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LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET SEGUN "LA MISTICA CIUDAD DE DIOS" EN RELACION CON LOS DATOS EVANGELICOS Juan Esquerda Bifet Presentación: Intento de evaluación de los datos que la “Mística Ciudad de Dios” (MCD) ofrece acerca de la vida de la Sagrada Familia Las experiencias místicas de María de Jesús de Agreda (“M. Agreda”) hay que releerlas, teniendo en cuenta las situaciones eclesiales y sociológicas de cada época. Una gracia recibida de Dios en una época concreta y por una persona particular (con su psicología, su cultura y su peculiar apertura a la acción divina), necesita siempre, al releerla en otras circunstancias diferentes, ser reinterpretada, intentando no perder los contenidos básicos y los valores permanentes. Las “inspiraciones” recibidas por M. Agreda se expresan en la “Mística Ciudad de Dios”, sin prescindir de su formación cultural y su modo de ser personal. 1 En el tema que nos ocupa, es decir, la Sagrada Familia de Nazaret, el material que ofrece la MCD es muy abundante, tratándose de una “Vida de la Virgen María”. Intentando salvar los contenidos esenciales y dejando para otros estudios los llamados fenómenos extraordinarios (visiones, locuciones, revelaciones privadas, etc.), la MCD refleja actitudes fundamentales en la vida familiar de María, José y el niño Jesús. Los datos que se ofrecen sobre la vida familiar son muy importantes, puesto que reflejan vivencias intrafamiliares y extrafamiliares de validez permanente, a la luz del misterio de Cristo (Verbo encarnado y redentor). 2 1 Datos básicos sobre María de Jesús de Agreda: Vivió siempre en Agreda (1602-1665). Su madre, Catalina de Arana, transformó la casa en convento (1618), que sería luego de monjas concepcionistas descalzas. M. María de Jesús hizo profesión en 1620. Un año después comienzan en ella los fenómenos místicos. En 1627 fue nombrada Abadesa (no había cumplido 25 años). Estuvo 35 años al frente de la comunidad. La edición príncipe de la obra “Mística Ciudad de Dios” es de 1670. Tuvo 162 ediciones en numerosos idiomas. Se trata de una “vida” de María, basada en sus revelaciones privadas. 2 Se podrían aplicar analógicamente los principios de la ermenéutica bíblica sobre la Palabra de Dios (como en el caso de los “genéros literarios”) al 1

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LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET SEGUN "LA MISTICA CIUDAD DE DIOS" EN RELACION CON LOS DATOS EVANGELICOS

Juan Esquerda Bifet

Presentación: Intento de evaluación de los datos que la “Mística Ciudad de Dios” (MCD) ofrece acerca de la vida de la Sagrada Familia

Las experiencias místicas de María de Jesús de Agreda (“M. Agreda”) hay que releerlas, teniendo en cuenta las situaciones eclesiales y sociológicas de cada época. Una gracia recibida de Dios en una época concreta y por una persona particular (con su psicología, su cultura y su peculiar apertura a la acción divina), necesita siempre, al releerla en otras circunstancias diferentes, ser reinterpretada, intentando no perder los contenidos básicos y los valores permanentes. Las “inspiraciones” recibidas por M. Agreda se expresan en la “Mística Ciudad de Dios”, sin prescindir de su formación cultural y su modo de ser personal.1

En el tema que nos ocupa, es decir, la Sagrada Familia de Nazaret, el material que ofrece la MCD es muy abundante, tratándose de una “Vida de la Virgen María”. Intentando salvar los contenidos esenciales y dejando para otros estudios los llamados fenómenos extraordinarios (visiones, locuciones, revelaciones privadas, etc.), la MCD refleja actitudes fundamentales en la vida familiar de María, José y el niño Jesús. Los datos que se ofrecen sobre la vida familiar son muy importantes, puesto que reflejan vivencias intrafamiliares y extrafamiliares de validez permanente, a la luz del misterio de Cristo (Verbo encarnado y redentor).2

La vida familiar se desarrolla en todos sus aspectos: internos y de relación con el exterior, trato interpersonal de convivencia y diálogo entre los esposos y con su hijo, compartiendo las situaciones de la vida (trabajo, fiestas, dificultades…) y la relación con Dios y con los hermanos, etc. La aplicación que M. Agreda hace, al final de cada capítulo, a la vida concreta personal y comunitaria (adoctrinada por la Santísima Virgen), casi siempre tiene relación con la vida consagrada y la comunidad claustral, pero también, al menos implícitamente, hace 1 Datos básicos sobre María de Jesús de Agreda: Vivió siempre en Agreda (1602-1665). Su madre, Catalina de Arana, transformó la casa en convento (1618), que sería luego de monjas concepcionistas descalzas. M. María de Jesús hizo profesión en 1620. Un año después comienzan en ella los fenómenos místicos. En 1627 fue nombrada Abadesa (no había cumplido 25 años). Estuvo 35 años al frente de la comunidad. La edición príncipe de la obra “Mística Ciudad de Dios” es de 1670. Tuvo 162 ediciones en numerosos idiomas. Se trata de una “vida” de María, basada en sus revelaciones privadas.

2 Se podrían aplicar analógicamente los principios de la ermenéutica bíblica sobre la Palabra de Dios (como en el caso de los “genéros literarios”) al modo de interpretar estos escritos místicos. Si esta labor se ha hecho con el texto revelado (que no contiene errores), mucho más puede y debe hacerse con textos místicos que no obligan a aceptarlos como artículo de fe. Nuestro tema (la Sda. Familia) se encuentra desarrollado en la MCD desde el “desposorio” de la Virgen con S. José (1ª parte, lib. II, cap. 21-22), pasando por la visitación a Sta. Isabel (2ª parte, lib.III, cap.15-17 y 25), hasta la vida de familia en Nazaret, en Belén, en Egipto y de nuevo en Nazaret (2ª parte, lib. IV-V), con un total de más de quinientas páginas. Seguimos la edición: Mística Ciudad de Dios, Vida de María (Madrid, 1992).

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referencia a otras posibilidades de vida comunitaria e incluso familiar.

Se puede constatar, leyendo los escritos desde su misma realidad interna, que la presencia y la cercanía de María es válida y aleccionadora para las familias y comunidades de todas las épocas y, por tanto, también de la nuestra.

He de reconocer mi dificultad al realizar esta relectura, después de un análisis minucioso de los textos. Me encuentro entre dos tendencias que intento soslayar: 1ª) la de dar un valor absoluto a las expresiones literarias por tratarse de “revelación” privada; 2ª la de prescindir de toda la acción de la gracia en estas inspiraciones. Intento partir de un punto de vista que ya he estudiado anteriormente: aceptar que hay una gracia del Señor en estas inspiraciones y, al mismo tiempo, no atarse a las expresiones humanas o literarias que tienen un valor muy relativo y circunstancial.3

Esta perspectiva de estudio me ha hecho mucho bien, en el sentido de ayudarme a vivir algo más una realidad de gracia, es decir, la presencia activa y materna de María en la vida personal y comunitaria de cada creyente. Lo que M. Agreda recibió como inspiración especial de Dios (prescindiendo un tanto de las expresiones culturales y de los fenómenos extraordinarios), es lo que la Santísima Virgen ofrece, en toda época, a todo creyente que quiera vivir su relación personal con Cristo y su pertenencia a una comunidad eclesial, especialmente en el ámbito de una familia. Se reflejan los sentimientos de dos esposos modelo (María y José) y, al mismo tiempo, la actitudes internas de humildad y caridad fraterna de la autora de la MCD. Nos encontramos, pues, ante una “teología vivida” por una persona que ha tenido y sigue teniendo fama de santidad.

Para garantizar mejor el acierto en esta relectura o reinterpretación, me he basado también en algunos estudios exegéticos sobre los textos evangélicos, así como en algunas investigaciones sobre el ambiente social y familiar de hace dos mil años en Palestina.4

3 Es el estudio que presenté anteriormente, partiendo de las líneas de discernimiento que ofrecen los santos, publicado en: La "Mística Ciudad de Dios" vista a través de los criterios de San Juan de Avila sobre el discernimiento de los fenómenos extraordinarios: Estudios Marianos 69 (2003) 43-80. Tengo en cuenta los estudios realizados por especialistas: AA.VV., El papel de sor María Jesús de Agreda en el Barroco español (Soria, Univ. Intern. Alfonso VIII, 2002); A. MARTINEZ MOÑUX, La Inmaculada Concepción en la "Mística Ciudad de Dios" de la Madre Agreda: Verdad y Vida 22 (1964) 645-665; Idem, Introducción al estudio teológico de la "Mística Ciudad de Dios": Celtiberia 33 (1967) 13-36; Idem, María, signo de la Creación, receptora de los méritos de Cristo. La cooperación mariana a la redención según la "Mística Ciudad de Dios": Verdad y Vida 26 (1968) 135-178: Idem, María, mística ciudad de Dios. Una mariología interactiva (Burgos, Monte Carmelo, 2001); F. MONASTERIO, El Corazón de María en la "Mística Ciudad de Dios" (Colón 1949); C. SOLAGUREN OFM, Introducción a: Mística Ciudad de Dios, Vida de María, o.c., pp.XI-CV.

4 R.E. BROWN, El nacimiento del Mesías. Comentario a los relatos de la Infancia (Madrid, Cristiandad, 1982); I. GOMA, El evangelio según San Mateo (Madrid, Edic. Marova, 1976) vol.I; S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia (Madrid 1986-1987); F.M. WILLAM, La vida de Jesús en el país y pueblo de Israel (Madrid, Espasa-Calpe, 1954); Idem, Vida de María, la Madre de Jesús (Barcelona, Herder, 1956). Ver también: Catecismo de la Iglesia

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1. Desde el desposorio entre Maria y José, hasta el nacimiento del niño Jesús en Belén

A) Desposorios en el templo y primera etapa de vida matrimonial en Nazaret

El primer encuentro de María con José, según la MCD, tuvo lugar con ocasión de los desposorios en el templo de Jerusalén. Los detalles que ofrece M. Agreda son los ya conocidos por los evangelios apócrifos. Pero ella traza unas pinceladas que describen la interioridad de María en cuanto virgen y la de José como hombre justo y casto, en el ámbito de su vida esponsal.5

La actitud interna de María está en la línea de sintonía con la voluntad de Dios, que pedía tanto la consagración virginal como su desposorio con S.José, armonizando ambos aspectos con una apertura de fidelidad al proyecto de Dios sobre ambos esposos.

Se describe la explicación que el sacerdote del templo (Simeón), obedeciendo “a la ordenación divina”, dio a los demás sacerdotes sobre la condición de la niña, “María de Nazaret”, ya huérfana, en vistas a “buscarle esposo digno de mujer tan honesta, virtuosa, y de costumbres tan irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el templo”. Había que mirar con cuidado “a quién se había de entregar”. El sacerdote “añadió también que María de Nazaret no deseaba tomar estado de matrimonio, pero que no era justo saliese del templo sin él, porque era huérfana y primogénita”.6

Se describen también algunos datos sobre S. José: “Natural de Nazaret y morador de la misma ciudad santa, porque era uno de los del linaje real de David. Era entonces de edad de treinta y tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro, pero de incomparable modestia y gravedad; y sobre todo era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones santísimas, y que desde doce años de edad tenia hecho voto de castidad; era deudo de la Virgen María en tercer grado; y de vida purísima, santa e irreprensible en los ojos de Dios y de los hombres” (ibíd., cap. 22, n.755).

José, “humilde y rectísimo”, era el único entre los candidatos al desposorio que “se reputaba por indigno de tanto bien”. La actitud de S. José responde a sus intenciones, asumidas anteriormente, de guardar voto perpetuo de castidad, pero que “se resignó en la divina

Católica, nn.531-534 (vida escondida de Jesús); J. ESQUERDA BIFET, José de Nazaret (Salamanca, 1994). Ver otros estudios en las notas siguientes.5

? La narración del desposorio y de la vida matrimonial en Nazaret, se encuentra en la primera parte, lib.II, cap.21-24. La trama o tejido literario se basa en un buen trasfondo bíblico, que indica un conocimiento vivencial (por parte de María-José y también por parte de M. Agreda). Se nota el trasfondo del Cantar de los Cantares (amor verdadero), con amplias citas del libro de los Proverbios cap.31 (la mujer hacendosa y fuerte), etc. Ver las costumbres y las consecuencias jurídicas del desposorio, en: F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., I, pp.59-67.6

? 1ª parte, lib.II, cap.21, n.746. En el n.755 se dice que María “cumplía los catorce años de su edad”.

