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    SATIRICONPetronioTraduccin de J. Menndez Novella de 1902

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    Captulos 1 - 26,6

    CAPTULO I. [Tiempo ha que promet entreteneros con la narracin de misaventuras, y hoy, que estamos oportunamente congregados no slo para

    intrincarnos en disertaciones cientficas, sino tambin para distraernos enfestivo coloquio y animarnos con fbulas o relatos alegres, voy a cumplir mipromesa. Fabricio Vegento, con su peculiar ingenio, acaba ahora de trazarosun cuadro satrico de los errores de la religin y de los furores profticos, o loscomentarios que los sacerdotes hacen de los misterios que no comprenden].Pero es acaso menos ridcula la mana de los declamadores, que claman: "Heaqu las heridas que recib por defender las libertades pblicas!" "He aqu elhueco del ojo que perd por vosotros!" "Dadme un gua que me conduzca conlos mos!" "Mis rodillas, llenas de cicatrices, no pueden sostener mi cuerpo!".Tanto nfasis sera insoportable si no les abriera el camino de la elocuencia;ahora, esa hinchazn de estilo, ese vano estrpito sentencioso, que a nadie

    aprovecha, hacen de los jvenes que debutan en los estrados y de losescolares unos necios con nfulas de maestros; porque todo lo que ven yaprenden en las Academias no les ofrece imagen alguna de la sociedad. Se lesllena la cabeza con el relato de piratas preparando cadenas para los cautivos;de tiranos cuyos brbaros edictos obligan a los padres a que decapiten suspropios hijos; de respuestas monstruosas del orculo que piden el sacrificio detres vrgenes, y a veces ms, para librar a la ciudad del flagelo de la peste. Undiluvio de frases comunes, sonoras y de perodos vulgares perfectamenteredondeados, que casi hacen estremecer.

    CAPTULO II. Alimentados con semejantes tonteras, no es extrao que seancomo son, pues los cocineros tienen que oler a cocina. Same licito deciros,sin que protestis, que sois vosotros los primeros que habis perdido laelocuencia. Reduciendo vuestros discursos a una armona pueril, a vanosjuegos de palabras, habis hecho de la oratoria un cuerpo sin alma, y cay. Nose ejercitaba todava la juventud en esas declamaciones cuando Sfocles yEurpides, para la escena crearon un nuevo lenguaje. No ahogaban el talentoen germen los pedantes de las Academias, cuando Pndaro y los nueve lricosentonaron sin temor versos dignos de Homero. Y sin citar testimonios depoetas, no veo que Platn ni Demstenes se hayan ejercitado en ese gnerode composicin. La verdadera elocuencia, dgase lo que se quiera, como una

    virgen pdica, sin afeites, bella con su propia belleza, se eleva modesta,radiante y naturalmente. Poco ha que ese desbordamiento de palabras huecasemigr del Asia a Atenas. Astro maligno, su influencia letal ha comprimido ydeteriorado las alas de la juventud, y de ah que las fuentes de la verdaderaelocuencia se hayan secado. Quin halla ahora la perfeccin de Tucdides?Quin puede disputar la fama a Hiprides? Ni un solo verso conozco brillante;todos esos abortos literarios parecen a los insectos que un mismo da ve nacery morir. La Pintura ha tenido el mismo fin, desde que la audaz Egipto se aplica ejercitar arte tan sublime.[He aqu lo que yo deca un da cuando Agamenn se aproxim a nosotros,curioso de conocer al orador a quien tan atentamente se escuchaba.]

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    CAPTULO III. Agamenn, impaciente de orme declamar tanto rato en elprtico, cuando l en la escuela se haba quedado sin oyentes, me dijo: -Joven;el pblico no puede saborear tus plticas. Tienes, lo que es rarsimo, buensentido, y no te ocultar los secretos del arte de la oratoria. Las faltas de laslecciones no deben atribuirse en lo mas mnimo a los profesores, porque las

    cabezas vacas no pueden contener ideas, y si los maestros se empearan eninculcrselas, se quedaran, como dijo Cicern, solos en la escuela. As losaduladores, cuando estn convidados a comer, preparan frases agradablespara halagar los odos de los comensales. De otro modo, esos oradoresparsitos haran lo que el pescador que, habindose olvidado de poner el ceboen los anzuelos, se tendiese sobre una roca, renunciando a la pesca.

    CAPTULO IV. A quin culpar, pues? A los padres que temen que se eduquesevera y varonilmente a su hijos. Ellos comienzan por inmolar, como todos,hasta sus esperanzas a su ambicin; y as, cuando preparan sus ofrendas,impelen al foro a esos aprendices de oradores, y la elocuencia, que confiesan

    alcanza una altura no igualada por arte alguno, queda por ellos reducida a unentretenimiento pueril. Si tuvieran paciencia, graduaran mejor los estudios, ylos jvenes aprovechados depuraran su gusto con lecciones severas y sabiospreceptos de composicin inculcados un su nimo, corrigiendo su estilo yhacindoles or los modelos que son dignos de imitacin; rehusaran muypronto dar aplauso y admiracin a todo lo pueril, y la grandilocuencia recobrarasu imponente majestad. Ahora los nios en las escuelas juegan, los jvenes enel foro hacen rer, y cuando llegan a la vejez, no quieren confesar los vicios deque adoleci su educacin. No es que yo desapruebe por completo ese fcilarte de improvisar en el que tanto sobresali Lucilio; lo que pienso voy adecroslo a mi modo en los siguientes versos:

    CAPTULO V. Si aspiras a ser genio. Si del artesevero los magnficos efectosamas, huye del lujo y de la gula.De la inmortalidad el alto asientonicamente el que es frugal ocupa.Huye de Baco los placeres prfidosque la mente perturban y acaloran.La rgida virtud no dobla el cuelloante el vicio triunfante.

    Tampoco te seduzcan los escnicosaplausos de la turba, que en el circotambin corona al luchador serenocon gritos de entusiasmo,con ademanes ebrios.Busca la gloria en Npoles y Atenas,quema a Apolo tu incienso;que la ciencia hacia Scrates le lleve;bebe el nctar heleno,y podrs ya coger con mano firme,segn sea tu anhelo,

    la pluma de Platn, o de Demsteneslos rayos deslumbrantes y soberbios.

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    El Parnaso latino tambin puedeofrecerte magnficos modelos,guerras cantando o trgicos festinesen cincelados versos.Cicern en el foro, irresistible,

    dulce, insinuante, enrgico,con su palabra fcil, semejantea ro caudaloso en cauce estrecho,difundi su elocuencia del Tber al Pireo.

    CAPTULO VI. Mientras yo escuchaba con avidez a Agamenn, Ascylto huyde mi lado sin que yo lo advirtiese; y cuando reflexionaba acerca de lo quehaba odo, invadi el prtico una multitud de estudiantes que habanescuchado, sin duda, alguna arenga improvisada por cualquier retrico enrespuesta a la de Agamenn. Mientras algunos jvenes se rean de lassentencias del orador, otros ridiculizaban el estilo y se burlaban de la falta de

    plan y mtodo. Aprovech la oportunidad y me esquiv entre la turba parabuscar a Ascylto, aunque no poda poner en ello mucha diligencia, por noconocer los caminos o ignorar la situacin de nuestro albergue. Despus demuchas vueltas, volv, sin darme cuenta,, al punto de partida. Por fin,extenuado de fatiga, inundado de sudor, abord a una viejecita que vendalegumbres.

    CAPTULO VII. -Quieres decirme, madrecita, le dije, dnde vivo?-Sonriose lavieja al or mi estulta pregunta, y -Cmo no? -contest. Levantose y comenza andar ante m. La reput adivina; y al llegar en una calleja oscura, ante unacasucha vieja, abri la puerta, y -Aqu, dijo, debes habitar-. Como yo no conocla casa, comenc a protestar, y mientras altercbamos, vi varias meretricesdesnudas, y con ellas varios trasnochadores misteriosos. Aunque tarde,comprend dnde me haba conducido la maldita vieja, y tapndome la caracon el manto, hui del lupanar, atravesndolo de un extremo a otro, aturdido.Pisaba ya el dintel de la casa, cuando me di de narices con Ascylto, no menosfatigado y moribundo que yo. Se hubiera credo que la bruja aquella habaquerido juntarnos all. Al conocerlo no pude menos de preguntarle riendo: -Qu haces t en esta honrada casa?

    CAPTULO VIII. Se enjugo con las manos el sudor que corra por su rostro, y -

    Si supieras, dijo, lo que me ha sucedido-Qu novedades son esas?, lepregunt. Y l, con voz apagada, prosigui: -Erraba por toda la ciudad sinpoder dar con nuestro albergue, y llegose a mi un padre de familia de aspectovenerable, quien se ofreci a servirme de gua. Acept. Atravesamos variascalles extraviadas y obscuras, y llegamos a esta casa y pretendi pagarme endinero mi estupro, que lleg a suplicarme para decidirme. Ya la meretriz habarecibido el pago del gabinete, y el stiro me empujaba hacia dentro conimpdico deseo... Sin el vigor de mi resistencia me hubiera ultrajado. [-Mientras de tal suerte me narraba sus aventuras Ascylto, lleg a nuestro ladoel mismo padre de familia acompaado de una bastante bonita mujer. Mientras

    el hombre instaba a Ascylto para que le siguiese, ponderndole el placer queiba a disfrutar, la mujer instbame para que la acompaara. Nos dejamos

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    seducir, y entramos atravesando varias salas, teatro de escenas lbricas. Alvernos, hombres y mujeres redoblaron sus actitudes lascivas. De pronto uno,remangndose la tnica hasta la cintura, se precipita sobre Ascylto, lo tumbaen un lecho y pretende violentarlo. Acudo en su socorro, lo liberto, no sin pena,y Ascylto huye, dejndome solo entre aquella chusma;]

    pero superior yo en fuerza y valor a mi compaero, pude librarme de susataques y salir de aquel antro.

    CAPTULO IX. Llevaba casi toda la ciudad recorrida cuando, como a travs deuna niebla, vi a Gitn a la puerta de una posada; era la nuestra. Entro, mesigue.- Amigo, le digo, qu hay para cenar?-Por toda reapuesta, el muchachose sienta en el lecho y gruesas lgrimas, que trata de ocultar, ruedanpor sus mejillas. Conmovido,-Qu te sucede?, le pregunto; se obstina l en susilencio, insisto, le amenazo y me cuenta que Ascylto le ultraj. -Al querermeviolentar, yo me resist, dice, pero l, sacando la espada, me obliga a echarmeen el lecho exclamando: Si t eres Lucrecia, aqu lleg ya tu Tarquinio.-Al or

    esto intente arrancar los ojos a Ascylto.-iQu dices a esto-interroguele-, infameseductor, ms vil que las cortesanas y de alma impura y manchada?-Afectando indignacin y agitando amenazadoramente los brazos, exclam entono ms alto que el mo, Ascylto:-Y hablas t, gladiador obsceno, asesino detu husped, escapado de la arena del circo por milagro? No callas an, ladrnnocturno, violador de mujeres? Y an gritas t, que un cierto bosque me hashecho servir de Ganimedes a tu lubricidad, como este muchacho te sirveahora? -Por qu huiste de m cuando hablaba con Agamenn?-le pregunt.

