El castillo de la memoria

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Quién imaginaría descubrir en el di, ri de! Ade!antado Juan Ponce de L n l existencia de la "fu"entede la juv ntud vivir e! sueño inmortal de! espíritu renacentista en e! Nuevo Mundo p r ser otro, donde e! paisaje paradisiac S más e! gran arte de la ilusión y el artifi i que e! vestigio de la creación divina. Con El castillo de la memoria, Olg N 11 realiza una revisión literaria sobre la historia de la hispanidad en Puert R i Su mirada particular descubre en e d. personaje la sustancia que encarne y. sea e! conquistador padeciendo 1infi 1'1 que supone e! mito de la inmort lid 1, e! hermano que ehfrenta su destiu I cometer fratricidio; y en cada ép III , fabulación certera de los acont imi Ilt , 9 780679 772989 ISBN 0-679-772 8-7

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Páginas 1 a la 105 de la novela "El castillo de la memoria" escrita por Olga Nolla.

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Quién imaginaría descubrir en el di, ride! Ade!antado Juan Ponce de L n lexistencia de la "fu"entede la juv ntud '¡vivir e! sueño inmortal de! espíriturenacentista en e! Nuevo Mundo p rser otro, donde e! paisaje paradisiac S

más e! gran arte de la ilusión y el artifi ique e! vestigio de la creación divina.Con El castillo de la memoria, Olg N 11realiza una revisión literaria sobre lahistoria de la hispanidad en Puert R iSu mirada particular descubre en e d.personaje la sustancia que encarne y.sea e! conquistador padeciendo 1infi 1'1

que supone e! mito de la inmort lid 1,e! hermano que ehfrenta su destiu Icometer fratricidio; y en cada ép III ,

fabulación certera de los acont imi Ilt ,

9 780679 772989

ISBN 0-679-772 8-7

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EL CASTILLO DE LA MEMORIA© 1996, OIga Nolla© 1996, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de c.v.

Av. Universidad 767, Col. del ValleMéxico, 03100, D.F. Teléfono 688 8966 '¡

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Beazley 3860, 1437. Buenos Aires.• Aguilar Chilena de Ediciones Ltda,

Pedro de Valdivia 942. Santiago.• Santillana de Costa Rica, S.A.

Av. 10 (entre calles 35 y 37), Los Yoses, San José, C.R.

Primera edición en México: abril de 1996Primera edición en Vintage: mayo de 1996ISBN: 968-19-0289-0

Diseño:Proyecto de Enric Satué

© Ilustración de cubierta: Walter Torres

Impreso en México

This edition is distributed in the United Statesby Vintage Books, a division o/ Random House, Inc.,New York, and in Canada by Random Houseo/ Canada Limited, Toronto

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni entodo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación deinformación,en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, foto químico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin elpermiso previo, por escrito, de la editorial.

Índice

Primera parte:La isla del Diablo 13

Segunda parte:El tesoro del pirata 181

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l'

Los López de villalba y los Ponce de León(cuadro genealógico)

I Parte I IJuan Ponce de León y Leonor Sánchez ISIGLOS XV Y XVI don Sancho López de Villalba

I Isabel I Luis II don Pedro López de Villalba y I

Juana·y

doña Josefa de Estela y Salvaleón GarcíaI I I I I Troche

1 Miguel Juan 111 Rarniro Álvaro 11 Urraca María .1del Pilar

I Lope y María

ISancho l/Alvaro Juan María I Pedro I María 1I Josefina I

José Juan Poncede León II

y Ana Josefa Juan Isabel (usurne el apellido«.1.-;un1.e el de la rrru cjrcj)ap(:;llidu cfela n,adre)

1 José Juan Ponce Ide León

100 añosII Parte ISIGLOS XVII Y XVIII Luis Salinas Ponce de León

José Sancho José Leonor Pedro Fernando AnaLópez de Miguel Josefa Juan Ponce de JosefinaVillalba López de López de Ponce de León Ponce de

y Villalba Villalba León LeónErnilia

200 añ.osSIGLO XIX

t-cabtactcsre.s de YaLlCO,Cabo Roju y Aoa sc o

1 Rarniro 11 Álvaro 11 MaríaLeonor Fracisco 1López de López de López de Ponce deVillalba Villalba Villalba León

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Nota aclaratoria de la autora:Aunque algunos eventos y nombres propios coinci-den con los documentos históricos, todos los perso-najes son pura ficción. Cualquier semejanza conpersonas de la realidad es accidental. Entre los textosutilizados como referencia o punto de partida de laimaginación se encuentran la biografía de don JuanPonce de León, de Vicente Murga Sanz, El siglo dieci-siete en Puerto Rico de Tomás López Canto y la Cró-nica de la Guerra Hispanoamericana de Ángel Rivero.Deseo agradecer a la doctora Mercedes Casablanca elhaberme familiarizado con el libro del padre Murga ya René Grullón por su asesoramiento en lo referentea casi todos los libros que tuve que leer.

(

------------------------~~------~----------

"Siyo no escribo, todo s<i:ráolvidado.La literatura es una segttnda lecturade la historia. "

"Elpresente siempre es el descubrimientode la novedad del pasacto."

CARLOS FUENTES

"El inconsciente es la hiStoria de la burnartidad desdetiempos inmemoriales. "

CARLJUNG

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Primera parte:

La isla del Diablo

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Navegamos por un mar apacible que parece tragarsetodo el azul del cielo. Como el viento es muy leve, elcapitán ordena tensar las velas y avanzar despacio,bordeando la costa, para ir observando los grandesllanos cubiertos de tupidos y verdes bosques. Al fon-do, en lontananza, se eleva la cresta violácea de unacordillera sin fin que rehusa ceder terreno a los vallesque trepan por las laderas. Durante la tarde, las naves sedeslizan por una superficie de suaves pliegues que alaproximarse el atardecer se va tiñendo de oro. Siem-pre, a lo largo y a lo ancho y hasta donde alcanza lamirada, la cordillera permanece erguida en el hori-zonte como un muro impenetrable. Detrás estará elotro mar, el de las grandes olas coronadas de espuma,el mar que se lanza furioso contra los acantilados depiedra y los arrecifes de coral. Entre las piedras de susoscuros abismos habitan monstruosos peces que de-voran a los navegantes incautos. Sus recios vientosinflaron nuestras velas que estiradas como globos nosempujaron hasta estas islas.

Debe sin duda el Creador haberse esmeradoen su labor al modelar estas tierras, dice nuestro Almi-rante, a quien le he escuchado elogiarlas constante-mente y de ellas escribe maravillas a los reyes; yelabora sus alabanzas con gran arte me parece, puesnuestro Almirante, que es hombre de mar, lo es tam-bién de letras y es grande su ingenio y maestría con

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16las palabras aunque él declare lo contrario, pues estambién muy grande su modestia en estas cuestionesde escrituras, que no en lo que concierne a las artes denavegar, pues en esto se vanagloria con sobrada ra-zón. Eso he pensado siempre al escucharlo hablar, lasmás de las veces solo, pues suele pasearse en las no-ches por la cubierta y subir a la popa, donde conversacon sus pensamientos. Son largas conversaciones enlas cuales su imaginación se desborda, y no son po-cas las veces en que lo he escuchado comparar estastierras con una mujer: la lozanía de su piel fresca yhúmeda, la generosidad de sus pezones duros y susmuslos redondos. Es un hombre dotado de imagina-ción yeso supongo que lo convierte en un poeta,mucho más que a otros que pretenden serlo aburrien-do a sus semejantes con insípidas rimas. Mi capitán,nuestro Almirante, digo, tiene alas doradas en su ima-ginación. Viene buscando oro para que su empresaresulte un buen negocio para los reyes y creo que detanto desear el oro éste va a aparecer, y encontrare-mos ciudades empedradas con piedras de oro macizo,rodeadas de muros que brillan a la distancia y ciegana los caminantes. Y es probable también que existanárboles con manzanas de oro y ríos, fuentes, monta-ñas con corazones de oro y lapislázuli y bosques per-fumados de almizcle, que si podemos imaginariosdeben de existir, pues he escuchado decir a los teólo-gos y otros doctos señores que si pensamos a Dios esporque existe; no podría ser de otra manera. Bien di-cen los sabios de la Santa Madre Iglesia que la fe es lamás excelsa de las virtudes.

El mar detrás de la cordillera es bravío; lastormentas cruzan y azotan el vasto océano que he-mos atravesado para llegar hasta aquí, pero una vezpasado el cerco de las islas que parecen eslabones deuna cadena, el aire cambia y hasta la luz, más opacaen la costa norte a causa de la bruma salada, se torna

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más sensual, más translúcida, en esta costa sur. Lasislas todas, con sus altas y azules montañas, impidenque los vientos del norte agiten estas aguas. De ahí queel sur sea plácido y las olas, en vez de precipitarsecontra la tierra y golpearla, acaricien las arenas comolos perros lamen las manos de sus amos. Por eso lacosta norte de estas islas es hostil y la costa del suracogedora, sin las crueles piedras afiladas por el vientode sal. Cuando nos aproximábamos vimos a nuestraizquierda muchas islas pequeñas, se percibían las si-luetas oscuras de sus montañas en el horizonte masgiramos a la derecha por parecemos mayor ; másagraciada la que ahora reconocemos a distancia. Comoel sol ilumina las laderas de la cordillera, casi me atrevoa pensar que es el lomo de un dragón de oro. Duer-me un sueño de siglos, y si despierta, moriremos to-dos. De modo que navegamos en silencio y el capitánha subido a la popa a contemplarlo. Creo retiene elaliento al ver lo que ve: los llanos y los ríos, las costasde arenas grises, grisáceas y doradas o cubiertas porunas plantas de follaje apretado, con raíces que sehunden en el agua. Hoy nuestro capitán no habla nicon sus pensamientos. Está ensimismado y una son-risa casi imperceptible le agita las comisuras de loslabios. Hace apenas unos minutos hemos pasado fren-te a un puerto de excelente resguardo, un brazo demar profunda penetra en tierra entre dos promonto-rios y se abre en abanico frente a un llano pedregoso.Nuestro capitán lo ha observado con su catalejo.Tendríamos que haber entrado con las naves ohaber enviado un esquife con marineros a sondearla entrada. Nuestro capitán no lo ha juzgado pru-dente. Sus ojos expertos han aprobado lo que havisto, y ya. A esto se debe, probablemente, queahora sonría como un niño, y aunque la noche senos tira encima haya ordenado que continuemos lamarcha.

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Hemos llegado a la esquina suroeste de la islacuando la esfera incandescente del sol comienza sudescenso. Todo el borde del cielo se incendia en oroy rojo, en malvas y rosados; el azul en lo alto de labóveda celeste se ha quedado solo, pues el mar quesurcamos es de oro y brilla más que los cálices y lossagrarios de Roma. Lo juro por lo más santo. De pron-to, la esquina suroeste nos sorprende porque el terre-no se alza y cae de repente al agua, como si algúngigante lo hubiera cortado a hachazos. El acantiladotiene paredes sobre trescientos metros de alto querefractan la luz de particular manera; diríase que hansido encaladas por los ángeles de tan blancas ylimpias que relucen. Más allá de su altura, la costase accidenta en bahías y colinas; playas y verdes ríos sesuceden en profusión y prisa hasta que el capitán or-dena tirar anclas en una playa en donde desembocaun ancho y caudaloso río. Ya la noche se ha cerradosobre nosotros y es poco lo que puedo describir deesta costa. El espinazo de la cordillera se prolonga,por partes, hasta el borde del mar, pero en la playajunto al río en el que el Almirante ha ordenado tiraranclas hay una vega boscosa entre las laderas de lacordillera y el mar. Debe ser tierra fértil ésta que tanaltos y frondosos árboles alimenta, y de la costa nosllega un aroma que nos pone la piel deseosa y nos incli-na a la ensoñación. El capitán ha ordenado dormir. Élmismo ha bajado a su camarote y se ha hecho serviruna cena frugal mientras escribe en su diario con unalarga pluma de ganso que moja en tinta sin apenasdarse el respiro de una pausa; su ingenio se exacerbacon la cercanía de lo desconocido e imprevisto, con eldeseo de encontrar ciudades que le confirmen ha lle-gado a la India y a la China que ha conocido en loslibros y en la imaginación de nuestros tiempos. Y elsueño, si lo vence, lo llevará a un mundo donde serárecibido en la corte del Gran Kan.

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Mañana bajaremos los botes para llegar hastala playa y buscar agua fresca y algunas provisiones silas hay, frutas si hay para que no se nos caigan losdientes, carne fresca de caza o de pesca si hay, parafortalecer los ánimos. Me acuesto entre mi gente tra-tando de conciliar el sueño, pero el perfume de la tie-rra en reposo envuelve las naves con un embrujosingular; sé que muy pocos duermen, casi todos repa-sarán las imágenes acumuladas durante la travesía dehoy. Yo no puedo dormir. El aroma de la isla acariciacon manos de mujer los cuerpos de los hombres quegimen y suspiran en la oscuridad. El capitán ha expli-cado que no nos detendremos mucho tiempo. Debe-mos apresuramos hacia La Española para socorrer a

. los compañeros que quedaron el año pasado en elFuerte Navidad. Les hemos traído cerdos y gallinaspara la crianza, semillas para la siembra y sacerdo-tes para suministrar los sacramentos y evangelizar alos nativos. Hemos traído vino, harina almendras, ,puerco salado, aceite, pasas y dátiles. Hemos traídoqueso manchego del mejor y turrones de Alicante y deMurcia. Van a dar saltos de alegría. Yo también tengo1corazón demasiado alterado para dormir. Mejor iré

a cubierta a contar las estrellas y las constelacionesya esperar que amanezca para iniciar el desembarco.Durante la tarde, y por varias horas, un grupo de del-fines acompañaron a las naves. Sus lomos plateadosS curvaban al unísono sobre el oro blando de lasa uas. Horas antes habíamos navegado por entre ejér-.itos de aguavivas; era como si hubiesen sembrado elmar con flores de carne violeta. Al dejarlas atrás vialamares, más chicos que los de España, nadando"ti za primero y empujándose con los tentáculos; yd ' pués, a través de las aguas transparentes vi largas-lntas de cientos de peces de brillantes colores, rojo,

azul, amarillo y rosado, apartarse a nuestro paso. En lamancha de sardinas que atravesamos antes de doblar

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por los acantilados, los alcatraces y las .gaviot~s sezambullían en busca de su presa; las sardinas brinca-ban, miles de ellas, iridiscentes, y los pájaros volvían aalzar el vuelo con una sardina atrapada en el pico, lacual procedían a engullir rápidamente. Bien dice nues-tro capitán que estas islas son maravilla y muy en es-pecial esta mar del sur, la cual me ha seducido comouna novia desde que penetramos el cerco de estasislas.

Cuando navegábamos hacia el atardecer, lasgaviotas revoloteaban constantemente alrededor delas naves. Comen los desperdicios que tiramos al mary en eso no se diferencian de las gaviotas del ~edite-rráneo y del Cantábrico, aunque me ha parecido ob-servar son algo más pequeñas; pero igual de ferocesy de blancas, más blancas quizá por la intens.idad delsol del trópico. Todo es tan intenso en estas islas. Hesubido a cubierta para abrirme al perfume que emanade la tierra, de sus altos árboles y sus raíces profun-das. Como es noche sin luna, las estrellas se desdo-blan y multiplican en racimos y puñados, ramilletes yramos apretados como los capullos de los almendrosde España en la primavera. Nunca había visto tantasestrellas; debe ser el efecto de la proximidad de estatierra.

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-¡Caballeros!La voz de donjuan Ponce resonó por entre las

coyunturas de los hierros de nuestras armaduras har-to calientes.

-¡Este camino parece porqueriza! Atrechare-mas por las montañas, y si la maleza nos lo impide,nos abriremos paso con el hacha y el cuchillo. Iremosn fila por la senda trazada y si fuéramos asaeteados

buscaremos refugio de inmediato. Les ruego no per-manezcan como blancos fáciles, ¡no sean idiotas!

Acatamos su autoridad, pero la marcha, porforzosa, no deja de inquietamos. Nos parece que mi-l s de ojos asoman por entre los arbustos y las ramasd 1abundoso follaje. Don Juan ha mandado aviso aI s cristianos que se encuentran desperdigados por la¡ la tratando de ganar el sustento en minas y cultivos,no sea que los tomen por sorpresa y los asesinenmientras se refocilan con las indias en los bohíos. Asangre y fuego habrá que someterlos. ¡por Santiago!

a mi brazo está deseoso de empuñar la espada paramatar infieles.

Tan pronto lo supimos, nos apresuramos aorganizar una expedición. Para hacer los entierros, donjuan Ponce envió adelante un destacamento de cua-l' .nta hombres. Algunos días después, nosotros ern-pr ndimos el viaje por un camino malo y enlodadoI bido a las lluvias recientes. Juan González había

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llegado, ensangrentado y en harapos, con la noticia.Venía con treinta y seis flechazos y una lanzada porlos lomos y una puñalada por el hombro derecho ycuatro manotazos por la cabeza toda abierta. Habíansorprendido a la Villa, contó entre jadeos, mientrasdormían; él era el único sobreviviente. Todos los es-pañoles habían sido asesinados, incluyendo a donCristóbal. No quiso hacer caso de la advertencia de laindia, dijo González con un último aliento antes dedesvanecerse. Después contó cómo él también se lohabía advertido, porque como entendía la lengua,lo había escuchado decir a los caciques principales,que atacarían la Villa y acabarían con los españoles.Don Cristóbal de Sotomayor hizo frente a los caci-ques y sus indios como todo un caballero castellano,no en balde nuestros padres y nuestros abuelos forta-lecieron sus brazos y nuestra sangre matando infieles.Huir hubiera sido una cobardía indigna de nuestraraza, aunque no deja de ser necio dejarse matar, por-que afrontar fuerzas muy superiores numéricamentees más necedad que valentía. Bien lo decía mi padreal adiestramos en el manejo de las armas a mí y a mishermanos. En el patio del Castillo de Villalba aún re-tumban sus palabras. Pudo más en Cristóbal la honrade una gloriosa muerte que el amor a la vida.

Mi noble amigo había sido advertido, contóGonzález, por una india que moría por la hermosurade su tez blanca y sus rizos rubios y quién sabe quéotras hermosuras. Una noche la india se deslizó sinser notada entre los soldados de guardia y llegó hastael lecho donde dormía don Cristóbal. ¡Oh noche ama-ble más que el alborada! Es de suponer que no era laprimera vez que la princesa india se lanzaba a estaaventura amorosa, pero entre los gemidos de placerde la amada en el amado transformada hubo de insis-tir en que su hombre huyera, al menos él, antes deque sus hermanos, caciques y tribus enteras, arrasa-

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ran el poblado. De nada le valieron las lágrimas ni susincera y auténtica aflicción.

Sean cuales fueran las razones de don Cristó-bal, lo cierto es que estos indios, de tan simples queson, agotan la paciencia. Mi noble amigo debe dehaberse sentido conmovido, pues no sucede a diario,como no sea en los libros, que una mujer traicione asu familia por el amor de un hombre. Debe habersesentido conmovido y halagado, que una mujer esbuena medicina para un guerrero, el mejor paliativo asus trabajos, pero que ¡por Santiago!, ahora que lopienso, lo más probable haya sido que desconfiara deella y sospechara alguna trampa.