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voluntad, dejándose a lo que de él quisiera disponer”. Esta disposición interior le ayudó a tener “mayor veneración y aprecio que otro alguno de la honestísima doncella María” (ibid., n.756).

Se describe la conocida escena del florecimiento de la vara de S. José, así como del descenso de una paloma que se posó en la cabeza del santo esposo (ibid., n.757). Durante la ceremonia de los desposorios, S. José oyó esta inspiración del Señor, que traza la pauta de su futura relación con su esposa: “José, siervo mío, tu esposa será María, admítela con atención y reverencia, porque en mis ojos es acepta, justa y purísima en alma y cuerpo y tú harás todo lo que ella te dijere” (ibídem).7

José había nacido en Nazaret, pero se había trasladado temporalmente a Jerusalén, donde pudo mejorar su “fortuna”, sobre todo “llegando a ser esposo de la que había elegido el mismo Dios para Madre suya” (ibid., n.758). Después del desposorio, “caminaron a Nazaret, patria natural de los dos felicísimos desposados” (ibídem.).

La llegada de los esposos a su ciudad de Nazaret, donde María “tenía la hacienda y casas de sus dichosos padres”, es como un preludio de las actitudes habituales que luego tendrán en los años de la vida oculta de Jesús. Les visitaron familiares y amigos “con el regocijo y aplauso que en tales ocasiones se acostumbra”. Y los esposos respondieron “con la natural obligación y urbanidad santamente”, quedando luego “libres y desocupados los dos santos esposos José y María en su casa” (ibídem, n.759).8

María y José necesitaron un tiempo de convivencia familiar para conocer mejor “las costumbres y condición de cada uno” y, al mismo tiempo, “ajustarse mejor recíprocamente el uno con la (condición) del otro” (ibid., n.759). Ello correspondía a la cultura hebrea de la época.

María comunicó a S. José sus actitudes interiores -de consagración total a Dios, mientras le rogó su ayuda para cumplir esta consagración y le prometió: “Yo seré vuestra fiel sierva para cuidar de vuestra vida cuanto durare la mía” (ibíd. n.762). Al mismo tiempo, S. José le describió su propia consagración, también desde su tierna edad, prometiéndole acompañamiento y fidelidad: “Yo seré con la divina gracia vuestro fidelísimo compañero y siervo; yo os suplico recibáis mi casto afecto y me tengáis por vuestro hermano, sin admitir jamás otro peregrino amor” (ibid., n.763).

7 Para la celebración de las bodas en Palestina, la esposa estaba esperando con sus compañeras en su propia casa, hasta que el esposo viniera a buscarla para llevársela a su casa y tener allí el banquete de bodas (cfr. Mt 25,1-12); ver: L. CERFAUX, Mensaje de las Parábolas (Madrid, Fax, 1972), p.16.8

? La mujer solía tener un patrimonio, que consistía en vestidos y muebles y, a veces, un pequeño pedazo de huerto o unas pocas ovejas o cabras; recibía una pequeña suma de dinero, en vistas a una eventual viudez o despido (libelo de repudio). En esos días de las bodas, las gentes saludaban desde las terrazas a los nuevos esposos. Desde entonces, María sería llamada “esposa de José”. Cfr. F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.66-67.

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Se describe, pues, su actitud interrelacional, contándose los propios compromisos asumidos anteriormente ante Dios y rogando y ofreciendo ayuda mutua, dentro de la fidelidad al amor (cfr. ibid., nn.762-763). De esta convivencia se seguía “incomparable júbilo y consolación” (ibid., n.764).

Desde el inicio de la vida familiar, los santos esposos quisieron ordenar sus bienes en armonía con el espíritu de pobreza, con la actitud de caridad hacia los necesitados y con los deberes de la misma vida matrimonial: “Luego distribuyeron la hacienda heredada de san Joaquín y santa Ana, padres de la santísima Señora; y una parte ofreció al templo donde había estado, otra se aplicó a los pobres y la tercera quedó a cuenta del santo esposo José para que la gobernase” (ibid., n.764). La Santísima Virgen se ciñó al servicio doméstico, que incluía el trabajo (bastante complicado también mirando hacia fuera, como veremos posteriormente), “porque del comercio de fuera y manejo de hacienda, comprando ni vendiendo, se eximió siempre la Virgen prudentísima” (ibídem).9

S, José, según la MCD, había aprendido el oficio de carpintero, como oficio “más honesto y acomodado para adquirir el sustento de la vida; porque era pobre de fortuna”. Consultó a María sobre si le parecía que continuara con este oficio, en vistas a la economía doméstica y “granjear algo para los pobres; pues era forzoso trabajar y no vivir ocioso”. María da el consentimiento, puesto que “el Señor no los quería ricos, sino pobres y amadores de los pobres y para su amparo en lo que su caudal se extendiese” (ibid., n.765).

La MCD habla de “una santa contienda” entre los dos esposos, “sobre cuál de los dos había de dar la obediencia al otro como superior”. En esa contienda familiar, “venció en humildad María santísima y no consintió que siendo el varón la cabeza se pervirtiese el orden de la misma naturaleza; y quiso en todo obedecer a su esposo José, pidiéndole consentimiento sólo para dar limosna a los pobres del Señor; y el santo le dio licencia para hacerlo” (ibid., n.765). De hecho, organizaron la casa de común acuerdo.

La obediencia de María estaba en armonía con las gracias recibidas del Señor, quien le dijo: “Te ayudará la compañía de mi siervo José que te he dado; obedécele como debes y atiende a su consuelo, que así es mi voluntad” (ibid., n.767)

Esta convivencia familiar inicial, como discernimiento (“examen”) sobre cómo habían de orientar su vida, duró “desde 8 de septiembre, que se hizo el desposorio, hasta 25 de marzo siguiente, que sucedió la encarnación del Verbo divino” (ibid., n.768). Y “con estos divinos apoyos se fundó la casa y matrimonio de María santísima y de José” (ibídem). En este contexto, “la divina Señora ordenó las cosas de su persona y las de su casa” (ibídem).

B) La visita de María a su prima Sta. Isabel

La MCD describe con muchos detalles el viaje de María para visitar a su prima Sta. Isabel. Ella fue siguiendo con fidelidad el mandato o inspiraciones del Señor, pidiendo, al mismo tiempo la “licencia” a su esposo: “Dadme, bien mío, licencia para que la pida a mi esposo José y que

9 Cfr. A. RODRIGUEZ CARMONA, La mujer en tiempos de María de Nazaret: Ephemerides Mariologicae 55 (2005) 247-268. Ver otros datos en notas posteriores.

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haga esta jornada con su obediencia y gusto” (2ª parte, lib.III, cap.15, n.192).

El modo cómo María pidió el permiso a su esposo indica su propia prudencia, puesto que fue “sin manifestarle este mandato” del Señor, para no condicionarle (ibid. n.194). José asintió, pero se ofreció para acompañarla en el camino cuidando de su “servicio”. Le dejó a María la elección del día de partida (ibid., n.195). Ella agradeció la disponibilidad de su esposo. Así, pues, sin dilaciones, “determinaron entrambos partir luego a casa de Isabel”, preparando “la recámara para el viaje, que toda se vino a resumir en alguna fruta, pan y pocos pececillos que le trajo el santo José y en una humilde bestezuela que buscó prestada, para llevar en ella toda la recámara y a su Esposa” (ibid., n.196).

Se describe el diálogo delicado y respetuoso entre los dos esposos durante el viaje hacia Judea. La narración, como es habitual en la MCD, describe actitudes que reflejan una asimilación de los contenidos del Antiguo Testamento. La partida de Nazaret es una vivencia del salmo 44 (dejar la casa de los padres). Cada uno de los esposos se preocupa del otro, para que cada uno aprovechara el jumentillo y tuviera algún “alivio”. S. José no quiso hacer uso de este medio, sino que lo dejó siempre a su esposa, pero “por condescender en algo con los ruegos de la divina Señora, consentía que algunos ratos fuese con él a pie, mientras le parecía lo podía sufrir su delicadeza, sin fatigarse demasiado, y luego con gran decoro y reverencia la pedía no rehusase el admitir aquel pequeño alivio, y la Reina celestial obedecía, prosiguiendo a caballo lo restante” (cap.16, n.201).

La relación entre los esposos era de “humildes competencias”, cuidando uno del otro, con “un templado silencio” por parte de S. José, para dejar a María la posibilidad de adentarse en la contemplación (cfr. ibid., n.202).

Las conversaciones entre los dos esposos, además de la atención mutua, versaban sobre “las misericordias del Señor, la venida del Mesías y las profecías que de él estaban anunciadas a los antiguos padres”. Las atenciones de S. José hacia la Virgen, lo describen plásticamente como quien “amaba tiernamente a su esposa con el amor santo y castísimo” y se mostraba “cortés, agradable y apacible”. Por esto, “iba el santo cuidando de María santísima y preguntándole muchas veces si se fatigaba y cansaba y en qué la podía aliviar y servir”, mientras “las palabras de su esposa penetraban su corazón e inflamaban la voluntad al divino amor” (ibid., n.203). El santo no sabía que esta “grande novedad” era una gracia que provenía del Señor presente “en el vientre virginal” de su esposa. María le “miraba” intuyendo lo que pasaba en su corazón (ibid., n.204) y pidiendo al Señor le iluminara en el momento oportuno (ibid., n.205).

Además de las virtudes de convivencia mutua y de relación con Dios, “los peregrinos”, durante el camino que “duró cuatro días”, “ejercitaron... muchos actos de caridad con los prójimos”, especialmente cuando “no hallaban en todas las posadas igual acogida” (ibid., n.207). Llegaron finalmente a la ciudad de “Judá”.10

10 M. AGREDA defiende, apoyada en sus revelaciones y en contra de otras opiniones, que la ciudad de Zacarías e Isabel era “Judá”, ciudad que “se arruinó años después de la muerte de Cristo” (cfr. 2ª parte, lib.III, cap.16, nn.208-209). Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, o.c., II, pp.220-227 (el lugar de la visitación).

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M. Agreda describe también en María una “suave compasión” por “la pena” que tendría posteriormente S. José al enterarse de que ella estaba encinta (cfr. ibid., n.214). En la doctrina que la Virgen da a M. Agreda, se invita a imitar esta compasión, procurando “algún alivio” a “los afligidos y enfermos” (ibídem).

En la casa de Zacarías e Isabel se quedó sólo María, despidiéndose de ella S. José y rogándole que le avisara cuando tenía que volver a buscarla. José era “no sólo amador de la pobreza, pero de corazón magnánimo y generoso. Con esto caminó la vuelta de Nazaret con la bestezuela que había traído. Y en su casa le sirvió en ausencia de su esposa una mujer vecina y deuda, que solía acudir a las cosas que se le ofrecían traer de fuera cuando estaba en su casa María santísima Señora nuestra” (cap.16, n.227).

Después de describir la estancia de María en la casa de sus primos hasta el nacimiento de Juan el Bautista (ibid., cap.17-24), la MCD amplía los detalles de la vida de familia entre María y José, cuando éste vino a buscarla. Durante los cuatro días de regreso, “en las contiendas ordinarias de humildad qué tenían, siempre vencía nuestra Reina salvo cuando interponía su santo esposo la obediencia de sus mandatos” (cap.25, n.315).

Previendo la Santísima Virgen el “gran dolor” de S. José cuando se enterara del misterio de su concepción virginal, oraba insistentemente por él, para que “obrase con beneplácito y agrado de la voluntad divina” (ibid., n.316) Al llegar a Nazaret, cada uno se ocupó de su propio trabajo. María, “aliñó y limpió su casa”, mientras “el santo José se ocupaba en su ordinario trabajo para sustentar a la Reina, y ella no frustraba la esperanza del corazón del santo” (ibid., n.319).

