La poiesis de la política: una lectura de la intervención Leninista

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V Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemeporánea, Bs. As. 2014 La poiesis de la política: una lectura de la intervención Leninista Carlos Britos (FSOC-UBA). Una grecia zarista: del animal político al animal poiético Para Lenin la política era un arte. Para nosotros, arte es sinónimo de poiesis, porque seguimos en esta concepción a Platón 1 . Ahora bien: si lo siguiésemos también en su arremetida contra juglares, bardos y trovadores de la época, contra “los poetas” en general (embestida basada en un desdén hacia el arte fundamentado en la acusación de ser una imitación alejada en tres grados de la realidad 2 ), advertimos en seguida que la concepción leninista de la política no acusa recibo respecto a la invectiva platónica; y no lo hace, precisamente, porque el arte político de Lenin es lo que escapa a cualquier pretensión imitativa o repetitiva. Así, a través de un pivoteo diacrónico entre la antigüedad helénica y el crepúsculo de la Rusia zarista, nos desplazamos de un filósofo a otro mediante el más 1 Palabras de Diótima, en El Banquete: “todo lo que es causa de que algo, sea lo que sea, pase del no ser al ser es ‘creación’, de suerte que todas las actividades que entran en la esfera de todas las artes son ‘creaciones’ y los artesanos de estas, creadores o ‘poetas” (2010: p. 207). 2 “Por lo tanto”, afirma Sócrates en el libro X de su República, “el arte imitativo está muy lejos de lo verdadero y, como es natural, puede hacerlo porque toma muy poco de cada cosa y aun ese poco que toma no es más que una simple apariencia”. Luego, agrega: “algunos dicen que los poetas trágicos conocen todas las artes (…) Debemos, pues, examinar si quienes esto dicen no se han dejado engañar por imitadores” (2006: pp. 585-586).

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V Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemeporánea, Bs. As. 2014La poiesis de la política: una lectura de la intervención Leninista Carlos Britos (FSOC-UBA)

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V Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemeporánea, Bs. As. 2014

La poiesis de la política: una lectura de la intervención Leninista

Carlos Britos (FSOC-UBA).

Una grecia zarista: del animal político al animal poiético

Para Lenin la política era un arte. Para nosotros, arte es sinónimo de poiesis,

porque seguimos en esta concepción a Platón1. Ahora bien: si lo siguiésemos también en

su arremetida contra juglares, bardos y trovadores de la época, contra “los poetas” en

general (embestida basada en un desdén hacia el arte fundamentado en la acusación de

ser una imitación alejada en tres grados de la realidad2), advertimos en seguida que la

concepción leninista de la política no acusa recibo respecto a la invectiva platónica; y no

lo hace, precisamente, porque el arte político de Lenin es lo que escapa a cualquier

pretensión imitativa o repetitiva. Así, a través de un pivoteo diacrónico entre la

antigüedad helénica y el crepúsculo de la Rusia zarista, nos desplazamos de un filósofo

a otro mediante el más filósofo de los políticos y, volviendo a Grecia, llegamos a una

última reminiscencia: para Aristóteles, el hombre es un animal político3.

Pero vayamos por partes y desgajemos las capas argumentativas una a la vez.

Este texto tuvo un espíritu mucho antes de tener una forma, y tiene una forma antes de

agenciarse un objeto. Su espíritu se lo insuflaba el hálito de pretender llevar a cabo una

vuelta al pensamiento de Vladímir Illich Uliánov, mejor conocido por su nombre dentro

del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), Lenin; entendiendo que ese

retorno podría ser fuente de provisión de potentes aportes para pensar lo que

actualmente ocurre en el mundo. Su forma, a la vez, la tomó de una serie de artículos de

más o menos reciente aparición en algunos de los diarios de mayor tirada de Argentina,

y de los cuales podemos extraer, como núcleo común, la existencia de una suerte de

campaña difamatoria acerca de la administración Putin (otro Vladímir, en este caso) al

1 Palabras de Diótima, en El Banquete: “todo lo que es causa de que algo, sea lo que sea, pase del no ser al ser es ‘creación’, de suerte que todas las actividades que entran en la esfera de todas las artes son ‘creaciones’ y los artesanos de estas, creadores o ‘poetas” (2010: p. 207).2“Por lo tanto”, afirma Sócrates en el libro X de su República, “el arte imitativo está muy lejos de lo verdadero y, como es natural, puede hacerlo porque toma muy poco de cada cosa y aun ese poco que toma no es más que una simple apariencia”. Luego, agrega: “algunos dicen que los poetas trágicos conocen todas las artes (…) Debemos, pues, examinar si quienes esto dicen no se han dejado engañar por imitadores” (2006: pp. 585-586).3Zóonpolitikon es la expresión primigenia, traducida, además de por su acepción más conocida, por “animal social”. Se la puede hallar en el Libro I de Política.