No hizo caso de la advertencia mi buen amigoy pagó con su vida. ¡Por Santiago! Estos indios es-tán cabrones y merecen que nuestras huestes los ha-gan papilla. Tan mansitos que eran al principio, nostraían regalos y nos rendían honores como si fuéra-mos dioses. Aunque tal vez era sólo que nos queríantener contentos mientras medían nuestras fuerzas, enlo que tanteaban el terreno. Pero tan pronto los pusi-mos a trabajar, como no es su costumbre, que sonflojos de vicio en lo que se refiere a doblar el lomo altrabajo, se nos han ido rebelando. Ahora esto es elcolmo; ese montón de españoles muertos requiere un

. scarmiento. Les haremos la guerra por todas partesy manera que yo pudiere y los sujetaremos al yugo yobediencia de la Iglesia y de sus Majestades y tomare-mos a las mujeres e hijos y los haremos esclavos y lesharemos todos los males y daños que pudiéremos,omo a vasallos que no obedecen ni quieren recibir au señor y le resisten y contradicen. Así lo Iha expre-ado donjuan Ponce, varón de armas tomadas y hom-

bre valiente como pocos, aunque de talante bastantemisericordioso. Nunca lo he observado deslizarse hacia1 crueldad y obtener placer y deleite de su ejercicioomo he observado la crueldad apoderarse de otros

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madre lo van a pagar caro! Van a entender a sangre yfuego que lo ganado con la espada se defiende con laespada y que el que a sangre vive a sangre muerepara honra y fama de su estirpe. ¡Cabrones!

Ha habido que desmontar para subir los ris-cos y cruzar la cordillera. Don Juan avanza a pie justodetrás de los criados que van cortando maleza y lia-nas y broza; estas selvas se enredan de tal manera,que si no es a cuchillo no ceden paso. El verde tienealgo de animal en acecho, como si fuera a abalanzar-se sobre nosotros. Estorba para la guerra. Vive Diosque añoro bastante las planicies desarboladas deCastilla y Andalucía. No paramos ni para beber agua;un criado recorre la tropa con los pellejos atados concorreas alrededor del cuello y nos ofrece de beber.Hace un calor de los mil demonios, pero al subir ellomo de la montaña a refrescando un poquito. Yadesde aquí se contempla el sur y don Juan ordenadescansar mientras se sienta sobre una piedra anchay lisa a.contemplar el mar en lontananza. Desde esteotero, el mar parece una piel metálica y aceitosa. Sino lo conociera como conozco mi propio cuerpo, elmar me produciría pavor. Cuando vi estas tierras porprimera vez era sólo un muchacho aventurero queviajaba en la nave del Almirante. No sé qué extrañoimpulso me hizo regresar, años después, luego dehaber visto tantos castellanos padecer penurias, en-fermedad y muerte, envidias, injurias y traiciones,comenzando por el mismo Gran Almirante, mi señor.Pero en el fondo sé que volví porque mi brazo fuecriado para la guerra, y sin la excitación de la batallala vida carecería de sentido. Ya ardo en deseos decomenzar el escarmiento a estos indios cabrones.

-¡Lope, hijo!Oigo su voz y casi seguido un criado viene a

avisarme.

hombres, algunos honrados soldados. Acá en Las In-dias he visto a los españoles tornarse sañudos y crue-les, no sé si por las incomodidades de estos calores yestas comidas o por la desmedida codicia, la cual losvuelve impacientes. En LaEspañola he visto a los caste-llanos maltratar a los indios como nunca en Españalos vi maltratar moros.

Don Juan Ponce no es así. Sin ser débil inten-ta ser lo más justo posible, o al menos así me ha pa-recido. Dicen que se asemeja a su tío el Duque deCádiz, la nobleza le viene por la familia paterna, pueslos Ponce de León pelearon hombro con hombro juntoa los grandes de España, con don Gonzalo Fernándezde Córdova y el Duque de Medina-Sidonia, yentra-ron con los reyes Fernando e Isabel en la anheladaGranada. También mi padre entró en Granada ese díainolvidable para la gloria de la cristiandad. Como yoera aún demasiado joven para ir junto a él y mi her-mano, mi madre, que es clarividente, me lo iba des-cribiendo detalle por detalle, 10 vistoso de las ropas ylos blasones, azules, rojos, amarillos, púrpura, las espa-das de empuñadura de oro y plata y las agudas y altaspicas dibujadas sobre las torres de alabastro y los mu-ros rosados de La Alhambra, la gracia sin igual de loscaballos y sus crines trenzadas con cintas de seda.Fue ese el día más hermoso de la cristiandad y por ély para él lucharon por generaciones mis antepasa-dos. Diríase que luego, después de esa epifanía, nues-tra estirpe perdió razón de ser, que nunca 10 logradoha de ser acicate a grandes hazañas, sino más bien 10por lograr, aquello que aspiramos a construir connuestro esfuerzo, y por eso hemos venido a estas is-las mi amigo don Cristóbal y yo, que Dios 10 tenga ensu gloria como de seguro será aunque haya muertosin confesión, por lo bravo y honrado de su quehacery 10 intachable de su conducta cristiana. ¡Por Santia-go que vengaremos su muerte y estos indios de mala

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II

I

26-Su Excelencia el Gobernador desea hablarle.En una docena de zancadas me encuentro fren-

te a él. Así de cerca, es notable el parecido con su tíodon Rodriga: la barba crespa y rubia, el gesto volun-tarioso en los bordes de la boca. Mi padre decía quedon Rodriga Ponce de León, Conde de Arcos y Duquede Cádiz, era el Aquiles de la Guerra de Granada.Contaba mi padre que de niño gozábase en reconocerlos arneses, en probar el temple de la espada, en em-brazar la rodela. No deseaba sino dormir sobre el es-cudo. En los grandes peligros, cual si fuera de mármolo de bronce, no sentía; sobre las fatigas estaban laagitación de su espíritu, su incansable sufrimiento ysu confianza en el vencer, que cuando llegaba era untardo alivio a su corazón fogoso. y sin embargo, con-tinuaba mi padre con austera devoción de viejo sol-dado, sus órdenes más parecían ruegos que mandatos,pues no quería acordarse de que podía mandar lo querogaba. .

-¿Su Excelencia mandó por mí?Al escucharme, don Juan frunce el ceño y me

mira ojo a ojo. Sostengo su mirada. Don Juan parecedivertido con mi desafío, pues ríe suavemente, conmalicia, y se da una palmada sobre el muslo derecho:

-¡Por Dios que nos ha salido bravo este mo-zuela! Lope, te quiero a mi derecha cuando caigamossobre estos infieles.

y añade, catando mi figura y disposición:-Sí que te pareces a tu padre. Es un hombre

de bien, un caballero. Juntos ganamos gloria en laconquista de Lonja. ¡Viérades a los moros y las morassubir hacia el castillo! Las moras llevaban la ropa blancay las niñas el oro fino. Con la artillería abrimos unportillo en los muros y entramos con gran algarabíade gritos de guerra, caballos, armaduras y espadas.¡Fue un gran día ése! Pero bueno, que ya te habráncontado, estas historias las habrás escuchado todos

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los inviernos de labios de tu padre cuando se reuníanalrededor del hogar para aliviarse del rigor del frío.¡Qué cosa!, ¿te das cuenta, hijo? Ya hablo como unviejo nostálgico.

Dióse otra palmada sobre el muslo y sonrió,pero pude detectar la preocupación que le roía el seso.

-Lope, hijo, que se nos alborotan estos in-dios y habrá que descuartizar unos cuantos dellos,pues.

-Vuestra Excelencia sabrá lo que es justo. Mibrazo está dispuesto.

-Entonces prepárate, Lope. Mañana caeremossobre ellos.

El sol ya estaba bastante alto y eran casi lasdiez cuando llegamos al lugar. Las casas y la iglesiahabían sido devoradas por el fuego y a los cadáverescarbonizados, ya 10s>1.queno quedaron tan carboniza-dos, la tropa que se enviara adelante había procedidoa darles cristiana sepultura, en especial a don Cristó-bal, a quien por su rango y abolengo así le correspon-día. Su cadáver ceniciento fue reconocido por el anillolabrado con el escudo de su casa, el cual llevaba siem-pre en el índice de la mano derecha. Miré las tumbassin llorar, porque la guerra es como el gran océano,que nos curte el alma y nos la pone hecha un cuero,una adarga que aguanta golpes y lanzazos al doblarcada esquina de cada día. Luego caminé hasta la des-embocadura del río y me desahogué sin que nadie meviera. Me atragantaba de rabia. ¡Por Santiago! Prontosabrán estos infieles quiénes somos los castellanos.

Caemos sobre la primera aldea como un azote venga-dor, pasando por la espada a todo ser viviente que seinterponga en nuestro camino. Los relinchos de loscaballos se hacen eco del estruendo de las armadurasy los gritos de guerra. Las mujeres y niños acosados

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huyen y se refugian en los bosques. Los varones, losmás, dan la pelea y nos hacen frente con sus lanzas yflechas, con sus cuerpos indefensos y sus ojos llenosde odio. Tras arrinconarlo contra un árbol, hundo miespada en el blando pecho de un joven que al morirme mira como miran los venados, con una especie detristeza teñida de incomprensión. De la misma mane-ra miran algunas indias a los españoles cuando éstoslas tumban entre los matorrales para satisfacer susapetitos. Aunque las hay más bellacas que las mismí-simas putas andaluzas, que se entregan al varón sinpudor ni recato; no deja de ser extraño el entusiasmode algunas de estas indias por refocilarse de conti-nuo. Pienso en esto mientras derribo hombres y sufrolas flechas que me rozan los brazos y las piernas y meabollan la armadura yel yelmo. ¡Qué cabrones! ¡Yaverán quién es Lope López de Villa1ba! ¡Sime viera mipadre! Ahora descansará de sus afanes guerreros en lasoledad de piedra de su castillo. Allá será casi mediatarde, y mi madre, que es clarividente, le contará cómome esfuerzo por llevar gloria a su linaje. Le contarácómo alzo el brazo para atestar los golpes y cómo mibravo corazón se enardece. Estos infieles luchan comodesesperados, poco les falta para queremos destrozarcon dientes y uñas si es preciso. Ya la sangre me llegaal codo de matar tantos indios; a la derecha del cuellode mi montura veo a Juan Ponce cortando brazos, ¡yase abalanza sobre aquel que huye despavorido y lecercena la cabeza de un solo golpe! Para su edad seesfuerza mucho, yo diría demasiado; me acerco paraluchar junto a él y esto 10entusiasma: de un tajo parteen dos a un indio que se le tiraba encima.

Ya los que quedan vivos han huido, pero aúnlos buscamos hurgando en la maleza con lanzas yespadas. Hemos tomado algunos prisioneros para servendidos como esclavos; son trece, o quince si conta-mos dos niñas. Hace un calor de madre y los jodidos

29mosquitos se nos meten dentro de los hierros por fa-tigar la paciencia e incomodamos aún más; a Alonsode Añasco 10ha picado una araña pequeña y dice quese le duerme el brazo, que la araña 10 ha envenenadocomo sierpe ponzoñosa. Probablemente esta nochetendrá fiebres. Don Juan ha dado instrucciones de noperseguir a los fugitivos. Dice que con el escarmientobasta y que lo importante no es matarlos, sino poner-los a trabajar, pues los necesitamos para las minas ylas labranzas, no hemos cruzado el océano afrontan-do tantos peligros para quedamos con las manos va-cías y es necesario procurar el sustento de la tropa ylos vecinos. .

Don Juan ha ordenado la retirada y regresa-mos a los escombros de la Villa de Sotomayor, dondeacampamos. Es un valle en extremo deleitoso y denuevo llego hasta la desembocadura de las corrientesaguas, puras, cristalinas del río para contemplar losbordes pantanosos atiborrados de plantas. Algunas tie-nen flores rojas y amarillas y otras trepan por los ár-boles, se enroscan en las ramas como yedras amantesde la altura y el riesgo. La vegetación arropa esta islacomo una madre, la amarra y acurruca entre sus in-contables brazos. Esta isla más parece lugar encanta-do por hados que tierra poblada por unos hombres ymujeres que andan mostrando sus vergüenzas comosi Jesucristo nuestro Señor no estuviera a la diestradel Padre. Digo y repito que es especialmente encan-tado y encantador este valle y este río, rico en oro meparece, pues los indios de don Cristóba11avaron bas-tante en el poco tiempo que trabajaron. Habrá queconstruir casa de piedra a una distancia prudente delrío, por si suben las aguas; habrá que trazar las callesy la plaza, el edificio de gobierno y la iglesia; habráque comenzar de nuevo. Al menos así podré sentir quela sangre no me ha llegado al codo inútilmente. Y leencontraremos una Virgen al pueblo para que inter-

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ceda por sus habitantes frente a Dios y todos los san-tos. Siempre aprov<JCha.

primera guerra defensiva hecha por Juan Ponce deLeón, donde se especifica que, del botín capturadopor el capitán García Cansyno, los vecinos CristóbalFarías, Francisco Ortiz, Jorge López y Cristóbal deGuzmán, entre otros, compraron esclavos a veintisie-te pesos cada uno.

Además del capitán García Cansyno, otros ca-pitanes de Juan Ponce tomaron asimismo prisionerosy gran botín de hamacas, yuca, redes y un perro, o1erra, que al venderse se adjudicó en catorce pesos oro.

En junio del mismo año del 1511, el joven LopeLópez de Villalba recibió la siguiente carta, escrita porU señora madre doña Josefa de Estela y Salvaleón, y

que fuera entregada a sus manos por gestión de lar ina doña Juana:

Algún tiempo después caímos sobre la aldea de otrocacique. Juan Ponce había ofrecido la paz si los caci-ques se sometían, pero sólo dos dellos aceptaron. Unoal que llaman Agueybaná y otros de nombre Guarionexy Orocobi se habían reunido para planificar la guerratotal o el exterminio de los españoles. Pero no les di-mos suficiente tiempo para llevar a cabo sus diabóli-cos planes, que en la guerra fue que se acuñó ese refránque dice que el que da primero da dos veces. Entra-mos en cabalgada cortando cabezas a diestra y sinies-tra y como los sorprendimos comenzaron a gritarcomo loros. Unos corren y otros se nos tiran encima comoperros rabiosos, veo a Martín García zafándose de unoque le muerde las pantorrillas, lo ha atravesado por elmismo medio del pecho con el acero de su ancha es-pada; otros giran despavoridos y se enroscan comoserpientes para volver a abrirse y abalanzarse sobrenosotros. Vientres abiertos, brazos y cabezas cortadas,desgajadas de sus troncos, yacen por doquier. La san-gre se esparce por el polvo y los matojos y se acumulaen riachuelos y charcos. Al final de la jornada hemoscapturado a los cabecillas y hemos vencido sin matargente en demasía, que no conviene en este caso. DonJuan repartirá en encomiendas a los indios sobrevi-vientes y a los otros, los tomados como esclavos, losvenderá entre los vecinos que toman armas, para quelos pongan a trabajar como Dios manda.

Año 1511; Villa de Villalba, Reino de Navarra.

Amado hijo:omo sé que sabrás, extraño sobremanera tus pasos

que solían anunciarme la proximidad de tu presencia.n hijo es el tesoro más preciado de una madre, pero

un hijo como tú, Lope, es más de lo que una madrepudo soñar, hasta una madre como yo, que más pa-r zco vivir dentro de los sueños que entre los vivos.·1 día que naciste yo vi la estrella que vino a ocupar1 marco de la ventana y entonces supe que nunca

t ndría que preocuparme. Esa estrella nació contigo,y la llevas en medio de tu frente. Es un signo, amadohijo, el signo de tu fortuna. y sé que el ángel másh rmoso de Jesús mi señor te protege y te guarda paramí y para tu descendencia. Ya sé, hijo, lo que hasI ichado por traer gloria a nuestra casa. Cuando llega-r n las noticias a través de los servidores de la Reina,tu padre sonrió complacido, porque bien sabes que'u orgullo es inmenso, y más aún aquel que abona laI nra de su linaje. Llegó una nota del secretario de

***

En los libros de Francisco de Lizaur, contador delRey don Fernando regente de Castilla, quedó, confecha de enero del 1511, una relación referente a laventa de esclavos indios, tomados prisioneros en la

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32los reyes y yo sentí de golpe una alegría que me hizollorar de felicidad. A tu padre creo que se le humede-cieron los ojos, péro fingí no darme cuenta para noavergonzarlo. Con la carta apretada contra su pechosubió al salón principal del castillo y se paró frente ala gran chimenea de piedra. Sobre ella, si recuerdas,hay un lienzo de tu abuelo, don Sancho de Villalba,pintado por un artista italiano que visitó estos parajescuando don Sancho aún andaba derecho, que luegose le torció el espinazo, después de la caída del caba-llo. Aún lo recuerdo, hijo. Venía a galope el muy bra-vo señor, todo cubierto por su armadura de hierro ybronce, pulida que brillaba todo él como un sol deestío, y tuvo la perra suerte de que un zorro saltó, asaber cómo y por qué, lo más probable que asustadode aquel estruendo que se le tiraba encima, yel caba-llo, es extraño en un caballo veterano de tantas gue-rras contra moros y otras bestias feroces de estos yotros montes, pues el caballo, Lope, se encabritó, vetetú a ver si es raro, y lo que es peor, pisó unas piedraslisas y resbaló, cayendo al suelo jinete y montura con-juntamente. Por suerte el caballo no tuvo que ser sa-crificado, pues no se le quebró pata alguna; sonmuchas las monturas que he visto yo decapitadas deun solo tajo con esas grandes espadas que pesan másque un muerto. Tu abuelo quedó como molido a pa-los, no volvió a andar derecho. Pero era tan grande einquebrantable su voluntad, de eso doy fe, Lope que-rido, que se puso de pie y comenzó a andar como sinada. Yo que lo vi desde la torre del castillo me apre-suré a bajar; tú estabas en la cuna, lo recuerdo, unacuna de bronce con balanceo dulce, la hice pedir aFrancia para ti, Lope. Tu hermano ya bajaba las esca-leras y cruzaba el patio y los muros exteriores. Lossirvientes también corrieron a ayudarlo, pero quisocaminar él solo aunque bien se notaba que casi nopodía. Murió a los pocos meses y la pena que me dio

33fue que no lo conocieras, que no fuera él quien teenseñara a montar y te entrenara en el manejo de lasarmas. A tu hermano sí llegó a darle algunas leccionesy tu padre, recuerdo, sonreía con una sonrisa que leiluminaba toda la cara; era la felicidad del amor de unpadre hacia su hijo, la cual se enciende de orgullocomo se enciende la virtud teñida por el pecado de lasoberbia, Lope, sólo a ti me atrevo a decirte esto por-que eres el hijo de mis sueños y sólo a ellos me atrevoa confesar estos extraños pensamientos, pues tambiénmi padre tenía este orgullo que yo digo, y a mí meinculcaron desde niña la responsabilidad hacia el buennombre de los Salvaleón, invencibles guerreros quedeben su fama a las luchas contra los moros por eldeber cristiano de recuperar sus heredades. Pues tupadre, como te decía, se paró frente a la chimenea depiedra y miró el retratd'de don Sancho, lo miró frente

frente, como si se cuadrara ante un superior militar, y1 comunicó la noticia: he aquí que tu nieto Lope se:I.estacaen las luchas contra infieles al otro lado del grancéano, allá en Las Indias, esas tierras legendarias don-le aún es de noche cuando acá ha amanecido, y donde

aún es de día cuando acá anochece. En mi mente las1alabras resonaron como si tu padre las hubiera vocea-1 en medio del patio del castillo y su eco rebotara por

1 arcos y las galerías, pero es probable lo dijera muy1 r lo bajo, como quien reza ante el altar de sus ancestros.L armaduras, lanzas y ballestas, adargas y rodelas que'Libren las paredes del salón principal rodeaban elr 'trato al óleo de don Sancho, quien parecía asentir e11irninarse, a su vez, de orgullo.

Ya ves, Lope, hijo, la gloria con que rega-1;11'1 a tus padres amantísimos, y cuán presente estás enl'Sl<:t casa, aunque mucho más aún en mis pensamien-lOS, de donde no te apartas ni un instante. Enhorabuena.

