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La educación sitiada: una crítica a la corrupción educativa «…la función esencial de la educación es conferir a todos los seres humanos la libertad de pensamientos, de juicios, de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud». (Delors, 1996:101) Llevo pocos años como docente, pero desde que me inicié en este camino complicado de la educación siempre me llamó la atención la enorme desmotivación que tienen los jóvenes de hoy para alcanzar la excelencia. El conocimiento, la pasión por saber más, se ha ido perdiendo para cederle lugar a lo que Zygmunt Bauman (2005) llama modernidad líquida; hombres y mujeres desesperados al sentirse descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de la unión. No obstante, estos seres lo que temen es perder su individualidad porque para Bauman, la atención humana tiende a concentrarse en la satisfacción inmediata. Los jóvenes de esta era son producto de nuestros proyectos del pasado, y lejos de haberlos educado les hemos robado un derecho inalienable: el derecho a la responsabilidad plena de sus acciones. Como educadora no puedo sino albergar la esperanza. Sería contradictorio si no fuera así. Freire habla de educación como “un proceso de conocimiento, formación política, manifestación ética, búsqueda de la belleza, capacitación científica y técnica” (2005). Es nada más y nada menos que una manifestación, un movimiento y una lucha en redefinir el mundo que nos rodea hoy, y que no es el mismo de hace 20, 30 o 40 años. Pero, ¿es mejor ahora? ¿Fue efectivo el compromiso que se planteó entonces? ¿Hay menos miseria, menos exclusión, menos violencia, menos ataques a los derechos humanos, menos depredación del medio ambiente? Para analizar la situación de la educación actual es preciso que descendamos a la verdadera raíz del problema que como dice Page 1

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«…la función esencial de la educación es conferir a todos los seres humanos la libertad de pensamientos, de juicios, de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud». (Delors, 1996:101) Page1 Page2 Page3

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La educación sitiada:una crítica a la corrupción educativa

«…la función esencial de la educación es conferir a todos los seres humanos la libertad de pensamientos, de juicios, de

sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud».

(Delors, 1996:101)

Llevo pocos años como docente, pero desde que me inicié en este camino complicado de la educación siempre me llamó la atención la enorme desmotivación que tienen los jóvenes de hoy para alcanzar la excelencia. El conocimiento, la pasión por saber más, se ha ido perdiendo para cederle lugar a lo que Zygmunt Bauman (2005) llama modernidad líquida; hombres y mujeres desesperados al sentirse descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de la unión. No obstante, estos seres lo que temen es perder su individualidad porque para Bauman, la atención humana tiende a concentrarse en la satisfacción inmediata. Los jóvenes de esta era son producto de nuestros proyectos del pasado, y lejos de haberlos educado les hemos robado un derecho inalienable: el derecho a la responsabilidad plena de sus acciones.

Como educadora no puedo sino albergar la esperanza. Sería contradictorio si no fuera así. Freire habla de educación como “un proceso de conocimiento, formación política, manifestación ética, búsqueda de la belleza, capacitación científica y técnica” (2005). Es nada más y nada menos que una manifestación, un movimiento y una lucha en redefinir el mundo que nos rodea hoy, y que no es el mismo de hace 20, 30 o 40 años. Pero, ¿es mejor ahora? ¿Fue efectivo el compromiso que se planteó entonces? ¿Hay menos miseria, menos exclusión, menos violencia, menos ataques a los derechos humanos, menos depredación del medio ambiente? Para analizar la situación de la educación actual es preciso que descendamos a la verdadera raíz del problema que como dice Núñez Hurtado (2005, 28) “implica la recuperación de la esperanza” como una necesidad ontológica. Para ello esbozaré en el siguiente ensayo algunas posturas críticas hacia el sistema educativo de nuestro país, no sólo a partir de lo político sino sobre todo desde el foco humanista, que es al fin y al cabo el oxígeno de nuestra esencia infinita.

Guatemala cuenta con 13 millones de habitantes de los que más de 7 millones viven en la pobreza. La desnutrición es el problema más urgente del país. Casi 2 millones de personas viven en la pobreza extrema que obliga a trabajar a 834 mil niños entre los 5 y los 17 años. El 84 por ciento de estos niños que deberían estar en las escuelas se encuentran trabajando en condiciones infrahumanas. La historia de nuestro país está estancada en la miseria y en la ignorancia. No podemos planificar un mejor futuro si no erradicamos la corrupción en todas las esferas. Por ejemplo, actualmente el Congcoop y el CIIDH evidenciaron que de los Q546.4 millones aprobados para el Mineduc en

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alimentación escolar de este año, solo se han ejecutado Q252.5 millones, “lo que representa un 46.2 por ciento gastado en nueve meses”. El factor “tiempo” no es factible en los trámites burocráticos debido a la inseguridad alimentaria que se flagela en nuestro territorio. Si no hay alimentación, tampoco hay educación que es la base para posibilitar una mejor inserción laboral y que a su vez provee una mejor remuneración y la mejora de los recursos económicos de un país.

