Boletín Alfonso Caso, núm. 13

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1ra Época. Enero - Abril 2011. No. 13 13 Índice • Editorial • Artículo - El Magisterio de Bosch-Gimpera en México. Yoko Sugiura Yamamoto. • Efemérides - Ignacio Bernal, Rafael García Granados, Jorge A. Vivó, Jorge R. Acosta, Felipe Solís Olguín. • Noticias - V Congreso Iberoamericano de Archi- vos Universitarios. • Ex-libris - Pedro Bosch-Gimpera EDITORIAL Hablar de los maestros es- pañoles que han influido en el campo de la antropo- logía en México no es sólo un compromiso académi- co, sino también un com- promiso íntimo, porque al mismo tiempo se trata de amigos de la familia, españoles todos ellos que forman parte de un exilio del que se ha dicho y es- crito mucho, pero del que nunca se dejará de hablar. Siempre queda en uno la sensación de que hay tanto que decir que siempre falta- rá tiempo y papel, y que las palabras nunca serán lo suficientemente precisas como para describir toda la riqueza del trabajo que esos maestros hicieron por la antropología mexicana. Somos afortunados, pues recibimos algo que no puede compararse con ninguna riqueza material y que es la herencia de principios sólidos, fundamentales; porque sabemos que todo puede cambiar, todo puede abandonarse o perderse en la defensa de la libertad de pensar. No fueron uno o dos, sino muchos, los espa- ñoles que lo hicieron con valentía, los que tuvieron la capacidad de reconstruir y de modificar sus vidas en forma siempre positiva en bien del conocimiento, de la ciencia y, en el caso que hoy nos ocupa, de la reflexión sobre el hombre, de la antropología. Los españoles que llegaron a México eran escrito- res, intelectuales, hombres de ciencia, maestros, obre- ros calificados, políticos; es decir, una emigración masiva de la inteligencia española en su plenitud. Su llegada coincidió con el inicio de un importantísimo momento de desarrollo económico, social y cultural de México, y su aportación fue valiosa y oportuna en ese momento crítico de la historia contemporánea del país. La Casa de España, convertida en El Colegio de México a partir del 8 de octubre de 1940, acogió a varios profesores, entre ellos al doctor catalán Pedro Bosch-Gimpera. Además de El Colegio de México, muchos profesores españoles, no sólo catalanes, sino vascos, aragoneses, canarios y andaluces, pasaron a formar parte del personal académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, del Instituto Politéc- nico Nacional, del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Otros se incorporaron a centros científicos y algunos quedaron repartidos en las universidades de Michoacán, Guanajuato, y otras capitales regionales del país. Dr. Pedro Bosch-Gimpera

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1ra Época. Enero - Abril 2011. No. 13

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Índice

• Editorial• Artículo- El Magisterio de Bosch-Gimpera en

México. Yoko Sugiura Yamamoto.

• Efemérides- Ignacio Bernal, Rafael García Granados,

Jorge A. Vivó, Jorge R. Acosta, Felipe Solís Olguín.

• Noticias- V Congreso Iberoamericano de Archi-

vos Universitarios.

• Ex-libris- Pedro Bosch-Gimpera

EDITORIALHablar de los maestros es-pañoles que han influido en el campo de la antropo-logía en México no es sólo un compromiso académi-co, sino también un com-promiso íntimo, porque al mismo tiempo se trata de amigos de la familia, españoles todos ellos que forman parte de un exilio del que se ha dicho y es-crito mucho, pero del que nunca se dejará de hablar. Siempre queda en uno la sensación de que hay tanto que decir que siempre falta-rá tiempo y papel, y que las palabras nunca serán lo suficientemente precisas como para describir toda la riqueza del trabajo que esos maestros hicieron por la antropología mexicana.

Somos afortunados, pues recibimos algo que no puede compararse con ninguna riqueza material y que es la herencia de principios sólidos, fundamentales; porque sabemos que todo puede cambiar, todo puede abandonarse o perderse en la defensa de la libertad de pensar. No fueron uno o dos, sino muchos, los espa-ñoles que lo hicieron con valentía, los que tuvieron la capacidad de reconstruir y de modificar sus vidas en forma siempre positiva en bien del conocimiento, de la ciencia y, en el caso que hoy nos ocupa, de la reflexión sobre el hombre, de la antropología.

Los españoles que llegaron a México eran escrito-res, intelectuales, hombres de ciencia, maestros, obre-ros calificados, políticos; es decir, una emigración masiva de la inteligencia española en su plenitud. Su

llegada coincidió con el inicio de un importantísimo momento de desarrollo económico, social y cultural de México, y su aportación fue valiosa y oportuna en ese momento crítico de la historia contemporánea del país.