Recibe un abrazo de tu madre,Josefa de Estela y Salvaleón

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Doña Josefa selló la carta, que quedó lacrada y con elseno de los Sahfaleón impreso sobre la pasta rojobermellón, y de inmediato mandó a llamar al mensa-jero de la Reina. Luego se dirigió a la ventana de sualcoba y estuvo contemplando al caballo y a su jinetehasta que se perdieron en el horizonte. Había olvi-dado, ya demasiado tarde se acordaba, de decirle asu Lope que volviera al hogar, que ya era suficientegloria todo aquello de Las Indias y los infieles allen-de el mar océano y que ella quería verlo, quería tener-lo cerca para saber quién era, pues sólo Lope lograbaparecerle tan real como sus sueños. Hacía unos me-ses que venía pensando en fraguar un matrimonio /ventajoso para Lope, alguna joven inocente y bella ycon cuantiosa dote, amén de las ventajas que traíanlas relaciones de parentesco, alianzas necesarias en lalucha contra las duras realidades de la vida, y creíahaber encontrado a la mujer adecuada. No era ex-cesivamente hermosa, es verdad, pero mostrababondad hacia los pobres y tenía una imaginaciónque divertía a doña Josefa. Tocaba el arpa como unángel y gustaba, además, de leer libros prohibidos talescomo los sonetos del toscano Petrarca y los poemasde los trovadores provenzales, lecturas atrevidas parauna joven española. Los libros debían haber llega-do a sus manos de forma clandestina, quizás pormedio de los parientes de su madre, quien era france-sa. Doña Josefa había conocido a la joven en la corte,en ocasión de unas fiestas en honor a doña Germanala esposa del rey. Habían simpatizado una con la otray se habían hecho confidencias. Se llamaba Guío-mar y era hija del hidalgo Tomás de Castro, hombremuy ducho en los negocios de Su Majestad y funcio-nario principalísimo de la Corte. Muy pronto volve-ría a escribir a Lope, se dijo mientras veía el solocultarse detrás de las colinas sembradas de trigo;

3Sallá, donde estaba su Lope, pensó no sin cierto sobre-salto, aún faltaban muchas horas antes de que el solabandonara el mundo.

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III

L pe se ajustó el calzón al enderezarse en la hamacaonde dormía desde que terminaran los trabajos de la

fundación de la villa. Aquel 3 de diciembre del 1511r 1 una sorpresa cuando Miguel Díaz de Aux, alcaldemayor nombrado por el Almirante Diego Colón, lohabía hecho llamar para que se personara ante él. Enla guerra para sofocar fu rebelión de los indios, habíaluchado bajo el mando de Ponce de León, quien fueraI stituido de su cargo por el rey don Fernando, a tono

(' n la decisión de las cortes de adjudicarle a don Diegoe lón la 'jurisdicción sobre la isla de San Juan. Novsperaba, por tanto, ser favorecido por los nuevosIuncionarios, de quienes se decía buscaban desgra-dar a Juan Ponce frente al rey. Miguel Díaz de Aux lo'" ibió con estudiada cortesía y le comunicó su inten-I n, por decreto del Virrey don Diego, de reconstruir

la villa a orillas del Río Guaorabo, la cual había sidoti .struída durante la rebelión.

-Pienso --dijo Miguel Díaz de Aux- que unl( IV n como su merced es idóneo para estos trabajos. Lalila, por si le interesa saberlo, se llamará San Germán en

Iion r a la segunda esposa del rey don Fernando.Lope no dudó un instante. Dio por seguro,

'111 nces, que la buena estrella que su madre veía en111 ' lío de su frente era cosa verdadera. Aquel valle y,11 III 1 río ancho y caudaloso, aquel mar apacible que11;1 V Ó cuando avistó la isla por primera vez desde la

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nave de don Cristóbal, hormigueaban en su ánimo.Recordó las arenas..1doradas de las playas y la vega deárboles como torres y dijo de inmediato que sí, contanto entusiasmo, que Miguel Díaz de Aux rió divertido:

-Mucho me place, don Lope, su afición a poblar.y era, en efecto, el impulso de fundar un pue-

blo lo que le hacía cosquillas en la sangre cuandoalgunos días después se pusieron en camino, un im-pulso más poderoso aún, tal vez por desusado, que elde lanzarse a matar infieles. Eran una veintena deespañoles, además del centenar de indios encomen-dados a Miguel Díaz de Aux, y tomaron el caminotrazado desde la Villa de Caparra hasta las orillas delRío Guaorabo, cruzando por la Sierra de Juan Gonzá-lez. Iban cargados, esta vez, cap instrumentos de cons-trucción y de labranza, hachas, clavos de hierro,cerdos, gallinas, reses y semillas.

Al llegar a la cresta de sierra, pasaron cerca deun valle rodeado de altas montañas. Era tan hondo elfondo y eran tan bien formadas las paredes, que pare-cía un gigantesco cuenco de porcelana. En uno de losrincones del valle había unas piedras enterradas en latierra formando círculos y rectángulos que intrigarona Lope. A través de Juan González, quien acompaña-ba a la expedición, Lope pidió a los indios que le in-dicaran el nombre de aquel lugar. Éstos se mostraroninquietos y contestaron con evasivas; miraban a tra-vés de sus interlocutores como si éstos fueran trans-parentes y elaboraban unas respuestas vagas e impre-cisas que Juan González descifró, y simplificó, diciendoque allí vivían sus dioses. Lope y otros jóvenes ani-mosos pensaron destruir aquel espacio del Demonioy sus trampas, pero Juan González y el fraile lograrondisuadirlos por prevenir, dijeron, un posible alzamien-to. No convenía, dijeron. Y sí convino, por el contra-rio, la prudencia y discreción de Juan González y elbuen fraile, quien por derecho debió insistir en des-

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truir aquellas piedras que ofendían a Dios. Su buenjuicio prevaleció sobre su celo religioso, lección pocoaprovechada posteriormente en Las Indias, por des-racia, y aunque Lope y otros jóvenes castellanos no

1 odían comprender las sutilezas que la edad y la ex-periencia otorgan, acataron el criterio de sus mayo-r s. Esa noche, al armar campamento en lo alto de lasierra, los indios durmieron intranquilos, pero al des-I untar el día y reemprender la marcha en dirección

ste, fueron recuperando la aparente impasibilidadtras la cual solían refugiarse.

Los trabajos comenzaron tres días después. Se-zún el plan, una calle con casas a ambos lados desem-I caria en el cuadrángulo de la plaza: a un extremo lai lesia y al otro la futura alcaldía o casa de gobierno,tal y como corresponde a quienes piensan que el reino1 Dios y el reino de este mundo son, o deben ser, re-

fl jo uno del otro; y alrededor de las edificaciones los, l~rales.de cerdos y gallinas y las labranzas de ~ca,maiz y ajos, que son los cultivos propios de estas islas.

a desde los primeros años de poblamiento, los bravosH lalídes masticaron la yuca y el casabe sentados en ha-macas como si fueran el pan de trigo que comían sen-la los en los bancos de piedra de la meseta castellana.

Lope había contemplado el trazado de la pla-za y la calle con satisfacción. En aquel momento, ha-I la pensado que el mundo tenía sentido. Si su brazop día matar a cuantos infieles fuera necesario a am-I as orillas del gran océano y se sabía merecedor degl ría y fama ante sus antepasados por ello, en lo másr óndito de su corazón Lope sentía que fundar pue-hl s era su verdadero destino. Y aquel día, junto alp iñado de soldados de Miguel Díaz de Aux y diri-Hi ndo los trabajos del centenar de indios de su enco-mi nda, Lope sintió que él sabía ya, y desde siempre,I nde debían ir las casas, a qué distancia una de la

ni ra; él ya se sabía de memoria el ancho de las calles ,

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las dimensiones de la plaza y el alto de los techos,porque lo tenía impreso en el corazón. Marcar unespacio, dividirlo y adjudicarle funciones, unas públi-cas y otras privadas, es como crear un mundo y nosacerca a Dios, había pensado Lope. También por esodebe ser costumbre antigua el bendecir las casas, lasplazas y las calles, los puentes y las torres, no sea queel Maligno se las apropie.

Ahora, al levantarse de la hamaca, Lope sintiócalor. Había llovido la noche anterior y el sol co-menzaba a evaporar los charcos. Una especie de leveniebla subía de la tierra. Salió al balcón y contemplóla calle, las casas de madera y los bohíos a amboslados y al final, justo frente a la iglesia, la casa de !

piedra que Miguel Díaz de Aux había mandado a cons-truir para él y para alojar a su señor don Diego Colón.La casa, modesta si se comparaba con el espléndi-do alcázar a orillas del Río Ozama que se había cons-truido en La Española, tenía una escalera de piedra yuna segunda planta con ancho balcón y arcos demedio punto. Un friso labrado rodeaba la casa portres de sus lados y detrás se extendía un huerto mu-rada y sembrado de limoneros y naranjos, además decaimitos, guayabos y nísperos, frutas del trópico quelos indios comían y que eran muy deliciosas. Des-pués de tomar su tarro de leche tibia, desayuno fru-gal que solía servirle la vieja criada india, Lope sedirigió al río a supervisar el lavado de oro. A lo largode las riberas, grupos de indios, hombres y mujeres,cernían la arena del Río Guaorabo en busca de lospolvos y las pepitas doradas que quedaban atrapadosen el fondo de los coladores. Algunas indias jóvenesestaban buenas de carnes, y Lope las miraba doblarsecon el regocijo sagrado con que los hombres siemprehan mirado a las mujeres hermosas. Sus brazos y susmuslos, duros y mojados, brillaban al sol como sifueran tierra compacta y pulida, y sus cabellos largos

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y negrísimos eran casi líquidos; se movían como semueve el río en las noches sin luna. Hoy ya habríansacado algún oro, pensó Lope echando a un lado lasl ntaciones de la carne, y efectivamente así era, pues'1 Río Guaorabo era el más rico de Boriquén, segúnI dan los mismos indios.

Luego de supervisar el lavado de las arenas, LopeS dirigió a las tierras de labranza, donde había dejadoIn trucciones de que sembraran más yuca en tres cuer-las adicionales que Miguel Díaz de Aux le adjudicara

1" ientemente. Quería también criar caballos y con eser r pósito debía cercar algunas cuerdas de pasto. Lleva-I a ste objetivo en mente cuando le salió al paso unsol lado a caballo, quien le entregó una carta.

-Del capitán general de la isla de San Juan,I n Iuan Ponce, mi señor, a don Lope López de Villaba- lija el soldado, quien estiraba el cuello al hablar.

Lope quedó atónito, mas logró disimular:-¿Desea respuesta inmediata?-No señor.-Pues puede irse.

-¡Sí, señor!, -dijo el soldado y, muy tur-Ila lo, espoleó su caballo.

"¡Acabe de irse, idiota! ¿Por qué me miraba('OIUO esperando que dijera algo? ¡Habráse visto lo-ntr metida que es esta gente!", pensó Lope, furioso

I irque los chismes, dimes y diretes burocráticos le,1' taban la paciencia. La carta lo intrigaba; no espe-1,11 a comunicación alguna de don Juan y menos aún,1 -s 1 que trabajaba para Miguel Díaz de Aux. Refu-~Inlo entre las raíces de un árbol grandísimo que los

11\ I¡ s llamaban ceiba, leyó:

( )11 .rido Lope, hijo:

l.os ños y los trabajos me van quebrantando el cuer-po, I i n podrá ser verdad para alivio y respiro de mis

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enemigos y detractores inflados de alevosía, que laenvidia es, ciertamente, cosa del Diablo, pero no hanhecho mella en el temple de mi alma, que parece es-..•.pada de acero toledano de brava y animosa que seencuentra, y muy en especial por la empresa que llevocomenzada, la cual pretende descubrir tierras nuevaspara sus Majestades y desta forma acrecentar los terri-torios que sabiamente gobiernan. Voy en busca de laisla de Bimini, nombrada mucho por los indios deCuba, y voy también a ver si es cierto aquello de quehay en esa isla un río cuyas aguas devuelven, a quienlas bebe los años mozos. No me vendría mal podersaltar, corno antes, sin que me dolieran los huesos, ycorrer tras infieles sin que flaqueen mis piernas ni ti-tubee mi brazo justiciero. Después de todo, es justoque el cuerpo y el espíritu se correspondan. La expe-dición consiste de dos naves de mi propiedad, la San-ta María de la Consolación y la Santiago, bien dispues-tas de hombres y de víveres, y un bergantín. Ardo endeseos de navegar por mares desconocidos y poner-le nombre a las cosas, que es lo mismo que parirlas ydarles vida propia. Como conozco el brío de tu áni-mo y el valor de tu brazo, te escribo para ver si logrocontagiarte de mi entusiasmo y decides unirte a laexpedición. Dentro de algunas semanas arribaré alpuerto de San Germán procedente del Higuey y po-drás comunicarme tu decisión personalmente. Mi es-posa doña Leonor, así como mis hijas Juana, María eIsabel, suelen lamentarse que ya no nos visites ennuestra casa de Caparra, donde solías divertirlas contus ocurrencias y las gracias cortesanas que aprendis-te de tu madre, gran dama a la que llevo siempre gra-bada en el recuerdo de aquella última vez, durante laGuerra de Granada, en que estuve en el castillo deVillalba con el objetivo de llevarle a tu padre el señorconde un mensaje de los reyes. La mujer honesta esun tesoro inapreciable, Lope, hijo, y sé que naciste de

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una raza de mujeres guardianas del honor de su lina-j . Nosotros, caballeros siempre a los pies de nuestrasS ñoras, debemos protegerlas y cuidarlas, amarlas yr galarlas, y como en eso y tantas otras cosas nosntendemos, ruego reanudes tus visitas a nuestra casa,

que si bien tus trabajos en la Villa de San Germán te1 han impedido en los últimos tiempos, podrás dis-I oner de licencia para ello cuando convenga y así lo:,¡ licites, en un futuro no muy lejano; así espero. PorI pronto, considera mi petición.

Saludos afectísimos,Juan Ponce de León

Lope leyó la carta varias veces.

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¡¡¡¡¡¡r-----~---------- ---

1. 1 un Santa María de la Consolación y la nao Santia-1) nrribaron al puerto de San Germán el 8 de febrero

d\'1 I 13. En La Española, los oficiales de la Corona leI vl'iI i ron al rey Fernando informándole del viaje de, pl ración, cuyos gastos eran costeados por el pro-pio Juan Ponce, de lo cual el rey se alegró mucho,pu 'H ra su intención 1que se estableciera definitiva-üunt en Bimini. Quería así hacer justicia a su vasallo

h.t r a un lado de una vez y por todas los enojosos111 I I con don Diego. En los documentos de la épo-I ,1 11 onsta que Lope López de Villalba se uniera a la

I dicíón. El registro de la nao Consolación especi-Ih ,1 jue iban diez gente de mar y diez gente de tierra

och grumetes. Entre la gente de tierra, además del," r Juan Ponce de León, otros tres caballeros lo

,11 ompañaban. Cristóbal de Manzanedo, Fernando deI 11 Ina y Gaspar Fernández. El registro de la nao.uitla o detalla sólo seis grumetes y ocho gente de

111.11', ntre los que se encontraban el maestre Diego1\ -rmúdez y el piloto Antón de Alaminos.

El diario que Juan Ponce llevó de este viaje,11 vi ual descubrió la península de La Florida, nom-

hll' 111 le dio por haberla avistado el día de Pascua1, H\ urrección, se encontró casi quinientos añosI ,1 u en el fondo de un baúl del arzobispado de,III.J rano Sobrevivió a la polilla, el fuego y la hume-1.ld III castigan a estos trópicos y lee así:

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463 de marzo, jueves

Salimos del puerto de San Germán poco después delmediodía. Lope no ha querido acompañamos pues leurge construirse una heredad. El hecho no deja decontrariarme, pero no debo permitir que los enojosenvenenen mis humores. Yo también he querido, alestablecerme en la isla de San Juan Bautista, fundarun pueblo. Por ello tomé la decisión de construir aCaparra en su asentamiento actual, cerca de las minasy las labranzas, porque los vecinos se acostumbren atrabajar sus tierras y vivir de la abundancia que sólo eltrabajo provee. También por eso traje a mi familia avivir conmigo, por dar el ejemplo del hogar cristianoy evitar los amancebamientos con indias y negras. Peroha querido la fortuna de que, aparte de las intrigascortesanas donde median la envidia y el rencor, mimando no agrade a don Diego, razón por la cualemprendo esta aventura, pues en Bimini podré, qui-zás fundar el mundo nuevamente, esto si Dios lo,quiere y si encuentro el río que me devuelva el brío delcuerpo, pues sólo así podré volver a comenzar. Muchome place la decisión de don Fernando de permitirmepoblar a Bimini, puesto que otros le hicieron peticióny tuvo la merced para conmigo de concedérmela.

4 de marzo, viernes

Hoy los navíos anduvieron ocho leguas hasta que salióel sol. Buenos vientos nos llevan rumbo al noroeste.

9 de marzo, miércoles

Ayer navegamos por unos bajos que dicen de Babiecay pasamos una isla que dicen del Viejo, que está aveintidós grados y medio y otro día surgieron otrasislas, una dicha Caycos y otra Yaguna, en veinticuatro

471Illo:-i. stas islas, algunas, son meras isletas, chatas11, II n yoría, meros bancos de arena blanca las más,

I '1'1 la aguas que surcamos son un cristal de azul11.111.'1'Ir nte, y desde la borda de la Consolación pue-d, 11 'r e las escuelas de peces, que hay en abundan-

1,11 ir estos mares. Le hubieran gustado a doña11"mor, mi santa. Recuerdo cómo en la travesía del11111 'Y a Caparra miraba el mar a ver si los veía saltar.«(t,() ue ama el mar más aún que yo. Aunque haI .111,lo uatro veces, parece una niña; será por eso queI 1•P 11.ro con la ternura que se suele reservar para losIt lit), ,

I I ,1 . marzo, lunes

11,I I ' toree hemos llegado a Guanahaní, que es la1 1.1primera que desc brió el Almirante don Cristóbal

111.111 n su primer viaje. La llamó San Salvador puesI ,ti la esperanza de encontrar tierra y no morir deIt 1I11hr a consecuencia de un motín a bordo, que laI lit 11':1ncia produce muchos males; los más, si mal no1111n.

.1 ' marzo, domingo de Pascua

IIIIOS una isla antes no vista por los españoles, puesru I l.t re onocimos. La he nombrado La Florida, ya queI 1 11' 1 scubierto un domingo de Pascua, que es el11, 11. 1 s flores. Si el Almirante don Cristóbal no hu-I h '1d girado hacia el sur, se habría topado con ella.I1 '11. Iu nga costa de anchas playas sin que se vean1111111:1a en horizonte alguno. Tierra tan chata es cosaI 1.1Vil España u otros parajes de los que he leído,

11110el ea el desierto, pero estos lugares tienen aguaI rhun lancia y vegetación excesiva. Hemos tomado

1\1 ,'.'1 n de esta isla de La Florida. Tiramos ancla en111' ruda protegida y transportados en las yolas he-

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48mos saltado a tierra. A cierta distancia de la playa,frescas y hermosas arboledas cobijaban el canto decientos de pájaros. Hincando la. rodilla derecha en laarena dorada he tomado posesión en nombre de susMajestades. Hemos buscado indios para comerciar conellos y preguntar por el paradero del río que devuelvela mocedad, pero no hallamos bohíos ni huellas dehabitación por parte alguna.

21 de abril

Hicimos vela desde el viernes 8 y hemos navegadofrente a las costas por reconocer la isla, que es bienextensa al parecer, más que ninguna otra hasta ahoraconocida en estos mares. Ayer descubrimos unos bo-híos de indios. Al ver nuestras naves comenzaron acorrer por la playa dando voces y llamándonos. Quiseentonces dialogar con ellos ysalí a tierra con un pu-ñado de castellanos, don Cristóbal de Manzanedo yGaspar Fernández, entre otros,pero los indios procu-raron tomar la barca, los remos y las armas; y por noromper con ellos y alborotar esta tierra los sufrimos,pero dieron a un marinero con un palo en la cabeza yhube de pelear con ellos. Juan de Sevilla daba tranca-zos a derecha e izquierda, y hasta Jorge, el marineronegro, arremetió contra ellos. Con sus varas de pun-tas de agudos huesos y espinas de pescado, los indioshirieron a otros dos de mis hombres. Iban sufriendopoco daño, y como la noche se nos venía encima re-cogí a mis hombres con enojoso esfuerzo y regresa-mos a las naves. Mientras, habíamos perdido elbergantín en una fuerte corriente que se lo llevó haciaun lugar desconocido y lo hemos esperado algún tiem-po sin que volviese. Pienso que ha quedado varadoen el Mar de los Sargazos, un paraje del que he leídosin topármelo nunca en mis idas y venidas por estosmares. Pero yo soy más hombre de tierra que de mar.

