nos

    alcanzaba y sobraba.

    Los equipos los formaban los profesores de gimnasia; para ese partido final, ellos se

    pusieron de acuerdo en que el refer fuese un maestro de una escuela de mujeres, creo que

    pensaron que no iba a favorecer a ninguno de los equipos de varones que jugbamos.

    Tenamos como pblico a muchos compaeros del colegio y a unos pocos padres; tambin

    fueron a verme mi viejo y Edu, mi hermanito menor, en su silla de ruedas, l me haba insistido

    mucho en que iba a estar en ese partido tambin, aunque yo le haba dicho que no viniera, que el

    lugar era feo, que bamos a perder, que le poda hacer mal todo el traqueteo, pero no me hizo caso

    y desafiando los dolores y su enfermedad que como lo sabamos desde haca tiempo, da a da, le

    estaba robando la vida, Edu me repeta que bamos a ganar y que iba a estar siempre conmigo, y

    ah estuvo.

    Yo era arquero, en esa poca no usbamos guantes y, por los pelotazos, las manos nos

    quedaban estropeadas ms si haca fro, lo que s nos ponamos eran rodilleras, unas elsticas

    que tenan cosidas unas cinco o seis tiras de fieltro grueso.

    Me acuerdo de todo, como si lo estuviera viendo: en esos aos, a los equipos que llegaban a

    la final del campeonato, los clubes de ftbol amateur del mismo barrio que la escuela, les

    prestaban las camisetas, que, como te imaginars, no eran a medida: limpias eran limpias, pero

    tenan cualquier cantidad de parches y zurcidos, sin nmeros ni en la espalda ni en el pecho, y de

    todos los tamaos: chicas, medianas y, alguna que otra, grande.

    Y empez el partido. bamos cero a cero, ellos eran un poco mejores que nosotros; yo

    atajaba con el pie, las manos y con cualquier otro lugar del cuerpo; estaba todo lastimado, y tena

    ensangrentadas las piernas por las piedritas que se me clavaban cuando me tena que tirar al suelo

    para agarrar alguna pelota que vena envenenada.

  • 41

    Termin el primer tiempo, y, ms o menos, en la mitad del segundo, de repente, y como del

    cielo, un rebote, la pelota queda delante de Rulito, la agarra de boleo y adentro! Gol,

    goooool!, no sabs los saltos y los gritos que pegamos, ya nos sentamos ganadores.

    Los contrarios se vinieron al ataque con todo; y, aunque yo tena que estar

    recontraconcentrado porque pateaban y pateaban al arco, pude ver a mi viejo que aplauda,

    entusiasmado, y a Edu, rindose a carcajadas, que, casi saltando en la silla de ruedas, en su media

    lengua, gritaba:

    Dade, Caditos, dade! Vamo, Caditos, vamo!

    Slo haba pasado un momento, cuando el profesor del otro equipo se acerca al refer y veo

    que se hablan, todo muy rpido, y casi enseguida faltando muy poco para que terminara el

    partido, otro avance ms, tiran un centro que viene cayendo en mi rea chica, saltamos todos

    juntos: defensores, atacantes, yo, y cuando me despanzurro en el suelo con la pelota bien apretada

    con los dos brazos: un pitazo!

    Qu cobrs! grit mi entrenador, gritaron mis compaeros, grit. Todos nos fuimos a

    reclamarle al refer: haba inventado un penal!

    La cosa era que si el partido terminaba empatado, no haba ni alargue ni penales ni gol de

    oro, ellos eran los campeones porque tenan mejor diferencia de gol, y chau todo el esfuerzo!

    Me quera comer la tierra, las piedras. Nos pusimos locos, hubo insultos, corridas, alguna

    que otra trompada al aire, pero no pudimos cambiar nada; casi media hora despus la situacin se

    calm, apenas.

    El refer-vendido puso la pelota donde, ms o menos, era el punto del penal, pero, nuestro

    centroforward, el flaco Martineta el apellido era Martnez, se la pate lejos; el refer lo ech y

    por poco se arma el lo de nuevo.

    Cuando se aquietaron algo los nimos, el refer-vendido se me vino directo:

    Vos no te pods mover antes de que te pateen, si te movs y lo atajs lo hago patear de

    nuevo. Entendiste, pibe?

    S, seorrrr le dije, con toda la bronca.

