V Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemeporánea, Bs. As. 2014
La poiesis de la política: una lectura de la intervención Leninista
Carlos Britos (FSOC-UBA).
Una grecia zarista: del animal político al animal poiético
Para Lenin la política era un arte. Para nosotros, arte es sinónimo de poiesis,
porque seguimos en esta concepción a Platón1. Ahora bien: si lo siguiésemos también en
su arremetida contra juglares, bardos y trovadores de la época, contra “los poetas” en
general (embestida basada en un desdén hacia el arte fundamentado en la acusación de
ser una imitación alejada en tres grados de la realidad2), advertimos en seguida que la
concepción leninista de la política no acusa recibo respecto a la invectiva platónica; y no
lo hace, precisamente, porque el arte político de Lenin es lo que escapa a cualquier
pretensión imitativa o repetitiva. Así, a través de un pivoteo diacrónico entre la
antigüedad helénica y el crepúsculo de la Rusia zarista, nos desplazamos de un filósofo
a otro mediante el más filósofo de los políticos y, volviendo a Grecia, llegamos a una
última reminiscencia: para Aristóteles, el hombre es un animal político3.
Pero vayamos por partes y desgajemos las capas argumentativas una a la vez.
Este texto tuvo un espíritu mucho antes de tener una forma, y tiene una forma antes de
agenciarse un objeto. Su espíritu se lo insuflaba el hálito de pretender llevar a cabo una
vuelta al pensamiento de Vladímir Illich Uliánov, mejor conocido por su nombre dentro
del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), Lenin; entendiendo que ese
retorno podría ser fuente de provisión de potentes aportes para pensar lo que
actualmente ocurre en el mundo. Su forma, a la vez, la tomó de una serie de artículos de
más o menos reciente aparición en algunos de los diarios de mayor tirada de Argentina,
y de los cuales podemos extraer, como núcleo común, la existencia de una suerte de
campaña difamatoria acerca de la administración Putin (otro Vladímir, en este caso) al
1 Palabras de Diótima, en El Banquete: “todo lo que es causa de que algo, sea lo que sea, pase del no ser al ser es ‘creación’, de suerte que todas las actividades que entran en la esfera de todas las artes son ‘creaciones’ y los artesanos de estas, creadores o ‘poetas” (2010: p. 207).2“Por lo tanto”, afirma Sócrates en el libro X de su República, “el arte imitativo está muy lejos de lo verdadero y, como es natural, puede hacerlo porque toma muy poco de cada cosa y aun ese poco que toma no es más que una simple apariencia”. Luego, agrega: “algunos dicen que los poetas trágicos conocen todas las artes (…) Debemos, pues, examinar si quienes esto dicen no se han dejado engañar por imitadores” (2006: pp. 585-586).3Zóonpolitikon es la expresión primigenia, traducida, además de por su acepción más conocida, por “animal social”. Se la puede hallar en el Libro I de Política.
frente de lo que supo ser el centro administrativo, social y político de la, hoy difunta,
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y su objeto, por último y como señalamos,
no termina esclarecerse, pues lo que parece presentarse en su lugar es una serie de
premisas, de observaciones, de asertos y hasta de impresiones que, sin llegar a cuajar o
encajar en un inquietud específica, insisten y se desplazan a lo largo de diferentes
interrogantes que (si es posible sostenerlo de este modo) con-forman una problemática:
los modos de intervención política en los tiempos que corren, con arreglo a algún tipo
de racionalidad (por definición instrumental) presupuesta en la presencia de
determinados fines y con la intención, sobreentendida, de que los efectos concuerden,
en alguna medida, con tales cometidos.
Terminemos este rodeo introductorio, no del todo largo, con una serie de
señalamientos que lo precisen. Dijimos, por lo pronto, que en lugar de un objeto
tenemos una serie de observaciones y de asertos más o menos sistematizados y que no
responden al mismo origen (incluso, quizás sea por ello que se vuelve arduo establecer a
primera vista el vínculo que los une). Al decirlo pensábamos principalmente en dos
ideas que aparecen, de manera espaciada y esporádica, en algunas de las principales
obras leninistas correspondientes en su mayoría al período pre-revolucionario ruso4. En
primer lugar, nos referimos a la afirmación de que “la pequeña producción produce
espontáneamente burguesía5”; en segundo, a una serie de dictámenes que Lenin
desparrama a lo largo de sus textos y que aluden o hacen explícitamente mención a la
presencia de (según sus palabras) casos de “transformación de cantidad en cualidad”6.
