Sanadoctrinaeminente predicador desde los días de Pablo, durmió en el Señor de la manera más...

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    “Si un hombre es capaz de predicar Sermones sin Cristo, no te hagas

    Daño a ti mismo escuchándolo”

    Charles Haddon Spúrgeon

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    INTRODUCCIÓN

    Carlos Haddon Spúrgeon nació en Kelvedon, pueblo en el distrito

    de Braintree de Essex en Inglaterra el 19 de junio de 1834 y falleció en los Alpes Marítimos el 31 de enero de 1892. Fue pastor de la

    Iglesia Bautista denominada Tabernáculo Metropolitano en Londres durante 38 años. A lo largo de su vida evangelizó cerca de 10

    millones de personas; predicando a menudo hasta 10 veces por

    semana en distintos lugares. Sus sermones han sido traducidos a varios idiomas y en la actualidad existen más libros y escritos de

    Spúrgeon que de cualquier otro escritor cristiano en la historia de la

    iglesia. Tanto su abuelo como su padre fueron pastores puritanos, por lo que creció en un hogar de principios cristianos. Sin embargo, no

    fue sino hasta que tuvo 15 años, en enero de 1850, cuando hizo profesión de fe en una Iglesia Metodista.

    Fue parte de numerosas controversias con la Unión Bautista de Gran

    Bretaña y luego debió abandonar su título religioso. No obstante, fue conocido y recordado en todo el mundo como “El Príncipe de los

    Predicadores”. Spúrgeon vivió y brilló con claridad extraordinaria, en una época en

    que, en su propio país, descollaban grandemente magníficos

    predicadores que poseían gran caudal de sabiduría y una brillante elocuencia. En efecto, en su propia ciudad, conmovían y arrebataban

    a las multitudes, predicadores tan eminentes como Jorge Whitefield,

    Howard Hinton y el canónigo Liddon, todos los cuales gozaban de gran prestigio y de bien ganada fama; mientras que a su vez, fuera

    de Inglaterra, había una verdadera multitud de oradores sagrados, insignes maestros de la palabra que, dentro y fuera de sus

    denominaciones, con sus grandes elocuencias, no sólo habían

    escalado las mayores alturas, sino que también habían dejado sentir sus influencias, para bien, contribuyendo a modelar las corrientes de

    su tiempo y hacer más real y efectiva la moral cristiana. Según cita el libro “Biografía de Carlos Haddon Spúrgeon”, que el

    eminente Dr. Tomás Armitage expresó el siguiente comentario acerca

    de su persona: “Londres tenía un más perfecto orador de púlpito en Jorge Whitefield, un más acabado retórico en Enrique Melville, un

    completo exegeta en el Deán Trench, un más profundo en Tomás Binney, un más sensible metafísico Howard Hinton, y un pensador

    más grande en el canónigo Liddon. Pero todos ellos juntos no

    pudieron conmover a los millones como los conmovió el mensaje de Spúrgeon, de parte de Dios, en el púlpito”.

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    A pesar de sus diversas dolencias que lo limitaban en su ministerio, en 1857 fundó una organización de caridad llamada Spúrgeon´s, la

    cual trabaja aún hoy, a lo largo de todo el mundo.

    Durante muchos años Spúrgeon padeció de una persistente enfermedad que cada día se hacía más aguda, la gota reumática que

    había heredado de su abuelo. Motivo por el cual se veía obligado a pasar largas temporadas, cada año, en el sur de Francia. En los

    últimos años su dolencia se agudizó de tal manera que presagiaba su

    pronto abatimiento. Carlos Haddon Spúrgeon, un hombre verdaderamente grande, el más

    eminente predicador desde los días de Pablo, durmió en el Señor de

    la manera más apacible y confiada el 31 de enero de 1892 rodeado de su amante esposa, uno de sus hijos, su hermano y co-pastor, su

    secretario particular y tres o cuatro amigos íntimo. Mientras ejerció su ministerio tuvo una sola pasión y propósito:

    predicar a Cristo con toda su gloria y poder. Fue un maestro de la

    palabra hablada y escrita.

    El índice general de los sermones será presentado en tres secciones tal como está en los siete tomos llamados Tesoros escondidos de la

    página sermones selectos. Las divisiones son: Antiguo Testamento,

    Evangelios y Nuevo Testamento; y aunque no son divisiones correlativas con LAS ESCRITURAS: Antiguo Testamento y Nuevo

    Testamento. El motivo es sólo con el propósito de armonizar con las

    divisiones que fueron hechas en los Tomos referidos. La intención de tal división ya fue fundamentada oportunamente y su objetivo fue

    acompañar a cada sección un comentario de introducción. Ese comentario, cuyo texto puede leerse en las páginas de referencia se

    escribió con la idea de aportar una visión más, acerca del plan

    salvífico de Dios. Es decir, evidenciar los distintos y particulares tratos que Dios tuvo para con el hombre a través de los tiempos

    aunque siempre, con un mismo propósito: salvar por medio de la fe en Jesucristo, a todo aquel que en Él cree mediante su gracia libre y

    soberana.

    De manera que, a medida que uno va profundizando en la lectura de los sermones de Spúrgeon, no sólo encontrará en cada una de estas

    secciones, una magistral exposición de la pura Doctrina del Padre sino que además descubrirá como, con sólo fundamentarse en LA

    ESCRITURA que es explícita y literal, derriba “interpretaciones”

    subjetivas de algunos “teólogos” que, manipulando LA PALABRA DE DIOS, según sus juicios, crean “mitos” y “dogmas” espurios para

    convertirla en falsas doctrina. Acto que el Apóstol Pablo llama.

    “pervertir el evangelio” (Gálatas 1. 7).

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    INDICE GENERAL

    Antiguo Testamento

    1 Cómo Dios viene al hombre 9 2 Los famosos títulos del Señor 22

    3 La prerrogativa Real 34

    4 Las vanidades de la tierra y las verdades del cielo 48 5 Mi consuelo en la aflicción 61

    6 No debemos claudicar 73

    7 Palabras desde la Cruz 91 8 Perseverancia en santidad 98

    9 Razones en defensa de Dios 114 10 Recuerda que morirás 129

    11 Revelación y conversión 143

    12 Soberanía y salvación 157 13 Guárdense de la incredulidad 173

    14 “Mejor que el vino” 189 15 La oración de Jabes 203

    Evangelios

    1 El Guía privado 219 2 El oficio primordial del Espíritu Santo 236

    3 No había lugar para Cristo en el mesón 249 4 La higuera marchita 266

    5 Poca fe y gran fe 283

    6 La sangre derramada por muchos 299 7 La tristeza de la Cruz convertida en gozo 316

    8 Líbrele ahora 333 9 Solo pero no solo 349

    10 Los lejanos, cercanos; los cercanos, lejanos 362

    11 Los magos, la estrella y el Salvador 376 12 Menos preciar a Cristo 391

    13 Hasta encontrarla 407 14 La majestad abatida 420

    15 La necesidad de todo ser humano 436

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    Nuevo Testamento

    1 El tesoro de la gracia 452 2 La historia de un esclavo fugitivo 468

    3 Un mediador 485

    4 Las inescrutables riquezas de Cristo 496 5 Más que vencedores 513

    6 Miembros de Cristo 529

    7 ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! 544 8 Predestinación y llamamiento 561

    9 Profundidades y alturas 576 10 El sacerdocio de los creyentes 589

    11 Una gloriosa predestinación 600

    12 Una Ley inalterable 617 13 La naturaleza dual y el duelo interior 629

    14 Ay de nosotros 640 15 Cristo: el que hace nueva todas las cosas 657

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    Cómo Dios Viene al Hombre

    Sermón predicado la noche del jueves 13 de julio de 1876

    Por Charles Haddon Spúrgeon En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

    “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día;

    y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre

    los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde

    estás tú?” Génesis 3: 8, 9.

    “¿Cómo vendrá Dios a nosotros ahora que nos hemos rebelado contra

    Él?” Esa es una pregunta que debe de haber dejado grandemente perplejos a nuestros primeros padres, y se pudieran haber dicho

    el uno al otro: “Tal vez Dios no vendrá a nosotros del todo y

    entonces seremos en verdad huérfanos. Si se nos permitiera continuar viviendo, tenemos que continuar viviendo sin Dios y sin

    esperanza en el mundo”. Habría sido la peor cosa que le pudiera haber pasado a nuestra raza si Dios hubiera dejado que este planeta

    siguiera su propio curso y hubiese dicho respecto al pueblo en él, “Los

    dejé, por tanto, a la dureza de su corazón, pues son dados a ídolos”.

    Pero si Él vino a nuestros primeros padres, ¿cómo vendría?

    Seguramente, Adán y Eva deben de haber tenido miedo de que estuviera acompañado por los ángeles de la venganza para

    destruirlos de inmediato, o, de cualquier manera, para atarlos con cadenas y grilletes para siempre. Así que se preguntaban entre ellos

    mismos: “¿Vendrá; y si viene, implicará su venida la total destrucción

    de la raza humana?” Sus corazones deben de haber estado grandemente perplejos en su interior mientras esperaban para ver lo

    que Dios haría como un castigo por el gran pecado que habían cometido. Yo creo que ellos pensaron que Él vendría a ellos. De su

    experiencia pasada conocían tanto de Su longanimidad que se sentían

    seguros de que vendría; sin embargo, entendían también tanto de Su santo furor contra el pecado que deben de haber tenido miedo de Su

    venida; así que fueron y se ocultaron entre los árboles del huerto, aunque cada árbol debe de haberlos reprendido por su desobediencia,

    pues cada uno de los árboles parecía decirles: “¿Por qué vienen aquí?

    Han comido del fruto del árbol que se les había prohibido probar. Ustedes han quebrantado el mandamiento de su Hacedor y Su

    sentencia de muerte ya ha salido contra ustedes. Cuando Él venga,

    vendrá ciertamente para tratar contigo en juicio de conformidad con Su palabra fiel; y cuando lo haga, ¿qué será de ti?” Cada hoja, al

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    crujir, debe de haberlos asustado y alarmado. El aliento de la brisa nocturna al pasar a lo largo del huerto debe de haberlos llenado de

    miedo y de espanto en cuanto a la condenación que les esperaba.

    Ahora, Dios vino “al aire del día”, o como lo expresa el hebreo: “en el

    viento de la tarde”, cuando la brisa nocturna estaba soplando a lo largo del huerto. Para nosotros es difícil imaginar incluso cómo se

    reveló a nuestros primeros padres. Yo supongo que condescendió a

    tomar sobre sí alguna forma visible. Era “la voz del Señor Dios” la que oían en el huerto, y ustedes saben que es la Palabra de Dios a

    quien le ha agradado hacerse visible a nosotros en carne humana.