C) Las dudas de S. José

La narración sobre las dudas de S. José presenta una gran variedad de detalles sobre los sentimientos de los dos esposos y sobre la convivencia entre ellos, en este momento de gran dolor para ambos. Afloran intuiciones de gran colorido y ternura sobre la interioridad del santo esposo, siempre fiel a los designios de Dios y con profundo y sincero afecto a su esposa.

Se nota, al mismo tiempo, el gran respeto de S. José hacia su esposa, sin dejar de observar los detalles cada vez más claros del embarazo, especialmente a partir del “quinto mes”: “Quedó el varón de Dios herido el corazón con una flecha de dolor que le penetró hasta lo más íntimo”. No dejó de sentir en ningún momento “el amor castísimo, pero muy intenso y verdadero, que tenía a su fidelísima esposa”, quedando siempre en él “este vínculo del alma” hacia aquella de quien seguía admirando la santidad y virtudes. Experimentaba “el respeto cuidadoso de servirla” y, al mismo tiempo, “un deseo, como natural a su amor, de la correspondencia del de su esposa” (2ª parte, Lib. IV, cap.1, n.375).

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Siguiendo su vida de “fidelísimo esposo”, era ya “dispensero del sacramento que aún le estaba oculto”. Deseaba siempre “que ella le correspondiese”. Por esto, sobre el hecho de embarazo, en un primer momento, “como era varón santo y recto… suspendió el juicio de la causa; porque si se persuadiera a que su esposa tenía culpa, sin duda el santo muriera de dolor naturalmente” (ibid., n.376)

Se le aumentaba al prever que el hecho sería conocido pronto públicamente, que se podría seguir una infamia y que ella pudiera sufrir las consecuencias de la ley. Así “se halló el corazón de san José herido de una pena o de muchas juntas… y sentía con experiencia que la emulación es dura como el infierno” (ibid., n. 377; cfr. Cant 8,6).

Mirando a María, la veía siempre colmada de santidad, sin poder dudar de su conducta. Tampoco creía conveniente “declararse con su divina esposa” (ibid., n.378). Se hizo más intensa la oración de S. José dirigida al Señor, donde expresaba los sentimientos que acabamos de resumir. Se consideraba indigno de comprender el misterio que Dios tenía oculto para él y no podía menos de reconocer la inocencia de María (cfr. ibid., n.379). Su dolor no fue estéril, sino que Dios le preparó para la misión encomendada (cfr. ibid., n.380).

Según la MCD, la Santísima Virgen conocía el martirio interno de S. José, pero no podía comunicar el secreto del Señor. “Y aunque su santísimo corazón estaba lleno de ternura y compasión de lo que padecía su esposo, no le hablaba palabra en ello, pero servíale con sumo rendimiento y cuidado” (ibid., n.381). Con lo cual, su esposo “certificábase más de la verdad con mayor aflicción de su alma” (ibídem).

El había convivido con ella, desde el desposorio, dejándose “respetar y servir de ella, guardando en todo la autoridad de cabeza y varón, aunque lo templaba con rara humildad y prudencia”. Al mismo tiempo, “ninguna hubo ni habrá jamás tan obediente, humilde y sujeta a su marido como lo estuvo la Reina eminentísima a su esposo”, mostrando “la generosidad y grandeza de su nobilísimo corazón” (ibid., n.381).

Los detalles de verdadero afecto que mostraba María, aumentaban el dolor de S. José. Los dos se remitían a Dios en la oración (cfr. ibid., n.382). S. José no podía ocultar su profundo dolor, que se manifestada con cierta tristeza, como “efecto inseparable de su afligido corazón” (ibid., n.383). María “no mudó su semblante ni hizo demostración alguna de sentimiento, antes por esto cuidaba más del alivio de su esposo. Servíale a la mesa, dábale el asiento, traíale la comida, administrábale la bebida”. Todo ello era una ocasión “para que respectivamente cada uno ejercitase con heroicos actos las virtudes y dones que (la divina Providencia) les había infundido”. Dios “se hacía como sordo” para que se perfeccionara su oración y su virtud (ibídem). Mientras se va describiendo esta situación familiar, la doctrina comunicada por la Santísima Virgen invita a confiar en la Providencia en medio de las pruebas personales y comunitarias (cfr, ibid., n.387).

El capítulo 2 del libro IV de la MCD describe los “recelos de san José”, hasta el punto de decidirse a abandonar a su esposa. Las atenciones de María para con él aumentaban su dolor y sus dudas, mientras, al mismo tiempo, llegaba a la convicción de que su vida ya no podría seguir sin ella. La oración de ambos esposos se hizo más intensa y delicadamente amorosa.

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Esta plegaria fue escuchada por Dios; no obstante, el dolor y las dudas iban en aumento (cfr. cap.2, nn.388-392).11

La decisión de dejar a esposa, la fue tomando S. José siempre con una actitud de respeto y amor sincero. De este modo piensa confiarse a sí mismo y a María en manos de la Providencia divina. Prepara sus cosas (“todo lo juntó en un fardelillo”) para marchar a media noche, evitando molestias a María. Deja sus cosas arregladas, sin olvidar una limosna para el templo. Sus sentimientos delicados, de profundo cariño, quedan expresados en su oración por su esposa y por él mismo (cfr. ibid., nn.393-39).12

La MCD glosa la narración evangélica sobre cómo el ángel del Señor habló en sueños a S. José (cfr. Mt 1,20-23). Aparecen detalles de mucho interés sobre los sentimientos del santo en la vida familiar con María. El dolor que había sufrido no era el de los celos de otro esposo cualquiera, sino “porque ninguno hizo mayor concepto de su pérdida, ni nadie pudo conocerla ni estimarla como él” (ibid. cap. 3, n.397). Esta actitud interna de equilibrio y virtud era también debida a la santidad de su esposa (cfr. ibid., n.398).

El mensaje del ángel, que le comunicó el misterio de María Virgen encinta, fue claro y sencillo, porque el corazón de José estaba bien dispuesto (cfr. Ibid., n.400). A continuación sus sentimientos se concretaban en un grande gozo y, al mismo tiempo, “nuevo dolor” y de “humilde turbación, temeroso y alegre” por lo que había intentado hacer al decidir abandonar a su esposa. Pero “dio gracias al Señor”, y su experiencia fue una lección “que le duró toda la vida”. Prevaleció en él el pensar que María, por “la dulzura de su clemencia”, sabría alcanzar perdón del Señor por su “desacierto” (cfr. ibid., n.403).

Es conmovedora la escena de cómo José se preparó para ir a su esposa, sin estorbarla de su sueño ni de su oración. Mientras tanto, “deslió el varón de Dios el fardelillo que había prevenido”, se dedicó a preparar la casa, “limpió el suelo… y preparó otras hacenduelas” que solía hacer María anteriormente. El resultado de esta escena fue que “desde aquel día tuvieron entre los dos admirables contiendas sobre quién había de servir y mostrarse más humilde” (ibid., n.404).

El encuentro de S. José con la Santísima Virgen fue, pues, un ejemplo de convivencia familiar armoniosa y constructiva en momentos de dificultad. Mientras él le pedía perdón a María, ella se esforzaba por consolarlo de sus penas y excusarlo de lo que él creía fallos (cfr. cap.4, n.407). A la Virgen “le afligió un poco la determinación... de tratarla para adelante con el respeto y rendimiento que ofrecía”. El trato anterior de naturalidad que José había tenido con María, le parecía a ella “una joya o tesoro”, que ahora tenía el riesgo de perder, puesto que ella prefería que continuara a tratarla “como a inferior y sujeta en todo” (ibid., n.408).

11 Ver los detalles y el significado de un posible “libelo de repudio”, en el contexto jurídico de la época y entre los hebreos, con la posibilidad de “abandonar secretamente” a la esposa sin difamarla: F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.95-100 (el matrimonio de María y José).

12 La MCD no deja de anotar la doctrina recibida de la Santísima Virgen sobre cómo se necesita discernimiento y consulta en los momentos de dificultad (cfr. ibid., n.395).

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María explicó a S. José por qué no había podido revelar antes el secreto, puesto que tenía que ser fiel a la voluntad de Dios. Este silencio no era señal de desamor. De este modo le pidió a S. José que la siguiera tratando sencillamente como antes de saber que ella era la madre del Mesías. Ella quería estar sujeta a su voluntad: “Este es, señor, mi oficio, y sin él viviré afligida y sin consuelo. Justo es que me le deis, pues así lo ordenó el Altísimo, dándome vuestro amparo y solicitud, para que yo a vuestra sombra esté segura y con vuestra ayuda pueda criar al fruto de mi vientre, a mi Dios y Señor” (ibid., n.409).

La Santísmia Virgen agradeció a Dios, con el “Magníficat” y con otros cánticos, el éxito final de todos estos acontecimientos (cfr. ibid., n.410). Respecto S. José, el niño Jesús, desde el vientre de María, “le miró con benignidad y clemencia… le aceptó y dio título de padre putativo” (ibid., n.411). S. José reconoció, por gracia de Dios, que todos los dones divinos recibidos le habían venido “por ella” (ibid., n.412).13

D) Convivencia familiar en Nazaret, preparando el nacimiento de Jesús

La vida familiar en Nazaret discurría ocupando toda la jornada en una convivencia íntima y gozosa, preparando el nacimiento de Jesús. El decreto de empadronamiento, la aceleración de los preparativos, el viaje hacia Belén y la llegada a la ciudad de David, fueron ocasiones continuas para afirmar la vida de familia, en medio de sinsabores y de esperanzas.

S. José, en la convivencia familiar, se comportaba con sencillez, pero, al mismo tiempo, con la convicción de que “él era siervo y ella Señora del cielo y tierra”, reconcociéndola como “Madre del mismo Dios”. Por esto, en los primeros momentos, después de haber salido de sus dudas, “no quería consentir que ella le sirviese, ni administrase, ni se ocupase en otros ministerios humildes, como eran limpiar la casa y los platos y otras cosas semejantes, porque todas quería hacerlas el felicísimo esposo” (ibid., cap.5, n.418). Pero la Santísima Virgen, con humildad y tenacidad (además de su oración insistente dirigida al Señor), consiguió, “con humildes contiendas”, recuperar su, puesto que a ella, por “ser sierva... le pertenecía obrar lo poco y mucho doméstico de su casa” (ibd., n.419). De este modo, se ayudaron mutuamente al ejercicio de las virtudes de humildad, caridad y laboriosidad (cfr. ibid., n.420).

Las “conversaciones y pláticas” entre ambos esposos les ayudaban a vivir de la fe, demostrada en servicios mutuos. S. José era el fiel siervo y prudente fue constituido por el mismo Señor sobre su familia, para que a todo acudiese en oportuno tiempo, como dispensador fidelísimo” (ibid., n.421; cfr. Mt 24,45).

La MCD describe la casita de Nazaret distribuida en tres habitaciones (dos dormitorios y el lugar de trabajo con los instrumentos de carpintero). María, en su aposento propio, dormía

13 M. AGREDA añade que los detalles de esta narración no quedaron escritos en los evangelios, porque el Señor quería comunicarlos “en el tiempo más oportuno previsto con su divina sabiduría, cuando, fundada ya la Iglesia y asentada la fe católica, se hallasen los fieles necesitados de la intercesión, amparo y protección de su gran Reina y Señora” (cfr. ibid., n.413). La doctrina comunicada por María a M. Agreda es una invitación a saber perdonar, excusar y ser humilde, como en el caso de los dos santos esposos (cfr. ibid., n.414).

