LA FE EN JESUCRISTO. ENSAYO DESDE LAS VÍCTIMAS. JON SOBRINO

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UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA, SEDE BOGOTÁ FACULTAD DE TEOLOGÍA PROGRAMA DE LICENCIATURA EN TEOLOGÍA C RISTOLOGÍA PROFESORA: LOIDA LUCÍA SARDIÑAS IGLESIAS ESTUDIANTE: PIERRE GUILLÉN RAMÍREZ, O.F.M. CÓD. 20121410034 FECHA: 22 DE MAYO DE 2012 INFORME DE LECTURA L A FE EN J ESUCRISTO E NSAYO DESDE LAS V ÍCTIMAS JON SOBRINO FICHA BIBLIOGRÁFICA SOBRINO, J. (1999). La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas . Madrid: Trotta, pp. 12 – 25. SÍNTESIS DEL TEXTO TESIS: Jesús de Nazaret es un dato objetivo exterior a nosotros, que puede ser analizado y teologizado en sí mismo a partir de la realidad de la víctimas en el presente, pero su resurrección no es una realidad histórica sin más, sino que es una realidad distinta, histórico-escatológica, de modo que ella expresa, sobre todo, la experiencia y la fe reales de los testigos (historicidad del testimonio). ARGUMENTOS: Los escritos neotestamentarios expresan una experiencia de fe en Jesucristo. Se trata de las vivencias de fe de los discípulos de Jesús, de cara al acontecimiento de su muerte y resurrección. No obstante, el Nuevo Testamento no es una mera «toma de postura» ante la Pascua de Cristo, sino que «expresa, de manera novedosa, lo que es esencial a toda fe religiosa: tomar postura ante la totalidad 1

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UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA, SEDE BOGOTÁFACULTAD DE TEOLOGÍA

PROGRAMA DE LICENCIATURA EN TEOLOGÍA

CRISTOLOGÍA

PROFESORA: LOIDA LUCÍA SARDIÑAS IGLESIAS

ESTUDIANTE: PIERRE GUILLÉN RAMÍREZ, O.F.M. CÓD. 20121410034FECHA: 22 DE MAYO DE 2012

INFORME DE LECTURA

LA F E E N JE S U C R I S T O EN S A Y O D E S D E L A S V Í C T I M A S

JON SOBRINO

FICHA BIBLIOGRÁFICASOBRINO, J. (1999). La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas. Madrid: Trotta, pp. 12 – 25.

SÍNTESIS DEL TEXTO

TESIS: Jesús de Nazaret es un dato objetivo exterior a nosotros, que puede ser analizado y teologizado en sí mismo a partir de la realidad de la víctimas en el presente, pero su resurrección no es una realidad histórica sin más, sino que es una realidad distinta, histórico-escatológica, de modo que ella expresa, sobre todo, la experiencia y la fe reales de los testigos (historicidad del testimonio).

ARGUMENTOS: Los escritos neotestamentarios expresan una experiencia de fe en Jesucristo. Se trata de las vivencias de fe de los discípulos de Jesús, de cara al acontecimiento de su muerte y resurrección. No obstante, el Nuevo Testamento no es una mera «toma de postura» ante la Pascua de Cristo, sino que «expresa, de manera novedosa, lo que es esencial a toda fe religiosa: tomar postura ante la totalidad de la realidad» (Sobrino, 1999, p. 13). De modo que, la experiencia de fe en Jesucristo, es una experiencia íntimamente unida a la totalidad de las relaciones vitales del creyente. Se trata de la conciliación entre fe en Jesucristo y realidad humana. Esto obliga a comprender el mensaje de Jesús como «encarnado» en la realidad de quién lo acoge, pues no se trata de mera ideología (in abstracto), sino de Palabra noética (transformadora de la existencia) y performativa.

Los textos que hablan de hablan de Jesucristo, hablan sobre todo de una realidad, que nos pone en relación directa con nuestras propias realidades. De ahí que «la fe en Jesucristo no consiste sólo en tomar postura ante su realidad (si es divino o no, si es humano o no), sino en tomar postura (a partir de él) ante la realidad en su totalidad» (Sobrino, 1999, p. 13). La fe en Jesucristo es más que fe en Él, es compromiso específico con la realidad humana. De

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ahí que una hermenéutica del mensaje de Jesucristo es, a su vez, una hermenéutica de la realidad contextual humana. Por tanto, apelar a Jesucristo (a su persona y a su mensaje) es atreverse a «tomar postura» respecto de la realidad.