49

11' mayo, domingo

IIb'" n por un cabo que he llamado Cabo de Co-11 '111 'H, porque allí corre tanto el agua, que tiene másI 11.01 1 el viento, y no deja ir los navíos, aunque

I 11 I() las las velas. Toda esta costa es limpia y deI 111111111" de seis brazas, y el cabo está en veintiochol' 11),' Y quince minutos.

I [unt

I1 rcrn s la costa yendo unas veces al norte y otrasI IIlJI'd 'sc y encontramos islas, isleos y peñascos a

'11' . h nombrado con nombres cristianos. Hoylu-m topado con un navío averiado por una

Page 24: El castillo de la memoria

Al día siguiente de nuestra reyerta con los embajado-res del cacique Carlos, arribamos a un puerto y co-menzamos a medir su profundidad, pues era buenopara resguardo en caso de tormenta. Salió alguna demi gente a tierra y acudieron indios diciendo que el

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tormenta y le hemos dado carena. Mis hombres ayu-daban a reparar el casco del San Cristóbal, que así sellamaba el navío averiado, cuando acudieron indiosen canoas. Los indios habían llamado a los castella-nos desde la orilla, pero al ver que éstos no salían atierra, queriendo levantar un áncora para enmendar-la, pensaron que se iban y se metieron en sus canoasy llegaron prestamente y agarraron el cable del SanCristóbal para llevárselo. A los castellanos nos fueforzoso darles batalla. Huyeron en sus canoas y noso-tros tras ellos les tomamos cuatro mujeres y les que-bramos las canoas.

4 de junio

Esperamos viento para ir en busca del cacique Carlosque dicen los indios de los navíos que tiene oro, yllegó una canoa con un indio que entendía el castella-no, quien dijo que aguardasen, que el cacique queríaenviar oro para rescatar a los cautivos, y así esperan-do aparecieron hasta veinte canoas y algunas atadasde dos en dos. Unos se dirigieron a las áncoras y otroscomenzaron a pelear desde las canoas y al no poderlevantar las áncoras quisieron cortar los cables. Orde-né entonces armar una barca, la cual los persiguió ehizo huir. Mis hombres mataron algunos indios y to-maron cuatro prisioneros. A dos de los prisioneros losenvié al cacique con el mensaje de que quería pazaunque me hubieran asaeteado a un castellano.

I

11 de junio

51

nclque Carlos vendría con rescate de oro. MandélesI l' -guntar por las aguas que devuelven el brío al cuer-I (1 P ro no quisieron responder. Sólo algunos diz que1. -ntían con la cabeza. Pero todos sus gestos eranuguñosos porque seis días más tarde aparecieron

11,1. la ochenta canoas y no venían con rescate sinoI (111 fl chas y lanzas y atacaron las naves con feroci-la I y alevosía y dando gritos, pero no causaron dañoI 1111:-; astellanos porque les respondimos con tiros de111111ría y ballestas y no osaron acercarse, por lo cual11., Il has no alcanzaban las naves, de modo que se

I tlrar n.

I I Ik: Junio, martes

, J¡' umergido en cuanto río he encontrado sinI 11'11 r resultados y ne logro que los indios me lle-

11,11 río que deseo. He decidido, por lo tanto, regre-II ,1 L Española y a San Juan, puesto que hemosIII.ljado luengas jornadas y deseo dar nuevas de estas11 le cubiertas por mí a sus Majestades. De regreso1'.1. uré algunas islas e isleos por precisar su ubica-

11111 tamaño.

I dI' Junio

1II,Inl toda la semana fuimos en demanda de onceI e l. jue habíamos visto al oeste y las he llamado

I'ortugas, porque en un rato en una noche en queIIIIIOSa una dellas tomamos ciento y setenta tortu-

tomáramos muchas más si hubiéramoslo desea-\(! mbíén matamos catorce lobos marinos y se

tllOI muchos alcatraces y otras aves que llegaron111 'e I mil. Se han divertido largas horas mis solda-I I.md la ballesta y traspasando bestias con sus

I Id,I.'. Juan de Sevilla y Francisco Domínguez,1 1I marineros, fueron los que más aves mataron.

Page 25: El castillo de la memoria

52

Estaba el campo cubierto de cadáveres y la playaenrojeció de sangre. Estas matanzas son deporte pro-pio de guerreros, pero hemos salado alguna carneluego del festín. Asamos las carnes frescas en fogo-nes de leños montados a cierta distancia de la playay las llamas al subir lamían el aire puro que soplabadel mar. El rojo de las brasas parecía repicar y repro-ducirse en el contorno de las aguas y la luna de tanredonda más parecía claraboya que objeto celestial.El aire de estos isleos es tan puro que bien se ve queestamos cerca del Paraíso. Es seguro que el río, ofuente, o manantial que devuelve al hombre a la in-mortalidad, debe de estar por estos lugares, pues esrazón que donde perdimos la inocencia al probar lamanzana prohibida y con ella perdimos la vida eter-na y tuvimos por ello que esforzarnos y sufrir penu-rias y enfermedades, es razón el que allí sea dondepodamos recuperarlos. Bien decían los antiguos quetodo en la vida tiene su contrario y por eso he anda-do con estos trabajos por estos parajes en campañasque ya no convienen a mis años, más propensos a lasilla y los almohadones, los mimos de mis hijas y losde nietos, si Dios tiene la gracia de concedérmelos.

25 de julio

Hoy día de Santiago Apóstol anoto en este diario, paragloria de quien tanto ha guiado mi espada, que nave-gamos por unas islas que parecían anegadas, y estan-do parados y no sabiendo por dónde pasar con losnavíos, envié un esquife a reconocer por dónde po-dríamos pasar. Y como no encontraron pasaje tuvi-mos que dar una vuelta por el borde de los bajos.Entonces de improviso y asombrosamente nos topa-mos con una isla que no habíamos visto nunca antes,y era hermosa en extremo por sus doradas playas deaguas azules y limpísimas. Era muy particular la trans-

53I la 1 aquellas aguas y observé que un río deI 1'1xíras cubiertas de musgos y flores de varia-

,le 11' , ' descendía hacia la costa a no muy grandeI la 1 las arenas. Mandé tirar las áncoras y ba-

'11 aquel paraje que aparecía ciertamente en-le, d bido al frescor de su follaje, a las flores que

I .111 n racimos violeta, amarillos y rojos de lasIIllIHt y al canto ininterrumpido de centenares1110s. Caminando por la playa observé que elI 11" la brotar debajo de las arenas y como está-

"''''1114.1 '1 rta distancia de donde las olas mojaban la,qllis por curiosidad y hábito hacer un cuenco

I1 manos y llevarme a los labios aquella aguaIllItal a. Grande fue mi sorpresa al saborear su

1, 1I aroma a montaña y a bosque, sabores aje-I1 ."Ll Y al coral de los mares. Algo me dijo en-

".U'I"" q" bebiera, qu aquél era mi destino, pero no11111111 ~é a mis hombres por no enloquecerlos,I 1 rdía la razón alguien debía dar noticia a mi

111 a us Majestades, y acongojado, con el cora-Iltan ome en el pecho, me fui deslizando casi

1\' dieran cuenta mis hombres, que estaban, lIil bados y paralizados, hasta el río que baja-

111 la ladera de la montaña. Las piedras eran res-1 p r el musgo baboso que las cubría, pero meurando y poco a poco subí hasta donde encon-

11\1 charca. Sobre ella había un claro en el techoI 'qll ,y el sol dejaba pasar rayos que parecían

1-1 i mo santísimo Dios, tan finamente dibuja-• e n atravesar la vegetación. En la charca no

11I.1.'1, in hacer caso de los gritos de mis horn-1111 -n s probablemente temían a las bestias fe-

, .1 la serpientes venenosas o a los monos•• Inl'~ 1) que nos hablaran en otra isla, me quité el

, la armadura, las botas y todas y cada una deI I (1 cubrían mis vergüenzas y así como vine11\ le >, n pelota, me sumergí en las aguas como

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I I

I I

54

en un nuevo bautismo. Quedé refrescado en extre-mo, volví a beber y sentí cómo un nuevo vigor seapoderaba de mis brazos y de mis piernas. Entoncessalí del agua y me acosté sobre una gran piedra chatapara que aquellos finos rayos de luz divina secaranmis miembros todos y juro que en aquel momento mesentí mejor que nunca antes en mi larga y azarosaexistencia. Mis hombres, que me observaban a distan-cia siguiendo mis órdenes, pensaron sin duda quehabía perdido la chaveta, muy en especial el piloto dela nao Santiago, Antón de Alaminos, quien es hom-bre muy despierto y experimentado, y cuando bajésaltando de piedra en piedra como un muchacho semiraron espantados, tanto así que no tuve que insistiren que abordáramos las naves de inmediato, puescreyeron que el Maligno hacía su habitación en aque-lla isla. Muchos juraron escuchar su risa entremezcla-da al susurro del follaje, y hasta yo mismo puede serque lo oyera, aunque era tanta mi excitación que podíahaber escuchado cualquier cosa. Levamos áncoras ydejamos atrás aquel paraje rápidamente, ya que so-plaba un buen aire y los marineros estaban ansiososde aprovecharlo.

Temprano en la noche, en la soledad de micamarote, hice la prueba. Tomé un cuchillo e hice unpequeño corte en el dorso de mi antebrazo. Tal y comohabía temido, soñado, esperado, anhelado por largoaños, la sangre no fluyó y el corte volvió a cerrarse.Aturdido, loco de felicidad, he estado casi toda lanoche acostado en la popa y mirando las estrellas,y como no puedo creerlo vuelvo a hacer la prueba ycuantas veces la hago la herida se cierra sin sangrar.

28 de julio

Al abandonar la isla he anotado su ubicación en mimapas, pues si es cierto lo que sospecho, he encon-

55

I 1 lo qu buscaba cuando ya había desistido de1I1 hus ando. El destino nos tiende trampas. Hoyh ' I vntido tan alegre y lleno de vigor, que ardo en

I ' volver al hogar ya doña Leonor, a quien de11111 al .grará mi buen ánimo.

1d",11t1 durante varios días la costa de Cuba, que esI 1, ran tamaño y con una forma alargada y estrecha

11I1 IIIt lagarto. No quise detenerme pues me apremia-I u-sar, pero envié a la nao Santiago hacia el oesteII 1" nociera a Bimini y yo llegué adelante en la

I ,1111S lación a La Española, al puerto en el Río1111,1, I ara enviar mensaje a sus Majestades, que

IH 1 ' I n adelantarse a informarles y debe en todati 1,1,:d rse que fui yo, Juan Ponce de León, quien

cubrió La Florida.

Page 27: El castillo de la memoria

1 11' as del descubrimiento de la península de La111, qu Juan Ponce creyó ingenuamente isla, lle-" .1 oí 1 s de los reyes de España, don Fernando

1 1111.1 1 ña Juana, quienes lo hicieron llamar paral' r onara en la corte. Hizo velas don Juan al

1I mp en el carabelón de su propiedad, la nao111.11'1 in, y al remontar el Guadalquivir iba lleno

I 1h 1, 1 In ando en la extrañeza de la certidumbre deh IlIla ncontrado el río soñado en aquella isla.I 1 (omo sobrecogido de terror sagrado ante laI 111 I;¡1de lo verdadero y se protegía con la incre-1111: ól uello nunca sucedió, se repetía, lo había

It l. -s sin duda debía ser. Pero luego, sus ha m-1111\1 I n habrían soñado con él, o habrían sido11 lile lS por las sirenas invisibles que poblaban el

I ,11) clavo Fernandico aseguraba haberlo vis-1I 11 1 r 1río hasta una charca humeante donde,

I 1 guro, vivía El Diablo o algún otro espíritulit I '/'< nto era el temor de los hombres, que nin-II.d, a bebido de las aguas del manantial. Des-111(1 bandonaron la isla, don Cristóbal de

11 '( 1) tuvo persignándose toda la noche mien-I luhn, bajo unas mantas gruesas, un frío mortal

11' había metido en los huesos. Antón de1, JLI era el más valiente de sus hombres,

11 I ti 1 n talgia y le rogó a don Juan que le per-I • '1" ar a su aldea pirenaica. Pero Juan Ponce

Page 28: El castillo de la memoria

I II

I

58

se sentía mejor que nunca, y no era tan sólo como élpensaba que se sentía, pues doña Leonor al recibirloquedó asustada de su vigor sexual, asustada y gozosa,por qué no decirlo, los criados se reí~n y cuchic~ea-ban al verla cantar a todas horas, no solo cuando ms-peccionaba las jaulas de pájaros en el jard~n, sinotambién al repasar la ropa blanca, lo cual solía hacerjunto a sus hijas, sentadas las cuatro en la galería delpatio interior. Juan Ponce había querido traer a Leo-nor consigo en la travesía a España, pero no le eraposible dejar a sus hijas sin la protección de la madre.y menos aún después que los indios caribes atacaranCaparra y la dejaran hecha escombros humeantesmientras él merodeaba por La Florida y otras islas. Lepreocupaba que fueran a regresar. Su casa de piedrahabía sufrido pocos daños y la villa muchos; huboalgunos muertos y gran pérdida de víveres y hacien-da. Los caribes robaron pollos y cerdos además deimplementos de labranza y armas. Mucho debía él velarpor sus tiernas niñas, que eran las mismas entretelasde s.u corazón, y su renovado vigor lo alegraba, sobretodo por asegurarle que viviría lo suficiente como paraproveerles de dote generosa Y por ende vidas cómo-das con el bienestar que corresponde.

, Juan Ponce piensa todo esto al navegar ríoarriba, cruzando campos labrados a través de losmilenios que en su largueza aún aseguraban la sub-sistencia de sus cultivadores. Las vides y los olivosalternan cada cierta distancia, en ese ondular suaveinexorable de las tierras de Al-Andalus. Las parcelasde hileras de cultivos se entrecruzan como los blo-ques de color y textura de un tapiz; es maravilla vercómo la tierra misma parece un manto de elaboradodiseño. Mucho puede lograr la laboriosidad de loshombres, pensó don Juan al comparar estos terrenoscon la feracidad de las tierras recién descubiertas. Enmedio del ritmo establecido por las líneas de cultivo y

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I 1, '( '1I ncía alterna, surgen en el paisaje castillos de1 1, a ' n torres almenadas, los más en ruinas des-'

qll~' fuera ganada Al-Andalus para la cristiandad.1'Pl' nto, a lo lejos comienza a perfilarse la silueta de111 1:1 l, con las torres y los muros de la catedral y del1.,11' 1 rados por el atardecer y, más dorada toda-qll • brilla como un mismo sol debido a los azule-11.11 que la recubren, la Torre del Oro frente alrto,

L s muelles son un hervidero, con los barcos.ulos de mercancías y los comerciantes y marine-"l1d de un lado a otro con sus asuntos de dine-\111 descargan lanas de Inglaterra y loza de

l.uula, otros cuchillos y armas de Alemania. Al atra-I 1.1 (; insolación, varios funcionarios reales suben a, 11), Vienen encargados por don Fernando de es-lt.ul» hasta el Alcá'Zar y Juan Ponce los sigue porII ' lo, vericuetos de callejones y almacenes hasta

1"uaj que los conducirá a la presencia del sobe-1I I igual que los muelles, Sevilla parece un hor-lit '1'( humano y por las calles, en los balcones y en

111 '1 ados, la gente se arremolina para llevar a cabo,r insidia o por terquedad utópica, algún pro-

n Fernando no lo recibió en el Salón de losh.ll.1 I res, sino en una sala de audiencias más pe-I ,1, Junto a unos jardines donde se entrelazaban.1111 de pájaros y surtidores, jardines aún cuida-I ()I' jardineros moros que habían abrazado sin

11111.1 la nueva fe y habían quedado a cargo de aque-I a los creados para el deleite humano. La silla

I 111 ti rnando, de lujoso y alto espaldar, se encon-I ,I,hl' una tarima alfombrada. Juan Ponce llegó

, liS pies e hincó una rodilla en señal de obe-1,1. I n Fernando lo hizo levantarse con un bre-

I la mano y, complacido con su presencia,

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60-Don Juan, es un gusto tener con nosotros a

tan leal vasallo.-Es mío el honor, Alteza; mis años aún no

hacen mella en la voluntad conque deseo serviros.-Pero qué dice usted, si me asombra su as-

pecto, nunca pensé verlo todavía más joven ~ a~imo-so luego de largas guerras con infieles y sufrímíentossin tregua en tierras lejanas. ,

-Se engaña usted, Alteza, ya sabe como losojos nos traicionan a menudo.. .

Juan Ponce intenta disimular. Clertame.?te suaspecto no representa sus cincuenta y tantos, anos. Elmiedo a ser descubierto le congela el corazon.

-¿Me está diciendo mentiroso? Tenga ustedcuidado con las palabras, que bien sé que somos ~áso menos de la misma edad. ¿No es su prima Franciscade su misma edad aproximadamente, y no fue elladama de la Reina antes de que el Almirante descu-briera Las Indias?

-Sí señor, perdone usted, que no sé lo queme digo, no quise ni por asomo ensayar una ofen:a.Debo estar agotado por la larga travesía, aunque solonos ha tomado veintiún días, Majestad, viera ustedcómo los vientos nos empujaron hacia la hermosapatria y la alegría que amanecía en mi corazón al volvera ver sus campos sin igual en el mundo y comprobarla fuerza y el valor de nuestra raza.

Algo halagado, pero no del todo convencido,don Fernando repasó a Juan Ponce desde las calzashasta el sombrero. No podía evitar desconfiar de unhombre viejo que parecía joven, pues el Demonio sedisfrazaba bien, eso era de seguro, y don Ferna~dono iba a pasarle ni una al Maligno ni a enemigoalguno si podía evitado. Cierto que había quien decíaque él, Fernando de Aragón, había he,ch~ un pactocon el mismo Diablo, bien que se lo teman informadosus hombres de confianza, los cuales tenía desperdi-

61~ados por el reino dándole noticia de cuanto ocurría.Era necesario debido a las muchas traiciones de que'1"1 objeto. Decían, y lo decían a menudo, que Fer-nando de Aragón platicaba con el mismísimo Lucifer.N) ra como el rey Fernando pariente de su primeramuj r, el Fernando a quien llamaban El Santo y ante11I! n se rindió la Sevilla de los moros. Este Fernando

, • reía mucho cada vez que visitaba la tumba de su1) yo, ubicada en un lugar de honor en la gigantesca':It dral, pues le hacía gracia, sí señor, que hubieraun Fernando El Santo y un Fernando El Diablo, aun-qu por supuesto que al primero se lo decían a la caray a él no. Mas él bien sabía las murmuraciones queI ivoloteaban por las galerías de la corte; aquellos.iusteros guerreros castellanos, navarros y aragoneses

, paseaban algo incómodos bajo los techos de alfarjey las delicadas bóvedas estalagtíticas, pero no por esoI 'Jaban el hábito de la maledicencia, del cual el rey

, . informaba, y a veces estimulaba, para usado a sufavor si le era provechoso. Mirando a Juan Ponce,quien estaba turbado por el giro imprevisto de la con-v .rsación, don Fernando consideró que algo oculta-ba. Era tan vasta su experiencia en la sutil hipocresíaI • su oficio y en las técnicas de manipulación de la

I lítica que lo notó enseguida. Prefirió dejado pasar,, In embargo, porque Juan Ponce era un varón honra-d como pocos, o por lo menos así se lo habían espe-'lficado sus más minuciosos informantes. Algo había,

xln embargo. No había duda, consideró de nuevo, yti n Fernando cerró un poco los ojos para mirar mejorti donjuan. Detrás de su corona de oro y sus capas dearmiño lo observaba en silencio sufrir lo indecible,porque el rey callaba y Juan Ponce sudaba frío sa-hl ndo que este rey astuto como nadie le maliciabaaIguna trampa.

