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    Jaime BalmesPresbtero

    Cartas a un escpticoen materia de rel igin

    1862

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    Advertencia

    De las 25 cartas que se han reunido en este volumen, catorcesalieron a la luz en la revista La Sociedad,que el mismo autor pu-blic en Barcelona, en los aos de 1843 y 1844. Despus se aa-dieron once cartas ms para completar la presente edicin. Estacoleccin puede considerarse como una apologa de la ReliginCatlica, escrita con la variedad amena a que de suyo convida elestilo epistolar. La circunstancia de dirigirse todas las cartas a un

    escptico, hace que se puedan presentar las pruebas, las dificulta-des y las soluciones, bajo el aspecto ms acomodado al espritu ynecesidades de la poca.

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    NDICE

    Carta I: El escepticismo. Carcter de la autoridad ejercida por laIglesia catlica. La fe y la libertad de pensar. Vano prestigio de lasciencias.Carta II: Multitud de religiones. Impotencia de la filosofa en laexplicacin de los misterios del hombre.Carta III: Sencilla demostracin de la existencia de Dios. Eter-nidad de las penas del infierno. El purgatorio.Carta IV: Filosofa del porvenir. El catolicismo no est amena-

    zado de muerte. En los cuatro ngulos del universo est dandoseales que acreditan su vida y vigor. En todas las pocas la Igle-sia ha sufrido grandes males.Carta V: La sangre de los mrtires. El valor y la fortaleza. Losmrtires. Situacin horrible en que se encontraban. La persecuciny el entusiasmo. El perseguir una doctrina no es buen medio parapropagarla. Comparacin entre la propagacin del cristianismo y ladel protestantismo.

    Carta VI: La transicin social. Pruebas histricas de que es gene-ral a todos los tiempos. Se examina si el progreso es la ley de lassociedades. Se admite este principio, pero con alguna restriccin.La civilizacin antigua y la moderna. Nuestros males no son tantoscomo los de otros tiempos. Causas que contribuyen a abultarlos. Elcristianismo nada tiene que temer de las transiciones sociales.CartaVII: La tolerancia. La gracia y la fe. Doctrina catlica sobrela fe. Injusticia e intolerancia de los incrdulos. Un fiel puede teneridea clara del estado de espritu de un incrdulo. Lo que debe ha-cer un catlico antes de disputar con un incrdulo. En las disputasreligiosas es necesario guardarse del orgullo.Carta VIII: Doctrinas falsas sobre la inmortalidad del alma, lalibertad del hombre y la duracin del mundo. Observacionessobre la abnegacin de la razn. Su vanidad intolerable.Carta IX:Pantesmo de la filosofa alemana.La substancia uni-

    versal de su sistema. La idea. La existencia. La razn impersonal.Las leyes objetivadas.

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    Carta X: El pantesmo niega la libertad humana. Escuela filosfi-ca francesa de Mr. Cousin. Su pantesmo. Con sus teoras todaslas religiones quedan reducidas a la nada.Carta XI: Es falso que la religin nos prohba amarnos a noso-

    tros mismos. Lo que nos dice el catecismo sobre el origen y des-tino del hombre. La religin cristiana hermana y armoniza de unamanera admirable el amor de Dios, el de s mismo y el del prjimo.Cmo se entiende la muerte del amor propio de que hablan los au-tores msticos. Cmo se entiende el aborrecimiento de s mismo.La moralidad del Evangelio ha sido aplaudida hasta por los msviolentos enemigos del cristianismo.Carta XII: Contradicciones de los incrdulos. La moral de los

    hombres irreligiosos. Defensa de la moral del Evangelio. Las pa-siones. Actos internos y externos. Diferencia capital entre la religincristiana y los filsofos que la combaten. Vicio radical del sistemade los incrdulos. Aplicacin al principio de fraternidad universal.Sabidura de la moral evanglica. Suavidad de los incrdulos con-vertida en crueldad. Observaciones sobre la Providencia. Importan-cia de la religin.Carta XIII: La humildad. Dicho de Santa Teresa. Pasaje de San

    Francisco de Sales. Cun agradable es la humildad a los ojos delmundo.Carta XIV: Los cristianos viciosos. Los tibios. Cmo es posibleque un hombre religioso sea vicioso. El jugador. El disipador. Ob-servaciones sobre las pasiones humanas. Efecto de la religin so-bre la moral de los hombres. Sus efectos preventivos. Flaqueza dela moral de los hombres irreligiosos.Carta XV: Destino de los nios que mueren sin bautismo. Penade dao y de sentido. Las opiniones y el dogma. Protestantes y ca-tlicos. Santo Toms. Ambrosio Catarino. Se defiende la justicia deDios.Carta XVI: Los que viven fuera de la Iglesia. Justicia de Dios. Laculpa supone la libertad. Observaciones sobre la obscuridad de losmisterios.Carta XVII: La visin beatfica. El conocimiento y el afecto en sus

    relaciones con la felicidad. Dos conocimientos de intuicin y deconcepto. En qu consiste el dogma de la visin beatfica.

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    Carta XVIII: El purgatorio. Cmo se alan el dogma del infierno yel del purgatorio. Los sufragios. La caridad. Belleza de nuestrodogma. No es invencin humana.

    Carta XIX: La felicidad en la tierra. Justos e injustos. Preocupa-

    cin general sobre la fortuna de los malos. Los males generales al-canzan a todos. La virtud es ms feliz. Leyes fsicas y morales. Sedebe prescindir de excepciones. Los criminales que caen bajo laley. Los que la evitan. Ilusin de su dicha. Parangn de buenos ymalos. De ambas clases los hay felices e infelices. La diferencia enla desgracia. La preocupacin en contradiccin con los proverbios.Los ambiciosos violentos. Su suerte. Los intrigantes. Sus padeci-mientos. El avaro. El prdigo. El disipador. Harmona de la virtud

    con todo lo bueno. Hay justicia sobre la tierra.Carta XX: El culto de los Santos. Cmo se distingue del que seda a Dios. Por qu honramos a los Santos. Diferencias entre el jus-to en vida y el santo en el cielo. Veneracin de la virtud. Las im-genes. La religin y el arte. Los Santos bienhechores de la huma-nidad.Carta XXI: La invocacin a los Santos. Valor de la oracin de unhombre por otro. Inclinacin natural a esta oracin. Tradicin uni-

    versal en su favor.Carta XXII: Veneracin de las reliquias y de los sepulcros. Si elculto debe interesar la sensibilidad. Dos movimientos de adentroafuera y de afuera adentro. Naturalidad y utilidad de este culto.Carta XXIII: Comunidades religiosas. Injusticia de ciertas restric-ciones. Su derecho a la libertad. Si las comunidades religiosas soncosa esencial en la Iglesia. Las comunidades religiosas y la socie-dad; su historia y porvenir.Carta XXIV: La severidad de las instituciones religiosas. Qu esel religioso. Necesidad de un pbulo. Leyes e instituciones. Su ne-cesidad de preservativos. Gradacin de los trnsitos del bien almal. Ejemplo de la infraccin de las leyes. Las formalidades. Lasleyes ms fuertes no son las ms observadas. Sabidura de losfundadores de los institutos religiosos. Abundancia de ocupacionesy prcticas. Ley de la distribucin de fuerzas entre las facultadesdel alma.

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    Carta XXV: La objecin del escptico contra lo extraordinario.No es signo de sabidura la incredulidad en lo extraordinario. Raznde la credulidad de los grandes pensadores. Incredulidad de los ig-norantes. Lo extraordinario en muchas cosas. Origen del lenguaje.Origen del hombre. Origen del mundo. Misterio de la vida. Misteriosastronmicos. Por qu los hombres grandes son religiosos. Gran-dor y misterios de la realidad.

    &

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    Carta I

    Cuest iones impor tantes s obre el escept ic ismo.

    Carcter de la autoridad ejercida por la Iglesia catlica. La fe y lalibertad de pensar. Vano prestigio de las ciencias. Un pronuncia-miento cientfico. Naufragio de las convicciones filosficas. Sistema

    para aliar cierto escepticismo filosfico con la fe catlica. El escep-ticismo y la muerte. El escepticismo, causante de un tedio insopor-table, es una de las plagas caractersticas de la poca. Motivos dela permisin divina. La fe contribuye a la tranquilidad de espritu.

    Mi estimado amigo:

    Difcil tarea me ha deparado usted en su apreciada carta, ha-blndome del escepticismo: ste es el problema de la poca, lacuestin capital, dominante, que se levanta sobre todas las dems,cual entre tenues arbustos el encumbrado ciprs. Qu pienso delescepticismo; qu concepto formo de la situacin actual del esprituhumano, tan tocado de esta enfermedad?; cules son los proba-bles resultados que ha de acarrear a la causa de la religin? Todoesto quiere usted que le diga; a todas estas preguntas exige usteduna respuesta cabal y satisfactoria; aadindome que quizs deesta manera se esclarezcan algn tanto las tinieblas de su enten-dimiento, y se disponga a entrar de nuevo bajo el imperio de la fe.

    Deja usted entrever algunos recelos de que mis respuestassean sobradamente dogmticas y decisivas; hacindome, la carita-

    tiva advertencia de que es menester despojarse por un momentode las convicciones propias, y procurar que la discusin filosficase resienta todo lo menos posible de la invariable fijeza de las doc-trinas religiosas. Asomaba a mis labios la sonrisa al leer las pala-bras que acabo de transcribir, viendo que de tal manera viva ustedequivocado sobre la verdadera situacin de mi espritu; pues se fi-guraba hallarme tan dogmtico en filosofa como me haba encon-trado en religin. Me parece que, a fuerza de declamar contra laesclavitud del entendimiento de los catlicos, han logrado en buenaparte su daado objeto los incrdulos y los protestantes, persua-diendo a los incautos de que nuestra sumisin a la autoridad de la

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    Iglesia en materias de fe, quebranta de tal suerte el vuelo del esp-ritu y anonada tan completamente la libertad de examinar, hasta enlos ramos que no pertenecen a la religin, que somos incapaces deuna filosofa elevada e independiente. As tenemos por lo comn ladesgracia de que sin conocernos se nos juzgue, y sin ornos se noscondene. La autoridad ejercida por la Iglesia catlica sobre elentendimiento de los fieles, en nada cercena la libertad justa yrazonableque se expresa en aquellas palabras del Sagrado Texto:entreg el mundo a las disputas de los hombres.