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sobre “una tarima hecha por mano de san José” (ibid., n.422). El santo esposo respetaba siempre los momentos de recogimiento de su esposa.14

En su vida doméstica “no tenían criado alguno”. La Virgen ordinariamente no salía de casa, “si no es con urgentísima causa del servicio de Dios y beneficio de los prójimos” (ibid., n.423).15. En la tarima sobre la que dormía la Santísima Virgen, había “dos mantas entre las cuales se recogía para tomar algún breve y santo sueño. Su vestido interior era una túnica o camisa de tela como algodón, más suave que el paño común y ordinario” (ibid, n.424). La descripción de los vestidos de María, indica también que “las labores de sus manos eran con sumo aliño y limpieza, y con el mismo administraba la ropa y lo demás necesario a san José” (ibídem).16

Se indican con todo detalle los alimentos que tomaban, preparados por María, dejando entrever la diferenciación y el respeto mutuo: “La comida era parvísima y limitada, pero cada día, y con el mismo santo, y nunca comió carne, aunque él la comiese y ella la aderezase. Su sustento era fruta, pescado, y lo ordinario pan y yerbas cocidas, pero de todo tomaba en medida y peso, sólo aquello que pedía precisamente el alimento de la naturaleza y el calor natural, sin que sobrase cosa alguna que pasase a exceso y corrupción dañosa; y lo mismo era de la bebida, aunque de los actos fervorosos le redundaba algún ardor preternatural. Este orden de la comida, en la cantidad siempre le guardó respectivamente, aunque en la calidad, con los varios sucesos de su vida santísima, se mudó y varió” (ibid., n.424).17

Durante la vida familiar de Nazaret, la Virgen leía a S. José “algunos ratos oportunos las divinas Escrituras, en especial los Salmos y otros profetas”, entablando entre ellos un diálogo con preguntas y respuestas. De este modo “alternativamente bendecían y alababan al Señor”. Los diálogos tenían como objetivo prepararse espiritualmente para el nacimiento de Jesús, especialmente por una vida de sencillez y pobreza: “Por esto escogió nuestra pobre y humilde casa, y no nos quiere ricos de los bienes aparentes, falaces y transitorios” (ibid, cap.6, n.428).14 M. Agreda dice que entonces “merecía tal vez oír suavísima armonía de la música celestial que los ángeles daban a su Reina y una fragancia admirable que le confortaba, y todo lo llenaba de júbilo y alegría espiritual” bid., n.422). Ordinariamente la casa de un campesino en un pueblito pequeño de Palestina, tenía “una habitación sola, sin ventana”; cfr. L. CERFAUX, Mensaje de las Parábolas, O.C., cap.IV, p.116 (la mujer y la dracma perdida).15

? Agrega la MCD: “porque si otra cosa era necesaria, acudía a traerla aquella dichosa mujer su vecina, que dije sirvió a san José mientras María santísima estuvo en casa de Zacarías” (ibídem).16

? Ver el tema de los vestidos y comida posteriormente.17

? Es interesante la observación que hace M. Agreda sobre sus descripciones: “Sólo a mis palabras les falta (la pefección) para explicarlo, porque jamás me satisfacen, viendo cuán atrás quedan de lo que conozco; cuánto más de lo que en sí mismo contiene tan soberano objeto. Siempre me recelo de mi insuficiencia y me quejo de mis limitados términos y coartadas razones… Por la obediencia obro, y por ella me salen al encuentro tantos bienes; ella saldrá a disculparme” (ibd., n. 425; estas explicaciones las repite otras veces: cfr. n.473). En la doctrina explicada por María a M. Agreda, se hace hincapié en la humildad (ibd., n.426).

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Las conversaciones se entrelazaban “con el trabajo corporal”. María agradecía el trabajo de S. José, “se juzgaba indigna… como deudora de aquel sudor de san José y recibiéndolo como una gran limosna y liberal favor”. Se considereba “como si fuera la criatura más inútil de la tierra… le servía como una humilde criada” (ibd., n.430).

Experimentaron también, a veces, la falta de lo indispensable para la vida material “porque con los pobres eran liberalísimos de lo que tenían”. A veces, el Señor “movía el corazón de sus vecinos y conocidos de María santísima y el glorioso san José, para que los acudiesen con alguna dádiva graciosa o debida. Otras, y más de ordinario, los socorría santa Isabel desde su casa” (ibid, n.432). Ambos esposos vivían del trabajo “de sus manos” y “jamás pedían precio por la obra, ni decían: esto vale o me habéis de dar; porque hacían las obras no por interés, sino por obediencia o caridad de quien las pedía y dejaban en su mano que les diese algún retorno, recibiéndolo no tanto por precio y paga como por limosna graciosa” (ibd., n.433). Algunas veces, “porque no les recompensaban su trabajo, venían a estar necesitados y faltarles la comida a su tiempo, hasta que el Señor la proveía” (ibídem).18

De acuerdo con la opinión de S. José, la Santísima Virgen fue preparando “las mantillas y fajos para el niño Dios”: “Si me dais licencia, comenzaré a disponer los fajos y mantillas para recibirle y criarle”. También en esta descripción aparece la diferenciación entre el trabajo de la esposa y del esposo: “Yo tengo una tela, hilada de mi mano que servirá ahora para los primeros paños de lino, y vos, señor, buscaréis otra de lana que sea suave, blanda y de color humilde para las mantillas” (ibid., cap.7, n.438). Para obrar con acierto, hicieron “especial oración” (ibídem). En las inspiraciones, interviene el niño Jesús (desde el seno de María), con actitud filial, como anticipando su disponibilidad en la obediencia “a cada uno”: “Disponed lo que fuere conveniente, que en todo quiero obedeceros como vuestro siervo… Y por esto es mi voluntad, que en la humanidad que he recibido me tratéis en lo exterior como si fuera hijo de entrambos, y en el interior me reconoceréis por Hijo de mi eterno Padre y verdadero Dios, con la veneración y amor que como a hombre y Dios se me debe” (ibid., n.439).

En la labor de preparar los vestidos del niño Jesús. S. José “buscó dos telas de lana, como la divina esposa había dicho: una blanca y otra de color más morado que pardo, entrambas las mayores que pudo hallar, y de ellas cortó la divina Reina las primeras mantillas para su Hijo santísimo; y de la tela que ella había hilado y tejido cortó las camisillas y sabanillas en que empañarle… Todos estos aliños y ropa necesaria para el divino parto los hizo la gran Señora por sus manos y los cosió y aderezó… Previno san José flores y yerbas, las que pudo hallar, y otras cosas aromáticas de que la diligente Madre hizo agua olorosa más que de ángeles, y rociando los fajos consagrados para la hostia y sacrificio que esperaba, los dobló y aliñó y puso en una caja, en que después los llevó consigo a Belén” (ibid., n.440). La Virgen, concentrada en su hijo, vivía pendiente del deseo de “recibirle en sus brazos, criarle a sus

18 La MCD hace referencia a los “cánticos de alabanza” que María “o por sí sola o junto con san José y los ángeles”, eran “cánticos nuevos… Y si hubieran quedado escritos los que hizo y compuso la Reina del cielo, se pudiera hacer un grande volumen y de incomparable admiración para el mundo” (ibid., n.434). Ver: F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.191-197 (vida de María en el ambiente de los salmos).

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pechos, alimentarle de su mano, tratarle y servirle, adorándole hecho hombre de su misma carne y sangre” (ibid., n.442).19

Cuando los santos esposos se enteraron del edicto del emperador, qie ordenaba el empadronamiento, la convivencia y diálogos familiares quedaron matizados por nuevas preocupaciones, que hicieron más profunda la vida familiar. S. José, después de oír la noticia, “afligido y contristado, refirió a su divina esposa lo que pasaba con la novedad del edicto”. María invitó a vivir confiados en la Providencia divina: “Dejémonos en su confianza, que no seremos defraudados” (ibid., cap.8, n.448). Aunque sólo estaban obligados al viaje “las cabezas de las familias”, S. José no quiso dejar sola a María ni tampoco quiso ir solo sin ella: “No me atreveré a dejaros sin asistir a vuestro servicio, ni yo tampoco viviré sin vuestra presencia, ni tendré un punto de sosiego estando ausente; no es posible que mi corazón se aquiete sin veros” (ibid., n.449). Marchando juntos, podrán afrontar mejor las dificultades (la cercanía del parto y las circunstancias de pobreza en Belén).

María, aunque ya sabía cuál era la voluntad divina, condescendió con su esposo y “tampoco quiso omitir esta acción de pura obediencia, como súbdita obsecuentísima” a la voz de Dios manifestada por medio de S. José (cfr. ibid., n.450). Así le dijo a su esposo: “Yo voy con mucho gusto en vuestra compañía y haremos la jornada como pobres en el nombre del Altísimo, pues no desprecia Su Alteza la misma pobreza, que viene a buscar con tanto amor” (ibid., n.451). S. José “halló un jumentillo humilde” y ambos “previnieron lo necesario para el viaje, que fue jornada de cinco días”, de modo parecido al viaje de la visitación. “Sólo llevaban pan y fruta y algunos peces, que era el ordinario manjar y regalo de que usaban”. La Virgen, más previsora, “no sólo llevó consigo las mantillas y fajos prevenidos para su divino parto, pero dispuso las cosas con disimulación, de manera que todas estuviesen al intento de los fines del Señor y sucesos que esperaba; y dejaron encargada su casa a quien cuidase de ella mientras volvían” (ibid., n.452).20

S. José iba siempre “como vigilante y cuidadoso siervo inquiriendo y procurando en qué darla gusto y servirla, y la pidió con grande afecto le advirtiese de todo lo que deseaba y que él ignorase para su agrado, descanso y alivio, y dar beneplácito al Señor que llevaba en su virginal vientre” (ibd., n.453). María “animó (a José) para el trabajo del camino”. Y “con esta preparación partieron de Nazaret a Belén, en medio del invierno, que hacía el viaje más penoso y desacomodado” (ibd., n.453).21

E) El nacimiento de Jesús en Belén

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? En el n.443 se describe este deseo con la doctrina de los Cantares, sobre el “ósculo deseado de mi alma” (Cant. 1,1), pero besando primeramente con humildad las plantas de los pies

20 Trabajo propio de la mujer era la preparación del pan, metiendo primero el “fermento” en “tres medidas de harina” (cfr. Mt 132,33; Lc 13,20-21); cfr. L. CERFAUX, Mensaje de las Parábolas, o.c., p.86.

21 La doctrina comunicada por María a M. Agreda, se refiere a la confianza en la Providencia (cfr. ibid. n.454).

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El camino hacia Belén y el nacimiento del niño Jesús fueron una ocasión privilegiada para mostrar el espíritu de convivencia familiar en todos sus aspectos. Aunque de camino hacia la ciudad de David aparecían “a los ojos del mundo tan solos como pobres y humildes peregrinos… eran el objeto más digno del eterno Padre y de su amor inmenso”, debido al hijo que María llevaba en sus entrañas (ibid., cap.9, n.456). El camino se hizo “muy penoso e incómodo porque como pobres y encogidos eran menos admitidos que otros y les alcanzaba más descomodidad que a los muy ricos” (ibid., n.458). A veces no encontraron pasada durante el camino, pero “el cuidadoso y fiel esposo san José atendía mucho”, para que no faltara a María y para protegerla (ibid., n.461).

La llegada a Belén y la búsqueda de posada, dieron origen también a una serie de sacrificios (cfr. ibid., n.462). José estaba “lleno de amargura e íntimo dolor”, cuando tuvieron que refugiarse en “una cueva que suele servir de albergue a los pastores y a sus rebaños”. María procuraba también consolar a José: “Conviértanse vuestras lágrimas en gozo con el amor y posesión de la pobreza, que es el tesoro rico e inestimable de mi Hijo santísimo” (ibid., n .463).22

El nacimiento tendría, pues, lugar en esta “humilde choza o cueva”, como “palacio que tenía preparado el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado” (ibid., cap.10, n.468).

María “determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado” (ibid., n.470). Pero José asumió los labores más molestos, “y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora”. Luego “del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas”. María, que esperaba ansiosamente el nacimiento del niño, “estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo” (ibid., n.471).23

La Virgen, después del parto virginal, mostró el niño Jesús a S. José, para que lo “viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo humanado, antes que otro alguno de los mortales, pues él solo era entre todos escogido para dispensero fiel de tan alto sacramento”. José “besóle los pies con nuevo júbilo y admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le conservara la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario usar de ellos en aquella ocasión” (ibid., n.485).

22 Ver el ambiente histórico y circunstancial de Belén, la posible parentela y la falta de hospedaje, en: F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.106-109 (el nacimiento de Jesús). Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, o.c., III, cap.III-IV (el nacimiento de Jesús y el episodio de los pastores).23

? El nacimiento tuvo lugar, según la MCD, “a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera” (ibid., n,475). Ver la narración del parto virginal y milagroso en los nn.476-484, mientras S. José estaba en profunda oración (en éxtasis).