    Pudo haber asumido alguna forma en la que podían verle; de otra manera, como un espíritu puro, Dios no podía ser reconocido ni por

    los oídos ni por los ojos de ellos.

    Oyeron Su voz que hablaba cuando caminaba en el huerto al aire del

    día; y cuando llamó a Adán, aunque había una justa ira en el tono de Su voz, con todo, sus palabras fueron muy tranquilas y dignificadas,

    y, hasta donde debían serlo, muy tiernas; pues si bien pueden leer las palabras de esta manera: “Adán, ¿dónde estás tú?” pueden

    leerlas así también: “¿Dónde estás tú, pobre Adán, dónde estás tú?”

    Puedes poner un tono de piedad en las palabras, y sin embargo, no las estarías leyendo mal. Entonces el Señor viene así en benignidad al

    aire del día y los llama a rendir cuentas; pacientemente escucha sus

    perversas excusas, y luego pronuncia sobre ellos una sentencia, que, onerosa como era para la serpiente, y pesada como era para todos

    aquellos que no son salvos por la prodigiosa Simiente de la mujer, con todo tiene mucha misericordia incorporada en la promesa de

    que la Simiente de la mujer herirá la cabeza de la serpiente, una

    promesa que debe de haber brillado en sus tristes y pecadoras almas así como una estrella particular y brillante resplandece en la

    oscuridad de la noche.

    Yo aprendo, de este incidente, que Dios viene a los hombres

    pecadores, tarde o temprano, y podemos aprender también, de la manera como vino a nuestros primeros padres, cómo es probable que

    venga a nosotros. Su venida será diferente para diferentes personas; pero deducimos de este incidente, que Dios ciertamente vendrá a

    hombres culpables, aun si espera el aire del día; y también

    entendemos un poco acerca de la manera en que vendrá en definitiva a todos los hombres.

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    Recuerda esto, pecador, que sin importar cuánto te apartes de Dios, tendrás que acercarte a Él uno de estos días. Puedes ir y arrancar el

    fruto que Él prohíbe que toques, y luego puedes ir y ocultarte entre

    las gruesas ramas de los árboles en el huerto y pensar que te has escondido; pero tendrás que comparecer cara a cara ante tu Hacedor

    en algún momento u otro. Pudiera no ser hoy, o mañana; pudiera no ser hasta “el aire del día” del tiempo; es más, pudiera ser hasta que

    el tiempo mismo ya no sea más; pero, por fin, tendrás que ser

    confrontado por tu Hacedor. Como el cometa que vuela muy lejos del sol, vagando en el espacio para cubrir una distancia completamente

    inconcebible, y sin embargo, tiene que regresar de nuevo, sin

    importar cuánto tiempo tome su circuito, así tendrás que regresar a Dios, ya sea voluntariamente, arrepentidamente, crédulamente, o de

    otra manera sin la disposición de hacerlo y en cadenas, para recibir la sentencia de condenación de los labios del Todopoderoso a quien has

    provocado a ira por tu pecado. Pero Dios y tú tienen que reunirse, tan

    ciertamente como estás viviendo aquí ahora; en algún momento u otro, cada uno de ustedes tiene que oír la voz del Señor Dios

    diciéndoles, tal como le dijo a Adán: “¿Dónde estás tú?”

    Ahora, de esta reunión entre Dios y el hombre caído yo aprendo unas

    cuantas lecciones, que se las voy a transmitir conforme me capacite el Espíritu Santo.

    I. La primera es esta. Cuando Dios se reunió con el hombre caído, no fue sino hasta el aire del día. Esto me sugiere LA

    GRAN PACIENCIA DE DIOS CON EL CULPABLE.

    Ya sea que Adán y Eva pecaran temprano en la mañana, o en mitad

    del día, o hacia la noche, no lo sabemos. No es necesario que sepamos eso; pero es probable que el Señor Dios concediera un

    intervalo para intervenir entre el pecado y la sentencia. Él no tenía prisa por venir, porque no podía venir excepto en ira, para hacerles

    ver sus pecados. Ustedes saben cuán rápidos son los temperamentos

    de algunos hombres. Si son provocados, sólo dicen una palabra y lanzan un golpe, pues no tienen ninguna paciencia. Es nuestra

    pequeñez lo que nos hace impacientes. Dios es tan grande que Él puede tolerar mucho más que nosotros; y aunque el pecado de

    nuestros primeros padres lo provocó grandemente, -y es Su gloria

    que es tan santo que no puede mirar a la iniquidad sin indignación- con todo pareció decirse: “Tengo que ir y llamar a estas dos criaturas

    mías para que den cuenta de su pecado; con todo, el juicio es mi

    trabajo extraño, pero es en la misericordia en la que yo me deleito.

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    Esta mañana, descorrí las cortinas que los habían protegido durante la noche, y se derramó la luz del sol sobre ellos, ni un segundo más

    allá del tiempo señalado, y me alegró hacerlo; y todo el día, he

    estado derramando misericordias sobre ellos, y los refrescantes rocíos nocturnos están comenzando a caer sobre ellos. Yo no voy a

    bajar con ellos hasta el último momento posible. Voy a posponerlo hasta el aire del día”. Dios no hará nada al calor de la pasión; todo

    será deliberado y tranquilo, majestuoso y divino.

    El hecho de que Dios no viniera a cuestionar a sus pecadoras

    criaturas hasta el aire del día debería enseñarnos la grandeza de Su

    paciencia, y también debería enseñarnos a ser, nosotros mismos, pacientes con otros. ¡Cuán maravillosamente paciente ha sido Dios

    con algunos de ustedes que están aquí! Han vivido muchos años y han disfrutado de Sus misericordias, con todo escasamente han

    pensado acerca de Él. Ciertamente no le han entregado sus

    corazones; pero Él no ha venido para tratar con ustedes en juicio todavía. Él los ha esperado veinte años a ustedes, jóvenes; treinta

    años, cuarenta años, a ustedes, personas de edad media; cincuenta años, sesenta años, a ustedes que están dejando atrás ese período;

    setenta años, tal vez, o incluso ochenta años se ha sabido que se ha

    demorado, pues “se deleita en misericordia”, pero no se deleita en juicio. Setenta años forman una larga vida de días, sin embargo,

    muchas personas gastan todo ese tiempo en perpetrar pecados

    frescos. Llamados al arrepentimiento una y otra vez, solo se vuelven más impenitentes por resistir el llamado de la misericordia.

    Favorecidos con tantas bendiciones como las arenas de la costa del mar, sólo demuestran ser más ingratos por dejar de apreciar todas

    esas bendiciones. Es maravilloso que Dios esté dispuesto a esperar

    hasta el aire de ese largo, largo día de vida como son setenta u ochenta años. ¡Cuán pacientes, entonces, deberíamos ser los unos

    para con los otros! Sin embargo ustedes, padres, ¿son siempre pacientes con sus hijos, sus jóvenes hijos que pudieran no haberlos

    ofendido voluntariamente o conscientemente? ¡Qué paciencia

    deberían ejercitar siempre para con ellos! ¿Y tienes una paciencia parecida por un amigo o un hermano que podría usar un lenguaje

    áspero y provocarte? Sin embargo, así debería ser tu paciencia. Nunca debemos sujetar por el cuello a nuestro hermano, y decirle:

    “Págame lo que me debes”, en tanto que encontremos a Dios

    esperando deliberadamente hasta el aire del día antes de venir a esos que le han ofendido, y aun entonces sin expresar ninguna palabra

    más de ira de las que deben ser expresadas, y mezclando aun esas

    palabras con misericordia que no tiene límites.

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    II. Lo segundo que yo deduzco de la venida del Señor a Adán y Eva

    al aire del día es SU CUIDADO DIVINO POR EL CULPABLE.

    Aunque no vino hasta el aire del día, manifestando así Su paciencia,

    vino entonces, manifestando así Su cuidado por aquellos que habían pecado contra él. Pudo haberlos dejado toda la noche; toda la noche

    sin su Dios, toda la noche sin Él después de que habían hecho lo que

    les había prohibido hacer –toda la noche- una noche sin dormir, una noche terrible, una noche que habría sido embrujada con mil miedos;

    toda la noche con esta gran batalla temblando en la balanza, con la

    gran pregunta de su castigo que no ha sido resuelto, y un temor indefinible del futuro pendiendo sobre ellos. Muchos de ustedes saben

    que la tribulación de que algo sea mantenido en suspenso es casi peor que cualquier otro problema en el mundo. Si un hombre supiera

    que tiene que ser decapitado, sería más fácil para él morir de

    inmediato que tener que ponerse de rodillas con su cuello sobre el bloque, y el hacha deslumbrante levantada sobre él y sin saber

    cuándo podría caer. El suspenso es peor que la muerte; pareciéramos sentir mil muertes mientras tenemos una muerte en suspenso.

    Entonces Dios no dejaría a Adán y a Eva en suspenso a lo largo de

    toda la noche después de que habían pecado contra Él, pero vino a ellos al aire del día.

    Hubo una razón adicional por la que vino a ellos; sin importar el hecho de que le habían desobedecido y que tendría que castigarlos,

    recordó que todavía eran Sus criaturas. Parecía estar diciendo en su interior: “¿Qué les haré? No debo destruirlos completamente, pero

    ¿cómo puedo salvarlos? Tengo que implementar mi amenaza, pues

    mi palabra es verdadera; sin embargo, también debo ver cómo puedo perdonarlos, pues yo soy longánimo, y mi gloria ha de ser aumentada

    por el despliegue de mi gracia hacia ellos”. El Señor los miró como los progenitores designados de sus elegidos; y consideraba a Adán y a

    Eva también, esperemos, como Sus elegidos, a quienes amó a pesar

    de su pecado, así parecía decir: “No voy a dejarlos toda la noche sin la promesa que iluminará su penumbra”. Era sólo una promesa; y, tal

    vez, no era claramente entendida por ellos; aun así, era una promesa de Dios, aunque le fue dicha a la serpiente, “Y pondré enemistad

    entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te

    herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Entonces, ni una sola noche fueron dejadas las pobres criaturas de Dios sin por lo

    menos una estrella que brillara en las oscuridad para ellas, y así Él

    mostró Su cuidado por ellas. Y todavía, queridos amigos, aunque Dios

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    es lento para la ira, con todo siempre está listo para perdonar, y es muy tierno y compasivo aun cuando tiene que dictar sentencia contra

    los culpables. “No contenderá para siempre, ni para siempre guardará

    el enojo”. Ustedes pueden ver Su cuidado y consideración aun para el más indigno de nosotros, porque no nos ha cortado en nuestros

    pecados. Nosotros:

    “No estamos en tormentos, no estamos en el infierno”.