En nuestro país sobrevuela un fantasma y es nada menos que el fantasma de la ignorancia disfrazada de corrupción; una corrupción del Estado que nos involucra porque nos hemos vendido para sobrevivir en esta jungla de individualismo que impera en nuestra sociedad. Una ignorancia de aquellos habitantes que no están sumidos en la pobreza y que desperdician sus oportunidades de desarrollo. Los jóvenes de hoy creen que aprender es sinónimo de inmediatez y espontaneidad. ¿Podemos seguir culpándolos de su falta de conciencia? ¿Podemos seguir hablando en tercera persona?

Hace unos años, un padre de familia me amenazó por haberle enviado a su hijo un reporte de conducta. Él y su esposa me exigían, frente al director del instituto, que me disculpara con su hijo porque yo “le había faltado al respeto primero”. El señor intentó intimidarme varias veces buscándome dentro del plantel educativo, lo que estaba prohibido, e incluso se atrevió a rastrear mi auto en el estacionamiento para anotar las placas. Durante dos días seguidos llegó a la dirección sin cita previa y se sentaba durante horas a la espera de que el director lo atendiera. Su preocupación no era otra que la expulsión de su hijo –era el tercer reporte de conducta que tenía en tres meses--. Si esto sucedía, el joven no se graduaría de uno de los “mejores” colegios del país. Al señor no le preocupaba la ética de su hijo ni lo que podía aprender de las consecuencias que tienen sus acciones en la vida. El peso lo cargué yo durante los dos meses que siguieron; sentía que mi vida corría peligro cada día. Y hoy me pregunto, ¿quién es el responsable? Como me dijo una alumna una vez: "de nadie, de uno, de todos".

El director de la facultad en la que trabajo convocó, hace poco más de dos años, una reunión entre los directores de los colegios de la capital y nosotros, para discutir el problema con el que nos enfrentamos en la educación superior --de treinta y tantos colegios llegaron solamente diez--. Como profesora de lectura y escritura les esbocé las carencias con las que me enfrento cada semestre con los y las estudiantes de primer ingreso: sus deficiencias en resumir, en investigar, en interpretar, en citar, en analizar y para no hacer la lista tan extensa: sufren de lo que de manera acertada denomina Mario Roberto Morales como intelicidio (el suicidio de la inteligencia). Tras unos segundos de silencio, una señora bastante pasada de peso y con el delineador corrido, que estaba sentada a mi derecha, me preguntó con la sonrisa del Guasón y con ojos desorbitados "¿y qué?,¿no tienen nada bueno?". La escena me recordó la del proceso kafkiano. Y así, como una vil acusada, me defendí con una respuesta nada diplomática: "son muy simpáticos, señora". Me temo que a nadie le gusta escuchar las verdades, sobre todo si éstas deben admitir la irresponsabilidad de no haber formado a los espíritus

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competentes que nuestra sociedad necesita de manera urgente, ya sea por negligencia, incapacidad o estupidez.

Las estructuras familiares tienen una esperanza de vida muy corta. La inmigración dejó en 2007 a más de medio millón de familias desintegradas que se suman al 67.9 por ciento de la población que se beneficia de remesas. Por otro lado, aún cuando los padres permanecen al lado de sus hijos su ausencia es la misma que la de los migrantes. Y si la familia es la institución más importante en fomentar la “socialización primaria” del ser humano entonces podemos intuir que algo muy malo está sucediendo en el aspecto moral de la esfera familiar. La decadencia de la autoridad paterna en la modernidad apunta al incremento de antipatía y de recelo que tienen los jóvenes hacia cualquier figura autoritaria y, por consiguiente, a la delincuencia juvenil. La apariencia de lo eterno ha mermado en nuestra cultura y ha ayudado a proliferar la mentira, la adulación y el abuso de la fuerza.

En nuestros tiempos, tener hijos es una decisión y no un accidente. Bauman dice que “tener o no tener hijos es probablemente la decisión con más consecuencias y de mayor alcance que pueda existir” y a mí me llena de angustia saber que, según cifras de la Vigilancia Epidemológica de 2006, el 62.4 por ciento de las mujeres de nivel socioeconómico bajo dan a luz antes de cumplir los 20 años. En el caso de Guatemala, la falta de educación es el factor principal de la ignorancia para hacer mejores elecciones. Contamos con la tasa más alta en Centro América de partos en adolescentes y lo más irónico del caso es que en la ciudad de Guatemala sólo hay una cobertura de atención prenatal del 17 por ciento que oscila, según el departamento hasta del 76 por ciento de cobertura en Alta Verapaz.