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El texto de la MCD sobre la aparición de los ángeles y la llegada de los pastores, no ofrece nada de especial respecto a la convivencia, familiar, si no es el hecho sencillo de la presencia silenciosa y servicial de José (cfr. cap.11, nn.489-497).

María tenia en su regazo al “tierno y dulce infante” para protegerlo del frio, con “un mantillo… además de los fajos ordinarios”. Pero también “se le daba a su esposo san José… para hacerle más dichoso” (ibid., cap.12, n.504). El trato de S. José con el niño indica también el aprecio hacia María, mostrando su humildad y su cariño hacia el niño, alternando cantos con María y los ángeles (cfr. ibid., n.505-509). María tomaba al niño y lo llamaba “nuestro Hijo” (aunque había nacido virginalmente de ella), “y este favor y privilegio del santo era de incomparable gozo y estimación para él, y por esto se le renovaba la divina Señora su esposa” (ibid., n.509).24

La preparación y la ceremonia de la circuncisión del niño y de la imposición del nombre de Jesús, ofrecen también muchos detalles de convivencia familiar. Tanto los detalles de la circuncisión como la imposición del nombre al recién nacido, son objeto de diálogo armónico entre los dos esposos. Ellos se tenían por más obligados a cumplir fielmente la ley del Señor. Cada uno se inclinaba a seguir las preferencias del otro, dentro del cumplimiento de la ley (cfr. ibid., cap.13, n.520).25

Al hablar de la imposición del nombre, ambos se remiten al mensaje del ángel. Dijo José: “Señora mía, cuando el Angel del Altísimo me declaró este gran sacramento, me ordenó también que a vuestro sagrado Hijo le llamásemos JESÚS. – Respondió la Virgen Madre: El mismo nombre me declaró a mí cuando tomó carne en mi vientre” (ibid., n.532). La doctrina que María comunica a M. Agreda se refiere a la práctica de la humildad, especialmente cuando “reciben más particulares y extraordinarios favores” (ibid., n.525).525).2626

José, siguiendo el consejo de María, llamó al sacerdote que residía en Belén (cfr. CJosé, siguiendo el consejo de María, llamó al sacerdote que residía en Belén (cfr. Cap.14, n.530). Cuando llegó el sacerdote, éste preguntó el nombre que querían dar al niño. María, “atenta siempre al respeto de su esposo, le dijo lo declarase. El santo José con la veneración digna se convirtió a ella, dándole a entender que saliese de su boca tan dulce nombre. Y con divina disposición a un mismo tiempo pronunciaron los dos, María y José: Jesús es su nombre” (ibid., n.535).

La celebración del evento la hicieron en armonía familiar. “Quedaron solos María santísima y José con Jesús, y de nuevo celebraron los dos el misterio de la circuncisión del niño, 24 Fajar un niño (colocándole los pañales), en la tradición bíblica, indica tomar cuidado especial y cariñoso de él (cfr. Sap 7,4; Job 38,8-9; Ez 16,4-5). El anuncio del ángel a los pastores indica este detalle como una señal especial, mesiánica (cfr. Lc 2,12-16; cfr. Is 1,3). Cfr. S. MUJÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, o.c., III, cap.III, pp.82-92 (los pañales y el pesebre).

25 Cfr. F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.114-117 (la circuncisión y la imposición del nombre); S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, o.c., III, cap.IV, pp.156-160.

26 Ver los detalles evangélicos sobre la circuncisión e imposición delVer los detalles evangélicos sobre la circuncisión e imposición del nombre, en Lc 2,21. A estos detalles se atiene la MCD.nombre, en Lc 2,21. A estos detalles se atiene la MCD.

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confiriéndole con dulces lágrimas y cánticos que hicieron al nombre dulcísimo de JESÚS” (ibid., n.536). María curó al niño de las heridas producidas por la circuncisión.27

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También en la llegada de los Reyes Magos se hace patente la convivencia armónica de María y José, ya con el niño recién nacido. S. José propuso trasladarse a otra lugar mejor que el de la cueva, pero “en todo se remitía a la voluntad de su divina esposa” (ibid, cap.15, n.540). La Virgen, que ya sabía de la llegada de los Magos, manifestó que estaba dispuesta a obedecer: “Esposo y Señor mío, yo estoy rendida a vuestra obediencia y a donde fuere vuestra voluntad os seguiré con mucho gusto; disponer lo que mejor os pareciere”. Pero ella prefería quedarse en el mismo sitio , pues “tenía algún cariño a la cueva por la humildad y pobreza del lugar y por haberla consagrado el Verbo humanado con los misterios de su nacimiento y circuncisión”. Sin embargo “antepuso la obediencia de su esposo a su particular afecto y se resignó en ella para ser en todo ejemplar y dechado de perfección altísima” (ibid., n.541).

S. José sopesó las razones de la Virgen para quedarse en la cueva, esperando que, después de la presentación del niño en el templo, dejarían el lugar para ir a Nazaret (cfr. ibid., n.542). “En todo se conformó María santísima con la voluntad de su cuidadoso esposo” (ibid., n.543).

S. José tenía la dicha de sostener en sus brazos al niño Jesús, el cual se mostraba muy cariñoso para con su padre adoptivo. Esto era principalmente cuando la Virgen tenía que “hacer alguna obra en que no le pudiese tener consigo, como aderezar la comida, aliñar los fajos del niño y barrer la casa; en estas ocasiones le tenía san José y siempre sentía efectos divinos en su alma. Y exteriormente el mismo niño Jesús le mostraba agradable semblante y se reclinaba en el pecho del santo y… le hacía algunas caricias con demostración de afecto, como suelen los infantes con los demás padres, aunque con san José no era esto tan de ordinario, ni con tanta caricia como con la verdadera Madre y Virgen” (ibid., n.549).28

La escena de la llegada de los Reyes ofrece sólo algunos pequeños detalles de convivencia familiar, especialmente cuando los Reyes ya regresaron a sus países. “Despidiéronse y fuéronse los Reyes, y quedaron María y José con el infante solos, dando gloria a Su Majestad con nuevos cánticos de alabanza, porque su nombre comenzaba a ser conocido y adorado de las gentes” (ibid., cap.16, n.561).29

27 M. Agreda dice que los cantos que compusieron y cantaron María y José servirán “para gloria accidental de los santos” en el cielo (ibid., n.536). Los ángeles vinieron a cantar esos mismos cantos que la Virgen había compuesto para esta ocasión.28

? La doctrina que la Virgen comunica a M. Agreda, se refiere a buscar la voluntad de Dios por medio del “parecer ajeno”, más que “por la inclinación propia” (ibid., n.550).

29 M. Agreda cuenta que los Reyes vinieron por segunda vez, ofreciendo sus dones y tomando “otro camino para sus tierras” (ibid., cap.17). La doctrina de la Virgen se refiere a la importancia de la pobreza voluntaria (cfr. ibid., nn.571-572). La narración se armoniza fácilmente con la escena evangélica de Mt 2,1-12.

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F) Presentación del niño en le templo

En todas estas escenas de la infancia del niño Jesús, la vida familiar entre María y José está centrada en el redentor. Sus actitudes giran siempre en torno a él. Los mismos dones recibidos de los Reyes Magos, precisamente por ir dirigidos al Señor, se distribuyen entre los pobres, el templo y los ministros del culto. Fue un acuerdo familiar. ”Confirieron luego entre María purísima y san José cómo se distribuyesen en tres partes… Y así lo ejecutaron con liberal y fervoroso afecto” (ibid., cap.18, n.573).

También el traslado de la residencia a una casa de Belén (de una “devota mujer”), fue determinación común, para buscar más vida oculta, debido a que aumentaba el “rumor” de la gente, después de la venida de los Reyes (cfr. ibid., n.574). En esa casa, María adoctrinaba a las mujeres y “el santo y sencillo esposo José se solía sonreír y admirar de las respuestas llenas de sabiduría y eficacia divina con que la gran Señora respondía y enseñaba a todos” (ibid., n.580).

El viaje a Jerusalén, para la presentación del niño en el templo, fue también programado conjuntamente. María pidió la bendición a su esposo (“como me la dais siempre que salgo de vuestra casa”) para comenzar la jornada, así como le rogó la dejara ir “a pie y descalza”. M. Agreda describe el calzado que usaba María: de “cáñamo… y aunque pobre, limpio y con decente aliño” (ibid., cap.19, n.587). José, con delicadeza, no permitió que María fuera descalza y María obedeció. En realidad ambos se obedecían mutuamente, pues cada uno quería satisfacer al otro: “Y como el santo esposo la obedecía también y se mortificaba y humillaba en mandarla, venían a ser entrambos obedientes y humildes recíprocamente… La obediente Reina no replicó más al santo esposo y obedeció a su mandato en no ir descalza” (ibid., n.588). La atención de ambos estaba en el niño que les bendecía, “y san José acomodó en el jumentillo la caja de los fajos del divino infante, y con ellos la parte de los dones de los Reyes que reservaron para ofrecer al templo” (ibd., n.589).

Los demás detalles de los preparativos son también expresión de una vida armoniosa de familia, donde todo se programa y comparte, buscando cada uno lo mejor para el otro: cómo debían entregar “las limosnas y ofrendas” y que “de camino trajese el santo esposo las tortolillas” (ibd., n.592).

La escena de la presentación, con el cántico y la profecía de Simeón, dejó huella imborrable en el corazón de María y de José. Ambos esposos, “se admiraron” (Lc 2,33) de todo ello. La MCD subraya que el evangelista les llama “padres del niño, según la opinión del pueblo, porque esto sucedió en público” (ibid, cap.20, n.600). José, “cuando oyó estas profecías, entendió también muchos de los misterios de la redención y trabajos del dulcísimo Jesús, pero no se los manifestó el Señor tan copiosa y expresamente como los conoció y penetró su divina esposa” (ibid., n.601). La “espada” profetizada por Simeón indica también el sentido de las pruebas y tribulaciones que todavía habían de pasar los dos esposos (cfr. ibid., nn.603-604).30

30 La narración de la MCD está fundamentada de acuerdo con los textos evangélicos de Lc 2,22-39). “Las madres tenían que esperar al sacerdote en la puerta oriental. Allá se fue María junto con otras, y aguardó a que el sacerdote tomara de su mano las palomas y el dinero. A su lado estaba José para pagar el rescate de Jesús” (F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., p.122) (la presentación de Jesús en el templo).

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Durante los días de su estancia en Jerusalén, los dos esposos acudían al templo “antes de la hora de tercia y estaban hasta la tarde en oración, eligiendo el lugar más inferior con el infante Jesús” (ibid., cap.21, n.606).

2. La vida de familia con ocasión del viaje hacia Egipto y durante todo el tiempo del exilio

Al recibir el encargo de huir a Egipto para salvar la vida del niño, la narración de la MCD expresa el dolor de ambos esposos, también porque cada uno se preocupa del sufrimiento del otro. En las palabras que se dirigen mutuamente afloran sentimientos de confianza en la Providencia y de sumo aprecio por el tesoro que tienen en el niño. José alienta a su esposa diciendo: “Animaos, Señora, para el trabajo de este suceso y decidme qué puedo yo hacer de vuestro alivio, pues tengo el ser y la vida para servicio de nuestro dulce niño y vuestro” (ibid., cap.21, n.611).

Como es sabido, los textos evangélicos son muy escuetos sobre este episodio (cfr. Mt 2,12-23), pero dan pie a fáciles y lógicas intuiciones, que se han ampliado en los llamados evangelios apócrifos. Algunos detalles de la MCD parecen reflejar estos escritos extrabíblicos, pero sin perder los contenidos básicos y la armonía de la fe.31

El viaje hacia Egipto y el tiempo de exilio fue un momento privilegiado para experimentar la vida familiar, compartiendo siempre la misma suerte de humildad y pobreza del niño Jesús. “Cogiendo sus pobres mantillas en la caja que las trajeron, partieron sin dilación a poco más de media noche, llevando el jumentillo en que vino la Reina desde Nazaret, y con toda prisa caminaron hacia Egipto” (ibd., n.613). No faltaron las dificultades del camino, que hacían sufrir “el corazón de los padres santísimos al partir con tanta prisa desde su posada” (ibid., cap.22, n.619).32

Durante el viaje, como en viajes anteriores, las conversaciones de los esposos versaban sobre temas espirituales que les podían consolar, mientras cada uno se preocupaba de lo que el otro necesitaba. “Con estos consuelos entretenía dulcemente el gran Patriarca las molestias del camino y su divina esposa le alentaba y animaba, atendiendo a todo con magnánimo corazón” (ibid., n.627). La doctrina mariana comunicada a M. Agreda se refiere a saber perdonar las ofensas (cfr. ibid., nn.628-629 ).