De este modo, es posible hablar de experiencias pascuales actuales (y reales), partiendo de la Pascua de Jesucristo, v. gr., la posibilidad de vivir hoy como resucitados en la historia. Para ello es necesario pasar de una fides ex audito (fe como don sobrenatural que debe ser escuchada sin más) a una fe «discernida» y aplicada, «cotejándola no sólo con textos sino también con la realidad» (Sobrino, 1999, p. 14).

En este caso, el punto de partida para una cristología contextual son las víctimas. Es innegable que la realidad en la que nos hallamos inmersos obliga a no pasar por alto la perspectiva de las víctimas. La victimas que son, entre otros, los pobres. Víctimas que podrían llamarse perfectamente «pueblos crucificados». Se habla aquí de los pobres en términos sociológicos, esto es, lo que viven encorvados bajo el peso de la vida, porque sobreviven dificultosamente y contemplan (por carecer de recursos) su inevitable y desastroso futuro: la muerte miserable.

El concepto de familia humana, ha fracaso, pues cada día aumenta la insorteable brecha entre países ricos y países pobres, «Epulón y Lázaro se distancia todavía más, de modo que estamos pasando de lo injusto a lo inhumano» (Sobrino, 1999, p. 15). No se trata meramente de un asunto de recursos humanos, sino de un problema mayor: la deshumanización de los pueblos.

Este problema, según Sobrino, tiene raíces históricas: la «injusticia estructural», de modo que, pobres son los «empobrecidos», «indígenas» son los privados de identidad cultural, etc. Sucede que esta realidad espeluznante es encubierta por los sistemas de opresión capitalistas. La «mentira institucionalizada», que hace ver como si no existiera problema en todo esto, afirma falazmente que la pobreza pronto será erradicada del mundo. El lenguaje encubre la realidad.

Por tanto, es indispensable reconocer en la realidad de las víctimas, un singo de los tiempos, es decir, aquello que caracteriza a una época y en lo que se hace presente Dios. De modo que una lectura de Jesucristo a partir de las víctimas de hoy es imprescindible, sobre todo si aún creemos (o no hemos olvidado) que todavía existe «el amor y la defensa de Dios por los débiles de este mundo y la condena del pecado y de los opresores» (Sobrino, 1999, p. 17). En pocas palabras, que aún creemos en el Evangelio. Por tanto, hay mucho de paradigmático en esta realidad desde la cristología. La relación entre «Jesús y los pobres», entre «Jesús y las víctimas», establece un escenario hermenéuticos y práctico sumamente apropiado para comprender la persona y mensaje (la causa) de Jesucristo hoy en día. La idea es evitar esas «cristologías glorificantes» (demasiado deificadas) centradas en la persona de Cristo e ignorantes de la causa de Jesús, que es el reino de Dios para los pobres.

La perspectiva de las víctimas ayuda a leer los textos cristológicos y a conocer mejor a Jesucristo. De modo que se haga teología en defensa de las víctimas, introduciendo al pobre y a la víctima en el ámbito de la realidad teologal, no solo ética, en lo cual la teología

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se juega su identidad misma. De este modo se produce una suerte de entrelazamiento de horizontes entre la fe de las víctimas, campesinos, hombres y mujeres sencillas, y la de líderes religiosos, pastores y pensadores más estudiados. Los pobres y las víctimas «aportan a la teología algo más importante que contenidos: apostan luz para que los contenidos puedan ser vistos adecuadamente» (Sobrino, 1999, p. 19). Dios y su Cristo están presentes en nuestro mundo, y están no en cualquier lugar, sino allá dónde dijeron que iban a estar: entre los pobres víctimas de este mundo.

