Docto lectura obligatoria política durante la dictadura chilena
La prensa chilena antes y después de la dictadura[1]. JF
-
Upload
javier-fuica -
Category
Documents
-
view
193 -
download
0
Transcript of La prensa chilena antes y después de la dictadura[1]. JF
Universidad de MiamiFacultad de ComunicaciónCNJ 612 –Historia del PeriodismoDoctor Gonzalo Soruco
El PERIODISMO CHILENO Y LA DICTADURA DE PINOCHETUna comparación del sistema de medios en Chile antes y después de
la dictadura de Augusto Pinochet.
Javier Fuica
1.- INTRODUCCIÓN
Hasta el 11 de septiembre de 1973, día en que los militares apoyados por dos
tercios del espectro político derrocaron al gobierno legítimamente constituido de
Salvador Allende, en Chile había 64 periódicos. De esos medios, 11 se publicaban
en la capital, Santiago, y al menos tres tenían alcance nacional. En el país había
además 134 emisoras de radio y tres estaciones de televisión, una de las cuales
cubría casi todo el territorio.
Debido a la polarización política que en ese momento se vivía, casi todos
los medios de comunicación tomaron partido por alguna opción política. Había
medios como Punto Final, que abogaban por la lucha armada como única vía para
instaurar el socialismo, pero también había otros medios (como El Mercurio o
Tribuna) que hacían llamados, con mayor o menor sutileza, para que los militares
tomaran las armas y restituyeran el orden.
Entre esos dos extremos, se podía encontrar de todo. Periódicos populares
que apoyaron con todo su ingenio al presidente socialista, diarios populares que se
fundaron únicamente para hacerle oposición e incluso una radio, Portales, que
tenía línea directa con el primer mandatario e interrumpía sus transmisiones
cuando éste quería dirigirse al país. Como dice Ken Dermota en su libro Chile
Inédito, “casi todo punto de vista tenía voz propia, menos la neutralidad”.1
Tras 17 años de gobierno militar, y con una transición política que es
considerada un ejemplo en todo el mundo, con una economía relativamente sólida
y una estabilidad que llama la atención para los parámetros latinoamericanos,
cualquier observador esperaría que los medios chilenos, en tanto institución de
democrática, fueran una versión mejorada de lo que hubo antes del golpe de
estado. Es decir, que las diversas posturas políticas tuvieran su correspondiente
1 Dermota, Ken. “Chile Inédito. El periodismo bajo democracia”; Ediciones B, 2002, Santiago; p. 24.
representación, que la propiedad de los medios estuviera menos concentrada y que
la práctica periodística respondiera a los requerimientos de una sociedad moderna
y libre. Sin embargo, las cosas están lejos de ser así.
Dermota hace un diagnóstico poco alentador: “Los periódicos no publican
el periodismo investigativo en Chile; prácticamente no hay opiniones divergentes
acerca del estado de la economía; ningún periódico hace un seguimiento analítico
de los controvertidos sistemas de salud y de pensión; los indígenas, los
trabajadores y los pobres, si es que llegan a ser retratados por los medios, lo son
como populacho; los programas de televisión parecen haber sido censurados por
El Vaticano; y las noticias carecen de análisis especializados, foros abiertos,
interpretación y comentario”.2
Si bien las cosas han cambiado un tanto desde que Dermota terminó la
investigación para su libro (en 2001) y los medios han experimentado una
apertura que, siguiendo con el parámetro, El Vaticano encontraría excesiva, sus
duras apreciaciones tienen mucho asidero. Efectivamente, el sistema de medios
chileno ha retrocedido, sobre todo en lo que se refiere a prácticas periodísticas y
concentración de la propiedad. Este trabajo busca justamente comparar los medios
chilenos hacia 1970 –tres años antes del golpe de estado de Augusto Pinochet–
con los que existían a mediados de los 90, una vez que regresó la democracia. He
preferido centrarme en los medios escritos, pues son el área que más conozco,
pero también habrá algunas digresiones hacia el mundo de la radio y el de la
televisión. No he querido, por otra parte, separar el trabajo en temas (como la
propiedad o la cobertura) sino en momentos históricos, pues me parece que todos
los temas se van mezclando a medida que van ocurriendo los hechos. Lamento,
2 Dermota, Ken. Op. cit., p. 9.
por otro lado, los paréntesis y aclaraciones históricas, pero me han parecido
necesarios para la mayor compresión del contexto en que ocurrió todo.