31 Ver detalles sobre el camino hacia Egipto, que “suponía varios cientos de kilómetros”, donde propiamente no había caminos, sino “sólo sendas escarpadas”, en: F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.134-135 (la travesía del desierto), pp.137-139 (la permanencia en Egipto). Las revelaciones privadas de la Bta. Anna Claudina Emmerick, sobre la llegada a Egipto, son parecidas a las de la MCD, haciendo resaltar más lo preternatural; cfr. Testi mariani del secondo millennio (Città Nuova, 2005) vol.6, pp.370-378.

32 La MCD deja constancia del deseo de María, de pasar primeramente por la casa de su prima Sta. Isabel (en Hebrón), para advertirla del peligro también para su hijo Juan. Pero se atuvo, con “humildad y obediencia”, al aparecer prudente y contrario de S. José (cfr. ibid., nn.621-622).

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Se describe el camino pasando por Gaza (que era el camino lógico hacia Egipto), para llegar a la ciudad de Heliópolis (ciudad de destino, según la tradición). Los contratiempos se compartían (a veces, por no encontrar hospedaje), ejercitando ambos esposos la paciencia, aunque los sufrimientos eran “mayores en el corazón de la Madre por las de su Hijo y de José, y él por las del niño y de la esposa y que no podía remediarlos con su diligencia y trabajo” (ibd., cap.23, n.630).

Al llegar a Egipto, la Sagrada Familia ejercía la caridad con los pobres y enfermos, mientras, aprovechaba la ocasión para dar testimonio de los designios salvíficos de Dios. En la MCD aparece como familia misionera, que anuncia a todos, en el momento oportuno y del modo más conveniente, los proyectos salvíficos de Dios (cfr. ibid., cap.24, n.645).

El lugar que encuentran para residir en Egipto (Helliópolis) corresponde a su estilo de vida recogido y caritativo a la vez: “una casa humilde y pobre pero capaz para su habitación y retirada un poco de la ciudad” (ibid, cap.25, n.653).

Si durante el camino, según la MCD y los evangelios apócrifos, hubo algunos hechos milagrosos, no fue así a su llegada al lugar del destierro, puesto que tenían que acomodarse a las mismas circunstancias de trabajo y pobreza que luego se darían en Nazaret. La MCD habla incluso de pasar hambre o de tener que pedir limosna (por parte de S.José), es decir, acudir “a la mesa ordinaria de los más pobres, que es la limosna mendicada” (ibid., n.654). Esto duró hasta que S. José “con su trabajo comenzó a ganar algún socorro” (ibid., n.655). Con el producto de este trabajo el santo esposo pudo hacer “una tarima desnuda en que se reclinaba la Madre y una cuna para el Hijo, porque el santo esposo no tenía otra cama más que la tierra pura y la casa sin alhajas, hasta que con su propio sudor pudo adquirir algunas de las inexcusables para vivir todos tres” (ibídem). Recordando y agradeciendo ambos los beneficios del pasado, supieron afrontar las dificultades con “alegría y quietud, dejándose a la divina providencia en su desabrigo y mayor pobreza” (ibídem).

Se describe la casa que habitaron (con alquiler), casi igual como la de Nazaret, pero lo más importante era la alegría familiar al confiar en la Providencia divina, poniendo de su parte el propio trabajo y la relación amistosa con otras personas y familias, que les ayudaron en su necesidad. María, según la MCD, decidió ayudar a S. José, “trabajando también ella con sus manos para aliviarle en lo que pudiese. Y como lo determinó lo ejecutó, buscando labores de manos” (ibid. n.656), con la particularidad de que, entre las mujeres, “corrió luego la voz de su aliño en las labores y nunca le faltó en qué trabajar para alimentar a su Hijo hombre v Dios verdadero” (ibid., n.656). El trabajo de María era, a veces, también durante la noche, para “no pedir ni esperar que Dios obrase milagro en lo que con su diligencia y añadiendo más trabajo se podía conseguir” (ibid., n.657). Seguían un horario de trabajo, de oración, de memoria de las Escrituras (sin poder disponer de los escritos), de descanso y vida familiar, muy armonioso y equilibrado (como inspirado por el niño Jesús) (cfr. ibid., n.658).

El cuidado paterno y materno del niño era el mayor consuelo para los esposos y el único y suficiente premio de sus trabajos y sacrificios (cfr. ibid., n.661). La doctrina que María comunicada a M. Agreda se refiere al trabajo y al cuidado (sin dejar la oración) que ha de tener la superiora de una comunidad, sin esperar milagro, para que no falte nada a toda la familia (cfr. ibid., n.663).

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María y José se dedicaron también conjuntamente a “curar enfermos” (ibid., cap.26, n.668). La doctrina mariana comunicada a M. Agreda se refiere al modo de hacer el bien a los demás en una comunidad, sin aires de superioridad, sino con humildad y caridad. El “oficio de prelada” es el de ser “madre”, mostrando esta cualidad “en el cuidado y amor de todas” (ibid., n.671).33

La vida familiar se va describiendo con los detalles sencillos que transparentan la felicidad de los esposos, como en el caso de los primeros pasos y las primeras palabras del niño Jesús. José seguía realizando el “oficio de padre cuidadoso” (ibid., cap.28, n.681). La paternidad adoptiva de José no impedía su verdadero amor de padre: “El amor que le tenía excedía sin medida a todo lo que los padres naturales han amado a sus hijos, porque en él fue la gracia y aun la naturaleza más poderosa que en otros”. Este amor se le convertía en “júbilo de su alma purísima oyéndose llamar padre del Hijo del mismo Dios” (ibid., n.682).

Los vestidos que proporcionaron al niño fueron sencillos y pobres, para anticipar su modo de “vivir pobre y desnudo de las cosas visibles” (ibid., n.684). María tejía la tela “en un telarcillo, como las labores que llaman punto”, con colores moderados. También le proporcionaron “unas sandalias como alpargatas de un hilo fuerte” (ibid., n.686). Educaron al niño para practicar, junto con sus padres, la caridad con los enfermos y pobres (ibid., cap.29, n.696).

El niño crecía y, según la edad, las muestras de cariño se expresaban de distinta manera. Siempre “se mostraba Hijo de la divina Madre, y a san José le trataba como a quien tenía este nombre y oficio; así los obedecía como hijo humildísimo a sus padres” (ibid., n.699; cfr. Lc 2,51-52).34

3. La Sda. Familia en Nazaret hasta la vida pública de Jesús

A) El regreso a Nazaret y la reorganización del hogar

El exilio en Egipto terminó cuando el ángel comunicó a S. José que ya era tiempo de regresar a su patria (cfr. Mt 2,19-23). Las decisiones sobre el viaje dependían de S. Jose, “que en aquella familia tan divina tenía oficio de cabeza” (ibid. cap.30, n.702). María y el niño obedecían siempre al santo, para dar ejemplo de humildad y caridad en la familia e instituciones. Así lo describe la MCD: “Fue luego san José a dar cuenta al infante Jesús y a su purísima Madre del mandato del Señor y entrambos le respondieron que se hiciese la voluntad del Padre celestial.

33 Al describir, en el cap.27, la reacción de Herodes y la muerte de los inocentes, M. Agreda se excusa de no poder dilucidar las diversas opiniones que existen entre los estudiosos. Ella escribe “sin opiniones” (sin dilucidarlas), porque se considera “mujer ignorante” (ibid., cap.27, n.678).

34 En la doctrina de la Virgen, comunicada a M. Agreda, se indica la finalidad del escrito (la MCD): “Dar a conocer al mundo lo que deben los mortales a su divino amor (de Cristo) y al mío (de María), de que viven tan insensibles y olvidados” (ibid., n.700).

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Y con esto determinaron su jornada sin dilación y distribuyeron a los pobres las pocas alhajas que tenían en su casa” (ibid., n.703).

El regreso a Palestina se describe de modo parecido a cómo la Sda. Familia había huido de Belén. La vida familiar en Nazaret (desde el regreso de Egipto) queda descrita con las características ya conocidas, pero la familia tendrá que afrontar situaciones nuevas: la pérdida de Jesús en el templo (a los doce años), la muerte de S.José y el inicio de la vida pública de Jesús.

Al llegar a Nazaret, “hallaron su antigua y pobre casa” toda en orden, gracias a una mujer familiar que la había cuidado durante la ausencia. La familia entera dio gracias a Dios: “Entró la divina Señora con su Hijo santísimo y su esposo José y luego se postró en tierra, adorando al Señor y dándole gracias por haberlos traído a su quietud… y sobre todo de que venía con su Hijo santísimo tan crecido y lleno de gracia y virtud” (ibid., n.707; cfr. Lc 2,40.52).35

Cada uno de los esposos ocupó su respectivo lugar en el trabajo y convivencia familiar. “El santo esposo José dispuso también lo que tocaba a sus ocupaciones y oficio, para granjear con su trabajo el sustento del niño Dios y de la Madre y de sí mismo”. Esta ocupación “fue la felicidad de este santo Patriarca” (ibid., n.708).

La actitud de María era de gran atención a su esposo, mientras ella “le servía y cuidaba de su pobre comida y regalo con incomparable atención y cuidado, agradecimiento y benevolencia”, siempre “obediente en todo y humillada en su estimación como si fuera sierva y no esposa… Cualquiera beneficio, por pequeño que fuese, le agradecía” (ibid., n.709). La doctrina mariana comunicada a M. Agreda se refiere a la confianza y gratitud para con la Providencia divina (cfr. ibid., nn.710-711).36

35 Las casitas de esas aldeas como la de Nazaret, tenían una sola habitación, dividida por un peldaño de unos centímetros (así la parte “superior” era menos húmeda). El suelo estaba cubierto con esteras, algunas de las cuales, desenrolladas, servían de cama por la noche. Dentro había un hornillo de barro, algunas sartenes, ollas y ánforas (para agua, aceite, grano, fruta seca…), una cómoda para los vestidos (con hierbas aromáticas para evitar la polilla), algún odre (para vino) que pendía de las paredes, algún candil, instrumentos de trabajo, un molinillo de piedra, etc. Por la noche hacían entrar dentro al burrito, las gallinas, etc., y cerraban la puerta. Fuera solía haber un patio común a varias casas, donde guardaban el combustible. Cfr. F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.153-156 (la casa y delante de la casa).36

? El trabajo de la mujer consistía en preparar el pan de cada día, proporcionar el agua (de la fuente), hilar lana y lino, tejer (buscando antes o comprando lo necesario), remedar los vestidos, etc. Eran trabajos que se desarrollaban en relación con otras mujeres, dentro o fuera de casa. El varón podía cuidarse de las ovejas o cabras, trabajar en el campo, construir casas, elaborar objetos de madera si era carpintero (arados, puertas, llaves, vigas); en la Biblia se habla de hacha, sierra, martillo, cepillo, plomada, compás, etc. En las parábolas se entreven muchos de estos detalles. Cfr. M.F. WILLAM, La vida de Jesús, o.c., pp.70-71 (la vida de Nazaret); Idem, Vida de María, o.c., pp.156-163 (al lado de la madre, ocupada en sus faenas). Sobre el vestuario de las mujeres, ibid., pp.145-

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La vida de la Sda. Familia fue discurriendo con estas circunstancias ordinarias, mientras el niño iba creciendo. Gracias a una vida de familia tan ejemplar, “se convirtió en nuevo cielo aquella humilde y pobre morada en que vivían” (Lib.V, 2ª parte, cap.1, n.712). El libro V de la segunda parte de la MCD recoge la vida posterior de Nazaret (con Jesús ya mayorcito de doce años y luego adulto), hasta el inicio de la vida pública.37

