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DESIGUALDADES DE GÉNERO EN SALUD EN EUSKADI: EL PAPEL DEL
REPARTO DEL TRABAJO DOMÉSTICO ENTRE LAS PAREJAS1
García Idoia1 Martín Unai
1, 2 Bacigalupe Amaia
1, 2
1 Departamento de Sociología 2 – Universidad del País Vasco (UPV/EHU).
2 Grupo consolidado Equidad, Salud Poblacional y Atención a la Cronicidad de Kronikgune. Centro de Investigación en Cronicidad.
CONTACTO: [email protected]
RESUMEN:
TEMA DE INVESTIGACIÓN E HIPÓTESIS DE PARTIDA: Igual que sucede en la mayoría de las
sociedades, en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV) las mujeres tienen una esperanza de
vida mayor que los hombres pero su estado de salud a lo largo de la vida es peor. Resulta complejo
establecer los factores que explican las desigualdades de género en la salud, aunque ya existen
estudios que señalan que las desigualdades de género en la asignación de los trabajos (tanto
remunerado como no remunerado y su combinación) puede ser uno de los determinantes que ayuden a
entender el peor estado de salud de las mujeres. El objetivo de la investigación es analizar las
desigualdades en la distribución del trabajo en el hogar entre hombres, y mujeres que conviven en
pareja y tienen un trabajo remunerado de 25 a 64 años de la CAPV y el impacto que esa distribución
tiene en la salud de dichas mujeres.
METODOLOGÍA: Se ha realizado un estudio transversal descriptivo referido a la población de 25 a
64 años residente en la CAPV durante 2007 que convivía con su cónyuge o pareja. Se han empleado
los datos de la Encuesta de Salud de la CAPV del año 2007 (n=13.555 en el cuestionario familiar y
7.410 en el individual). La población objeto de estudio han sido las personas mayores de 18 años
residentes en la CAPV. Para el análisis del tipo de reparto del trabajo doméstico entre los dos
miembros de la pareja se ha construido un índice a partir de la frecuencia declarada de realización por
cada miembro. Como variable resultado se ha utilizado la autovaloración de la salud. El efecto del
trabajo en el hogar sobre la salud de las mujeres ocupadas con pareja se ha evaluado mediante odds
ratios (OR) calculados mediante modelos de regresión logística. Se han calculado OR brutos y
ajustados por edad y clase social con intervalos de confianza del 95%.
RESULTADOS: En la CAPV existen desigualdades de género. Las mujeres tienen peor salud que los
hombres, tanto por clase social como en todos los grupos de edad. Son ellas las que se ocupan con
mayor frecuencia del trabajo doméstico, desigualdad que varía según la edad, clase social o nivel de
estudios. El tipo de reparto del trabajo en el hogar entre la pareja tiene efecto sobre la salud de las
mujeres de 25 a 64 años ocupadas.
CONCLUSIONES: El reparto del trabajo doméstico en la pareja es un determinante de la salud y de
las desigualdades de género en salud, ya que tener una distribución de roles muy desigual ha mostrado
ser un importante condicionante de la ausencia de buena salud.
PALABRAS CLAVE: Salud, Desigualdades, Género, Trabajo, Hogar.
1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación de tesis doctoral que la autora principal de la
comunicación está llevando a cabo en el doctorado “Modelos y Áreas de Investigación en Ciencias
Sociales” de la UPV/EHU y dentro del Progrma Predoctoral de Formación de Personal Investigador no
doctor del Gobierno Vasco. Además, para realizar este estudio la autora principal recibió una ayuda
para la investigación en estudios feministas y de género para alumnas y alumnos de segundo ciclo de
2011/2012 convocada por la Dirección para la Igualdad de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y
el Vicerrectorado de Responsabilidad Social y Proyección Universitaria.