    Me par en el medio del arco. El corazn me pegaba fuerte adentro de la cabeza. Era lo

    nico que senta del cuerpo.

  • 42

    Un grito desde el costado de la cancha, me paraliz:

    Gordo! Patealo vos! era el profesor del equipo contrario, que ordenaba la ejecucin.

    De entre los jugadores de los dos equipos que estaban al borde del rea grande, vi aparecer

    un gigante me dio la impresin de que meda ms de dos metros, era el full back derecho (as le

    decamos en esa poca al defensor central), de los contrarios: el famoso Gordo, que, para m,

    deba haber repetido el sexto grado cuatro o cinco veces, porque todos los dems, comparndonos

    con l, parecamos del jardn de infantes; la camiseta prestada no le tapaba ni el ombligo, y los

    brazos, apretados por las mangas cortas, parecan dos enormes matambres caseros. Y se acercaba

    cada vez ms; mir de reojo a mi pap y a Edu, y les vi una cara de terror, que, seguro, deba ser

    la que ellos vean en m.

    Hasta que, mi enemigo y yo, quedamos frente a frente, ms cerca de lo que me imaginaba.

    Si me pega un pelotazo en la cabeza, me matapens.

    El Gordo acomod la pobre pelota, pero antes alis el terreno con el pie derecho que tena

    puesto el zapato ms grande que vi en mi vida. Ojal que patees un pozo y te quiebres la pierna

    segu pensando, o, mejor dicho, rezando.

    Nos dimos una ojeada. Quise acobardarlo.

    Para imitarla, rebusqu en mi memoria de entre las miles de series y de pelculas de

    cowboys que haba visto en las matins del cine del barrio la mirada ms desafiante de Tom Mix,

    del Llanero Solitario, o del Zorro, para usarla y asustarlo; despus, quise impresionarlo con mi

    estado fsico: flexion las rodillas y estir los brazos sobre mi cabeza, para un lado y para el otro,

    varias veces; cuando termin, puse las manos a los costados, cerca de la cintura, como si estuviera

    acariciando las culatas de mis revlveres Colt 45, y, te juro puede ser que lo haya imaginado,

    pero en ese momento me pareci ver en los ojos del grandote que algo lo estaba preocupando.

    El refer-vendido se me acerc de nuevo:

    No te muevas, eh!

    S, s! le dije, sin importarme estar mintindole.

    Cuando termin de poner la pelota donde ms le gust, el Gordo, primero: observ a todos

    los que estaban alrededor, como dicindoles: fjense cmo lo hago pedazos, y despus: me

    clav la mirada, como con repugnancia, como quien est por aplastar un bicho asqueroso.

  • 43

    Intent retardar el penal todo lo que pude: me arregl las rodilleras, me acomod las

    medias para que no se me cayeran quera morir elegante, me escup las manos, las frot y golpee

    entre ellas, sin dejar de mirar fijo a mi verdugo, como hacen los boxeadores cuando se saludan en

    el centro del ring, antes de empezar la pelea, aunque despus los noqueen. Y no paraba de saltar y

    abrir los brazos a los costados, como queriendo tapar todo el arco.

    Y lleg el momento final.

    El refer-vendido se mand el silbatazo ms cruel que o en mi vida.

    Para tomar envin, al Gordo le alcanz con retroceder un solo paso.

    Y escuch los gritos delirantes de mis compaeros, abr los ojos: me abrazaban, me

    besaban, y vi a mi hermanito y a mi viejo locos de alegra, tambin festejando, como nunca, ni

    antes ni despus.

    Yo segua estrujando la pelota contra el pecho: haba atajado el penal!

    Despus, debemos haber jugado un par de minutos ms cuando el refer dio por terminado

    el partido y se fue corriendo, antes de que el flaco Martineta lo alcanzara. Los del equipo dimos

    una especie de vuelta olmpica, entre risas, abrazos y cantitos dedicados al equipo contrario y al

    refer.

    A la noche, fuimos con Edu, mam y pap a celebrar a la mejor pizzera de la zona.

    Nunca lo haba visto a mi hermanito tan contento, y eso fue lo ms importante para m,

    mucho ms que los premios que nos dieron; a la maana siguiente, temprano, lo internaron de

    nuevo y, tres das ms tarde, lo que tanto temamos desde tiempo atrs, sucedi.