Ahora bien, la reminiscencia fuertemente hegeliana de la última afirmación nos obliga a
manifestar una posición teórica: no nos ocuparemos aquí de retomar la cuestión
instalada (mayoritariamente) por Louis Althusser sobre la diferencia naturaleza, calidad
o estructura entre la dialéctica de Marx y la hegeliana (y, por extensión, la diferencia
entre la dialéctica de este último y la retomada o aplicada por Lenin). Por razones de
deuda e inscripción científica nos vemos compelidos a señalar que nuestro análisis parte
prestando crédito a tal diferencia (lo marcamos, insistimos, no por una irresistible
4 Considerando, por antonomasia, como “revolución Rusa” a la de octubre de 1917 y no a la de febrero de ese mismo año ni a la de 1905; tomadas estas, a lo sumo, por tentativas que no pudieron (per)durar.5 Cf. Nota al pie 14 de este escrito.6Mediante oraciones de ineludible invocación hegeliana, Lenin construye frases como la siguiente: “Este es precisamente un caso de ‘transformación de cantidad en calidad; la democracia, implantada del modo más completo y consecuente que puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia proletaria” (Lenin, El Estado y la Revolución, 2013: p. 153).
compulsión exegética sino porque tal decisión posee, en nuestro caso, importantes
efectos teóricos, tan preciosos como necesariamente precisables).
¿Pero cómo es que sabemos (o intuimos) que nos importan, en este texto que no
tiene objeto y del cual su forma sucedió a su espíritu, una serie de asertos o de
impresiones soltados como al pasar por Lenin, para una república geográficamente
distante, en un tiempo ya acordadamente lejano y de los cuales ni siquiera podemos dar
cuenta de una rigurosa sistematicidad o relación orgánica? Podemos adelantarnos y
decir: porque las mismas, además de ser la expresión de una mente aguda como pocas
para analizar las vicisitudes y las singularidades del tiempo que le tocó, poseen la
cualidad de ser atemporales (o intemporales, ambas adjetivaciones le cuadran): lo que
vienen a señalar esas premisas, si se las sabe leer en contexto y se las anima con la
vitalidad de la empresa de Lenin, es justamente una condición irreductible de coyuntura
y singularidad que se convierte en la piedra angular para el despliegue de cualquier
análisis político que pretenda ser algo más que un “juego de lenguaje”. Intentemos bajar
algunos peldaños en la escalera de la abstracción para entrar de lleno en un abordaje sin
objeto que, por lo mismo, hace suyo todo el espectro de objetos posibles. Para hacerlo
convendrá volver a través del sendero que contornean algunos de los puntos señalados y
tratar de unirlos para trazar algo que se acerque a una argumentación.
Definimos, con Lenin, la política como un arte; señalamos la presencia de una
campaña difamatoria contra la administración Putin al frente de Rusia; y retomamos,
también del dirigente bolchevique, tanto la premisa “la pequeña producción produce
espontáneamente burguesía” así como la existencia de ejemplos, tomados del llano
despliegue de la realidad, de innumerables (tantos como se quiera, si se los sabe
detectar, señalar y enunciar) casos de “transformación de la cantidad en cualidad”.
La política por la política
Desde un aliento inhalado por la crítica iluminista a la función del arte, pasando
por los movimientos del dandismo baudelaireano o de la bohemia parisina, para exhalar
allí donde el pop puede leerse como el correlato artístico de la des-politización que el
neoliberalismo intentó ejecutar en el plano político, sería posible y pensable, tras haber
rastreado las condiciones socio-históricas de emergencia de la consigna “el arte por el
arte”, metamorfosear esta máxima en “la política por la política”(a condición de acordar
que tal traducción implica la producción de un efecto de sentido que le hace decir “muy
otra cosa” -para decirlo con Lacan- respecto al enunciado original).
Podemos entonces, a través de la sinonimia que hemos producido en el par
terminológico política-arte, atrevernos a desplegar algunas reflexiones acerca de por qué
nos permitimos concretar tan singular unión. En principio, sugerimos transmutar el
conocido axioma “el arte por el arte” en “la política por la política”. ¿Por qué? Porque
entendemos, con Lenin, que en el límite, en el comienzo, sólo hay política. Al mismo
tiempo, destacamos que la hay allí donde nace aquello que se pretende más puro,
diáfano, inocente y menos maculado por mezquinos intereses: la hay en el comienzo
(antes que nada y sobre todo) de la filosofía; y la hay allí porque, sosteniendo e
insistiendo por debajo de toda racionalidad conceptual o de un sistema teórico, o
implicada en las categorías y las ideas que usamos para organizar, hacer, entender y
apropiarnos del mundo, existe siempre una toma de posición (que, dirá Althusser, se
reduce, en último término, siempre a la opción “materialismo vs idealismo”, disyuntiva
que no deja de reproducirse bajo diferentes formas y encarnaduras7). En segundo lugar,
pero como contracara de lo anterior, podemos pensar en una política para nada8, porque
entendemos no hay nada por fuera de la política, porque todo es política (si la
concebimos en el amplísimo sentido de hacer y darnos un mundo y su conjunto de
relaciones); con lo que se vuelve impensable la postulación de un objeto externo al que
pueda servir, obedecer o “aplicarse”. Desde un ángulo semejante, no hay nada más allá
de ella sino que todo es política en la medida todo es, de un modo u otro, “hacer-el-
mundo”. Desde esta óptica, al mismo tiempo que se patentiza su constitutiva dimensión
productiva, entender la política como un arte produce el alejamiento de cualquier
coqueteo con la visión platónica del arte, porque una política que “hace un mundo” no
puede ser imitación (ya que, en semántica estricta, no hay re-producción sin
producción); aunque también sea verdad que, desde nuestro punto de vista, sólo pueda
hablarse de política en la medida en que haya cierto “cuestionamiento” de lo que ya hay,
es decir, en tanto que el hacer tensiona de algún modo con ya hecho.