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frente de lo que supo ser el centro administrativo, social y político de la, hoy difunta,

Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y su objeto, por último y como señalamos,

no termina esclarecerse, pues lo que parece presentarse en su lugar es una serie de

premisas, de observaciones, de asertos y hasta de impresiones que, sin llegar a cuajar o

encajar en un inquietud específica, insisten y se desplazan a lo largo de diferentes

interrogantes que (si es posible sostenerlo de este modo) con-forman una problemática:

los modos de intervención política en los tiempos que corren, con arreglo a algún tipo

de racionalidad (por definición instrumental) presupuesta en la presencia de

determinados fines y con la intención, sobreentendida, de que los efectos concuerden,

en alguna medida, con tales cometidos.

Terminemos este rodeo introductorio, no del todo largo, con una serie de

señalamientos que lo precisen. Dijimos, por lo pronto, que en lugar de un objeto

tenemos una serie de observaciones y de asertos más o menos sistematizados y que no

responden al mismo origen (incluso, quizás sea por ello que se vuelve arduo establecer a

primera vista el vínculo que los une). Al decirlo pensábamos principalmente en dos

ideas que aparecen, de manera espaciada y esporádica, en algunas de las principales

obras leninistas correspondientes en su mayoría al período pre-revolucionario ruso4. En

primer lugar, nos referimos a la afirmación de que “la pequeña producción produce

espontáneamente burguesía5”; en segundo, a una serie de dictámenes que Lenin

desparrama a lo largo de sus textos y que aluden o hacen explícitamente mención a la

presencia de (según sus palabras) casos de “transformación de cantidad en cualidad”6.

Ahora bien, la reminiscencia fuertemente hegeliana de la última afirmación nos obliga a

manifestar una posición teórica: no nos ocuparemos aquí de retomar la cuestión

instalada (mayoritariamente) por Louis Althusser sobre la diferencia naturaleza, calidad

o estructura entre la dialéctica de Marx y la hegeliana (y, por extensión, la diferencia

entre la dialéctica de este último y la retomada o aplicada por Lenin). Por razones de

deuda e inscripción científica nos vemos compelidos a señalar que nuestro análisis parte

prestando crédito a tal diferencia (lo marcamos, insistimos, no por una irresistible

4 Considerando, por antonomasia, como “revolución Rusa” a la de octubre de 1917 y no a la de febrero de ese mismo año ni a la de 1905; tomadas estas, a lo sumo, por tentativas que no pudieron (per)durar.5 Cf. Nota al pie 14 de este escrito.6Mediante oraciones de ineludible invocación hegeliana, Lenin construye frases como la siguiente: “Este es precisamente un caso de ‘transformación de cantidad en calidad; la democracia, implantada del modo más completo y consecuente que puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia proletaria” (Lenin, El Estado y la Revolución, 2013: p. 153).

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compulsión exegética sino porque tal decisión posee, en nuestro caso, importantes

efectos teóricos, tan preciosos como necesariamente precisables).

¿Pero cómo es que sabemos (o intuimos) que nos importan, en este texto que no

tiene objeto y del cual su forma sucedió a su espíritu, una serie de asertos o de

impresiones soltados como al pasar por Lenin, para una república geográficamente

distante, en un tiempo ya acordadamente lejano y de los cuales ni siquiera podemos dar

cuenta de una rigurosa sistematicidad o relación orgánica? Podemos adelantarnos y

decir: porque las mismas, además de ser la expresión de una mente aguda como pocas

para analizar las vicisitudes y las singularidades del tiempo que le tocó, poseen la

cualidad de ser atemporales (o intemporales, ambas adjetivaciones le cuadran): lo que

vienen a señalar esas premisas, si se las sabe leer en contexto y se las anima con la

vitalidad de la empresa de Lenin, es justamente una condición irreductible de coyuntura

y singularidad que se convierte en la piedra angular para el despliegue de cualquier

análisis político que pretenda ser algo más que un “juego de lenguaje”. Intentemos bajar

algunos peldaños en la escalera de la abstracción para entrar de lleno en un abordaje sin

objeto que, por lo mismo, hace suyo todo el espectro de objetos posibles. Para hacerlo

convendrá volver a través del sendero que contornean algunos de los puntos señalados y

tratar de unirlos para trazar algo que se acerque a una argumentación.

Definimos, con Lenin, la política como un arte; señalamos la presencia de una

campaña difamatoria contra la administración Putin al frente de Rusia; y retomamos,

también del dirigente bolchevique, tanto la premisa “la pequeña producción produce

espontáneamente burguesía” así como la existencia de ejemplos, tomados del llano

despliegue de la realidad, de innumerables (tantos como se quiera, si se los sabe

detectar, señalar y enunciar) casos de “transformación de la cantidad en cualidad”.

La política por la política

Desde un aliento inhalado por la crítica iluminista a la función del arte, pasando

por los movimientos del dandismo baudelaireano o de la bohemia parisina, para exhalar

allí donde el pop puede leerse como el correlato artístico de la des-politización que el

neoliberalismo intentó ejecutar en el plano político, sería posible y pensable, tras haber

rastreado las condiciones socio-históricas de emergencia de la consigna “el arte por el

arte”, metamorfosear esta máxima en “la política por la política”(a condición de acordar

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que tal traducción implica la producción de un efecto de sentido que le hace decir “muy

otra cosa” -para decirlo con Lacan- respecto al enunciado original).

