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El lago de Chapala en 1909. Guía para el viajero de Terry Presentación y traducción de Brigitte Boehm de Lameiras, El Colegio de Michoacán. Al releer “el viaje de Uruapan a Guadalajara de Hesse-War- tegg” recordé mi ya vieja apreciación sobre este viajero: “En los últimos años del siglo XIX, aparece en México un perso- naje que reúne las características combinadas de viajero y de turista... Por un lado se propone descubrir lugares poco cono- cidos por descripciones anteriores, por el otro, dar interés a los sitios de fácil acceso para orientar al posible futuro turis- ta... es uno de los primeros pasajeros —el primero con boleto en muchos trechos— de la red ferroviaria mexicana”.1 En efecto, no tardaron en aparecer las guías turísticas —almanaques o libros de bolsillo— en las que la descripción del país obedecía a la intensión pragmática de auxiliar a sus futuros visitantes. Su valor testimonial es indudable. Aprovechando el viaje y compartiendo la preocupación de José María Muriá por el actual deterioro ecológico del lago de Chapala, presento aquí otro documento extraído de la guía turística de Terry.2 Espero contribuir así a la divulgación de esta preocupación; a poner de relieve la magnitud de la pérdida de un paraíso vilmente sujeto a la predación incons- ciente e irresponsable de una sociedad convertida ahora al mercantilismo, al consumismo y a la producción de desper- dicios.

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El lago de Chapala en 1909. Guía para el viajero de Terry

Presentación y traducción de Brigitte Boehm de Lameiras,

El Colegio de Michoacán.

Al releer “el viaje de Uruapan a Guadalajara de Hesse-War- tegg” recordé mi ya vieja apreciación sobre este viajero: “En los últimos años del siglo XIX, aparece en México un perso­naje que reúne las características combinadas de viajero y de turista... Por un lado se propone descubrir lugares poco cono­cidos por descripciones anteriores, por el otro, dar interés a los sitios de fácil acceso para orientar al posible futuro turis­ta... es uno de los primeros pasajeros —el primero con boleto en muchos trechos— de la red ferroviaria mexicana”.1

En efecto, no tardaron en aparecer las guías turísticas —almanaques o libros de bolsillo— en las que la descripción del país obedecía a la intensión pragmática de auxiliar a sus futuros visitantes. Su valor testimonial es indudable.

Aprovechando el viaje y compartiendo la preocupación de José María Muriá por el actual deterioro ecológico del lago de Chapala, presento aquí otro documento extraído de la guía turística de Terry.2 Espero contribuir así a la divulgación de esta preocupación; a poner de relieve la magnitud de la pérdida de un paraíso vilmente sujeto a la predación incons­ciente e irresponsable de una sociedad convertida ahora al mercantilismo, al consumismo y a la producción de desper­dicios.

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Al igual que las crónicas de viaje, las guías turísticas contienen información útil al historiador. La obra de Terry combina las dos formas narrativas, pues el propósito de proveer de un Baedeker al conocedor de México, se realizó viajando durante muchos años en todo el país y reuniendo la información a través de la observación personal y la experien­cia.

Don Felipe nació en Georgetown el 6 de junio de 1864. Desde muy joven emprendió largos viajes a México y Japón, países donde residió por varios años, a China y Europa. Al momento de publicarse su México vivía en la capital del país al frente de la “Sonora News Company”, que figura en el pie de imprenta. Dió a conocer sus impresiones en numerosos escritos periodísticos; no obstante, su inclinación turística hizo que plasmara sus conocimientos de viajero en forma de guías: la primera, Terry’s México (de la que extraje el pasaje sobre Chapala), de 1909, fue sucedida por otra obra sobre México3 y por dos reediciones corregidas y aumentadas.4 El turno tocó a Japón en 1914 y a Cuba en 1926. Preocupado siempre por orientar a sus paisanos deambulantes por estas tierras publicó también vocabularios prácticos del inglés al español.5 El contenido del México de Terry revela los múlti­ples intereses del autor. Además de la información útil y práctica (costos, tipos de moneda y medidas, trámites migra­torios, clima, transportes, comunicaciones, hoteles, restau­rantes, etc.), dedicó sendos capítulos y apartados a la historia, el arte, la arquitectura, las lenguas y “razas” nativas, la geografía y el paisaje, la flora y la fauna y a diversas ramas de la economía de México.