    CAPTULO X. -Qu queras que hiciese all, hombre estultsimo, si me morade hambre? Deba quedarme a or sentencias ridculas, y a interpretarsueos?-Mucho ms reprensible que yo eres t, por Hrcules!, que paraconseguir una cena adulaste al poeta.-Poco a poco la disputa ridcula setransform en charla agradable. Pronto volvi a mi memoria la injuria recibida.-Ascylto, dije, nuestra buena amistad no puede continuar. De comn acuerdoseparmonos para siempre, y vayamos a intentar fortuna cada uno por su lado.T y yo somos literatos, no importa; para evitar rozamientos de amor propio, yobuscar otra profesin con objeto de que nuestras rivalidades no sirvan dechacota a las gentes de la ciudad.-No se opuso Ascylto y: -Hoy, dijo, estamosinvitados a una gran cena en nuestra calidad de maestros: no perdamos lanoche; vayamos an juntos, y maana me proveer de un jovencillo como

    Gitn y de otro albergue. -Nunca se debe aplazar, contest, lo que deseamoshacer-. El amor me haca desear tan precipitada separacin. Tiempo haca quedeseaba desembarazarme de tan molesto custodio, para entregarme sintestigos en los brazos de Gitn.[Hirieron a Ascylto mis palabras, y sali en silencio. Su huida precipitada era desiniestro augurio. Conoca yo bien el arrebato y la fogosidad de AscyIto y losegu para observar sus pasos y contenerlo; pero se ocult muy pronto a mivista y explor intilmente todo el barrio sin lograr ponerme sobre su huella.]

    CAPTULO XI. Recorr sucesivamente todos los [barrios] de la ciudad sin lograrhallarle, y volv a mi albergue, dando rienda suelta a mi pasin por Gitn. Lo

    abrac amorosamente cubrindolo de nuevas y clidas caricias y mi dichaigual a mis deseos. Fui verdaderamente digno de envidia. En lo ms dulce de

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    nuestra felicidad Ascylto abri la puerta con estrpito, y nos sorprendiprodigndonos las ms tiernas caricias. Estall nuestra sala con sus risas yaplausos estrepitosos. El prfido levant el manto que nos cubra y -Quests haciendo, dijo, hombre honestsimo? Qu? Los dos acostados ycubiertos con el mismo manto?-No continu hablando, pero desatndose el

    cinturn de cuero comenz a azotarme, no como juego, dicindome con airepetulante: -Para que no te separes otra vez de tu hermano Ascylto-.[Nada me hubiera aterrado tanto como esa inopinada injuria. Fue precisodevorar en silencio los insultos y los golpes. Prudentemente tom el caso arisa, para no verme obligado a sostener con l un combate serio. Mi fingidahilaridad aplac su nimo. Sonri tambin Ascylto- Y t, dijo, Encolpio, tesepultas en la molicie, sin recordar que nos falta dinero, pues es muy poco yalo que nos queda. En la poca estival la ciudad nos resulta estril. En el campoestn los afortunados. Vamos al campo a buscar a nuestros amigos-. Aprob elconsejo, obligado por la necesidad, aunque resentido en mi amor propio. As

    que el honrado Gitn carg con nuestro pobre equipaje, abandonamos laciudad, y al castillo de Licurgo, caballero romano, nos dirigimos. Como en otrotiempo Ascylto fuera muy complaciente con l, sirviendo sus placeres, Licurgonos recibi afablemente; tena congregados alegres huspedes,encontrndonos en buena compaa. Entre las mujeres que haba llevado aaquella casa Licas, patrn de barco que posea algn dominio a la orilla delvecino mar, era Trifena la ms hermosa. Aunque la mesa de Licurgo era frugal,su casa era lugar gratsimo de voluptuosidades tales que no podranenumerarse. Es oportuno que sepis que, desde luego, Venus se encarg dereunirnos por parejas. La hermosa Trifena me agrad y no fue insensible a mispalabras. Pero apenas gozbamos juntos los primeros placeres, cuando Licas,indignado, gritndome porque le robaba su amante, me exigi que yoreemplazase, cerca de l, a la hermosa. Se cansaba ya de sus amores conTrifena y alegremente me la ofreci a cambio de mi complacencia para con l.Pronto su capricho por m hzome sufrir una verdadera persecucin; pero micorazn arda de amor por la bella y no escuchaba las proposiciones de Licas.La repulsa ma irrit sus deseos y me persegua enardecido por todas partes.Una noche penetr en mi alcoba; al ser rechazado, pas del ruego a laviolencia; mis agudos gritos despertaron a los lacayos de Licurgo, quienesacudieron en mi defensa y as escap sano y salvo de los brutales ataques deaquel stiro. Viendo que la casa de Licurgo opona obstculos a sus designios,

    quiso atraerme a su morada Licas. A mi negativa opuso los buenos oficios deTrifena, quien me rog por su encargo, tanto ms expresiva y ardientemente,cuanto que en casa de Licas gozaba de mayor libertad que en la de Licurgo.Segu al fin el impulso del amor y convinimos en que Ascylto se quedase encasa de Licurgo, quien haba renovado su trato amoroso con l, y Gitn y yoseguimos a Licas, arreglando con Ascyilto que el provecho que uno y otroconsiguiramos lo aportaramos a la masa comn. Satisfecho de mi decisin,Licas apresur nuestra partida. Nos despedimos de los amigos y el mismo dallegamos a casa de Licas, cuyo jbilo desde que aceptamos su proposicin eraindescriptible. Por el camino me coloc a su lado y a Trifena cerca de Gitn, dequien se enamor visible y ardientemente la ingrata. Yo estallaba de celos que

    fomentaba Licas, esperando que el despecho me hara entregarme a l En talsituacin de nimo llegamos a casa de Licas y pronto me cercior de que el

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    corazn de Trifena arda de amor por Gitn, que a su vez la amaba con juvenilvehemencia. Esta mutua pasin constitua un doble tormento para m. Licas, entanto, por agradarme, inventaba todos los das nuevos placeres, los cualesembelleca con su presencia, y comparta, Doris, la hermosa cnyuge de Licas.Las gracias de Doris acabaron muy presto de expulsar de mi corazn a Trifena;

    y bien pronto mis miradas le confesaron mi amor y las suyas me prometandulcsima correspondencia. No se me ocult el carcter celoso de Licas, ni seenga la graciosa Doris acerca del objeto de las atenciones que me guardabasu marido. En nuestra primera entrevista ella me comunic sus sospechas.Confesando la verdad, hice valer diestramente la resistencia ma a los deseosde su esposo. Como mujer prudente y de recursos - Y ahora que nos valganuestro ingenio, dijo: consentid en que os posea, para que podis poseermesin sobresaltos ni temores-. As lo hice. Mientras tanto, Gitn agot su virilidadcon Trifena, y le fue forzoso descansar. Esta entonces se acord de m y quisoreanudar nuestros placeres. Mi desprecio cambi su amor en odio, me siguicautelosamente, me espi constante y descubri mi doble comercio con Doris y

    su esposo. Resolvi turbar mis furtivos amores y descubri todo a Licas.Furioso este quiso cerciorarse para vengarse; pero Doris, avisada por unasirvienta de Trifena, suspendi nuestras entrevistas, advirtindome del peligro.Indignronme la perfidia de Trifena y la ingratitud de Licas, y decid abandonarel campo. Quiso la suerte que el da anterior un barco que llevaba ofrendaspara Isis encallara en la costa vecina. Celebr consejo con Gitn, quien aceptdesde luego mi idea, resentido con Trifena que le desdeaba y se burlaba desu agotamiento. Al despuntar el da siguiente llegamos al buque. Suscustodios, gente de Licas, nos conocan y nos hicieron los honoresensendonos todo el navo. No convena a mis designios su oficiosacompaa y, dejando a Gitn con ellos, me extravi pasando al camarn dondeestaba la estatua de la diosa Isis. Llevaba en la mano un precioso sistro deplata y la cubra un manto riqusimo. Rob ambas cosas, hice con ellas unpaquete y pasando a la cmara del piloto, me lanc fuera del barco. Gitnsolamente lo advirti, reunindose conmigo a poco, despus de burlar conhabilidad a sus acompaantes, y llegamos al da siguiente a casa de Licurgo.Cont a Ascylto mis aventuras y le ense mi presa. Por su consejo corr aprevenir en nuestro favor a Licurgo, convencindole de que las importunidadessiempre crecientes de Licas eran la nica causa de nuestra fuga. Licurgo,persuadido, jur defenderme contra Licas y contra todos. No se advirti nuestrafuga hasta que Trifena y Doris despertaron, pues por urbanidad asistamos

    todas las maanas a su tocado, y nuestra inesperada ausencia pareciles muyextraa. Licas envi gentes a perseguirnos, sobre todo por la costa, y supopronto nuestra visita al navo; pero del robo nada, porque la popa estaba en laparte opuesta a la orilla y el patrn del barco se hallaba en tierra. Convencidode nuestra evasin, Licas se volvi furioso contra Doris, suponindola causa deella. Injurias, amenazas, hasta golpes sin duda le prodig aquel brbaro,aunque ignoro los detalles de la escena.Mientras tanto, Trifena, origen de la perturbacin, sugiri a su dueo la idea debuscarnos en casa de Licurgo, proponindose gozar con nuestra confusin yagobiarnos a ultrajes. Al da siguiente ambos se pusieron en camino y llegarona la mansin que nos serva de asilo. Acabbamos de salir con nuestro

    husped, que nos llev a la fiesta de Hrcules que celebraba una aldea vecina.Al saberlo, se dirigen en seguida a la aldea y nos encuentran en el prtico del

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    templo. Su llegada nos desconcert, Licas se querell ante Licurgo de nuestrafuga, pero este le cerr la boca contestndole secamente, y envalentonado yo,reproch, en voz alta y firme a Licas los ataques a mi pudor, ora en casa deLicurgo, ora en su propia casa, censurando su lubricidad brutal. Trifena quisodefender a Licas, pero fue pronto castigada, pues a las voces nuestras nos

    rode una gran afluencia y en presencia de todos los curiosos desenmascar ala infame, mostrando el rostro ojeroso de Gitn y el mo a los circunstantes,para reputarla como lbrica meretriz. Al estallar las risas y burlas de lostranseuntes, nuestros enemigos se retiraron confusos, pero jurando, sin duda,vengarse. No podan dudar de la prevencin de Licurgo contra ellos yresolvieron esperarnos en el castillo de ste para desengaarlo. Por fortuna lafiesta dur hasta la noche y era ya demasiado tarde para volver a la quinta.Licurgo nos condujo a una casa de campo situada a la mitad del camino y alda siguiente, temprano, antes de que nos levantramos fue a su castillo,donde encontr a Licas y Trifena que lo convencieron diestramente de que yole haba engaado, arrancndole con astucia la promesa de entregarnos en

    manos de aquellos infames. Naturalmente cruel y desconfiado, Licurgo nopens ms que en guardarnos, como Licas le haba sugerido, hasta que estevolviese con los auxilios que para llevarnos a Gitn y a m fue a buscar. Lleg ala villa, antes que nos levantsemos, nos reproch duramente de habercalumniado a su amigo Licas y cruzndose de brazos nos anunci su designiode entrogarnos a l. Luego, sin hacer caso ni aun de la defensa de Ascylto, nosencierra en el dormitorio con doble llave, y llevndose a su amigo, volvi alcastillo, no sin encargar a sus gentes que nos vigilaran. Por el camino Ascyltoprocur con ruegos, lgrimas y caricias conmoverlo, pero en vano. Ofendidopor la dureza de Licurgo, rehus desde aquella misma noche compartir sulecho y concibi el proyecto de salvarnos. Ascylto carg sobre sus hombrosnuestro bagaje, lleg al hacerse, de da a nuestra crcel, encontr durmiendo anuestros guardianes, forz fcilmente la puerta de nuestra prisin haciendosaltar los cerrojos, gracias a lo frgil y viejo de la madera, y nos despert de unmodo brusco. Por fortuna nuestros guardianes, rendidos por la vela de la nocheanterior, no oyeron el ruido y nosotros salimos vistindonos para ganar tiempo.Ocurrioseme la idea de asesinar a los criados, saquear la casa, y quemarlaluego. Comuniqu el plan a mi amigo y -Me agrada el saqueo, dijo; pero meopongo al derramamiento de sangre si no es indispensable para nuestralibertad-. Ascylto conoca bien la casa; nos condujo hasta un riqusimo guardajoyas que forzamos, apropindonos de muchos y preciosos objetos. El sol nos

    advirti que debamos ponernos en salvo y corrimos con nuestro botn porcaminos y sendas extraviados hasta que cremos estar en salvo y nosdetuvimos para tomar aliento. Ascylto exageraba su alegra por habersaqueado la villa del miserable Licurgo, que slo haba premiado suscomplacencias con malos vinos y frugales comidas. Tal era ese srdido ymezquino personaje que, en medio de la abundancia, poseyendo inmensasriquezas, rehusaba gastar aun lo necesario.Rodeado de agua y de manjares ricosmuere de hambre y de sed el pobre Tntalo;imagen fiel del que amontona el oro,del infeliz avaro,

    que muere de hambre y sed, como un imbcil,su caja de caudales abrazando.