    Cuando lo velamos, antes de que ya no pudiera verlo ms, me acerqu y, con todo amor, le

    puse la medalla del campeonato en el medio del pecho; en ese momento sent que Edu la estaba

    esperando y que la mereca ms que yo. Con un beso en la frente le dije adis. Creo que le alcanc

    a dar toda la felicidad que tuvo en la vida y, tambin, todas las lgrimas de mi juventud.

    Al tiempo, nos mudamos a otro barrio, y, despus, aliviando el dolor de la muerte de Edu,

    naci Mara Rosa, mi hermana

    de a poco, el olor del asado, los sonidos y las risas, vuelven a rozar la mente de Carlos,

    hacindolo regresar de otros tiempos, de otros espacios.

  • 44

    En ese momento, l intuye que una mariposa le revolotea frente a los ojos cerrados y que,

    con un aleteo casi imperceptible, se le apoya en el brazo, al fin, cuando mira, ve la mano de la

    sobrina-nieta:

    Abu, parecas dormido. Te sents mal?

    No dorma, Gaby. Estoy bien, gracias.

    Tens los ojos como luminosos. Estuviste llorando?

    No, tampoco llor.

    Pero, algo te pas. No me digas que no.

    Estaba con mis recuerdos, Gaby.

    Y de qu te acordabas, abuelo?

    Luego de un silencio quieto, humilde, suave, que transform el desasosiego en paz, Carlos

    pudo susurrar:

    De que yo tambin tengo un hermano campen

  • 45:

    LA SENSACIN

    Soy el ltimo verdugo de lo que queda del reino de Francia, por la madrugada voy a cumplir

    con, quiz, mi ltima tarea. Nunca le tem a nada. Ahora intentar dormir.

    Apaga las luces y se mete en la cama. Cierra los ojos con fuerza. Aspira y exhala

    profundamente, con la pretensin de que ese rito lo duerma cuanto antes.

    Las luces de las habitaciones traseras haban quedado encendidas, se levanta, las apaga.

    Vuelve al lecho.

    Sin percibir ningn sonido, ningn movimiento, una sensacin lo conmueve, como algo slo

    intuido, como si lo que le erizara la piel fuese algo creado por los pensamientos que le saturan el

    cerebro.

    Se levanta de la cama, y, con los pies desnudos sobre el piso de mrmol, se encamina a las

    otras dos habitaciones, para preguntarle al misterio.

    En ellas slo le contesta la oscuridad.

    Para no enturbiar la quietud y poder escuchar mejor contiene la respiracin.

    Est seguro de que en esa casa hay alguien (o algo) ms que l mismo.

    La luminosidad, arrojada en el dormitorio por las luces de la calle, le permite vislumbrar los

    contornos familiares de la cmoda, la silla, el televisor. Y nada ms.

    Pero sabe que no est solo.

    Y vuelve a la cama.

    En silencio y temblando.

    Al rato, o el gritero.

    Espi por la ventana, y vi cmo pasaban, enardecidos y blandiendo picas y palos, centenares

    de hombres, mujeres y nios.

    Haba llegado la hora.

    Refresqu mi cara en la jofaina que tena en el cuarto.

  • 46:

    Instantes despus sal, llevando la muerte apresada en los brazos.

    Al llegar, me coloqu la capucha negra que tanto los estremeca y les gustaba, y sub al

    patbulo.

    Hoy es el turno de otra familia de la nobleza, entre ellos, hay un muchacho orgulloso, duro.

    Cuando lleg a mi lado, la mirada me atac como si fuese un pual, ms amenazante que la

    guillotina, mientras, en voz queda, casi sin abrir los labios, me dijo: "...algn da....te matar...!.

    Nervioso, en silencio, levant la cuchilla al cielo, la solt, cay mortfera y al golpear contra

    el cuello del joven escuch un grito ronco surgiendo de la cabeza sin vida: "Te matar!".

    Salt de la tarima para alejarme rpido, pero la chusma comenz a perseguirme con

    violencia inexplicable. Corr y corr, y, tras esconderme en calles y lugares miserables, llegu a mi

    casa.