Desigualdades de género en salud en Euskadi: El papel del reparto del trabajo doméstico entre las parejas
Idoia García, Unai Martín, Amaia Bacigalupe
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INTRODUCCIÓN:
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud podría definirse como el
completo bienestar físico, psíquico y social (WHO, 1946). Es decir, la salud abarca más
que la ausencia de enfermedad, y tiene en cuenta aspectos como el estado físico, mental
y social de las personas. Este trabajo parte de esta definición que entiende la salud de
forma dinámica, holística, global y compleja.
Desde el punto de vista de los determinantes sociales, la salud está determinada por los
factores que van desde la dimensión biológica hasta la social. En base al modelo de los
determinantes sociales de los autores Dahlgren y Whitehead es importante tener en
cuenta otros determinantes que influyen en la salud de las personas y que van más allá
del modelo biomédico centrado en los factores más próximos al individuo como las
condiciones biológicas y los hábitos de vida (Dahlgren y Whitehead, 1991). Estos
determinantes sociales se reparten de forma diferente entre la población, generando
desigualdades en salud. El concepto de “desigualdades en salud” se puede definir como
las diferencias sistemáticas y potencialmente evitables en la salud y la enfermedad entre
grupos socialmente, demográficamente o geográficamente definidos (Starfield, 2007;
Solar e Irwin, 2007).
Existen diferentes modelos para poder entender las causas o factores determinantes de
las desigualdades sociales en salud. Entre ellos se encuentra el modelo creado por la
Comisión Española para Reducir las Desigualdades en salud en el año 2010, basado en
otro modelo anterior de la OMS (Solar e Irwin, 2007). Este modelo otorga importancia a
los determinantes estructurales, entre los que se encuentran el contexto socioeconómico
y político (globalización, régimen político, valores, cultura, etc.). Estos determinantes
tienen una gran influencia en la distribución y estratificación social de las personas en
base a la jerarquía social y a los ejes de desigualdad, y, asimismo, esta posición social
genera desigualdades en los factores intermedios. Por ejemplo, en las condiciones de
vida, trabajo, factores psicosociales, hábitos de vida... que finalmente, influyen en la
salud y en la distribución de la salud (Comisión para Reducir las Desigualdades
Sociales en Salud en España, 2010).
Los ejes de estratificación social que generan oportunidades diferentes de salud son
diversos: clase social, nivel de estudios, género, lugar de nacimiento, etc. Centrándonos
en el género, la desigualdad de género en salud podría definirse como la disparidad en
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materia de salud entre mujeres y hombres, que es sistemática, innecesaria, evitable e
injusta (Braveman, 2006). Como es sabido, la salud de mujeres y hombres es diferente y
desigual (Rohlfs, 2003). Diferente, porque las características biológicas propias que
tenemos desde que nacemos determinan un funcionamiento y riesgo de enfermar
diferente; y desigual, porque, además de los factores biológicos, hay otros
condicionantes sociales relacionados con el género que influyen en la distribución de
salud entre mujeres y hombres. En el caso de la Comunidad Autónoma del País Vasco,
al igual que sucede en la mayoría de las sociedades, las mujeres tienen una esperanza de
vida mayor que los hombres pero, al mismo tiempo, sufren una mayor morbilidad y
discapacidad a lo largo de su vida, relacionado, fundamentalmente, con unas
condiciones de vida más adversas (Bacigalupe y Martín, 2007). Además, se ha
demostrado que el colectivo de mujeres no es homogéneo, y, por lo tanto, es preciso
además del género, tener en cuenta otras variables de posición socioeconómica (Borrell
et al. 2004).
Más allá de las diferencias biológicas entre ambos sexos, las desigualdades de género en
la salud tienen origen en las estructuras socioeconómicas y de distribución asimétrica de
poderes de cada sociedad (Artazcoz et al. 2002). Resulta complejo establecer los
factores explicativos de las desigualdades de género en la salud, puesto que, como
muestran los estudios realizados tanto a nivel nacional como internacional, son la
consecuencia de la intervención de diferentes factores que se interrelacionan entre ellos.
Por tanto, es preciso analizar dichos factores desde un marco explicativo integral. Los
factores explicativos propuestos van desde los ingresos individuales (dificultades
económicas, bienes materiales, etc.) hasta los recursos económicos del hogar, lugar de
residencia (calidad de vida, seguridad, etc.) o las condiciones laborales (trabajo
remunerado, doméstico…) (Malmusi, 2012).