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    Quera Ascylto entrar el mismo da en Npoles. -Pero es imprudente, le dije,porque la justicia quiz nos persiga. Despistmosla con algunos das deausencia, ya que nuestros fondos nos permiten por algn tiempo recorrer lacampia.- Le agrad el consejo, y como cerca de donde nos hallbamos, en unprado ameno y hermossimo, haba profusin de quintas que habitaban durante

    el esto varios de nuestros amigos, brindndonos placeres, nos dirigimos haciaall; pero a mitad del camino nos sorprendi la lluvia y nos refugiamos en unaposada a la cual haban acudido muchos paseantes buscando un abrigo contrala tormenta. Confundidos entre la multitud nadie se fij en nosotros, lo que nossugiri la idea de dar un golpe de mano. Nuestros ojos investigaron curiososlos alrededores, y Ascylto vio una bolsa que cogi sin que nadie le viese y quecontena muchas monedas de oro. Satisfechos del botn, y temerosos de lareclamacin, nos deslizamos hacia una puerta que daba al campo, para huir.Vimos a un sirviente que ensillaba caballos y que, habiendo olvidado algo, alparecer, se ausent, y yo aprovech el momento para apoderarme de unsoberbio caparazn; despus, siguiendo adelante, desaparecimos en la selva

    prxima. Una vez en lo ms espeso de ella tratamos de ocultar nuestro oro, notanto por miedo a que nos robaran, como por temor a pasar por ladrones.Ocultamos el oro cosindolo entre el pao y forro de una vieja tnica, que yome ech al hombro, y Ascylto se encarg del caparazn que yo habiasustraido, dirigindonos por tortuosos senderos hacia la ciudad vecina.Mas cuando bamos a salir del bosque, he aqu lo que omos: -No puedenescaprsenos; entraron en la selva; dividmonos para perseguirlos, ypodremos fcilmente aprehenderlos-. Un terror pnico nos invadi al or esto;mientras Ascylto y Gitn siguieron su huida hacia la ciudad, yo volv a travs,huyendo en direccin opuesta; y en mi fuga, sin advertirlo, a causa del miedoque me invada, perd la preciosa tnica. Aunque me hallaba rendido por lafatiga, al advertir la prdida de nuestro tesoro recobr como por encanto lasfuerzas, y volv pasos atrs para buscarlo, intrincndome de nuevo en lo msespeso de la selva, donde me perd al cabo de cuatro horas de infructuosapesquisa. Buscando ya, ms que el tesoro, orientarme para salir del malditobosque, tropec con un campesino. Tuve necesidad de todo mi valor parahablarle sereno, y no me fall. Le ped me guiase por haberme extraviadohaca muchas horas en la selva; mir mi rostro plido, mi traje msero, y seofreci humansimo a conducirme hasta el camino real. Me pregunt si mehaba encontrado con alguien en el bosque, le dije que no, y ya iba adespedirse de m, cuando llegaron dos camaradas suyos quienes dijeron que

    haban registrado en vano la selva, sin encontrar otra cosa que una miserabletnica. Era la ma, pero no tuve la audacia de reclamarla. Imaginaos mi dolor alcontemplar mi tesoro en poder de aquellos rsticos, aunque ellos no losospechasen. Mi debilidad se agravaba por instantes, y lentamente tom elcamino de la ciudad. Era tarde cuando llegu a ella. Entr en la posada yencontr a Ascylto medio muerto, acostado sobre un miserable lecho. Sinpoder proferir una palabra, me dej caer en otro lecho. Al no ver la tnica sobremis hombros turbose Ascylto, no pudiendo dar crdito a sus ojos. Los mos,mejor que con palabras, pues me faltaba la voz, explicronle nuestro infortunio.Ni aun oyendo mi relato lo crey, pensando, no obstante mis juramentos y mislgrimas, que trataba de estafarle su parte del tesoro. Gitn al ver mi dolor se

    deshizo en lgrimas, y la tristeza de tan querido nio redoblaba la ma. Mstodava apenaba mi nimo el pensar en la justicia que nos persegua; pero

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    cuando lo dije, Ascylto burlose por considerarse fuera de toda sospecha.Estaba persuadido de nuestra seguridad fundndose en que ramosdesconocidos y no habamos sido vistos por persona alguna. Quisimos mentiruna enfermedad para justificar nuestra permanencia en el lecho, pero nostuvimos que declarar pronto buenos, pues carecamos de dinero y aun tuvimos

    que vender algo para satisfacer necesidades apremiantes.]

    CAPTULO XII. Al oscurecer tomamos el camino del mercado, en el cual vimosabundantes cosas de escaso valor, pero en cambio de dudoso origen, que laoscuridad impeda averiguar. Habamos tenido cuidado de llevar el caparaznrobado, y lo extendimos en el suelo, en un rincn, esperando que su brilloatraera algn chaln que nos lo comprase. En efecto; pronto se aproxim anosotros un campesino cuya fisonoma no me era desconocida. Leacompaaba una joven. Mientras examinaba atentamente el caparazn,Ascylto repara que llevaba al hombro nuestra perdida tnica. Por mi parte yoqued mudo de sorpresa reconociendo al campesino que haba encontrado mi

    tnica en la selva. Ascylto no acertaba a dar crdito a sus ojos. Por noaventurarse aproximose al rstico, y so pretexto de comprarla, coge la tnica yla examina atentamente.

    CAPTULO XIII. Oh capricho admirable de la fortuna! El rstico no habapasado sus manos por la tnica, y no habase percatado de su verdadero valor,decidiendo venderla como un harapo cualquiera. Al cerciorarse Ascylto de quenuestro tesoro estaba intacto y que el campesino no tiene aspecto temible, medijo aparte: -Este hombre lleva en tu tnica nuestro tesoro completo. Quhacemos? De qu manera reivindicamos nuestra pertenencia?- Mi jbilo alorlo fue inmenso, no tanto por el rescate del oro, si que tambin porque con elhallazgo me justificaba de las torpes sospechas; y opin que si no querarestituir buenamente la prenda el rstico, diramos parte a la justicia a fin deque sta nos la devolviese.

    CAPTULO XIV. Ascylto no fue de mi opinin, temiendo a los curiales. -Quinnos conoce aqu?, me dijo, O quin querra dar fe de nuestra deposicin? Esduro rescatar nuestro tesoro reconocido del poder ajeno, pero si podemoshacerlo a poca costa, no debemos descender a intrincarnos en un dudosopleito.Do reina slo el oro, a qu las leyes

    si no puede gozarlas la pobreza?Lo mismo que los cnicos, frugalesque venden su honradez y su elocuenciaal ms caro postor, hacen los jueces,vendiendo la justicia sin vergenza.Adems, con excepcin de algunas monedas de escaso valor que paracomprar lupinas destinbamos, nada poseamos. As, pues, temiendo que senos escapase nuestra presa, decidimos no exigir demasiado por el caparazn,seguros de ganar en una parte mucho ms de lo que perdamos en la otra.Pero en cuanto desplegamos el caparazn y lo examin la mujer que alcampesino acompaaba, con grandsimas voces clamaba que haba hallado a

    sus ladrones. A nuestra vez, y aunque turbados por sus gritos, reivindicamos lapropiedad de nuestra tnica que el rstico llevaba al hombro. Pero la partida no

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    era igual. Los curiosos que a los gritos de la mujer se acercaron a nosotros,rean y se burlaban al ver que por una parte se reclamaba un riqusimocaparazn y por otra una tnica vieja que no mereca ni ser remendada.Entonces Ascylto logr calmar las risas, y restablecido el silencio:

    CAPTULO XV. -Veamos!, dijo; cada cual aprecia en mucho lo que lepertenece. Que nos devuelvan nuestra tnica y que se lleven su caparazn-. Elcambio agradaba al rstico y a la mujer, pero dos bandidos disfrazados deoficiales de justicia, queriendo apropiarse el caparazn, pidieron en voz altaque se depositara previamente en sus manos los objetos en litigio, prometiendoque la justicia fallara al da siguiente. Parece que el investigar quin tenarazn era lo de menos, con tal de desterrar a los ladrones. Ya iban a conseguirsu propsito, cuando se present un hombrecillo calvo y llena la cara deexcrecencias carnosas, quien se apoder del caparazn, prometiendopresentarlo al da siguiente. Era un busca pleitos, y, sin duda, de acuerdo conaquellos bribones, no deseaban sino apoderarse de la rica prenda,

    sospechando que no nos habamos de atrever a reclamarla, temiendo unaacusacin por robo. Esto era precisamente lo que nosotros queramos evitar. Elazar sirvi admirablemente a las dos partes. Ofendido de que hubiramosmetido tanto ruido por aquel harapo, el rustico arroj a la cara de Ascylto latnica, y exigi que se depositase el caparazn, causa nica ya del litigio, enmanos de un tercero, hasta que l probase su pertenencia. Nosotros, segurosde haber rescatado nuestro tesoro, huimos precipitadamente a nuestroalbergue, ebrios de jbilo y rindonos de la habilidad y destreza de aquellosbribones de la justicia, y de la parte adversa, que tan ingeniosos se habanmostrado para devolvernos nuestro dinero.[Descosamos la tnica para sacar el oro, cuando omos a alguien preguntar anuestro posadero qu clase de gente eran los que acabbamos de entrar en laposada. No me agrad la pregunta, y apenas sali el interrogador, cuando corra informarme del objeto de su visita. Nuestro husped me dijo, con tonoindiferente, que era un lictor del pretor encargado de inscribir los nombres ycalidad de los viajeros en los Registros pblicos, y como nos haba visto entraren la posada y comprendi que ramos forasteros, interrogole al respecto. Estaexplicacin no me satisfizo, y temiendo por nuestra seguridad, resolvimos salirdel albergue y encargar a Gitn nos preparase la cena para cuando

    volviramos; ya bien entrada la noche. Salimos a callejear evitando las vasms frecuentadas y buscando los barrios solitarios. En uno de stosencontramos dos mujeres de buen aspecto, cubiertos los rostros con velos. Lasseguimos de lejos, a paso de lobo, y las vimos entrar en una especie de templodel que sala un rumor confuso como del fondo de un antro. La curiosidad noshizo entrar en pos de ellas, y vimos un tropel de mujeres desnudas, semejantesa bacantes, que corran de un lado para otro agitando pequeas estatuas dePriapo en sus diestras. No pudimos ver ms. Al advertir nuestra inesperadapresencia las hembras, prorrumpieron en tan espantoso grito, que retembl labveda del templo. Quisieron en seguida agarrarnos, pero escapamos velocesy nos refugiamos de nuevo en la posada.]

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    CAPTULO XVI. Cenamos tranquilamente, gracias a los cuidados de Gitn;pero de repente llamaron con golpes redoblados a la puerta.Aunque plidos y temerosos, preguntamos: -Quin es? -Abrid, respondieron,ya lo sabris-. Durante ese dilogo la cerradura salt, y abrindose la puerta seofreci a nuestra vista una mujer cubierta con un velo. Entr. Era precisamente

    la compaera del hombre del caparazn. -Pensabais reros de m?,dijo. Yosoy la doncella de Quartilla cuyos votos sagrados ante el ara turbasteis. Heaqu que ella misma en persona viene a hablaros. No os turbis, sin embargo.No os acusar por vuestro error, ni os castigar; puede mirar con malos ojosque dos jvenes tan educados penetrasen en sus dominios?...