La Casa de España, convertida en El Colegio de México a partir del 8 de octubre de 1940, acogió a varios profesores, entre ellos al doctor catalán Pedro Bosch-Gimpera. Además de El Colegio de México, muchos profesores españoles, no sólo catalanes, sino vascos, aragoneses, canarios y andaluces, pasaron a formar parte del personal académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, del Instituto Politéc-nico Nacional, del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Otros se incorporaron a centros científicos y algunos quedaron repartidos en las universidades de Michoacán, Guanajuato, y otras capitales regionales del país.

Dr. Pedro Bosch-Gimpera

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Por fortuna, en el campo de la antropología las con-diciones fueron favorables a la asimilación de los exi-liados españoles; la nueva forma de indigenismo que durante la Revolución había surgido en México, gra-cias a la obra de Manuel Gamio, basada en un estudio profundo e integral de los valores indígenas, depuran-do no pocas fobias antihispánicas, ofreció una perspec-tiva abierta. Para algunos exiliados se presentó como un campo interesantísimo donde poner en práctica los conocimientos antropológicos adquiridos en el viejo mundo.

De cualquier manera, los exiliados estaban prepa-rados, por lo menos la mayoría de ellos, para aceptar esa situación y asumir, como muchos de sus colegas mexicanos, las tareas y los riesgos de una antropología comprometida y de un ejercicio profesional crítico.

Es importante distinguir entre aquellos, muy pocos, que llegaron a México formados, con un currículum larguísimo, como don Pedro Bosch-Gimpera y Juan Comas, y un segundo grupo más joven que atraído qui-zá por lo exótico de las culturas prehispánicas o por el afán de conocer mejor el país que los había acogido, es atrapado por la antropología e ingresa a la recién fun-dada Escuela Nacional de Antropología e Historia.

Todos ellos tenían muy buena preparación básica. El ambiente de seriedad en los estudios y su corres-pondiente disciplina se hicieron notar inmediatamente. Tenían una visión distinta del trabajo académico y de la labor didáctica, pues en España el trabajo de profe-sor era un prestigio social

Además del trabajo de los antropólogos exiliados en la investigación científica y en la enseñanza superior, hay que agregar su actividad como promotores y orga-nizadores de instituciones nacionales e internacionales, de publicaciones profesionales, de libros y revistas.

Todo ese gran grupo (grande por su talla, más que por su número), de antropólogos españoles está presi-dido por la enorme figura de Pedro Bosch-Gimpera, quien con su trabajo, su trayectoria y su legado, destaca en primerísimo sitio no sólo en la antropología mexica-na, sino en el pensamiento humanístico mundial.

Hablar de él puede hacerse de muchas formas y desde múltiples perspectivas, pero cualquiera de ellas nos llevará finalmente a la admiración. Hombres así ya no existen y ya no pueden existir: él fue el sabio por naturaleza, afable, simpático; en todo el sentido de la palabra, bueno.

Pedro Bosch-Gimpera obtuvo su doctorado en le-tras a los veinte años, y a los veintidós el de historia.

Bosch-Gimpera y sus colaboradores participaron en el Congreso Universitario Catalán en 1919, donde se ini-ció el movimiento a favor de la reforma universitaria en Cataluña, la cual se efectuó en 1931. Redactó un anteproyecto de estatuto de autonomía. Dicho proyecto fue uno de los antecedentes que se tuvieron en cuenta para elaborar el que rigió posteriormente a la Univer-sidad Autónoma bajo la República. Durante el período de 1931 a 1939 actuó como decano de la Facultad de Filosofía y Letras y luego como Rector. Formó par-te activa del Instituto d’Estudis Catalans, organizó el servicio de excavaciones y, como buen catalán, fue ca-talanista. En alguna de sus clases hicimos la broma de que quizá él llegaría algún día a decir que el origen del vaso campaniforme, una de las antiguas culturas euro-peas y uno de sus temas preferidos, había tenido lugar en la Plaza de Cataluña en Barcelona.

Es interesante hacer notar que el espíritu y el cono-cimiento de lo que debe ser una auténtica universidad estaba en su formación: fue catedrático en esencia, y aun teniendo cargos administrativos éstos eran acadé-micos y no burocráticos, pues continuaba en su campo, escribiendo e investigando.

Lo recordamos con cariño especial aquellos que tuvimos la suerte de recibir sus cátedras, primero en la enah y luego en el doctorado de la unam. Era muy difícil seguirlo por sus itinerarios históricos, desde Si-beria hasta el sur de África, remontando sierras, va-lles y ríos de los que sabía perfectamente el nombre, y que muchas veces ni siquiera aparecían en los mapas. Aseguraba que el mapa estaba equivocado, y lo estaba. Con gran humor fumaba un gran puro que nos marea-ba, pues su cubículo en el Instituto de Investigaciones Antropológicas era muy reducido.