Centrándonos en estos últimos, algunos estudios señalan que las desigualdades de
género en la asignación de los trabajos (tanto remunerado como no remunerado y su
combinación) puede ser uno de estos determinantes o factores que ayuden a entender el
peor estado de salud de las mujeres (Artazcoz et al., 2002). Estos estudios concluyen
que este peor estado de salud de las mujeres, en gran medida, es la consecuencia del
reparto de poder desigual entre sexos, el reparto no equitativo que se mantiene en el
ámbito laboral, y, por tanto, de la exposición diferente de hombres y mujeres a los
trabajos; puesto que el sistema patriarcal limita los privilegios del trabajo y vida social
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de las mujeres y el acceso a los recursos económicos; y muchas veces, las encamina a
realizar la mayor parte del trabajo socialmente menos valorado, como es el trabajo
reproductivo [Annandale y Hunt, 2000].
Como es bien sabido, a lo largo del tiempo, los roles laborales (trabajo productivo) y los
roles familiares (trabajo reproductivo) han estado distribuidos de distinta forma entre
mujeres y hombres. Tradicionalmente, han sido los hombres los que se han encargado
del espacio público (concretamente, del trabajo remunerado), mientras que las mujeres
se han centrado en la función reproductiva y la protección del bienestar social de la
familia (trabajo en el hogar, protección de las redes sociales, cuidado de las personas
dependientes, etc.) (Benería, 1981). Los cambios vividos durante las últimas décadas en
el mundo laboral, junto con los cambios en las estructuras familiares, han traído consigo
cambios en los roles y las tareas de hombres y mujeres. Las mujeres se han ido
introduciendo progresivamente en el mercado laboral empezando a realizar funciones
que hasta ahora sólo ellos desempeñaban. Sin embargo, no está tan claro que los
hombres estén empezando a realizar los trabajos que tradicionalmente realizaban las
mujeres (Larrañaga et al., 2004). La entrada de las mujeres en el mundo laboral no ha
venido acompañada de un reparto equitativo del trabajo en el hogar, ni en el caso del
estado español, ni en otros países de Europa (Artazcoz et al. 2002). Por lo tanto, en el
ámbito familiar, el reparto del trabajo en el hogar, hoy en día, sigue estando
desequilibrado, con las consecuencias negativas que ello acarrea, sobre todo para las
personas, la mayoría mujeres, que tienen que compaginar la familia y el trabajo fuera de
casa, puesto que esta distribución de normas y valores desigual para mujeres y hombres
tiene distintas implicaciones y consecuencias en la experiencia de vida y salud de cada
uno/a de nosotros/as (Artazcoz et al., 2002; Artazcoz et al., 2004).
De esta forma, los cambios en la distribución de los trabajos entre hombres y mujeres ha
generado el interés en determinar los efectos que estos cambios podían ocasionar en la
salud de hombres y mujeres. Varios estudios han intentado analizar las consecuencias
para la salud de las mujeres derivadas de su incorporación al trabajo remunerado, lo que
ha dado lugar a un debate en torno al que han surgido diferentes teorías e hipótesis
(Bartley et al., 1992; Lahelma et al., 2002; Backhans et al., 2007), que pueden agruparse
en las siguientes dos grandes perspectivas:
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1- Hipótesis de potenciación de rol: Esta hipótesis relaciona combinar distintos
roles (madre, empleada, esposa, etc.) con tener un mejor estado de salud, ya que,
de ese modo, se refuerzan las redes de protección y ayuda social, así como los
recursos económicos. El hecho de tener un empleo remunerado fuera de casa
impulsaría la independencia de la mujer, reforzando su capacidad de decisión y
mejorando su autoestima y bienestar personal (Lahelma et al., 2002).