    Podemos ver las marcas de Su benignidad en los propios vestidos a

    nuestras espaldas y el alimento del que participamos por Su

    generosidad. Muchos de Sus dones vienen, no meramente a quienes no los merecen, sino a aquellos que merecen ser llenados con la hiel

    y el ajenjo de la ira todopoderosa para siempre.

    III. Ahora, en tercer lugar, quiero mostrarles que, CUANDO EL

    SEÑOR VINO EN EFECTO, NOS PROPORCIONÓ UN MODELO DE CÓMO EL ESPÍRITU DE DIOS VIENE PARA DESPERTAR LAS CONCIENCIAS

    DE LOS HOMBRES.

    Ya he dicho que, tarde o temprano, Dios vendrá a confrontar a cada

    uno de nosotros. Querido amigo, yo ruego que si nunca ha venido a ti en la forma de un despertar de tu conciencia y haciéndote sentir un

    pecador, que pueda venir a ti muy rápidamente. Y cuando venga para

    despertarte y despabilarte, será más o menos de esta manera.

    Primero, viene oportunamente: “al aire del día”. El trabajo de Adán estaba hecho, y Eva no tenía nada más que hacer hasta el siguiente

    día. En esa hora, habían estado acostumbrados, en tiempos más

    felices, a sentarse y descansar. Ahora Dios viene a ellos, y el Espíritu de Dios, cuando viene a despertar a los hombres, generalmente los

    visita cuando tienen un poco de tiempo para un pensamiento apacible. Tú entraste y escuchaste un sermón; su mayor parte se

    esfumó de tu memoria, pero hubo unas cuantas palabras que te

    impactaron de manera que no te podías deshacer de ellas. Tal vez, ya no pensaste más acerca del mensaje que habías escuchado. Algo más

    intervino y te arrebató la atención. Pero, un poco de tiempo después, tuviste que vigilar toda la noche junto al lecho de un amigo enfermo,

    y entonces Dios vino a ti, y trajo a tu recuerdo las palabras que

    habías olvidado. O pudiera ser que algunos textos de la Escritura que aprendiste cuando eras un niño comenzaron a hablarte a través de

    las vigilias de la noche. O, tal vez, ibas a lo largo de una solitaria

    carretera en el campo, o, pudiera ser que estabas en el mar en una

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    noche oscura, y las olas rodaban pesadamente de manera que no podías dormir, e incluso llegaste a temer que serías engullido por el

    furioso mar. Entonces, entonces vino la voz del Señor Dios

    hablándote personalmente. Cuando otras voces fueron silenciadas, hubo una oportunidad para que Su voz fuera oída.

    No sólo el Señor vino a Adán y a Eva oportunamente, sino que le

    habló a Adán personalmente, y le dijo: “¿Dónde estás tú?” Uno de los

    grandes errores en conexión con toda la predicación es que tantos oyentes persistirán en prestarles sus oídos a otras personas.

    Escuchan un fiel sermón evangélico, y entonces dicen: “Ese mensaje

    es apto admirablemente para el Vecino Tal y Tal. ¡Qué lástima que la señora Fulana de Tal no lo oyera! Esa habría sido la palabra propicia

    para ella”. Sí, pero cuando Dios viene a ti, así como vino a Adán y a Eva, y si no eres convertido, yo ruego que te convierta, cada una de

    las palabras del sermón que te dará será para ti mismo. Él dirá,

    “Adán”, o “Juan”, o “María”, o cualquiera que fuera tu nombre, “¿Dónde estás tú?” La pregunta estará dirigida a ti mismo

    únicamente; no tendrá ninguna relación con ninguno de tus vecinos, sino únicamente contigo mismo. La pregunta podría adoptar una

    forma como esta: “¿Dónde estás tú? ¿Qué has estado haciendo?

    ¿Cuál es tu condición ahora? ¿Te arrepentirás ahora, o continuarás todavía en tus pecados?” Joven amigo, ¿no has tenido alguna

    experiencia de este tipo? Fuiste al teatro; pero cuando regresaste a

    casa, dijiste que no lo habías disfrutado, y que hubieras preferido no ir. Parecía como si Dios hubiera venido para luchar contigo y para

    razonar contigo acerca de tu vida pasada, sacando una cosa tras otra en la que has pecado contra Él. En todo caso, esta es la manera en

    que trata con muchos; y si trata así contigo, sé agradecido por ello, y

    entrégate a Él y no luches contra Él. Siempre me alegra cuando los hombres no pueden ser felices en el mundo; pues, en tanto que

    puedan serlo, lo serán. Es siempre una gran misericordia cuando comienzan a estar enfermos de la exquisiteces de Egipto, pues

    entonces podemos conducirlos, por la guía de Dios, a buscar la leche

    y la miel de la tierra de Canaán; pero no hasta entonces. Es una gran bendición cuando el Señor pone delante de ti, personalmente, una

    verdadera visión de tu propia condición ante Sus ojos, y te hace mirar allí tan denodadamente, concentrando tu pensamiento entero en ello,

    de manera que no puedes ni siquiera comenzar a pensar acerca de

    otros porque eres forzado a examinar tu propio yo, para ver cuál es tu condición real en relación a Dios.

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    Cuando el Señor viene así a los hombres, y habla personalmente con ellos, los conduce a darse cuenta de su condición perdida. ¿No ven

    que esto está implicado en la pregunta: “Dónde estás tú? Adán

    estaba perdido, perdido para Dios, perdido para la santidad, perdido para la felicidad. Dios mismo pregunta: “¿Dónde estás tú?” Eso fue

    para que Adán supiera esto: “Te he perdido Adán; en un tiempo, yo podía hablar contigo como con un amigo, pero ya no puedo hacerlo

    más. Tú fuiste una vez mi hijo obediente, pero ahora no lo eres; te

    he perdido. ¿Dónde estás tú?” Que Dios el Espíritu Santo convenza a cada persona inconversa aquí que él o ella está perdida, no sólo

    perdidos para ellos mismos, y para el cielo, y para la santidad, y para

    la felicidad, sino perdidos para Dios. Era de los perdidos de Dios de quienes Cristo hablaba tan a menudo. Él, propiamente era el buen

    Pastor, que reunió a sus amigos y vecinos, diciéndoles: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”; y Él

    representa a Su Padre que dice de Su hijo cuando regresa a Él: “Este

    mi hijo era muerto’ –muerto para mí- ‘y vive de nuevo’ –estaba perdido, perdido para mí ‘y es encontrado’”. El valor de un alma para

    Dios, y el sentido de pérdida de Dios en el caso de cada alma individual, es algo que vale la pena meditar, y calcular, si puede ser

    calculado. Dios hace que el hombre se dé cuenta que está perdido

    por sus propios gemidos y súplicas, tal como le dijo a Adán: “¿Dónde estás tú?”

    Ustedes observarán también que el Señor no sólo vino a Adán y le cuestionó personalmente, sino que hizo que Adán le respondiera; y si

    el Señor se ha acercado a cualquiera de ustedes, hablando contigo al aire del día, y cuestionándote acerca de la condición perdida, él hará

    que confieses tu pecado, y te llevará a reconocer que era realmente

    tuyo. Él no te dejará como Adán quería ser dejado, es decir, echando la culpa a Eva por la desobediencia; y él no te dejará como Eva trató

    de quedarse, es decir, traspasando la culpa al diablo. Antes de que el Señor haya acabado contigo, te traerá a este punto, que sentirás, y

    confesarás y reconocerás que tú eres realmente culpable de tu propio

    pecado y que tienes que ser castigado por él. Cuando te rebaja a ese punto y no tienes nada en absoluto que decir por ti mismo, entonces

    te perdonará. Yo recuerdo bien cuando el Señor me hizo caer de rodillas de esta manera, y vació toda mi justicia propia y la confianza

    en el yo, hasta que sentí que el lugar más caliente en el infierno era

    lo que realmente merecía, y que, si salvaba a todos los demás, pero no me salvaba a mí, Él todavía sería justo y recto, pues yo no tenía

    ningún derecho de ser salvado. Entonces, cuando era obligado a

    sentir que tiene que ser todo por gracia, o de lo contrario no podría

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    haber salvación para mí, entonces me habló tierna y amablemente; pero, al principio, no parecía haber ninguna ternura o piedad para mi

    alma. El Señor venía hacia mí, desnudando mi pecado, revelándome

    mi condición perdida, y haciendo que me estremeciera y temblara, mientras temía que lo siguiente que me diría sería: “Apartaos de mí,

    maldito, al fuego eterno”; en vez de lo cual me dijo en tonos de sorprendente amor y longanimidad, “Te he puesto entre mis hijos;

    ‘Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi

    misericordia”. Bendito sea el nombre del Señor, por los siglos de los siglos, por tal asombroso tratamiento como este que es aplicado a los

    culpables y a los perdidos.

    IV. Ahora, en cuarto lugar, y muy solemnemente, quiero mostrarles

    que ESTA VENIDA DEL SEÑOR A ADÁN Y A EVA ES TAMBIÉN PROFÉTICA DE LA MANERA EN QUE VENDRÁ COMO UN ESPÍRITU

    JUZGADOR DE QUIENES LE RECHAZAN COMO UN ESPÍRITU

    DESPERTADOR.

    Inconversos, ya les he recordado que tan ciertamente como viven, tendrán que someterse a Dios, como el resto de nosotros. Tarde o

    temprano tendrán que conocerle y saber que Él los conoce. No habrá

    manera de escapar de una entrevista que será sumamente seria y sumamente terrible para ustedes. Tendrá lugar “al aire del día”. Yo

    no sé cuándo pudiera ser eso. Cuando venía en camino para este

    servicio, pasé a visitar a una joven dama para quien “al aire del día” ha venido a los veinticinco o a los treinta años de edad. La tisis ha

    hecho que el día de su vida sea comparativamente breve; pero, bendito sea Dios, Su gracia ha hecho que sea uno muy feliz; y ella no

    tiene miedo, “al aire del día”, oír la voz del Señor Dios llamándola a

    casa. Es bueno que no tenga miedo; pero tú, que no has creído en Jesús, tendrás que oír esa misma voz divina al aire del día de tu vida.

    Se te puede permitir llegar a viejo; la fortaleza de la juventud y de la edad adulta se habrán ido, y comenzarás a apoyarte en tu cayado, y

    a sentir que no tienes el vigor que solías tener, y que no puedes

    cumplir un día duro de trabajo como solías hacerlo, y no debes intentar correr por las colinas como lo hacías antes. Ese será “el aire

    del día” para ti, y luego el Señor Dios vendrá a ti, y dirá: “Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás”.