    Todava me atrever a aadir que, seguros los catlicos dela verdaden los negocios que ms les importan, pueden ocupar-se en las cuestiones puramente filosficas con nimo ms

    tranquilo y sosegado, que no los incrdulos y escpticos: me-diando entre ellos la diferencia que va de un observador que con-templa los fenmenos terrestres y celestes desde un lugar a cubier-to de todo peligro, a otro que se halla precisado a verificarlo desdeuna frgil tabla abandonada a merced de las olas. Cundo enten-dern los enemigos de la religin que la sumisin a la autoridadlegtima nada tiene de servilismo, que el homenaje tributado alos dogmasrevelados por Dios no estorpe esclavitud, sino el ms

    noble ejercicio que podamos hacer de la libertad? Tambin loscatlicos examinamos, tambin dudamos, tambin nos engolfamosen el pilago de las investigaciones; pero no dejamos la brjulade la mano, es decir, la fe; porque, as en la luz del da como enlas tinieblas de la noche, queremos saber dnde est el polo paradirigir cual conviene nuestro rumbo.

    Habla usted de la flaqueza de nuestro espritu, de la incerti-dumbre de los conocimientos humanos, de la necesidad de discutir

    con aquella modesta reserva inspirada por el sentimiento de la pro-pia debilidad; pues qu?, por ventura esas mismas reflexionesno son la ms elocuente apologa de nuestra conducta?; no esesto mismo lo que estamos continuamente encareciendo, cuandoprobamos y evidenciamos que es til, que es prudente, que escuerdo, que es indispensable el vivir sometido a una regla? Su-puesto que se ofrece la oportunidad, y que la buena fe exige quehablemos con toda sinceridad y franqueza, debo manifestarle, mi

    estimado amigo, que, salvo en materias religiosas, me inclino a

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    creer que no lleva usted tan adelante el escepticismo como steque usted se imaginaba tan dogmtico.

    Hubo un tiempo en que el prestigio de ciertos hombres, el des-lumbramiento producido por la radiante aureola que coronaba sus

    sienes, la ninguna experiencia del mundo cientfico, y, sobre todo,el fuego de la edad, vido de cebarse en algn pbilo noble y se-ductor, me haban comunicado una viva fe en la cienciay me ha-can saludar con alborozo el da afortunado, en que introducirmepudiera en su templo para iniciarme en sus profundos arcanos, si-quiera como el ltimo de sus adeptos. Oh!, aqulla es la ms her-mosa ilusin que halagar pudo el alma humana: la vida de los sa-bios me pareca a m la de un semidis sobre tierra; y recuerdo que

    ms de una vez fijaba con infantil envidia mis ojos sobre un alber-gue que encerraba un hombre mediano, que yo en mi experienciaconceptuaba gigante. Penetrar los principios de todas las cosas,levantar un tupido velo que cubre los secretos de la naturaleza, le-vantarse a regiones superiores descubriendo nuevos mundos quese escapan a los ojos de los profanos, respirar en una atmsferade pursima luz, donde el espritu se despegara del cuerpo, adelan-tndose a gozar de las delicias de un nuevo porvenir: stos crea

    yo que eran los beneficios que proporcionaba la ciencia; nadandoen esta felicidad contemplaba yo a los sabios; viniendo, por fin, losaplausos y la gloria que a porfa les rodeaban, a solazarlos en losbreves momentos en que, descendiendo de sus celestiales excur-siones, se dignaban poner de nuevo sus pies sobre la tierra.

    La literatura, me deca yo a m mismo, sus investigacionessobre lo bello, lo sublime, sobre el buen gusto, sobre las pasiones,les suministrarn reglas seguras para producir en el nimo del

    oyente o del lector el efecto que se quiera; sus estudios sobre lalgicae ideologa les darn un clarsimo conocimiento de las ope-raciones del espritu, y de la manera de combinarlas y conducirlaspara alcanzar la verdad en todo linaje de materias; las cienciasmatemticas y fsicas deben de rasgar el velo que cubre los se-cretos de la naturaleza; y la creacin entera con sus arcanos y ma-ravillas se desplegar a los ojos de los sabios, como se desarrollaun raro y precioso lienzo a la vista de favorecidos espectadores; la

    psicologa los llevar a formarse una completa idea del alma hu-mana, de su naturaleza, de sus relaciones con el cuerpo, del modo

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    de ejercer sobre ste su accin, y de recibir de l las varas impre-siones; las ciencias morales, las sociales y polticas les ofrece-rn en un vasto cuadro la admirable armona del mundo moral, lasleyes del progreso y perfeccin de la sociedad, las infatigables re-glas para bien gobernar; en una palabra, me imaginaba yo que laciencia era un talismn que obraba maravillas sin cuento, yque quien llegase a poseerla, se levantaba a inmensa altura sobreel vulgo de la triste humanidad. Vana ilusin, que bien pronto co-menz a marchitarse, y que al fin se deshoj como flor secada porlos ardores del esto!

    Cuanto ms dorados haban sido mis sueos, y mayor, porconsiguiente, mi avidez de conocer lo que tenan de realidad, tanto

    ms dura fue la leccin que recib y ms temprana vino la hora deentender mi engao. Apenas entrado en aquellas asignaturasdonde se ventilan algunas cuestiones importantes, principi miespritu a sentir una inquietud indefinible, a causa de no ha-llarme bastante ilustradopor lo que lea ni por lo que oa. Ahoga-ba en el fondo de mi alma aquellos pensamientos que surgan in-cesantemente sin poderlo yo remediar; y procuraba acallar mi des-contento, lisonjendome con la esperanza de que para ms ade-

    lante me estaba reservado el quedarme enteramente satisfecho.Ser menester, me deca yo, ver primero todo el cuerpo de doctri-na, de la cual no alcanzas ahora ms que los primeros rudimentos;y entonces, a no dudarlo, encontrars la luz y la certeza que en laactualidad echas de menos.

    Difcilmente hubiera podido persuadirme a la sazn de quehombres cuya vida se haba consumido en mprobos trabajos, yque con tal seguridad ofrecan al mundo el fruto de sus sudores,

    hubiesen aprendido sobre las gravsimas materias en que se ocu-pan, poco ms que el arte de hablar con facilidad en pro o encontra de una opinin, metiendo mucho ruido con palabrashuecas y con discursos pomposos. Todas mis dificultades, todasmis dudas y escrpulos, todo lo atribua a mi inexperiencia, a mitorpeza en comprender el sentido de lo que me decan autores tanrespetables: por cuyo motivo se apoder de m la idea de saber elarte de aprender. No se afanaron tanto los antiguos qumicos en

    pos de la piedra filosofal, ni los modernos publicistas en busca delequilibrio de los poderes, como yo andando en zaga del arte mara-

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    villoso: y Aristteles, con sus infinitos sectarios, y Raimundo Lulio, yDescartes, y Malebranche, y Locke, y Condillac, y no s cuntosmenos notables, cuyos nombres no recuerdo, no bastaban a satis-facer mi ardor. Quin me ocupaba y confunda con las mil reglassobre los silogismos, quin sealaba mayor importancia a los jui-cios y proposiciones, quin a la claridad y exactitud de la percep-cin, quien me abrumaba con preceptos sobre el mtodo, quin mellevaba de la mano a la investigacin del origen de las ideas, de-jndome ms a obscuras que antes: en breve no tard en adver-tir que cada cual echaba por su camino favorito, y que a quiense empease en seguirlos le haban de volver la cabeza.

    Estos seores directores del entendimiento humano, dije para

    m mismo, no se entienden entre s: esto es la torre de Babel, enque cada cual habla su lengua; con la diferencia de que all el orgu-llo acarre el castigo de la confusin y aqu la confusin mismaaumenta el orgullo, erigindose cada cual en nico legtimomaestro, y pretendiendo que todos los dems no ofrecen para elderecho de enseanza sino ttulos apcrifos. Al propio tiempo, ibanotando que lo mismo con corta diferencia suceda en los demsramos del humano saber; con lo que entend que era necesario,

    urgente, desterrar la hermosa ilusin que sobre las ciencias me ha-ba formado. Estos desengaos haban preparado mi espritu a unaverdadera revolucin; y, aunque vacilando algunos momentos, alfin me decid a pronunciarme contra los poderes cientficos, y, al-zando en mi entendimiento una bandera, escrib en ella: abajo laauto ridad cientfic a.

    Nada tena yo para substituir al poder destruido, porque, siesos respetables filsofos saban poco sobre las altas cues-

    tiones cuya solucin andaba buscando, yo saba menos queellos, pues no saba nada. Ya puede usted imaginarse que no deja-ra de serme doloroso el consumar una revolucin semejante; yque a veces hasta me acusaba de ingrato, cuando, llevando la re-volucin hasta sus ltimas consecuencias, forzaba a emigrar de miespritu personas tan respetables como Platn, Aristteles, Descar-tes, Malebranche, Leibnitz, Locke y Condillac. La anarqua era elnecesario resultadode un paso semejante; pero yo me resignaba

    gustoso a ella, antes que llamar nuevamente al gobierno de mi en-tendimiento a estos seoresque as me haban engaado. Ade-

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    ms, que, habiendo probado ya el placer de la libertad, no queradeslustrar el triunfo pasando por las horcas caudinas.

    Apremiado mi espritu por la sed de verdad, no poda que-dar en un estado de completa inercia; y as es que emprend bus-

    carla con mayor empeo, no pudiendo creer que estuviera elhombre condenado a ignorarla mientras vive en este mundo. Sinduda creer usted que un escepticismo universal fue el inmediatoresultado de mi revolucin, y que, concentrado dentro de m mis-mo, dud de la existencia del mundo que me rodeaba, dud de laexistencia de mi propio cuerpo, y que, temeroso de que se me es-capara toda existencia, y que a manera de encantamiento me ha-llase reducido a la nada, me apresur a asirme del raciocinio de

    Descartes:yo pienso, luego soy; ego cogito, ergo sum. Pues nadade eso, mi estimado amigo: que, si bien tena alguna aficin a la fi-losofa, no estaba, sin embargo, fanatizado por el filsofo; y sin re-flexionar mucho me convenc de que dudar de todo, es carecerde lo ms precioso de la razn humana, que es el sentido co-mn. No me faltaba la noticia del axioma o entimema de Descartesy de otras semejantes proposiciones o principios; pero siempre mepareci que tan cierto me estaba de que exista como de que pen-

    saba, como de que tena cuerpo, como del movimiento, como delas impresiones de los sentidos, como del mundo que me rodeaba;y, por consiguiente, reservndome fingir por algunos momentosesa duda para cuando el ocio y el humor lo consintieran, me quedcon todas las convicciones y creencias que antes, salvo las llama-das filosficas. Para stas fui, y he sido, y ser inexorable: la filo-sofa proclama sin cesar el examen, la evidencia, la demostra-cin; enhorabuena; pero sepa al menos que, cuando seamoshombres y no ms, nos arreglaremos en nuestras conviccionescul a nosotros nos cumpla, siguiendo las inspiraciones del buensentido; pero, en los ratos en que seamos filsofos, que para to-do hombre sonratos muy breves, reclamaremos sin cesar el de-recho de examen, exigiremos evidencia, pediremos demostracinseca. Quien reina en nombre de un principio, menester es que seresigne a sufrir los desacatos que puedan dimanar de las conse-cuencias.