2- Hipótesis del conflicto de rol o cargas múltiples: A pesar de que se haya
demostrado que el trabajo remunerado ayuda a proteger la salud, esta segunda
hipótesis defiende que cuando esta situación se combina con el hecho de tener
que encargarse de la mayoría del trabajo en el hogar, el beneficio del trabajo
remunerado puede desaparecer, debido al nivel de estrés que genera dicha
combinación de roles (Backhans et al., 2007; Opree y Kalmijm, 2012). De hecho,
este conflicto de roles puede generar en la mujer la sensación de no estar
realizando debidamente la tarea de combinar el ámbito familiar y el laboral.
La mayor parte de los estudios que han analizado el efecto del trabajo remunerado sobre
la salud de las mujeres han tendido a considerar el efecto del trabajo remunerado,
teniendo menos en cuenta otras cuestiones centrales como, por ejemplo, el trabajo en el
hogar, que también ha demostrado ser un importante determinante de la salud y de las
desigualdades de género en salud (Artazcoz et al., 2002). Además, la mayor parte de los
estudios que han analizado el impacto de la realización de estos trabajos en la salud de
las mujeres, lo han hecho considerando la carga absoluta de trabajo que las mujeres
asumen y, sin embargo, se ha tenido menos en cuenta la desigualdad en la distribución
de esas cargas entre los miembros de la pareja.
Teniendo en cuenta la importancia de los trabajos como determinantes de la salud y las
desigualdades de género en salud, el objetivo principal de la comunicación consiste en
analizar las desigualdades en la distribución del trabajo en el hogar entre hombres, y
mujeres que conviven en pareja y tienen un trabajo remunerado de 25 a 64 años de la
CAPV y el impacto que esa distribución tiene en la salud de dichas mujeres. Como
objetivos secundarios, se pretende:
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Analizar las desigualdades de género en la autovaloración del estado de salud y
su posible variación según edad y clase social.
Analizar las desigualdades de género en el reparto del trabajo en el hogar y su
posible variación según edad, nivel de estudios y clase social.
Determinar el impacto que la distribución del trabajo en el hogar tiene en la
salud de las mujeres y la posible variación según clase social y nivel de estudios.
METODOLOGÍA:
Se realizó un estudio transversal descriptivo por medio de una metodología cuantitativa
referido a la población de 25 a 64 años residente en la CAPV durante 2007 que convivía
con su cónyuge o pareja.
La fuente de datos principal fue la Encuesta de Salud de la Comunidad Autónoma del
País Vasco (ESCAV) del año 2007. Esta encuesta, cuya metodología ha sido descrita en
detalle (Pérez et al., 2010) recoge información sobre el estado de salud, los
determinantes sociales de la salud y la valoración y el uso de los servicios sanitarios de
un muestra de la población de la CAPV residente en viviendas familiares. La ESCAV
consta de dos cuestionarios, uno que se recoge para todos los miembros de la familia
(n=13.555) y otro al que responden únicamente dos de cada tres miembros del hogar
(n=7.410). El análisis de las desigualdades en salud se realizó mediante la utilización de
la muestra de la encuesta individual. Para el análisis de la distribución del trabajo en el
hogar se contó con la submuestra de población que convive en una pareja en la que la
mujer tiene un trabajo remunerado. De esta forma, a la hora de describir la distribución
del trabajo en el hogar se contó con una muestra de 1.331 parejas de este tipo, mientras
que para el análisis del impacto de la desigualdad en la salud se contó con una muestra
menor, 890 mujeres, ya que la variable de salud, autovaloración de la salud, se recoge
en el cuestionario individual.
Respecto a las variables, para describir la desigualdad en el reparto del trabajo en el
hogar y su efecto en la salud, se construyó un índice de desigualdad en base a la
frecuencia de realización de las labores del hogar declarada por cada miembro de la
pareja, medido de la siguiente forma: ”Respecto a las labores del hogar, ¿con qué
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frecuencia las realiza?” y las siguientes respuestas: “a) Habitualmente siempre que se
realizan, b) Habitualmente los fines de semana c) En raras ocasiones d) Nunca”. En
base a la respuesta de cada uno de los dos miembros de la pareja, se crearon las cinco
categorías siguientes:
1) Reparto igualitario entre los dos miembros de la pareja: los dos miembros de
la pareja coinciden en la frecuencia de realización de las labores del hogar.