    Algunas veces ese aire del día viene a un hombre justo cuando le hubiera gustado que fuera al calor del día. Él está haciendo dinero, y

    sus hijos se está multiplicando en torno a él, así que quiere detenerse

    en este mundo un poco más de tiempo. Pero eso no puede ser; tiene

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    que subir a su lecho, y tiene que acostarse allí por tantos días y noches, y luego tiene que oír la voz del Señor Dios cuando comienza

    a cuestionarle, y a decir: “¿Dónde estás tú en relación a mí? ¿Me has

    amado con todo tu corazón, y mente y alma y fuerza? ¿Me has servido? ¿Estás reconciliado a mí por medio de la muerte de Mi Hijo?

    Tales preguntas como esas vendrán a nosotros tan ciertamente como Dios nos ha hecho, y tendremos que dar cuentas de los actos

    realizados en el cuerpo, ya sea que hayan sido buenos o hayan sido

    malos. Yo les ruego que piensen en estas cosas, y que no digan: “¡Ah!, eso no sucederá justo ahora”. Eso es más de lo que cualquiera

    de nosotros pudiera decir; y permítanme recordarles que la vida es

    muy corta aun en su mayor duración. Estoy apelando especialmente a aquellos que son de mi edad. ¿No encuentran ustedes, queridos

    amigos, que cuando están entre cuarenta y cincuenta años de edad, las semanas parecieran ser mucho más cortas de lo que solían ser

    cuando eran jóvenes? Yo por tanto deduzco que, cuando nuestros

    amigos tienen setenta u ochenta años de edad, el tiempo tiene que parecer mucho más corto para ellos de lo que fue jamás. Yo pienso

    que una razón por la que Jacob, cuando tenía ciento treinta años de edad, le dijo a Faraón: “Pocos y malos han sido los días de los años

    de mi vida”, era simplemente esto: que realmente era un hombre

    muy viejo, aunque no tan viejo como sus ancestros, ese tiempo le parecía incluso más breve a él de lo que parecía a gente más joven.

    Si eso era así, entonces, yo supongo que, entre más vive un hombre,

    más corto parecería ser el tiempo. Pero corto o largo, tu parte de él pronto acabará, y serás llamado a encoger tus pies en la cama, y a

    reunirte con el Dios de tus padres.

    Cuando llegue esa hora decisiva y solemne, tu entrevista con Dios

    tendrá que ser personal. Los patrocinadores no servirán de nada para nadie en el lecho de muerte. No servirá de nada, entonces, llamar a

    amigos cristianos que tomen una porción de tu carga. No serán capaces de darte de su aceite pues no tienen suficiente gracia para

    ellos mismos y para ti. Si vives y mueres sin aceptar la ayuda del

    único Mediador entre Dios y el hombre, todas estas preguntas tendrán que ser resueltas entre tu alma y Dios sin que nadie más

    intervenga entre ti y tu Hacedor; y todo esto puede pasar en cualquier momento. La plática personal entre Dios y tu alma, al final

    de tu vida puede ser ordenada para tener lugar esta misma noche; y

    yo soy enviado, como un precursor, sólo para darte esta advertencia de manera que no te reúnas con tu Dios completamente por

    sorpresa, sino que, de cualquier manera, puedes ser invitado y

    exhortado a estar preparado para esa gran entrevista.

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    Siempre que esa entrevista tiene lugar, Dios tratará contigo en

    solemne sinceridad, personalmente haciéndote ver tu pecado. Serás

    incapaz de negarlo, pues habrá Uno presente, en esa entrevista, que lo ha visto todo, y las preguntas que hará acerca del estado de tu

    alma serán muy escudriñadoras. Él no preguntará meramente acerca de un pecado, sino acerca de todos tus pecados. Él no solo

    preguntará acerca de tu vida pública, sino también acerca de tu vida

    privada; no preguntará meramente acerca de tus actos, sino acerca de tus dichos, y tus disposiciones, y tus pensamientos, y acerca de

    toda tu posición en relación a Él mismo, así como le preguntó a Adán:

    “¿Dónde estás tú?”

    En imaginación –yo ruego que sea sólo en la imaginación- veo morir a algunos de ustedes no siendo salvos; y yo los veo cuando pasan al

    otro mundo sin ser perdonados, y tu alma se da cuenta, por primera

    vez, cuál fue la experiencia del rico, de quien nuestro Salvador dijo: “Y en el Hades alzó sus ojos”, como si hubiese estado dormido antes,

    y se acabara de despertar a su verdadera condición. “Alzó sus ojos”, y contempló a su alrededor, pero no pudo ver nada excepto lo que le

    causaba desmayo y horror; no había ninguna traza de gozo o

    esperanza, ningún rastro de tranquilidad o paz. Luego, a través de la terrible lobreguez, vino el sonido de tales preguntas como estas:

    “¿Dónde estás tú, pecador? Estabas en una casa de oración hace

    unas cuantas semanas, y el predicador te exhortó a buscar al Señor; pero tú procrastinaste. ¿Dónde estás ahora? Tú decías que no había

    tal lugar como el infierno; ¿pero qué dices al respecto de eso ahora? ¿Dónde estás tú? Tú despreciabas el cielo, y rechazabas a Cristo;

    ¿dónde estás ahora? ¡Qué horror se apoderará del espíritu incorpóreo

    cuando reflexione que se ha metido en la condición de la cual se le había advertido y de la cual se le había invitado a escapar, pero que a

    propósito escogió para sí, cometiendo así un eterno suicidio! ¡Que el Señor en misericordia preserve a todos ustedes de hacer eso! Pero si

    lo hacen, entonces saldrá de los labios del justamente ofendido Dios

    la sentencia irrevocable, “Apartaos de mí, malditos”.

    Una de las cosas más terribles en conexión con esta reunión de Dios con Adán fue, que Adán tenía que responder las preguntas del Señor.

    El Señor le dijo: “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no

    comieses?” En nuestras cortes de ley, no requerimos que los hombres respondan las preguntas que los incriminarían, pero Dios lo hace; y,

    en el último gran día, los impíos serán condenados sobre su propia

    confesión de culpa. Mientras están en este mundo, ponen una cara de

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    bronce, y declaran que no han hecho ningún mal a nadie –ni siquiera a Dios- pagan su camino, y son tan buenos como sus vecinos y mejor

    que la mayoría de ellos; pero toda su fanfarronada y bravata

    desaparecerán en el día del juicio, y ya sea que se queden sin habla delante de Dios y por carencia de habla reconocen su culpabilidad

    delante de Él; o si llegan a hablar sus vanas excusas y apologías solo los volverá convictos. De sus propias bocas se van a condenar ellos

    mismos, como ese perverso y flojo siervo que fue echado a las

    tinieblas exteriores donde había llanto y crujir de dientes. ¡Que Dios nos conceda que nunca sepamos, por una triste experiencia personal,

    lo que significa esa expresión!

    V. Ahora, por último, esta reunión de Dios con Adán debería

    conducirnos a los que creemos en Cristo A ESPERERAR REUNIRNOS CON ÉL EN LOS TÉRMINOS MÁS AMOROSOS; pues si, cuando vino a

    cuestionar al culpable Adán y a emitir sentencia contra él, lo hizo tan

    tiernamente, y mezcló con el trueno de Su ira la blanda lluvia de Su gracia, cuando dio la promesa de que “la Simiente de la mujer”

    heriría la cabeza de la serpiente, ¿no podemos esperar que se reúna pronto con nosotros sobre los términos más amorosos si estamos

    en la Simiente de esa mujer y hemos sido salvados por Jesucristo Su

    Hijo?

    Él vendrá en la noche, hermano y hermana, cuando el trabajo del día

    esté concluido; así que no te pongas nervioso por el peso y el calor del día. El día más largo y el más caliente llegará a un fin; no vivirás

    aquí para siempre. No siempre tendrás que gastar tus dedos hasta el hueso tratando de ganar un escaso sustento. No siempre tendrás que

    mirar alrededor a tus hijos y preguntarte dónde encontrarás el pan

    con el cual vas a alimentarlos. No; los días en la tierra no pueden durar para siempre; y, para muchos de ustedes el sol ya ha escalado

    la colina y ha comenzado a descender por el otro lado y “el aire del día” pronto llegará. Yo puedo mirar a muchos de ustedes que ya han

    alcanzado ese período. Se han retirado del servicio activo, se han

    desprendido de una buena cantidad de cuidados del negocio, y ahora esperan que su Señor venga a ustedes. Ten la seguridad de que no

    se olvidará, pues Él ha prometido que vendrá a ustedes. Oirás Su voz, antes de que pase mucho tiempo, diciéndote que Él está

    caminando en el huerto y está viniendo a ti. El buen anciano Rowland

    Hill, cuando se dio cuenta que se estaba poniendo muy débil, dijo: “Yo espero que no hayan olvidado al pobre viejo Rowley allá arriba”.

    Pero él sabía que no había sido olvidado, ni tú tampoco lo serás,

    amado.

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    Oirán la voz de su Señor en breve; y la misericordia es que se darán

    cuenta cuando en verdad la oigan. ¿No la han oído a menudo antes

    de ahora? Muchas veces, en esta casa, ustedes han oído Su voz y se han alegrado. Se han sentado y han tenido comunión con Dios al aire

    de muchas noches. Me gusta ver a una anciana cristiana, con su gran Biblia abierta, sentada durante horas y señalando con su dedo las

    preciosas palabras del Señor; comiéndoselas, digiriéndolas, viviendo

    de ellas, y encontrándolas más dulces para su alma que la miel o que los trozos de panal para su paladar. Bien, entonces, como han oído la

    voz de su Señor, y conocen tan bien sus tonos, como han estado

    acostumbrados a oírla no se asombrarán cuando la oigan en esos últimos momentos del día de su vida. No correrás para esconderte,

    como Adán y Eva lo hicieron. Ustedes están cubiertos con el manto de la justicia de Cristo, de manera que no tienen que temer ninguna

    desnudez; y pueden responder: “¿Preguntaste, Señor mío, ‘Dónde

    estás tú?’ Yo respondo: Heme aquí, pues Tú me llamaste’. ¿Preguntaste dónde estoy? Estoy escondido en Tu Hijo; soy ‘acepto

    en el Amado’. ¿Dijiste: ‘Dónde estás tú?’ Aquí estoy, listo y esperando subir con Él, de acuerdo a Su promesa de que, dónde Él está, allí

    estaré yo también, para que pueda contemplar Su gloria”. Vamos,

    seguramente, amados, como este es el caso, pueden incluso anhelar que venga la noche cuando oigan Su voz, y estén arriba y lejos de

    esta tierra de sombras y gélidos rocíos, en ese bendito lugar donde la

    gloria arde por los siglos de los siglos, y el Cordero es su luz, y los días de su lamentación acabarán para siempre.