Formó parte de innumerables instituciones cientí-ficas, que no vamos a enumerar. Asiduo participante de múltiples congresos, entre ellos los de Americanis-tas. En el último que tuvo lugar en México y al que asistió en 1974, año de su muerte, iba acompañado de un enfermero que lo ayudaba a caminar; pero atendió a un sinnúmero de ponencias, entre ellas muchas de sus alumnos, respetando el trabajo de los jóvenes, por-que así era su espíritu: joven. En el nuevo edificio del Instituto de Investigaciones Antropológicas, su busto marca la entrada a una institución que le debe muchos momentos inolvidables.

Mari Carmen Serra Puche Instituto de Investigaciones Antropológicas

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ARTÍCULO

El 22 de marzo del año que inicia, se cumple el 120 aniversario del nata-licio del Dr. Pedro Bos-ch-Gimpera, uno de los científicos fundadores del Instituto de Investigacio-nes Antropológicas (iia) de la Universidad Nacio-nal Autónoma de México (unam).

Catalán por nacimiento y mexicano por adopción,

éste erudito arqueólogo e historiador fue el fundador de la Escuela Catalana de Arqueología y el último Rector Republicano de la Universidad de Barcelona. Salió de España a raíz del triunfo franquista en la Guerra Civil, y se estableció en México de manera permanente desde finales de 1941.

Por lo antes dicho, decidimos recordarlo dedicán-dole el primer boletín de este juvenil año, y creímos que no había mejor manera de hacerlo que a través de las palabras de dos de sus destacadas alumnas, la Dra. Mari Carmen Serra, quien amablemente aceptó hacer la editorial de este número, así como de la Dra. Yoko Sugiura, quien nos proporcionó la conferencia magis-tral que presentó en El Seminario Internacional: La ar-queología catalana en América: exilio y compromiso, organizado por el Departament de Prehistòria de la Uni-versitat Autònoma de Barcelona, Dpt. D’Arqueologia i Antropologia de la Instituciò Milá i Fontanals - csic i Icones: Cooperaciò cultural per a la transformaciò so-cial, Casa América - Catalunya, Barcelona, en marzo de 2008.

Las imágenes que ilustran el presente documen-to forman parte del importante acervo documental y fotográfico del Dr. Bosch-Gimpera. Ya en el boletín número 2 presentamos una semblanza de Don Pedro —como cariñosamente es conocido entre sus alumnos mexicanos—, así como de la información contenida en su archivo personal y que tiene en resguardo el Insti-tuto de Investigaciones Antropológicas en su Área de Fondos Documentales “Alfonso Caso”.

el magisterio de Bosch-gimpera en méxico por

Yoko sugiura Yamamoto

Todo comenzó con una charla anecdótica en el au-tobús de regreso del XXIX Coloquio de Antropología e Historia Regionales organizado por El Colegio de Mi-choacán, con J. Esteves y Asunpcio Vila. Estaba con-versando de la Guerra Civil Española por una cuestión muy personal y fue, en ese contexto, que salió a relucir la figura de Don Pedro Bosch-Gimpera, cuya enseñan-za tanto académica como humana nos ha dejado una huella imborrable. Hablaba de la clase de “Arqueolo-gía del Viejo Mundo” que él impartía en la Maestría de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, don-de tuve el primer contacto con un gran maestro, Don Pedro; y con este nombre, se distinguía del resto del mundo. Todos le reconocían así.

Al recibir la invitación a participar en esta reunión, vinieron a mi memoria muchos recuerdos inolvidables de Don Pedro. Y si escudriñando entre experiencias vi-vidas y memorias compartidas, que constituyen parte importante del tomar conciencia de su trascendencia, bien podríamos llenar el espacio con innumerables relatos cálidos y sugerentes. Pero también tomé con-ciencia de que no debo concretar esta plática a puros recuentos anecdotarios. Fue entonces que comencé una búsqueda bibliográfica en torno a ese gran maestro que fue Don Pedro Bosch-Gimpera. Conforme me adentra-ba en su vida académica y personal, iba creciendo el temor a mi incapacidad de transmitir aquí su grandeza y la aportación real de su persona a los nuevos hori-zontes que abrió al mundo arqueológico de México. Es más, las lecturas me permitieron conocer muchas facetas de Don Pedro de las cuales no tenía, siquiera, una vaga idea. Debo confesar que haber ingenuamente aceptado esta tarea –que luego tanto he disfrutado−, se debió en mucho a mi ignorancia y que, difícilmente podría haberla cumplido a la ligera. Sin duda, su per-sona, su vida y su aportación rebasaban en mucho mis palabras y sentires.

No obstante mis temores, me atreveré a narrar un poco de las muchas y profundas huellas que dejó en el mundo intelectual y académico, sobre todo en el de los antropólogos mexicanos. Debo aclarar que mi in-tención no es seguir su vida cronológicamente, para no acabar en unos meros apuntes bibliográficos ordena-

Guatemala, 1950.