2) Reparto muy desigual desfavorable para la persona de referencia: la
persona realiza las labores del hogar siempre que se realizan, mientras que su
pareja no las realiza nunca.
3) Reparto desigual desfavorable para la persona de referencia: la persona
realiza las labores del hogar con mayor frecuencia que la pareja, pero no es un
reparto muy desigual (categoría anterior).
4) Reparto muy desigual desfavorable para la pareja: la persona no realiza
nunca las labores del hogar y su pareja las realiza siempre que se realizan.
5) Reparto desigual desfavorable para la pareja: la persona realiza menos
labores del hogar que su pareja, pero no es un reparto muy desigual (categoría
anterior).
Posteriormente, en el caso del estudio del impacto de la desigualdad en la salud de las
mujeres, y debido al escaso número de mujeres en las categorías 4 y 5, se optó por
agrupar estas categorías con la categoría 1, creando una nueva denominada “reparto
igualitario entre la pareja o reparto desigual pero no desfavorable para la persona de
referencia” (Gráfico 1).
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En relación a la variable resultado de salud, se utilizó la ausencia de buena salud,
construida a partir de la autovaloración de la salud, que muestra la percepción subjetiva
que tienen las personas sobre su estado de salud y une aspectos objetivos y subjetivos de
la misma. Ha sido demostrada su relación con el padecimiento de enfermedades
crónicas, la mortalidad o el uso de servicios sanitarios (Idler y Benyamini, 1997). En el
caso de la ESCAV, la autovaloración de la salud se mide de la siguiente forma
“¿Considera que su salud en general es…?” y las siguientes respuestas: “Muy buena,
Buena, Regular, Mala y Muy Mala”. Se consideró ausencia de buena salud la
agrupación de las respuestas Regular, Mala y Muy Mala.
Como variables de ajuste y/o segmentación, se utilizaron varias variables, en primer
lugar, la clase social familiar, calculada en base a la ocupación (relación laboral, cargo o
categoría en la empresa y el sector de actividad) por el Departamento de Sanidad (Pérez
et al., 2010) y que fue agrupada en dos categorías, clases sociales no manuales (clases
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sociales 1 y 2) y clases sociales manuales (clases sociales 3, 4 y 5). En segundo lugar, el
nivel de estudios, que se categorizó en tres grandes grupos: estudios primarios o
menores, estudios secundarios y estudios universitarios. Por último, la edad, fue
introducida como variable continua a la hora de ajustar los modelos, y categorizada para
el resto del análisis.
Finalmente, en relación al análisis estadístico, para analizar la asociación entre grupos
de dos variables cualitativas se empleó el test estadístico Chi cuadrado (Chi2). Se
calcularon prevalencias estandarizadas por edad mediante el método directo (CAPV,
2007). La magnitud de la asociación fue descrita mediante el cálculo de odds ratios (OR)
calculados a través de modelos de regresión logística. El cálculo de OR permitió ajustar
el efecto de la edad, así como el efecto de otras variables de ajuste. Se utilizaron los
elevadores calculados de la encuesta y para el cálculo estadístico se utilizó el programa
SPSS Statistics 20.
RESULTADOS:
En el apartado de resultados, en primer lugar, se describirán las desigualdades de género
en salud entre hombres y mujeres de la CAPV utilizando la autovaloración de la salud.
En segundo lugar, centrándonos exclusivamente en las mujeres de 25 a 64 años, con
trabajo remunerado que conviven en pareja, describiremos las diferencias con su pareja
en la realización del trabajo en el hogar y el reparto de este trabajo, prestando atención a
cómo éste se modifica según la edad, clase social o el nivel de estudios. Por último, se
describirá el impacto de la desigualdad en el reparto del trabajo en el hogar en la salud
de estas mujeres y su variación según la clase social.
a) Desigualdades de género en salud
En general se puede afirmar que la población de la CAPV hace una valoración positiva
de su estado de salud, puesto que tres de cada cuatro la valoran como buena. A pesar de
ello, existen diferencias por género que suponen una peor salud en las mujeres.