Por razones de espacio limité aquí el texto estrictamente a la descripción del lago de Chapala, botón de muestra de la riqueza documental de este “libro de bolsillo”. El plano del lago (en el original están coloreados de azul el agua y de rojo

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los cerros) es uno de los 25 —la mayoría de ciudades— intercalados en la obra y “...cortesmente proporcionados por el gobierno de México [y] hechos especialmente para este compendio, y representan el trabajo mejor y más reciente de competentes ingenieros gubernamentales”.6

Trasladémonos, pues, al Chapala de hace más de ochenta años:

Brigitte Boehm de Lameiras El Colegio de Michoacán

nna

p. 148 Ruta 33. De Irapuato vía lago de Chapala a Guada- lajara (de allí a Colima y Manzanillo)De Yurécuaro a Los Reyes, 149.- Zamora, 149.- Ocotlán, 151.- De Ocotlán a Atotonilco, 151.- El Lago de Chapala, 151.- De la estación de Atequisa al lago, 151.- Ribera Castellanos, 155.- Caza y pesca, 155.- La isla de Mescala, 156.

p. 149 De Yurécuaro... “Continuando hacia el oeste atravesamos un paisaje quebrado y pasamos una serie de valles hasta que el tren sale de una garganta rocosa y alcanza una cierta altura desde la cual tenemos una hermosa y extensa vista (a la izquier­da) del amplio valle de La Barca,

p. 150 A lo lejos una hilera de montañas azules corta la línea del horizonte; muchos pueblitos, cada uno con su diminuta iglesia y la torre de su campanario brillando en el sol, salpican hasta allá el paisaje. En las vastas haciendas del valle se producen de las mejores naranjas de México. La región es un paraí-

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so para el deportista. Durante el breve período deliciosamente fresco llamado el ‘invierno mexica­no’, es el lugar de permanencia de incontables pelícanos, grullas, gansos, ocas, patos, gallinas de agua, calandrias, así como de inmensas parvadas de mirlos de cabeza amarilla. Algunas de las tierras bajas están entreveradas de ciénagas y aguas estan­cadas y uno puede remar en una piragua por millas a través de los estrechos canales que conectan los estanques y las lagunillas. Los campos de trigo y maíz de las tierras más elevadas proveen abundante comida para los pájaros, que rara vez son molesta­dos por los nativos. El clima es delicioso —un perpetuo verano indígena semejante al del distrito de Chapala al extremo oeste del valle. La gente es regularmente hospitalaria y servicial. Algunas de las costumbres en los distritos del interior son pri­mitivas y curiosas. Corrales y cercas de piedra ribetean las pequeñas viviendas de techo de paja. Algunas iglesias sin torre no tienen campanario y las campanas están colgadas de las ramas de árboles cercanos. Un tren diario conducirá al viajero hacia el este o el oeste.

147 k. Negrete, un pueblo extraviado visible a la izquierda. Un carretón nativo conduce de allí a los pasajeros a 25c por persona. La línea bordea la orilla del productivo valle de La Barca y atraviesa vastas haciendas que recuerdan a los extensos ran­chos ganaderos del suroeste de los E.U. El valle se ensancha y cruzamos un excelente puente de hierro que araviesa el río Lerma.

154 k. La Barca, una ciudad expuesta al sol a cuatro millas de la estación (a la izquierda) junto al

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Lerma. Tranvías reciben a todos los trenes, 10<£. Gran Hotel Berlín, frente a la plaza principal, $1.50 a $2.50 plan americano; se habla inglés. Los baúles pueden enviarse al hotel (que está frente a la línea del tranvía) por 10-25# según el peso. En la esta­ción del ferrocararil hay una sala restaurante (co­mida $1); buen pato salvaje asado (de las ciénagas cercanas) y leche de mantequilla.