7 Dice Althusser que Lenin “se refiere a la historia de la filosofía concebida como historia de una lucha secular entre dos tendencia: el idealismo y el materialismo”, lo que le permite afirmar luego, por su cuenta, que si “la filosofía no es más que la historia de esas formas (…) la filosofía es ese lugar teórico extraño en el que no ocurre exactamente nada” (Lenin y La Filosofía, 1972: pp. 52-53).8Althusser, a caballo del pensamiento de Lenin, sostiene la tesis de que la filosofía no tiene objeto. No lo tiene porque es imposible remontarse más allá de un posicionamiento originario que, en última instancia, responde sólo a una “decisión”. Es en un sentido similar en el que pensamos al hablar de una política para nada (agregando que, para realizar la licencia que supone este deslizamiento, nos apoyamos en la idea althusseriana de una política como negación de la filosofía –Althusser, 1972: p 20-).
Hablamos de la política para Lenin y tratamos de seguir el curso y el espíritu de
sus meditaciones. De esta manera damos con otra de las lecciones edificantes respecto
del modo en que el ruso mira la realidad viva de la historia; vinculada, en este caso, a lo
que (situados en diferentes perspectivas y corrientes del pensamiento) podemos llamar
la “crítica definitiva al esencialismo”9. En lo que de esas corrientes toca de cerca al
marxismo, tal empresa ha adoptado la forma de un combate contra todo economismo o
cualquier otra forma de interpretar las sociedades como estructuradas y determinadas
por algún elemento a-priori, esencial o privilegiado10. Parafraseando a Louis Althusser,
podríamos decir que no hay nada antes del encuentro, todo nace de la colisión. La
identidad, la “naturaleza” de los elementos que pueden distinguirse como constituyentes
de una totalidad social determinada no tienen existencia por fuera de la compleja trama,
de la urdimbre, del entrelazamiento que tal totalidad constituye11. Acontece un
encuentro y lo hace confiriendo, en ese comienzo, en ese acto fundacional (de nadie y
para nada) identidad y consistencia a los componentes. Si bien inmerso en una
problemática distinta (atinente a su interés por un objeto diferente) Foucault señala que
ya en Marx están estas teorizaciones operando: una interpretación de lo social como un
todo constituido a partir de diferentes lógicas de funcionamiento y reproducción, de
distintos poderes (¿“la autonomía relativa” althusseriana?) que se entrecruzan sin
primacía temporal ni ontológica (la estructura como un “funcionamiento que nace con
laco-presencia de elementos inexistentes fuera de esa organización" es lo primero)12.
Las derivaciones de una semejante concepción de la historia son vastísimas y
profundísimas. En el plano eminentemente práctico (y dentro de éste, en el
estrictamente político) supone que toda intervención en una coyuntura debe ser
analizada en su particularidad concreta, en su singularidad única, en su mismidad
original y sólo de ese análisis reflexivo puede surgir la comprensión del lugar exacto en
el que hay que actuar (si bien sabiendo de antemano que nada nos garantiza ni los
resultados ni el éxito). Lenin lo creía de ese modo cuando subrayaba incesantemente
9 En un esquematismo vergonzante diremos que la misma comienza con la crítica derrideana al onto-teleologicismo y atraviesa, en lo que nos importa, los planteos “post-marxistas” de cuño discursivo. 10Según el modelo por el cual Levi Strauss busca explicar el nacimiento del lenguaje: de un momento en que nada tenía sentido a uno en que todo lo tenía, tal estructura “ha debido nacer toda de una vez”.11 En “La corriente subterránea…”, la letra althusseriana reza lo siguiente: “El encuentro también puede no durar y, así, no constituir el mundo (…) que no es más que átomos aglomerados. (…) Sin la desviación y el encuentro los átomos no serían más que elementos abstractos, sin consistencia ni existencia (…) La existencia no les viene más que de la desviación y del encuentro” (2002: p. 34)12 En una reveladora relectura de Marx, Foucault asegura: “En resumen, lo que podemos encontrar en el libro II de El Capital es, en primer lugar, que en el fondo no existe un poder, sino varios poderes. Poderes quiere decir: formas de dominación, formas de sujeción que operan localmente” (2005: p. 17).
que había un momento para la agitación y para soliviantar las masas, otro para la lucha
sindical-económica, otro para replegarse o para tomar por asalto el Palacio de Invierno,
otro para hacer acuerdos y para la lucha parlamentaria-política, otro para refutar
doctrinas faltas provocadoras de confusión, otro para combatir la apostasía de “ex-
marxistas” y así. Sabía muy bien que lo importante, lo urgente en cada momento estaba
dictado por la singularidad de lo que él insistía en llamar, remarcándolo con itálicas o
cursivas, el momento actual de cada período o situación.