Finalmente, resurrección de Jesús, se debe entender como una resurrección de las víctimas. La resurrección es un acontecimiento escatológico (no histórico), es decir, la irrupción de lo último, de lo definitivo en la historia humana. Por tanto, no se puede acceder a la resurrección sino a partir de una perspectiva específica. En este caso, se hace a partir de las víctimas. Esto implica fundamentalmente dos cosas: 1° Que la resurrección de Jesús sea, de alguna manera, una realidad que afecte eficazmente a la historia en su presente, lo cual supone la posibilidad de vivir ya como resucitados en la historia; y 2° La posibilidad de rehacer la experiencia de ultimidad implicada en las apariciones a partir de una esperanza para las víctimas. Es necesario hablar de un seguimiento de Jesús como resucitados, esto es, configurar «resucitadamente» la estructura de la misión de los discípulos de Jesucristo, a través de una lucha permanente (y evangélica) por todo aquello que denote opresión y deshumanización.

CONCEPTOS CLAVESJesucristo, realidad, contexto, víctimas, pobreza, sociedad, pueblos, signos de los tiempos, seguimiento.

REACCIONES PERSONALES FRENTE AL TEXTOResulta interesante la propuesta de Sobrino de comprender la cristología a partir de la perspectiva de las víctimas. Inclusive la distinción que hace entre resurrección como una realidad «histórico-escatológica» y de la crucifixión como una realidad «histórica» pone en evidencia, entre otras cosas, una cuestión sumamente valiosa en la plétora semántica teológica: La historia y su relación con la revelación. Así, la historia es entendida como el horizonte, no solo de realización, sino también de interpretación, de la revelación de Dios. La historia aparece como el escenario natural en el que tiene lugar el acontecimiento de la revelación. De suerte que para los cristianos el acontecimiento histórico por excelencia en el que Dios se revela a sí mismo es Jesucristo. Sobrino plantea que si Jesucristo es la revelación de Dios en persona, entonces la revelación misma es temporal e histórica, y tiene que tener un horizonte específico de comprensión (las víctimas). La revelación exige predicados históricos. Dios se expresa a sí mismo en el tiempo. Dios eterno (y a-temporal) se hace temporal. Por otra parte, la propuesta de Sobrino, además de reconocer la historicidad de la revelación, pone en evidencia la importancia de la historicidad misma del creyente, es decir, el conjunto de situaciones y de condiciones específicas de vida del hombre (su devenir histórico). La historicidad del creyente está estrechamente vinculada con el discernimiento de los «signos de los tiempos» que, gracias a la reflexión de la «Nueva Teología» y del Concilio Vaticano II, se convierten en objeto peculiar y en punto de partida de una madura comprensión de la revelación de Dios. Concebir la revelación como «revelación histórica y contextual» impide la interpretación de la Palabra de Dios

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como una verdad abstracta, estática y con eficacia al margen de las situaciones históricas. Se trata, en efecto, de reconocer la eficacia de la economía de la encarnación, esto es, de reconocer que la verdad se manifiesta en la historia, se hace concreta y contextual. Ello permite entablar diálogo con la situación actual del hombre e, incluso, reconocer (humildemente) una evolución del dogma mismo. Por tanto, es necesario que la revelación se ponga en diálogo (y sobre todo en actitud de escucha) con los recientes estudios y los nuevos hallazgos de las ciencias, de la historia, de la filosofía. Ello es reconocer la historicidad de la revelación. De modo que se susciten nuevos problemas concernientes a la revelación, que traigan consigo consecuencias prácticas y lancen al teólogo hacia campos inexplorados que le permitan profundizar en la verdad revelada sin perder contacto con su tiempo. Finalmente, reconozco la propuesta de Sobrino como el intento de sanar el discurso teológico de elucubraciones abstractas, que dictaminan desde arriba sin escuchar previamente lo que piensan los hombres de nuestro tiempo, y de fórmulas del pasado que hoy nada significan. De este modo, la teología se constituye en una ciencia hermenéutica que lee la revelación en su contexto y evolución temporales. Con esto se está diciendo implícitamente que ya en la evolución social se está dando una cierta revelación, una presencia elocuente de Dios revelado en Jesucristo. Por tanto, las experiencias y las prácticas humanas deben ser incorporadas, no como algo periférico y accesorio, sino como determinante en el discurso teológico.

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