Los principales edificios de la ciudad son una extraña iglesia parroquial curtida por el viento y un palacio municipal a punto de desmoronarse. Espe­cialidad de la región son las deliciosas frutas, de las que se ofrecen muchas variedades a la venta en la estación del ferrocarril —además de queso, leche, mantequilla y productos similares. Aves acuáticas alegran generalmente las ciénagas adyacentes. 158 k. Feliciano. 167 k. Limón.

En el verano y el otoño temprano, cuando se lleva a cabo la labranza para el trigo de invierno, se ven en los campos adyacentes muchos peones con calzones blancos trabajando con bueyes y primiti­vos arados de madera. Los sarapes rojos de los labradores (usualmente colgados de las ramas de árboles de mezquite) dan intensas notas de color a un paisaje en el que la vegetación es casi siempre

151 de un verde intenso. El país está salpicado de campos de caña que por lo general muestran un verde más claro —una mera iluminación sombrea­da— contra los matices más profundos de la alfalfa, el maíz, el trigo y la cebada

180 k. Ocotlán, donde descienden del tren los pasajeros con destimo al oeste al lago de Chapala. Tranvías a la ciudad (que se ve a distancia), 10#;

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baúles, 15-25«:. Un mensajero del Hotel Ribera Castellanos usualmente recibe a los trenes.

Ocotlán (náhuatl = lugar de los pinos) se encuen­tra sobre la franja sísmica y la ciudad ha sufrido repetidas conmociones a lo largo de su existencia. La iglesia parroquiales de cantera parda (sin inte­rés), que ve hacia la pequeña y pulcra plaza mayor, así como el viejo y original puente español cercano, están severamente agrietados. La iglesia ha queda­do dos veces completamente destruida.

Un ramal del ferrocarril (ramal de Atotonilco) va desde aquí (un tren diario, 1 hora y media; consúl­tese la Guía Oficial) con rumbo al norte a Atotonil­co, a 35 km., en una región que produce excelentes naranjas. Cientos de vagones de carga llevan el producto de los vastos plantíos a la ciudad de México (también a los E.U.), donde hay especial demanda por la fruta. En estas inmediaciones se cultivan algunas deliciosas naranjas [dice naval, es probable que sea error de imprenta y deba decir navel de ombligo (sin semillas).

Para la continuación del viaje a Guadalajara ver p. 158.

El lago de Chapala. Al pueblo de Chapala, en el lado norte del lago, se llega en 3/4 de hora en un barco de vapor (p. 155), que hace viajes entre este pueblo y Ocotlán. Un método popular para llevar a Chapala consiste en descender del tren en la esta­ción de Atequisa y viajar de allí en diligencia. La distancia es de aproximadamente 16 km; el tiempo de alrededor de 1 hora y media, el pasaje de $1 ida o vuelta. Para un grupo pequeño (alrededor de cuatro) puede alquilarse un guayín a un precio

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inclusivo de $5 por la jornada. Durante la tempora­da de lluvias (jun.-sept.) a veces la diligencia se sustituye por caballos, debido a los malos caminos.[...]

p. 152 La diligencia generalmente llega hasta la entrada de uno de los varios hoteles del pueblo de Chapala.

Hoteles. Hotel Arzopala, frente al lago; $2.50 a $4 plan amerericano, según ubicación del cuarto. Los cuartos de la planta alta dominan mejores vistas que los de la planta baja. Comida y administración españolas.- Hotel Víctor Hugo, $2 a $2.50 plan americano.- Hotel de la Palma, $2 a $2.50 plan americano. En estancias prolongadas descuentos en todos los hoteles.

Embarcaciones. Paseos en el lago (consúltese al gerente del hotel), $5 por hora, precio inclusivo de un grupo de diez o menos. A Ocotlán, $3; viaje redondo, $5; lanchas de remo, 750 por hora. Cada lancha tiene cupo para tres o cuatro personas con­fortablemente. Estos precios corresponden también con los de otros pueblos del lago. Los pescadores dan el nombre de £7 viento a un chubasco repentino que a veces descarga sobre el lago. En un buque de vapor generalmente se está protegido; pero en una embarcación abierta se expone uno a un susto y a una mojada si el viento lo sorprende. Se recomien­da planear las excursiones siempre con la asistencia del gerente del hotel; también hay que preguntarle al contratar los honorarios del lanchero.