Podemos volver ahora a una de las premisas leninistas que convocamos al
principio (con el único criterio de que nos parecían tan fecundas como inexploradas)
para intentar pensar13sobre las mismas: hablamos de la sentencia “la pequeña
producción engendra capitalismo y burguesía14”. Pues bien, ¿qué quiere decir esto?
¿Cuáles son sus consecuencias teóricas (a la hora de concebir una teoría sobre la
identidad de los elementos constituyentes de lo social)? ¿Cuáles, las históricas? es decir,
¿cuándo, y en qué circunstancias la pequeña producción no (re)produciría la burguesía?
Althusser da una respuesta general, de carácter positivo (a la que podríamos acusar,
usando su propia jerga, de “permanecer abstracta”), cuando afirma que el capitalismo no
produce al proletariado sino que lo reproduce en escala ampliada “como si el modo de
producción capitalista hubiera preexistido a no de sus elementos esenciales, la mano de
obra expropiada” (2002: p. 68). No es necesario añadir que no será en estas páginas
donde se halle la respuesta a tamaño interrogante. Por otro lado, Lenin tampoco señala
el cartel de “salida” de esa encrucijada, más allá de algunos gestos orientadores
ambiguos e imprecisos. No obstante, suelta algunos párrafos donde pone en claro tanto
el carácter sistemático de un modo de producción (donde la identidad de un elemento
depende siempre del todo, del conjunto) como la necesidad de prestar crédito a esta
comprensión “estructural” si (y esto corre por nuestra cuenta) se aspira a intervenir en el
mundo con miras a transformarlo. “Tomada por separado”, leemos del marxista ruso,
“ninguna clase de democracia producirá el socialismo; pero, en la vida real, la
democracia nunca será tomada ‘por separado’; se ‘tomará en conjunto’ con otras cosas,
ejercerá su influencia también sobre la vida económica, acelerará su transformación y, a 13 Es indudable que Lenin piensa dice Althusser, es decir “declara que no pueden demostrarse los principios últimos de materialismo, así como (…) los del idealismo”. (1972: p. 55).14La cita dice, textualmente, como sigue: “Por desgracia, la pequeña producción está aún muy difundida en el mundo, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, en forma espontánea y en masa” (“El izquierdismo…”, 2013: p. 439). Por lo demás, de las observaciones desparramadas a lo ancho de su obra se puede interpretar y precisar que “producir burguesía” quiere decir, entendemos, producir antes que nada y sobre todo, prejuicios, costumbres y hábitos burgueses (Cf. p.e. pp. 182, 439, 506, 562).
su vez, recibirá la influencia del desarrollo económico, etc. Esa es la dialéctica de la
historia viva”15 (2013: p. 179). La objetividad esencialista difícilmente pueda hallar una
crítica más clara y contundente que la que ensayan esas líneas.
Hay, podemos agregar aquí, toda una batería de consecuencias (de nuevo:
teóricas pero -por ello- inherentemente políticas) que se desprenden de lo señalado. Por
lo pronto, la ya mencionada circunstancia de que ningún hecho tiene una significación
objetiva, sino que lo que es depende de su lugar o posición en el conjunto, de su puesta
en relación con otros elementos dentro de una totalidad. Podemos complementar esta
conclusión indicando que una particularidad y fatalidad de esta interpretación
(angustiante, en algunos puntos) de la relación “conjunto-elementos” reside en el hecho
de que la significación de estos últimos no se define ni cierra jamás (propiedad de huella
temporal que Lacan define como “linealidad del significante”). De nuevo, vemos en
Lenin abundancia de ejemplos de posiciones, acciones o declamaciones que, tal cual él
lo marca, supieron ser transgresoras o revolucionarias pero que habían dejado de serlo
en el momento mismo en que otros elementos entraron a jugar en el tablero.