Podemos entonces, a través de la sinonimia que hemos producido en el par

terminológico política-arte, atrevernos a desplegar algunas reflexiones acerca de por qué

nos permitimos concretar tan singular unión. En principio, sugerimos transmutar el

conocido axioma “el arte por el arte” en “la política por la política”. ¿Por qué? Porque

entendemos, con Lenin, que en el límite, en el comienzo, sólo hay política. Al mismo

tiempo, destacamos que la hay allí donde nace aquello que se pretende más puro,

diáfano, inocente y menos maculado por mezquinos intereses: la hay en el comienzo

(antes que nada y sobre todo) de la filosofía; y la hay allí porque, sosteniendo e

insistiendo por debajo de toda racionalidad conceptual o de un sistema teórico, o

implicada en las categorías y las ideas que usamos para organizar, hacer, entender y

apropiarnos del mundo, existe siempre una toma de posición (que, dirá Althusser, se

reduce, en último término, siempre a la opción “materialismo vs idealismo”, disyuntiva

que no deja de reproducirse bajo diferentes formas y encarnaduras7). En segundo lugar,

pero como contracara de lo anterior, podemos pensar en una política para nada8, porque

entendemos no hay nada por fuera de la política, porque todo es política (si la

concebimos en el amplísimo sentido de hacer y darnos un mundo y su conjunto de

relaciones); con lo que se vuelve impensable la postulación de un objeto externo al que

pueda servir, obedecer o “aplicarse”. Desde un ángulo semejante, no hay nada más allá

de ella sino que todo es política en la medida todo es, de un modo u otro, “hacer-el-

mundo”. Desde esta óptica, al mismo tiempo que se patentiza su constitutiva dimensión

productiva, entender la política como un arte produce el alejamiento de cualquier

coqueteo con la visión platónica del arte, porque una política que “hace un mundo” no

puede ser imitación (ya que, en semántica estricta, no hay re-producción sin

producción); aunque también sea verdad que, desde nuestro punto de vista, sólo pueda

hablarse de política en la medida en que haya cierto “cuestionamiento” de lo que ya hay,

es decir, en tanto que el hacer tensiona de algún modo con ya hecho.

7 Dice Althusser que Lenin “se refiere a la historia de la filosofía concebida como historia de una lucha secular entre dos tendencia: el idealismo y el materialismo”, lo que le permite afirmar luego, por su cuenta, que si “la filosofía no es más que la historia de esas formas (…) la filosofía es ese lugar teórico extraño en el que no ocurre exactamente nada” (Lenin y La Filosofía, 1972: pp. 52-53).8Althusser, a caballo del pensamiento de Lenin, sostiene la tesis de que la filosofía no tiene objeto. No lo tiene porque es imposible remontarse más allá de un posicionamiento originario que, en última instancia, responde sólo a una “decisión”. Es en un sentido similar en el que pensamos al hablar de una política para nada (agregando que, para realizar la licencia que supone este deslizamiento, nos apoyamos en la idea althusseriana de una política como negación de la filosofía –Althusser, 1972: p 20-).

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Hablamos de la política para Lenin y tratamos de seguir el curso y el espíritu de

sus meditaciones. De esta manera damos con otra de las lecciones edificantes respecto

del modo en que el ruso mira la realidad viva de la historia; vinculada, en este caso, a lo

que (situados en diferentes perspectivas y corrientes del pensamiento) podemos llamar

la “crítica definitiva al esencialismo”9. En lo que de esas corrientes toca de cerca al

marxismo, tal empresa ha adoptado la forma de un combate contra todo economismo o

cualquier otra forma de interpretar las sociedades como estructuradas y determinadas

por algún elemento a-priori, esencial o privilegiado10. Parafraseando a Louis Althusser,

podríamos decir que no hay nada antes del encuentro, todo nace de la colisión. La

identidad, la “naturaleza” de los elementos que pueden distinguirse como constituyentes

de una totalidad social determinada no tienen existencia por fuera de la compleja trama,

de la urdimbre, del entrelazamiento que tal totalidad constituye11. Acontece un

encuentro y lo hace confiriendo, en ese comienzo, en ese acto fundacional (de nadie y

para nada) identidad y consistencia a los componentes. Si bien inmerso en una

problemática distinta (atinente a su interés por un objeto diferente) Foucault señala que

ya en Marx están estas teorizaciones operando: una interpretación de lo social como un

todo constituido a partir de diferentes lógicas de funcionamiento y reproducción, de

distintos poderes (¿“la autonomía relativa” althusseriana?) que se entrecruzan sin

primacía temporal ni ontológica (la estructura como un “funcionamiento que nace con

laco-presencia de elementos inexistentes fuera de esa organización" es lo primero)12.