    CAPTULO XVII. Callbamos nosotros no sabiendo qu pensar de ello, cuandoentr Quartilla acompaada de una virgen, y sentndose sobre mi lecho,comenz a llorar con desconsuelo. No pronunciamos palabra, y esperamosatnitos que cesara con las lgrimas el dolor que las provocaba. Por fin ces elllanto; levant su velo, nos mir con altivez, y juntando sus manos con tal

    fuerza que las articulaciones de sus dedos crujieron: -Por qu habis sido tanaudaces? Dnde aprendisteis el arte de los ladrones? Me compadezco devosotros, aunque ninguno sorprende impunemente nuestro culto a los dioses.Actualmente hay en nuestra regin tantas divinidades protectoras, que resultanms raros los hombres que los dioses. No me ha conducido, sin embargo, aeste lugar la venganza; vuestra edad me conmueve ms de lo que me excitavuestra injuria, y prefiero considerar vuestro crimen como una imprudenciaexcusable. Atormentada esta noche por escalofros que me hacen temer unataque de tercianas, busqu en el sueo un remedio a mi dolencia. Los dioses,por medio del ensueo, me ordenaron dirigirme a ti que posees el remedio paraconseguir mi curacin. Pero no me preocupa tanto el remedio prometido;mayor dolor padezco, que si no me alivias, me causar necesariamente lamuerte, Tiemblo a la sola idea de que, a causa de vuestra juventud, divulguislos secretos que habis sorprendido en el santuario de Priapo. De rodillas oslo pido; no sea por vuestra causa nuestro culto la fbula y ludibrio de laciudad!... No descorris el velo de nuestros antiguos misterios, de esosmisterios, aun para los iniciados, desconocidos en gran parte.

    CAPTULO XVIII. A tan ferviente splica siguieron de nuevo abundanteslgrimas, y grandes suspiros se escapaban de su pecho, abrazndomeconvulsivamente. Yo, turbado al mismo tiempo de temor y de compasin,

    procur tranquilizarla asegurndole que no divulgaramos el secreto de suculto. y prometindole, que, con ayuda de los dioses, la curaramos de sustercianas aunque fuese a costa de nuestra vida. La mujer recobr su alegra alorme, me bes apasionadamente y pasando del llanto a la risa, con locoplacer alisaba con sus manos los bucles de mi cabello: -Hago la paz convosotros, dijo, y renuncio a toda querella. Pero si hubieseis rehusado darme elremedio que preciso, mis vengadores estaban prontos y hubieran vindicado lainjuria hecha a nuestros dioses y a m misma.Sufrir la ley es duro: no el dictarla:slo un yugo me agrada: el mo propio.Grandes son los que olvidan las ofensas.

    El perdn es el triunfo ms hermoso.

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    De repente siguen a este acceso potico aplausos estrepitosos y risasinmoderadas, tanto que nos asustamos. La doncella que nos haba visitadoprimero imit a su seora, y tambin estallaron las carcajadas cristalinas,infantiles, de la virgencita que acompaaba a Quartilla.

    CAPTULO XIX. Mientras todo resonaba con su ruidosa alegra, tratbamos deadivinar la causa de tan brusco cambio, dirigiendo nuestras miradas, ya sobrelas tres mujeres, ya sobre nosotros mismos. -Veamos, dijo Quartilla; he dadomis rdenes para que ninguno sea recibido en este albergue durante todo elda de hoy, a fin de que, sin temor a importunos, podis administrarme elfebrfugo que necesito. -Mientras esto deca. Quartilla, Ascylto palideci presade gran turbacin, en cuanto a m, qued fro, helado de estupor, sin acertar apronunciar palabra. Sin embargo, un poco tranquilizbame nuestrasuperioridad. Tres eran las mujeres, dbiles por su sexo, y tres nosotros, que,si no ramos Hrcules, pertenecamos al sexo fuerte. Ciertamente nopresentamos un combate con fuerzas superiores, y yo form mi plan para en

    caso de romper las hostilidades. Hice pasar a Ascylto, colocndolo frente a lacompaera de Quartilla, quedeme yo frente a sta, y puse a Gitn al lado de lachiquilla. [Mientras yo reflexionaba de este modo, se aproxim a m Quartilla,reclamando el remedio prometido a sus tercianas. Qued un instanteestupefacto; y ella, engaada sobre la causa de mi inmovilidad, sali furiosa delaposento, volviendo en seguida con varios desconocidos, quienes nos cogieronbruscamente, transportndonos a un palacio magnfico.] El asombro nos hizoperder por completo el valor, y cremos nuestra muerte prxima e inevitable.

    CAPTULO XX. -Te ruego, seora, exclam, que si has decidido matarnos,hagas que se acelere nuestra muerte, pues no somos tan culpables paramerecer la tortura.- La doncella de Quartilla, que se llamaba Psiquis, extendidiligente sobre el suelo un tapiz elegante, y con sus caricias apasionadas tratde enardecer mis sentidos, mortalmente helados. Ascylto, oculta la cabeza bajoel manto, se lamentaba de nuestra suerte, advertido a su costa de lo peligrosoque es sorprender secretos. En el nterin, Psiquis haba sacado varioscordones, con los cuales nos at, sujetndonos fuertemente pies y manos.[Me entristecieron las ligaduras. -No es el mejor modo, le dije, este queempleas, de cumplir los deseos de tu seora. -Djame hacer, repuso ladoncella, que tengo a mano un medio pronto y seguro para reanimaros.- Ysbitamente, loqueando alegremente, trajo un vaso lleno de satyrion, del cual

    me hizo beber, charlando alegremente, la mayor parte, y acordndose de lafrialdad con que Ascylto acogi sus ataques, derram sobre las espaldas deaqul el resto, sin que el lo advirtiese siquiera.]Al cesar la charla de Psiquis, -Cmo es eso?, pregunt. No soy yo digno debeber?-Ella, al soltar yo la carcajada promovida por la pregunta, de Ascylto,bati palmas, y -Joven, dijo: la bebida estaba al alcance de tu mano y laapuraste toda t solo. -Entonces, replic Quartilla, Encolpio no bebi delsatyrion?- Todos remos alegremente al orla, y el mismo Gitn no pudocontener su alegra, tanto, que la virgencita le ech los brazos al cuello, ycubri de besos su rostro, lo cual no desagrad en lo ms mnimo almuchacho.

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    CAPTULO XXI. Hubiramos querido pedir socorro; pero ni haba nadiedispuesto a auxiliarnos, ni me permita Psiquis hacer movimiento algunosospechoso, pinchndome con una horquilla en la cara, mientras que lachiquilla, con un pincel empapado de satyrion, mojaba la piel de Ascylto. Paraacabarnos, penetr en la estancia uno de esos degradados que se prostituyen

    por dinero, adornado de una tnica del color del mirto que llevaba levantadahasta la cintura y haciendo contorsiones indecentes, nos cubra la faz deasquerosos besos, hasta que Quartilla, que presida a nuestro suplicio armadade una verga, dio orden para que cesara aquel tormento. Juramos, pornuestras sagradas divinidades, no revelar jams a persona viviente el fatalsecreto, y aparecieron en la sala varias cortesanas que nos frotaron el cuerpocon aceites perfumados. Reanimados por las fricciones, nos pusimos tnicasde gala, y a la sala prxima fuimos conducidos; en ella haba preparado unsuntuoso festn, y tres lechos ante la mesa, esplndidamente servida, nosesperaban. Nos acomodamos en ellos, y principi la magnfica cena, rociadacon delicioso vino de Falerno. Los exquisitos manjares que gustamos y las

    abundantes libaciones, nos arrastraban hacia el sueo. -Como es eso?,exclam Quartilla. 0s preparis a dormir en vez de rendir el debido culto aPriapo?

    CAPTULO XXII. Como Ascylto comenzara a entregarse al sueo sin hacercaso de las excitaciones de Psiquis, la doncella comenz a enmascararle loslabios y el rostro entero, tiznndoselo con carbn, sin que el rendido yagobiado varn se enterase. Yo mismo comenzaba a gozar las dulzuras delsueo, lo mismo que la servidumbre entera, tanto interior como exterior,tendindose a nuestros pies unos, otros recostados contra las paredes yalgunos en el dintel, todos revueltos y confundidos, juntando las cabezas.Hasta las luces buscaban el descanso, esparciendo resplandores tenues yplidos, sin preocuparse de ahuyentar las tinieblas que iban conquistando eltriclinio. En esto, dos sirios se deslizaron a tientas en la sala buscando unabotella de vino sobre una mesa llena de vajilla de plata. Disptansela conencarnizamiento, y derriban todo cuanto en la mesa haba. Una copa cae sobrela frente de una doncella que dorma en mi lecho, y el dolor la hace lanzar ungrito que despierta a casi todos los sirvientes. Vindose descubiertos losbribones, se dejan caer al suelo y comienzan a roncar para que se les creyeradormidos; entra el maestresala, reanima las luces, concluyen de despertar loscriados, y aparecen varias timbaleras que, con su msica ruidosa, concluyen

    de despertar aun a los ms profundamente dormidos.CAPTULO XXlII. Los convidados volvemos al festn; Quartilla manda traernuevos vinos, y el sonido de los timbales excita de nuevo la alegra. Entoncesaparece un lacayo, el ms insulso de todos los hombres y el slo digno deaquel lugar, quien, golpeando las manos para marcar el tiempo y acompaarsea la vez, canta, la cancin siguiente:Tended los pies, juntad los corazones;impdicas y cnicos, amaos;el placer nos convoca; librementejuntemos nuestros labios;

    brindemos voluptuosos por los gocesdel amor, que se impone soberano.

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    Al acabar estos versos, el inmundo me manch con sus besos; echose luegoen mi lecho, y sin poder yo impedirlo, levant la tnica que me cubra el cuerpo,pretendiendo con todas sus fuerzas violentarme, sin lograrlo. Sus esfuerzos leinundaron la frente y las desnudas piernas de sudor, que corra por su pielcomo ros, dndole aspecto asqueroso.

    CAPTULO XXIV. No pude contener las lgrimas, y agobiado por la tristeza -Es eso, le dije, seora, lo que nos habis prometido?- Bati ella las manosalegremente, y-Hombre agudo, respondi, qu donosa salida!... Qu? Acasote he prometido que impedira que te forzasen?... -A lo menos, repliqu,corramos todos la misma suerte. Ascylto saborea tranquilo el reposo. -Bueno;que le llegue su turno a Ascylto, orden Quartilla.-Y mi caballeroinmediatamente dejome en paz, cambiando de montura para importunar consus impuras caricias a mi compaero. Testigo de esta escena Gitn, rea acarcajadas, y Quartilla, que no haba dejado un punto de considerarlo conatencin, pregunt de quin era lacayo aquel muchacho. Le dije que mo, y-

    Por qu no ha venido, dijo, a buscarme?- Llamle, besole lbricamente, ydeslizando sus manos bajo la tnica, complaciose en acariciar sus atractivos.-He aqu, exclam, un aperitivo de placer para maana. Hoy necesito unHrcules.