    ¡Que Dios nos conceda que todos ustedes tengan una parte y una

    participación en esa gloria, por causa de Su amado Hijo! Amén.

    *****

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    Los Famosos Títulos del Señor

    Sermón predicado la noche del domingo 10 de noviembre,

    1889 Por Charles Haddon Spúrgeon

    En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

    “Jehová liberta a los cautivos; Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová

    levanta a los caídos; Jehová ama a los justos. Jehová guarda a los

    extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene. Y el camino de los impíos

    trastorna. Salmo 146: 7-9

    Esta mañana, en nombre de Cristo, de la mejor manera que pude y

    buscando la ayuda de Dios, procuré persuadir a los hombres a que se

    reconcilien con Dios. Les mostré que había una gran sequía espiritual y que no habría de esperarse ni rocío ni lluvia a menos que fueren

    enviados por Dios; y traté de inducir a mis oyentes a ir a Dios, a esperar en Él, a mirarlo a Él, y a través de la mediación del Señor

    Jesucristo, a buscar y encontrar en Dios todo lo que es necesario para

    su bienaventuranza eterna. Yo presioné insistentemente y algunos cedieron, no a mi presión, sino a un impulso divino que acompañó a

    mi argumentación. Pero hubo algunos que no cedieron esta mañana.

    Entonces voy a realizar otro intento para ganarlos ahora, pidiendo la intervención de nuestro Augusto Aliado, el Espíritu Divino, sin el cual

    no podemos hacer nada. ¡Que Él lleve a muchos a Dios en penitencia esta noche!

    Ustedes saben que cuando tienen que acercarse a una persona, a los hombres les ayuda saber de quién se trata, y cuán buena persona es,

    y cuán probable es que encuentren un beneficio al acudir a ella. Mi texto nos dice algo acerca de Dios, el Señor Jehová. La palabra está

    presente cinco veces al principio de otras tantas frases: Jehová,

    Jehová, Jehová, Jehová, Jehová. Algunas veces, cuando un gran rey o príncipe tienen un día excelso, un heraldo proclama los títulos de

    ‘su majestad’. Él es príncipe de ésto, y señor de aquello, y emperador de lo otro; demasiado a menudo son sólo un montón de sonidos

    vacíos. Pero cuando nos dedicamos a hablar de Dios, cada título Suyo

    se queda corto en lo que respecta a Su gloria y honor reales.

    Esta noche tenemos reunidos cinco de Su títulos, cinco logros

    maravillosos de Dios, cinco cosas por las cuales el propio Señor quiere ser reconocido. Quiero que cada uno de ustedes, aquí

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    presente, se entere acerca de ellos, y diga: “Eso me anima”, o “Eso me alegra”, o “Eso me ayuda”. De cualquier manera, de los cinco

    grandes imanes que procuraré usar esta noche, ¡que alguno de ellos

    atraiga a todos nuestros renuentes corazones hacia Dios, para que encontremos descanso y paz en Él!

    I. Aquí tenemos cinco títulos famosos de Dios. El primero es: EL

    EMANCIPADOR. Lean la última parte del versículo siete: “Jehová

    liberta a los cautivos”.

    Es para la gloria de Dios que Él sea un Emancipador. ¡Cuán a

    menudo, en el Antiguo Testamento, y también en el Nuevo, encuentran al Señor libertando a los cautivos! Fue muy notable en el

    caso de José, cuando Dios lo sacó de la prisión y lo colocó como señor sobre todo Egipto; y fue todavía más notable en el caso de Israel en

    Egipto cuando, con mano fuerte y un brazo extendido, el Señor liberó

    a Su pueblo de toda la tiranía de Faraón, a quien destruyó en el Mar Rojo. Pueden continuar leyendo la Escritura y continuamente

    encontrarán que es verdad que “Jehová liberta a los cautivos”.

    Quiero que algunos de ustedes, que están presentes, capten ese

    pensamiento. ¿Eres tú mentalmente un prisionero, y estás sumido en la desesperanza esta noche? ¿Se posó una nube sobre ti hace poco

    tiempo? ¿Se encuentra todavía nublando tu mente? ¿No puede

    quitarla ningún médico? Escucha esta palabra: “Jehová liberta a los cautivos”. ¿Te encuentras bajo la servidumbre del error? ¿Has sido

    engañado por falsos maestros? ¿Has caído en errores acerca de la Palabra de Dios? ¿Estás negando las grandes verdades que te

    consolarían? ¿Estás creyendo en los grandes errores que nublan tu

    espíritu? Acude a Dios para que aprendas. Él puede emanciparte de cualquier forma de error, aunque hubieres sido educado en él desde

    tu niñez. “Jehová liberta a los cautivos”. ¿O has caído en algún burdo engaño? ¿Eres víctima de alguna falsa impresión de la que no puedes

    deshacerte? Te ruego que si eres hostigado y afligido por tentaciones

    de Satanás, y él pareciera gozar de una firme posición en tu espíritu al grado que no puede ser echado fuera, permite que este texto, cual

    campana de plata, haga resonar una música consoladora para ti: “Jehová liberta a los cautivos”. ¡Oh, que ustedes, que están sumidos

    en una servidumbre mental, pudieran ser libertados esta noche!

    Sin embargo, hay peores ataduras que esas: se trata de las cadenas

    de la esclavitud moral. Ese hombre es un borracho, y aunque ha

    hecho un voto, no puede escapar de la terrible sed insaciable que los

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    hábitos inmoderados le han proporcionado. ¡Ah, amigo, ven a Cristo; Él puede quitar tu amor al trago de licor, y liberarte! “Jehová liberta a

    los cautivos”, y Él puede hacerlo por hombres y mujeres que se han

    rendido como perdidos. ¡Dios tenga misericordia de las desventuradas mujeres que se convierten en presa del licor! Yo sé

    con certeza que este mal se está volviendo mucho más común de lo que era hace unos cuantos años. Tenemos que lamentarnos por

    causa de las hermanas caídas más frecuentemente de lo que lo

    hacíamos algunos años atrás. Es triste que tenga que ser así, pero permanece siendo un hecho glorioso que “Jehová liberta a los

    cautivos”. ¡No desesperes, pobre mujer! Espera la liberación; Dios

    puede liberarte todavía de las ataduras del licor.

    ¿Ha caído alguien aquí presente en la esclavitud de una lascivia? ¿Se ha apoderado con firmeza de ti alguna pasión maligna y tú no puedes

    romper las ataduras? Hay Alguien que puede liberarte; ¡sí!, aunque te

    has estado gozando en el mal durante muchos años, y parecieras estar desposado con un hábito perverso del que no puedes escapar,

    aun así, es cierto que “Jehová liberta a los cautivos”. No confíes en ti mismo para liberarte del mal, sino míralo a Él, que por el pecado

    murió en la cruz, y confía en Él, pues está escrito: “Él salvará a su

    pueblo de sus pecados”.

    No puedo detenerme esta noche para mencionar todos los tipos de

    servidumbre moral en los que caen hombres y mujeres; pero este dulce mensaje ha de ser como una nota extraviada proveniente de

    las arpas de los ángeles, para todos los que están en prisión: “Jehová liberta a los cautivos”.

    Tal vez estés atrapado en la servidumbre espiritual. Aquí es donde por la naturaleza nos encontramos todos; nacimos esclavos. ¿Estás

    consciente esta noche, amigo mío, de que eres un esclavo del pecado? ¿Estás atado firmemente a tus transgresiones? ¡Oh, esclavo

    espiritual, hay un Emancipador que puede quitarte tus cadenas! “Si el

    Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”; y Él es capaz de hacerlo con una sola palabra. Sólo confíen en Él, sólo entréguense a

    Él como cautivos voluntarios, y ustedes serán libertados a partir de este momento. ¡Que Dios les dé la libertad esta noche! ¡Sí, y Él

    puede liberarlos de toda iniquidad en la que pudieran estar

    esclavizados!

    Hay otro tipo de emancipación que el Señor está constantemente

    dando a los prisioneros de la esperanza, que es la liberación de este

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    presente siglo malo. Tú estás enfermo esta noche, estás triste, estás abatido y turbado debido a la opresión de la carne. “Jehová liberta a

    los cautivos”. Ha habido muchos prisioneros que han sido libertados

    durante la última o las últimas dos semanas: amados miembros de esta iglesia que fueron confinados a lechos de enfermedad. El Señor

    ha abierto la puerta de la jaula, y el pájaro, dejado en libertad, se ha remontado gorjeando a los cielos. El cuerpo ha sido depositado en la

    tumba, y yace preso allí en vil encarcelación; pero Aquel que resucitó

    de los muertos por Sí mismo, vendrá, y cuando Sus pies toquen la tierra nuevamente y la trompeta angélica haga resonar el llamado,

    sus cuerpos saldrán:

    “De lechos de polvo y de silente arcilla

    A los dominios del día sempiterno”;

    Pues “Jehová liberta a los cautivos”.

    Aquí tenemos un tema para un discurso de toda una noche, pero no

    quiero detenerme más tiempo en este punto. Quiero más bien producir una impresión en el ánimo de ustedes mediante esto: si son

    cautivos, si están bajo alguna forma de esclavitud, acérquense a Dios

    en Cristo Jesús, y pongan su confianza en Él, pues “Jehová liberta a los cautivos”.

    II. Hemos de proseguir con premura, para considerar un segundo título famoso del Señor, el cual es: EL ILUMINADOR: “Jehová abre los

    ojos a los ciegos”.

    Si amablemente revisan sus ejemplares de la Biblia, encontraran que

    las palabras “los ojos de” han sido insertadas en cursivas por los traductores, de tal manera que el texto realmente dice: “Jehová abre

    a los ciegos”. ¡Ah, Él abre la propia alma de los ciegos, y deja entrar la luz donde no hay ojos! ¿Acaso no han notado que es así? Si alguien

    me dijera: “señor Spúrgeon, elija a una docena de las personas más

    felices que conozca”, diez de ellas serían personas ciegas. Tenemos algunos queridos amigos, miembros de esta iglesia, que se cuentan

    entre las almas más felices que Dios haya creado jamás. Ha pasado mucho tiempo desde que vieron la luz, pero Dios ha abierto sus

    corazones de tal manera, que gozan de una portentosa quietud de

    espíritu, de gran placidez de mente y de una luz interior y de un esplendor que personas videntes bien podrían envidiar. Yo he notado

    que las personas ciegas se cuentan a menudo entre las personas más

    dichosas, y los cristianos ciegos podrían ciertamente tomar el lugar

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    principal entre nosotros por su tranquilidad y descanso mental. El Señor Jesucristo ilumina a los ciegos, viene y derrama una luz cuando

    las ventanas del cuerpo están cerradas, y les proporciona una luz

    interior que los llena de claridad.