    Claro es que en este naufragio universal de las conviccionesfilosficas no entraban las religiosas: stas las haba adquirido por

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    otro camino, se presentaban a mi espritu con otros ttulos, y, sobretodo, se encaminaban de suyo a dirigir la conducta, a hacerme,no sabio, sino bueno; de consiguiente, contra ellas no se irrit misusceptibilidad pirrnica. Todava ms: lejos de que sintiera inclina-cin a separarme de las creencias que se me haban inspiradoen la infancia, me convenc ms y ms de la necesidad, y hastadel inters propio, que tena en no perderlas; pues que comenc amirarlas como la nica tabla de salvacinen este proceloso marde las cavilaciones humanas. Se acrecent el deseo de aferrarmeen la fe catlica, cuando, ocupndome algunos ratos, con espritude completa independencia, en el examen de las transcendentalescuestiones que la filosofase propone resolver, me vi rodeado portodas partes de espessimas tinieblas; sin que se descubriese msluz que algunas rfagas siniestras, que, sin alumbrar el camino, s-lo servan para hacerme visible la profundidad de los abismos a cu-yo borde se hallaban mis plantas.

    Por esto conservaba en el fondo de mi alma la fe catlica co-mo un tesoro de inestimable valor; por esto, al encontrarme angus-tiado en vista de la nada de la cienciadel hombre, y cuando mepareca que la duda se iba apoderando de mi espritu, haciendo

    desaparecer de mis ojos el universo entero, como desaparecen dela vista de los espectadores las mentirosas ilusiones con que poralgunos momentos los ha entretenido un hbil prestigiador, dabauna mirada a la fe, y su solo recuerdo era bastante a conformarmey alentarme.

    Recorriendo las cuestiones que cual insondables pilagos ro-dean los principios de la moral, examinando los incomprensiblesproblemas de la ideologa y de la metafsica, echando una ojeada a

    los misterios de la historia y a los escrpulos de la crtica, contem-plando la humanidad entera en su actual existencia y en los som-bros arcanos de su porvenir, se deslizaban a veces por mi enten-dimiento pensamientos aciagos, cual monstruos desconocidos queasoman su cabeza, asustando al viajero en una playa solitaria; pe-ro yo tena fe en la Providencia, y la Providencia me salv. Heaqu cmo discurra para fortificar mi espritu, dejando a la graciaque no dejara estriles mis dbiles esfuerzos. Si dejas de ser ca-

    tlico, no sers por cierto ni protestante, ni judo, ni musul-mn, ni idlatra; estars, pues, de golpe en el desmo. Entonces

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    te hallars con Dios; pero, no sabiendo nada sobre tu origen y tudestino, nada sobre los incomprensibles misterios que por expe-riencia ves y sientes en ti mismo y en la humanidad entera, nadasobre la existencia de premios, y penas en otro mundo, sobre laotra vida, sobre la inmortalidad del alma; nada sobre los motivosque haya podido tener la Providencia en condenar a sus criaturas atantos sufrimientos sobre la tierra, sin darles ninguna noticia queconsolarlas pudiera con la esperanza de otros destinos; nada en-tenders de las grandes catstrofes que con tanta frecuencia hapadecido, padece y andar padeciendo el humano linaje, es decir,que no hallars la accin de la Providenciaen ninguna parte; nohallars, por consiguiente, a Dios; por tanto, dudars de su exis-tencia, si es que no abraces decididamente el atesmo. Fuera Diosdel universo, el mundo es hijo del acaso, y el acaso es una pa-labra sin sentido, y la naturaleza un enigma, y el alma humanauna ilusin, y las relaciones morales nada, y la moral una mentira.Consecuencia lgica, necesaria, inflexible; el trmino fatal que nopuede el hombre contemplar sin estremecerse, negro e insondableabismo al cual no cabe abocarse sin espanto y horror.

    As meda el camino que me era preciso seguir, una vez apar-

    tado de la fe catlica, si intentara continuar en el examen filosficosacando consecuencias de los principios que yo mismo hubierasentado en el momento de la defeccin. A tanta insensatez no que-ra yo llegar, no quera suicidarme de tal suerte matando mi exis-tencia intelectual y moral, apagando de un soplo la sola antorchaque alumbrarme poda en el breve trecho de la vida. As me hequedado con mucha desconfianza en la cienciadel hombre, perocon profunda fe religiosa: llmelo usted pusilanimidad o comoms le agradare: no creo, sin embargo, que me pese de la resolu-cin cuando me halle al borde de la tumba.

    Hay en las regiones de la ciencia, como en los senderos de laprctica, ciertas reglas de buen juicio y prudenciade las que nodebe el hombre desviarse jams. Todo lo que sea luchar contra elgrito de nuestro sentido ntimo, contra la voz de la naturaleza mis-ma, para entregarse a vanas cavilaciones, es ajeno de la cordura,es contrario a los principios de la sana razn. Por esta causa, debe

    condenarse como insensato el sistema de un escepticismo univer-sal hasta en las materias puramente filosficas; sin que por esto

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    sea menester abrazar ciegamente las opiniones de esta o aquellaescuela. Pero donde conviene particularmente la sobriedad enel uso de la razn, es enmaterias religiosas: porque, siendo s-tas de un orden muy elevado, y rozndose en muchos puntos conlas torcidas inclinaciones del corazn, tan presto como la raznempieza a cavilar y sutilizar en demasa, se halla el hombre en unlaberinto donde paga muy caros su presuncin y orgullo. Se quedael entendimiento en un cansancio, en un abatimiento, en una pos-tracin indecibles, desde que se ha levantado contra el cielo; comonos cuentan las historias de aquel brazo que, en el momento de ex-tenderse a un objeto sagrado, se sinti herido de parlisis.

    Singularidad notable!, el escepticismo religioso sirve ni-

    camente en medio de la dicha terrena, slo se alberga tranqui-lamente en el hombre, cuando, rebosando de salud y de vida, miracomo eventualidad muy lejana el instante supremo en que le serpreciso al espritu el despegarse del cuerpo mortal y pasar a otravida. Pero desde el momento en que la existencia est en peli-gro, cuando vienen las enfermedades, como heraldos de la muer-te, a indicarnos que no est lejos el terrible trance; cuando un ries-go imprevisto nos advierte que estamos como colgados de un hilo

    sobre el abismo de la eternidad, entonces el escepticismo deja deser satisfactorio; la mentida seguridad que poco antes nos pro-porcionara, se trueca en incertidumbre cruel, angustiosa, llena deremordimientos, de sobresalto, de espanto. Entonces el escepti-cismo deja de ser cmodo, y pasa a ser horroroso; y en su mortalpostracin busca el hombre la luz, y no la encuentra; llama a la fe,y la fe no le responde; invoca a Dios, y Dios se hace sordo a sustardas invocaciones.

    Y para ser el escepticismo duro, cruel tormento del alma, noes necesario hallarse en esos trances formidables en que el hom-bre fija azorada su vista en las tinieblas de un incierto porvenir; enel curso ordinario de la vida, en medio de los acontecimientosms comunes, siente mil veces el hombre cual cae gota a gota so-bre su corazn el veneno de la vbora que en su seno abriga. Mo-mentos hay en que los placeres cansan, el mundo fastidia, la vidase hace pesada, la existencia se arrastra sobre un tiempo que ca-

    mina con lentitud perezosa. Un tedio profundose apodera del al-ma; un indecible malestar le aqueja y atormenta. No son los pesa-

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    res abrumadores que destrozan el corazn, no es la tristeza queabate el espritu y le arranca dolorosos suspiros por medio de pun-zantes recuerdos: es una pasin que nada tiene de viva, de aguda;es una languidez mortal, es un disgusto de cuanto nos circunda,es un penoso entorpecimiento de todas las facultades, como aqueldesasosegado estupor que en ciertas dolencias anuncia crisis peli-grosas. Para qu estoy yo en el mundo?, se dice el hombre a smismo. Qu ventajas me trae el haber salido de la nada? Qupierdo apartndome de la vista de una tierra para m agostada, deun sol que para m no brilla? El da de hoy es inspido como el dade ayer, y el da de maana lo ser como el de hoy; mi alma estsedienta de gozar y no goza; vida de dicha y no la alcanza; con-sumindose como una antorcha que por falta de pbilo desfallece.No ha sentido usted repetidas veces, mi estimado amigo, estetormento de los afortunados del mundo, ese gusano roedorde losespritus que se pretenden superiores?; no asoma jams en supecho ese movimiento de desesperacin que se ofrece al hombrecomo el nico remedio de un mal tan insoportable? Pues sepa us-ted que uno de sus funestos manantiales es el escepticismo, esevaco del alma que la desasosiega y atormenta, esa ausenciaespantosa de toda fe,de toda esperanza, esa incertidumbre so-bre Dios, sobre la naturaleza, sobre el origen y destino del hombre.Vaco tanto ms sensible cuanto ms recae en almas ejercitadasen el discurso por el estudio de las ciencias, excitadas en todas susfacultades mentales por una literatura loca que slo se proponeproducir efecto, aunque sean los sacudimientos de la electricidad olas convulsiones del galvanismo; almas que sienten avivadas yaguzadas todas las pasiones por un mundo sagaz, que les hablaen todos los idiomas y las conmueve de tan varias maneras,echando mano de infinidad de recursos.

    He aqu, mi estimado amigo, lo que pienso del escepticismo,lo que opino de sus efectos sobre el espritu humano. Le considerocomo una de las plagas caractersticas de la poca, y uno de losms terribles castigosque ha descargado Dios sobre el humanolinaje.

    Cmo se puede remediar un mal tamao? No lo s; pero s

    me atrever a decir que se pueden atajar algn tanto sus progre-sos; y me inclino a esperar que as se har, siquiera por el inters

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    de la sociedad, por el buen orden y bienestar de la familia, por elreposo y sosiego del individuo. El escepticismo no ha cado de re-pente sobre los pueblos civilizados; es una gangrena que ha cun-dido con lentitud; lentamente se ha de remediar tambin; y serauno de los ms estupendos prodigios de la diestra del Omnipoten-te, si para su curacin no fuera menester el transcurso de muchasgeneraciones.

    As entender usted, mi estimado amigo, que no me hago ilu-siones sobre la verdadera situacin de las cosas; y que, flotando yoen medio de las olas sobre la tabla que me conducir a la salva-cin, no pierdo de vista el destrozo que en mis alrededores existe,no olvido la funesta catstrofe que han sufrido los espritus por un

    fatal concurso de circunstancias durante los tres ltimos siglos.Cmo permite Dios, me dice usted, que ande fluctuando lahumanidad en medio de tantos errores, y que de tal suerte se ex-trave sobre los puntos que ms le interesan? Esta dificultad no selimita a la permisin divina con respecto a las sectas separadas,sino que se extiende a las dems religiones; y, como stas han si-do muchas y extravagantes desde que el humano linaje se apartde la pureza de las tradiciones primitivas, la objecin abarca la his-

    toria entera, y el pedir su solucin es nada menos que demandar laclave para explicar los arcanos que en tanta abundancia se ofrecenen la historia de los hijos de Adn.