2.- LOS CONVULSOS AÑOS 70.-
El 11 de septiembre de 1973 es considerado el momento más importante de la
historia de Chile. Con el bombardeo al palacio presidencial de La Moneda no era
sólo un edificio lo que estaba viniéndose al suelo. También caía un régimen
democrático que se había mantenido –casi incólume– desde 1932 y se inauguraba
un proceso inédito en la historia nacional. Chile ya había vivido antes regímenes
militares, pero ninguno había durado tanto, ni había concentrado tanto poder en
unas pocas manos, ni había violado tan flagrantemente los derechos humanos. A
poco más de tres décadas de la dictadura del general Augusto Pinochet, aún
quedan muchas heridas por sanar.
Sin embargo, el proceso de deterioro social, político y económico que vivía
Chile en esa primavera de 1973 se venía arrastrando desde mucho antes que
Salvador Allende ganara las elecciones de 1970. Pese a su ubicación remota, en el
extremo sur de Sudamérica, la Guerra Fría que libraban las dos superpotencias de
la época se libraba también en Chile. Ya desde mediados de los 60, la
polarización, la intolerancia y el sectarismo habían tomado cuerpo en todos los
sectores políticos. El hecho de que un socialista llegara al poder por la vía
pacífica, un hecho inédito a esas alturas, sólo vino a exacerbar esas pasiones.
En ese contexto, y siguiendo a Patricio Bernedo y William Porath, “la
prensa no fue la que desencadenó la polarización y la crisis terminal del sistema
democrático, pero sí contribuyó abierta e irresponsablemente a tornarlas
incontrolables”.3
3 Bernedo, Patricio y Porath, William. “A tres décadas del golpe: ¿Cómo contribuyó la prensa al quiebre de la democracia chilena?”; Cuadernos de Información N° 16-17, 2003-2004. Escuela de
Por esos días, en Chile había 64 periódicos, 134 emisoras de radio y tres
estaciones de televisión. De estos medios, 54 diarios pertenecían a la oposición,
entre ellos El Mercurio, que tenía la mayor circulación a nivel nacional. También
se oponían al gobierno de Allende 98 radios y uno de los canales de televisión
(perteneciente a la Universidad Católica de Chile). El arsenal mediático del
gobierno, en tanto, estaba formado por 10 diarios, 36 radios y las dos estaciones
de televisión restantes, aunque ellas tenían entre sus periodistas y productores a
personas de todos los signos políticos. 4
En el caso de los 11 medios de circulación nacional, podía trazarse una línea
divisoria entre los que pertenecían a conglomerados empresariales y los que
pertenecían a sociedades entre partidos políticos y empresarios afines a dichos
partidos. En el primer grupo estaban El Mercurio de Santiago, Las Últimas
Noticias y La Segunda, de la familia Edwards; La Tercera, de la familia Picó, y
Clarín, del empresario boliviano Darío Saint-Marie. En el segundo grupo
aparecen La Prensa, del Partido Demócrata Cristiano (DC); El Siglo, del Partido
Comunista (PC); Noticias de Última Hora, del Partido Socialista (PS), y el mismo
Clarín, que en 1972 pasó a manos del PS. A este grupo se suma La Nación, el
diario estatal, de poca circulación y escasa influencia.
También se podía distinguir entre prensa seria y popular. Entre los primeros
estaban El Siglo (PC), La Prensa (DC) y Noticias de Última Hora (PS), aunque
ninguno de ellos era capaz de competir con El Mercurio a la hora de formar
opinión pública. “(El Mercurio) representaba los intereses de la derecha e influía
con su pauta en la escena política del país sin mayor contrapeso. Se entendía a sí
Periodismo, Universidad Católica de Chile. Se puede encontrar en http://www.puc.cl/fcom/p4_fcom/site/artic/20050323/pags/20050323232644.html4 Drago, Tito. “Chile, un doble secuestro”; Editorial Complutense, Madrid, 1993. Citado en: Escandón, Arturo. “Censura y liberalismo en Chile”; Universidad de Nanzan, Japón, 1999; p. 20.
mismo como un diario serio, que diferenciaba la información de la opinión,
pretendiendo ser objetivo en la parte informativa, e independiente de los partidos
políticos en la parte de opinión. Su circulación llegaba a los 100 mil ejemplares en
días de semana y a los 340 mil los domingos”.5
Por el lado de la prensa popular (donde se privilegiaba el lenguaje coloquial y
los temas vinculados a los crímenes, el sexo y el deporte) estaban los diarios La
Segunda, Las Últimas Noticias, La Tercera y Clarín. En este grupo, el gran
fenómeno era Clarín, que había llevado sus ventas hasta los 150 mil ejemplares
gracias a su imaginativa cobertura de los temas ya señalados y a las fotos de
chicas ligeras de ropa que ponía en su tapa, todo un atrevimiento para la época.