Pero hay otra arista operando en forma subyacente en la interpretación de la
realidad que proponemos lo largo de este recorrido: la concepción (antes Hegeliana que
Nietzscheana) según la cual de lo bueno puede nacer lo malo y a la inversa. La escuela
de Frankfurt, entre otras tradiciones de pensamiento, supo apreciar lúcidamente la
profundidad de esta afirmación (por ejemplo, Benjamin: "jamás se da un documento de
cultura sin que lo sea a la vez de barbarie"16). Antes de Frankfurt (y luego presente, sin
dudas, en ella), ya Nietzsche advertía sobre cierta condición humana por la cual
“nuestras mentes rechazan la idea de que una cosa pueda nacer de su contraria”17. Sin
embargo, todo nuestro alrededor más cotidiano reboza en ejemplos al respecto: una
infancia dura y adversa puede forjar un temperamento sólido y lleno de aptitudes y
cualidades benéficas; o, a la inversa, un excesivo cuidado puede ser la razón de un
temperamento frágil y endeble. Aunque más allá de particularismos y ejemplos, lo que
interesa destacar es lo que se des-cubre como factor común de los mismos. ¿Y qué se
descubre? Ésto: la sencilla verdad de que todo está en perpetuo movimiento,
transformándose. Pero si es sencilla la verdad no lo son tanto sus repercusiones, pues tal
admisión presupone una forma de abordar la realidad que apareja consecuencias
15 El pasaje es de El Estado y la Revolución. La teoría marxista…16 Notable expresión que constituye la séptima de las Tesis de filosofía de la historia de W. Benjamin.17 Cf. Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Buenos Aires: AGOSTO, 1998 (p. 9).
permanentes: debemos estar siempre revisando nuestras elecciones, vigilando nuestras
posiciones, cuestionando nuestras decisiones. Creer que un país es progresista sólo
porque eligió un gobierno “progresista” (aunque en un momento dado efectivamente lo
fuera) es un error que puede acarrear efectos nefastos, pues obnubilados y confiados por
la etiqueta identitaria que le asignamos quedamos impedidos de advertir que su
progresismo puede esfumarse de un instante al otro, en la siguiente decisión, en el
próximo acto. La mayor implicancia política, entonces, de considerar la realidad en
perpetuo cambio y perenne transformación debe ser asumir la actitud de permanente
intervención, de infatigable vigilancia; una llamado a la lucha, al combate eterno e
incansable (¿no es esto, precisamente, a lo que aludía la sentencia de Marx que advertía
que "lo que no avanza por un lado lo hace por el otro"?). La mayor consecuencia
teórica, contraparte de esta concepción dialéctica del mundo es considerar y entender,
con Lenin, que la política (que no puede ni quiere ser mera imitación, fogueo o simple
farfullar o parloteo18) es necesariamente un arte.
Consignas, sóviets y pasos prácticos
Casi toda la obra del marxista bolchevique puede tomarse como ilustradora de lo
que venimos desarrollando aquí. Tomemos por caso un momento perteneciente a los
álgidos meses que antecedieron al decisivo octubre, cuando Lenin pronuncia una
declaración, tan sintética como potente, que luego cobró en los anales de la historia
vuelo propio. Hablamos de la consigna “todo el poder a los Sóviets”, arrojada por el
dirigente bolchevique en el 18 (5) de julio de 1917. Sin embargo, más allá de lo
aparentemente terminante y definitivo de su forma, el propio Lenin se aparta de la
misma menos de un mes más tarde, alegando que “esa consigna fue correcta durante un
período de nuestra revolución (…) que ahora ha pasado irrevocablemente”. Y en
seguida da las razones de tan “inconsecuente” actitud: “cada consigna debe ser deducida
siempre del conjunto de los rasgos específicos de una situación política determinada”,
para desembocar en el análisis concreto: “así habrían podido ocurrir las cosas si el
poder hubiese pasado a los sóviets en el momento oportuno (…) Era la vía menos
dolorosa (…) Pero hoy (…) la vía pacífica de desarrollo se ha vuelto imposible”19. La
consigna que antes servía, dice Lenin, ya no sirve más; es inútil. Pero (y esto debe
resaltarse) no sólo “ya no sirve”, sino que es enormemente peligroso e
imperdonablemente reaccionario sostenerla: “la consigna del paso del poder a los 18 Tal como la entiende Sergio Caletti en el texto “Decir, autorrepresentación, sujetos” (Cf. pp. 21 a 25).19Lenin. Sobre las consignas (2013: p. 115). Escrito a mediados de Julio de 1917.
sóviets podría parecer hoy una quijotada o una burla. Esta consigna, objetivamente,
sería un engaño al pueblo”, sentencia el ruso; de lo que se ve necesariamente obligado a
concluir que “hay que reorganizar toda la labor de agitación…”20. Digamos, a modo de
instrucción provisoria, que en la medida en que la realidad, para Lenin, es siempre
concreta (lo que comporta una compresión de la historia como una realidad viva), tal
interpretación implica, alejándonos para siempre de cualquier esencialismo de los
elementos o de su significación, prestar atención, revisar y controlar tanto los hechos
como las categorías por las que pretendemos apropiárnoslos; y es por eso que puede
sostener, por ejemplo, que “no se trata del problema de los sóviets en general sino de
combatir la contrarrevolución actual y la traición de los soviets actuales”21.