    No es ste asunto que se preste a ser aclarado en pocas pa-labras, si aclaracin llamarse puede lo que sobre tan profundo mis-terio alcanza el dbil hombre; como quiera, procurar hacerlo enotra carta, dado que la presente va tomando ms ensanche del quefue menester.

    Manifestada tiene usted mi opinin sobre el escepticismo reli-gioso, y declarado tambin cul se aviene la fe catlica con unaprudente desconfianza de los sistemas de los filsofos. Mu-chos quizs no se avengan con esta manera de mirar las cosas; sinembargo, la experiencia demuestra que el espritu se halla muybien en este estado; y que cierto grado de escepticismo cientfi-co hace ms fcil y llevadera la fe religiosa. Si en ella no memantuviese la autoridad de una Iglesia que lleva ms de 18 si-

    glos de duracin, que tiene en confirmacin de su divinidad sumisma conservacin a travs de tantos obstculos, la sangre

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    de innumerables mrtires, el cumplimiento de las profecas, in-finitos milagros, la santidad de la doctrina, la elevacin de susdogmas, la pureza de su moral, su admirable armona con todocuanto existe de bello, de grande, de sublime, los inefablesbeneficios que ha dispensado a la familia y a la sociedad, elcambio fundamental que en pro de la humanidad ha realizadoen todos los pases donde se ha establecido, y la degradacin,el envilecimiento, que sin excepcin veo reinando all donde ella nodomina; si no tuviera, digo, todo este imponente conjunto de moti-vos para conservarme adicto a la fe, hara un esfuerzo para noapartarme de ella, cuando no fuera por otra razn, por no perder latranquilidad de espritu.

    D usted una ojeada en torno, mi estimado amigo; no verms por doquier que horribles escollos, regiones desiertas, playasinhospitalarias. ste es el nico asilo para la triste humanidad: arr-jese quien quiera al furor de las olas; yo no dejar esta tierrabendita donde me coloc la Providencia. Si algn da, fatigado yrendido de luchar con las tempestades, se aproxima usted a lasventurosas orillas, se tendr por feliz si en algo puede favorecerletendindole una mano auxiliadora este S. S. S. Q. B. S. M.

    J. B.

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    Carta II

    Multitud de religiones.

    Profundo misterio que aqu se envuelve. Los catlicos reconocen ylamentan este dao mucho ms que todos los sectarios. Explica-cin del principio quod nimis probat nihil probat, lo que pruebademasiado no prueba nada. Aplicacin de este principio a la dificul-tad presente. Reglas de prudencia que conviene no perder de vista.Motivos de la permisin divina. Fatales consecuencias del pecadodel primer padre. Impotencia de la filosofa en la explicacin de los

    misterios del hombre.

    Voy a pagar, mi estimado amigo, la deuda que en mi anteriorcontraje, de responder a la dificultad que usted me propona, relati-va a la permisin de Dios sobre tantas y tan diferentes religio-nes. ste es uno de los argumentos que sin cesar producen losenemigos de la religin, y que suelen proponer con tal aire de se-guridad y de triunfo, como si l solo bastara a echarla por tierra. No

    se crea que trate yo de desvanecer la dificultad, eludiendo el mirar-la cara a cara, ni de disminuir su fuerza presentndola cubierta convelos que la disfracen; muy al contrario, opino que el mejor modode desatarla es ofrecerla en toda su magnitud. Aadir, adems,que no niego que haya en esto un misterio profundo, que no melisonjeo de sealar razones del todo satisfactorias en esclareci-miento de la objecin indicada, pues estoy ntimamente convencidode que ste es uno de los incomprensibles arcanos de la Providen-

    cia, que al hombre no le es dado penetrar. Me parece, no obstante,que les hace a muchos ms mella de la que hacerles debiera; y tandistante me hallo de creer que en nada destruya ni debilite la ver-dad de la Religin Catlica, que antes juzgo que en la misma fuer-za de dicha dificultad podemos encontrar un nuevo indicio de quenuestra creencia es la nica verdadera.

    Es cierto que la existencia de muchas religiones es un malgravsimo; esto lo reconocemos los catlicos mejor que nadie,

    pues que somos los que sostenemos que no hay ms que una re-ligin verdadera, que la fe en Jesucristo es necesaria para la

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    eterna salvacin, que es un absurdo el decir que todas las reli-giones pueden ser igualmente agradables a Dios; y, por fin, losque tal importancia damos a la unidad de la enseanza religiosa,que consideramos como una inmensa calamidad la alteracin deuno cualquiera de nuestros dogmas. Por donde se ve que no es minimo atenuar en lo ms mnimo la fuerza de la dificultad ocultandola gravedad del mal en que estriba; y que a mis ojos es mayor estedao que no a los del mismo que me la ofrece. Nadie aventaja niaun iguala a los catlicos en confesar lo inmenso de esa calamidaddel humano linaje; porque sus creencias los precisan a mirarla co-mo la mayor de todas. Los que consideran como falsas todas lasreligiones, los que se imaginan que en cualquiera de ellas puede elhombre hacerse agradable a Dios y alcanzar la eterna salud, losque profesando una religin que creen nica verdadera, no profe-san el principio de la caridad universal sin distincin de razas, pue-den contemplar con menos dolor esas aberraciones de la humani-dad; pero esto no es dado a los catlicos, para quienes no hayverdad ni salvacin fuera de la Iglesia, y que, adems, estnobligados a mirar a todos los hombres como hermanos, y desearlesen lo ntimo del corazn que abran los ojos a la luz de la fe, y queentren en el camino de la salud eterna. Bien se echa de ver que notrato, como suele decirse, de huir el cuerpo a la dificultad, y que an-tes procuro pintarla con vivos colores. Ahora voy a examinar su va-lor, presentndola desde un punto de vista en que por desgracia nose la considera comnmente.

    Tienen los dialcticos un principio que dice: quod nimis probatnihil probat; lo que prueba demasiado no pru eba nada; lo quesignifica que, cuando un argumento cualquiera no slo concluye loque nosotros nos proponemos, sino tambin lo que a las claras esfalso, de nada sirve para probar ni an lo que nosotros intentamos.La razn en que este principio se funda es muy clara: lo que con-duce a un resultado falso, ha de ser falso tambin; luego, porms especioso que sea su argumento, por ms apariencias quetenga de solidez, por el mismo hecho de llevarnos a una conse-cuencia falsa, nos da una infalible seal de que o entraa algunafalsedad en las proposiciones de que se compone, o algn vicio derazonamiento en el enlace de las mismas, y por tanto en la deduc-cin a que nos lleva. Si, por ejemplo, me propongo demostrar quela suma de los ngulos de un tringuloes mayor que un recto, y

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    con mi demostracin pruebo que dicha suma es mayor que dosrectos, esta demostracin de nada servir, porque con ella pruebodemasiado, es decir, que es mayor que dos rectos, lo que no pue-de ser; y este resultado ser para m una infalible seal de que hayun vicio en la demostracin, y que no puedo aprovecharme deella para probar nada.

    Otros ejemplos: si, examinando un antiguo manuscrito, pre-tendo desecharle como apcrifo, y sealo para ello una razn crti-ca, de la que resulten condenados tambin cdices cuya autentici-dad no admite duda, claro es que debo apartarme de mi razona-miento, seguro de que est mal concebido: prueba demasiado, ypor lo mismo no prueba nada. Si, examinando la veracidad de la

    narracin de un viajero, me empeo en que se ha de dar fe a suspalabras alegando razones de las que se infiere que es menesterdar crdito a otras relaciones conocidamente falsas, mi manera dediscurrir sera mala tambin porque probara demasiado.

    Perdone usted, mi querido amigo, si me he detenido algn tan-to en desenvolver este principio que en muchsimos casos sirve yde que pienso hacer uso en la cuestin que nos ocupa: y con estoentender usted que no juzgo del todo intiles las reglas para bien

    discurrir, y que mi desconfianza en los filsofos no se extiende atodo lo que se halla en la filosofa.Apliquemos estos principios. Se nos objeta a los catlicos la

    multiplicidad de religiones, como si a nosotros nicamente embara-zara la dificultad, como si todos los que profesan un culto, sea cualfuere, no debiesen sobrellevar in solidum todos los inconvenientesque de ah pueden resultar. En efecto: si la multiplicidad de reli-giones algo prueba contra la verdad de la catlica, lo mismo

    prueba contra la de todas; tenemos, pues, que no slo viene alsuelo la nuestra, sino cuantas existen y han existido. Adems: si ladificultad que se levanta contra la permisin de este mal significaalgo, es nada menos que una completa negacin de toda provi-dencia, es decir, la negacin de Dios, el atesmo. La razn es ob-via: el mal de la multiplicidad de religiones es innegable; est anuestra vista en la actualidad, y la historia entera es un irrefragabletestimonio de que lo mismo ha sucedido desde tiempos muy remo-

    tos; si se pretende, pues, que la Providencia no puede permitirlo,

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    se pretende tambin que la Providencia no existe, es decir, que nohay Dios.

    Infirese de aqu que la permisin de la muchedumbre de reli-giones es una dificultad que embaraza al catlico y al protestante,

    al idlatra y al musulmn, al hombre que admite una religin cual-quiera, como al que no profesa ninguna, con tal que no niegue laexistencia de Dios. Por ejemplo: si se me presenta un mahometanocon su Alcorn y su Profeta, pretendiendo que su religin es verda-dera y que ha sido revelada por el mismo Dios, le podr objetar elargumento y decirle: Si tu creencia es verdadera cmo es queDios permite tantas otras? Si se engaan miserablemente losque viven en religin diferente de la tuya, por qu, permite Dios

    que todos los dems pueblos del mundo permanezcan privados dela luz? A quien no niegue la existencia de Dios, imposible le ha deser el no admitir su bondad y providencia; un Dios malo, un Diosque no cuida de la obra que l mismo ha criado, es un absurdoque no tiene lugar en cabeza bien organizada; y hasta me atrevera decir que menos imposible se hace el concebir el atesmo en to-do su error y negrura, que no la opinin que admite un Dios ciego,negligente y malo. Suponiendo, pues, la existencia de un Dios con

    bondad y providencia, queda en pie la misma dificultad arriba pro-puesta: Cmo es que permiteque el humano linaje yerre tan las-timosamente en el negocio ms grave e importante, que es la reli-gin? Si se nos dijera que Dios se da por satisfecho de los home-najes de la criatura, sean cuales fueren las creencias que profese yel culto en que le tribute la expresin de su gratitud y acatamiento,entonces preguntaremos: cmo es posible que a los ojos de unSer de infinita verdad sean indiferentes la verdad y el error?;cmo es dable concebir que a los ojos de la santidad infinita seanindiferentes la santidad y la abominacin?; cmo es posible queun Dios infinitamente sabio, infinitamente bueno, infinitamente pr-vido, no haya cuidado de proporcionar a sus criaturas algunosmedios para alcanzar la verdad, para saber cul era el modo quele era agradable de recibir los obsequios y las splicas de los mor-tales? Si las religiones slo tuviesen entre s diferencias muy lige-ras, el absurdo de darlas todas por buenas fuera menos repugnan-te, pero recurdese que casi todas ellas estn diametralmenteopuestas en puntos importantsimos; que las unas admiten unsolo Dios, y otras los adoran en crecido nmero; que unas recono-

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    cen el libre albedro del hombre, y otras lo desechan; que unasasientan por uno de los principios fundamentales la creacin, otrasse avienen con la eternidad de la materia; recrrase la enorme va-riedad de sus respectivos dogmas, de su moral, de su culto, y d-gase si no es el mayor de los absurdos el suponer que Diospuede darse por satisfecho con adoraciones tan contradicto-rias.