Finalmente el rey puso fin a su suplicio y le111 repó:

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62-Dígame, pues, don Juan, qué tierras ha re-

clamado para los Reyes.-Tuve la dicha de avistar una isla muy grande,

la mayor que se ha visto en Las Indias, y es plana comoun desierto pero cubierta de bosques y cruzada por ríos.Lahe llamado LaFlorida por haberla visto por vez prime-ra el día de Pascua de Resurrección, mi señor.

-Ya he tenido noticias del hallazgo y mucho meplace. Y sus habitantes, ¿habéis hablado y comerciado?

-Son belicosos en extremo, Majestad, y pro-ceden con alevosía. No es posible creer nada de loque dicen, y si algo revelan es para causar daño.

-Ya vio cómo encontró a Caparra a su regre-so; ¡una calamidad! Habrá que enviarles a los buenosfrailes para que los bauticen y los enseñen a obedecer.

-Será lo mejor, Majestad, ya que nuestros in-tentos fueron en vano. Capturé algunos para utilizar-los como pilotos, pues conocen bien las aguas y lasislas que abundan en ellas, a más que las corrientes ylos vientos para navegar les son conocidos, pues ellosson diestros navegantes por su propia cuenta; si vierausted cómo amarran sus canoas y la velocidad quealcanzan con el solo empuje de los remos.

El rey sonrió, divertido con los esfuerzos corte-sanos de don Juan.

=-Y bien, Juan Ponce, ¿reclamó algunas islaspara La Corona?

-Sí, sí, claro, Majestad: Las Tortugas, Anega-da, Bahamas y otras muchas algo más pequeñas. Vie-ra usted la abundancia de islas que hay, aunque lasmás son muy chicas y con lagunas salobres adentroque más parecen islas de agua que de tierra. En todasondea la bandera de España. He escrito una relaciónoficial que le será entregada a sus administradores parasu debido registro y he mandado a hacer mapas. Ade-más, he labrado piedras en sus costas indicando queesos territorios os pertenecen.

63

-Bien hecho, Juan Ponce, muy bien, vuestro11':11 ajo da pruebas de lealtad sin condiciones, lo cual111 I omplace. He pensado honraros y recompensar

\1 I tras afanes, porque os apetezca pacificar esos te-11'11 rios y estableceros en ellos con vuestra familia.

Juan Ponce iba a decir algo, pero un gesto.\\11 ritario de don Fernando lo detuvo.

-Este asunto de don Diego Colón me resultó1'11 jasa, pero las Cortes sostuvieron los derechos delprimogénito de don Cristóbal, usted comprenderá.

-Sobran las explicaciones, Majestad; no las1H' I dido y basta que usted ordene para que yo obe-II'Z a. Si en el comienzo le arrebaté las varas del poder

( Ivll a los lugarteniente s de don Diego, fue por pare-1\'1 m que carecían de su favor. Pensé que comovasallo me debía a vos y no a don Diego. Ruego me, I'U e si le causó algún inconveniente.

-Nada, nada, don Juan, no exagere, usted( I 'y' que yo hubiera querido quitarle a don Diego laIlIris licción sobre Sant Joan.

-No he dicho eso, Majestad, perdone si asu-1110 I indebido. Pensé incorrectamente lo que no eraI 1¡llt

-Así es mejor, don Juan. Creo que a veces sulu mradez le impide entender los asuntos políticos delI -ln

-Quiera Dios que comprenda algo, Majestad,11 I r lo menos lo suficiente para no perjudicar a mi

'''01'.-y no perjudicarse usted ... Bien. ¡Váyase a

1'1-{ "lnsar de su travesía, que ya estoy fatigado de verlo1111 I arado sin saber dónde poner las manos! Vaya,

.1 a on Dios. Volveré a verlo dentro de unos días.-Gracias, señor, con su permiso me retiro.Y haciendo varias reverencias, donjuan Ponce

e retiró para dar paso a varios cortesanos que espe-I ti 1:\ n impacientes un turno ante el rey. Desde su silla

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I

I1

64de alto espaldar, el rey lo vio salir con el rabo del ojoizquierdo mientras escuchaba las querellas de un ofi-cial del puerto. La sospecha, esa amarga amiga de losmonarcas, no se le descolgaba del pensamiento; laactitud de Juan Ponce le había parecido discretamen-te engañosa.

Tan pronto pudo retirarse a sus habitacionesJuan Ponce se derrumbó sobre el lecho con dosel d~terciopelo rojo y columnas doradas. Se daba perfectacuenta de que su actitud reservada y su aspecto juve-nil habían exacerbado las suspicacias de don Fernan-do, quien ya sin tomar en cuenta las torpezas de donJuan, tenía fama de desconfiado. Daba miedo la ma-nera en que sus ojos se clavaban en su interlocutor yle hurgaban el cerebro. Más allá del borde del doseldon Juan veía el artesonado del techo y se dejó sedu-cir por la armonía de los diseños y por el friso adorna-do con caracteres aljamiados. La alcoba no era muygrande, pero abría a una galería de ajimeces a travésde los cuales se colaba el perfume de los jardines.Olía a los famosos jazmines de Sevilla que habíanexacerbado su sensualidad cuando apenas tenía ca-torce años. Agotado, don Juan dejó de luchar contralas oscuridades que lo ja1aban hacia el fondo de unsueño reparador.

Durmió profundamente hasta que unos gol-pes en la puerta lo hicieron pensar que venían a Ile-várselo preso. Lo tomaban a la fuerza por los brazosmientras él gritaba que era inocente y lo lanzaban decabeza a un calabozo húmedo lleno de ratas y cuca-rachas. De un brinco despertó del todo al volver aescuchar los golpes en la puerta. Aliviado de la pesa-dilla, respiró admirando la belleza de los zócalos y elartesonado y saltó al suelo para abrir. El criado seexcusó al verle la cara de sueño y los ojos hinchados.Traía una bandeja con una cena y dos cartas.

65

La primera era de su prima Francisca:

1-n m entero estás en Sevilla y deseo verte. Ma-111 Il espero a las diez de la mañana, en la sala de

, p -jo azules de mi casa.

Tuya afectísima,Francisca Ponce de León ,

Duquesa de Zahara

estaba sellada con el escudo de los

1'. limado don Juan Ponce:,111' -nterado a través de la reina doña Juana queul'is I ronto en Sevilla, dado lo cual me apresuro aIIII ' mis respetos y la petición de una entrevista

IL I ' 1,ya que preciso noticias de mi amado hijoIl>1 z de Villalba, a quien usted conoce bien(·1!TI ha descrito su noble carácter y su espíritu

I ).Lope mi hijo es lo más que amo en el rnun-111 (' 'j' do señor don Juan Ponce, y por ello quisie-

111\ -har la mano que lo guió contra los infieles y1I II I'l jos que lo vieron. Algo de él traerá usted en

11I11.1 la. Dirá que mi amor de madre es excesivo111< importa, como tampoco importa que la reinaI lunna se la pase para arriba y para abajo con ellit) l. su marido, paseándolo por los extensos

lit 11los de Castilla. La reina hubiera querido queJI '111 no se le muriera nunca, o morir ella prime-\1 's la pasión que sintió por su belleza la cegó a1111'0 bien de esta tierra. Poco le importan el pa-las riquezas a una mujer que ha heredado el

1 r -lno del mundo y que podría volverse a casar

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6766con cualquier miembro de las nobilísimas casas realesde Europa.

A petición de la reina doña Juana, iré a visitar-la dentro de pocos días a su residencia en el Alcázarde Sevilla. Mucho espero poder hablar con usted. Noolvido la ocasión, en los lejanos días de nuestra ju-ventud, durante la Guerra de Granada, en que nosvisitó en Villalba.

1lIIIIl' 'idas por la travesía oceánica. Atravesó varios11e., 1 saludando con saludo militar a los soldadosI 11;\ 'Ían guardia bajo los arcos ojivales y en lasI II;lS l los muros almenados. Finalmente atravesó1I11i111¡¡ puerta y respiró la libertad de la calle.

Era una ciudad que desconocía la línea recta.11 '('11 callejones irregulares desembocaban en

11~.1 íntimas y arboladas, con pozos de agua fresca1',\ I de macetas de geranios. De seguro no ha-

1 f 1 (lo' casas iguales, ni dos solares con espaciosI 1111 -o , unos serían anchos y otros alargados, conI Illos que abrían a patios que a su vez daban pasoe 11el,, J asillos, otros patios, otros balcones. Siempre a111\ l' nce le había gustado caminar a Sevilla y des-11 111' sus rincones, pues era un poco como descubrire luclad que él mismo hubiera querido construir enI 1. lu. A orillas del rfb Ozama, en La Española, don

W) onstruía una ciudad de la meseta castellana,111 los portales de piedra labrada y los patios desnu-

1 sin surtidores ni árboles ni vegetación alguna,, ;\propíados para ejercicios militares que para el

111. 1.1espíritu. Sevilla, por el contrario, tenía calles1\ ('Sir chas que si se extendía un brazo desde unIkon podían tocarse los muros de enfrente. Cada

I lit) tr cho reaparecían los muros almenados cubier-ti ' yedra de las tapias de los jardines de la noble-

lgunos se engalanaban con elegantes cipreses.y de pronto, pasando la Lonja y los muros de

11\ ('( nvento, allí estaba la catedral. Era como unaICllllañaperforada por cuevas y entretejida como unIH',ti ' impenetrable o como un gigantesco navío di-I ,\ I para que nunca pudiera flotar, para que no1 pa r ni llegara jamás a su destino. Y allí estaba,1,Id para siempre, respirando resignado su inrnovi-I,\(I Y cumulando siglos de frustración y resentimien-

I) , íase que fue originalmente la Mezquita Aljania,1\, '1 ruida por los abasidas y reconstruida por los

Reciba usted mis respetos,Josefa de Estela y Salvaleón,

condesa de Villalba

Al despuntar el día Juan Ponce despertó sobresaltado.El lujo que lo rodeaba le resultaba incómodo; estabaacostumbrado a la tropa y, más recientemente, al balan-ceo de las naves y al cielo desnudo y estrellado. Sevistió lo más rápido que pudo y contempló su rostroen el espejo con el propósito de lavarlo. Se asustó.No es que fuera de nuevo un hombre de veinte años,pero sin duda su piel era más tersa y sus ojos veíancon algo menos bruma que antes. La barba crespa yrubia parecía tener menos canas y al sonreír asoma-ban dos hileras de dientes perfectamente sanos. Loúltimo lo alegraba mucho, pues antes de su venturosaexperiencia había comenzado a sufrir de dolores demuelas y temía perder los dientes y con ellos, defini-tivamente, la juventud y gran parte del placer de labuena mesa. Lo único que le quedaba a los viejos sindentadura era el vino. Además, las encías descarnadasde los ancianos le daban asco.

Acicaló sus cabellos, su barba y sus bigotes,limpió sus uñas y vistió calzas limpias. Cuando salió ala galería de ajimeces lo invadió el perfume de lasmañanas del Alcázar. Ardía en deseos de caminarlas calles de la ciudad y poner a mover sus piernas

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r----------- --- - -

68emires almohades y vuelta a reconstruir recientemen-te por los reyes cristianos. Los miembros del cabildoal considerar la remodelación actual, obedecieron alcriterio de uno de sus miembros, quien, al preguntár-sele por las obras, era de sobra conocido que habíadicho: "Fagamos una iglesia tan grande que los que lavieren acabada nos tengan por locos." Razón profun-damente sincera, pensó Juan Ponce, mas no se aven-turó en la penumbra de sus naves y capillas. Siguió delargo hasta los muros del palacio arzobispal y dobló ala derecha. Desde lejos avistó las tapias del palacio de laduquesa de Zahara y apresuró el paso.

Eran justo las diez cuando golpeó en la puertay un criado lo condujo al salón de los espejos azules.Para llegar a él había que atravesar el patio de los jaz-mines, un cuadrángulo sembrado de limoneros y deun variado surtido de arbustos de flores blancas. Lasenredaderas de jazmines trepaban por las paredes deladrillo. Francisca lo esperaba sentada frente a un bar-gueño o escritorio árabe que se cerraba y era portátil,de modo que los nobles de Al-Andalus podían llevarconsigo sus papeles y asuntos administrativos cuandoiban a la guerra contra otros reinos musulmanes ocontra los cristianos. Era una mujer madura de perfilaristocrático, y viéndola doblada sobre sus papeles,Juan Ponce admiró su concentración, prueba adicio-nal de un carácter que siempre tuvo por férreo. Elesfuerzo de resolver algún litigio de dineros le arruga-ba la frente, y sólo cuando tuvo a don Juan a pocospasos pareció percatarse de su presencia. Levantó lacabeza:

-¡Juan!Conmovido, Juan Ponce besó las dos manos

que se le extendían.-¡Señora!Lo hizo sentar a su lado sin dejar de mirarlo y

quiso preguntarle por las niñas Juana, María e Isabel,

69li'e 1I r U esposa, y por el niño Luis, claro, masI IIdo ntemplarlo despacio y sonreír.

M recuerdas a mi padre, siempre te lo he1'('1' '1 era una máquina de guerra, y tú eres

I e uhridor. Si yo hubiera sido hombre, yo tam-hul r a dormido con la armadura puesta.

lunn Ponce sonrió. Cuánto hubiera disfrutado111I llar hombro a hombro con Francisca. De ni-I11 t irnaba la espada y lo retaba. Luchaba bien111111 xtremado y fiereza. Se le escapaba a la

Ir :1 1 s dueñas para irse a jugar con los varones.11 .1 o asión se había fugado con ellos y habían

le I la noche en un bosque, jugando al Amadís yI 11 l'r ncisca era una Oriana sin desmayos de

1111,1 .lase, pero cuando aullaron los lobos sintió11I llurnínándose con hachones, los criados de don

Ir I 1 I 1) habían encontrado abrazados y tiritando11111,

Habrías derrotado ejércitos tú sola.Me adulas, pero me gusta. Sigue, sigue.

travesarías el campo de batalla en tu caba-le 11' • niza, que se llamaría Bradimán, y a tu paso

IlI'llli os caerían fulminados.¿No vendrías a salvarme si soy derribada?No serás derribada nunca; ¡nunca!¿Pero, y si lo soy?•ntonces cortaría cabezas y brazos; para

IIIH' "lmino hasta ti los cuerpos destrozados cae-1 e 11' miles a mi paso.

Fl'ancisca rió con ganas mientras se estrecha-manos y se miraban a los ojos.

Ah mi Doncel del Mar.Ya no tanto, Francisca, los años.IP ro si te ves mejor que nunca!al decir esto lo miraba admirada.L::l trópico te sienta bien, primo. Cuéntame

1,Ij • de exploración.

Page 34: El castillo de la memoria

70

Juan Ponce le contó de los indios y las tortu-gas y la isla de La Florida. Y adornó su historia con unrelato de cómo había atado sus marineros al mástil dela nao para que no se tiraran al mar al escuchar elcanto de las sirenas. No le contó del río de piedramusgosas y Francisca adivinó que algo le ocultaba,pero era una aristócrata de pies a cabeza y no hizopreguntas. Guardó silencio un rato y lo dejó contarlede sus pleitos con los hombres de Diego Colón.

-Debes pedirle al rey que te nombre CapitánGeneral de la isla de San Juan, para que la defiendasde los indios antropófagos de las islas más pequeñas.

-Si tú lo sugieres.-Lo aconsejo, primo, que es algo más que

una sugerencia, aunque nunca será tan fuerte como unaorden.

-¿Me das órdenes tú a mí?-Lo he hecho a menudo sin que te des cuenta.-¿Es una orden?-No, pero conviene. Es un nombramiento del

rey. Tendrás tropas y naves a tu mando. Recuerda quetener una nave significa que te puedes comunicar di-rectamente con el rey, que no estás aislado y a mer-ced de las autoridades locales. Tus enemigos nopodrán tocarte.

-¡Francisca! A mí, te confieso, me gusta dedi-carme a la agricultura. ¡Si vieras mis sembradíos deyuca, que, como te he contado, es una raíz, o tallosubterráneo, comestible y muy delicioso, que hace lasveces de pan entre las sencillas gentes de Indias!

-No puedes estar desprotegido, primo.-¡Canallas!-Ni más ni menos: Pero bueno, no dejarles

salirse con la suya, ¿eh? Hablaré con el rey.-Al llegar me recibió en seguida.-Él sabe lo que le conviene. Anota: lo qu

debes hacer es convencerlo de los peligros de esos

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, (111 I S gún me has contado asaltan y queman .1111"1 españoles.

1\$ án desesperados, Francisca, son unas gen-nucla que sólo cuentan con lanzas rudimenta-

11.1 SLI defensa.N hablas como un soldado.T digo que en el corazón soy un agricultor.

I 11 IH atrevo a decírtelo, no sea que lo tomen1111 ti .bilídad, que no lo es; es más difícil cons-

1111' 1 truir, es más importante construir que1111, Si tuviera heredades en Castilla, las tendría1I 1.1, que es un primor por muchos peones. ¡Ya

11,' vlñedos y los trigales qué hermosura!¿ uieres administrar algunas de mis tierras

rul.rlu ía?[uun Ponce sonrió agradecido, pero negó con

I 1",:1. 11I.

racías por la confianza, pero no. Ya me1 tll' nllá. Tengo mis heredades en Las Indias, mis1 Ii .rras, ganadas con mi espada. Allá se han

I Illis hijas. Allá se casarán y fundarán un pue-I 1 n toy sintiendo nostalgia por aquella isla

1111:1 ruzada de ríos caudalosos! Si vieras la fe-1111 (1' los bosques, las copas de los árboles se

hay que abrirse paso con hachas y machetesIpl 11 ue se hace la maleza. Es una tierra rica-

-stida de lujurioso verde donde vivenI I , I nudos, mientras Castilla es una tierra des-Ild,1 1 r las guerras contra los moros donde viventi. muy vestidos.

r o que ya no volverás a España.y lveré para servir a mi rey y a vos, señora,

IIIt corazón está allá.1M rtunada Leonor!

pienso, mi señora, que vuestro otro pri-1I • ," or de las villas de Villagarcía y Rota, yIJ uurrldo, es aún más afortunado en serviros.

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-Estamos viejos para estos bretes, Juan.Sonaba resignada. Mientras hablaba, a Fran-

cisca se le perdía la mirada en el patio de los jazmine-ros. Parecía indagar por el paradero de un pájaro cuyocanto se escuchaba temblar entre las florecitas blan-cas. Añadió:

-Tuve que casarme con él, Juan.-¡Claro! Era conveniente.-Sabes que las responsabilidades de mi con-

dición lo exigían.-Tu hijo heredará el título de don Rodriga;

será Duque de Arcos. De Cádiz no.-Tuve que devolverle Cádiz a la Corona; por

el comercio de Indias, por los viajes de descubrimien-to y conquista. El rey tiene muchos planes.

-Mucho te debe el rey.-Eso es lo más que conviene. ¿Vendrás a ce-

nar esta noche con nosotros? -y lo miró con ternura.Aquella hermosa señora, varonil y maternal a la vez,era un gran amor en la vida de Juan Ponce. Huboépocas, en su primera juventud, en que no podía con-cebir la vida sin ella, a quien debía tanto o más que auna madre.

-Vendré. Así saludaré a Luis. He puesto nom-bre a mi hijo por él.

-Lo sé.Juan Ponce besó las manos de Francisca yse

detuvo aún un largo rato, paseando con ella de subrazo por las galerías del palacio y por los patios yjardines donde los surtidores se unían a los pájarospara agradar el oído. Los perfumes de las flores com-petían con el aroma de los pinos y se turnaban paraseducir a los que paseaban entre ellos.