El lago de Chapala, a veces llamado el Mar Chapálico, 70 millas de largo por 20 de ancho, con un área de superficie de 270 millas cuadradas; es el más grande los lagos mexicanos (comp. el mapa

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anexo) en una hermosa región lacustre en la fron­tera entre los estados de Jalisco y Michoacán (sólo

p. 153 1/6 del área se encuentra en Michoacán); está a 20 millas al oriente de Guadalajara y a 100 millas al occidente de Irapuato; su altura sobre el nivel del mar es de 5,159 pies —casi una milla por encima de la torre del palacio de gobierno de Boston, el puente de Brooklyn o el atrio de la catedral de San Pablo en Londres. Su profundidad varía entre los 9 y 18 pies. El nombre de Chapala, o Chapalal, es una palabra indígena nahua que imita de manera ono- matopoética el ruido de las olas jugueteando en la playa [sic]. Sus aguas dulces hierven de peces (hay un proyecto en marcha para proveer el lago de lobinas) y a lo largo de la orilla se extienden bos­ques en que abunda la caza. Las puestas de sol en el lago tienen a veces efectos muy hermosos. An­taño la región estuvo habitada por mastodontes prehistóricos, de los que se han encontrado algunos huesos. En diferentes puntos confina con el lago un número de aldeas pintorescas entre las que conti­nuamente viajan los barcos.

El clima de la región es el de un perpetuo verano indígena —un refugio invernal para innumerables aves salvajes conducidas por la tormenta, que acu­den a él en su vuelo anual desde el gélido norte.

Los nativos tienen la creencia un tanto curiosa de que las aves migratorias llegan acá atraídas por el clima fresco, ya que llegan cuando comienza el invierno mexicano y se van con la primera señal de la primavera. Muchas aves permanecen durante todo el año y las especies son “tan tupidas como las hojas en Vallambrosa”. Viven aquí sin perturbación

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alguna y al poco tiempo se vuelven casi tan mansas como aves de corral.

“Aquí los tímidos sobrevivientes de la nivea garza americana tienen su morada segura, y aquí también sobrevive prácticamente sin ser molestado el gran colimbo del oeste, cuyo sedoso pecho en­cuentra el favor mortal en otros pechos supuesta­mente tiernos”. Vigilantes pero no asustados los somorgujos ríen y revolotean en los pantanos, y nubes de pelícanos blancos navegan en lo ^lto o giran y gritan y pescan en los contornos poco profundos del lago.

Chapala y sus alrededores son un continuo delei­te para el ornitólogo, “innumerables millares de aves salvajes y canoras convierten estos campos elíseos en la Meca de su vuelo hacia el sur. Un pequeño mundo de pájaros invernan en estas ami­gables ciénagas —un congreso ornitológico en el que acaso están representados casi todos los distri­tos del gran territorio norteño y de las regiones intermedias. En manadas de muchos millares lle­gan pájaros de todos los tamaños y colores, desde el minúsculo colibrí con su corona azul hasta el ganso de nieve de Alberta; y desde el cuervo negro azabache de Nueva Inglaterra hasta la brillante cacatúa de los trópicos. Sería difícil imaginar un conjunto más variado y hermoso. Para el amante de la naturaleza tal miscelánea de naciones empluma­das en un país de perpetuo verano, donde los atrac­tivos celajes ajules sonríen sobre campos atav^dos de flores, y donde bosques de suave olor son cor­tejados eternamente por brisas perfumadas, tiene