    Vea usted, mi estimado amigo, cun bien se aplica a estacuestin el principio dialctico que ms arriba he recordado; y c-mo una dificultad que algunos se empean en dirigir exclusivamen-te contra los catlicos, no les toca a ellos nicamente, sino a to-doslos hombres que profesan una religin, y an a los puros des-

    tas. Qu debe hacerse en semejantes casos? Cmo se puedenobviar tamaas dificultades? He aqu el camino que en mi conceptodebe seguir un hombre juicioso y prudente; he aqu la manera dediscurrir ms conforme a razn: El mal existe, es cierto; pero laProvidencia existe tambin, no es menos cierto; en aparienciason dos cosas que no pueden existir juntas; pero, supuesto que tsabes ciertamente que existen, esta apariencia de contradiccin note basta para negar esa existencia; lo que debes hacer, pues, es

    buscar el modo con que pueda desaparecer esta contradiccin, y,en caso de que no te sea posible, considerar que esta imposibilidadnace de la debilidad de tus alcances.

    Si bien se observa, en los negocios ms comunes de la vidahacemos a cada paso un raciocinio semejante. Nos encontramoscon dos hechos cuya coexistencia nos parece imposible; anuestro juicio se excluyen, se repugnan; pero nos obstinamos poresto en negar que los hechos existan, cuando tenemos bastantes

    motivos para darnos la competente certeza? De seguro que no.Esto es para m un misterio, decimos; no lo entiendo, me pareceimposible que as sea, pero veo que as es. En seguida, si la cosamerece la pena, buscamos la razn secreta que nos explique elmisterio; pero, si no damos con ella, no por esto nos creemos conderecho a desechar aquellos extremos de cuya existencia no po-demos dudar, por ms que nos parezcan contradictorios.

    Por donde ver usted, mi estimado amigo, que una inconce-

    bible ceguera nos impide a menudo el emplear en el examen delas verdades ms importantes, que son las religiosas, aquellas re-

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    glas de prudencia de que nos valemos en los negocios ms comu-nes; y rechazamos como ofensiva de nuestra independencia y dela dignidad de nuestra razn, aquella conducta que no vacilamosen seguir a cada paso en la direccin y arreglo de nuestros mspequeos asuntos.

    Tan grabados tengo en mi nimo estos principios enseadospor la buena lgica y por la ms sana prudencia, que me sirven so-bremanera en muchas otras dificultades pertenecientes a la religiny no dejan que se perturbe mi espritu a la vista de la obscuridadque en ellas descubro y que en mi debilidad no soy bastante a des-vanecer. Qu consideraciones ms espantosas que las sugeridaspor la terrible dificultad de conciliar la libertad humana con los

    dogmas de la presciencia y predestinacin? Si el hombre noatiende a ms que a la certeza e infalibilidad de la presciencia divi-na, se queda sobrecogido de horror, se le erizan los cabellos a lasola consideracin de la fijeza del destino, la sangre se le hiela enlas venas al pensar que, antes de nacer l, ya saba Dios cul ha-ba de ser su paradero; pero, tan luego como reflexiona un instante,sobreponindose al terror y a la desesperacin que se apoderabande su alma, encuentra abundantes motivos para sosegarse, halla

    aqu un misterio pavoroso, es verdad, pero que no le abate ni des-alienta.Eres libre, se dice a s mismo, para obrar el bien y el mal?

    S, dudarlo no puedes, te lo ensea la fe, te lo dicta la razn, lo ex-perimentas por el sentido ntimo, y con experiencia tan clara, taninfalible, que no quedas ms cierto de tu existencia que de tu librealbedro. Luego nada importa que no comprendas cmo esta liber-tad se concilia con la presciencia de Dios.

    Este misterio que yo no comprendo, debe alterar en al-go mi conducta, volvindome flojo para el bien, y poco cuidadosode evitar el mal?; es prudente, es lgico el pensar que, haga yo loque quiera, siempre se verificar lo que Dios tiene previsto, y que,por consiguiente, son vanos todos mis esfuerzos en seguir el ca-mino de la virtud? No. Y por qu? Porque lo que prueba dema-siado no prueba nada; y, si este raciocinio valiera, se seguira quetampoco he de cuidar de mis negocios temporales, porque al fin

    no ser de ellos ms de lo que Dios tiene previsto; que por la mis-ma razn no he de comer para sustentarme, ni guarecerme de la

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    intemperie, ni andar con tiento al pasar por la orilla de un precipicio,ni medicarme cuando me halle indispuesto, ni retirarme cuando seme viene encima un caballo desbocado, ni salir de una casa que seest desplomando, y cien y cien otras locuras por este jaez; es de-cir, que el atenerme a tal regla me privara de sentido comn,hasta de juicio; hara de m un loco rematado. Luego la tal reglaes falsa, luego de nada debe servirme, luego lo que he de hacer esdejarle a Dios sus incomprensibles arcanos, y portarme yo comohombre recto, juicioso y prudente.

    A esto vienen a parar muchas de las dificultades que contra lareligin se proponen: miradas superficialmente, ofrecen una ba-lumba1 abrumadora; examinadas de cerca, al tocarlas con la vara

    de la razn y del buen sentido, desaparecen cual vanos fantasmas.Veamos ahora si se puede encontrar la razn de que Diospermita tal muchedumbre de religiones, tal masa de informes erro-res en el punto que ms interesa al humano linaje. La explicacinde este misterio, yo no alcanzo que pueda encontrarse sino enotro misterio, en el dogma de la Religin Catlica sobre la prevari-cacin y consiguiente degeneracin de la descendencia de Adn.El pecado, y, como su consiguiente castigo,las tinieblas en el

    entendimiento, la corru pcin en la voluntad:he aqu la frmulapara resolver el problema; revolved la historia, consultad la filoso-fa, nada os dirn que pueda ilustraros, si no se atienen a este he-cho misterioso, obscuro, pero que, como ha dicho Pascal, es me-nos incomprensible al hombre que no lo es el hombre sin l.

    sta es la nica clave para descifrar el enigma; slo por ellaalcanzamos a explicar esas lamentables aberraciones de la mayorparte de la humanidad; no hay otro medio de dar una explicacin

    plausible a esta calamidad inmensa, como ni a tantas otras queafligen la infortunada prole de los primeros prevaricadores. Eldogma es incomprensible, es verdad; pero atreveos adesecharle, y el mundo se os convierte en un caos, y la historiade la humanidad no es ms que una serie de catstrofes sin raznni objeto, y la vida del individuo es una cadena de miserias; y noencontris por doquiera sino el mal, y el mal sin contrapeso, sin

    1Embrollo, desorden, lo, caos

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    compensacin; todas las ideas de orden, de justicia, se confundenen vuestra mente, y, renegando de la creacin, acabis por negar aDios.

    Sentad, al contrario, este dogmacomo piedra fundamental; el

    edificio se levanta por s mismo, vivsima luz esclarece la historiadel gnero humano, divisis razones profundas, adorables de-signios, all donde no vierais sino injusticias, o acaso; y la seriede los acontecimientos desde la creacin hasta nuestros das sedesarrolla a vuestros ojos, como un magnfico lienzo donde encon-tris las obras de una justicia inflexible y de una misericordia inago-table, combinadas y hermanadas bajo el inefable plan trazado porla sabidura infinita.

    Si entonces me preguntis por qu tan considerable por-cin de la humanidad est sentada en las tinieblas y sombrasde la muerte?, os dir que el primer padre quiso ser como unDios sabiendo el bien y el mal, que su pecado se ha transmiti-do a toda su descendencia, y que en justo castigo de tanto orgu-llo est el gnero humano tocado de ceguera. Esta calamidad,grande como es, no necesita que se le seale otro manantial que atodas las otras que nos afligen. Las terribles palabras que siguieron

    al llamamiento de Adn cuando le dijo Dios: Adn, dnde ests?,resuenan dolorosamente todava despus de tantos siglos: y en to-dos los acontecimientos de la historia, en todo el curso de la vida,siempre se trasluce el terrible fulgor de la espada de fuego, coloca-da a la entrada del Paraso. El sudor del rostro, la muerte, se osofrecern por doquiera: en ninguna parte notaris que las cosas si-gan el camino ordinario; siempre herir vuestros ojos la formidableensea del castigo y de la expiacin.

    Cuanto ms se medita sobre estas verdades, ms profundasse las encuentra: in sudore vultus tui vesceris pane, comers elpan con el sudor de tu rostro, dijo Dios al primer padre; y con es-te sudor lo come toda su descendencia. Recordad esa pena, y ha-ced las aplicaciones a cuantos objetos os plazca, y no hallaris na-da que de ella se excepte. No vive el hombre de slo pan, sino detoda palabra que procede de la boca de Dios; no se verifica, pues,la terrible pena slo con respecto al pedazo de pan que nos susten-

    ta, sino en todo cuanto concierne a nuestra perfeccin. En nadaadelanta el hombre sin penosos trabajos, no llega jams al pun-

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    to que desea sin muchos extravos que le fatigan; en todo se reali-za que la tierra, en vez de frutos, le da espinas y abrojos.Ha dedescubrir una verdad? No la alcanza sino despus de haber anda-do largo tiempo tras extravagantes errores. Ha de perfeccionar unarte? Cien y cien intiles tentativas fatigan a los que en ello se ocu-pan, y a buena dicha puede tenerse si recogen los nietos el fruto delo que sembraron los abuelos. Ha de mejorarse la organizacinsocial y poltica? Sangrientas revoluciones preceden la deseadaregeneracin; y a menudo, despus de prolongados padecimien-tos, se hallan los infelices pueblos en un estado peor del en queantes geman. Se ha de comunicar a un pueblo la civilizacin ocultura de otro? La inoculacin se hace con hierro y fuego: genera-ciones enteras se sacrifican para alcanzar un resultado que no ve-rn sino generaciones muy distantes. No veris el genio sin gran-des infortunios; no la gloria de un pueblo sin torrentes de sangre yde lgrimas; no el ejercicio de la virtud sin penosos sinsabores; noel herosmo sin la persecucin; todo lo bello, lo grande, lo subli-me, no se alcanza sin dilatados sudores, ni se conserva sin fati-gosos trabajos; la ley del castigo, de la expiacin, se muestrapor todas partes de una manera terrible. sta es la historia delhombre y de la humanidad; historia dolorosa ciertamente, pero in-contestable, autntica, escrita con letras fatales dondequiera quelos hijos de Adn hayan fijado su planta.