Las derivaciones de una semejante concepción de la historia son vastísimas y

profundísimas. En el plano eminentemente práctico (y dentro de éste, en el

estrictamente político) supone que toda intervención en una coyuntura debe ser

analizada en su particularidad concreta, en su singularidad única, en su mismidad

original y sólo de ese análisis reflexivo puede surgir la comprensión del lugar exacto en

el que hay que actuar (si bien sabiendo de antemano que nada nos garantiza ni los

resultados ni el éxito). Lenin lo creía de ese modo cuando subrayaba incesantemente

9 En un esquematismo vergonzante diremos que la misma comienza con la crítica derrideana al onto-teleologicismo y atraviesa, en lo que nos importa, los planteos “post-marxistas” de cuño discursivo. 10Según el modelo por el cual Levi Strauss busca explicar el nacimiento del lenguaje: de un momento en que nada tenía sentido a uno en que todo lo tenía, tal estructura “ha debido nacer toda de una vez”.11 En “La corriente subterránea…”, la letra althusseriana reza lo siguiente: “El encuentro también puede no durar y, así, no constituir el mundo (…) que no es más que átomos aglomerados. (…) Sin la desviación y el encuentro los átomos no serían más que elementos abstractos, sin consistencia ni existencia (…) La existencia no les viene más que de la desviación y del encuentro” (2002: p. 34)12 En una reveladora relectura de Marx, Foucault asegura: “En resumen, lo que podemos encontrar en el libro II de El Capital es, en primer lugar, que en el fondo no existe un poder, sino varios poderes. Poderes quiere decir: formas de dominación, formas de sujeción que operan localmente” (2005: p. 17).

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que había un momento para la agitación y para soliviantar las masas, otro para la lucha

sindical-económica, otro para replegarse o para tomar por asalto el Palacio de Invierno,

otro para hacer acuerdos y para la lucha parlamentaria-política, otro para refutar

doctrinas faltas provocadoras de confusión, otro para combatir la apostasía de “ex-

marxistas” y así. Sabía muy bien que lo importante, lo urgente en cada momento estaba

dictado por la singularidad de lo que él insistía en llamar, remarcándolo con itálicas o

cursivas, el momento actual de cada período o situación.

Podemos volver ahora a una de las premisas leninistas que convocamos al

principio (con el único criterio de que nos parecían tan fecundas como inexploradas)

para intentar pensar13sobre las mismas: hablamos de la sentencia “la pequeña

producción engendra capitalismo y burguesía14”. Pues bien, ¿qué quiere decir esto?

¿Cuáles son sus consecuencias teóricas (a la hora de concebir una teoría sobre la

identidad de los elementos constituyentes de lo social)? ¿Cuáles, las históricas? es decir,

¿cuándo, y en qué circunstancias la pequeña producción no (re)produciría la burguesía?

Althusser da una respuesta general, de carácter positivo (a la que podríamos acusar,

usando su propia jerga, de “permanecer abstracta”), cuando afirma que el capitalismo no

produce al proletariado sino que lo reproduce en escala ampliada “como si el modo de

producción capitalista hubiera preexistido a no de sus elementos esenciales, la mano de

obra expropiada” (2002: p. 68). No es necesario añadir que no será en estas páginas

donde se halle la respuesta a tamaño interrogante. Por otro lado, Lenin tampoco señala

el cartel de “salida” de esa encrucijada, más allá de algunos gestos orientadores

ambiguos e imprecisos. No obstante, suelta algunos párrafos donde pone en claro tanto

el carácter sistemático de un modo de producción (donde la identidad de un elemento

depende siempre del todo, del conjunto) como la necesidad de prestar crédito a esta

comprensión “estructural” si (y esto corre por nuestra cuenta) se aspira a intervenir en el

mundo con miras a transformarlo. “Tomada por separado”, leemos del marxista ruso,

“ninguna clase de democracia producirá el socialismo; pero, en la vida real, la

democracia nunca será tomada ‘por separado’; se ‘tomará en conjunto’ con otras cosas,

ejercerá su influencia también sobre la vida económica, acelerará su transformación y, a 13 Es indudable que Lenin piensa dice Althusser, es decir “declara que no pueden demostrarse los principios últimos de materialismo, así como (…) los del idealismo”. (1972: p. 55).14La cita dice, textualmente, como sigue: “Por desgracia, la pequeña producción está aún muy difundida en el mundo, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, en forma espontánea y en masa” (“El izquierdismo…”, 2013: p. 439). Por lo demás, de las observaciones desparramadas a lo ancho de su obra se puede interpretar y precisar que “producir burguesía” quiere decir, entendemos, producir antes que nada y sobre todo, prejuicios, costumbres y hábitos burgueses (Cf. p.e. pp. 182, 439, 506, 562).

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su vez, recibirá la influencia del desarrollo económico, etc. Esa es la dialéctica de la

historia viva”15 (2013: p. 179). La objetividad esencialista difícilmente pueda hallar una

crítica más clara y contundente que la que ensayan esas líneas.