El gran competidor de Clarín era La Tercera, que estaba en manos de
empresarios cercanos al Partido Radical (PR), pero que “en ningún caso puede
considerarse prensa de partido”.6 Utilizando un lenguaje popular, aunque sin caer
en los extremos de Clarín, superaba los 200 mil ejemplares hacia 1971.
Dado este panorama, había suficiente centimetraje y espacio en radios y
televisión como para que todos los puntos de vista se expresaran. Según Arturo
Escandón, “el estado de la libertad de prensa bajo el Gobierno de la Unidad
Popular (UP) es bastante sui generis en la historia de Chile. Aún cuando el
Gobierno y sus opositores en el Congreso aplicaron hacia el final del período con
renovado vigor algunas de las leyes que permitían silenciar la crítica a las
autoridades, como la Ley de Seguridad del Estado, el país conoció como nunca
antes la libre competencia de ideas dispares y opuestas, y la aparición de
innumerables medios de comunicación social”.7
5 Bernedo, Patricio y Porath, William. Op. cit.6 Ibíd.7 Escandón, Arturo. Op. cit., p. 21.
Pero todo indica que a medios y periodistas se les pasó la mano. Hasta finales de
los sesenta, la prensa se había mantenido fiel a los cánones de una convivencia
política caracterizada por el respeto a las instituciones y a las reglas del juego
democrático. Sin embargo, cuando la guerra política entre las fuerzas
conservadores y las populares recrudeció, la batalla comenzó a librarse desde la
trinchera de los medios, que abandonaron rápidamente su tradición “para hacer un
tipo de entrega informativa maniquea, de barricada, de injuria, de insulto y de alto
compromiso ideológico”.8
A las publicaciones ya existentes se sumaron otras nuevas, creadas
exclusivamente para el enfrentamiento mediático. Ejemplo de ello es el diario
Tribuna, fundado en marzo de 1971 bajo el alero del derechista partido Nacional,
las revistas Qué Pasa y Sepa, que también representaban a la derecha, y el diario
Puro Chile (abril de 1970), un tabloide popular que sin tapujos se volcó a la lucha
política.
Así, el mapa de los periódicos y revistas quedó configurado de la siguiente
manera: a la derecha, entre los medios de “oposición seria”, era posible encontrar
a El Mercurio y la revista Qué Pasa; y entre la prensa “de combate y popular” se
hallaban los diarios La Segunda, Las Últimas Noticias y Tribuna, y las revistas
Sepa y PEC. “Hacia fines de 1972, cuando el gobierno de Allende ya se
encontraba con serios problemas de gobernabilidad, estos dos tipos de prensa
continuaban manteniendo sus diferencias de forma, pero en el fondo coincidían en
sus afanes de desestabilizar al gobierno, buscando su reemplazo por medios
extraconstitucionales”.9
8 Bernedo, Patricio y Porath, William. Op. cit.9 Ibíd.
En la izquierda, en tanto, la prensa seria era representada fundamentalmente por
el diario El Siglo (PC), y la “de combate y popular” por Puro Chile y Clarín, que
adoptó una posición combativa y pro gobierno incluso antes de pasar a manos del
Partido Socialista. “Al igual que la prensa de derecha, la de izquierda, más allá de
las formas, coincidió finalmente en una visión revolucionaria, maniquea,
violentista e intransigente”.10
En materia de estaciones de radio, en tanto, se producía una situación peculiar.
El dial estaba dividido, al igual que el país, sólo que al revés. Mientras las
emisoras partidarias de Allende se amontonaban en el lado derecho del dial, las de
oposición se podían encontrar al lado izquierdo.11 Y en la televisión, el canal de la
Universidad Católica, dirigido por el controvertido sacerdote Raúl Hasbún, se
vanagloriaba de no pasar jamás una información que pudiera ser favorable a
Allende, mientras que en los otros dos canales, uno de ellos estatal, había
profesionales de todos los colores políticos, y se emitían indistintamente
programas de apoyo y crítica al gobierno.12
De acuerdo a Escandón13, los abusos que la prensa llevó a cabo en estos años
pueden clasificarse bajo tres grandes rótulos:
a) la utilización partidista y polarizada de los medios de comunicación;
b) una imparable escalada de lenguaje descarnado, escatológico, soez y
difamatorio, especialmente en los medios escritos, destinado a destruir
moralmente al adversario político; y
c) la divulgación, por parte de las fuerzas conservadoras aliadas con el gobierno de
los Estados Unidos, de información falsa y propagandística con el fin de minar la
10 Ibíd.11 Dermota, Ken. Op. cit., p. 24.12 Drago, Tito. Op. cit., p 96. Citado por Escandón, op. cit, p. 23.13 Escandón, Arturo. Op. cit., p. 21.