    Yo no s, mi estimado amigo, por qu no ha llamado ms laatencin este punto de vista, y por qu han debido escandalizarsetanto los filsofos de los dogmas de la religin que tan en armonase encuentran con lo que nos estn diciendo los fastos de todos lostiempos y la experiencia de cada da. La prevaricacin y degene-racin del humano linaje es el secretopara descifrar los enigmassobre la vida y los destinos del hombre; y, si a esto se aade eladorable misterio de la reparacin, comprada con la sangre delHijo de Dios, se forma el ms admirable conjunto que imaginarsepueda; un sistema tan sublime, que a la primera ojeada manifiestasu origen divino. No, no pudo nacer de cabeza humana combina-cin tan asombrosa; no pudo el espritu finito idear un plan tan vas-to, tan estupendo, donde se trabaran de tal suerte unos arcanoscon otros arcanos, que del fondo de su obscuridad pavorosa arroja-ran rayos de vivsima luz para esclarecer y resolver todas las cues-

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    tiones que sobre el origen y destino del hombre andaba hacinandola filosofa.

    Esto es lo principal que tena que decirle a usted sobre las di-ficultades propuestas; ignoro si usted quedar enteramente satisfe-

    cho; sea como fuere, lo que puedo asegurarle con toda la sinceri-dad y conviccin de que soy capaz, es que, en las obras de todoslos filsofos, desde Platn hasta Cousin, no hallar usted sobreel particular nada con que un espritu slido pueda contentar-se, si no est tomado de la religin. Ellos lo saben, y ellos propioslo confiesan. Una vez han llegado a dudar de la divinidad del cris-tianismo, no saben de qu asirse; acumulan sistemas sobre sis-temas, palabras sobre palabras; si su espritu no es de alto temple,

    abandonan la tarea de investigar, fastidiados de no divisar en nin-gn confn del horizonte un rayo de luz, y se abandonan al posi t i -v ismo, o, en otros trminos, procuran sacar partido de la vidadisfrutando de las comodidades y placeres; si su alma ha nacidopara la ciencia, si sedienta de verdad no quiere abandonar la tareade buscarla, por grandes que sean las fatigas y patente la inutilidadde los esfuerzos, sufren durante toda su vida, y acaban sus dascon la duda en el entendimiento y la tristeza en el corazn.

    En la actualidad, entusiasta como es usted de la filosofa yadmirador de ciertos nombres, no comprender fcilmente toda laverdad y exactitud de mis palabras; pero da vendr en que recuer-de mis avisos an mucho antes de que blanqueen su cabeza lascanas. No, no necesitar usted que la tarda vejez, cargada de es-carmientos y desengaos, venga a abrirle los ojos: no s si los abri-r usted para ver y abrazar la verdadera religin, pero s al menospara conocer la futilidad de todos los sistemas filosficosen lo

    tocante al origen, vida y destino del hombre. Qu ms? Ni siquie-ra necesitar usted estudiarlos a fondo para quedarse profunda-mente convencido de la impotencia del espritu humano, abando-nado a sus propios recursos: en el vestbulo mismo del templo dela filosofa, encontrar la duday el escepticismo; y penetrando ensu santuario oir el orgullo disputando sobre objetos de poca enti-dad, ocupndose en juegos de palabras simblicas e ininteligibles,y procurando en cuanto le es posible ocultar su ignorancia, elu-

    diendo con una afectada pretericin las cuestiones que ms decerca nos interesan, cuales son, las relativas a Dios y al hombre.

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    No se deje usted deslumbrar con los vanos ttulos con que seadornan los diferentes sistemas, ni se abandone a supersticiosascreencias con respecto a los pretendidos misterios de la filosofaalemana, ni tome usted por profundidad de ciencia la obscuridaddel lenguaje. No olvidemos que la sencillez es el carcter de laverdad, y que poco fa de sus descubrimientos quien no se atrevea presentarlos a la luz del da. Estos tan ponderados filsofos, querodeados de tinieblas viven como trabajadores que estuviesen ex-plotando riqusimas minas en las entraas de la tierra, por qu nonos manifiestan el oro puro que han recogido? Otro da, si la opor-tunidad se brinda, entraremos de nuevo en esta cuestin; entre tan-to, disponga de su afectsimo y S. S. Q. B. S. M.

    J. B.

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    Carta III

    Sencilla demostracin de la existencia de Dios. Eterni-dad de las penas del infierno.

    Errado mtodo q ue suelen segu ir en las d isputas lo s enem igo sde la relig in. Mtodo que debiera o bs ervars e. Dogma de laIglesia sobre la eternidad de las penas. La miser icord ia no ex -clu ye la ju sti cia. El sen tim iento . Abuso q ue de l se hace. Re-flexin sob re su in fluenc ia en los error es de nuestr a poca.Ap l icacin al do gma de la eternidad de las penas. Razones n a-

    turales que apoyan al dogma. Impos ibi l idad de comprender losmis ter ios. Nuestra igno rancia hasta en las cosas naturales. Laduracin eterna y la temporal . El pu rgator io . Observacio nessobre un carcter dis t int iv o del hombre en esta vida con res -pecto a las co sas fu turas. Necesidad d e una impresin aterra-do ra. La exp licac in fi losfica. Lo s frailes y lo s poetas . Magn-fico pasaje de Virgi l io.

    Mi querido amigo: Cuando, segn me indica usted en su lti-ma, veo que llegaremos a entablar una seria disputa sobre mate-rias religiosas, me ha llenado de indecible consuelo la seguridadque me da usted de no haber llegado su extravo al extremo de po-ner en duda la existencia de Dios: esto allana sobremanera elcamino a la discusin, pues que no es posible dar en ella un solopaso sin estar de acuerdo sobre esta verdad fundamental. Y no sinmotivo he querido cerciorarme de las ideas que sobre este particu-

    lar profesaba usted; pues que nunca podr olvidar lo que me suce-di con otro escptico, de quien sospechando yo si tal vez hastapona en duda la existencia de Dios, o si al menos no la concebatal como es menester, y dirigindole en consecuencia algunas pre-guntas, me sali con una extraa ocurrencia, que fuera chistosa, ano ser sacrlega. Advirtindole yo que ante toda discusin era ne-cesario estar los dos de acuerdo sobre este punto, me respondicon la mayor serenidad que imaginarse pueda: me parece que

    podemos pasar adelante; porque opino que es de poca importanciael aclarar si Dios es una cosa distinta de la naturaleza, o si es la

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    misma naturaleza. A tanto llega la confusin de ideas trastorna-das por la impiedad, y este hombre, por otra parte, era de ms quemediana instruccin, y de ingenio muy despejado!

    Desde luego le doy a usted mil satisfacciones por haberme

    atrevido a indicarle mis recelos en este punto, bien que difcilmenteme arrepiento de semejante conducta, porque cuando menos haproducido un gran bien, cual es, el que usted se explica sobre esteparticular de tal modo, que, revelando mucho buen sentido, me ha-ce concebir grandes esperanzas de que no sern estriles mis es-fuerzos. Una y mil veces he ledo aquellas juiciosas palabras de suapreciada carta, en las que expone el punto de vista desde el cualconsidera esta importante verdad. Permtame usted que se las re-

    produzca en la ma, y que le recomiende encarecidamente que nolas olvide jams. Nunca me he devanado mucho los sesos enbuscar pruebas de la existencia de Dios; la historia, la fsica, la me-tafsica, servirn para esta demostracin todo lo que se quiera; pe-ro yo confieso ingenuamente que para mi conviccin no he menes-ter tanto aparato cientfico. Saco la muestra de mi faltriquera, y alcontemplar su curioso mecanismo y su ordenado movimiento, na-die sera capaz de persuadirme de que todo aquello se ha he-

    cho por casualidad, sin la inteligencia y el trabajo de un artfice: eluniverso vale, a no dudarlo, algo ms que mi muestra; alguien,pues, debe de haber que lo haya fabricado. Los ateos me hablande casualidad, de combinaciones de tomos, de naturaleza, y dequ s yo cuntas cosas; pero, sea dicho con perdn de estos se-ores, todas estas palabras carecen de sentido. Nada tengo queadvertir a quien con tanto pulso aprecia el valor de los dos siste-mas; estas palabras tan sencillas como profundas, las estimo yo enms que un tomo lleno de razones.

    Pasando al punto de que me habla usted en su apreciada,comenzar por decirle que me ha hecho gracia el que usted abra ladiscusin religiosa, atacando el dogma de la eternidad de las pe-nas. No esperaba yo que acometiera usted tan pronto por esteflanco; y, vaya dicho entre los dos, esta anomala me ha dado a en-tender que usted le ha cobrado al infierno un poquito de miedo. Lacosa no es para menos, y el negocio es grave, urgente: de aqu a

    pocos aos hay que saber por experiencia propia lo que hay sobre

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    este particular, y dice usted muy bien que para los que se engaanen esta materia, el chasco debe de ser pesado en demasa.

    No tengo dificultad en abordar por este lado las cuestiones re-ligiosas; pero no puedo menos de observar que no es ste el mejor

    mtodo para dejarlas aclaradas cual conviene. Las doctrinas cat-licasforman un conjunto tan trabado, y en que se nota tan recpro-ca dependencia, que no se puede desechar una sin desecharlastodas, y, al contrario, admitidos ciertos puntos capitales, es impo-sible resistirse a la admisin de los dems. Sucede muy a menudoque los impugnadores de esas doctrinas escogen por blanco unade ellas, tomndola en completo aislamiento, y amontonando lasdificultades que de suyo presenta, atendida la flaqueza del enten-

    dimiento del hombre. Esto es inconcebible, exclaman; la reli-gin que lo ensea no puede ser verdadera; como si los catli-cos dijsemos que los misterios de nuestra religin estn al alcan-ce del hombre; como si no estuviramos asegurando continuamen-te que son muchas las verdades a cuya altura no puede elevarsenuestra limitada comprensin.