Hay, podemos agregar aquí, toda una batería de consecuencias (de nuevo:

teóricas pero -por ello- inherentemente políticas) que se desprenden de lo señalado. Por

lo pronto, la ya mencionada circunstancia de que ningún hecho tiene una significación

objetiva, sino que lo que es depende de su lugar o posición en el conjunto, de su puesta

en relación con otros elementos dentro de una totalidad. Podemos complementar esta

conclusión indicando que una particularidad y fatalidad de esta interpretación

(angustiante, en algunos puntos) de la relación “conjunto-elementos” reside en el hecho

de que la significación de estos últimos no se define ni cierra jamás (propiedad de huella

temporal que Lacan define como “linealidad del significante”). De nuevo, vemos en

Lenin abundancia de ejemplos de posiciones, acciones o declamaciones que, tal cual él

lo marca, supieron ser transgresoras o revolucionarias pero que habían dejado de serlo

en el momento mismo en que otros elementos entraron a jugar en el tablero.

Pero hay otra arista operando en forma subyacente en la interpretación de la

realidad que proponemos lo largo de este recorrido: la concepción (antes Hegeliana que

Nietzscheana) según la cual de lo bueno puede nacer lo malo y a la inversa. La escuela

de Frankfurt, entre otras tradiciones de pensamiento, supo apreciar lúcidamente la

profundidad de esta afirmación (por ejemplo, Benjamin: "jamás se da un documento de

cultura sin que lo sea a la vez de barbarie"16). Antes de Frankfurt (y luego presente, sin

dudas, en ella), ya Nietzsche advertía sobre cierta condición humana por la cual

“nuestras mentes rechazan la idea de que una cosa pueda nacer de su contraria”17. Sin

embargo, todo nuestro alrededor más cotidiano reboza en ejemplos al respecto: una

infancia dura y adversa puede forjar un temperamento sólido y lleno de aptitudes y

cualidades benéficas; o, a la inversa, un excesivo cuidado puede ser la razón de un

temperamento frágil y endeble. Aunque más allá de particularismos y ejemplos, lo que

interesa destacar es lo que se des-cubre como factor común de los mismos. ¿Y qué se

descubre? Ésto: la sencilla verdad de que todo está en perpetuo movimiento,

transformándose. Pero si es sencilla la verdad no lo son tanto sus repercusiones, pues tal

admisión presupone una forma de abordar la realidad que apareja consecuencias

15 El pasaje es de El Estado y la Revolución. La teoría marxista…16 Notable expresión que constituye la séptima de las Tesis de filosofía de la historia de W. Benjamin.17 Cf. Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Buenos Aires: AGOSTO, 1998 (p. 9).

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permanentes: debemos estar siempre revisando nuestras elecciones, vigilando nuestras

posiciones, cuestionando nuestras decisiones. Creer que un país es progresista sólo

porque eligió un gobierno “progresista” (aunque en un momento dado efectivamente lo

fuera) es un error que puede acarrear efectos nefastos, pues obnubilados y confiados por

la etiqueta identitaria que le asignamos quedamos impedidos de advertir que su

progresismo puede esfumarse de un instante al otro, en la siguiente decisión, en el

próximo acto. La mayor implicancia política, entonces, de considerar la realidad en

perpetuo cambio y perenne transformación debe ser asumir la actitud de permanente

intervención, de infatigable vigilancia; una llamado a la lucha, al combate eterno e

incansable (¿no es esto, precisamente, a lo que aludía la sentencia de Marx que advertía

que "lo que no avanza por un lado lo hace por el otro"?). La mayor consecuencia

teórica, contraparte de esta concepción dialéctica del mundo es considerar y entender,

con Lenin, que la política (que no puede ni quiere ser mera imitación, fogueo o simple

farfullar o parloteo18) es necesariamente un arte.

Consignas, sóviets y pasos prácticos

Casi toda la obra del marxista bolchevique puede tomarse como ilustradora de lo

que venimos desarrollando aquí. Tomemos por caso un momento perteneciente a los

álgidos meses que antecedieron al decisivo octubre, cuando Lenin pronuncia una

declaración, tan sintética como potente, que luego cobró en los anales de la historia

vuelo propio. Hablamos de la consigna “todo el poder a los Sóviets”, arrojada por el

dirigente bolchevique en el 18 (5) de julio de 1917. Sin embargo, más allá de lo

aparentemente terminante y definitivo de su forma, el propio Lenin se aparta de la

misma menos de un mes más tarde, alegando que “esa consigna fue correcta durante un

período de nuestra revolución (…) que ahora ha pasado irrevocablemente”. Y en

seguida da las razones de tan “inconsecuente” actitud: “cada consigna debe ser deducida

siempre del conjunto de los rasgos específicos de una situación política determinada”,

para desembocar en el análisis concreto: “así habrían podido ocurrir las cosas si el

poder hubiese pasado a los sóviets en el momento oportuno (…) Era la vía menos

dolorosa (…) Pero hoy (…) la vía pacífica de desarrollo se ha vuelto imposible”19. La

consigna que antes servía, dice Lenin, ya no sirve más; es inútil. Pero (y esto debe

resaltarse) no sólo “ya no sirve”, sino que es enormemente peligroso e

imperdonablemente reaccionario sostenerla: “la consigna del paso del poder a los 18 Tal como la entiende Sergio Caletti en el texto “Decir, autorrepresentación, sujetos” (Cf. pp. 21 a 25).19Lenin. Sobre las consignas (2013: p. 115). Escrito a mediados de Julio de 1917.