confianza ciudadana en las autoridades y la institucionalidad (según un informe
del Senado estadounidense, la CIA gastó en los medios chilenos más de 12
millones de dólares entre 1963 y 1973).
Aunque los casos en este campo son amplísimos, sólo pasaremos revista a
algunos de ellos, extractados del trabajo de Bernedo y Porath. El primero ocurrió
en los días previos a las elecciones presidenciales de septiembre de 1970, y en él
se dio rienda suelta a las más bajas pasiones políticas, con una escalada de ofensas
y descalificaciones inédita en la prensa chilena.
El diario Clarín, por ejemplo, ya había apuntado durante toda la campaña
contra el candidato de derecha, el ex presidente Jorge Alessandri. A partir de su
condición de soltero insinuó que era homosexual y lo apodó La Señora. Estos son
titulares habituales de esos días: “El viejito… ni siquiera se ha casado”; “La
Señora ya está en los umbrales de la Casa de Orates”; “Le tocaron el traste a La
Señora y se rió”.
Como es sabido, la elección fue muy estrecha y Allende, que obtuvo la
mayoría relativa de los votos, debió ser confirmado en el cargo por el Congreso,
luego de firmar un Estatuto de Garantías Constitucionales con representantes de la
Democracia Cristiana. Pocos días después de que los parlamentarios votaran a
favor de Allende, el diario socialista Puro Chile tituló en primera página: “¿Saben
qué más? Todos ustedes, momios, son unos hijos de perra”.
En la otra vereda, El Mercurio hizo honor a su estilo serio y no recurrió a
titulares ofensivos. Sin embargo, sus editoriales mostraron poca lealtad con el
sistema democrático, dando a entender que el triunfo de Allende era una amenaza
para el país. Lo dejaron claro en sus páginas de opinión del 18 de octubre de
1970: “Es indispensable que se comprenda por la ciudadanía que los verdaderos
peligros para Chile no residen en el conjunto de los partidos o fuerzas que
componen la Unidad Popular, sino en los comunistas que obedecen a la política
de una superpotencia imperialista como la Unión Soviética y en los castristas que
siguen las directivas de Moscú y pretenden seguir organizando y estimulando los
movimientos guerrilleros en el continente americano”.
Otro hecho que los periódicos de la época utilizaron para llevar agua sus
respectivos molinos fue la visita de Fidel Castro, en noviembre de 1971. El
mandatario cubano tenía programado quedarse por diez días, pero su estancia se
alargó por 25, lo que le permitió recorrer el país y hacer “encendidas
intervenciones ante muchedumbres fascinadas con su discurso revolucionario”.14
El día en que llegó al país, Castro fue recibido con este titular de Tribuna:
“Mañana a las 5 PM llega el tirano Fidel. Chilenos de verdad repudian la visita.
Sólo comunistas quieren al creador del paredón”. El diario se refería a los
tribunales populares creados por Castro. De hecho, unos días antes este mismo
tabloide había publicado una foto con estas líneas: “Un sacerdote da
extremaunción a un cubano condenado al paredón por uno de los siniestros
tribunales populares creados por Fidel Castro, el ‘invitado de honor’ del gobierno
de la Unidad Popular. Este sistema es añorado por los comunistas como solución
para Chile.”
No fue lo único. La visita de Castro le sirvió al mismo Tribuna para
devolver la afrenta hecha un año antes a Jorge Alessandri. En sus páginas se tildó
a Allende y Castro de homosexuales: “Allende muy ofendido: Fidel no lo saca a
bailar todavía”.
14 Bernedo, Patricio y Porath, William. Op. cit.
Las injurias también apuntaron a la fama que tenía el presidente Allende
de bebedor, un dato que fue aprovechado hasta el cansancio por la prensa de
derecha. Quizá el titular más memorable de eso años lo publicó Tribuna en
noviembre de 1972: “Identificado agente de la CIA que quiere matar a Bigote
Blanco [Allende]. Su nombre es Johnny Walker”.