Dos días más tarde, Juan Ponce visitó a doña Josefaen los aposentos de la reina doña Juana. La encontrópoco o nada avejentada por los años y poseedora de

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juvenil y exaltado. Parecía estar un pocoamo fuera de este mundo y muy en el inte-

I I dl' lla misma, detalle que Juan Ponce había ob-1 .ulo n las mujeres de espíritu delicado cuando se10111 lorzadas a vivir entre rudos guerreros. Pero doña

-1.1 1 Estela y Salvaleón poseía una gracia espe-111, -ía todo tan claro y de inmediato, que sus pala-I 1 11' aban para quedarse. Se instalaban en el

1 111 ( de quien la escuchaba para nunca irse de allí.• I . 1I xaltación nerviosa sólo estaba atenta a las

111LIs de su hijo.-Dígame usted, donjuan, cómo está mi Lope.

nu-m usted de su valor y de su arrojo, de su des-.1 l'1 las armas.

-Su hijo es un valiente, señora.-¿Y come bien? ¡Con qué de porquerías ten-

I '111' mantenerse, uando acá, en Villalba, yo hacía1111 '11\'11" con almendras y yerbas aromáticas a las ea-

1111' reservaban para la leche y el queso de Lope!-Come lo que cualquiera, señora. Es un ha m-

('1\ illo, leal, amado por todos, ¡hasta por mis1111 )s!

-¡Oh!, es cierto. ¡Qué desconcierto, donjuan!lit, )f ndido?

-De ninguna manera. Aprecio tanto a Lopeh I h • invitado a que visite a mi familia en Caparra.

¿Por qué no os acompañó en el viaje de ex-I 11 ¡ )1 ? Me escribió que vos lo invitasteis.

Ignoro sus razones. No se las he exigido.Me impresiona usted, don Juan.

S, habían sentado en unas sillas, cubiertas de(' I 1'1' nte a un ajimez. A través de los arcos, y111.1 ti los jardines del Alcázar, se veía la torre deI -dra!.

1 ro cuénteme de su aspecto, él siempre es-1 1 que stá bien para no darme pena y no será

1111101·;10 ero.

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74-Es un mozo muy honrado. Mis hijas lo pro-

curan mucho, pues les agrada, aparte de sus dotescomo soldado y caballero, la dulzura de sus maneras.

-¿No ha estado postrado por alguna fiebre deltrópico?

-No que yo sepa, pero puede ser. Hay mos-quitos; son nubes, olas, tormentas de ellos; y hayarañas venenosas, hormigas gigantes, alacranes yes-corpiones ...

- ¡No siga su merced! ¡Con sólo el pensamien-to se me eriza la piel! Aunque Lope es invulnerable,mi corazón de madre se acongoja.

-Doña Josefa, su hijo es un joven saludable ybien veo que debe a su madre la hermosura y la gra-cia con que lo ha dotado la naturaleza.

-Es muy gentil nuestro paladín de Indias. Ylisto. Parecería que frecuenta la Corte, pues sus hala-gos así lo indicarían.

-Señora, humildemente me postro a los piesde su ingenio preclaro. Bien veo que no me equivo-caba al favorecer a Lope.

-No me lo retenga en Indias, don Juan, se losuplico. Piense que acá le espera un matrimonio ven-tajoso y un futuro más holgado.

-Él deberá decidir, señora. Pero hombrescomo él son precisamente los que yo necesito parafundar un pueblo.

-Con gente que acá no tiene nada, que sonlos más, le basta y le sobra. Interceda con Lope paraque vuelva.

-No le prometo nada. Yo no mando en él.-Lo aprecia mucho.-Más aún la aprecia él a usted, a quien sos-

pecho ama sobre todas las cosas.-¡Bueno! Dígale que pienso en él cada ins-

tante que sigo viviendo. ¿Se acordará?Don Juan asintió.

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-¡No se lo lleve a matar indios! ¡Déjelo tran-1111\ ) con su oro y sus yucas en ese pueblo que ha

111 lado, que así no correrá tanto peligro de ser,Il'l ado por un salvaje!

-Si no castigamos a los indios, asolarán nues-I ), s mbradíos y robarán nuestro ganado.

-Ya me han informado que usted será nom-1 1,ld Capitán General de la isla de San Juan. Para

\111' .astigue a los indios por sus fechorías.-A mí aún no me han informado.-Ya ve cómo es la Corte. Las palabras de peso

111 I r cedidas por habladurías.-Los reyes se rodean de bufones.Doña Josefa rió con la ocurrencia, pero no miró

[u.m Ponce. Parecía reírse consigo misma.-¡Así es! ¿Cuándo regresará a Las Indias?-En algunas emanas será, cuando reciba

\C'I-y su nombramiento.-Será.-A víseme antes de partir para enviar cartas a

11 1'( ,y vituallas decentes, para que añore a Villalba, ' 1" e, que a los hombres se les gana por el estó-1 el,

Don Juan no pudo más y las palabras le salie-in proponérselo.

-Allá él es primero, señora, es fundador de1111 Il' Y de pueblos, un privilegio que a pocos hom-

I -s es otorgado y que le redundará en gloria y1I I tira la posteridad. Acá tiene un hermano mayor.

-Lo sé, donjuan. Es lo que mi corazón adivi-111 (1 1 salga una palabra de la boca de Lope.

1\ taba seria ahora. Ella, que veía a través del\ 1', > taba viendo en el libro de los años cosasnI' .ntendía.

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Donjuan Ponce de León recibió de manos del rey donFernando el título de Adelantado de La Florida y elcargo de Capitán General de la isla de San Juan, y pusoel rey a su disposición cinco naves a modo de Armadao flota, para que con ellas persiguiera a los indios fu-gitivos por aquellos mares e islas, y dándoles caza ensus guaridas en las islas más pequeñas, terminar con susvidas o esclavizarlos de manera que sus actos no cau-saran más daño a las propiedades de la Corona espa-ñola, ni ofrecieran riesgo de vidas de cristianos. Asíprovisto, don Juan regresaba a la isla cargado de ho-nores y privilegios. Grande era la alegría que iba arecibir su familia y en especial sus hijas, pues ahorapodría casarlas bien sin temor a que su mala situaciónlo impidiera. Ya ansiaba regresar a los brazos de doñaLeonor. Era cierto que amaba a su prima Francisca;habían disfrutado tardes maravillosas en los patios delpalacio y en los paseos por el campo. Habían viajadoa uno de los castillos de la familia y su primo Luis fuetodo gentilezas para con él. Una noche en el Alcázarel rey había celebrado un banquete y se habían en-cendido los candelabros del Salón de los Embajadorespara albergar a los comensales. Músicos italianos ale-graron la Corte con sus aires elegantes. Había bailadocon Francisca y con la reina doña Germana, quien erauna joven hermosa cuyas gracias lo llenaron de bien-estar. Pero ya no se encontraba completamente cómo-do en la Corte. La larga estadía en Las Indias lo habíacambiado. Había una suavidad de maneras en las islasque ya eran suyas también; otros ritmos lo movían.Cuando la nave capitana donde viajaba don Juan ibabajando por el Guadalquivir e iba dejando atrás loscastillos y los viñedos y los trigales de la onduladasuperficie andaluza, a don Juan el corazón le dabasaltos como si fuera un niño que monta su caballo porprimera vez. Sus adoradas hijas le echarían los brazosalrededor del cuello y le darían grandes besos, pues

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11 11 uy dulzonas; y su hijo Luis también, cuandoI -ra a casa desde La Española, donde estudiaba conhu 'nos frailes. Y Leonor, su Leonor, ganas de des-

Iltla de sus modestos vestidos era lo que tenía, ga-II ' deslumbrarse con la blancura de sus pechoslo jue tenía. Las naves bajaban con la corriente ynmpesínos corrían por las riberas para verlos pa-

1 Hn uno de los pueblos se celebraba una romería,1 l. músicos se desplazaron hasta la orilla para can-1I o, ndíós. Algunos gritan que tienen parientes en La1 .11\ la. Les mandan saludos. Tras la nave capitana,

1I 111I ' Juan Ponce llamó Florida, viene la nao de suIIII1I ' lad, la Consolación, y otras cuatro provistas porI le' , todas bien abastecidas de armas, hombres yIIlIu'nl s.

n la desembocadura del Guadalquivir se ha\l1I1! I mucha gente p~ra despedirlos y desearles una

lO, rn libre de peligros. Don Juan mira a sus horn-Al unos que habían venido con él en la Conso-

I 111 v lvían a Indias. Otros no. Antón de Alaminos,1 'Ivmplo, expresó su deseo de reg~esar a su ald~a

1(' '1día en que llegaron a aquella isla donde fluíalm.mantíal del Diablo, como decía el propio Antón.

turia entre los suyos haría rato, sentado junto a laIIIl'I1 a de su casa en Valcarlos, contándole a los al-IIIOS obre sus aventuras. Le añadiría algunos dra-1\' I fieras fauces y sirenas de grandes pechos y

e 111 ,. rosados, historias de ciudades con torres de1 Y, bre todo, contaría cómo había visto al mis-"\lO Diablo aquel día en aquella isla, sus ojos de

1. ardientes brillando entre las ramas del follaje..1 los ojos redondos y rojos, aseguraba, y como su

I 1':1 V rde se escondía fácilmente en los bosquesIl Ilns. El rabo también era verde, continuaba, y

I III muchas las discusiones con el cura que pre-luron los amaneceres de Valcarlos, que si el rabo

I 1011 I era peludo o pelado como los rabos de las

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ratas, que si la punta era roja o negra o si tenía unaguijón, como los escorpiones. Las arañas del trópicoeran animales del Maligno, aseguraba el piloto, puessu picada envenenaba la sangre como el pecado en-venena el alma. Pero Pedro Bello, el maestre de laConsolación, regresaba con Juan Ponce y también re-gresaban Diego Bermúdez y Lorenzo Ramón, exper-tos navegantes que iba a necesitar para el manejo desus barcos en la empresa de pacificar a los indios delas islas pequeñas.

Ya antes de llegar a la desembocadura del Gua-dalquivir habían comenzado a sentir la brisa del océa-no, y cuando las quillas se hundieron en la mar saladadejando atrás el veril salobre, las velas ya se hinchansatisfechas y las naos enfilan en dirección suroeste.Atrás quedaba el mundo conocido, la patria, los ci-mientos, pero lo raro era, para Juan Ponce, que regre-saba a lo nuevo y desconocido como quien vuelve acasa, porque volvía a los brazos de su mujer e hijos ya su cama ancha en su casa de piedra, pero tambiénvolvía al futuro, a lo que iba a construir. En el reino dela memoria, pensó, el futuro es mucho más que unespejismo; si no fuera una certidumbre no nos esfor-zaríamos tanto por construirlo.

Fue una travesía feliz. Los fuertes vientos lesfueron propicios y las seis naves enfilaron sus proaspara entrar por la boca de la bahía de Sant Joan tansólo un mes después de haber salido de Sevilla. Eranlas diez de la mañana y el sol ascendía, imperturbable,por un cielo sin nubes. En el muelle los esperaban ungrupo de personas, entre ellos un conglomerado deparasoles donde don Juan, desde que adivinó a suLeonor, no tuvo ojos ni cabeza para otra cosa queaquella comba de volantes blancos. Ya al chocar losmaderos de la nao y el muelle estaba como hechizadocon la sonrisa de Leonor, y cuando bajaron la escalerillafue el primero en descender a tierra y abrazar a su

79I usa, que se sentía en el séptimo cielo al ver llegarI Infante a su Juan, acompañado de naves de guerraI e IInl res a su mando, prueba fehaciente del favor de

n-y s. Quiso hacerle preguntas, pero él sólo laII.IZH a fuertemente, como para asegurarse de que1 I 1'1121.. Al cabo, y con rertuencia, tuvo que soltarla,11' la niñas le reclamaban abrazos.

Tan pronto hubo dado órdenes para alojar la"pa, dirigió al hogar apresuradamente y se ence-I on la alcoba con Leonor, solos bajo el dosel de

11\ .lll" solos para poderla desvestir, al principio con1I .1 I rque moría por su carne abierta, mas luego

pa .íro, besándola con una devoción que la hizo1I '1)1 cer en lo más íntimo. Nunca esperó, ni siquie-

e II ,ser amada así, ser deseada así en sus años deilur z. El placer la invadía y la inundaba de talIn -ra, que creyó e'íi.loquecer. Durante varios díasI .di ron de la alcoba. Sólo abrían la puerta paraIhil' bandejas de comida y devolverlas vacías, y

11".lIn nte cuando escuchó el llanto de sus hijas doña\11 H)I· pareció volver a la realidad e insistió en queI 1;1n verlas. Don Juan ni las oía, sólo quería escu-

lila L onor; le pedía que cantara como las sirenasI -ntra la recostaba desnuda sobre la alfombra y le

'Cllvía las piernas con un mantón rojo que le habíauuprado en Sevilla. Entonces le pedía que le besaraI 111,11 ,que le besara la espalda y el miembro varo-I Lv p día que lo dejara penetrarla, le pedía que se

.11 a al principio, que se hiciera la esquiva; a veces1.1 qu le pusiera resistencia física porque esas eranIq-\h del juego del amor, que a menudo más pa-I U rra que juego. Una semana después, donjuanno quería que Leonor saliera a ver a las niñas.di uando notó el cansancio de Leonor, que ya

I () lía más con su cuerpo. Le dolían todos los hue-I 1('1 í ojeras y se quedaba dormida masticandop • 1. zos de yuca, las coles y los jamones de las

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bandejas; él tenía que cargarla hasta las ya no tan lim-pias sábanas de holanda. Entonces se preocupó y lavistió con ropas recién planchadas y la dejó dormirsin importunarla sexualmente; y veló por su sueñocomo si fuera el mismo santo grial lo que guardaba.

, (1m Miguel Díaz de Aux fueron a recibir a dontI Colón, quien llegó a San Germán en dos naves

11.1 I pa. Tiraron ancla en la dulce bahía abierta,I hilo I 1Almirante venía al frente de sus hombres111 111 ,¡ ra su padre; sólo que vestido con más lujo.

'l'y. n tierra lo condujeron a la casa de piedra,I\Ii la para él, y desde el balcón en la planta alta

, -mpló el valle, las crianzas de animales, las minas, -rnbrados. A su lado Miguel Díaz de Aux le

11uba cómo trazaron la calle y cuáles vecinos vi-lónde y a qué se dedicaban. Justo frente a ellos

I ,1 la iglesia, de madera todavía y en medio deI I"y' in empedrar. La tierra apisonada solía con-

111. l' in un lodazal cuando llovía.-Debe empedrarla cuanto antes.I n Diego hablaba en voz baja, sin emoción.

11\('" añadió, en tono amable:-Muéstreme usted los libros de las minas.Miguel Díaz de Aux obedeció. En el salón de

1 ,1 I piedra extendieron los libros sobre la mesa1 urn 'dar. Daban cuenta del dinero gastado y del

1 • , ) zído. También registraban las cosechas y los1111 -ntos del ganado vacuno, porcino y caballar.

,111<-1 labros estuvieron encendidos hasta avanza-11 no 'he; Diego Colón revisaba cuidadosamente la1.lhlli lad de sus heredades.

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Serían alrededor de las siete de la mañanacuando escuchó los primeros disparos. Iba al balcónpara ver qué sucedía cuando un criado penetró en lahabitación y gritó:

-¡Los indios, son los indios y nos matarán atodos!

Sintió pánico. El criado, que era negro, conti-nuó diciendo que venían de otras islas en sus canoas;habían desembarcado durante la noche y se escon-dieron en el bosque hasta que amaneció. Entoncesentraron en San Germán dando gritos y flechandoindiscriminadamente a hombres, mujeres y niños. Conhachas encendidos se dirigieron a los bohíos y a lasestructuras de madera de los españoles. Ya la iglesiaarde cuando Miguel Díaz de Aux, acompañado dehombres armados, llega hasta la habitación de donDiego. Lo rodean como un escudo humano y así, congran peligro de sus vidas, bajan a la calle, donde de-rriban a varios indios semidesnudos que se les tiranencima con rabia desusada. Poco a poco se abren pasoa mojicones, a fuerza de sudor y sangre pegada a lasparedes, entre las llamas y los gritos. Se deslizan pordetrás del huerto y se adentran en los cultivos, aleján-dose de la villa hasta esconderse en el bosque al piede la cordillera. Mientras, los otros españoles batallancontra flechas y dardos envenenados. En su modestacasa de madera, Lope lucha por defender su propie-dad. Como el balcón de la casa arde, intenta tirar tie-rra a las llamas y grita a la criada que busque agua.Pero la criada india, que es esclava, se ha escondidoentre los matorrales al borde de la villa. Se fugará conlos asaltantes si logra convencerlos de que se la lle-ven. Lope va a buscar agua él mismo y una flecha leroza un brazo. Se agacha y empuña la espada; olvida-do de su casa y sus cultivos, se lanza en medio de losasaltantes dando golpes fuertes a lado y lado. Ante suembate los indios retroceden. Lope grita a los vecinos

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, unan a él. Ya los indios han quemado casi toda111.1 y han cargado sus canoas con comida; se hanI I() rmas, pollos, cerdos y hasta una jaula con unl· anarios que un vecino de Lope había traído

1 puna. Al ver cómo los españoles se reorganizan,IlId¡ corren a sus canoas y se alejan con sorpren-lit' v locidad. Así como llegan, se van, pero la villa

I '11 ruinas. De la iglesia sólo quedan maderos hu-1111' Y la cruz de plata que había sobre el altar

vntre los escombros.Lope y los vecinos se sientan a tomar aliento;

1I110S e acuestan bocarriba, cara al sol, y se hechan11 el 1 agua por la cabeza. Los indios encomenda-

,qLI habían huido despavoridos, comienzan aI • 'n r. Lope y los vecinos se miran desalentados.

-y ahora qué, Lope.Es Diego Ramír z, un vecino que ha laborado

1) :1 Lope en el trazado de las calles y la ubicación11. viviendas. Es extremeño y acostumbrado a la ad-

klad y nunca parece sucumbir al cansancio.I .SLI pira, pero no vacila en decir, con determina-11'

-Pues ahora, ¡a volver a empezar; vamos!Ya estaban comenzando la limpieza cuando

111'1 Díaz de Aux y sus hombres regresaron, toda-11) I ando a don Diego a manera de escudo.

-¡Carajo!Miguel Díaz de Aux estaba furioso. El trabajo

III.IS de un año destruido en un dos por tres. Era unlIt' muy duro para él. Al ver los destrozos, don

() I alideció.-¿Y las naves de mi propiedad, sufrieron al-

daño?Era evidente que no se sentía bien. Las naves,

111 '1' n, levaron anclas y se alejaron mar afuera111110 avistaron los incendios. Se maliciaron algunaIIIp:\ y quisieron poner a salvo la propiedad de su

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84señor, dijo alguien que intentaba despejar el caminopara que don Diego pasara. Ahora las naves regresa-ban, se veían las velas, como montañas de nube, acer-carse a la costa. Al verlas, don Diego tomó la prudentedecisión de partir de inmediato hacia Caparra.Ya pen-saría cómo castigar a los hombres a bordo por sucobardía.

Lope vio cómo las naves se alejaban y se sintiómuy solo. Llamó aparte a Miguel Díaz de Aux y le dijo:

-En el futuro, todas las iglesias de la villa deSan Germán deberán ser blancas como si fueran enca-ladas en la mismísima Andalucía. Los hospitales, sipodemos construirlos algún día, lo cual conviene por-que son para el cuerpo lo que la iglesia es para elalma, deberán ser azules como las playas del sur deesta isla, cuando haya las pinturas para pintarlos. Cadavez que nos destruyan la villa sabremos el color qutendrá la iglesia y el color que tendrán los hospitales.y sabremos exactamente cómo reconstruirla, una igle-sia y enfrente la casa de gobierno, y entre ambas unaplaza.