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sóviets podría parecer hoy una quijotada o una burla. Esta consigna, objetivamente,

sería un engaño al pueblo”, sentencia el ruso; de lo que se ve necesariamente obligado a

concluir que “hay que reorganizar toda la labor de agitación…”20. Digamos, a modo de

instrucción provisoria, que en la medida en que la realidad, para Lenin, es siempre

concreta (lo que comporta una compresión de la historia como una realidad viva), tal

interpretación implica, alejándonos para siempre de cualquier esencialismo de los

elementos o de su significación, prestar atención, revisar y controlar tanto los hechos

como las categorías por las que pretendemos apropiárnoslos; y es por eso que puede

sostener, por ejemplo, que “no se trata del problema de los sóviets en general sino de

combatir la contrarrevolución actual y la traición de los soviets actuales”21.

Lo que saca en limpio el dirigente bolchevique luego de transitar todo este

recorrido se puede considerar condensado en dos afirmaciones presentes casi cerrando

el escrito: tras alertar sobre que “la sustitución de lo concreto por lo abstracto es uno de

los pecados capitales que pueden cometerse en una revolución”, a su vez instruye que

“no hay que operar con las viejas categorías de clases y de partidos, sino con las nuevas,

posteriores a julio22”. Tan rápido, en cuestión de días, la realidad había transmutado,

alterándose (“El viraje del 4 de julio consiste precisamente en un cambio brusco en la

situación objetiva”, dice Lenin; “mi folleto ha envejecido”, admitirá en otra ocasión23);

ergo, debían ser corregidas las categorías para pensarla, apresarla e intervenir en ella.

“Lo que antes era revolucionario hoy lo puedes comprar en las tiendas”, se

lamenta un personaje del film alemán, Los Edukadores, de Hans Weingartner. La

observación, si bien puede al comienzo pasar por ser apenas una queja romántica, es

pletórica en efectos y consecuencias, sobre todo en países en que al tiempo que una

parte de sus imaginarios sociales, de tinte conservador, sigue signada y cooptada por

cierto escepticismo frente a la política (considerada algo de lo que puede hacerse caso

omiso), existen también enclaves lucrativos instituidos que tienden fácilmente a una

fosilización tanto de ideas como de personas (ambas ya combatidas por Lenin; la última

hoy reconocida en la expresión “burocracia sindical”) en los cuales nunca es posible

saber con precisión cuando la impotencia emerge más de no poder que de no querer.

20 Ibídem: p. 116 y 118 21 Ibídem: p. 11922 Ibídem: p. 11923 Nos referimos al folleto Las tareas del proletariado en nuestra revolución, el cual, dice Lenin, “fue escrito el 10 de abril de 1917, hoy estamos a 28 de mayo ¡y aún no ha salido!” (2013: p. 63). Vemos lo que podía representar el paso de apenas un mes y medio dentro de su concepción de la acción política.

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Es momento aquí de señalar que, en algún punto, el propio Lenin estuvo, en su

apreciación objetiva de la “situación concreta” en la que intervino, por detrás de su

propia comprensión. Por paradójico que suene esta tesis, que realizamos apoyándonos

en algunas lecturas que se autodenominan “críticas del marxismo”24, consideramos que

la aporía, si la hay, en este caso es reveladora y pertinente: la confianza de Lenin en el

paso gradualmente creciente de la pequeña burguesía a las filas del proletariado no

resultó históricamente tan errada como la presencia per sé de algo que pueda

considerarse en sí y para sí (esto es, por fuera de cualquier determinación que nos

atrevemos a llamar, ampulosa y elípticamente, simbólico-discursiva) “el” proletariado.

Esta concepción del proletariado, que para algunos “post-” marxistas (el sufijo entre

comillas responde a la opinión de que no se puede, en ciencias sociales, ir “más allá” del

marxismo; al menos a condición de entender el marxismo -diría Derrida- de una cierta

manera25) incurre en ciertos vicios o insuficiencias teóricas (como, por ejemplo, los

sesgos, propios de la economía política, de hipostasiar un período histórico concreto y

determinado hasta convertirlo en condición universal), reposa sobre la asignación a “la”

clase obrera tanto de un lugar fijo como de un papel universal. Esto, como el mismo

Lenin lo remarcó en ocasión de otros desarrollos, es caer en un empirismo de la más

rancia estofa. Con la interpretación de los elementos delo social no en su condición y

constitución discursiva sino en su pretendida referencia empírica, queda extirpada y

anulada de antemano la posibilidad de establecer alguna “significación objetiva” de

dichos componentes (y así como el simple hecho comprobable de estar libre de los

medios de producción26 es ya suficiente para “ser proletario”, también quien “es”, en sí

y para sí, revolucionario acarrearía tal propiedad intrínseca hacia cualquier otro lugar

que ocupe dentro el todo27). Dejaremos de lado por razones de espacio y pertinencia la

cuestión de las razones o los motivos que pueden haber llevado al dirigente bolchevique

a presentar una visión semejante de la clase obrera, y que oscilan desde el cabo de las