    CAPTULO XXV. Al orla Psiquis aproximose a Quartilla, indicndolealegremente algo al odo, que no pude or. -Eso!, eso!, exclam Quartilla.Has pensado muy bien!... Qu otra ocasin ms excelente se nospresentara para que sea desvirgada nuestra Pannyquis [Panquide]?-A estaspalabras trajeron a una nia bastante bella, que no pareca tener ms de sieteaos, y era la misma que con Quartilla vino a nuestro albergue, empezando aaplaudir todos los asistentes, los cuales se apresuraron a arreglar todo lonecesario para la realizacin de tales nupcias. Estupefacto yo, protestalegando la timidez de Gitn, por una parte, y la edad demasiado tierna de lacriatura, lo que impedira al uno cumplir virilmente su cometido, y a la otrasostener el ataque. -As, dijo Quartilla, o de menos edad que sta era yocuando me desvirgaron; porque me muera si recuerdo haber sido alguna vezvirgen. Cuando era nia, ya cohabitaba con muchachos de pocos ms aosque yo; pber, tuve hombres por amantes, y as hasta hoy. He aqu, sin duda,el origen de aquel proverbio;Quien soporta al novillo,

    al toro soportar podr de fijo.Tem que sucediera algn desastre a Gitn, y decid entonces presenciar laceremonia.

    CAPTULO XXVI. Ya haba Psiquis adornado a Pannyquis con el velo dedesposada: ya abra la marcha nupcial, alumbrando con una antorcha el lacayoinmundo, a quien seguan una larga fila de mujeres ebrias, aplaudiendoalegremente; ya el lecho nupcial, adornado por aqullas, slo esperaba a losdos esposos; cuando Quartilla, excitada por el ambiente voluptuoso, se levantbruscamente, cogi a Gitn en sus brazos y lo arrastr hacia el lecho. Almuchacho no le repugnaba la cosa, ni la chiquilla haba pestaeado al or el

    nombre de nupcias. Nos detuvimos ante el tlamo, dejando en libertad a losmuchachos, y la curiosa Quartilla aplic el ojo por la entreabierta puerta, para

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    ser espectadora de la libidinosa escena. Pronto, con el fin de que gozase yotambin del espectculo, me atrajo dulcemente hacia s, y como nuestrosrostros se tocaban, dejaba a menudo de mirar a la pareja nupcial para besarmeapasionada y furtivamente.[Tan fatigado estaba de las liviandades de Quartilla, que buscaba la manera de

    librarme de ella por la fuga, y as se lo comuniqu a Ascylto, quien aprob miidea, como nico recurso para librarse de las asiduidades de Psiquis. Fcil noshubiera sido escapar, a no hallarse Gitn en el cubculo; pero queramosllevrnoslo para sustraerlo a la lubricidad de aquellas meretrices. Mientrasimaginaba algn expediente, Pannyquis cae del lecho, arrastrando en su cadaa Gitn. No recibieron dao alguno, pero el susto hizo a la chiquilla lanzarfuertes gritos, y mientras Quartilla, asustada, vuela a su socorro, nosotrosescapamos, y pronto, ya en nuestro albergue,]tendidos sobre nuestros lechos, nos dormimos, descansando el resto de lanoche.[Al da siguiente encontramos dos de nuestros raptores, a los cuales agredimos

    con furia. Ascylto hiri gravemente al suyo, y, dejndolo en tierra, vino aauxiliarme, pero sin poder lastimarlo en en lo ms mnimo, escap, dejndonosa los dos heridos, si bien levemente.]

    [LA CENA DE TRIMALQUIN, captulos 26,7 - 78]

    Se aproximaba ya el da fijado por Trimalcio [Trimalquin] para manumitir aunos cuantos esclavos suyos, fiesta que celebraba con una esplendida. cena.Volvimos a nuestro albergue a poco, y curamos nuestras heridas con vino yaceite, tendindonos en los lechos. Sin embargo, como habamos dejado a unode nuestros raptores moribundo en la calle, pasbamos grandes angustias einquietudes, imaginando el modo de conjurar la tormenta. En esto, un criado deAgamenn vino a interrumpir nuestras tristes reflexiones: -Y qu, dijo, nosabis lo que se hace hoy? Trimalcio, ese hombre opulento que tiene en eltriclinio un reloj que le advierte por medio de un esclavo con bocina cuntopierde de vida, os espera a cenar-. Odo esto, y olvidando nuestras fatigas, nosvestimos apresuradamente, y Gitn, que segua voluntariamente sirvindonos,

    recibi la orden fe acompaarnos al bao.CAPTULO XXVII. Comenzamos a errar loqueando, y llegamos a un crculo dehistriones, en el que vimos a un viejo calvo, vestido de una tnica roja, yjugando a la pelota con jvenes esclavos de cabellos largos y flotantes.Admirbamos la belleza de los esclavos y la agilidad del viejo, y vimos que encuanto una pelota tocaba el suelo, era rechazada fuera del crculo; un siervo,con una cesta elegante llena de pelotas, proporcionaba las necesarias para eljuego. Entre otras novedades, notamos dos eunucos colocados en los dosextremos del crculo, de los cuales, el uno tena en la mano un vaso nocturnode plata y el otro contaba las pelotas, no las que los jugadores se lanzaban

    unos a otros, sino las que caan al suelo y eran desechadas. Cuandoadmirbamos tanta magnificencia, llegose a nosotros Menelao, y -He ah, dijo,

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    el que os obsequia. Y qu? No veis ya en esto un buen preludio de la cena?-Iba a proseguir Menelao, cuando Trimalcio hizo sonar sus dedos, y a estaseal aproximose a el uno de los eunucos con la bacinilla en la mano.Descarg en ella su vejiga Trimalcio, indic con un gesto que se le sirvieraagua, moj ligeramente sus dedos y los sec en los cabellos de uno de los

    esclavos.

    CAPTULO XXVIII. Muchas fueron las singularidades que nos sorprendieron;as que entramos en el bao, pasando del caliente, que nos hizo sudarbastante, al fro. Nos tomaron por su cuenta los frotadores. Ya Trimalcioacababa de ser perfumado y frotado, y los paos con que frotaron su cuerpo noeran de lino, sino de lana suavsima. Tres siervos, en presencia suya,escanciaban el Falerno; disputbanse a quien bebera ms, y por elloderramaban al suelo bastante. Trimalcio les dijo: -Bebed, bebed a mi salud.- Loenvolvieron en una, tnica escarlata, lo colocaron en una litera precedida decuatro lacayos con libreas magnficas, a pie, y de una silla de manos en que se

    figuraban las delicias de Trimalcio por medio de un joven prematuramenteavejentado y deforme. Mientras lo conducan, se acerc a l un msico conuna flauta, e inclinndose hacia su odo como si fuera a comunicarle algnsecreto, comenz a tocar, no cesando en todo el camino de hacerlo. Seguimosen silencio, ya cansados de admirar tantas cosas, y llegamos con Agamenn ala puerta del palacio, en cuya parte superior lemos esta inscripcin:Cualquier esclavoque sin permiso del Seor salierecon cien azotes sea castigado.En el vestbulo hallbase el portero con tnica verde que sujetaba un cinturnde color de cereza, y el cual desgranaba guisantes en una fuente de plata. Unajaula de oro suspendida del techo encerraba un jilguero que saludaba con sustrino s a los visitantes.

    CAPTULO XXIX. Admiraba yo todo con la boca abierta, cuando vi a laizquierda y cerca de la portera un enorme perro encadenado y encima de sucaseta escrito en letras maysculas esta advertencia: MUCHO CUIDADOCON EL PERRO! Los compaeros mos rieron de mi miedo, pues metemblaban las piernas a la idea de tener que pasar junto al perro... que erapintado solamente. Recobr el nimo y pas a examinar los dems frescos queadornaban las paredes; uno de ellos representaba un mercado de esclavos, los

    que llevaban sus ttulos colgados del cuello, y en otros se representaba aTrimalcio mismo, los cabellos al viento y con un caduceo en la mano, entrandoen Roma conducido por Minerva, ms lejos estaba tomando lecciones defilosofa y luego hecho tesorero. El curioso pintor haba tenido buen cuidado deayudar con minuciosas inscripciones la inteligencia del espectador. En unextremo del prtico, otro cuadro representaba a Trimalcio cogido de la barbapor Mercurio y colocado por el dios en el sitial ms elevado de un alto tribunal;cerca de l, la Fortuna con enorme cuerno de abundancia, le ofreca susdones, y las tres Parcas, con finsimos hilos de oro, tejan su destino. Vi otrocuadro en el cual un tropel de esclavos ejercitbale en la carrera; y a un ladodel prtico contempl un gran armario que encerraba, en un magnfico relicario,

    varios dioses Lares de plata, una estatua de Venus de mrmol y una caja deoro bastante grande que contena, segn dijeron, la primera barba de

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    Trimalcio. -Qu representan, pregunt al portero, esos cuadros de ah enmedio? -La Ilada y la Odisea, respondi, y a la izquierda un combate degladiadores.

    CAPTULO XXX. No era posible examinar despacio tantas preciosidades.

    Llegamos a la sala del festn, en cuyo dintel nos esperaba de pie elmaestresala. Sobre la puerta, sorprendiome ver dos guilas sobre hachas deacero y con especie de espuelas en las garras, de las que colgaba una placade bronce donde se lea en maysculas: A CAYO POMPEYO QUE SUFRIAUGUSTO AL TESORERO DE TRIMALCIO, CINNAMO. Para alumbrar bien esta inscripcin se haban colocado ante ella dos lmparas;y a ambos lados de la puerta tablitas, una de las cuales, si mal no recuerdo,tena escrito:El da III y la vspera de las calendas de Enero Cayo, Nuestro Seor, cen enesta casa.

    Y en la otra se representaban el curso de la luna, los siete planetas y los dasfastos y nefastos, indicados con puntos de diferentes colores. Ya hartos decontemplar maravillas bamos a entrar en la sala del festn, cuando un esclavoencargado de ello, nos grit advinindonoslo: -Del pie derecho!- Tras unmomento de confusin y temerosos de que alguno de los convidados echaseprimero el pie izquierdo, al fin entramos como se nos haba advertido, y apenasen el comedor, un esclavo vino a echarse a nuestros pies implorandomisericordia. Su falta, segn dijo, haba sido leve: dejar perder el traje deltesorero de Trimalcio mientras aquel funcionario estaba en el bao. El esclavonos asegur que el traje extraviado no vala diez sestercios. Salimos delcomedor, siempre del pie derecho, y fuimos en busca del tesorero, que sehallaba en su oficina contando oro, suplicndole perdonase al esclavo. -No memueve tanto la prdida, dijo, como la negligencia de ese negadsimo siervo. Elvestido que me ha hecho perder, aadi orgullosamente, era un vestido defestn que me regal por mi cumpleaos uno de mis clientes; era, sin duda, deprpura de Tyro, pero haba sido ya lavada. Sin embargo, qu importa? Osdoy al reo.

    CAPTULO XXXI. Reconocido por tan gran beneficio, cuando de nuevoentramos en el comedor, acudi a nosotros el mismo esclavo por quienacabbamos de rogar, y agradeci nuestra humanidad cubrindonos de besos

    con gran estupefaccin nuestra. -Ahora conoceris, dijo, que no habisobligado a un ingrato. Mi obligacin es la de escanciar el vino del seor-.Cuando despus de todos esos retrasos nos colocamos por fin en la mesa,esclavos egipcios nos vertieron en las manos agua de nieve; luego otros noslavaron los pies y nos limpiaron con admirable destreza las uas, cantandomientras lo hacan. Curioso por saber si todos los dems esclavos imitaban astos, ped de beber, y el esclavo, que me sirvi acaloradamente, acompaese acto con un canto agrio y discordante; as hacan todas las gentes de lacasa cuando se les peda algo. Creerais hallaros entre un coro de histriones,no en el comedor de un padre de familia. Haban servido ya el primer plato,verdaderamente suculento, y todo el mundo hallbase en la mesa, menos

    Trimalcio, cuyo lugar, segn costumbre, era el sitio de honor. En una fuente,destinada a los entremeses, haba un pollino esculpido en bronce de Corinto,

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    con una albarda que contena de un lado olivas verdes y de otro negras. En ellomo del animal dos pequeos platos de plata tenan grabados; en el uno, elnombre de Trimalcio, y en el otro, el peso del metal. Arcos en forma de puentesostenan miel y frutas; ms lejos, salsas humeantes en tarteras de plata,ciruelas de Siria y granos de granada.