-Tenemos que traer negros, Lope.Miguel Díaz de Aux se mostraba preocupado.

Lope tuvo que estar de acuerdo.-Sí que son flojos estos indios.-Pelean porque ésta era su tierra.-Se van a morir todos, por cabrones. ¡Por

tercos!-Negros, Lope. Son fuertes. Trabajan duro. Y

ésta no es la tierra de sus antepasados.Lope recordó aquel día remoto en que, casi

niño todavía, avistó por primera vez esta costa. Y r -cardó que don Cristóbal había estado enfermo conunas fiebres. Lo había curado un marinero negro 'timoler ciertas yerbas en un mortero y dárselas de b -ber. Eran conocimientos antiguos de su gente, habíadicho el negro.

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-Negros, sí. Sin negros no se puede -dijopentinamente convencido.

***

olv mas a poner a la villa en pie con mucho es-11,( > Y sudando la gota gorda, cuando recibo unas

11 l. I mi madre. Las ha enviado por medio de JuanIlIt', A los funcionarios de San Germán también nos1111('"n del nombramiento de don Juan como Capi-(.('n ral de las islas y a cargo de varias naves con1(" I ctivas tripulaciones. Don Miguel parece con-

11011'1' " pero debe disimular ante mí. Yo me alegroh ho y no disimulo ante don Miguel.

-Iré a Caparra a ver a don Juan Ponce.A í digo Y el funcionario de Diego Colón no se

(O a contrariarme i a negarme licencia.Había enviado noticias de mi visita, pero no

'1.11 este recibimiento. Al bajar del caballo veo>I().') brillantes de las niñas entre los balaústres dei-ntanas que abren al jardín. Un esclavo negro

h.t o pasar a la galería interior, que es en forma11' y con techo de tejas. Allí, rodeado de verdísi-I luntas y de su adorada familia, está donjuan. Al

1 u- s levanta y viene hasta mí. Nos abrazamos.lo a¡ recio verdadero por este hombre. No se da

'Il ido. Además, luce mejor que nunca, hasta se[uv necido.

-Le han venido bien esos meses en España,

-¿Ah? Sí, sí, claro.-Lo felicito por su nombramiento. Debe dar-

In hu n escarmiento a esos indios. Ya sabe ustedtucaron a San Germán cuando don Diego estaba

lila.Ya lo sé. Es lamentable. ¡Buen susto que se

I 111 I iego! Salgo pronto en una expedición a las

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86islas, para dar caza a los bandidos que saquean nues-tros poblados. Venga, venga por aquí.

Don Juan me toma del brazo con afecto y m 'conduce hasta donde está sentada doña Leonor. E,'una mujer hermosa y las canas entremezcladas a supelo negrísimo le otorgan cierto aire de fragilidad. ESLmás delgada y sonríe con cansancio. Beso su manoextendida y ella me regala su dulce voz:

-Qué alegría verlo, don Lope. Aquí mis hija:deseaban volviera a visitamos.

Son preciosas. Me deleita mirarlas. Son tan lindas que cuando sonríen se me eriza la piel. Beso 1(1mano de Juana y me mira frente a frente. Es algo voluntariosa y se le nota en la sonrisa que posee un corazón inclinado a la bondad. Me han informado qu 'un caballero de nombre García Troche ha solicitad:su mano. Pero por la manera en que me mira, nadie 11

dirí~. No se ha decidido por ser aún muy joven, pero,¡que encantol, estas niñas son agraciadas en extrem )

, . '¡como me miran' Me siento devorado por tres pares l'ojos y me gustan las tres, ¡qué bien me siento! Deb 'ser verdad lo que dicen, que el hombre sin mujer ..como un árbol sin sol; crece sin brío, endeble de espíritu; si de sólo mirarlas siento la sangre que me subme baja, cállate corazón, las mujeres deveras hac '11

falta, y no sólo para la cama, que ésas se consigu '11

fácilmente; hacen falta para sentir su respiración dulce, para sentirme envuelto en la presencia que ella:convocan. Creo que en las mujeres Dios se esmer "Miro a Isabel, la miro porque he sentido que me dev:ra con los ojos. Es la más joven y, tal vez por eso, Inmás coqueta. Abre y cierra las pestañas al hablar; ea 11vez que los abre sus ojos verdes me fulminan. María,la del medio, es la más callada. A veces si la miro 1'1, ,sorprendo distraída. Su pensamiento parece estar '11

otra parte. De vez en cuando se detiene a mirar al padry lo contempla con embeleso. Bien se ve que e 11

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I • 111 'una, pero él parece favorecer a Juana porI '1' fu rte y varonil. A mi madre le gustaría Isa-I 1-spí rta y chispeante, creo que sí. Pero unoubv, on lo extraña que es mi madre a veces,

111 Inri que inventa! A mí, mientras más las miro11, • ucho hablar, más me gustan. ¡Caramba1 l.u: mucho estas mujercitas! Forman como unliando converso aparte con donjuan de asun-II1 i rno, bien se ve que disfrutan juntas, casi

11 (' mplices contra el padre y a la madre la1 '1) n uñas y dientes. A mí, después de pen-

111 I o, creo que la que me gusta es María. Sí,1111' , I, qué linda frente tiene, qué piel tan blanca.I ' \1, u blusa de encaje imagino unos pechos

liS; 1 suben y le bajan al respirar; y tiene un1.11' r , elegante, y una manera de sonreír que

I -hut el sosiego. ¡Santo Dios! María, mírame.p ir favor, no bajes los ojos. Sonríe. Debo ha-listado con mi inesperada pasión, pues no me

1 -". haberse dado cuenta de lo que siento. ¿YIlIO? Ay, madre, si no estuvieras tan lejos te pre-1qLI' es esto. Madre amada, ni en medio de la

\II'm batalla me había sentido tan asustado. En11110 I Villalba sentirás, no lo dudo, mi agita-

,Idr " si conoces que no conozco el miedo, ¿quélila ando? Sé que ahora estarás dando vueltas

uma. No podrás conciliar el sueño. Creo que11I ' d spido. He extendido mi visita demasiadoI L' nor se ve verdaderamente cansada. Don

11 - LI nta que estás espléndida, madre, y meI que ya sé, que quieres que regrese a Villalba.

1 '1 no parece convencido, cumple con decir-NI) 11 dice lo que tú me dices en las cartas, que

asado con la joven De Castro. ¡Ay,madre,se ve María! Ahora, al despedirse, me ha

,1 I( ojos Y su mirada es tan dulce que me hanIII:IS de llorar. Me despido de las tres hermosas

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hijas de don Juan y de doña Leonor; todos me pid nque vuelva mañana, en especial don Juan. Tiene qu 'haber notado mi turbación y no se enoja. Por lo tant ,no ve con malos ojos mi interés en sus hijas. Como smuy zorro en asuntos de amores, debe haber calcula-do que me gustarían sus hijas. Pero todo dentro d Irespeto más absoluto. Bien se sabe que donjuan velapor el honor de sus hijas más que por su propia vida,Es un hombre con un orgullo no exento de modestia,Eso le ha valido mucho en su trato con el rey dorFernando, quien lo quiere de aliado. No lo quiere deenemigo. No debo olvidar ese detalle.

Cuídate las espaldas, dice mi madre. Me lo r •pite en las cartas. Debo ir a verla pronto pues hac 'cinco años que no nos vemos y mis trabajos en estosaños han sido muchos. El sol del trópico me ha curtí-do la piel y las guerras me han endurecido el corazón.Me siento fuerte y no dudo poder hacer lo que quiera.y lo que yo quiero, debo decírselo a mi madre perso-nalmente, es construir un pueblo. Debo decírselo caraa cara para que me entienda. Para que me crea. Si no,va a seguir creyendo que yo sólo puedo pensar lo quella cree que yo pienso. Quiero fundar una ciudad.Así el mundo se parecerá a mí. Al menos se pareceráa mi sueño. Me siento cómodo en San Germán, a pe-sar del calor y los mosquitos y los indios que incen-dian y echan a perder nuestro esfuerzo. Aunque no esen vano, pues ya hemos reconstruido la villa y lo pri-mero que vaya hacer cuando regrese va a ser encalarla iglesia. Será blanca como las iglesias de Andalucía,porque el blanco es la suma de todos los colores comDios es la suma de todas las cosas. Por eso la casade Dios tiene que ser blanca. Los moros sabían eso.

Llevo una semana visitando diariamente la casa dJuan Ponce, y ya las niñas me reciben como a un

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I ' la familia. Mañana don Juan partirá haciaI "l ñas que sirven de guarida a estos in-

111 ';, I res de haciendas. Dicen que cuando111 -spañoles los torturan y los asan para

le 1, , ElDiablo anda suelto por estas islas, debo1 Illi alma. Don Juan me ha encargado que

1 I1 f milia en su ausencia, lo cual me com-I I u-manera, pero debo regresar a San Germán

.Ihall s que he comprado, ayer llegó el bar-"di~ on la media docena de yeguas queb.1 I ara comenzar la crianza. Vaya criar ea-

I I.iza andaluza para venderlos a la Corona,1 11111izados en las guerras de conquista de la

IIIIIIC', demás de vacas, tendré caballos. LasI 111' no van a durar mucho. He sacado buenh I ti -Ilas, pero los indios se mueren de catarroI 1 '/,:1; reo qu es más de lo último. TodavíaI IIIl indios de la encomienda y he compra-11' r que me han parecido fuertes en extre-

arán de los caballos; creo que para eseC 111 V elentes. Estos negros los trajeron unos

11111 's italianos que los habían comprado enI y,l hacía tiempo que había pedido algunosdl' Miguel Díaz deAux y don Diego. Hacen

111111' 'S fuertes para trabajar estas tierras, y los1.111 acostumbrados al calor.C'I' me atreví a escribir a María. Eran sólo

1. li iéndole que ella era la luz del mundo.Il mi ojos. Quise escribirle versos como los

IIlI> P trarca, pero el ingenio no me da paralIe I 1 .nía su libro conmigo para poder copiar

1'111 nces me vino a la mente el romance de111, q 1 de niño mi madre cantaba sentadaI '1 l na de la torre del castillo de Villalba.I ,1' mpañándose del laúd y yo me aprendí

1 ,1 ti 1 unos versos por haberlos escuchado111,1 Ir tenía una voz que me ponía a soñar,

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90y cuando ella cantaba el romance de Gerineldo a ~íme parecía que veía al paje en el jardín, me parecíaque oía a la princesa decirle al paje: Gerineldo,Gerineldo, paje del rey más querido, quién te tuvieraesta noche en mi jardín florecido. Esa copla siempr 'la he sabido de memoria y era de lo único que macordaba, pero no me pareció apropiado porque laprincesa es una mora y el paje un cristiano, .aunqutiene final feliz porque ella se escapa con Genneldo yse bautiza en la fe cristiana, pero no era apropiadpara María. Es curioso cómo cuando nos enamoran: stodos somos poetas. Pero es que entonces necesita-mos palabras para ordenar lo que estamos sintien-do, y las palabras se vuelven algo muy impo~tant ,No sé por qué me acuerdo del romance de Gerineldrmás que de ningún otro. Es muy excitante el que e:blo meta en su cama a escondidas del padre. ¡ManalElla no se atrevería nunca. Ha sido educada como cristiana vieja y el honor de su casa es lo más important "¡Cómo me gustaría meterme en su cama a escondidaslJuan Ponce nunca me perdonaría, ni yo me perdona-ría una traición así, pero puedo soñar, fantasear qu 'la abrazo desnuda entre las sábanas. El Diablo s 'me mete por dentro, debe estar dentro de mí cuando me atrevo a estas fantasías. ¡Vade retro/Hay qu 'estar pendiente porque cuando menos lo pensamos,el Maligno se apodera de nuestra alma. ¡Santo Di siMe persigno varias veces. María adorada, perdónam "Eres la más pura de las mujeres y te he ofendido e 11

el pensamiento. Mi madre, si logra adivinar lo que 1estado pensando, va ha sentirse avergonzada de n ,Me siento abrumado de vergüenza. No sé cómo vOY'1mirar a María hoy.

Pero la miro. Entro a la casa como todos 1días y saludo como todos los días. Me reciben con ,1cariño de siempre. María me mira a los ojos com I

nunca antes y no parece enojada por el atrevimienl I

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il curta. Por su mirada sé que la ha recibido. LesItlV v laré por ellas mientras Juan Ponce esté en

111 d ' matar a los indios que se comen a los espa-Las v o temblar atemorizadas pues temen por

hv, p ro él las tranquiliza con la seguridad de su, 11' an Germán la semana próxima a atender, le 11 i dades, pero luego vaya volver a asegurar-Itll' t do marcha bien. Ellas me miran agradeci-I nton es digo:

uando regrese a San Germán, lo primero11.11' rá encalar la iglesia.

María me mira y dice, muy seria:Las iglesias blancas son las más lindas.

N lo puedo creer. A veces pienso que la heI(1 toda la vida. Doña Leonor me mira con

hl I ~ariño y se lo agradezco. He sido acogido en"\lllilia como si f era un hijo de la casa. Me pre-

" 1 d iña Leonor. Se ve cada día más cansada. AI dv s r tan animosa, su corazón es débil. Ayer alI una escaleras le faltaba el aliento y tuvo que11 l', ijo que le dolía el pecho. Debe reposar. YoI 1I1i vida por estas mujeres. Deveras lo digo.I ti ,IS sté en San Germán, García Troche velará

II,IH. Ya lo hemos hablado.

***

1 suponer que el exterminio de la población1 I1 'vado a cabo en La Española, a fuerza de ca-

I 1,1,'; Yotras carnicerías, donde ensartaban al queI k-ra frente con saña y alevosía sin igual, iba a

,1 ·f cto de cortar de cuajo la procedencia deI IZOS trabajadores. Sabido es que algunos pobla-" I1, nas cometieron suicidio en masa antes que

1"' ufrir la humillación y el sufrimiento de tra-, .\I'a los europeos. Varios cronistas han narrado

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----------------~~ ••••jí-

92cómo los españoles encontraron aldeas donde hom-bres, mujeres y niños yacían boquiabajo, esparcidosen el polvo y los sembrados luego de haberse enve-nenado todos por común acuerdo. Por esta razón, lasminas de La Española, y los cultivos también, estabannecesitados de brazos. De modo que mientras en Se-villa, y por decreto del rey Fernando, se barajeabanlos dimes y diretes de organizar una armada al mandode Juan Ponce, en La Española, sin autorización real,se lanzaron al mar otras tres armadas. Diego Colónobedecía al instinto feudal de proteger sus tierrasheredado de sus antepasados por línea materna, ins-tinto doblemente reforzado por su nobilísima esposadoña María de Toledo. Según el acuerdo de los capi-tanes con don Diego, con el importe de la venta dlos cautivos que tomaran se cubrían los gastos de lasarmadas. Los participantes también recibían un porciento de las ventas. Anticipándose a don Juan, y conla excusa de castigar el asalto y saqueo de San Ger-mán, las armadas bajaron a Guadalupe y Martinica.Así fue cómo cuando don Juan Ponce salió haciaGuadalupe con su armada, más que un benefactor dlos pueblos españoles, fue visto por muchos de éstoscomo un competidor. Y uno con la anuencia del rey,lo cual movía a envidia a los más codiciosos, que eranmuchos.

No consta en documento alguno el número dhombres con que contó Juan Ponce en esta expedi-ción contra los indios antropófagos, dado que los in-cendios, las polillas, los comejenes y las cucarachashan devorado esos papeles y otros muchos igualmen-te valiosos. En el Archivo de Indias sólo se ha encon-trado un legajo donde se enumeran los armament S

de que dispusieron, los cuales se resumen así: S ísarcabuces para el campo, que con sus moldes y cu-charas de cobre para hacer pelotas pesaron once arr -bas, y dos quintales de pólvora de espingardas. Para

93Iklla carabelas: cuatro quintales y nueve libras

I ilvora, cincuenta ballestas con sus gafas, trescien-I 111 de hilo para cuerdas de dichas ballestas,

I l. rvír también en la guerra; ciento noventa y seis'Ilas de saetas y trescientas cincuenta docenas de

111111 de saetas; diez docenas de lanzas de jinetaslut \ docenas de dardos para las dichas carabelas;h'l t s tablanchinas de drago, guarnecidas en

tI) , n sus manijas de cordeles y cojines; dos quin-.uatro libras de plomo para pelotas de los di-

.rr .abuces y más trescientos. Allende de los dosI 11Ill'1 de metal con sus carretones y treinta remos

Ildt·s que restaron de la armada de Tierra-Firme ep .tos con sus armaduras de cabeza, e barvotes,

11.1 Iracos e seis espingardas de hierro con susulor s.

Los bastímentos entregados a la armada de11 p( nce se enumeran de la siguiente forma: Ocho-flto.' noventa y dos quintales de harina de trigo,

11'1' ba y ocho libras de bizcocho para proveimien-I t In armada; cien pipas de vino con tres mil arro-tlt· vino; cuatrocientas docenas de pargos: doce

l. I sardinas; setenta y dos fanegas de garban-, . vis cahices de haba nueva; trescientas arrobasII't'l!' ; trescientas nueve arrobas de vinagre; cien-

Int ristras de ajos de los nuevos. Entre las herra-111.1,"; y menaje, llevaban dos chinchorro s para pescar.

í provisto para que sus hombres no pade-I 111 hambre, pero sin cirujano y con poca gente de11, Juan Ponce se echó a la mar nuevamente, conI . t' de obedecer a su rey y acabar de una vez yIII,h con los devoradores de hombres y con elIlvo práctico de capturar indios. Poco le avenía aI ()II. e el oficio esclavista, a pesar de haberlo prac-

I I ' nsistentemente en Las Indias como parte delh.Il· .r civilizador. También lo consideraba parte

I I·h 'r cristiano, ya que aunque luego los ataran al

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cepo, les hacían el favor de bautizarlos y así salvabansus almas del infierno, que es la oscuridad y el sufri-miento para toda la eternidad. Don Juan reflexionabasobre éstas y otras muchas rarezas mientras se acoda-ba en la baranda de la nao La Florida, mirando cómse perdía en el horizonte la silueta de su isla de SanLJoan. Ánimo de combatir no tenía. Tampoco tenía mi -do. Sentía, eso sí, una indiferencia dolorosa. Le im-portaba poco la expedición. Lo que le importaba eraLeonor, cuya salud empeoraba. Estaba cansado y t •nía ganas de dormir varios años, 50, 100 tal vez, ydespertar a un mundo nuevo que tuviera que volver acomenzar a conocer. Ya sabía demasiado y todo kque veía y escuchaba le parecía haberlo escuchadoantes. Sólo que entonces, al despertar, ya habríanmuerto sus seres queridos. Por eso no quería dormir',no quería pegar un ojo. Quería estar despierto junto (1

Leonor cada minuto y ahora no lo estaba por causa el•los malditos indios que incendiaron Caparra y SanGermán. Esta expedición era como si soñara; no r'uél quien daba órdenes, quien velaba las velas. Era otroel que asumía el mando mientras él dormía. No pod udespertar, como si toda una parte de su alma estuvi .ra sumida en un pantano. Lo que tenía que hacer l' 1llevar a Leonor a la isla encantada y darle a beber el .,agua que nos libera de la muerte antes de que la I •lona la raptara. Había pensado muchas veces en hacerlo. Aunque no estaba seguro de poder volver a 11

isla, había anotado su ubicación y era probable qu 'volviera a encontrarla. Si el rey no lo mantuviera LU 11

ocupado, podría hacerla. Y debía ser pronto pucLeonor no se veía bien.