A esas alturas, la situación del país había empeorado ostensiblemente, pese
a que en un comienzo el gobierno de Allende parecía caminar en materias
económicas. El primer informe que el presidente socialista emitió en el Congreso,
tras un año y medio de gobierno, dio cuenta de un Producto Interno Bruto (PIB)
que había crecido 8,5 por ciento, y también había cifras positivas en lo que se
refiere a producción industrial, construcción y producción de cobre. Pero un año
después todo se había desvanecido. A ello contribuyó no sólo el velado bloqueo
impuesto por el gobierno de Estados Unidos con la venia de la derecha local, sino
el irresponsable manejo de las finanzas públicas. De los 346 millones de dólares
que el gobierno dispuso inicialmente en cuanto a reservas, para 1972 sólo
quedaban 45 millones. El estado chileno estaba en bancarrota. Al final de ese año,
el estancamiento económico (PIB de -1,2 por ciento), la hiperinflación (255 por
ciento) y el desabastecimiento generalizado de productos básicos tenía al país por
las cuerdas. Durante 1973 la crisis se agudizó y la inflación llegó al 600 por
ciento. Parecía que sólo faltaba un empujoncito.
3.- EL GOLPE Y ESE EXTRAÑO SILENCIO.-
Durante todo el 11 de septiembre de 1973, las tres estaciones de televisión que
existían en Chile transmitieron dibujos animados. Muy temprano por la mañana,
los golpistas habían puesto en marcha la “Operación Silencio”, consistente en
cerrar o inutilizar todas las radios partidarias de Allende. Las que estaban fuera
del radio urbano fueron bombardeadas. Las que estaban en la ciudad fueron
ocupadas por tropas. Poco antes, un convoy de tanques había rodeado el palacio
de gobierno.
A las 8.32 de la mañana, radio Agricultura emitió un comunicado desde el
Ministerio de Defensa en el que ordenaba a Allende entregar el poder a las
Fuerzas Armadas. Allende se negó a renunciar y a través de un teléfono logró
comunicarse con la única radio fiel al gobierno que se mantenía en el aire gracias
a equipos de emergencia. Fue a través de esa estación, la radio Magallanes, que el
mandatario hizo su último y emotivo discurso. Poco después, Salvador Allende se
suicidó usando un fusil que le había regalado Fidel Castro.
Ese mismo día, los militares clausuraron los diarios Clarín, Noticias de Última
Hora, El Siglo, Punto Final, Puro Chile, La Prensa y la agencia de noticias cubana
Prensa Latina. Pocos días más tarde tomaron posesión del diario estatal La Nación
y allanaron la editorial estatal Quimantú. Para abril de 1975, de acuerdo a cifras
del Colegio de Periodistas, había 400 periodistas que habían perdido su trabajo,
otros 200 habían huido del país y 14 estaban en prisión. Hasta la prensa
autorizada, representada por El Mercurio, La Tercera, Qué Pasa y Ercilla, estaba
sujeta a censura previa.
“Las Fuerzas Armadas se apoderaron de 40 emisoras de radio y de una
docena de publicaciones, la mayoría de las cuales jamás fueron devueltas a sus
dueños. Prohibieron los partidos políticos y confiscaron sus propiedades, que
consistían parcialmente en imprentas y emisoras. El momento más divergente y
polarizado de la política chilena, así como el periodismo cacofónico que lo
acompañó, fue seguido de un extraño silencio”.15
15 Dermota, Ken. Op. cit., p. 28.
Comenzó entonces la implantación paulatina de un sistema económico
completamente nuevo, acompañado de su respectiva cultura social y política.
Antes de que lo hicieran Margaret Thatcher y Ronald Reagan, el gobierno de
Pinochet abrazó los principios de la economía neoliberal, llevada a Chile por un
grupo de economistas que había estudiado en Chicago bajo el alero del Nobel
Milton Friedman. Se trataba básicamente de privilegiar la iniciativa privada,
abrirse al comercio exterior aprovechando las ventajas comparativas y dejar al
mercado como soberano a la hora de asignar los recursos y determinar el curso de
la economía.