Son estas las contradicciones globales las que nos convierten en el basurero de los problemas del mundo. Nosotros los residentes de las ciudades y nuestros representantes, de todas las instituciones que componen el país, debemos enfrentarnos con la tarea de buscar soluciones locales que contrarresten estas discordancias. Quizá valdría la pena pensar en la creación del “espacio fluido”, tal como Manuel Castells señala en The Power of Identity (1997), en el que se establece una nueva jerarquía de dominación por medio de la amenaza de desconexión. Es decir, fomentar la producción de sentido y de identidad global y no lo que hasta ahora hemos hecho y que es lo que Darwin teorizó con su “the survival of the fittest” que equivale a que la supervivencia es la prueba última de que uno está en buena forma. Nuestros jóvenes han aprendido con el ejemplo de sus mayores que “el hombre es el lobo del hombre”, como decía Hobbes. Tal vez en esto radica la vacuidad que existe en nuestra cultura moderna, mientras más poseo más poder tengo sobre los demás.

Nos urge tomar consciencia que uno de los problemas del sistema educativo moderno es la falta de coherencia entre su currículo y la realidad. El sistema actual es obsoleto porque carece de innovación y del enfoque de los mundos

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semánticos afines a las matemáticas y las posturas en las artes y las humanidades. Una de las catástrofes más grandes de la educación es que las carreras humanísticas se han ido reemplazando por las especialidades técnicas que se encargan de obviar la visión histórica, literaria y filosófica de la humanidad. ¿Dónde está entonces la calidad cultural en nuestra enseñanza actual? Y si todavía las tenemos es preocupante la incompetencia que existe en los docentes que las imparten, quienes lo único que logran con su “pedantería” pedagógica, como subraya Savater, es esterilizar el aprendizaje.

Hace poco tiempo un colega me preguntó preocupado que para qué servía enseñar Literatura, que qué utilidad tenían las lecturas que yo les ofrecía a mis estudiantes para su futuro profesional. Él me aseguró que la lectura de los libros es cosa del pasado y que yo no estoy actualizada en cuanto a las destrezas que ellos sí tienen en la tecnología. Si esto es un avance prefiero quedarme en la Antigüedad donde la educación humanística solía sensibilizar a través de la lectura de los libros, que de por sí es una actividad intelectual. No puedo estar más a favor de lo que dice el filósofo español en El valor de educar: “Fomentar la lectura y la escritura no puede ser más que las dos actividades más humanísticas de todas. Lejos de implantarlas por decreto deben introducirse como placeres propios de la vida”. Y aquí cito a Hannah Arendt (citada por Bauman) como un esfuerzo futuro dirigido a revertir la corriente y alejarnos de la ciudad sitiada con el objetivo de acercar a la historia su ideal de “comunidad humana”:

El mundo no es humano por el simple hecho de estar hecho por humanos, y no se vuelve humano por el simple hecho de que la voz humana resuene en él, sino sólo cuando se ha convertido en objeto del discurso […] Sólo humanizamos lo que está sucediendo en el mundo y en nosotros cuando hablamos de ello, y es al hablar que aprendemos a ser humanos.

Albergo la esperanza en que todo será mejor si nosotros, como verdaderos educadores y dirigentes, logramos ser seres morales, como una manifestación innata de la humanidad, sin ningún “propósito”, provecho, comodidad ni gloria. Tengo esperanza de que a través del ejemplo de nosotros los adultos responsables, los jóvenes se inspiren para trascendernos. Howard Gardner plantea una reforma educativa con cuatro nódulos que me parece muy acertada: evaluación, currículo, educación del educador y apoyo de la comunidad. Una integración global, dialógica, holística en la que el futuro pueda visualizarse prometedor, no sólo para las élites sino sobre todo para los excluidos, los pobres, las mayorías. Tal como postulaba Paulo Freire, debemos lograr el compromiso con la vida.

Como educadora no me queda más que vivir en la esperanza de resistir, de abolir la corrupción educativa, y me uno a la invitación de Sábato en la que lo invito, a usted lector, a la revaloración de lo que entendemos por resistir. Yo tampoco podría dar una respuesta, pero intuyo que es como la fe en un milagro. Y en este caso, yo creo en los milagros.

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Bibliografía

Bauman, Z. (2005). Amor líquido. (Mirta Rosenberg, Trad.). Fondo de Cultura Económica, Madrid.

Castells, M. (2005). The power of Identity. Blackwell Publishing, USA.

Sabato, E. (1999). La resistencia. Ed., Seix Barral, Barcelona.

Savater, F. (1997). El valor de educar. Ed., Ariel, Barcelona.

Morales, M.R. (12 de marzo de 2008). Intelicidio, ilustración y cultura letrada. Fecha de consulta: 14 de octubre de 2008, de: www.lainsignia.org/2008/marzo/soc_002.htm

Núñez, C., et al. (2005). Propuestas de Paulo Freire para una renovación educativa. ITESO, CEFRAL, CEEAL, México.

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