Durante los años anteriores a la pública de Jesús, (23 años, dice la MCD), María era “la primera discípula” de su hijo (cfr. ibid, n.714). María tuvo que acostumbrarse a las leyes naturales del crecimiento del hijo, además de ir profundizando en su misterio. Jesús iba mostrando una cierta “ausencia” o distanciamiento, para prepararla a afrontar los acontecimientos futuros de separación visible (ibid., n.715). Todo esto inflamó más el “corazón castísimo de la Madre” (ibid., n.716-720), como en la esposa de los Cantares (cfr. Cant 3,1).38

El lecho preparado para Jesús por María y José, seguía siendo “una tarima y sobre ella una sola manta”, con “una almohada pobre y de lana, que la misma Señora había hecho” (ibid., n.721). Sólo Dios sabe el intercambio de experiencias familiares y las confidencias de Jesús con sus padres (cfr. ibid., cap.2, nn.728-735).39

La Sda. Familia cumplía perfectamente todo lo mandado en la ley sobre las fiestas de Pascua, Pentecostés, Tabernáculos (cfr. Ex 34,23; Deut 16,16). Aunque las mujeres no estaban obligadas al viaje, S. José “se inclinaba a llevar consigo a la gran Reina su esposa y al Hijo santísimo, para ofrecerle de nuevo al eterno Padre, como siempre lo hacía, en el templo. A la Madre purísima también la tiraba la piedad y culto del Señor” (ibid., cap.3, n.737). Los esposos tomaron conjuntamente la decisión de subir juntos sólo la fiesta de la Pascua, que

149; la esposa solía “coser en la cofia las monedas de sus arras de novia” (ibid., p.145; así se puede comprender mejor el sentido “sponsal” de la parábola de la dracma perdida: Lc 15,8-10).37 “María la Madre de Jesús… como las mujeres de hoy (el autor habla de inicio del siglo XX, en Palestina) se levantaba ya al canto del gallo para moler el trigo del pan de aquel día en el molino de mano. Iría a la única fuente de Nazaret a buscar agua en grandes cántaros, y también enviaría a la fuente al Niño Jesús con vasijas menores y además hilaría y tejería la ropa que necesitaran en la familia” (F.M. WILLAM, L vida de Jesús, o.c., pp.70-71).

38 La MCD dice que “algunas veces que la amantísima Madre le llamaba para que fuese a comer se detenía y otras iba sin mirarla y sin hablarla palabra” (ibid., n.720). Los niños y niñas solían jugar en la plaza del pueblo a bodas (tocando la flauta) y a entierros (cantando himnos y haciendo de plañideras); la narración evangélica parece indicar fenómenos o caprichos de adolescencia en esos juegos (cfr. Mt 11,16-19; Lc 7,31-35). Ver: L. CERFAUX, Mensaje de las Parábolas, o.c., pp.156-157.

39 De hecho, los padres tenían que enseñar al niño las oraciones y los contenidos de la ley, especialmente la “shema” (“escucha, Israel, amarás al Señor tu Dios”: Deut 6,5). María, como todas las madres, observaba la reacción del rostro del hijo. En el vestido le puso unas hebras azules con borlas, como señal de ser hijo de Israel. Cfr. F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.167-171 (las oraciones diarias).

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“duraba siete días” (ibidem). S. José subía solo a Jerusalén en las otras dos fiestas, “pero cuando subían el Verbo humanado y la Virgen Madre por la fiesta de la Pascua en compañía de san José, era este viaje más admirable para él” (ibid., n.738).

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Cuando iban todos juntos a la fiesta de Pascua, los padres se adaptaban a las posibilidades del niño, “y era necesario ir despacio”, al paso del infante, quien “procedía como hombre pasible” (ibid., n.739). El crecimiento o desarrollo del niño tenía lugar según las indicaciones del evangelio (cfr. Lc 2,52), “y todo lo confería la prudentísima Señora en su corazón” (ibid., n.740; cfr. Lc 2,19.51).

Sobre las circunstancias del camino, debido a diversas posibilidades, la Virgen preguntaba y se adaptaba a los deseos del niño, como respetando y formando la iniciativa: “Preguntaba al niño Dios todo lo que habían de hacer en aquellas peregrinaciones, a qué lugares y posadas habían de ir” (ibid., n.742). El niño ayudaba a sus padres a asumir las dificultades, dilatando “su corazón con la caridad”, puesto que todo era “para remedio de los hombres. Y este ofrecimiento hacían juntos Hijo y Madre santísimos, complaciéndose en él la beatísima Trinidad” (ibid., n.743).

B) La pérdida de Jesús en el templo y el regreso a Nazaret

La escena de la pérdida del niño Jesús en templo, durante la fiesta de Pascua, queda narrada en la MCD, ampliando los detalles evangélicos, en armonía con los que ya disponemos por el texto sagrado (cfr. Lc 2,41-52). Durante la celebración de la fiesta de Pascua en Jerusalén, “la dichosa Madre y su santo esposo respectivamente recibían de la mano del Señor en estos días favores y beneficios sobre todo pensamiento humano” (ibid., cap.4, n.746).

La MCD conoce bien las costumbres de las caravanas de peregrinos en estas ocasiones. Caminaban en grupos, los hombres separados de las mujeres; los niños podían ir con cualquier grupo (cfr. ibid., n.747). De este modo, en el regreso, los padres se dieron cuenta de la ausencia del niño, sólo al final de la primera jornada de camino. Entonces vivieron conjuntamente el dolor de la pérdida: “Quedaron los dos casi enmudecidos con el susto y admiración, sin poderse hablar por mucho rato y cada uno respectivamente, gobernando el juicio por su profundísima humildad, se hizo cargo a sí mismo de haberse descuidado en haber dejado a su Hijo santísimo que se perdiese de vista” (ibid., n.753)).

La MCD describe la búsqueda del niño con términos de los Cantares (cfr. Cant 3, 2-5, 8-10). Cada uno de los esposos fue buscando al niño por distintos lugares. Algunas personas daban razón de haber visto un niño como lo describían sus padres, pero diciendo que lo habían visto pidiendo limosna o visitando a los enfermos (cfr. ibid., n.753).

S. José buscaba al niño por su cuenta o se encontraba continuamente con la Virgen para comunicar noticias. “Y todos tres días padeció incomparable y excesiva aflicción y dolor, discurriendo de unas partes a otras, unas veces con su divina esposa, otras sin ella, y con gravísima pena… sin acordarse de alimentar la vida ni socorrer la naturaleza” (ibid., n.754). Así hasta el tercer día, cuando ya encontraron al niño.40

40 Los niños de Palestina, a los 12 años tenían una cierta autonomía y, en cierto modo, se consideraban como adultos. Cfr. F.M. WILLAM, Vida de María, o.c., pp.179-189 (Jesús se queda en el templo, el niño perdido y hallado); S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, o.c., III, cap.VII-VIII (pérdida y hallazgo de Jesús en el templo).

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El hallazgo del niño en el templo, con algunos detalles más que los que ofrecen los evangelios, lo cuenta la MCD haciendo resaltar la convivencia familiar. El método pedagógico de preguntas y respuestas era muy usual. La pregunta y queja “amorosa” de la Virgen (cfr. Lc 2,48) se expresó “con igual reverencia y afecto, adorándole como adorándole como a Dios y representándole su aflicción como a Hijo” (ibid., cap.5, n.766). María, ya “a solas con su Hijo”, manifestó “su dolor y pena”, proveniente de su “desfallecido corazón” de Madre, cualpándose a sí misma por el “descuido” de haberle perdido de vista. Jesús la consoló, marchando todos juntos hacia Nazaret (cfr. ibid, n.767). Durante el camino de regreso, María, como madre cariñosa y detallista, cuidó que él “descansase un poco en el campo y recibiese algún sustento, y lo admitió de mano de la gran Señora, que de todo cuidaba como Madre de la misma Sabiduría” (ibid., n.768).

Partiendo del texto evangélico sobre la obediencia de Jesús a sus padres y la meditación de María sobre sus actitudes y sus palabras (cfr. Lc 2,51-52), la MCD afirma que para ejercer el oficio y autoridad de madre, María necesitó “diferente gracia que para concebirle y parirle”. Pero esta misma gracia recibida por ella, “redundaba en el felicísimo esposo san José, para que también él fuese digno padre putativo de Jesús dulcísimo y cabeza de esta familia” (ibid., n.770).

La conducta de Jesús, conforme iba creciendo en edad, se concretaba también en algunas obras de caridad con enfermos, pobres y afligidos, ofreciendo a todos alguna orientación o consejo (cfr. ibid., cap.8, n.795). La convivencia de Jesús con su madre se concretaba, por parte de ella, en una cierta cooperación, “asistiéndole en los oficios que disponía con el linaje humano, de padre, hermano, amigo, y maestro, abogado, protector y reparador” (bid., n.796).

Mientras se describe ampliamente la convivencia entre María y Jesús, la MCD va dando orientaciones de vida familiar. Así, al tratar de los mandamientos, se hace un resumen de las relaciones entre padres e hijos: “En el cuarto (mandamiento), de honrar a los padres, conoció todo lo que comprendía por nombre de padres y cómo después del honor divino tiene el segundo lugar el que deben los hijos a los padres y cómo se le han de dar en la reverencia y en ayudarles y también la obligación de parte de los padres para con los hijos” (ibid., cap.10, n.823).

Al hablar de los sacramentos, se concreta también en el sacramento del matrimonio. El “significado” de este sacramento aparece en el desposorio y amor de Cristo con su Iglesia, es decir, “el misterio del matrimonio espiritual del mismo Cristo con la Iglesia santa” (cfr. Ef 5,32). “De este sacramento, bien vivido”, derivan “grandes bienes en los hijos de la Iglesia santa”. María, ya anticipadamente, “hizo cánticos de alabanza y agradecimiento en nombre de los católicos que habían de recibir este beneficio” (ibid, cap.11, n.839.

Con el pasar de los años, S. José estaba menos capacitado para el trabajo material. Por lo cual, María (cuando ella tenía 33 años de edad) decidió “sustentar con su trabajo a su Hijo santísimo y a José” (ibid, cap.13, título del capítulo).

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Aunque S. José “no era muy viejo”, no obstante, debido a “los cuidados y peregrinaciones y el continuo trabajo que había tenido para sustentar a su esposa y al Señor del mundo le habían debilitado más que la edad”, se sentía “ya muy quebrantado en las fuerzas del cuerpo”. A ello se añadieron “algunas enfermedades y dolores… que le impedían mucho para el trabajo corporal”. Pues bien, en este momento, “la prudentísima esposa, que siempre le había estimado, querido y servido más que ninguna otra del mundo a su marido”, le agradeció el que, a ella y a su hijo, la hubiera sustentado “con el sudor” de su cara. Entonces María le hace esta propuesta: “Yo os suplico, señor mío, que descanséis ahora del trabajo, pues ya no le pueden tolerar vuestras flacas fuerzas. Yo quiero ser agradecida y trabajar ahora para vuestro servicio en lo que el Señor nos diere vida” (ibid., n.857).

S. José, como era habitual en él, escuchó “las razones de su dulcísima esposa, vertiendo muchísimas lágrimas de humilde agradecimiento y consuelo”. En un primer momento, el santo pidió a su esposa que “permitiese que continuase siempre su trabajo, pero al fin se rindió a sus ruegos, obedeciendo a su esposa”. Desde este momento, S. José “cesó en el trabajo corporal de sus manos con que ganaba la comida para todos tres, y los instrumentos de su oficio de carpintero los dieron de limosna, para que nada estuviera ocioso y superfluo en aquella casa y familia”. Desde entonces, se dedicó más a la contemplación y “ejercicio de las virtudes” (ibid., n.858).

A partir de entonces, la Virgen asumió “por su cuenta sustentar con su trabajo a su Hijo santísimo y a su esposo”, con un trabajo más intenso, “hilando y tejiendo lino y lana y ejecutando misteriosamente todo lo que Salomón dijo de ella en los Proverbios, capítulo 31” (ibid., n.859).