Lo que saca en limpio el dirigente bolchevique luego de transitar todo este
recorrido se puede considerar condensado en dos afirmaciones presentes casi cerrando
el escrito: tras alertar sobre que “la sustitución de lo concreto por lo abstracto es uno de
los pecados capitales que pueden cometerse en una revolución”, a su vez instruye que
“no hay que operar con las viejas categorías de clases y de partidos, sino con las nuevas,
posteriores a julio22”. Tan rápido, en cuestión de días, la realidad había transmutado,
alterándose (“El viraje del 4 de julio consiste precisamente en un cambio brusco en la
situación objetiva”, dice Lenin; “mi folleto ha envejecido”, admitirá en otra ocasión23);
ergo, debían ser corregidas las categorías para pensarla, apresarla e intervenir en ella.
“Lo que antes era revolucionario hoy lo puedes comprar en las tiendas”, se
lamenta un personaje del film alemán, Los Edukadores, de Hans Weingartner. La
observación, si bien puede al comienzo pasar por ser apenas una queja romántica, es
pletórica en efectos y consecuencias, sobre todo en países en que al tiempo que una
parte de sus imaginarios sociales, de tinte conservador, sigue signada y cooptada por
cierto escepticismo frente a la política (considerada algo de lo que puede hacerse caso
omiso), existen también enclaves lucrativos instituidos que tienden fácilmente a una
fosilización tanto de ideas como de personas (ambas ya combatidas por Lenin; la última
hoy reconocida en la expresión “burocracia sindical”) en los cuales nunca es posible
saber con precisión cuando la impotencia emerge más de no poder que de no querer.
20 Ibídem: p. 116 y 118 21 Ibídem: p. 11922 Ibídem: p. 11923 Nos referimos al folleto Las tareas del proletariado en nuestra revolución, el cual, dice Lenin, “fue escrito el 10 de abril de 1917, hoy estamos a 28 de mayo ¡y aún no ha salido!” (2013: p. 63). Vemos lo que podía representar el paso de apenas un mes y medio dentro de su concepción de la acción política.
Es momento aquí de señalar que, en algún punto, el propio Lenin estuvo, en su
apreciación objetiva de la “situación concreta” en la que intervino, por detrás de su
propia comprensión. Por paradójico que suene esta tesis, que realizamos apoyándonos
en algunas lecturas que se autodenominan “críticas del marxismo”24, consideramos que
la aporía, si la hay, en este caso es reveladora y pertinente: la confianza de Lenin en el
paso gradualmente creciente de la pequeña burguesía a las filas del proletariado no
resultó históricamente tan errada como la presencia per sé de algo que pueda
considerarse en sí y para sí (esto es, por fuera de cualquier determinación que nos
atrevemos a llamar, ampulosa y elípticamente, simbólico-discursiva) “el” proletariado.
Esta concepción del proletariado, que para algunos “post-” marxistas (el sufijo entre
comillas responde a la opinión de que no se puede, en ciencias sociales, ir “más allá” del
marxismo; al menos a condición de entender el marxismo -diría Derrida- de una cierta
manera25) incurre en ciertos vicios o insuficiencias teóricas (como, por ejemplo, los
sesgos, propios de la economía política, de hipostasiar un período histórico concreto y
determinado hasta convertirlo en condición universal), reposa sobre la asignación a “la”
clase obrera tanto de un lugar fijo como de un papel universal. Esto, como el mismo
Lenin lo remarcó en ocasión de otros desarrollos, es caer en un empirismo de la más
rancia estofa. Con la interpretación de los elementos delo social no en su condición y
constitución discursiva sino en su pretendida referencia empírica, queda extirpada y
anulada de antemano la posibilidad de establecer alguna “significación objetiva” de
dichos componentes (y así como el simple hecho comprobable de estar libre de los
medios de producción26 es ya suficiente para “ser proletario”, también quien “es”, en sí
y para sí, revolucionario acarrearía tal propiedad intrínseca hacia cualquier otro lugar
que ocupe dentro el todo27). Dejaremos de lado por razones de espacio y pertinencia la
cuestión de las razones o los motivos que pueden haber llevado al dirigente bolchevique
a presentar una visión semejante de la clase obrera, y que oscilan desde el cabo de las
“ingenuidades teóricas” al rabo de las “urgencias políticas”; en principio porque 24Aquellas para las cuales se puede tomar a Ernesto Laclau como un buen representante (y a su texto posmarxismo sin pedido de disculpas como un escrito canónico de las mismas). 25La expresión de Derrida, presente en su texto La estructura, el juego y el signo en el discurso de las ciencias humanas, es “seguir leyendo de una cierta manera a los filósofos…”.26El juego de palabras es de Marx, quien en varios pasajes El Capital indica que el proletario es “libre” pues está liberado… de los medios de producción y de cualquiet otra clase de propiedad.27Laclau devela el engaño de esta falacia en un fragmento de Hegemonía y Estrategia Socialista. En lo que él llama un “pasaje ilegítimo a través del referente” indica que “la expresión clase obrera es usada de dos modos distintos: por un lado, para definir una posición específica de sujeto (…) por otro, para nombrar a los agentes que ocupan esa posición (…) Así se crea la ambigüedad que permite deslizar la conclusión –lógicamente ilegítima- de que las otras posiciones que ese agente ocupa son también posiciones ‘obreras” (1987: p. 160).