Pero las reformas traían aparejada una paradoja. Para fundar esta libertad
económica sea hacía imperativo eliminar las libertades políticas. “En lo que se
refiere a los derechos individuales que no sean el derecho a la propiedad, se
producen durante la dictadura las mayores violaciones a los derechos humanos de
toda la historia de Chile. La razón estaba a la vista: nunca en la breve historia
republicana del país se había producido una acumulación de poder tan grande bajo
la mano de un organismo como la hubo a partir del golpe de Estado”.16
En un primer momento, y una vez que la prensa de Allende fue silenciada,
las críticas de los medios autorizados se mantuvieron bajo control mediante la
censura previa y las sanciones ejemplares. Pero entre 1975 y 1976, la censura fue
reemplazada poco a poco por una serie de decretos que introdujeron nuevos
delitos en la Ley de Seguridad Interior del Estado. Este cuerpo legal, promulgado
durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958), demostraría ser
particularmente útil a los intereses de la dictadura.
Aún así, hubo algo de disidencia La única revista que mantuvo cierta
independencia durante los primeros años del gobierno de Pinochet era Ercilla,
16 Escandón, Arturo. Op. cit., p. 24.
fundada en 1933 de acuerdo al modelo de periodismo interpretativo patentado por
Time. Autorizada a circular sólo porque pertenecía a un grupo moderado de la
Democracia Cristiana, esta publicación transitó durante años por una cuerda floja.
En 1976 el gobierno la acusó de hacer propaganda antipatriótica y amenazó con
clausurarla. Pero los intentos por amedrentarla no surtieron efecto, de manera que
el gobierno cambió de estrategia. Como muchos otros medios de comunicación
después de la crisis de 1973, Ercilla no tenía sustento financiero. Los militares no
pudieron persuadir a Sergio Mujica, su propietario, de que cambiara la línea
editorial y sacara de la dirección al periodista Emilio Filippi, pero sí pudieron
convencer a un grupo económico pro-gobierno que adquiriera la publicación.
Filippi y todo su equipo se vieron en la obligación de renunciar.
No eran los únicos que estaban en la pelea. Algunas radios también
comenzaron a trasponer el límite de la censura y de las agobiantes leyes. Entre
dichas emisoras estaban las radios Chilena, Balmaceda y Cooperativa. En marzo
de 1976, Balmaceda fue sacada del aire por seis días y su gerente general,
Belisario Velasco, fue relegado a un pequeño y lejano pueblo en el norte del país.
Valga decir que Velasco es hoy el Ministro de Interior en el gobierno de Michelle
Bachelet.
En el mundo impreso, y tras cinco meses esperando la venia de las
autoridades, el renunciado equipo de Ercilla, con Filippi a la cabeza, comenzó un
nuevo proyecto periodístico, el semanario Hoy (apareció en abril de 1977). Pese al
hostigamiento que sufrió por parte de las autoridades –en 1979, por ejemplo, fue
clausurada durante dos meses– Hoy se convirtió en un referente y fue
probablemente la revista más leída de aquellos años.
“Más tarde, otros portavoces de la disidencia entraron en escena. Los
temas de derechos humanos tuvieron cabida en el boletín de noticias Solidaridad,
la revista jesuita Mensaje y la revista Apsi. La revista Análisis, que comenzó
como una publicación universitaria se volvió el más fiero crítico del gobierno. La
revista socialdemócrata Cauce expuso nuevas violaciones a los derechos
humanos. Otras publicaciones que exponían los puntos de vista de la izquierda
circulaban clandestinamente, debido a las leyes que prohibían la expresión de
ideas marxistas, restricciones vertidas explícitamente, más tarde, en el artículo 8
de la Constitución de 1980”.17
El gobierno, evidentemente, reaccionó. En marzo de 1984 un decreto
militar estableció la censura previa en las revistas Análisis, Cauce, Apsi y Hoy.
Algunos meses más tarde, cuando se decretó estado de sitio debido a las protestas
callejeras y los atentados explosivos, se prohibió la publicación de Análisis,
Cauce, Apsi, La Bicicleta y Pluma y Pincel, mientras que Hoy permaneció bajo
censura previa. Por la misma época, un decreto militar prohibió la publicación en
portada de fotografías o información de protestas.
Pese a las restricciones, la prensa de oposición se fue haciendo un lugar
entre los lectores, gracias a su periodismo independiente, que contrastaba
fuertemente con los insípidos y oficialistas reportes que se entregaban a través de
la prensa oficial y en el canal estatal de televisión, cuya cobertura se extendió
rápidamente a todo el territorio nacional y cuyos contenidos eran de constante
propaganda a favor de Pinochet.
Tomarse la televisión no constituyó un gran problema para el gobierno.
Donde sí hubo dolores de cabeza, no por la resistencia de sus propietarios, que
eran partidarios del régimen, sino por las cantidades de dinero involucradas, fue
17 Escandón, Arturo. Op. cit., p. 30.
con los periódicos que hoy conforman el poderoso duopolio de la prensa chilena.