“ingenuidades teóricas” al rabo de las “urgencias políticas”; en principio porque 24Aquellas para las cuales se puede tomar a Ernesto Laclau como un buen representante (y a su texto posmarxismo sin pedido de disculpas como un escrito canónico de las mismas). 25La expresión de Derrida, presente en su texto La estructura, el juego y el signo en el discurso de las ciencias humanas, es “seguir leyendo de una cierta manera a los filósofos…”.26El juego de palabras es de Marx, quien en varios pasajes El Capital indica que el proletario es “libre” pues está liberado… de los medios de producción y de cualquiet otra clase de propiedad.27Laclau devela el engaño de esta falacia en un fragmento de Hegemonía y Estrategia Socialista. En lo que él llama un “pasaje ilegítimo a través del referente” indica que “la expresión clase obrera es usada de dos modos distintos: por un lado, para definir una posición específica de sujeto (…) por otro, para nombrar a los agentes que ocupan esa posición (…) Así se crea la ambigüedad que permite deslizar la conclusión –lógicamente ilegítima- de que las otras posiciones que ese agente ocupa son también posiciones ‘obreras” (1987: p. 160).

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bastantes méritos tuvo como para que nos mostremos benévolos en este punto, pero

también porque con (lo que entendemos son) sus aciertos tenemos para entretenernos

más de la cuenta. Constreñidos, nos ocuparemos, entonces, de un punto más.

Poetas políticos

Finalmente, volvamos al principio: a la visión leninista de la política como un

arte. ¿Dónde puede encontrarse semejante comprensión? Por caso, en “El

‘izquierdismo’, enfermedad infantil del comunismo”; una de las obras en donde el

marxista ruso define, ya desde sus primeras páginas, la política de ese modo.

Analizando las consecuencias inmediatas a la reacción zarista que sobrevino a la

revolución de 1905, asegura que, sin embargo: “al mismo tiempo, fue esta gran derrota

la que enseñó a los partidos revolucionarios y a la clase revolucionaria una lección real

y muy útil, una lección de dialéctica histórica, una lección de comprensión de la lucha

política y del arte y la ciencia de esa lucha”. Útil fragmento porque hace surgir

nuevamente los dos grandes tópicos que (relacionados y requiriéndose uno al otro)

intentan corporizar y dar consistencia nuestro desarrollo teórico: implicándose

mutuamente, dando forma a un sintagma, vemos la expresión “dialéctica histórica” con-

juntamente con una referencia a la lucha política como un arte (pero también como una

ciencia). Como ya hemos dejado entrever, es sólo sobre la adopción de una visión

materialista-dialéctica del mundo, de todo lo que es (adopción de ardua labor en una

época que gusta de intentar resucitar visiones y asumir posiciones hegelianas, que

suponen la primacía del pensamiento reflexivo sobre la realidad) que cobra pleno

sentido la conjunción de los términos “arte” y “política”. “Política”, en esta re-unión, no

sería otra cosa que el modo de pro-ducir incesantemente formas de intervención nuevas

que den respuesta y permitan asir, apropiarse de, la transformación constante que

fatalmente conduce los hilos (en permanente hilvanado) de todo lo existente. La

política, entonces, si asumimos la ineludible reminiscencia heideggeriana de estos

temas, como una techné, como una técnica que acentúa su carácter creativo, productivo

(o sea, como poiesis), diferenciándose de cualquier ciencia o saber técnico que

constituya una mera fabricación instrumental.

Esta dimensión creativa del hacer político leninista (del quehacer, podríamos

decir, jugando con las palabras), que pone en juego un conjunto de conocimientos

aplicado a un objeto pero con miras a la producción de algo nuevo (por ello es ciencia y

es arte a la vez) se manifiesta con nitidez en muchos segmentos de su obra. Es el caso

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cuando, luego de ensalzar a un tal W. Gallacher (autor de un artículo escrito en

representación del Consejo obrero de Escocia) por su “noble odio proletario” a los

“políticos de clase de la burguesía”, condena al escocés por el error de no advertir que,

si quiere vencer a la burguesía, el proletariado debe formar sus “propios políticos de

clase” esencialmente diferentes (aunque en apariencia sean idénticos) a los políticos

burgueses; e imputa su error, precisamente, al hecho de haber perdido de vista que “la

política es una ciencia y un arte que no caen del cielo ni se logran en forma

gratuita28”.Apenas unos párrafos adelante nuestro autor explica que es sólo a través de la

posibilidad de capitalizar y asimilar la experiencia (histórica) de luchas anteriores como

la clase obrera puede desarrollar la técnica, las capacidades, las habilidades y aptitudes

para dominar tan extremadamente complejo y sofisticado arte.