    Pero si quieren tomar el texto tal como está en nuestra traducción, nos será muy útil. Cuando el Señor Jesucristo estuvo aquí, abrió los

    ojos de los ciegos. Tocó muchos ojos sin visión y la luz penetró en

    ellos. Lean los Evangelios de principio a fin, y encontrarán que este milagro se repite constantemente. La ceguera es un padecimiento

    muy común en el Oriente y, por tanto, el Señor hacía con frecuencia

    el milagro de que los ciegos recuperaran la vista.

    A continuación, el Señor capacita a las almas ciegas para que vean. Aquí vemos una gran misericordia. El Señor ha abierto los ojos

    de muchas personas que no podían verse a sí mismas, demostrando

    así cuán ciegas eran, y no podían ver al Señor, demostrando todavía con mayor contundencia cuán ciegas eran. El Señor ha suministrado

    la luz interior a muchos hombres que no tenían entendimiento espiritual, para quienes el Evangelio parecía un gran misterio al cual

    no podían encontrarle ni pies ni cabeza. El Señor ha hecho que caigan

    las escamas de muchos ojos mentalmente ciegos y ha capacitado a quienes eran ciegos, primero, a verse a sí mismos y luego a ver a su

    Salvador. ¡Bendito sea Su nombre!

    Y siempre que los ciegos de la tierra se quedan dormidos en Jesús, y

    entran en el cielo, no tienen ninguna ceguera en la gloria. Allí, sus ojos verán al Rey en Su hermosura; contemplarán Su rostro, y se

    regocijarán en Su amor. Jehová es un grandioso Abridor de los ojos:

    ¿acaso no pueden algunos de ustedes, que son ciegos, captar esta verdad, y decir: “Entonces vendremos a Él, pues necesitamos que

    nuestros ojos sean abiertos”?

    Tal vez alguien diga: “amigo, yo no comprendo muy bien todo lo que

    dices. Yo he sido un oyente durante algún tiempo y necesito entender el Evangelio. Procuro captarlo, pero, de alguna manera, no puedo

    alcanzar la verdad”. Acércate a Dios mismo esta noche, con una fe llena de oración, y Él te lo explicará. Yo podría impedir que la luz

    entre tus ojos; sin embargo, si estás ciego, no puedo hacerte ver;

    pero el Señor puede dar la vista así como también la luz, y yo te imploro que pidas recibirlas de Sus manos esta noche.

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    No hay nada realmente difícil en el Evangelio; y si tú vinieras a Jesús como un niño enseñable, y le pidieras ser instruido por Él,

    descubrirás que todo es muy sencillo para aquél que cree. Del camino

    de la santidad está escrito: “El que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará”.

    Querido amigo, si vienes a Dios pidiéndole gracia, Él nunca la

    escatimará. Ustedes no necesitan ser cristianos pobres; podrían ser

    “ricos con todas las riquezas que la bienaventuranza tiene la intención de proporcionar”. No necesitas tener una gracia poco

    profunda; podrías adentrarte, si quisieras, en “agua de pasar a nado”

    (Biblia de Jerusalén). Dar no lo empobrecerá y retener no lo enriquecerá, sino que, más bien, dar lo enriquece, enriquece su

    propio corazón con gran gozo, pues se deleita en dar. Ven y toma gratuitamente, y conoce la liberalidad de Dios. Yo recuerdo a uno que

    se llamaba a sí mismo: “un hidalgo-plebeyo dependiendo de la

    generosidad de Dios”. Algunos de nosotros podríamos tomar el mismo título; hemos tenido una porción del tamaño de una canasta

    de mano durante muchos años; no un saco lleno cada vez, sino la porción de una canasta de mano. Esa es una buena manera de vivir.

    Si una muchacha recibe de su padre una porción, y el viejo caballero no le da nunca ninguna otra cosa adicional, no recibe tanto como su

    hermana que recibe la porción de una canasta de mano muchos días

    de la semana. Pero le llega con frecuencia el regalo de su hogar. El padre lo envía cada vez con su amor, y ella recibe más amor y más

    cuidado que la hermana, y el padre, también, recibe a cambio más gratitud, tal vez, que si le hubiera dado a su hija una suma única, y

    entonces su generosidad es visible por todas partes. Recibir

    gratuitamente y recibir continuamente de parte de Él, es una bendita manera de conocer la liberalidad de Dios: “Él da mayor gracia”.

    Vengan, entonces, a Dios por Jesucristo, porque Él es, primero, el

    Emancipador y, en segundo lugar, el Iluminador.

    III. Ahora vamos a considerar el tercer título luminoso del Señor,

    esto es, EL CONSOLADOR. Lean a la mitad de la frase del versículo 8: “Jehová levanta a los caídos”.

    Algunos están abatidos por el luto. Es entendible que esté abatida la mujer que acaba de depositar en la tierra al amado de su corazón; y

    es entendible que guarde luto el hombre cuyo hijo primogénito le ha

    sido arrebatado por un golpe súbito. Bien puede lamentarse alguien

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    por haber perdido al amigo más escogido que haya conocido el hombre, al comprobar que la mitad de su vida se ha ido con la

    muerte de ese ser amado; sin embargo, “Jehová levanta a los

    caídos”. Ven, cuéntale tu dolor a Aquel que tuvo piedad de la viuda en la puerta de Naín. Ven, derrama tu aflicción delante de Aquel que

    lloró con las amadas hermanas en Betania, cuando Lázaro estaba muerto. Él puede ayudarte, pues Él “levanta a los caídos”.

    Algunos están tristemente abatidos por las cargas pesadas de la vida. Tienen que cargar con más peso que la mayoría de los hombres.

    Se tambalean en el trayecto de un día a otro, bajo el peso que

    amenaza aplastarlos en el polvo. ¡Oh, vengan a mi Señor, que proporciona nuevas fuerzas para llevar las cargas, pues Él levanta a

    los que están caídos! Es maravilloso lo que un hombre puede hacer cuando Dios ha colocado Su mano sobre Él, y le ha dicho:

    “Esfuérzate”. Estás desfallecido y te desmayarás sin tu Dios, pero

    tendrás fuerzas si vienes y confías en Él, pues “Jehová levanta a los caídos”.

    Tal vez estés abatido con una angustia interna. ¡Ah, no hay cura para

    algunas formas de angustia excepto acudir de inmediato a Dios! El

    escándalo de nuestro ministerio es el desaliento que no podemos dispersar. Cuán a menudo he terminado de hablar con algunos

    queridos amigos aquí, cuyas mentes han sido distraídas, y he tenido

    que declararme un “inútil”. Dios me ha ayudado a consolar a muchas personas: es mi porción, casi en cualquier lugar donde esté, ser

    seguido por personas que sufren mentalmente. Algunas veces río y les digo que “Dios los creó y ellos se juntaron”, y que deben

    considerarme medio loco, y así vienen a mí para que me identifique

    con ellos. Bien, que así sea; hay un tipo de simpatía entre ellos y yo. Pero he aprendido esta lección: que proporcionar consuelo a una

    mente enferma no está dentro del poder del predicador, a menos que su Señor lo habilite especialmente para la tarea; y, en todo caso yo

    les digo, queridos amigos atribulados, que acudan de inmediato a

    Aquel de quien leen estas dulces palabras: “Jehová levanta a los caídos”.

    ¿Tengo la suprema felicidad esta noche de dirigirme en esta

    congregación a uno que está encorvado por un sentido de

    pecado? ¿Dónde estás, Magdalena, ocultando tu rostro tras las lágrimas? ¿Dónde estás tú, pobre hijo pródigo errante, anhelando

    regresar a tu Padre, pero demasiado abatido como para iniciar el

    viaje? Escucha: “Jehová levanta a los caídos”. A Él le encanta

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    encontrar al pobre pecador encorvado sobre el muladar, metiendo su cabeza en el polvo con verdadera desesperación de corazón, y se

    deleita en venir, y poner Su mano sobre él, y decirle: “Ponte de pie;

    no temas”. Hay un grandioso Dios de misericordias que se gloría en obrar portentos de gracia, perdonando incluso el pecado más negro.

    Repito que me gustaría hacer resonar este texto, como una campana de plata, a los oídos de cada pecador penitente aquí presente, y

    decirle: “Jehová levanta a los cautivos”.

    IV. Estamos progresando con nuestro texto, pues hemos llegado al

    cuarto grandioso título. Dios es EL GALARDONADOR: “Jehová ama a

    los justos”. Vamos, queridos amigos, aquí tenemos una hojuela hecha con miel; aquí tenemos un banquete de manjares, de gruesos

    tuétanos, para ustedes que son el pueblo de Dios, para ustedes a quienes Él ha considerado justos porque la perfecta justicia de Cristo

    les ha sido imputada a ustedes.

    Primero, “Jehová ama a los justos” con un amor de complacencia. Él

    se deleita en ellos; Él los ama, no meramente con un amor de benevolencia que desea su bien, sino que mira con placer y deleite a

    los justos, aquéllos a quienes Él ha hecho justos, aquéllos que lo

    aman porque son justos, y que son semejantes a Él siendo justos. El Señor los mira, y se regocija en ellos. ¡Cómo debería alegrar eso a

    todos ustedes, que han sido hechos santos por la gracia de Dios! El

    deleite del Señor está en ustedes; Él los llama Sus Hefzi-bás, diciendo: “Mi deleite está en ellos”. Doquiera que haya cualquier cosa

    de Cristo, cualquier cosa de justicia, cualquier cosa de santidad, hay evidencia del amor del Señor. Entonces, en primer lugar, “Jehová

    ama a los justos” con un amor de complacencia.

    Él hace algo más que eso; Él ama a los justos con un amor

    de comunión. Recuerden cómo lo expresa el Señor por boca de Isaías: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad,

    y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con

    el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Yo no

    dudo de que Dios hable con frecuencia con los justos. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen”. Deja que hablen con Él, y

    Él les responde. ¿Sabes algo acerca de esta comunión con Dios? Si no

    sabes nada, no digas nunca que otros no saben nada al respecto, pues nosotros somos tan honestos y veraces como lo eres tú, y

    nosotros damos nuestro testimonio de que existe tal cosa como

    caminar con Dios; nosotros declaramos, a partir de una experiencia

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    feliz y genuina, que existe tal cosa como hablar con Dios, y saber que Él nos ama, y que Su amor es derramado abundantemente en

    nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado.