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mayor valor que todas las exposiciones mundiales que pudieran juntarse en dos centurias”,

p. 154 Un talentoso escritor estadounidense1 dice al referirse al distrito de Chapala: “El aire estaba repleto de dulces notas —la mitad de ellas extrañas, la otra mitad familiares— y al vislumbrar las seña­les de pechos amarillos con marcas semicirculares volteados hacia nosotros comprendimos que lo que confundía nuestra memoria era una música seme­jante a la de la alondra. Pero esta melodía era muy distinta a los tonos agudos y metálicos que repican de manera tan franca a través de los campos enjo­yados de escarcha de nuestro septentrión en la primavera temprana. Las alondras no parecían muy distintas a nuestros pájaros norteños, sus espaldas quizá más oscuras y sus pechos de un amarillo más cálido, más anaranjado. Este aire cordial y tropical ha disuelto sus voces y suavizado sus tonos, y el más dulce de los coros provenía de las gargantas de estas alondras mexicanas....

“Vimos desasirse lentamente de la ciénaga una sombra nebulosa. Incontables cantidades de gansos de frente blanca lentamente derivaban hacia el lago. Comprendimos que estábamos viendo levantar el vuelo a enormes bandadas de gansos niveos, —uno de los espectáculos más hermosos en el mundo de las aves. Una bandada pequeña de gansos de frente blanca pasa súbitamente por encima a poca altura, cuando de repente flotan a la vista nube tras nube del blanco más puro teñido sólo en uno de sus cantos por el oro de la puesta del sol. Miramos hacia arriba hasta que nos duelen los cuerpos, y siguen pasando, conduciéndose silenciosamente hacia el

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oscurecer del norte. Ha sonado la llamada impera­tiva del año; la señal que no tolera la desobediencia. Nuestras cartas del norte nos hablan de nieve y tormentas— el invierno más terrible en muchos años. No se ha sentido allá ninguna señal de prima­vera, mientras que aquí en el trópico no ha habido heladas ni nieve en el invierno; el alimento es abundante, los cazadores son pocos; no obstante, la convocatoria pulsó a través de las más finas arterias de la naturaleza, intangible para nosotros, omnipo­tente para las aves. Hasta el anochecer y nadie sabe cuanto tiempo después, se apresuran hacia el norte los gansos niveos de Labrador, de la bahía de Hudson, de Groenlandia, de Canadá y quizá de países aún desconocidos”.

Pinzones pardos y malvices de pico curvo pue­blan el chaparral circundante con sus huestes ha­blanchínas; las agachadizas se deslizan a lo largo de los bancos de las lagunillas; las evasivas ánades se sumergen y emergen de las aguas tibias, y los elegantes patitos marinos flotan como barquitos de juguete pintados en la superficie resplandeciente. “En todas estas lagunas hay diseminadas pequeñas islas con patos y gansos y pelícanos que duermen o componen sus plumas al cálido rayo de sol. En ciertas estaciones, incontables millares de ánades y patos dicen adiós a su cita de invierno y orientan sus nuevas velas hacia el reclamante norte. Mirlos de dos colores y alondras de dulce garganta agregan pinceladas de color y música al pacífico conjunto —pacífico porque aun los más tímidos cabezas doradas y alas rojas no parecen inquietarse por la

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presencia de innumerables halcones Sennett de co­la

p. 155 blanca que rondan y gritan arriba en el aire—. Se tiene la impresión aquí de estar en terreno neutral, donde se ha declarado una tregua entre las aves cazadoras y las cazadas que todo lo abarca. Aún las abundantes serpientes de cascabel, tan gruesas co­mo las serpientes mocasines del pantano de Dismal, parecen participar en el armisticio general, pues entran y salen deslizándose entre las lagunas reple­tas de lirios sin dar señales visibles de tener inten­ciones siniestras. Por lo general cientos de lustrosos ibis de cara blanca vadean sumergidos hasta la rodilla en estas lagunas, mientras que paleadores, ánades, cercetas acaneladas y de alas azules, y zancudas de cuello negro abundan de tal manera que desafían todos los esfuerzos por tener éxito en contarlos. Las calandrias frailecillo animan las ve­gas cercanas al lago. Al río Santiago, que de allí parte, generalmente lo animan grandes garzas azu­les y otras rojizas y obesos lavancos, estos últimos, completamente resplandecientes al mover sus ca­bezas irisadas de verde y sus atractivos dorsos en el resplandor del sol. También son comunes los andorreros de hermosos pechos jaspeados, y los patos marinos —que son el fugitivo deleite del cazador norteño— convierten a la región de Cha- pala en estación permanente y populosa”.