En efecto, tanto Copesa (propietaria de La Tercera) como El Mercurio se habían
endeudado en los primeros años de bonanza del gobierno militar, a comienzos de
los ochenta, cuando el dólar se tasaba en el mercado chileno a 39 pesos.
En el caso de El Mercurio, su dueño Agustín Edwards adquirió una nueva
prensa rotativa y computarizó las operaciones. Hacia 1980, la deuda de El
Mercurio era de 13 millones de dólares. Pero en 1983, y producto de una recesión
que golpeó a todo el mundo, y con particular dureza a la economía abierta de
Chile, el dólar llegó a 160 pesos. La deuda de El Mercurio de pronto había subido
a 100 millones de dólares.
Evidentemente, el “Decano” de la prensa chilena no fue el único afectado.
También los avisadores tuvieron que restringir su inversión y las utilidades del
diario pasaron desde 14,5 millones de dólares en 1980 a una pérdida de 22,5
millones en 1983. Hubo ajustes, se despidió personal y se redujeron los salarios,
pero no fue suficiente.
Fue entonces cuando el gobierno, a través del Banco del Estado, le lanzó
un salvavidas cuyo monto nunca ha podido ser determinado. Fue el precio que
pagó el régimen militar. Desde ese momento, “los más importantes miembros de
la clase dominante habían sido silenciados, y la cadena de diarios más importante
del país quedó a su disposición porque el Estado controlaba sus deudas. La crisis
económica había creado creciente malestar en áreas pobres, en sindicatos y
universidades, por lo que aplacar el ánimo de la oligarquía y controlar el flujo de
información era más necesario que nunca”.18
Una figura similar se utilizó para controlar La Tercera. También
endeudada durante los años de plata dulce y dólar a 39, cuando vino la recesión
18 Dermota, Ken. Op. cit., p. 112.
fue rescatada por dineros estatales y luego vendida a un grupo de empresarios
afines al gobierno. Después de medio siglo, la familia Picó era sacada del
negocio.
Pero pese a todos los recaudos, el desgaste propio de un régimen
impopular y la prensa de oposición fueron haciendo mella en el gobierno. A ello
se sumó la aparición, en 1987, de dos nuevos diarios que se sumaron a la lucha
por volver a la democracia: el popular Fortín Mapocho, un humilde tabloide que
hasta entonces se publicaba en el mercado de frutas y verduras de Santiago (la
Vega) y que fue reflotado por Jorge Lavandero; y La Época, un nuevo proyecto
emprendido por Emilio Filippi y un grupo de socios democratacristianos. La
Época siguió al pie de la letra el modelo del diario español El País. Dirigido a los
sectores educados de la centroizquierda, este periódico destacó rápidamente por la
calidad de sus plumas y por sus constantes altibajos económicos.
Pero los problemas financieros no eran exclusivos de este naciente diario,
sino de todos los medios escritos de oposición. Como se verá más adelante, buena
parte de ellos desaparecieron poco tiempos después del retorno a la democracia,
cuando nadie quiso seguir gastando dinero en ellos, pues el enemigo –la dictadura
de Pinochet– ya había, en parte, desaparecido.
Valga un último párrafo, para dar cuenta del saldo de víctimas que el
régimen de Pinochet dejó en el campo de los medios de comunicación. Entre 1973
y 1990, murieron 23 periodistas, 9 estudiantes en práctica y 20 trabajadores de la
comunicación. Además, otros 21 periodistas y 28 obreros gráficos fallecieron a
causa de sufrimientos en prisión o por enfermedades que no fueron atendidas a
tiempo.19
19 Carmona, Ernesto. “Morir es la noticia”; editado por el autor en Santiago, 1997. Citado en: Escandón, Arturo. Op. cit., p. 25.
“La muerte de estos periodistas no siempre hizo noticia. Once de las 23
personas reseñadas integran las listas de ciudadanos detenidos desaparecidos.
Generalmente fueron arrestados sin testigos, se les recluyó en una prisión
clandestina, recibieron una muerte secreta en un lugar desconocido, se respondió
con mentiras y evasivas a los requerimientos de sus familiares y 20 años después,
todavía no aparecen sus restos. La noticia de sus muertes no se publicó en los
medios en que trabajaron. Otros asesinatos de periodistas fueron registrados en la
prensa como enfrentamientos”.20
4.- “EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE”.