    CAPTULO XXXII. Estbamos anegados en ese ocano de delicias, cuandoestall una preciosa sinfona y a sus acordes entr Trimalcio llevado poresclavos, que le colocaron dulcemente sobre un lecho guarnecido demagnficos cojines. A su imprevista aparicin, no pudimos menos de reraturdidamente. Su cabeza calva, brillaba bajo el velo de prpura, y llevabaanudada al cuello una riqusima servilleta que cubra sus magnficos vestidospor delante y de la cual pendan dos franjas que defendan sus costados. En eldedo meique de la mano izquierda llevaba un gran anillo dorado, y en lafalange superior del anular de la misma mano, otro anillo ms pequeo, segnme pareci de oro pursimo y sembrado de estrellas de acero. No es eso todo;

    como para deslumbrarnos con sus riquezas, descubra en su brazo derecho unprecioso brazalete de oro esmaltado con pequeas lminas del marfil msbrillante y mejor bruido.

    CAPTULO XXXIII. Mientras se limpiaba los dientes con un alfiler de plata: -Amigos, nos dijo, a seguir solamente mi gusto, no hubiera venido tan pronto alfestn, entretenido en una partida por dems interesante para m; pero por noretardar vuestros placeres con mi ausencia, la suspend. Me permits quetermine el juego?- Seguale un nio, en efecto, llevando en la mano un tablerode damas de terebinto y con las casillas de cristal, sorprendindome muchoque en vez de los peones ordinarios blancos y negros, jugaban con monedasde oro y plata. Mientras que jugando se apoderaba de todos los peones de suadversario, se nos sirvi sobre una fuente una cesta en la que haba unagallina de madera tallada que, con las alas abiertas y extendidas, parecaempollar huevos. A los acordes de la eterna cantilena, dos esclavos seaproximaron, y escarbando en la paja, sacaron huevos de pava real quedistribuyeron entre los convidados. Esta escena atrajo las miradas de Trimalcio:-Amigos, exclam, supongo que la gallina no habr empollado los huevos de lapava, Por Hrcules, que pudiera haber sucedido!; pero vamos a probar ahorasi podemos comerlos-. Al efecto se nos sirvieron unas cucharas que nopesaban menos de media libra, y abrimos los huevos cubiertos de una ligera

    capa de harina que imitaba perfectamente la cscara. Estuve a punto de tirar elmo, porque cre ver moverse en su interior al pollo, cuando un viejo parsitome dijo: -No s lo que hay aqu que debe ser muy bueno-. Reparo bien, y meencuentro con un papafigo sepultado entre yemas de huevo deshechas.

    CAPTULO XXXIV. Dio por terminado el juego Trimalcio y se hizo llevar detodos los manjares que se nos haban servido, anuncindonos en alta voz quesi alguno quera cambiar de vino o continuar con el mismo, lo dijese confranqueza; en seguida, a una nueva seal, se comenz la msica. En mediodel tumulto del servicio cayose al suelo un plato de plata, y un esclavojovencillo, queriendo acertar, lo levant. Advirtiolo Trimalcio e hizo dar al

    chiquillo un vigoroso sopapo por su oficiosidad, ordenando que se dejara elplato donde haba cado para que el sirviente lo barriera con los otros

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    desperdicios. Entraron seguidamente dos etopes de larga cabellera, llevandopequeos bolos, parecidos a los que sirven para regar la arena del circo, y envez de agua nos echaron vino en las manos. Como se elogiaraentusiastamente este exceso de lujo, exclam nuestro anfitrin: -Marte ama laigualdad-. En consecuencia, pidi que cada convidado se sirviera a s mismo,

    aadiendo: -De ese modo, no amontonndose aqu los esclavos, nosmolestarn menos-. En seguida trajeron unos frascos de cristalcuidadosamente lacrados, del cuello de cada uno de los cuales colgaba unmarbete con esta inscripcin:FALERNO OPIMIANO DE CIEN AOSMientras leamos el rtulo, Trimalcio, golpeando las manos satisfecho, dijo: -Ay!... Luego es cierto que el vino vive ms que el hombre!... Bebamos hastasaciarnos; el vino es la vida. El que os ofrezco es verdadero opimiano. No eratan bueno el que puse ayer sobre la mesa, aunque me acompaaban a ellams encopetados personajes-. Mientras que, sin dejar de saborear el exquisitonctar admirbamos cada vez ms la suntuosidad del festn, un esclavo coloc

    sobre la mesa un esqueleto de plata, tan bien hecho, que las vrtebras yarticulaciones podran moverse en cualquier sentido. El esclavo hizo funcionarel mecanismo, moviendo dos o tres veces los resortes para hacer tomar alautmata diversas actitudes y Trimalcio declam con nfasis estos versos:Ay de nosotros mseros! Qu corta,frgil y deleznable es la existencia!...Un paso de la tumba nos separa...Vivamos, pues, con el placer por lema!

    CAPTULO XXXV. Esta especie de elega fue interrumpida por la llegada delsegundo servicio, hacia el cual volvimos todos los ojos, y que no correspondipor su magnificencia a nuestra expectativa. Bien pronto sin embargo atrajonuestra admiracin una especie de globo en torno del cual estabanrepresentados los doce signos del Zodiaco, ordenados en crculo. Encima decada uno de ellos se haban colocado manjares que por su forma o por sunaturaleza tenan alguna relacin con dichas constelaciones: sobre Aries,hgado de cordero: sobre Tauro, un trozo de buey; sobre Gminis, riones ytestculos; sobre Cncer, una corona; sobre Leo, higos de frica; sobre Virgo,una matriz de marrana; encima del signo Libra, una balanza que en un ladotena una torta, y en el otro peso una galleta; sobre Escorpin, un pescadomarino; sobre Sagitario, una liebre; una langosta sobre Capricornio; sobre el

    Acuario, una oca, y sobre Piscis, dos truchas. En el centro de este hermosoglobo, un cuadrado artstico de mullido csped sostena un rayo de miel. Unesclavo egipcio, dando vuelta a la mesa nos iba ofreciendo pan caliente en unhorno de plata, y mientras sacaba de su ronca garganta un himno extrao, enhonor de no s qu divinidad. Nos disponamos tristemente a atacar manjarestan groseros, cuando Trimalcio: -Si queris creerme, nos dijo, cenemos. Tenisante vosotros lo mejor de la cena.

    CAPTULO XXXVI. En cuanto hubo pronunciado estas palabras, y al son de losinstrumentos, cuatro esclavos se lanzan hacia la mesa y, bailando, arrebataronla parte superior del globo. Esto descubri a nuestra vista un nuevo servicio

    esplndido: aves asadas, una teta de marrana, una liebre con alas en el lomofigurando el Pegaso, etc. Cuatro stiros en las esquinas de aquel arcn tenan

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    en las manos unos odres por cuyas bocas sala el agua engrosando la delestanque y formando en l olas por entre las cuales nadaban verdaderospeces. A la vista de esa maravilla todos los esclavos aplaudieron y nosotros lesimitamos, atacando con verdadero jbilo tan exquisitos manjares. Trimalcio,encantado como nosotros de esta sorpresa que habanos preparado su

    cocinero. -Trincha! exclam-. Y el maestresala se apresur a obedecerlecortando todas las viandas al comps de la msica, y con tal precisin que sele hubiese tomado por un conductor de carros recorriendo la arena del circo alcomps de un rgano hidrulico. Trimalcio segua diciendo con las ms dulcesinflexiones de su voz: -Trincha!, trincha! Sospechando yo alguna broma enaquella palabra tan a menudo repetida, pregunt al comensal que ms cercatena y l, que frecuentaba la casa: -Ves, repuso, al encargado de trinchar?Se llamaba Trincha; y as cada vez que Trimalcio exclama: Trincha! con lamisma palabra le llama y le ordena.

    CAPTULO XXXVIl. No pudiendo ya probar bocado me volv hacia mi vecino de

    mesa para conversar con l, y despus de unas cuantas preguntas, sin otroobjeto que entablar la conversacin, pregntele quin era una mujer que iba yvena de una parte a otra toda la noche. -La esposa, me dijo, de Trimalcio, lacual se llama Fortunata y no poda tener mejor nombre, porque ha sidociertamente afortunada. -Y cmo ha sido eso? -Lo ignoro. Slo s que antesno hubiera querido recibir de ella ni el pan. Ahora no s cmo ni por qu es lamujer de Trimalcio, quien slo ve por sus ojos, al extremo que si al medio da ledijere que era de noche, lo creera. l mismo no sabe lo que tiene: pero ellacuida y administra admirablemente su fortuna, y est siempre donde menos sepiensa. Sobria, prudente, de buen consejo, tiene empero una lengua viperina,que corla como un sable; cuando ama, ama; pero cuando aborrece, aborrecede veras. Trimalcio posee vastsimos dominios que cansaran las alas de unmilano que los recorriese. Amontona el oro de tal manera que se ve ms dineroen su portera del que cualquiera otro puede reunir con todo su patrimonio. Encuanto a esclavos oh!, oh!, por Hrcules! No creo que la dcima parte deellos conozca a su amo. Sin embargo, le temen todos, al extremo de entrar auna sea imperativa suya por un agujero de ratones.

    CAPTULO XXXVIII. No tiene necesidad, como podrais haber supuesto, decomprar nada, porque nada falta en sus dominios: lana, cera, mostaza y hastaleche de gallina si se te antojara podra servirte. Sus ovejas le daban una lana

    no buena e hizo traer carneros de Tarento para mejorar sus rebaos. Conobjeto de poseer miel tica hizo traer abejas de Atenas, confiando en que lamezcla de sus abejas con las de Grecia mejorara el producto de losenjambres. Estos das ha hecho escribir a la India pidiendo semilla de setas; yno hay mula en sus cuadras que no sea hija de un onagro. Veis estos lechos?No hay uno solo cuya lana no est teida de prpura o de escarlata. Tanta esla dicha de ese hombre!...En cuanto a esos libertos, no vayas a menospreciarlos, Nadan en la opulencia.Ves aquel del extremo de la mesa? Hoy posee sus ochocientos doblessestercios; de la nada sali; sola llevar lea a cuestas para vivir. Aseguran (nolo s, pero as lo he odo) que tuvo la destreza de apoderarse del sombrero de

    un ncubo y encontr en l un tesoro. Si algn dios le ha hecho ese presente,yo no le envidio. No por ello es menos liberto reciente; pero no lo quiero mal.

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    ltimamente ha hecho grabar sobre la puerta de su casa, esta inscripcin:CAYO POMPEYO DIGENES DESDE LAS CALENDAS DE JULIO ALQUILALA CASA PORQUE QUIERE COMPRAR OTRA. -Quin es el que ocupa laotra plaza destinada a los libertos? Qu bien se cuida! -No le reprocho porello. Haba ya decuplado su patrimonio, pero sus negocios se torcieron, y ahora

    no tiene un solo cabello en la cabeza que le pertenezca. Pero, por Hrcules!,no es culpa suya, pues no hay hombre ms honrado. Culpa es de algunosbribones que lo han despojado de todo. Ya se sabe que cuando la marmita sevuelca y la fortuna se pierde, tambin los amigos desaparecen. -Y quhonrada ocupacin tena cuando le sobrevino tal percance? -Esta: empresariode pompas fnebres. Sola comer tan bien como un rey. En su mesa se veanjabales enteros, platos de repostera, aves, ciervos, pescados, liebres; msvino se derramaba en su mesa que el que guardan otros en sus bodegas. -Fantstico, no racional. -Cuando se torcieron sus negocios, temiendo que susacreedores le hiciesen cargo por su lujo, hizo fijar en su puerta este cartel:JULIO PRCULO VENDER AL MEJOR POSTOR LO SUPERFLUO DE SU

    CASA.