    Tir la capucha al suelo. El sudor me empapaba. Tena fro y calor al mismo tiempo. El

    estmago lo tena apresado en un dolor que pareca darme vuelta la carne hacia afuera. Quera

    vomitar. Fui al bao, y en el espejo, a mi espalda, vi la cara del guillotinado mirndome a travs de

    los ojos cerrados. Comenzamos a luchar. No podrs vencerme! le gritaba Soy la justicia de

    Dios!. Y mientras ese rostro sin pupilas me escupa sangre, yo me revolva entre las sbanas

    pegajosas, sin poder controlar los escalofros ardientes que me ahogaban.

    Al fin, quiz el mismo terror hizo que me sumergiera en un sopor oscuro, hasta que sent un

    ruido, muy extrao.

    Las luces encendidas del dormitorio que jura haber apagado, le lastiman los ojos, y la

    sensacin, que ahora lo azota, hace que salte de la cama y huya hacia la calle, en silencio y

    temblando...

  • 47:

    EL CIEGO

    Primer cuento de Hctor Krikorian ao 1949

    Texto original Sin corregir -

    El barrio estaba triste, bajo las ltimas claridades del largo crepsculo de

    verano, mientras la reina de las sombras, la noche, comenzaba a teir de luto las blancas

    paredes, un problema, difcil si se quiere, agobiaba el espritu juguetn de los

    muchachitos, su solucin les roa el crneo y el cerebro. Hctor, el mayor, de 14 aos,

    buen muchacho, alto y esbelto, dio varias respuestas, pero ninguna convino

    idnticamente con el resultado, pero de pronto una chispa ilumin su mente casi

    oscurecida.-

    La pelota, ese artculo tan pequeo y que ocupa un lugar tan grande en todo

    corazn de nio, s, la pelota era por as decirlo el sujeto de esa oracin o problema

    inconcluso; el da siguiente, domingo deban jugar un match difcil y ellos tenan que

    adquirir la pelota, pero la caja del "club" estaba ms seca que el desierto de Sahara y el

    problema se present, las respuestas salan de todos los rincones, uno deca:

    -Quizs Don Jess, el peluquero, la fa -, otros decan;

    -Quizs Don Juan la compra! -, pero fue en vano, ni Jess, ni Juan, ni fulano ni

    mengano hicieron aparecer la pelota.-

    Al fin Hctor dio en la tecla, s, una colecta con todos los medios que tuviera

    cada uno, sera lo mejor; los muchachos al or la solucin largaron un hurra que se elev

    hasta el cielo viendo a stos desparramarse como bolitas que caen ansiosas al suelo.-

    Al rato comenzaron a llegar al lugar de la cita los primeros que haban

    conseguido un pequeo botn, pasaban bulliciosamente al lado de Don Emilio, el pobre

    limosnero ciego, que sonrea al ver pasar con su alma a los nios, el ruido alegre de los

    muchachos contrastaba dolorosamente con el amargo eterno silencio del pobre ciego.-

    En la otra esquina estaban todos los muchachos y toda la plata, menos uno de

    cada uno, s, todos esperaban a Ricardo el ltimo que faltaba y en el cual estaban

    depositadas todas las esperanzas, porque segn lo que trajera, se podra comprar o no, la

    pelota.-

  • 48:

    De pronto lo vieron a ste doblar la esquina precipitadamente y llegar al lado de

    sus compaeros jadeando y estas palabras escapronse de sus labios:

    -! Muchachos, aqu traigo un montn de monedas!!-

    Y las muestras de regocijo se continuaron en forma rpida y efusiva, al

    calmarse los nimos, Hctor ya tranquilo, le pidi a Ricardo lo que haba trado y ste,

    nervioso, le mostr una manotada de relucientes monedas, al verlas Hctor no pudo

    menos que lanzar un estentreo:

    -! Fenmeno, ahora s que la compramos !!.-

    Nuevamente los muchachos llenaron con sus ruidosas manifestaciones de

    alegra el eco producido por estas palabras.-

    Y en ese instante una voz salida del grupo resalt en el gritero:

    - De dnde las sacaste??.-

    Ricardo y Hctor callaron de pronto, siendo seguida su actitud por todos,

    mientras la pregunta flotaba en el aire todava, Hctor la repiti:

    - S, de dnde las sacaste...? -

    Y Ricardo pens un poco antes de contestar y al fin dijo:

    - ! Se las rob a Don Emilio! - con voz entrecortada y sonriente de temor.-

    La a