Una vez asumido el gobierno democrático, y en un discurso referido a los
detenidos desaparecidos del régimen militar, el presidente Patricio Aylwin habló
de dar justicia “en la medida de lo posible”. Sacada de contexto, la frase ha sido
usada en infinidad de ocasiones para dar cuenta de las medias tintas con que el
primer gobierno de la Concertación enfrentó, entre otras cosas, las heridas dejadas
por el régimen militar.
Pero Aylwin tenía sus razones. En primer lugar, se trataba de un gobierno
de transición que no pretendía resolver todo, pues apenas duraría cuatro años. En
segundo, y más importante, Augusto Pinochet seguía al mando del Ejército, y más
de una vez le recordó su poder a Aylwin con ejercicios militares que se realizaban
justo cuando algún medio de prensa comenzaba a hurgar en los archivos bancarios
del dictador y su familia.
El problema es que la frase se extendió al mundo de los medios de
comunicación que se habían opuesto a la dictadura. Como ya habían cumplido su
rol y ya habían perdido su razón de ser, el gobierno entrante decidió que la mejor
20 Ibíd.
política de comunicaciones era, justamente, “no tener una política de
comunicaciones”. Fue una especie de pacto: la Concertación no ayudaba a los
medios de izquierda y así evitaba la confrontación con la derecha.21
Pero fue también una condena a muerte. Lo razonable hubiera sido que el
ambiente democrático alentara el desarrollo de un periodismo independiente, pero
bastaron apenas unos años para que revistas como Cauce o Análisis y periódicos
como Fortín Mapocho simplemente desaparecieran. Los que más resistieron
fueron el diario La Época, hasta marzo de 1998, y la revista Hoy, cuyo último
número salió en octubre de ese mismo año.
Ken Dermota identifica 12 razones que explican la desaparición de los
medios que él llama “de trinchera”22. Aquí sólo hablaremos de las cuatro más
importantes:
a) fin de los subsidios extranjeros: muchas de las publicaciones “de
trinchera” que combatieron al régimen militar eran financiadas por partidos
políticos extranjeros u organismos internacionales; una vez llegada la democracia,
estas entidades no creyeron necesario seguir ayudando.
b) fatiga periodística: cuando llegó la democracia, muchos de los
periodistas que lucharon contra el régimen de Pinochet consiguieron cargos en el
gobierno. En cierto modo, se aburguesaron tras haber pasado años trabajando
asustados y con sueldos miserables.
c) pérdida de lectores: una vez recuperada la democracia, la ciudadanía
comenzó a cansarse de la política, y los medios “de trinchera” no supieron
reinventarse. A ello se sumó lo que Dermota llama “pluralismo calculado”,
21 Dermota, Ken. Op. cit., p. 91.22 Dermota, Ken. Op. cit., p, 83 y siguientes.
estrategia de los tradicionales El Mercurio y La Tercera, que abrieron sus páginas
a más actores políticos y finalmente le quitaron público a los otros competidores.
d) el castigo monetario: buena parte de la comunidad empresarial
chilena, notoriamente pinochetista y conservadora, jamás puso avisos en medios
“de trinchera” ni siquiera después de 1990. Es como una variante del dicho
mexicano “no pago para que me peguen”.
Todo esto, evidentemente, benefició directamente a la prensa de gran
circulación. “Teóricamente, el gobierno militar había renunciado al control de la
propiedad de los medios de comunicación social y, no sólo eso, hacia el final del
régimen hacía propiciado la liberalización del mercado de la televisión. Sin
embargo, en la práctica, las ayudas financieras otorgadas a la prensa autorizada y
favorable al régimen de Pinochet, aunque no constituían un control directo por
parte del gobierno, resultaban ser un subsidio motivado y discriminatorio que
comprometía la independencia de esos medios. Una forma de predicar en la
superficie el mercado libre y el liberalismo, y en la profundidad atar el mercado y
el pluralismo”.23
Para 1998, de los 48 periódicos que existían en Chile, El Mercurio poseía
16, incluyendo Las Últimas Noticias y el vespertino La Segunda. Copesa, en
tanto, era dueño de La Tercera, La Cuarta y del vespertino La Hora. Se trata de
dos grupos hegemónicos que, al menos hasta comienzos del siglo 21, parecían
haberse repartido el mercado y tener un pacto tácito de no agresión. Hacia fines
de los noventa, el diario estatal La Nación era el único periódico que no
pertenecía al duopolio. La Nación no vende más de cinco mil ejemplares diarios.
23 Escandón, Arturo. Op. cit., p. 34.