    Al leer u or la relacin de un fenmeno o suceso cualquiera,nos informamos ante todo de la inteligencia y veracidad del narra-

    dor; y, en estando bien asegurados, por este lado, por ms extraaque la cosa contada nos parezca, no nos tomamos la libertad dedesecharla. Antes que se hubiese dado la vuelta al mundo, pocoseran los que comprendan cmo era posible que volviese por orien-te la nave que haba dado la vela para occidente; pero bastabaesto para resistirse a dar crdito a la narracin de Sebastin de El-cano, cuando acababa de dar cima a la atrevida empresa del infor-tunado Magallanes? Si, levantndose del sepulcro uno de nuestros

    mayores, oyera contar las maravillas de la industriaen los pasescivilizados, debera, por ventura, andar mirando detalladamente larelacin que se le hace de las funciones de esta o aquella mquina,de los agentes que la impulsan, de los artefactos que produce, ydesechar en seguida lo que a l le pareciese incomprensible?Por cierto que no: y, procediendo conforme a razn y a sana pru-dencia, lo que debiera hacer sera asegurarse de la veracidad delos testigos, examinar si era posible que ellos hubiesen sido en-

    gaados, o si podran tener algn inters en engaar; y, cuandoestuviese bien cierto de que no mediaba ninguna de estas circuns-

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    tancias, no podra, sin temeridad, rehusar el asenso a lo que se lerefiriera, por ms que a l le fuera inconcebible, y le pareciese quepasaba los lmites de la posibilidad.

    De una manera semejante conviene proceder cuando se trata

    de materias religiosas: lo que se debe examinar es si existe o nola revelacin, y si la Iglesia es o no depositaria de las verdadesreveladas: en teniendo asentadas estas dos bases, qu importaque este o aquel dogma se muestren ms o menos plausibles, quela razn se halle ms o menos humillada, por no llegar a compren-derlos? Existe la revelacin? Esta verdad es revelada? Hayalgn juez competente para decidirlo?Qu dice sobre el dog-ma en cuestin el indicado juez? He aqu el orden lgico de las

    ideas, he aqu el orden lgico de las cuestiones, he aqu la manerade ilustrarse sobre estas materias: lo dems es divagar, es expo-nerse a perder tiempo en disputas que a nada conducen.

    Lejos de m el intento de huir, por medio de estas observacio-nes, el cuerpo a la dificultad; pero nunca habr sido fuera del casoel emitirlas para que se tengan presentes cuando sea menester.Voy al punto de la dificultad. Dice usted que se le hace muycuesta arribael dar crdito a lo que nos estn enseando los pre-

    dicadores sobre las penas del infierno, y que repetidas veces haodo cosas que de puro horribles rayaban en ridculas. Me reservopara ms all el decirle a usted cosas curiosas sobre esos horro-res; por ahora, y no sabiendo a punto fijo cules son los motivos dequeja que tiene usted sobre el particular, me contentar con adver-tir que nada tiene que ver el dogma catlico con esta o aquella ocu-rrencia que haya podido venirle a un orador. Lo que ensea la Igle-sia es que los que mueren en mal estado de conc iencia, es de-

    cir, en pecado g rave, su fren un castig o que no tendr fin. Heaqu el dogma; lo dems que puede decirse sobre el lugar de estecastigo, sobre el grado y la calidad de las penas, no es de fe: per-tenece a aquellos puntos sobre los que es lcito opinar en diferen-tes sentidos, sin apartarse de la fe catlica. Lo que s sabemos,pues que la Escritura lo dice expresamente, es que estas penassern horrorosas: y bien, para qu necesitamos saber lo de-ms? Penas terribles, y sin fin!... No basta esta sola idea para

    dejarnos con escasa curiosidad sobre el resto de las cuestionesque aqu se pueden ofrecer?

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    Cmo es posible, dice usted, que un Dios infinitamente mi-sericordioso castigue con tanto rigor? Cmo es posible, con-testar, yo, que un Dios infinitamente justo no castigue contanto rigor, despus dehaber procurado llamarnos al camino dela salvacin por los muchos medios que nos proporciona durante elcurso de nuestra vida? Cuando el hombre ofende a Dios, la criatu-ra ultraja al Criador, el ser finito al Ser infinito; esto reclama,pues, un castigo en cierto modo infinito. En el orden de la justi-cia humana es ms o menos criminal el atentado, segn sea la cla-se y la categora de la persona ofendida: con qu horror es mi-rado el hijo que maltrata a sus padres?, qu circunstancia msagravante que la de ofender a una persona en el acto mismo enque nos est dispensando un beneficio? Pues bien, aplquense es-tas ideas; advirtase que en la ofensa del hombre a Dios hay la re-belin de la nada contra un Ser infinito, hay la ingratitud del hi-jo con el padre, hay el desacato del sbdito contra su supremoSeor, de una dbil criatura contra el Soberano de cielo y tierra:cuntos motivos para afear la culpa! Cuntos ttulos para aumen-tar la severidad de la pena! Por un simple acto contra la vida o lapropiedadde un individuo, castiga la ley humana al reo con la pe-na de muerte; es decir, con la mayor de las penas que sobre la tie-rra existen, esforzndose en cierto modo en aplicar un castigo infi-nito, pues que priva al ajusticiado de todos los bienes de la socie-dad para siempre; por qu, pues, el Juez Supremo no podr cas-tigar tambin al culpable con penas que duren para siempre? Y n-tese bien que la justicia humana no se satisface con el arrepen-timiento; consumado el crimen, le sigue la pena, y no basta que elcriminal haya mudado de vida; Dios pide un corazn contrito y hu-millado; no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta yviva, y no descarga sobre el delincuente el golpe fatal sin haberlepuesto a la vista la vida y la muerte, sin haberle dejado la elec-cin, sin haberle ofrecido la manocon cuya ayuda pudiera apar-tarse del borde del precipicio. A quin, pues, podr culpar el hom-bre sino a s mismo? Qu tienen de repugnante ni de cruel esasideas? Fcil es alucinar a los incautos, pronunciando enfticamentelos nombres deeternidad de penas y de misericordia infinita;peroexamnese a fondo la materia; atindase a todas las circunstancias

    que la rodean, y se vern desaparecer como el humo las dificulta-des que a primera vista se haban ofrecido. El secreto de los so-

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    fismas ms engaosos consiste en el artificio de presentar losobjetos no ms que por un lado; de aproximar de golpe dosideas, que, si parecen contradictorias, es porque no se atiende alas intermedias que las enlazan y hermanan. Es fcil observar quelos autores ms clebres entre los enemigos de la religin, resuel-ven a menudo las cuestiones ms graves y complicadas con unasalida ingeniosa, o una reflexin sentimental. Ya se ve, como todaslas cosas presentan tan diferentes aspectos, no es difcil a un inge-nio perspicaz coger dos puntos cuyo contraste hiera vivamente elnimo de los lectores; y, si a esto se aade algo que pueda intere-sar el corazn, no cuesta mucho trabajo dar al traste, en el nimode los incautos, con el sistema de doctrinas ms bien cimentado.

    Ya que acabo de mentar el sentimentalismo, no puedo pa-sar por alto el abuso que se hace de este linaje de argumentos, di-rigindose al corazn en muchos casos en que slo se debe hablaral entendimiento. As, en el asunto que nos est ocupando, cmoresiste un corazn sensible al horrendo espectculo de un infelizcondenado a padecer para siempre? Se ha dicho que los grandespensamientos salen del corazn; y en esto, como en todas lasproposiciones demasiado generales, hay una parte de verdad y

    otra de falsedad; porque, si bien es indudable que en muchas co-sas es el sentimiento un excelente auxiliar para comprender a fon-do ciertas verdades, tambin lo es que no debe nunca tomrselepor principal gua, y que no se le ha de permitir jams que lleguea dominar los eternos principios de la razn. Los derechos y debe-res de padres e hijos, de marido y mujer, y todas las relaciones defamilia, no se comprendern quizs tan perfectamente si, analiza-dos a la sola luz de una filosofa disecante, no se escuchan, al pro-pio tiempo, las inspiraciones del corazn; pero, en cambio, tambinse trastornarn los sanos principios de la moral, y se introducir eldesorden en las familias, si, prescindiendo de los severos dictme-nes de la razn, slo nos empeamos en regirnos por lo que nossugiere la volubilidad de nuestros afectos.

    Mucho me engao si no se encuentra aqu uno de los ms fe-cundos manantiales de los errores de nuestra poca. Si bien seobserva, el espritu humano est atravesando un perodo, que tiene

    por carcter distintivo el desarrollo simultneo de todas las faculta-des. stas pierden quiz bajo ciertos aspectos, absorbiendo una

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    gran porcin de las fuerzas y energa que en otra situacin corres-ponderan a las otras; pero la que gana indudablemente es el sen-timiento; no en la parte que tiene de desprendimiento y elevacin,sino en cuanto es un placer, un goce del alma. As notamos que noprevalece en la literatura la imaginacin, ni tampoco el discurso,sino el sentimiento en sus ms raros y extravagantes matices, lla-mando en su auxilio la razn y la fantasa, no como amigos, sinocomo dependientes. De donde resulta que la filosofa se resientetambin del mismo defecto, y que de su tribunal rara vez salen bienlibrados los austeros principios de la moral eterna. Este sentimien-to muelle se esfuerza en divinizar el goce, busca una excusa atodas las acciones perversas, califica de deslices los delitos, defaltas las cadas ms ignominiosas, de extravos los crmenes; pro-cura desterrar del mundo toda idea severa, ahoga los remordimien-tos, y ofrece al corazn humano un solo dolo, el placer; una solaregla, el egosmo.

    Ya ve usted, mi querido amigo, que la existencia del infiernono se aviene con tanta indulgencia; pero el error de los hombres nodestruye la realidad de las cosas; si el infierno exista en tiempo denuestros padres, existe todava en el nuestro; y en nada inmutan el

    hecho, ni la austeridad de los pensamientos de los antepasados, nila indulgencia y molicie de los nuestros. Cuando el hombre se se-pare de esta carne mortal, se encontrar en presencia del Su-premo Juez, y all no llevar por defensor el mundo. Estar solo,con su conciencia desplegada, patente a los ojos de Aquel a cuyavista nada hay invisible, nada que pueda ocultarse.