bastantes méritos tuvo como para que nos mostremos benévolos en este punto, pero
también porque con (lo que entendemos son) sus aciertos tenemos para entretenernos
más de la cuenta. Constreñidos, nos ocuparemos, entonces, de un punto más.
Poetas políticos
Finalmente, volvamos al principio: a la visión leninista de la política como un
arte. ¿Dónde puede encontrarse semejante comprensión? Por caso, en “El
‘izquierdismo’, enfermedad infantil del comunismo”; una de las obras en donde el
marxista ruso define, ya desde sus primeras páginas, la política de ese modo.
Analizando las consecuencias inmediatas a la reacción zarista que sobrevino a la
revolución de 1905, asegura que, sin embargo: “al mismo tiempo, fue esta gran derrota
la que enseñó a los partidos revolucionarios y a la clase revolucionaria una lección real
y muy útil, una lección de dialéctica histórica, una lección de comprensión de la lucha
política y del arte y la ciencia de esa lucha”. Útil fragmento porque hace surgir
nuevamente los dos grandes tópicos que (relacionados y requiriéndose uno al otro)
intentan corporizar y dar consistencia nuestro desarrollo teórico: implicándose
mutuamente, dando forma a un sintagma, vemos la expresión “dialéctica histórica” con-
juntamente con una referencia a la lucha política como un arte (pero también como una
ciencia). Como ya hemos dejado entrever, es sólo sobre la adopción de una visión
materialista-dialéctica del mundo, de todo lo que es (adopción de ardua labor en una
época que gusta de intentar resucitar visiones y asumir posiciones hegelianas, que
suponen la primacía del pensamiento reflexivo sobre la realidad) que cobra pleno
sentido la conjunción de los términos “arte” y “política”. “Política”, en esta re-unión, no
sería otra cosa que el modo de pro-ducir incesantemente formas de intervención nuevas
que den respuesta y permitan asir, apropiarse de, la transformación constante que
fatalmente conduce los hilos (en permanente hilvanado) de todo lo existente. La
política, entonces, si asumimos la ineludible reminiscencia heideggeriana de estos
temas, como una techné, como una técnica que acentúa su carácter creativo, productivo
(o sea, como poiesis), diferenciándose de cualquier ciencia o saber técnico que
constituya una mera fabricación instrumental.
Esta dimensión creativa del hacer político leninista (del quehacer, podríamos
decir, jugando con las palabras), que pone en juego un conjunto de conocimientos
aplicado a un objeto pero con miras a la producción de algo nuevo (por ello es ciencia y
es arte a la vez) se manifiesta con nitidez en muchos segmentos de su obra. Es el caso
cuando, luego de ensalzar a un tal W. Gallacher (autor de un artículo escrito en
representación del Consejo obrero de Escocia) por su “noble odio proletario” a los
“políticos de clase de la burguesía”, condena al escocés por el error de no advertir que,
si quiere vencer a la burguesía, el proletariado debe formar sus “propios políticos de
clase” esencialmente diferentes (aunque en apariencia sean idénticos) a los políticos
burgueses; e imputa su error, precisamente, al hecho de haber perdido de vista que “la
política es una ciencia y un arte que no caen del cielo ni se logran en forma
gratuita28”.Apenas unos párrafos adelante nuestro autor explica que es sólo a través de la
posibilidad de capitalizar y asimilar la experiencia (histórica) de luchas anteriores como
la clase obrera puede desarrollar la técnica, las capacidades, las habilidades y aptitudes
para dominar tan extremadamente complejo y sofisticado arte.