    Dios ama también a Su pueblo con un amor de favor. Él lo ama de tal

    manera que les dará cualquier cosa que necesiten. Sí, Él ha dicho por medio del Salmista: “No quitará el bien a los que andan en

    integridad”. Él ama a los justos de tal manera que, cuando se retiran

    a su aposento para elevar sus oraciones a Él, podría dejarlos que supliquen un poco de tiempo porque es para su bien que lo hagan,

    pero siempre concederá sus deseos. Él ha dicho: “Deléitate asimismo

    en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”. Él, verdaderamente, hace eso con Su pueblo. El Señor ama a los justos

    de tal manera que los favorece con bendiciones extraordinarias, cosas de las no puedo hablar aquí, pues hay muchas experiencias amorosas

    entre Cristo y el alma justa que nunca han de ser divulgadas.

    Nosotros no hablamos de nuestras experiencias amorosas en las calles, pues eso sería medio profano; tampoco las podríamos contar

    aquí. Hay favores que el Señor muestra a Su pueblo justo, que los miembros de ese pueblo conocen, y Él conoce, pero que nadie más

    puede conocer sino hasta aquel día cuando todas las cosas sean

    reveladas.

    Y, además, el Señor ama a los justos de tal manera que

    quiere honrarlos. Si los hombres son justos, el mundo los odiará, y como una prueba de su odio, comenzará a ensuciarlos. Hay siempre

    algunas personas en el mundo que dicen: “Arroja suficiente lodo, que algo se pegará”; y, ¡oh, cuánto se deleitan en arrojarlo! Sus manos

    parecieran dirigirse naturalmente al lodo. Pero, amados, si ustedes

    siguen a Dios plenamente, su carácter no se verá empañado por largo tiempo. No traten de responderles a quienes los calumnian. Si

    un asno los pateara, ¿patearían ustedes al asno? Si un necio presentara una acusación en contra de ustedes, no le repliquen.

    Déjenlo que lance improperios; Dios los vindicará. Recuerden aquel

    Salmo que acabo de citar, el Salmo treinta y siete: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como

    la luz, y tu derecho como el mediodía”. Incluso podría sucederle a un hombre que pudiera realizar una acción que no será entendida nunca

    mientras viva; pero el verdadero hombre de Dios vive para la

    eternidad, no para el tiempo. Dice: “No me importa si tomara quinientos años para que la justicia de mi acción fuera vista por mis

    semejantes; no la hará más justa cuando en verdad la vean, ni será

    menos justa mientras ellos no la vean. ¿Qué tengo yo que ver con los

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    hombres? Yo sirvo al Dios viviente”. Si te adentraras en esa condición de corazón, puedes confiar tu reputación, tu vida y tu utilidad

    enteramente a Dios, pues “Jehová ama a los justos”. El día vendrá

    cuando todo el mundo lo sabrá, cuando quienes son justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre, y Dios dirá de

    ellos: “Bien, buenos siervos y fieles… entrad en el gozo de su señor”.

    Ahora, entonces, ¿no querrás venir a Él, puesto que Sus favoritos son

    las mejores personas de todo el mundo? Con frecuencia se ha sabido que los reyes y los príncipes eligen a sus asociados entre los peores

    de sus súbditos, hombres que ministran a sus más bajas pasiones.

    Los favoritos de los reyes han sido a menudo la escoria de la tierra; pero nuestro Rey ama a los justos. Él no aceptará que nadie sea Su

    cortesano, ni que venga cerca de Él, para permanecer delante de Su rostro, excepto quienes caminan rectamente, por medio de Su

    potente gracia. Yo pienso que hay algo que verdaderamente invita allí

    a ustedes, que son de un corazón sincero, algo que debería inducirlos a venir a un Dios como éste: el Señor que ama a los justos.

    V. Pero ahora, lo último de todo, y, tal vez, lo más dulce de todo, es

    el quinto nombre de Dios: EL PRESERVADOR: “Jehová guarda a los

    extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene, y el camino de los impíos trastorna”. Mi tiempo se ha agotado al punto que sólo puedo

    pedirles que traten de dar una aplicación práctica, con la ayuda de

    Dios, a las pocas palabras que diré.

    Noten, primero, que Dios preserva a los extranjeros. En todas las naciones, en tiempos antiguos, los extranjeros eran echados fuera;

    no querían que ningún extranjero se estableciera en medio de ellas.

    En este país, en casi cada aldea, solía ser la práctica que un extranjero fuera considerado como un tipo de perro loco; y si se daba

    el caso de que usara un vestido diferente del que usaban los aldeanos, todos los muchachos le gritaban. Pareciera que nuestra

    depravada humanidad es naturalmente hostil para con los

    extranjeros. Con frecuencia oigo decir a la gente incluso ahora: “¡oh, él es un extranjero!” ¡Oh, tú, inglés altivo! ¿Acaso no es tan bueno

    como tú? Tú eres un extranjero cuando llegas al otro lado del Canal de la Mancha. La orden de Dios a Su antiguo pueblo era que debían

    ser amables con los extranjeros. Dondequiera que llegaran los

    extranjeros, se les debía permitir habitar, y debían ser protegidos. Dios lo expresó así para Israel: “Y al extranjero no engañarás ni

    angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de

    Egipto”; y debido a que Dios los amó cuando fueron extranjeros en

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    Egipto, debían tener especial cuidado de los forasteros y de los extranjeros que se establecían entre ellos.

    ¡Cuán grandioso rasgo del carácter de Dios es éste: “Jehová guarda a los extranjeros”! Si algunos de ustedes se sienten muy extranjeros

    aquí esta noche, si son forasteros para la religión, forasteros para las observancias religiosas, forasteros para todo lo que es bueno, si

    sienten, cuando oyen el Evangelio, que son tan completamente

    extraños a él que suena muy extrañamente a sus oídos, ¡vengan, amados forasteros, “Jehová guarda a los extranjeros”! Vengan bajo la

    sombra de Sus alas, y allí encontrarán refugio. El padre está muerto,

    la madre está muerta, todos los amigos se han ido, e incluso en la propia aldea donde naciste eres un extraño; ven, pues tu Dios no

    está muerto, tu Salvador vive: “Jehová guarda a los extranjeros”.

    Luego noten la siguiente frase de nuestro texto: “Al huérfano y a la

    viuda sostiene”. Si buscan en los primeros Libros de la Biblia, verán el gran cuidado que Dios tiene del huérfano y de la viuda. ¿Quiénes

    tenían los diezmos? Bien, los levitas; pero también el pobre, y el extranjero, y el huérfano y la viuda. Si buscan en Deuteronomio 14:

    28, o 26: 12, encontrarán que los diezmos no eran exclusivamente

    para los sacerdotes, sino que también eran para las viudas, y los huérfanos y los extranjeros. Además de esto, los Israelitas no debían

    nunca rebuscar sus campos, pues esos frutos remanentes eran para

    la viuda y el huérfano; y no debían sacudir nunca los olivos ni ningún árbol frutal dos veces, sino que debían dejar lo que quedaba sobre el

    árbol para la viuda y el huérfano. También había sido promulgada esta ley: que no debían tomar nunca como garantía el vestido de una

    viuda. Eso se hace con mucha frecuencia en Londres; pero no se

    podía hacer en aquel entonces; el vestido de la viuda no podía ser tomado nunca en garantía. Dondequiera que la legislación de Dios

    para Su pueblo tocaba sobre la viuda y el huérfano, era inmensurablemente amable.

    Ahora, entonces, ustedes que se sienten como viudas, ustedes que han perdido su gozo y su consuelo terrenal, ustedes que se sienten

    como huérfanos y claman: “A nadie le importa mi alma”, oh, que el dulce Espíritu del Señor los seduzca a venir a Él, pues, tal como les

    recordé en la lectura: “Padre de huérfanos y defensor de viudas es

    Dios en su santa morada”.

    Pero la visión del carácter de Dios no sería completa si no se

    agregara: “Y el camino de los impíos trastorna”. Vean, los piadosos y

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    los que confían en Dios están siempre en peligro frente a los impíos; pero Él trastorna el camino de los impíos. Tomen un ejemplo. Los

    hermanos de José lo venden a Egipto, y hacen de él un esclavo. Dios

    trastorna ese arreglo, y hace de él un príncipe. Piensen en Mardoqueo. Amán quiere ahorcarlo; tiene la horca lista, pero Amán

    resulta colgado en su propia horca. Dios sabe cómo hacer que la malicia de los hombres promueva el beneficio de aquéllos contra

    quienes dirigen su crueldad. “Y el camino de los impíos trastorna”.

    Sé justo y no temas. Apóyate en el sacrificio expiatorio de Cristo;

    confía únicamente en Él. Ven a tu Dios, y sé Su siervo de ahora en

    adelante, y por siempre, y verás cómo Él romperá tus cadenas, y abrirá tus ojos, y alegrará tu espíritu, y te hará gozar de Su amor y

    te preservará incluso hasta el fin. “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. ¡Que Dios los bendiga, queridos amigos, y que

    todos puedan venir a Dios esta noche, por medio de Jesucristo

    nuestro Señor! Amén.

    *****

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    La Prerrogativa Real

    Un sermón

    Predicado Por Charles Haddon Spúrgeon En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

    “Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo

    hago vivir; yo hiero, y yo sano”. Deuteronomio 32: 39

    No hay sino un Dios. Jehová es Su nombre, el “YO SOY”. Ese único

    Dios no tolera ningún rival. ¿Por qué habría de hacerlo? Él hizo todas

    las cosas y sustenta todas las cosas. ¿Acaso una criatura hecha por Sus propias manos habría de constituirse en Su rival? Si se tratara de

    un gran varón como Nabucodonosor y si dijera: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?”, Dios lo enviará a pastar entre los bueyes,

    y le hará saber que nadie es grande a los ojos de Dios. ¡Qué

    provocación ha de ser para Dios ver que los hombres se postran delante de los ídolos esculpidos por sus propias manos! ¡Qué

    degradación es para el hombre que adore el oro, o la plata, o la madera o la piedra, pero qué grave deshonra es para el grandioso

    Dios de todo! Y me parece que la peor de todas las deshonras es

    cuando Dios ve que la imagen de Su propio amado Hijo es convertida en un ídolo, y que la representación de la cruz en que la redención

    fue consumada es elevada en alto para que los hombres se postren en adoración ante ella. Esto debe de afectar Su alma sagrada, y

    vejarle en grado sumo, pues Dios es el único Dios, y no hay otro

    fuera de Él; a otro no dará Su gloria, ni Su alabanza a esculturas. En el texto que estamos considerando es visto el grandioso Ego. “Yo, Yo

    soy”. Ese Ego es tan grande que llena todos los lugares, y por eso no

    puede haber ningún lugar para nadie más. “Yo, yo soy, y no hay dioses conmigo”. En otro lugar dice: “No hay Dios fuera de mí”. Oh,

    tener tales pensamientos excelsos de Dios para que no tuviéramos ninguna consideración por nada más que le robe la gloria que es tan

    exclusivamente Suya. Gustosamente quisiéramos arder con un santo

    celo que aborrezca la idea de un dios rival, y que eche fuera de su boca el nombre de Baal con un completo aborrecimiento.