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Una de cada cuatro mujeres de la CAPV, concretamente el 25,41% (tras estandarizar
por edad) valoran de forma negativa su estado de salud (Gráfico 2). El porcentaje de
hombres que valoran de forma negativa su salud es más bajo, del 21,54%.
La edad, como es lógico, juega un papel importante en la valoración que las personas
hacen sobre su salud. A medida que aumenta la edad, aumenta también el riesgo de
tener enfermedades, y por consiguiente, la autovaloración negativa del estado de salud.
Sin embargo, a todas las edades la salud de las mujeres fue peor que la de los hombres.
Las menores diferencias entre hombres y mujeres se produjeron en el grupo de 30 a 44
años (Gráfico 3).
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En cuanto a la clase social, las personas pertenecientes a clases sociales más pobres
(clase sociales manuales) valoran peor su salud, tanto en el caso de los hombres como
en el de las mujeres (Gráfico 4). Nuevamente, en las dos clases sociales las mujeres
presentaron una percepción de su salud inferior.
b) Desigualdades de género en el reparto del trabajo en el hogar
La realización del trabajo en el hogar mostró, entre las personas que convivían en pareja,
una frecuencia diferente según sexo (Gráfico 5). De esta forma, mientras que el 91,4%
de las mujeres afirmaba realizar las labores del hogar siempre que se realizaban, este
porcentaje descendió en hombres hasta el 50,5%. Por el contrario, el porcentaje de
hombres que afirmaba no realizar nunca este tipo de tareas (14,2%) fue mayor que el
porcentaje de mujeres (0,3%).
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Las diferencias en la frecuencia de realización del trabajo en el hogar entre hombres y
mujeres supusieron una desigual distribución del trabajo doméstico (Gráfico 6). Así, el
13,2% de las mujeres tenía una distribución de roles domésticos que fue considerada
“muy desigual”, y el 30,5% una distribución “desigual”. El 55,0% de las mujeres tenía
una distribución igualitaria con su pareja.
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Esta desigualdad en la distribución del trabajo en el hogar fue significativamente mayor
en las parejas formadas por mujeres de más edad, ya que el porcentaje de mujeres que
tenía una distribución muy desigual del trabajo era del 21,1% entre las de 51 a 64 años
(Gráfico 7). Entre las mujeres de 25 a 50 años, la desigualdad era menor, pero
continuaba siendo evidente. Así, el 9,3% de esas mujeres tenía una distribución muy
desigual del trabajo en el hogar y un 29,0% desigual.
La clase social también marcó diferencias significativas en la magnitud de las
desigualdades de género en el reparto del trabajo en el hogar. A pesar de que en las dos
clases sociales consideradas el porcentaje de mujeres que tenía una distribución desigual
o muy desigual del trabajo en el hogar fue considerable, éste porcentaje fue
significativamente mayor en las mujeres de clase social manual. De esta forma, en estas
últimas el 13,6% convivía en un hogar con reparto del trabajo muy desigual y el 31,2%
con reparto desigual. En las mujeres de clase no manual, estos porcentajes fueron 10,5%
y 27,9% respectivamente (Gráfico 8). Estas diferencias se mantuvieron tras ajustar por
la edad, de manera que, eliminando el efecto de la diferente estructura de edad de las
clase sociales manuales y no manuales, pertenecer a esta última clase social supuso que
la ventaja de tener una distribución muy desigual se multiplicara por 1,43 (OR: 1,43
IC95% 1,01-2,02).
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El impacto del nivel de estudios de la mujer sobre la probabilidad de padecer una
distribución muy desigual es también evidente. A pesar de que las mujeres de todos los
niveles de estudios padecieron una distribución desigual o muy desigual en un
porcentaje considerable (Grafico 9), se encontraron importantes diferencias. Mientras
que el porcentaje de mujeres que convivía en una pareja con una distribución muy
desigual fue del 24,3% en las mujeres de estudios primarios o inferiores, entre las de
estudios secundarios fue del 11,4% y del 6,6% entre las mujeres de estudios
universitarios.