Ribera Castellanos (a la que con frecuencia se le llama la Rivera de México), es el lugar más popular y frecuentado de la orilla del lago, tres millas al sur de Ocotlán, con un buen hotel y atractivo paisaje quizá esté destinado a convertirse en un sitio turís­

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tico famoso. La gerencia del hotel organiza paseos en lancha y excursiones para pescar, montar, ir en coche y cazar con tarifas módicas. El hotel Ribera, sobre una colina alta que domina directamente el lago, $3 - $5 plan americano, con comida y admi­nistración norteamericanas. El mensajero del hotel recibe todos los trenes, y la lancha de gasolina de la compañía conduce a los pasajeros (y el equipaje) a lo largo de la costa del lago al hotel. Pasaje 50c. El tranvía de Ocotlán lleva al pasajero de la estación del tren (5<t) hasta la pequeña plaza coronada de naranjos en el centro de la villa. De allí se caminan dos minutos hasta el embarcadero, cercano a un gracioso y viejo puente de piedra construido por los españoles. Hay cargadores para el equipaje de ma­no, 12-25?, entre el carro y el embarcadero.

Seguimos el curso del río Zula y pronto torcemos para entrar al río Santiago, al que desemboca el lago. En ciertas estaciones del año el estrecho río está casi obstruido por el lirio acuático flotante. Es muy atractivo el paseo de media hora en el agua. La compañía renta botes de remo y lanchas. Los barcos más pequeños, tripulados, cuestan alrededor de $1 la hora; $2 a $5 la hora en viajes cortos en la lancha con cupo para 6-15 pasajeros. Caballos a tarifas módicas. Natación buena en el extremo del muelle. Excelente pesca en cualquier parte del lago. Buena caza (patos, gansos, etc.) a una milla o más del hotel. Para reservar cuartos, etc., dirigirse a hotel Ribera, Ribera Castellanos, Ocotlán, Jalisco, México.

p. 156 Los peces abundan: el más popular es el blanco, conocido como el arenque del lago, a pesar de ser

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muy diferente al verdadero arenque. Es un pez agradable a la vista, plateado de la punta a la cola, que parece transparente a la luz del sol. Su sabor es similar al del pez sol y alcanza una largura de un pie o más.

El bagre —que se conoce en el oriente de los Estados Unidos como siluro, y en el oeste como pez gato— es abundante y en las partes mas profundas del lago alcanza gran tamaño y peso. Los nativos aprecian los pequeños, y atribuyen cualidades ve­nenosas a los grandes —sin duda por su hábito de alimentarse de carroña— y sólo los comen cuando no hay de otros.

El charal, una especie de sardina, casi perfecta­mente transparente (algo así como un blanco mi­niatura), se produce en abundancia en el lago y es muy apreciado. Se captura en multitudes y salado se vende en los mercados de Guadalajara. También se capturan grandes cantidades de un pececito con mucha espina conocido también como la sardina, cuya carne, sin embargo, es más oscura que la del blanco.

La popocha y la mojarra son muy apreciadas por los habitantes de los poblados circunvecinos. De la primera, grandes cantidades se embarcan a Toluca, donde tienen una especial demanda. El chusme o boquinete, pariente cercano del sargo, es conside­rado como una gran delicadeza. Abundan las carpas alemanas: el gobierno mexicano sembró este pez en el lago —para disgusto de los nativos, a los que no agrada.