En los días siguientes las naves de Juan Ponerodearon algunas islas pequeñas sin encontrar rasünde poblados. Sólo al cabo de varias semanas avlst.tron unas canoas y tomaron quince prisioneros, lUU¡1

res y hombres jóvenes que traerían buen pr ' . "

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,111 V nir huyendo de otros cazadores y fue gran-I 'on ternación de sus rostros al verse acorrala-I01' las grandes naos. Trataron de huir tirándose1, 1r firiendo los tiburones y aquel abismo azuluuha, pero Juan Ponce se paró en la proa de La11 ritó:

[No los dejen ir! A aquél, mirad que se zam-I muy ladino, ¡tiren la red para atrapar a aque-

fuerza de alaridos y trancazos y tras muchosI1 ,1 graron salvarles la vida y era grande la fu-

I! 1, antropófagos en que les privaran del honor111'.n 1mar. Encadenados, los encerraron en la, II ' La Florida y sus aullidos se escucharon todah " P recían lobos y los hombres de mar se es-1'I'On aterrados, porque la luna estaba llena esa

;r lg de sus antepasados campesinos se les, ('1) las entrañas, como si fuera de mal agüero1II '1 ia de la luna llena con los lamentos de

ulvos. Juan Ponce paladeó desconcertado su, hazaña. Si bien era cierto que deseaba salvar1,1 servir a su rey, los detalles le disgustabanI,IIm oncentrarse. Mas como quince esclavos111\('1 nte para cubrir gastos y dejar ganancia,

110 rumbo hacia otras islas.1111aran a Guadalupe unos días después, y

1 '1 -ran rastro de pobladores se aventuraron atk-rra algunas mujeres y algunos niños, para1 .1. I J ieran de agua potable y lavaran ropa.I,tllan las mujeres, sus brazos desnudos sal-I • lavaza y sus cabelleras sueltas al sol para

1 qu lo primero que hicieron al llegar a11 aria, cuando de repente saltaron de losn. I1 dios desnudos y se las llevaron a ellas(), , y a los que oponían resistencia les cla-Itlllos n la garganta. Al escuchar los gritos,

.ivlsaron aJuan Ponce y se lanzaron a los

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96botes para rescatar a las mujeres, mas ya antes de lle-gar a la playa caían al agua traspasados por flechasenvenenadas, las cuales les producían una muertedolorosa, pues al agonizar botaban una espuma ver-de por la boca que sembró el espanto entre la solda-desca. Enfurecido, Juan Ponce en persona saltó a tierra,con su armadura reluciente y su casco de plumasencarnadas, y al verlo a él y a algunos de los caballe-ros armados que lo rodeaban, los indios se dieron a lafuga. Decidido a castigarlos y, por supuesto, a tomarprisioneros, pues la furia no le borraba su sentido deldeber, Juan Ponce se internó en la selva seguido desus hombres.

Anduvieron un trecho harto molestos por e.1calor y la humedad, que era tanta, que los árbolessudaban, los troncos tenían el pellejo gris y rugoscomo el de un elefante, y las hojas, verdísimas y du-ras, brillaban como si acabara de llover. Algunas flo-res, como pájaros rojos y violeta, colgaban de las ramasmás bajas y por sus delicados pétalos bajaban dimi-nutas gotas; más parecían lágrimas que rocío. Era comoavanzar por dentro de una cueva de encaje verde. Ibanalgo aturdidos cuando escucharon palabras en cast -llano. Eran, sin duda, voces de mujeres que gritabanaterradas. Sin pensarlo mucho, Juan Ponce y sus hom-bres se dirigieron hacia lo más profundo de la selva,de donde provenían las voces.

Entraron al poblado de chozas de paja dispa-rando sus ballestas y arrojando sus lanzas y los qu •allí se encontraban se dieron a la fuga. Pero el regocijode las mujeres ante sus salvadores fue breve. De J I

árboles que rodean el poblado comienzan a llover fl 'chas, las cuales, por estar envenenadas con el zumr 1

de la piel del sapo amarillo, pronto hacen despl0111'II'se a los bravos adalides. La trampa ha sido urdida 11astucia por estos salvajes comedores de hombr " ,Aunque con una flecha en el brazo izquierdo y otra '11

971.mt rilla, las cuales le han atravesado el hierro deplu as y el cuero de la bota, Juan Ponce permane-n pie. Sólo él sabe por qué el veneno no surtelo n su organismo. Los indios, asombrados, ba-1'1 s árboles y lo rodean, pero no osan acercarse.haz de luz que se cuela entre las copas de los ár-

I , .ae sobre la armadura de Juan Ponce y los des-rhrn. Convencidos, se postran frente a él.

Juan Ponce comprende, pero no puede ale-I l' 1 seguir con vida. Siente vergüenza de no morirlo ;1sus hombres, vergüenza de no poder morir nun-l rgüenza de la gloria inmerecida que va a alcanzar111lo consideren un dios. Él, que no posee poder

t I 'natural alguno, puede engañar fácilmente a es-ulvajes, quienes le otorgan todos los poderes

1111-s sobre la vida en virtud de ser invulnerable anur-rte. ••.

intió tan gran congoja en el corazón al ver a sus1I 1" desparramados por la blanda tierra, y a las11 's mujeres que le sirvieron, igualmente muer-

'1m hilos de baba verde manando de sus bocas,, onsideró deshonrado. Era para él una des-

I I vstar vivo, y maldijo el día y la hora en que bañó" n en el manantial de aquella isla, que con

rto había sentido Antón de Alaminos queh rhltación del Diablo.

hra tan grande el dolor de su deshonra, que1 la muerte. Le pidió perdón a Dios, allí en me-I ,1[uel semicírculo de salvajes antropófagos, porI rhia de haber querido ser inmortal. Pero aquel

11 I día no respondió; era el cielo más azul y11'1\ ioso que podía concebirse; como una pie-11.1 y pulida era aquel cielo terrible. Sólo le pa-

ruchar, entre las altas ramas de un árbol'o, la risa del Maligno. La sangre que corría

1 v .nas y le golpeaba en las sienes se le enfrióIlll' mpezó a temblar. Sólo al cabo de varios

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98minutos pudo recuperarse, y respirando hondo paraairear los pulmones, alzó la cabeza y miró desafianta los indios postrados. Luego extirpó sin emitir quejaalguna las flechas envenenadas que atravesaban subrazo y su pantorilla. El gesto dramático surtió efecto.Los indios gimieron espantados y volvieron a postrar-se con los rostros hundidos en la tierra.

Con voz autoritaria y en perfecto castellan I

que si no entendían las palabras con el tono bastaba I

Juan Ponce ordenó, enfurecido, que le entregaran cin-cuenta hombres y cincuenta mujeres jóvenes para 11-varse consigo como esclavos. Con la espada en lamano fue escogiéndolos personalmente, y tománd •los por el cabello les ataba los brazos a la espalda conlas sogas que los españoles habían traído para est 'menester. Cuando los hubo reunido a todos, los hizoatar en fila, y mandó a los indios restantes a que rec )gieran los cadáveres de los españoles y sus lavand 'ras y sus niños y los cargaran, amarrados a mader I

hasta la costa. De esta manera regresó Juan Ponce a hplaya y, al verlo rodeado de salvajes y de cadáver'. I

grande fue el asombro y la incredulidad de los es ti

sos soldados y marineros que le quedaban, algunos '"los barcos y otros en tierra, los cuales deliberaban,internarse en la selva a buscar a sus compañeros.

Esta hazaña fue de tal magnitud, que los marneros no osaban contarla, en parte porque les quital 1

el placer de imaginar, ya que no daba lugar a la :1geración propia de la fantasía, y en años venid "1' )

los cronistas omitieron el episodio o lo sustituy ,'111

por versiones más prosaicas, pues si decían la ver lullnadie iba a creerles sus mentiras.

***

-Lope, deveras le agradezco que haya veladmi familia durante mi ausencia.

99-Era mi deber, señor. Además, su merced sabe

1 lo que me une a los suyos.-Algo sospecho, Lope.Al decir esto Juan sonríe divertido, pero la pre-

1'1 n marca líneas en su rostro. A través de la11.1 que da al jardín, desde donde paseo para ejer-mis piernas y tomar el sol veo y escucho a losI I 's inmersos en sus asuntos. En realidad, no esJ 1.111 e canse, pues está fuerte como un toro y su

I 'liando empuña la espada, tiene el temple queICII1 t ner Godofredo de Bouillon y Ricardo Co-

11' León, nobles caballeros que hicieron gue-11 r \ uperar la tierra de Jesucristo Nuestro Señor

1111)1'1 dé los infieles. Mi padre admiraba a estos11 IC)S y me leía historias sobre ellos, para que

I lo que era un hombre de bien y cómo losI anaban glorfa y fama con su valor. No, no

luan esté cansado físicamente. Es que se pre-(lOI' mí, porque estoy muy abatida; mi pobre

,1 no puede con la guerra que es esta vida. Yol' preocupa por la suerte que puedan correrhija en esta tierra habitada por salvajes. No

III ' r gresen a España. Desea que su simienteC'I. "L n esta isla; para que se multipliquen y laI ,qu' ilusión la de mi pobre Juan, yo lo siento

ntr mis brazos cada noche. Tal parece guar-(' r to por los gemidos que a veces se le

I .iunque al besarme dice que es muy feliz,C) la luz y la razón de su vida. Nunca soñé unI 1111 padre montaba a mi madre sin acariciarlaI .11 Ido que la amaba, por eso ella sentía ellit) mo una servidumbre y así me lo ense-

qu mi padre pensaba que hablar de sen-ru una debilidad y los hombres no podían

I hllld d. Juan es distinto; tanto, que cuandoI '1 ól S va a quedar más solo que nadie por-I 111 'J r amiga. Él me confiesa a menudo que

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los hombres no se dicen la verdad unos a otros por 11 )

mostrar debilidad. Yo no quiero morirme por no d •jarlo solo, ni a mis hijas, ni a mi niño Luis que estudiacon los frailes en La Española, pero cada día se m \hace más difícil respirar. Me falta el aire. ¡Ay!Debo Ira sentarme en el banco de piedra debajo del limo n 1

ro. Desde aquí veo llegar a Gaspar García Troche. E,un hombre de bien y ha ganado favor ante los ojos el \Juana. Se casará con ella y vivirán en esta casa y t 11drán muchos hijos. Eso espero, porque no voy a vivltpara verlo. No me apena tanto. Unos mueren parnque otros nazcan; si los árboles viejos del bosque nose secaran y cayeran, no llegaría el sol a los retoñosno crecerían árboles nuevos. Mi abuela, que era gallga, sabía estas cosas porque los gallegos son animal '.del bosque. ¡Cómo la recuerdo! Era más dulce que '1almíbar y el membrillo juntos, y cuando me arrullal ientre sus grandes senos me sentía envuelta por Silamor. Era muy cariñosa. Una vez fui con ella a Gali íu,viajamos varios días hasta llegar a un castillo de pJ 'dra húmedo y frío, con una torre altísima que ten nasientos de piedra a cada lado de las ventanas. De 1,lo alto de la torre se veía un paisaje de colinas on lulantes y ríos plateados; los cultivos y los bosques eranlos más verdes que yo había visto hasta que llegu ~ I1

Las Indias. Cuando primero vine a La Española, an laba embobada, junto aJuan, por los caminos de la selvu,Eran de un verde más oscuro que los bosques l'Galicia y las hojas de los árboles eran más duras, p 1'( I

me acordaba de las colinas alrededor de Lugo.Desde aquí no oigo la conversación de I I

hombres, pero veo a Lope sentado en un butacón .escuchando con atención lo que dice mi Juan. Gar '1,1Troche también lo escucha, y se acaricia la barba 111

un gesto muy característico de él. Cuando habla con] 1'1na, a veces también lo hace. Es un hombre muy s 1'1 I

¡Con el humor tan lindo que tiene mi Juan! Me ha '1

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I l -on los chismes que se inventa, o con los chistes,11110 subidos de tono, que le escucha a los solda-,L gusta verme reír. Yo creo que nada lo hace

r ilíz que verme doblada de la risa. Por lo cualur complacerlo. Pero no es difícil, porque yo me

1lI11 ho. Pienso que he tenido suerte en la vida.I 11:1 suerte fue casarme con Juan, eso fue lo mejor;I ,1 ués tener hijos sanos. También fue buena suer-IlIl' los indios no incendiaran nuestra casa cuando

111 'aran a Caparra. Las niñas y yo nos escondimos,I ul runos esclavos, en las bodegas. Escuchamos aIlldi s pasar dando gritos y escuchamos las quejas

11101víctimas. Supongo que a la esclava negra deII!) Zamora, a la que se llevaron, se la habrán comi-M« ontaron después, y estuve a punto de desma-

111 " que las manos y los pies de una persona son laI•más exquisita y ']la reservan para los jefes y losIln,', ¡Qué asco! Nosotras estábamos muertas de

11) 'uando los escuchamos robarse los cerdos del11 y las dos docenas de pollos del gallinero. Comosalvajes no tenían estos animales antes de llegarpañoles, no saben cuidarlos para que tengan cría.

11. habrán comido todos.A la verdad que dura mucho esa reunión. ¿Será

luan está concertando los matrimonios de JuanaMaría? Me habría llamado si así fuera. Son muy

ru-s aún para empezar con los trabajos y las res-uhllídades de una familia, aunque ya saben cuál

I I unto de coción perfecto de un guiso y sabennlzar la ropa blanca. Si se casan bien tendrán11,18 sclavas, pero eso no quiere decir que no11 guísar y zurcir, pues bien decía mi abuela que

I q le sabe puede enseñar y luego supervisar. Sihubiera sabido guisar no habría podido ense-

1.1 11 gra Crucita, que ahora cocina mejor que yo.sepa me da derecho a exigir; ella sabe queque está bien cocido.

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Juan no es el mismo desde que regresó delviaje de descubrimiento de La Florida. Vino rejuvene-cido y con un vigor varonil que me hizo la mujer másdichosa del mundo. Estaba bien alegre y en su cabezabullían, revueltos, sueños y planes concretos. Que 1esto, que si aquello; se fue a Sevilla y regresó de S •villa sintiéndose dueño del universo. Pero luego d 1regreso del viaje de la armada contra los indios caríbes, Juan ya no estaba alegre. Sin saber cuándo 1 1dónde, la congoja se había instalado en su corazón,No ha querido decirme qué sucedió y cómo sus bu 'nos hombres Diego Bermúdez y Lorenzo Ramón,quienes lo acompañaron a La Florida y a Sevilla, hnbían sido asesinados. Algo me contó de una embos :1da en la isla de Guadalupe, pero no me explicó CÓ11l 1

él pudo sobrevivirla. Entiendo que lo entristezca buber perdido muchos buenos soldados y marinero ,pero él cumplió con su deber y tomó muchos prisloneros. A pesar de estar tan escaso de hombres de ti 'rra, de Guadalupe prosiguió a Dominica y allí ton 1\1

30 mujeres y 30 hombres más. Todos estos prisi 1 .

ros los vendieron en pública subasta en La Españ h \pagaron buen precio por ellos, en buenos ducad s 11oro, porque los hacendados y los mineros de La ESI 1

ñola están muy necesitados de brazos. Los otros <1111tanes de armadas, como Bono de Quejo, hermano 1 1que fue a La Florida con mi Juan, y Antón Cansino I

Juan Gil, también vendieron sus cautivos de gu ('1' 1 I

muy buen precio.Entonces no comprendo el quebranto del.nllll

de luan. Como no sea sólo el asunto de mi salud; 11'11

es que intuyo algo más, algo innombrable qu • 11

puede, o no quiere, decirme. Será por no darm rWII

pero, ¿qué mayor pena para mí que no poder (11

larlo? No me importa lo que sea. Tal vez ha trai '1 .ndo a alguien, eso puede ser motivo de mucho 1 IhSi yo tuviera que traicionar a alguien, traicionar n 111

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manos por salvar a mis hijos o a mi Juan, por ejem-I 'H sería un dolor increíble. Siyo traicionara a Juan

ulvar mi vida, por ejemplo, o por salvar a mis, aunque eso nunca lo haría porque no podría., uposíciones que se me ocurren. No puede ser.ISí. Tal vez guarda un secreto que le ha confiado

F mando, y como el rey murió, no sabe si reve-f. ué podrá ser?

Hoy no me siento nada bien. Debe habermelo mal el desayuno a pesar de los cuidas y mi-1, rucita. Es tan buena esa negra. Por la manera

IlIl' quiere a mis niñas se ve que le hacen falta susI IItI se le murieron dice, de unas fiebres, pero

'1' que se los quitaron para venderlos. Vaya irI 11iañana y rezaré por ella. Tengo un dolor fuer-·1 ' razón. Me quedaré quieta a ver si pasa. Si

I \1 a me va a doler más. Todavía veo a Juan,(:arcía Troche conversando en el marco de la

11, No puedo escuchar lo que dicen. Asuntos de,n lo dudo.Cuando Juan entregó la armada, le dieron una.1111 idad de ducados de oro. En los últimos años

I 111 '1' mentado su hacienda consíderablemen-lit I I .ndrá que sentirse pariente pobre, que esI 1;lbl . Mis parientes de Galicia eran bien ri-liando íbamos a visitar, mi prima me trataba1-sc ndencia. Éramos de la misma edad y sus

I 111 más bellas que las mías, su cuarto era más111] O Ytenía muchas criadas para ella sola,1111' n casa había sólo tres criadas para todaI Hila había aprendido a montar a caballo y11 .11 a aretesde oro y amatistas, y perlas que

la 1lancura de su piel. Lo malo era que aun-11 11] .ra, sus lujos chocaban tanto con mi

I"l' 111 ofendían, me sentía insultada y pe-111. 1 nífícante como una hormiga. Pero noIII •'Id una mujer con mucha suerte. ¡Qué

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guapo que se ve Juan todavía! Al ponerse de pie se vderecho y firme. Sus ojos azules, en vez de ser fríos,como suelen ser los ojos de ese color, son dulcísimo.Al menos cuando me mira. No debe mirar así a lasvíctimas de su espada, no señor. Y bueno, si ahora esrico se lo ha ganado con su espada, como RodrigDíaz de Vivar y Amadís. Los hatos de ganado son J

mejor negocio. Creo que de eso es que están hablan-do. Lope es mucho más joven e inexperto y buscaconsejo para manejar sus negocios en San Germán.García Troche es un hombre de letras, muy ordenadoy meticuloso en sus cuentas. Me gustan estos hom-bres que saben que la vida es algo más que espadas ycaballos. A pesar de que los entrenaron para destruir,ellos quieren construir. Yo pienso que trabajar es másbonito que hacer la guerra, pero no lo digo en vozalta porque es como mentar la soga en la casa d lahorcado. Aunque Juan está de acuerdo conmigo;hemos hablado sobre esto, pero muchos hombres vi >-

nen a estas nuevas tierras por no tener que labrar 1 scampos o picar piedras y prefieren tener esclavos qu I

lo hagan por ellos. Sólo el caso de los hidalgos pobr '.es casi al revés. En España no hay trabajo para ellosacá sí. En España no pueden trabajar con sus man ,y acá más o menos da lo mismo que lo hagan. Au 1

así, algunos no se quieren ensuciar las manos, lo cuales indigno de su condición, y compran esclavos paraque trabajen por ellos. Quieren hacerse ricos pas 'lo que pase, contra viento y marea, para no volv '1

a pasar hambre. Y en realidad, a pesar de los p ligros, acá se pasa mejor que en España, porque el frí(no se nos mete en los huesos y uno está más tranquilolejos de la Corte. Si no fuera por la envidia sería aúnmejor, pues las intrigas que tejen y destejen los horbres para obtener riqueza y poder no tienen fin. (1

no quiero ni enterarme de lo que dicen de mi Juan,todo por arrebatad e sus bienes y su favor ante el r

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I !

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Quiero acercarme a la ventana para escucharv ces de los hombres, pues de pronto me siento

ola. Pero no puedo levantarme. El dolor en elahora es insoportable. Se me nubla la vista.e ha vuelto oscuro. No veo a Juan. Me he que-iega. Tampoco puedo gritar. Ahora sí veo a Iuan.

I 's u barba crespa y rubia y sus ojos dulcísimos yIC rca a mí. Menos mal que vuelvo a vedo, porque() que vaya desplomarme; el dolor en el pecho yalo resisto.