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A pesar de las diferencias en las estructuras de edad entre mujeres de los diferentes
niveles de estudio, el efecto que el nivel de instrucción tiene en la distribución del
trabajo en el hogar se mantuvo tras ajustar por la edad. De esta forma, tener estudios
secundarios respecto a universitarios supuso multiplicar la ventaja de tener una
distribución muy desigual por 2,04 (OR: 2,04 IC95%: 1,26-3,31), y tener primarios o
menores respecto a tener universitarios multiplico esa ventaja por 3,42 (OR: 3,42
IC95%: 2,00-5,87).
Debido a la asociación existente entre el nivel de estudios y la clase social, se calculó el
efecto de cada una de estas variables en la distribución de roles domésticos ajustando
por el efecto de la otra (Tabla 1). Los resultados mostraron que el efecto de la clase
social sobre la distribución del trabajo en el hogar perdió fuerza cuando se tuvo en
cuenta el nivel de estudios. Así, al ajustar por esta variable, el efecto de ser trabajadora
manual se reduce considerablemente y deja de ser significativo (1,04 IC95%: 0,71-1,51).
El impacto del nivel de estudios se mantuvo similar tras ajustar por clase social.
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c) Efecto del reparto del trabajo en el hogar en la salud
El efecto del reparto del trabajo en el hogar en la salud de las mujeres de 25 a 64 años
ocupadas que viven en pareja sigue un claro gradiente. A medida que aumenta la
desigualdad en el reparto con la pareja, aumenta también la ausencia de buena salud.
Las mujeres con un reparto de trabajo en el hogar muy desigual tienen un 66% de
ventaja de valorar su salud como regular, mala o muy mala respecto a las mujeres con
un reparto igualitario (OR 1,66 IC95% 1,01-2,72) (Tabla 2). Aunque no de manera
significativa, tener una distribución desigual también parece ser un determinante de la
mala salud (OR 1,37 IC95% 0,93-2,03).
El efecto del reparto de trabajo sobre la salud de las mujeres no se modificó
sustancialmente al ajustar por clase social, aunque perdió su significatividad estadística
(OR de muy desigual 1,62 IC95% 0,99-2,05) si bien se mantuvo la tendencia del
gradiente a medida que aumentó la desigualdad (Tabla 2).
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Como se ha podido observar, el tipo de reparto del trabajo en el hogar entre la pareja
tiene efecto en la salud. Ahora observaremos si este efecto es diferente entre clases
sociales (Tabla 3). En primer lugar hay que decir que, en ambas clases sociales, se
observa el mismo gradiente anteriormente mencionado, de forma que, a medida que
aumenta la desigualdad en el reparto del trabajo en el hogar con la pareja, aumenta
también la ausencia de buena salud de las mujeres ocupadas de 25 a 64 años. En
segundo lugar, el efecto del reparto del trabajo doméstico en la salud de las mujeres es
ligeramente mayor entre aquellas que pertenecen a clases sociales no manuales. Las
mujeres ocupadas de 25 a 64 años pertenecientes a clase sociales no manuales tienen el
doble de ventaja que las mujeres con un reparto igualitario de que su salud no sea buena
(OR 2,11 IC95% 1,01-4,45) (Tabla 3).
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CONCLUSIONES:
Los resultados de la comunicación muestran que en la CAPV existen desigualdades por
género. Las mujeres tienen peor salud que los hombres tanto en una clase social como
en la otra y en todos los grupos de edad. En general, la población de la CAPV hace una
valoración positiva de su estado de salud, aunque la ausencia de buena salud aumenta
con la edad y es mayor entre las clase sociales manuales.