    CAPTULO XXXIX. Interrumpi Trimalcio la agradable charla, cuando ya sehaban llevado el segundo servicio, y habiendo excitado el vino la hilaridad delos convidados habase hecho general la conversacin. -Ah tenis vino, dijo,bebed para cobrar nuevas fuerzas y hasta que los pescados que hemoscomido puedan nadar en los estmagos. Os ruego, sin embargo, que nopensis que me contento con los manjares que se nos han servido. Noconocis a Ulises? Cmo es eso?... Oportuno me parece sin embargo quemezclemos al placer de la mesa el de sabias o discretas disertaciones. Quelas conizas de mi bienhechor descansen en paz!... A l debo representar elpapel de hombre entre los hombres. He aqu por qu no puede sorprendermecomo novedad nada que se me sirva. Por ejemplo, puedo explicaros, queridosamigos, la alegra que encierra ese globo que acaban de servirnos. El cielo esla mansin de esas doce divinidades de las cuales toma la formasucesivamente. Tan pronto est bajo la influencia de Aries, y todos cuantosnacen al amparo de tal constelacin poseen numerosos rebaos, y abundantelana, siendo testarudos, impdicos, farsantes, signo que preside el nacimientode la mayora de los estudiantes y declamadores (aqu aplaudimos entusiastasla ingeniosa sutileza de nuestro astrlogo anfitrin); tan pronto bajo la del Toro(Tauro) que viene inmediatamente a reinar en el cielo. Entonces nacen los

    libertinos, glotones y borrachos, todos los que slo se aplican a satisfacer susapetitos brutales. Los que nacen bajo el signo de Gminis, buscan elacoplarse, como los caballos del carro, los bueyes de carreta, los dos rganosde la generacin, que enardecen igualmente a los dos sexos. Como yo henacido bajo la influencia de Cncer y marcho, como ese anfibio, con variospies, extendindose mis posesiones por los dos elementos, he colocado sobretal signo una corona, con objeto de no desfigurar mi horscopo. Bajo Leonacen los grandes comedores y aquellos a quienes gusta dominar; bajo Virgo,las mujeres, los afeminados y poltrones destinados a la esclavitud; bajo Libra,los carniceros, los perfumistas y cuantos venden sus mercancas al peso; bajoEscorpin, los envenenadores y los asesinos; bajo Sagitario, los estrabones,

    que parecen contemplar las legumbres y se llevan el tocino; bajo Capricornio,los farderos cuya piel encallece con el trabajo; Acuario preside el nacimiento de

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    tenderos y gentes que tienen vueltos los sesos agua; y Piscis, los cocineros ylos retricos. As da vueltas el mundo como una muela y siempre producealgn dao a los hombres que nacen y mueren. En cuanto al csped que veisen medio del globo y al rayo de miel que lo cubre, no ha sido hecho sin unarazn. La Madre Tierra, redonda como un huevo, que ocupa el centro del

    universo, tiene en s misma todo lo bueno que existe, como la miel.

    CAPTULO XL. Todos los comensales le aclamamos, elevando las manos alcielo, y juramos que ni Hipaseo ni Asato merecan sercomparados a Trimalcio. En esto entraron algunos sirvientes que extendieronsobre nuestros lechos tapices bordados en los que se representaban episodiosdiferentes de caza. No comprendimos el significado de esto, pero de repenteomos fuertes ladridos y grandes perros de Laconia se precipitaron en laestancia, corriendo alrededor de la mesa. Dos esclavos les seguan llevandouna fuente sobre la cual erguase un jabal de gran tamao, con un gorro deliberto, y de cuyos colmillos pendan dos cestillos de palma:

    uno lleno de dtiles de Siria y otro con dtiles de la Tebaida. Dos lechones,hechos de pasta cocida al horno, a ambos lados del animal, parecan colgarsede sus mamas, indicndosenos as el sexo del jabal. Los convidados aquienes se les ofreci obtuvieron el permiso de guardar los jabatos. Esta vezno fue el Trincha que habamos visto trinchar antes quien se present aefectuar la diseccin del jabal, sino un zagaln de larga barba, y vestido decazador; el cual, sacando de la cintura un cuchillo de caza, rasg de un tajo elvientre del jabal, escapndose de l un tropel de tordos que intentaron en vanoescapar revoloteando en todas direcciones, pero que fueron atrapados alinstante por los esclavos, quienes ofrecieron uno a cada convidado, siguiendolas rdenes de Trimalcio, quien -Mirad, exclam, cmo ese glotn jabalhabase engullido todo el ornato de la selva-. Despus los esclavos desocupanlas canastillas suspendidas de los colmillos y nos distribuyen, a partes iguales,todos los dtiles de Siria y la Tebaida.

    CAPTULO XLl. Entre tanto yo, algo separado de los dems comensales, meentregu a un cumulo de reflexiones sobre aquel jabal a quien se habaadornado con un gorro de liberto. Despus de pensar y rechazar milconjeturas, me atrev a preguntar al respecto a mi anterior interlocutor,exponindole la causa de mis cavilaciones. -Eso podra habroslo explicado,me dijo, cualquier esclavo. No se trata de un enigma, sino de cuestin muy

    sencilla. Este jabal mismo fue servido ayer al final de la cena, y los convidadoslo rechazaron, hartos ya, sin querer probarlo; esto significaba devolverle sulibertad; as que hoy reaparece con el gorro del liberto-. Corrido de miignorancia no quise preguntar ms, temeroso de pasar por un hombre quenunca frecuent la buena sociedad. Durante el corto dilogo, un joven esclavo,hermoso, coronado de pmpanos iba en torno de los convidados ofreciendouvas y dndose a s mismo y sucesivamente los nombres de Bromio, Lago y Eiro , mientras cantaba con voz aguda una cancin cuyosversos haba compuesto su dueo. Al orlo, ste, volvindose hacia l: -Dioniso, le dijo, s libre -. El esclavo quit al jabal su gorro y se lo puso en lacabeza. Entonces Trimalcio, complacido, aadi: -No me negaris que he

    hecho libre a mi padre. Aplaudimos la frase de Trimalcio y besamos todos aljoven esclavo manumitido. Se levant el anfitrin para satisfacer una necesidad

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    apremiante, y libre del importuno tirano, reanim nuestra charla. Uno de losconvidados pidi al joven liberto uvas: -El da, exclam, no es nada. Apenastiene uno tiempo de volverse, cuando ya vino la noche; as que nada es mejorque pasar directamente del lecho a la mesa. Apenas se ha refrescado uno, yno tiene necesidad del bao para reaccionar. Para ello una bebida caliente es

    el mejor abrigo. He bebido mucho y no s lo que digo. Mi vino se ha subido, ahabitar en el cerebro.

    CAPTULO XLII. Interrumpindole Seleuco tom parte en la conversacin: -Yyo, dijo, no me bao tampoco todos los das. Eso es cosa de locos. El aguatiene dientes que desgastan poco a poco nuestro organismo; pero cuando hebebido bien, me burlo del fro. Hoy no pude baarme porque tuve que asistir alentierro de un buen amigo, de ese excelente Crisanto que acaba de morir. Mellamaba hace poco y an me veo hablando con l. Ay! Somos odres llenos.Ms insignificantes que las moscas somos, pues siquiera ellas tienen algunascualidades; nosotros slo somos glbulos. Qu sucedera si no nos

    abstuviramos?... Durante cinco das no ha entrado en su boca una gota deagua ni una miga de pan, y sin embargo muri. Los muchos mdicos loperdieron, o ms bien su destino adverso, porque el mdico slo puedelevantar el nimo. De todos modos, puede decirse que ha sido enterrado conlos mayores honores, sobre su lecho de festn, envuelto en preciosas tnicas,siguiendo al cortejo gran nmero de plaideras; se manumitieron algunosesclavos; no obstante, su esposa apenas aparent derramar algunas lgrimas.Qu fuera si l no le hubiera dado ptimo trato? Pero qu son las mujeres?Nada de bien se les debe hacer, porque, como los milanos, no lo agradecen.Para ellas un amor antiguo se convierte en molesta crcel.

    CAPTULO XLIII. Fue Plero quien exclam: -Acordmonos de losvivos. Crisanto tuvo la suerte que mereca. Honrado vivi y honradamente leenterraron. De qu tiene que quejarse? No tena nada cuando empez yhubiera cogido de un estercolero un bolo con los dientes. As creci y crecicomo la espuma. Poda decir por Hrcules! que ha dejado cien mil sestercios ytodo en dinero contante. Y tambin, con toda franqueza, y en verdad, os dirque tena la palabra spera, que era hablador y la personificacin de ladiscordia. Su hermano, en cambio, era un hombre de corazn, amigo de susamigos, de mano abierta y mesa franca para todo el mundo, Al principioandaba por malos pasos, pero se rehizo cuando la primera vendimia; vendi su

    vino a como quiso, y lo que le enderez del todo fue una herencia, de la quesac ms partido del que le corresponda. Por esto enojronse los doshermanos, legando Crisanto a un tercero sus bienes. Muy lejos se va quien delos suyos huye; pero como escuchaba a sus esclavos como al orculo, ellos lollevaron a ese terreno. Nunca podr obrar discretamente quien se deja confacilidad persuadir, sobre todo si es comerciante. Sin embargo, ha hechobuenos negocios, aunque ha recibido lo que no le corresponda alguna vez.Fue un nio mimado de la fortuna; convertase en sus manos el plomo en oro yle vena todo a pedir de boca. A qu edad creis que ha muerto? Tena yams de setenta aos; pero su salud era de hierro, y no los representaba; tenael cabello negro como el cuervo. Yo lo conoc muy licencioso, y aun de viejo

    calavereaba, no respetando ni edad ni sexo. Por Hrcules! Quin lo

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    censurara? El placer de haber gozado es todo lo que puede uno llevarse a latumba.

    CAPTULO XLIV. Tal dijo Plero; y Ganimedes: -Todo lo que habis contado,exclam, no interesa ni al cielo ni a la tierra; y entre tanto no os curis de

    lamentar el hambre que nos amenaza. Por Hrcules! No he podido hoyencontrar pan que llevarme a la boca. Y por qu? Porque la sequa persiste: yya me parece que hace un ao que estoy ayuno. Los ediles (malditos sean!)se entienden con los panaderos: srveme y te servir. As el pueblo bajopadece para que esos sanguijuelas celebren sus Saturnales. Oh, situviramos aquellos leones que aqu estaban cuando volv del Asia!... Aquelloera vivir. Lo mismo sucedi a la Sicilia interior; tambin all la sequa estropelas mieses de tal modo, que no pareca sino que pesaba sobre aquelloscampos la maldicin de Jpiter. Pero entonces viva Safinio, de quien meacuerdo bien, aunque yo era un nio; viva cerca del acueducto viejo; ms quehombre era el aquiln, devastaba todo a su paso; pero recto, veraz, buen

    amigo, leal, honrado y noble. Pues, y en el foro? Trituraba a sus adversarioscomo en un mortero, y no gustaba de circunloquios ni rodeos; iba derecho alasunto, hablando claro y firme. Cuando abogaba en los estrados, su voz sehaca sonora como si hablase con bocina, y ni sudaba nunca ni escupa. Puedodecir que tena temperamento asitico. Y qu afable! Devolva siempre lossaludos, llamando a cada cual por su nombre, como cualquiera de nosotros lohace. As, cuando l fue edil, los vveres costaban casi nada. Los hombreshambrientos no podan entonces comerse del todo un solo pan de dos bolos;hoy, los que se nos venden al mismo precio, no son ms grandes que el ojo deun toro. Ay! Ay! Cada da estamos peor en este pas que progresa haciaatrs... Pero, cmo no? Tenemos por edil a un hombre que vendera por unbolo nuestra vida. As aumenta su hacienda; recibe en un da ms dinero quetenan otros como patrimonio. Yo conozco algn negocio que le ha valido mildenarios de oro; pero si nosotros tuviramos un poco de sangre en las venas,no nos tratara as. Ahora el pueblo es len en su casa y fuera de ella zorra. Encuanto a m, ya me de comido el precio de mis vestidos, y si contina laescasez, tendr que vender todos mis trastos. Cul ser nuestro porvenir si nilos dioses ni los hombres se compadecen de esta colonia? As me ayude elcielo, como creo que todo es causa de la impiedad actual. Nadie piensa ya enlos dioses, ni se cura de ayunar; no se hace caso alguno de Jpiter; perotodos, con los ojos muy abiertos, cuentan su dinero. Antes, las mujeres iban

    con los pies desnudos, los cabellos despeinados, cubiertas con un velo, y conel alma pura, a implorar de Jpiter la lluvia; as que el agua caa a torrentes,lodo el mundo estallaba de alegra. Ahora ya no sucede as; olvidados en sustemplos, los dioses tienen los pies envueltos en lana, como ratones, y como nosomos religiosos, los campos mueren.