Tal es la caracterización que define el modo de comprender la historia y el
desarrollo de las luchas que guía la acción de Lenin en cada una de sus intervenciones,
acusando, destacando, afirmando, desalentando, cediendo, negociando, transgrediendo,
acordando según lo dictan (más bien, lo exigen, lo “mandan”) las circunstancias. De allí
sus contradicciones (reconocidas y celebradas por él mismo), de allí, por ejemplo, que
luego de señalar que el boicot del partido bolchevique al parlamento en 1905 enriqueció
al proletariado revolucionario con una experiencia política valiosa se apresure a advertir
que “sería un gran error, sin embargo, aplicar esta experiencia ciegamente, por simple
imitación, sin espíritu crítico, a otras condiciones, a otra situación”. La operación, que
es teórica pero es política a la vez, consiste en hallar bajo lo que es aparentemente
idéntico lo que es esencialmente diferente, bajo lo que puede ser visto como “una
demanda, una protesta, un reclamo más” la presencia de algo que es cualitativamente
distinto, que “entra a jugar en el sistema” con una significación diferente; algo que ya
no se deja clasificar ni calificar bajo los estándares, las nomenclaturas o los discursos
vigente, que pone en suspenso cualquier formalización previa (un acontecimiento, en
Badiou) y que lleva a que “una cadena nacional más” o “una nueva medida impositiva”,
dentro de una serie, detone una protesta masiva que resulte en un diciembre del 2001, en
Argentina, o en una oleada de marchas que luego se conocerían como “los 20 centavos
brasileños29”. Para decirlo con jerga hegeliana-leninista, se trata de casos de 28 La frase, y la crítica de la que forma parte, se encuentran en El izquierdismo... (2013: p. 482).29 Observa Lenin: “Gran Bretaña es un ejemplo. No podemos saber (y nadie puede decirlo de antemano) cuándo estallará allí una verdadera revolución proletaria y qué motivo servirá mejor para despertar, inflamar y lanzar a la lucha a las grandes masas”. Y, luego: “No olvidemos que en la república burguesa francesa (…) en una situación cien veces menos revolucionaria (…) bastó un motivo tan inesperado y pequeño como el caso Dreyfus para llevar al pueblo al borde de una guerra civil” (2013: p. 495).
transformación de la cantidad en cualidad y a los que aludimos mediante coloquiales
expresiones como “la gota que rebalsó el vaso”. El arte político debe socorrernos allí
donde haya que inventar formas políticas nuevas que permitan reorganizar lo existente y
formas teóricas nuevas que permitan dar cuenta de esa reorganización (como cuando se
instala el Estado-obrero en Rusia, bajo el modelo de la Comuna, y Lenin, citando a
Engels, remarca que se trata de un “Estado que no es ya un Estado en el sentido estricto
de la palabra”; tal fórmula engloba, creemos, lo que hemos intentado exponer aquí).
No se crea (aunque no creemos que se crea) que tal operación es sencilla, rápida
o siquiera indolora. Lenin, por caso, estaba lejos de ser de esa opinión. Para él, era solo
sobre la base de una educación y formación permanente, continua, incansable,
inclaudicable que podía lograrse saber qué hacer en cada caso concreto. Pero
advirtamos que la complejidad y dificultad que enfrentará quien adopte tal actitud
dialéctica frente a la realidad es admitida por el marxista ruso: “en política es más
difícil todavía saber de antemano qué métodos de lucha serán aplicables y ventajosos
para nosotros en determinadas circunstancias futuras”. Sin embargo, hay que decir
también que no ve en ello causal de desaliento ni motivos para cejar en el esfuerzo30.
Tras esto, sólo nos queda explicitar la última dimensión ubicuamente presente en este
recorrido teórico (que optamos por des-cubrir en forma de silogismo): si toda política
es un arte y el arte implica imaginación; luego, no hay política sin imaginación.
“Hay que usar la cabeza pasa saber orientarse en cada caso particular”, adoctrinó
alguna vez Lenin. “Eso”, diríamos nosotros, “o la imaginación al poder”.
Bibliografía
Althusser, Louis. Lenin y la filosofía. Buenos Aires: CEPE, 1972.
Althusser, Louis. La corriente subterránea del materialismo del encuentro. En: Para un materialismo aleatorio. Madrid: Arena Libros, 2002.
30 Valga aquí, como único, por suficiente, ejemplo referir al artículo “Mejor poco, pero mejor”. Último escrito en vida de Lenin y lleno de alusiones y llamados a la paciencia y la perseverancia (2013: p. 573).
Foucault, Michel. Las Redes de Poder. En: El lenguaje Libertario. La plata: Terramar, 2005.
Laclau, Ernesto. Más allá de la positividad de lo social… En: Hegemonía y estrategia socialista. Buenos Aires: Siglo XXI, 1987
Lenin, Vladimir Ilich. El Estado y la Revolución. La teoría marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.
Lenin, Vladimir Ilich. Las tareas del proletariado en nuestra revolución. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.
Lenin, Vladimir Ilich. Sobre las consignas. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.
Lenin, Vladimir Ilich. El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.
Lenin, Vladimir Ilich. Mejor poco, pero mejor. En: Obras selectas, tomo II. Buenos Aires: IPS, 2013.
Platón. El Banquete. En: Los libros que cambiaron el mundo. Buenos Aires: Alfaguara, 2010.
Platón. Libro X. En: República. Buenos Aires: Eudeba, 2006.
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