Tal es la caracterización que define el modo de comprender la historia y el

desarrollo de las luchas que guía la acción de Lenin en cada una de sus intervenciones,

acusando, destacando, afirmando, desalentando, cediendo, negociando, transgrediendo,

acordando según lo dictan (más bien, lo exigen, lo “mandan”) las circunstancias. De allí

sus contradicciones (reconocidas y celebradas por él mismo), de allí, por ejemplo, que

luego de señalar que el boicot del partido bolchevique al parlamento en 1905 enriqueció

al proletariado revolucionario con una experiencia política valiosa se apresure a advertir

que “sería un gran error, sin embargo, aplicar esta experiencia ciegamente, por simple

imitación, sin espíritu crítico, a otras condiciones, a otra situación”. La operación, que

es teórica pero es política a la vez, consiste en hallar bajo lo que es aparentemente

idéntico lo que es esencialmente diferente, bajo lo que puede ser visto como “una

demanda, una protesta, un reclamo más” la presencia de algo que es cualitativamente

distinto, que “entra a jugar en el sistema” con una significación diferente; algo que ya

no se deja clasificar ni calificar bajo los estándares, las nomenclaturas o los discursos

vigente, que pone en suspenso cualquier formalización previa (un acontecimiento, en

Badiou) y que lleva a que “una cadena nacional más” o “una nueva medida impositiva”,

dentro de una serie, detone una protesta masiva que resulte en un diciembre del 2001, en

Argentina, o en una oleada de marchas que luego se conocerían como “los 20 centavos

brasileños29”. Para decirlo con jerga hegeliana-leninista, se trata de casos de 28 La frase, y la crítica de la que forma parte, se encuentran en El izquierdismo... (2013: p. 482).29 Observa Lenin: “Gran Bretaña es un ejemplo. No podemos saber (y nadie puede decirlo de antemano) cuándo estallará allí una verdadera revolución proletaria y qué motivo servirá mejor para despertar, inflamar y lanzar a la lucha a las grandes masas”. Y, luego: “No olvidemos que en la república burguesa francesa (…) en una situación cien veces menos revolucionaria (…) bastó un motivo tan inesperado y pequeño como el caso Dreyfus para llevar al pueblo al borde de una guerra civil” (2013: p. 495).

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transformación de la cantidad en cualidad y a los que aludimos mediante coloquiales

expresiones como “la gota que rebalsó el vaso”. El arte político debe socorrernos allí

donde haya que inventar formas políticas nuevas que permitan reorganizar lo existente y

formas teóricas nuevas que permitan dar cuenta de esa reorganización (como cuando se

instala el Estado-obrero en Rusia, bajo el modelo de la Comuna, y Lenin, citando a

Engels, remarca que se trata de un “Estado que no es ya un Estado en el sentido estricto

de la palabra”; tal fórmula engloba, creemos, lo que hemos intentado exponer aquí).

No se crea (aunque no creemos que se crea) que tal operación es sencilla, rápida

o siquiera indolora. Lenin, por caso, estaba lejos de ser de esa opinión. Para él, era solo

sobre la base de una educación y formación permanente, continua, incansable,

inclaudicable que podía lograrse saber qué hacer en cada caso concreto. Pero

advirtamos que la complejidad y dificultad que enfrentará quien adopte tal actitud

dialéctica frente a la realidad es admitida por el marxista ruso: “en política es más

difícil todavía saber de antemano qué métodos de lucha serán aplicables y ventajosos

para nosotros en determinadas circunstancias futuras”. Sin embargo, hay que decir

también que no ve en ello causal de desaliento ni motivos para cejar en el esfuerzo30.

Tras esto, sólo nos queda explicitar la última dimensión ubicuamente presente en este

recorrido teórico (que optamos por des-cubrir en forma de silogismo): si toda política

es un arte y el arte implica imaginación; luego, no hay política sin imaginación.

“Hay que usar la cabeza pasa saber orientarse en cada caso particular”, adoctrinó

alguna vez Lenin. “Eso”, diríamos nosotros, “o la imaginación al poder”.

Bibliografía

Althusser, Louis. Lenin y la filosofía. Buenos Aires: CEPE, 1972.

Althusser, Louis. La corriente subterránea del materialismo del encuentro. En: Para un materialismo aleatorio. Madrid: Arena Libros, 2002.

30 Valga aquí, como único, por suficiente, ejemplo referir al artículo “Mejor poco, pero mejor”. Último escrito en vida de Lenin y lleno de alusiones y llamados a la paciencia y la perseverancia (2013: p. 573).

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Foucault, Michel. Las Redes de Poder. En: El lenguaje Libertario. La plata: Terramar, 2005.

Laclau, Ernesto. Más allá de la positividad de lo social… En: Hegemonía y estrategia socialista. Buenos Aires: Siglo XXI, 1987

Lenin, Vladimir Ilich. El Estado y la Revolución. La teoría marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.

Lenin, Vladimir Ilich. Las tareas del proletariado en nuestra revolución. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.

Lenin, Vladimir Ilich. Sobre las consignas. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.

Lenin, Vladimir Ilich. El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.

Lenin, Vladimir Ilich. Mejor poco, pero mejor. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.

Platón. El Banquete. En: Los libros que cambiaron el mundo. Buenos Aires: Alfaguara, 2010.

Platón. Libro X. En: República. Buenos Aires: Eudeba, 2006.