    En el texto, el Señor reclama la soberana prerrogativa de vida y de

    muerte. Él dice: “Yo hago morir, y yo hago vivir”. Ante todo es de Él

    de quien nosotros recibimos nuestro ser. Su mano enciende la antorcha de vida, y de Él viene la extinción de la llama. No es posible

    que el brazo de algún ángel pudiera salvarnos de la tumba, ni

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    tampoco una miríada de ángeles podría confinarnos allí una vez que nos ordene resucitar. Dios hace morir y Dios hace vivir. Los reyes han

    sido usualmente muy celosos de la prerrogativa de vida y muerte,

    pero nuestro grandioso Dios posee esa prerrogativa sin término o límite. Él reina supremo. “Yo hago morir”, -dice- “y yo hago vivir”.

    Por el contexto en el que se encuentra el texto, es claro que el Señor

    alude a constituir naciones o a destruir naciones. Fue Dios quien hizo

    que Israel fuese un pueblo; fue Dios quien echó fuera a los cananeos, a los heveos, y a los jebuseos y quien hizo que dejaran de ser

    naciones delante de Él; fue Dios quien levantó a Caldea, y a

    Babilonia, y quien luego fortaleció a Persia para que hiciera pedazos a Babilonia, y a Grecia para que destruyera a Persia, y a Roma para

    que con pie de hierro acabara con Grecia; y cuando hubo llegado el tiempo, fue Él quien habló a la ciudad de las siete colinas, y ella

    también perdió su poder real. Reinos y tronos pertenecen al Señor, y

    los escudos de los valientes son levantados en alto o abandonados en el polvo según Su voluntad. Aunque ellos no lo tomen en

    consideración, hay un Rey de reyes y Señor de señores; y cuando se desenrolle la larga página de la historia, y los hombres sean capaces

    de ver con ojos iluminados el fin desde el principio, sabrán que en

    todo momento el Dios ignorado y menospreciado, el invisible y aun inimaginable Dios, seguía reinando por siempre. A todo lo largo de la

    página del largo registro de la tierra se escribirá con mano de rey,

    “Yo hago morir y Yo hago vivir”. Dios es absoluto en la providencia, el bendito y único Potentado cuya voluntad soberana no conoce ninguna

    disputa.

    Sin embargo en este momento me propongo sacar esta grandiosa

    verdad fuera del ámbito de la providencia para insertarla en el reino de la gracia; y vamos a limitarnos a la segunda frase: “Yo hiero, y yo

    sano”. Sobre estas palabras haremos tres observaciones, siendo la primera que nadie sino el Señor puede herir o sanar; en segundo

    lugar, que el Señor puede herir y sanar; y, en tercer lugar, que el

    Señor en efecto hiere y sana, tres pensamientos que están estrechamente conectados, y que no obstante están marcados por

    instructivos matices de diferencia.

    I. Primero, NADIE SINO EL SEÑOR PUEDE HERIR O SANAR.

    Comenzando por el principio, solo el Señor puede herir espiritualmente. Cuando tenemos que tratar con corazones humanos

    nuestro primer esfuerzo tiene que ser herirlos. El hombre de manera

    natural se considera sincero, y con perfecta salud, pero no es así. El

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    gran objetivo del ministerio del Evangelio, al principio, es convencer a los hombres de pecado y humillarlos delante de Dios; de hecho, es

    herirlos, herirlos en lo más vivo. Pero nadie puede herir sin el Señor.

    Yo hablo sin ninguna medida en cuanto a mi expresión: ningún predicador puede herir verdaderamente el corazón humano. Puede

    hablar de manera muy honesta y clara; puede hablar con un profundo patetismo y verdadero afecto; puede blandir por momentos

    los truenos de Dios, y luego pueden estar en sus manos las suaves y

    tiernas cuerdas de amor; pero de ninguna manera el predicador puede llegar al corazón de los hombres a menos que su Maestro esté

    con él. Puedes encantarlo lo más sabiamente que se te ocurra, oh

    sabio, pero el áspid es sordo, y es en vano que uses tus encantos. Esperar tocar el corazón humano mientras Dios no desnude Su brazo

    es como querer convencer a los vientos salvajes o convertir a las caprichosas olas. Es una obra del Espíritu Santo convencer de

    pecado, y mientras Él no aplique Su poder, el predicador puede

    predicar hasta quedar mudo por el cansancio y ciego del llanto, pero no es posible que se obtenga resultado alguno. Y lo que es válido

    respecto a los predicadores es válido también con respecto a todos los maestros de la escuela dominical, a todas las personas denodadas

    que andan hablando personalmente a los hombres, sí, y a la más

    tierna madre y al más sincero padre. No hay manera de herir el corazón del niño; no hay manera de inducirlo a la contrición mediante

    los argumentos más tiernos o los más sabios consejos. Ustedes

    regresarán y dirán como lo hemos hecho nosotros: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de

    Jehová?”

    Sí, queridos amigos, y las más solemnes verdades que en sí mismas

    tienen una tendencia natural a herir el corazón, no pueden hacerlo aparte de la obra del propio Dios. Ahí está la espada que en sí misma

    es aguda y cortante, pero ningún varón puede manejarla. El brazo eterno tiene que revelarse o la piel de behemot no sentirá el arma.

    Una espada cortará a través de una cota de malla si un Corazón de

    León la blande; pero en la mano de un niño no herirá para matar. Dios tiene que tomar la Escritura en Su mano y tiene que usarla para

    partir las coyunturas y los tuétanos, o los pecadores escaparán de su poder. Hay verdades terribles en la Biblia que deberían hacer temblar

    a los hombres, pero ellos las oyen, las niegan, incluso se ríen de

    ellas, y continúan en pecado. Hay dulces verdades que deberían hacer brotar lágrimas de una roca, pero ustedes pueden hablar del

    sudor sangriento de Getsemaní y de las cinco amadas heridas de

    Aquel que fue encontrado culpable por exceso de amor, y, sin

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    embargo, los hombres lo oirán y seguirán su camino, cada uno a su labranza y otro a sus negocios, y olvidarán todo. Yo les garantizo que

    las verdades son poderosas, pero no lo serán si el poderoso Dios no

    las aplica al corazón y a la conciencia.

    Y en adición a la verdad, la providencia misma puede venir y obrar en el corazón de los hombres pero sin causar ninguna herida del tipo

    requerido. Yo he visto que los impíos son llevados a la miseria y a la

    pobreza por sus extravagancias, y que son llevados a la enfermedad y a las puertas de la muerte por sus lujurias, y sin embargo, no han

    sido heridos. Han visto el resultado del pecado, lo han sentido incluso

    en la médula de sus huesos, y sin embargo, los perros han regresado a su vómito. Todavía se han aferrado a sus ídolos y se han apegado a

    sus abominaciones. El niño que se ha quemado siente terror del fuego, pero el pecador quemado mete su mano en la llama de nuevo.

    Hemos visto a hombres tan enfermos que temblaban ante el

    pensamiento de la muerte, y por lo que decían se suponía que estaban realmente compungidos y que llevarían otra vida si la salud

    les era restaurada; pero, ay, hemos visto que su salud les fue restaurada, pero pecaron peor que antes. Los perversos rompen Sus

    ligaduras y echan de ellos Sus cuerdas. Todos los terrores de la

    providencia –los lutos, las pérdidas, las enfermedades- todas esas cosas han fallado con los inconversos. Su corazón diamantino ha

    doblado el filo del arado que pretendía quebrantarlo. Los hombres

    han desgastado todas las agencias de la gracia y de la providencia, pero ellos no han sido heridos; su corazón es duro como el de

    leviatán, “sí, su corazón es firme como una piedra, y fuerte como la muela de abajo”. Nadie puede herir eficazmente el corazón sino solo

    Dios.

    Ahora, lo mismo es cierto acerca de la curación: nadie sino el Señor

    puede sanar. Eso es cierto, por supuesto, con respecto a quienes nunca fueron heridos. Nadie podría sanar a esas personas. He

    conocido a algunos predicadores que han intentado hacerlo, aunque

    siempre me pareció que era una pobre obra intentar sanar a los hombres que nunca han sido heridos, predicar misericordia a

    personas que creen que no tienen ningún pecado, predicar gracia a hombres que sueñan que poseen méritos propios. Cristo no hizo eso;

    Él dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al

    arrepentimiento. Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. No hay ninguna curación, entonces, para aquellos

    que no están heridos; e igualmente no hay ninguna curación para

    aquellos que están heridos, a menos que Dios ponga Su mano en sus

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    heridas. ¿Te has encontrado alguna vez con personas heridas espiritualmente? Si te las has encontrado, si eres un creyente, todo

    tu corazón se ha volcado a ellas y tomando ejemplos de tu propia

    experiencia y promesas de la palabra de Dios y dulces alientos de la doctrina evangélica, te has esforzado para derramar un bálsamo

    sanador en sus heridas sangrantes. ¿Pero no has fracasado con frecuencia? Es más, sin la obra del Espíritu del Dios viviente, ¿no has

    fallado siempre, y no has de fracasar siempre? Ah, queridos amigos,

    una cosa es hablar de un espíritu herido, pero otra cosa muy diferente es sentir un espíritu herido; y ustedes pueden hablar acerca

    de la restauración de la salud, también, pero es otra cosa muy

    diferente recibir la curación, y otra cosa muy diferente aplicarla. Cuando Dios corta a un hombre con Su grandiosa espada, como una

    vez me hirió a mí, yo les garantizo que ninguna ordenanza lo sanará. “No” –le dice un amigo- “ven y escucha un sermón”. Él lo oye, pero la

    predicación lo pone peor, y se siente más triste que nunca. He

    conocido a personas lo suficientemente insensatas como para persuadir a tales buscadores a que se acerquen a la mesa de la

    comunión. Sólo han comido y bebido condenación para ellas mismas. Mientras estaban a la mesa sabían que eran intrusas, y sus corazones

    sangraron más que nunca. Tú puedes pacificar fácilmente a un

    hombre cuyo sentido de pecado es una mera pretensión, tal como podrías sanar fácilmente la imitación de una herida; pero no sucede

    así con alguien en cuyo interior se enconan las flechas del Señor. Ese

    hombre necesita una cirugía divina. En cuanto al penitente hipócrita, si le das sacramentos externos cree que ya está bien; pero si Dios le

    ha herido, ni todos los sacramentos bajo el cielo le ministrarían consuelo jamás. Tiene que acudir a Dios para eso, pues sólo puede

    encontrars