Los peces son capturados con redes por los nati­vos, mientras que los extranjeros los pescan con

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anzuelo y sedal. Las redes están hechas de una manera admirable, alcanzan muchas veces los 300 pies de largo y se parecen en su textura a las finas hamacas yucatecas. Los pescadores son vigorosos e independientes, distintos al peón vil del altiplano central. Son los descendientes directos del indio que encontraron los españoles en los mismos pue­blos de pescadores de Chapala hace cuatro siglos. Han cambiado poco en los años transcurridos. Reemplazaron a sus ídolos de basalto y a sus cultos fetichistas por los dogmas más indulgentes de la fé católica, pero las características indias persisten, el mismo estoicismo, el mismo desprecio por la civi­lización y sus excesos enervantes y la misma des­confianza ante el contacto contaminante con el hombre blanco. Sus progenitores sostuvieron una guerra larga y amarga contra los conquistadores españoles, y los padres de la generación actual tienen la fama en los anales mexicanos de comba­tientes heroicos e infatigables por la causa de la independencia y de la expulsión de los iberos. Los chapaltecos adoptaron la causa de la independencia mexicana con la determinación heroica demostrada por sus progenitores de evadir el yugo español. José Santa Ana (no se confunda con el dictador Santa Anna), con unos cientos de patriotas nativos bravos como leones, capitaneados por un segundo Cuauh- témoc, e incitados a actuar con valentía por un fraile sublimado y amante de la libertad, defendió durante

p. 157 cinco años la isla de Mescala contra los furiosos realistas a cuyos números formidables se añadían repetidamente nuevas fuerzas con hombres y armas modernas provenientes del puerto pacífico de San

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Blas. Esta isla, a seis leguas de la villa de Chapala y punto visitado comúnmente por los turistas, tiene una relación muy semejante con Chapala a la que guarda San Juan de Ulúa con Veracruz. Durante un periodo de la historia mexicana fue un poblado de presidio, destino de los criminales capturados en Michoacán y Jalisco. Luego fue convertida en for­taleza y durante los tiempos penosos que sucedie­ron al primer débil grito de independencia (1810) fue escenario de muchos conflictos mortales entre los hostigados patriotas y los realistas.

El armamento de los nativos consistía de doce pequeños cañones y de una colección de armas menores; con éstas los patriotas sitiados resistieron desesperadamente de 1812 a 1817. En su pequeño gibraltar combatieron con el celo y coraje de los últimos aztecas en la cumbre de sus teocallis, e imprimieron en las páginas de la historia de México una memoria que enorgullece venialmente a todos los patriotas. Durante el sitio se trajeron por tierra desde San Blas lanchas y barcos de mayor tamaño y por años los vigilantes españoles creyeron que bloqueaban efectivamente la isla. Pero los astutos nativos de la tierra firme regularmente atravesaban el cerco si ser vistos con las provisiones y los bastimentos que suministraban algunos cautelosos simpatizantes de la causa. Con el tiempo los inva­sores se cansaron y desesperaron y en un asalto tremendo tomaron por fuerza la fortaleza y captu­raron a sus valientes defensores.

La isla en sí mide de largo aproximadamente una milla y de ancho algo menos de media milla. Es accesible sólo en el punto donde atracan ahora los

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barcos. La lancha lleva a los visitantes al viejo puerto de salida —que fue antaño la defensa del embaracadero de piedra donde atracaban las provi­siones. La tierra firme más cercana es el pueblo de pescadores de Mescala, a unas tres millas de dis­tancia. La inmensa prisión (el presidio, nombre que se le da frecuentemente a la isla), que domina el lago muchas millas a la redonda, está cayendo en ruinas. Un viejo guardián y su decrépita mujer son los únicos habitantes del edificio que semeja un castillo— encaramado en la cima de una colina imponente. Se aconseja al visitante recordar que Mescala tiene mala reputación por los alacranes, cuyo piquete puede ser fatal. Los pescadores dicen que hay un alacrán por cada pidra en la isla rocosa, y suelen advertir a los visitantes sobre estas pestes venenosas.

No vale la pena visitar la vecina isla de Sacrifi­cios.