    CAPTULO XLV. -Te ruego, dijo Equio , hombre de pobre aspecto,que hables mejor. Todo no es ms que dicha o desdicha, como dijo el rsticoque haba perdido varios cerdos. Lo que no sucede hoy, acaecer maana; tales la ley de la vida. No; por Hrcules! no habra pas mejor que ste si lohabitaran hombres; si sufre ahora, no es el solo pas que sufre. No debemos

    ser tan delicados; que el sol luce para todos. Si estuvieses en otra partecreeras que aqu andaban por las calles los cerdos cocidos. Dentro de tres

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    das vamos a presenciar un espectculo soberbio: un combate, no de simplesgladiadores, sino de libertos. Y Tito, mi seor, que es un hombre magnnimo,calvo, y a quien conozco bien, pues pertenezco a su casa, nos ha de hacer vercosas sorprendentes, de un modo u otro. No se trata de una farsa; se darnhierros afilados a los luchadores; no se les permitir la fuga, y veremos en el

    anfiteatro una verdadera carnicera. Tito puede hacerlo, pues ha heredado desu padre treinta millones de sestercios. Aunque derrochase cuatrocientos mil,no se resentira su fortuna, y se le llamara sempiternamente generoso. Yatiene dispuestos los caballos y la conductora del carro, y ha tomado al tesorerode Glico [Glicn], el cual fue sorprendido por ste los brazos de su seora.Reiris al ver cmo el pueblo toma partido en este asunto ntimo, los unos afavor del marido burlado y los otros al del favorecido amante. Glico, que es unsestercio de hombre, furioso, hizo arrojar a las fieras a su tesorero. Erapregonar el escndalo. Adems, qu culpa poda tener el tesorero cuandoquizs no hizo sino obedecer las rdenes de su seora? Ms merecedora eraella de ser descuartizada por toros; pero el que no puede al asno pega a la

    albarda. Qu otra cosa poda esperar Glico, que fuera buena y honrada, deuna hija de Hermgenes? Pretender otra cosa era como querer cortar las uasa un milano en lo ms alto de su vuelo. Lo que se hereda no se hurta. Glico seech tierra a los propios ojos, as que, mientras viva, llevar un estigma queslo las Parcas pueden borrar. Menos mal que las faltas son personales. Peroyo saboreo ya de antemano el festn con que nos va a obsequiar Mamea, queme dar dos denarios de oro para m y los mos. Y ojal suplante Mamea en elfavor pblico, si tal hace, a Norbano y marche con vuelo rpido en alas de lafortuna! Qu bien nos ha hecho a nosotros? Nos ofrece una fiesta demiserables gladiadores, ya decrpitos, que con un soplo seran derribados. Yohe visto atletas ms temibles morir devorados por las fieras a la luz de lasantorchas; pero esta pareca una ria de gallos. Uno estaba tan gordo, que nopoda moverse; otro, patizambo; un tercero, reemplazante del muerto, estabamedio muerto, pues tena los nervios cortados. Uno slo, tracio denacionalidad, tena buena presencia, pero pareca que luchaba al dictado. Porfin, se rasguaron mutuamente para salir del paso, pues eran gladiadores defarsa. Y aun al salir del circo se atrevi a decirme Norbano: - Os he dado unbuen espectculo. -Y yo te he aplaudido, le repuse. Ajusta la cuenta y versque te he dado ms de lo que he recibido. Una mano lava la otra.

    CAPTULO XLVI. Me parece, Agamenn, orte decir: -Qu nos declama ese

    hablador importuno? Pero, por qu no hablas t que sabes hablar bien?Tienes ms instruccin que nosotros y te res de nuestros discursos. Yasabemos que te enorgulleces de tu saber. Por qu? Cualquier da acaso tepersuada para que vengas al campo y visites nuestra casucha; encontraremosqu comer: pollos, aves... No lo pasaremos mal, aunque este ao lastempestades han destrozado las cosechas, pues hemos de hallar cmosatisfacer nuestro apetito. A propsito; ya est bastante crecido mi Ccaro, tu discpulo; sabe ya cuatro partes de la oracin; si viviere lotendrs a tu lado como un esclavo pequeo, pues en cuanto tiene un instantede huelga, no levanta la cabeza del libro; es ingenioso y dcil; tiene pasin porlas aves. Ya le he matado tres cardelinas, dicindole que se las haba comido

    el hurn; pero ya se ha proporcionado otras. Tambin gusta mucho de hacerversos. Ya ha dejado el griego y se aplica al latn, aunque su maestro es un

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    pedante voluble, que no tiene constancia para nada; no le faltan luces, pero noquiere trabajar. Su otro maestro, aunque no sea un doctor, sino un erudito,ensea con mucho cuidado lo que no sabe bien. Suele venir a mi casa los dasde fiesta, y se contenta con lo que le doy. Hace poco compr para mi hijo librosde Derecho, pues quiero que lo conozca un poco para dirigir bien la casa. Hay

    que ganar el pan!... Por las bellas letras no tiene inclinacin. Si aprovecha eltiempo es mi propsito que aprenda una profesin til, como la de barbero,pregonero, o a lo menos abogado; un oficio, en fin, de esos que slo la muertepuede hacer perder. As le repito cotidianamente: "Primognito, creme; lo queaprendes, para ti lo aprendes. Mira al abogado Plero ; si no hubieseaprendido, hoy se morira de hambre. Poco, poco ha, no tena nada; y hoyrivaliza en fortuna con el mismo Norbano. La ciencia es un tesoro y el queposee un oficio nunca muere de hambre.

    CAPTULO XLVII. De este modo conversbamos, cuando entr Trimalcio, seenjug la frente, lavose las manos con perfume y en seguida: -Dispensadme,

    dijo, amigos; hace ya muchos das que mi vientre no funciona regularmente, ylos mdicos no atinan con la causa; algn provecho, sin embargo, me ha hecholtimamente una infusin de corteza de granada y acederas en vinagre. Esperoque la tormenta que ruga en mis entraas se disipe; si no mi estmagoretumbara con ruidos semejantes a los mugidos de un toro. As que si algunode vosotros padece por la misma causa hara mal en reprimirse, pues nadirest exento de una dolencia semejante. No creo que haya tormento mayor queel contenerse. El mismo Jpiter nos ordenara vanamente semejante esfuerzo.Res, Fortunata? Y sin embargo sueles no dejarme dormir a la noche con tusflatosidades. Siempre he concedido entera libertad a mis convidados; hasta losmdicos prohben el contenerse, y si se trata de algo ms, el que lo necesiteencontrar, adems de agua y silla, un guardarropa completo. Creedme,cuando el flato se reconcentra al cerebro, todo el cuerpo se resiente. S demuchos que perecieron a causa de ello, por no atreverse a decir la verdad-.Dimos gracias por su liberalidad e indulgencia a nuestro anfitrin, y riendasuelta a la risa para que no nos sofocase al comprimirla. No sospechbamosque apenas habamos llegado a la mitad de tan esplndido festn. En efecto, encuanto desocuparon la mesa al comps de la msica, vimos entrar en la salatres cerdos blancos, enmantados y con cascabeles. El esclavo que los guiabanos hizo saber que el uno tena dos aos, el otro tres y el otro era ms viejo. Alverlos entrar me figur que eran cerdos acrbatas, amaestrados, que nos iban

    a mostrar sus habilidades; pero Trimalcio disip nuestra incertidumbre: -Culde los tres, nos pregunt, queris comer? Los cocineros del campo estnguisando un pollo, un faisn y otras bagatelas; pero los mos estn asando unavaca entera. Hizo llamar al cocinero, y sin esperar nuestra decisin ordenlematar al ms viejo; y levantando la voz: -De qu decuria eres?, le pregunt. -De la cuadragsima, respondi el cocinero. -Naciste en casa o has sidocomprado? -Ni uno ni otro, replic el cocinero; pertenezco a ti por el testamentode Pansa.-Mira, pues, dijo, de servirme con diligencia ese cerdo, si no terelegar a la decuria de los corrales-. Y el cocinero, conociendo la fuerza de laadvertencia, se lanz rpidamente a la cocina, arrastrando tras s al cerdo.

    CAPTULO XLVIII. Trimalcio entonces, volviendo hacia nosotros el rostrobenigno: -Si no os agrada, dijo, este vino, lo cambiaremos; si lo hallis bueno

  • 7/28/2019 El_satiricn_Petronio

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    hacedle los honores. Por otra parle, yo no lo compro. Todo lo que aqu halagavuestro gusto se recoge y procede de mis posesiones suburbanas que noconozco todava. Dcenme que se hallan en los confines de Tarracina y deTarento. A propsito, tengo ganas de juntar la Sicilia a algunas tierras que enesta parte poseo, con objeto de que cuando tenga el capricho de pasar al

    frica, pueda hacerlo sin salir de mis dominios. Pero cuntame t, Agamenn,qu controversia sostuviste hoy. Aqu donde me veis, si no abogo en losestrados, he aprendido las bellas letras por aficin, y no creis que he perdidoya el amor al estudio; por el contrario, tengo tres bibliotecas, una griega y doslatinas y me gusta saber. Dime, pues, si quieres complacerme, lo quedeclamaste. Apenas haba exclamado, Agamenn: "El rico y el pobre eranenemigos". Cuando dijo Trimalcio: -Quin es el pobre? -Urbano, respondiAgamenn, y no s qu controversia explanole. Trimalcio replicinmediatamente:-Si se trata de un hecho real, no cabe controversia; y si no esun hecho real, no es nada-. Al prodigarle nosotros los elogios por suargumentacin: -Te ruego, mi carsimo Agamenn, dijo cambiando de tema,

    que me digas si te acuerdas de los doce trabajos de Hrcules o de la fbula deUlises, de qu manera el Cclope lo abati... Cuntas veces le eso en Homerocuando era nio! Creers que he visto con mis propios ojos a la Sibila deCumas suspendida de una escarpia, y cuando los muchachos la interrogaban: -"Sibila, qu quieres?" contestaba ella: -"Quiero morir!"No haba terminado la declamacin de todas sus extravagancias Trimalcio,cuando se nos sirvi un enorme cerdo sobre una gran bandeja que cubri granparte de la mesa. Despus de elogiar la diligencia del cocinero, jurando todosque cualquier otro hubiera necesitado ms tiempo para guisar un pollo, noscaus gran sorpresa al reparar que era el cerdo que se nos serva de mayortamao que el jabal anterior; entre tanto Trimalcio lo examinaba con atencincreciente: y -Cmo! Cmo! exclam; este cerdo no ha sido destripado! No,por Hrcules!, no lo han limpiado. Llama, llama inmediatamente al cocinero-.Cuando se aproxim a la mesa, el coci