En la vida familiar de Nazaret, el sustento consistía sólo en “pescados, frutas, yerbas, y esto con admirable templanza y abstinencia”. Pero la Virgen “para san José aderezaba comida de carne, y aunque en todo resplandecía la necesidad y pobreza, suplía uno y otro el aliño y sazón que le daba nuestra divina Princesa y su fervorosa voluntad y agrado con que lo administraba”. Maria, que “dormía poco”, “algunas veces” dedicaba “mucha parte de la noche” al trabajo manual. En algunas ocasiones, ni aún este trabajo extra por parte de María lograba cubrir los gastos que se necesitaban para el cuidado de S. José. Entonces la Providencia hacía que no les faltara lo necesario (cfr. ibid., n.960).41

C) Enfermedad y muerte de S. José

Aunque ya en los últimos años de la vida de José, éste se resentía en la salud, la situación se fue agravando con su última enfermedad. Entonces la Virgen le cuidaba todavía con más esmero. Los trabajos que sufrieron los santos esposos, María y José, son un ejemplo para descubrir el valor corredentor de todo sufrimiento. Estos trabajos, unidos a los de Cristo, “Redentor del mundo”, han servido de estímulo a “tantos hombres y mujeres… que le imitaron y siguieron por el camino de la cruz” (ibid., cap.14, n.865).

41 La doctrina de la Virgen, comunicada a M. Agreda, habla de la dignidad del trabajo, para denunciar la actitud de los poderosos (“señores y nobles”) que, en el siglo XVII hacían que “el trabajo cargue en los humildes y pobres de la república y, que éstos sustenten con su mismo sudor el fausto y soberbia de los ricos y el flaco y débil sirva al fuerte y poderoso” (ibid ., n.862).

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Por este “camino real” de la cruz, Cristo “llevó al esposo de su Madre santísima, José, a quien amaba sobre todos los hijos de los hombres”, a fin de “acrecentar los merecimientos y corona antes que se le acabase el término de merecerla”. Por esto, permitió el Señor “algunas enfermedades de calenturas y dolores vehementes de cabeza y coyunturas del cuerpo muy sensibles y que le afligieron y extenuaron mucho”. Pero por encima de este dolor, tenían otro dolor más profundo que derivaba “de la fuerza del amor ardentísimo que tenía” (ibid., n.866).

La paciencia y gozo de S. José eran sostenidos por las atenciones de María y de Jesús. “La prudentísima esposa lo atendía todo y le daba el peso y estimación digna”. María “trabajaba con increíble gozo para sustentarle y regalarle, aunque el mayor de los regalos era guisarle y administrarle la comida sazonadamente con sus virginales manos; y porque todo le parecía poco a la divina Señora respecto de la necesidad de su esposo y menos en comparación de lo que le amaba” (ibid., n.867).42

En su oración, María “pedía al Señor con ardentísima caridad le diese a ella los dolores que padecía su esposo y le aliviase a él”. Mientras se compadecía por él, daba gracias a Dios por su santidad y méritos que su esposo iba adquiriendo (cfr. ibid., n. 869). Cuando los sufrimientos eran más agudos, acudía a su hijo, para que los dolores “no afligiesen tanto al justo y amado del Señor” (ibid., n.869). La doctrina mariana transmitida a M. Agreda invita a comportarse en la vida comunitaria y familiar con la misma caridad de María para con su esposo (cfr., n.872).

Los “ocho años” de enfermedades de S. José, le ayudaron a él para santificarse más, mientras sirvieron para que María mostrara más que nunca su atención cariñosa hacia su esposo. Al llegar el momento del “tránsito”, María se une más estrechamente a los sentimientos filiales de Jesús, intercediendo por él (cfr. ibid., cap.15, n.873).

José, en el último momento de su vida, dio la bendición de despedida, mientras María “le besó la mano con que la bendijo”. José todavía “pidió perdón a su divina esposa de lo que en su servicio y estimación había faltado como hombre flaco y terreno” y, confiándose a su oración, la saludó parafraseando las palabras de Isabel: “Bendita sois entre todas las mujeres y escogida entre todas las criaturas” (ibid., n.876). Finalmente se dirigió a su hijo Jesús, agradeciéndole el haber sido “esposo de vuestra verdadera Madre” y recibiendo de él la bendición (ibid., n.877). Por encima de la enfermedad, “fue el amor la última dolencia de sus enfermedades” (ibid., n. 878).

Después de la muerte de S. José, fue María quien, sin falta de “recato” y modestia, “viendo a su esposo difunto, preparó su cuerpo para la sepultura y le vistió conforme a la costumbre de los demás, sin que llegasen a él otras manos que las suyas” (n.879).42 La narración de la MCD se entretiene en detalles familiares por parte María y del mismo José. Ella, a veces, “llevándole del brazo”; él, porque “procuraba animarse mucho y excusar a su esposa algunos de estos trabajos”. En “los últimos tres años de la vida del santo”, María le asistía “de día y de noche”, también con la ayuda y compañía de Jesús. El motivo principal de estos cuidados era: “porque él solo mereció tener por esposa a la misma que fue Esposa del Espíritu Santo” (ibid., n.968). ver detalles parecidos en la Bta. Anna C. Emmerick, o.c.

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María “tuvo natural sentimiento y dolor de la muerte de san José, porque le amaba como a esposo, como a santo y tan excelente en la perfección, como amparo y bienhechor suyo. Y aunque este dolor en la prudentísima Señora fue bien ordenado y perfectísimo, pero no fue pequeño… y si lo que se amó de corazón no se pierde sin dolor, mayor será el dolor de perder lo que se amaba mucho” (ibid., cap.16, n.886).

S. José había vivido “sesenta años y algunos días más, porque de treinta y tres se desposó con María santísima y en su compañía vivió veinte y siete poco más; y cuando murió el santo esposo quedó la gran Señora de edad de cuarenta y un años y entrada casi medio año en cuarenta y dos, porque a los catorce años fue desposada con san José… y los veinte y siete que vivieron juntos hacen cuarenta y uno y más lo que corrió de 8 de setiembre hasta la dichosa muerte del santísimo esposo” (n.886). Lo que el Señor había comunicado a S. José, “todo lo hizo para que fuese digno esposo y amparo de la que elegía por Madre” (ibid., n.887).43

La vida familiar de María, después de la muerte de S. José, transcurrió junto a Jesús, hasta que éste iniciaría su vida pública. Las comidas era moderadas (“no habían de comer más de una sola vez por tarde”). Cuando vivía S. José, ya tan enfermo, había tomado más alimento “por el amor que tenían” y por “acompañarle por su consuelo en las horas y tiempos de la comida” (ibid., cap.17, n.898).

Ya sin la ocupación de cuidar de S. José, “no comieron el Hijo santísimo y su beatísima Madre más de sola una vez a la hora de las seis de la tarde, y muchos días la comida era solo pan, otras añadía la divina Señora frutas, yerbas o pescados, y éste era el mayor regalo de los Reyes del cielo y tierra” (ibídem). Esta convivencia familiar, ya sólo entre María y Jesús, duró unos “cuatro años” (ibid., cap.18, n.909).44

Líneas conclusivas: Datos fundamentales de un mensaje

La MCD ofrece datos suficientes que describen la vida de la Sda. Familia en sus diversas etapas, pero destacando los rasgos de interioridad o de los sentimientos y actitudes. Hemos

43 M. Agreda, hace una semblanza sintética del santo esposo de María y padre putativo de Jesús: “Era blando de condición, caritativo, afable, sencillo y en todo descubría no sólo inclinaciones santas sino angélicas, y creciendo en virtudes y perfección llegó con vida irreprensible a la edad que se desposó con María santísima” (ibid., n.889; cfr. n.890). “El objeto del amor” era siempre “Cristo Señor nuestro y su Madre”, con “candidísimo y fidelísimo corazón”, colmado por la “caridad” (ibid., n.891).44

? Cuando Jesús se dio a la predicación, iniciada ya su vida pública, se encontró con María algunas veces, por lo menos durante las bodas de Caná (cfr. Jn 2) y también cuando sus parientes, creyendo que estaba fuera de sí, vinieron con María su madre para llevárselo a Nazaret (cfr. Lc 8,19; Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; Lc 19,21). Al narrar la escena de la visita de Jesús a Nazaret, la MCD indica una cierta familiaridad espiritual entre los discípulos de Jesús y su Madre: “Pidieron estos cinco primeros discípulos al Señor que les diese aquel consuelo de ver a su Madre y reverenciarla, y concediéndoles esta petición caminó vía recta a Nazaret” (ibid., cap.29, n.1026).

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intentado hacer una “relectura”, en vistas a destacar elementos objetivos, prescindiendo, hasta cierto punto, de los fenómenos místicos o gracias extraordinarias recibidas por M. Agreda. No resulta fácil respetar la gracia de Dios, mientras, al mismo tiempo, se prescinde (sin ningún género de rechazo) de las expresiones que corresponden a una cultura, a una época o a la psicología de una persona.

Hay que distinguir los diversos momentos de la vida de María y José: desposorio inicial, inicio de la vida familiar en Nazaret, visitación de María a su prima Sta. Isabel, dudas de S.José, preparativos para el nacimiento del niño, viaje y estancia en Belén, exilio y estancia en Egipto, infancia de Jesús en Nazaret (pérdida en el templo), vida oculta en Nazaret durante la juventud de Jesús (trabajo de cada miembro de la familia, fiestas, etc.), enfermedad y muerte de S. José.

En la convivencia familiar destaca una profunda y respetuosa convivencia interrelacinal, los diálogos clarificadores, los viajes y dificultades afrontados en familia, la distribución del trabajo para cada miembro de la familia, la celebración de las fiestas, el arreglo de la casa (comidas, vestidos, costumbres, etc.), la relación hacia fuera de la familia (caridad, apostolado, etc.).

Son muy delicados los sentimientos que se describen en cada uno de los esposos, aunque, a veces, hay cierta redundancia y quizá exceso de sentimientos en la expresión literaria. La relación entre María y José aparece en un plano de mutua apertura, de confianza, de sinceridad, de respeto hacia el proyecto de Dios sobre cada uno, de búsqueda del bien del otro… Las decisiones se toman de común acuerdo, teniendo en cuenta el puesto de cada uno (sin olvidar la mentalidad de la época en que escribe M. Agreda).

Hay aspectos que, de algún modo, superan la época en que se escribe la MCD (siglo XVII), como es el caso del margen de iniciativa que tiene la esposa (dentro y fuera de casa), la dignidad del trabajo humilde (y la crítica de la sociedad española y europea del siglo XVII), la armonía entre la vida doméstica de la esposa y su trabajo específico (que en aquella época era especialmente, aunque no sólo, dentro del hogar), la vida de pobreza voluntaria en vistas a compartir los bienes con los necesitados, la función evangelizadora de la familia hacia fuera, el dejar de lado las propias preferencias legítimas en bien del consorte, etc. Los esposos buscan armónicamente el mayor bien del hijo, mientras éste, al mismo tiempo, colabora responsablemente en la vida del hogar.

En resumen: transparencia de cada uno de los componentes de la familia, respeto y colaboración en el proyecto familiar común y en lo específico de cada uno, cualidades de un diálogo constructivo y clarificador, aceptación constructiva y en común de las vicisitudes de la vida dentro y fuera del hogar…

En la MCD, como es lógico, todo gira en torno a Jesús, el Salvador, Maestro y Redentor, verdadero Dios y verdadero hombre, que ha querido compartir las vicisitudes de una familia, en vistas a redimirla y hacerla imagen de su mismo desposorio con toda la Iglesia (cfr. Ef 5,25-27; texto citado y comentado en la MCD, 2ª parte, lib.V, cap.11, n.839).

Hoy la Santísima Virgen continúa presente en todos los hogares cristianos, para que testimonien “el misterio del matrimonio espiritual del mismo Cristo con la Iglesia santa”, puesto que de la vivencia familiar auténticamente cristiana derivan “grandes bienes en los hijos de la Iglesia santa”. Ella, siempre unida a Cristo su hijo, en todos hogares cristianos,

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como en Nazaret, con Jesús y José, sigue entonando “cánticos de alabanza y agradecimiento” como prolongación y actualización de su “Magníficat” (cfr. ibídem).

De modo parecido, Juan Pablo II afirmaba que en la Sagrada Familia de Nazaret “vivió escondido largos años el Hijo de Dios”; por esto “es el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas. Aquella familia, única en el mundo, que transcurrió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún, a todas las familias del mundo, para que sean fieles a sus deberes cotidianos, para que sepan soportar las ansias y tribulaciones de la vida, abriéndose generosamente a las necesidades de los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas”.45

45 JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Familaris consortio (22 noviembre 1981) n.86 (conclusión).

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