Un servicio de lanchas conduce a los pasajeros a los diferentes puntos de interés alrededor del lago. Los principales pueblos costeros son Tuscueca, Jocotepec, Jamay, Pajacuarán, La Palma y Tizapán. En estos tranquilos caseríos los nativos llevan una vida verdaderamente sencilla. Sus costumbres son las de antaño, sus pensamientos los más primitivos. Cada pequeño puerto tiene su franja de playa blanca en lugar de muelle y una calle principal; cada uno tiene también su flota de canoas pesqueras ajadas por el agua y el tiempo plácidamente soñando en la arena. Los altos mástiles de estas embarcaciones y las torrecillas encaladas de las parroquias anuncian al mundo transcurrente las dos ideas que

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p. 158 dominan en la mente de los lugareños —religión y pescado. La primera fue el supuesto beneficio que los chapaltecos recibieron de los españoles— a cambio de sus tierras y de su independencia; el segundo lo conocían desde muchos años antes (aca­so) de que un fanático gobernara en España o que los voraces buscadores de oro españoles se derra­maran por el nuevo mundo. En ciertos días de fiesta estos pueblecitos se tiñen de colores y en sus plazas principales se realizan los tianguis a la manera azteca de cuatro siglos atrás.

Tizapán está en el límite de una rica región frutícola. Jamay, en la ribera sur (a tres millas de la Ribera Castellanos), es famosa por sus primorosos petates —una especie de estera hecha de hojas de palma [sic]. La industria emplea a la mayoría de los habitantes, desde los niños que aprenden a caminar hasta los robustos centenarios. También se le cele­bra localmente por un monumento tosco pero cu­rioso erigido a Pío Nono (hará unos cien años). Es obra de los artesanos locales y se construyó con fondos aportados por los petateros. Se mantiene a pesar de que está hecho de un barro parecido al cemento y de haber sufrido varias sacudidas de terremotos; sus curiosos adornos tallados semejan a ciertos templos de Jat de la India británica.

En estos apartados sitios, alejados de las comple­jidades destructivas de la vida moderna, casi cada hombre está destinado a vivir sus setenta años, en tanto que muchos de ellos cruzan la marca del siglo con paso elástico y con la decisión de devastar de manera inusitada a la población de peces del lago durante la década subsiguiente.

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La característica más importante de la pequeña villa de Chapala es su iglesia de dos torrres y una imagen del santo al que rezan los pescadores antes de emprender sus viajes. Los límites de sus peticio­nes y ambiciones son una captura abundante y un retorno seguro. Se supone que los cercanos manan­tiales de agua caliente y sulfurosa son eficaces contra los dolores reumáticos. La temperatura del agua en el lugar donde brotan es de 100F, demasia­do caliente para bañarse confortablemente. El agua es conducida a albercas donde la temperatura es de aproximadamente 70F. Son muy hermosos los pa­noramas del lago en noches de luna.

Ocotlán, véase p. 151. Al continuar nuestro viaje hacia el oeste pronto cruzamos el río Santiago, atravesado (a la izquierda) por un viejo y derruido puente español con muchos arcos.

[Continúa a Poncitlán, San Jacinto, Atequisa, Juanacatlán y Guadalajara]

NOTAS

1. Brigitte Boehm de Lameiras, Indios de México y viajeros extranjeros. México, SepSetentas, no. 74,1973: 48-49.

2. T. Philip Terry, Terry's Mexico. Handbook for Travellers. With two mapas and twenty-five plans. México, D.F., Sonora News Company Publishers, y Boston, Hough­ton Mifflin Co., 1909. El ejemplar consultado se encuentra en la Biblioteca del Colegio de Michoacán.

3. México. An outline sketch o f the country, its people and their history. 1914. Todas sus obras llevan el mismo pie de imprenta de Boston.

4. Terry’s guide to Mexico. 1923 y 1938. Con capítulos sobre Cuba, las Bahamas y rutas marítimas.

5. Cfr. Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. Bilbao, Madrid, Barcelo­na: Espasa-Calpe, S.A., 1928, Tomo LX: 1552-1553; Antonio Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano. Barcelona Oxford: Antonio Palau Dulcet, 1971, Tomo XXIII: 102.

6. Terry's Mexico: IV.

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