Existen grandes desigualdades en el reparto del trabajo en el hogar entre hombres y
mujeres con trabajo remunerado. Son ellas las que se ocupan con mayor frecuencia del
trabajo doméstico, desigualdad que varía según la edad, la clase social o el nivel de
estudios. Como cabía esperar, los hogares formados por parejas más jóvenes (de entre
25 y 50 años) tienen un reparto más equitativo que los hogares formados por parejas de
más edad (51-64 años), lo que podría suponer un cambio en la asignación tradicional de
roles y funciones sociales en las nuevas generaciones. También se encontró un reparto
del trabajo en el hogar más igualitario entre los hogares de mujeres con estudios
universitarios y clases sociales no manuales.
Esta desigualdad tiene influencia en la salud de las mujeres, ya que tener una
distribución de roles muy desigual ha mostrado ser un importante condicionante de la
ausencia de buena salud. De esta forma se muestra que el reparto del trabajo doméstico
en la pareja es un determinante de la salud y de las desigualdades de género en salud.
Esta investigación presenta ciertas limitaciones que es importante apuntar. Entre ellas,
cabe mencionar la calidad de los datos debida a la recogida mediante encuesta, ya que
es el/la propio/a encuestado/a, mediante la retrospección, el/la que aporta la información.
Esto podría suponer una limitación de recuerdo o de infra-declaración. Esta cuestión
puede tener especial importancia en el caso de la declaración de frecuencia de labores
domésticas que puede mostrar un sesgo de declaración que puede ser diferencial según
género. Aunque en el presente estudio no se muestren los resultados, se ha comprobado
que los hombres sobreestimarían la frecuencia de dedicación al trabajo en el hogar, ya
que con una misma declaración de frecuencia, las horas dedicadas por los hombres a
este trabajo son menores que las declaradas por las mujeres. Por tanto, esto indicaría que
las diferencias reales entre hombres y mujeres serían mayores que las encontradas en
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Idoia García, Unai Martín, Amaia Bacigalupe
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esta investigación. Otra de las limitaciones reside en el tipo de estudio llevado a cabo,
descriptivo, puesto que solamente permite tener en cuenta una perspectiva transversal
del fenómeno, limitando la posibilidad de establecer relaciones causales entre las
variables estudiadas.
A pesar de las limitaciones que presenta, este estudio muestra la necesidad de seguir
estudiando las desigualdades entre hombres y mujeres en el reparto de los trabajos y la
importancia de tener en cuenta los trabajos como factor importante para entender las
desigualdades de género en salud.
Además, este estudio abre nuevas líneas de investigación para futuros trabajos, en las
que los/las autores/as de esta comunicación ya están trabajando. El uso de un índice de
desigualdad en la realización del trabajo en el hogar, basado en el número de horas
declaradas por cada una de las dos personas que forman la pareja, complementaría y
mejoraría sustancialmente el índice creado en este estudio basado en la frecuencia de
realización de dicho trabajo. Sería interesante, también, analizar el efecto del tipo de
reparto del trabajo en el hogar, no sólo en la autovaloración de la salud, sino en otro tipo
de medidas de salud, así como en otras variables, como por ejemplo, el tiempo dedicado
al ejercicio físico o el consumo de tabaco. Por otro lado, habría que seguir indagando en
el estudio de las desigualdades sociales mediante otras variables. Además, tal y como se
ha mencionado anteriormente, sería importante considerar las características no de cada
persona de forma individual, sino para el conjunto de la pareja.
Los resultados del estudio tienen importantes implicaciones para la elaboración de
políticas de salud. Como hemos podido ver a lo largo del trabajo, resulta completamente
necesaria la promoción de políticas en salud que vayan más allá de los servicios
sanitarios y que traten de influir en otros espacios no sanitarios, como son las políticas
familiares o el cambio de valores culturales (Stahl et al., 2006). Asimismo, es necesario
que los planteamientos y acciones dirigidas a la disminución de las desigualdades de
género en salud para conseguir una verdadera igualdad entre hombres y mujeres se
realicen desde planteamientos estructurales, impulsando políticas de corresponsabilidad
real en las labores domésticas entre los hombres, para poder desdibujar la asignación
tradicional de los roles y las funciones sociales por género (Bacigalupe y Martin, 2007).
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