    Estas reflexiones sobre la relacin entre el carcter del desa-rrollo del espritu humano en este siglo, y las ideas que han cundi-

    do en contra de la eternidad de las penas, son susceptibles de mu-chas aplicaciones a otras materias anlogas. El hombre ha credopoder cambiar y modificar las leyes divinas, del modo que lohace con la legislacin humana, y como que se ha propuesto in-troducir en los fallos del Soberano Juez la misma suavidad que hadado a los de los jueces terrenos. Todo , hacindolas menos aflicti-vas, despojndolas de todo lo que tienen de horroroso, y economi-zando al hombre los padecimientos tanto como es posible. Ms o

    menos, todos cuantos en esta poca vivimos, estamos afectadosde esta suavidad: la pena de muerte, los azotes, todo cuanto trae

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    consigo una idea horrorosa o aflictiva, es para nosotros insoporta-ble; y se necesitan todos los esfuerzos de la filosofa, y todos losconsejos de la prudencia, para que se conserven en los cdigoscriminales algunas penas rigurosas. Lejos de m el oponerme a es-ta corriente; y ojal fuera hoy el da en que la sociedad no hubiesemenester para su buen orden y gobierno el hacer derramar sangreni lgrimas; pero quisiera tambin que no se abusase de este exa-gerado sentimentalismo, que se notase que no es todo filantropa loque bajo este velo se oculta, y que no se perdiese de vista que lahumanidad bien entendida es algo ms noble y elevado que aquelsentimiento egosta y dbil que no nos permite ver sufrir a los otros,porque nuestra flaca organizacin nos hace partcipes de los sufri-mientos ajenos. Tal persona se desmaya a la vista de un desvalido,y tiene las entraas bastante duras para no alargarle una pequealimosna. Qu son en tal caso la sensibilidad y la humanidad? Laprimera, un efecto de la organizacin; la segunda, puro egosmo.

    Pero no mira Dios las cosas con los ojos del hombre, niestn sometidos sus inmutables decretos a los caprichos de nues-tra enfermiza razn: y no cabe mayor olvido de la idea que debe-mos formarnos de un Ser eterno e infinito, que el empearnos en

    que su voluntad se haya de acomodar a nuestros insensatos de-seos. Tan acostumbrado est el presente siglo a excusar el crimen,a interesarse por el criminal, que se olvida de la compasin que,con ttulo sin duda ms justo, es debida a la vctima; y de buenagana dejara a sta sin reparacin de ninguna clase, con el solo ob-jeto de ahorrar a aqul los sufrimientos que tiene merecidos. T-chese cuanto se quiera de duro y cruel el dogma sobre la eternidadde las penas, dgase que no puede conciliarsecon la Misericordiadivina tan tremendo castigo; nosotros responderemos que tampocopuede componerse con la divina Justicia, ni con el buen ordendel universo, la falta de ese castigo; diremos que el mundo estaraencomendado al acaso; que en gran parte de sus acontecimientosse descubriera la ms repugnante injusticia, si no hubiese un Diosterriblemente vengador, que est esperando al culpable ms alldel sepulcro, para pedirle cuenta de su perversidad durante superegrinacin sobre la tierra.

    Y qu? No vemos a cada paso ufana y triunfante la in-justicia, burlndose del hurfano abandonado, del desvalido en-

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    fermo, del pobre andrajoso y hambriento, de la desamparada viuda,e insultando con su lujo y disipacin la miseria y dems calamida-des de esas infelices vctimas de sus tropelas y despojos? Nocontemplamos con horror padres sin entraas, que con su conduc-ta disipada llenan de angustia la familia de que Dios les ha hechocabezas, llevando al sepulcro a una consorte virtuosa, dejando asus hijos en la miseria, y no transmitindoles otra herencia que elfunesto recuerdo y los daosos resultados de una vida escandalo-sa? No se encuentran a veces hijos desnaturalizados, que insul-tan cruelmente las canas de quien les diera el ser, que le abando-nan en el infortunio, que no le dirigen jams una palabra de con-suelo, y que con su desarreglo y su insolente petulancia abrevianlos das de una afligida ancianidad? No se hallan infames seduc-tores que, despus de haber sorprendido el candor y mancillado lainocencia, abandonan cruelmente a su vctima, entregndola a to-dos los horrores de la ignominia y de la desesperacin? La ambi-cin, la perfidia, la traicin, el fraude, el adulterio, la maledicencia,la calumnia y otros vicios que tanta impunidad disfrutan en estemundo, donde tan poco alcanza la accin de la justicia, donde sontantos los medios de eludirla y sobornarla, no han de encontrar unDios vengador que les haga sentir todo el peso de su indignacin?,no ha de haber en el cielo quien escuche los gemidos de lainocenciacuando demanda venganza?

    Que no es verdad, no, que el culpable experimente ya en estavida todo lo bastante para el castigo de sus faltas; le atormentan,s, los remordimientos roedores, se agregan las enfermedades quesus desarreglos le han acarreado, le abruman las desastrosas con-secuencias de su perversa conducta; pero tampoco le faltan me-dios para embotar algn tanto el punzante estmulo de su concien-cia, tampoco carece de artificios para neutralizar los malos efectosde sus bacanales, tampoco escasea de recursos para salir airosode los malos pasos a que sus extravos le conducen. Y, adems,qu son estos padecimientos del malvado en comparacin de losque sufre tambinel justo? Las enfermedades le abruman, la po-breza le acosa, la maledicencia y la calumnia le denigran, la injusti-cia le atropella, la persecucin no le deja sosiego; las tribulacionesde espritu se agregan tambin, y, semejante al divino Maestro, su-fre en esta vida los tormentos, las angustias, el oprobio de la cruz.Si su paciencia es mucha, si acierta a resignarse como verdadero

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    cristiano, hace algn tanto ms llevaderos sus padecimientos; perono deja por esto de sentirlos, y a menudo ms duros de los quehan cado sobre el hombre manchado con cien crmenes. Sin laspenas y los premios de la otra vida, dnde est la justicia? ;dnde la Providencia?; dnde el estmulo para la virtud, y elfreno para el vicio?

    Pregntame usted, mi estimado amigo, si comprendo perfec-tamente cul es el objetoque Dios se pueda proponer en prolon-gar por toda la eternidad las penas de los condenados; y se ade-lanta a contestar a la razn que poda sealarse de que as se sa-tisface la divina Justicia, y se aparta a los hombres del caminodel vicio, con el temor de tan horrendo castigo. Dice usted, por

    lo tocante al primer punto, que jams ha podido concebir la raznde tanto rigor; y que, aun cuando no deja de columbrar la relacinque existe entre la eternidad de la pena y la especie de infinidad dela ofensa por la cual se impone, sin embargo, le queda todava al-guna obscuridad que no acierta a disipar. Muy errado anda usted,mi apreciado amigo, si se imagina que a todos los dems no lessucede lo mismo; pues que sabido es que el entendimiento hu-mano se anubla, tan pronto como toca en los umbrales de lo infini-

    to. De m sabr decir que tampoco concibo estas verdades conentera claridad; y que, por ms firme certeza que de ellas abrigue,no puedo lisonjearme que se presenten a mi espritu con aquellaevidencia que las pertenecientes a un orden finito y puramente hu-mano; pero, lejos de que me desanime esta niebla, que procede alpropio tiempo de la debilidad de nuestros alcances, y de la sublimenaturaleza de los objetos, he considerado repetidas veces que, sipor este motivo debiera negar mi asenso, no podra prestarle tam-poco a muchas otras verdades de las que me sera imposible du-dar, aunque en ello me esforzara. Estoy seguro de la creacin, noslo por lo que me ensea la religin revelada, sino tambin por loque me dicta la razn natural: y, no obstante, cuando medito sobreella, cuando quiero formarme una idea clara y distinta de aquel actosublime en que Dios dijo: hgase la luz, y la luz fue hecha,sintesemi entendimiento con cierta flaqueza, que no le permite compren-der con toda perfeccin el trnsito del no ser al ser. Estoy cierto, yusted conmigo, de la existencia de Dios, de su infinidad, eternidad,inmensidad, y dems atributos; pero, nos es dado acaso formar-nos ideas bien claras de lo que por estos nombres se expresa? Es

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    bien seguro que no; y lea usted todo cuanto han escrito sobre ellolos telogos y filsofos ms esclarecidos, y echar de ver que, mso menos, adolecan del mismo achaque que nosotros.

    Si quisiera dar ms amplitud a estas reflexiones, fcil sera

    encontrar mil y mil ejemplos de esta debilidad de nuestro entendi-miento, hasta en las cosas fsicas y naturales; pero esto me empe-ara en largas discusiones sobre las ciencias humanas, alejndo-me del principal objeto. Adems, que no dudo bastar lo dicho paradejar sentado que no debe hacer mella en un espritu slido estaobscuridad de que estn rodeados a nuestra vista algunos objetos;y que, mientras sobre ellos podamos adquirir por conducto segurola competente certeza, no conviene abstenerse de prestar asenso

    por el solo asomo de algunas dificultades ms o menos graves,ms o menos embarazosas.No son muchas las materias en que pueden sealarse, en

    apoyo de una verdad, razones ms satisfactorias que las arriba in-dicadas en pro de la justicia de la eternidad de las penas; sea cualfuere el concepto que usted forme de mis reflexiones, al menos nopodr negarme que no son para despreciarlas por el simple obs-tculo de una dificultad, que ms bien se funda en un sentimenta-

    lismo exagerado que en un raciocinio slido y convincente. Por tan-to, slo me resta recordarle que no se trata de saber si nuestroentendimiento comprende o no con toda claridad el dogma delinfierno, sino de averiguar si en realidad este dogma es verdaderoy si los fundamentos en que le apoyamos sus sostenedores tienenlas seales caractersticas que puedan convencer de que realmen-te ha sido revelado por Dios. De qu nos servira el comprenderloms o menos claramente, si tuvisemos el tremendo infortunio de

    haberle de sufrir?Por lo que toca al segundo punto que usted indica en su apre-ciada, no estoy de acuerdo en que una pena de duracin limi-tada pudiese ejercer sobre el nimo de los hombres una im-presin equivalente, y de idnticos resultados, en cuanto al arre-glo de la conducta. Pretende usted que, en estando acompaada lapena de mucha duracin, o de un tormento muy terrible, bastarapara enfrenar las pasiones, ponindose un lmite a los malos de-

    seos; con cuya observacin se da por el pie a la razn que sea-lamos los cristianos de que la existencia del infierno es una salva-

  • 8/13/2019 Balmes, Jaime - Cartas-a-un-esceptico-en-materia-de-religin

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    guardia de la moral. Pero a m me parece que usted no ha sondea-do lo suficiente este asunto, y no ha reparado en que, si bien esverdad que la idea del tormentonos espanta y aterra cuando seha de sufrir en esta vida, nos causa muy ligera impresin si seha de reservar para la otra. Dos pruebas dar de esto, una expe-rimental, otra cientfica.

    El dogma del purgatorio lleva ciertamente una idea terrible; yas los libros de devocin, como los predicadores, estn pintandocontinuamente aquel lugar de expiacin con los colores ms es-pantosos. Los fieles lo creen as; lo estn oyendo sin cesar, oranpor los parientes y amigos difuntos, que pueden estar detenidos enl; pero, hablando ingenuamente, es mucho el miedo que se

    tiene al purgatorio?Por s solo, fuera un dique bastante robustopara oponerse al mpetu de las pasiones? Dgalo cada cual por ex-periencia propia: dganlo tambin por la ajena, cuantos han tenidoocasin de observarlo. Las penas que para aquel lugar se nosanuncian son terribles, es verdad; su duracin puede ser mucha, escierto; el alma no saldr de all hasta haber pagado el ltimo cu