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Europa occidental, incluyendo la región mediterránea hasta Siberia, pasando por diversas regiones del Asia oriental.

Tenía además, un sentido preciso y excepcional de la geografía.2 Sobre el pizarrón iba dibujando de memo-ria mapas muy detallados, pero también nos mostraba otros mapas, enormes, que desplegaba en el pizarrón y en la pared del aula, los cuales venía cargando, junto con sus libros, enrollados debajo del brazo. Carlos Bos-ch García, historiador e hijo de Don Pedro, comenta en sus memorias El Doctor Pedro Bosch-Gimpera que yo conocí, algo que efectivamente nos consta, que los “fa-mosos” mapas fueron creciendo de tamaño conforme iban avanzando sus estudios. Don Pedro iba pegando más hojas de mapas de manera que podría incorporar en ellas nuevos datos o nuevos temas; “… iba pegando y pegando y terminaba con verdaderos lienzos de ta-maño poco manejable, formados por un sinfín de cuar-tillas de varios tamaños pegadas las unas y las otras”.3 Aquellos no eran mapas muertos ni estáticos, sino que por el contrario, tenían vida y dinamismo: estaban lle-nos de anotaciones con lápices de color y rayados con flechas también de colores; Don Pedro iba coloreando y recoloreando sus mapas conforme abordaba los nue-vos tópicos y frecuentemente agregaba anotaciones en otras lenguas y recalcaba con tinta china las letras de colores ya inscritas. Esos mapas le servían para ilustrar-nos muchos tópicos como los movimientos poblacio-nales y la difusión de rasgos culturales. Entre aquellos múltiples mapas recordamos especialmente el de la ex-pansión de los famosos “vasos campaniformes”, tema

�. Litvak King, en Teresa Bosch, 1993:99.3. Bosch García, 1990:10.

dos; ni intento repetir lo ya publicado, sino ir tejiendo tramas, mezclando las memorias compartidas por mu-chos de los estudiantes a quienes él dio cátedra y los datos puros y llanos extraídos de su bibliografía.

Al evocar a Don Pedro, acude inmediatamente a la mente el recuerdo de su imagen: robusto, con una expresión siempre afable en el rostro. Era también sencillo, a pesar de su reco-nocimiento mundial como prehistoriador. Caminaba pausadamente hacia el au-la de la vieja Escuela de Antropología e Historia en el Museo Nacional de An-tropología, en Chapulte-

pec, donde impartió las clases “Arqueología del Viejo Mundo”, I y II, durante más de tres décadas, incluso después de haber sido nombrado Profesor Emérito de la unam. Cargaba siempre un portafolio viejo de cuero café, abultado de libros y documentos. Los libros los circulaba entre los alumnos en su clase para ilustrar los datos. El puro, parte casi de su persona, se había convertido en el ícono de su presencia. Siempre sereno y gentil, irradiaba una bondad infinita.

Recuerdo que la clase comenzaba a las tres de la tar-de, justo en el momento de la digestión tras de la comida del medio día. Con gran brillantez y erudición, respal-dada por la sólida formación académica adquirida en su natal tierra barcelonesa y en otros países europeos como Alemania, Francia e Inglaterra, y con una plena entrega docente, hablaba de múltiples tópicos relacio-nados con la prehistoria del Viejo Mundo. Saltaba de un lugar a otro y de una cultura a la otra. Naturalmente tenía un conocimiento enciclopédico acerca de las cul-turas prehistóricas y protohistóricas del Viejo Mundo, sobre todo las que se desarrollaron en la Península Ibé-rica, en Europa Occidental y en el Mediterráneo,1 pero también estaba al tanto, y con precisión, de las últimas novedades de la arqueología en Asia oriental, es decir, Siberia, Mongolia, Japón, China, India, Indonesia, etc. Llegaban a sus manos las publicaciones más recientes de todas las partes del mundo, algunas a las que sólo él tenía acceso en México. Así, su clase abarcaba desde 1. Comas, 1976:�1.

Japón, Octubre 1961.

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por el que, junto con las cuestio-nes de los indoeuropeos y de las culturas neolíticas y eneolíticas, Don Pedro tenía una especial predilección. Aquellos mapas reconocidos por el mundo de los arqueólogos mexicanos le dieron un sello a su sabiduría y su conocimiento universal acer-ca de la prehistoria del Viejo Mundo.

Nos mostraba, con precisión y fluidez, enorme cantidad de da-

tos cuyos nombres nunca habíamos oído hasta entonces y Don Pedro ni cuenta se dio que sus alumnos no esta-ban familiarizados con esos datos. Durante sus clases circulaban sus libros y mostraba una gran cantidad de diapositivas, para lo cual teníamos que cerrar la cortina del salón. A las tres de la tarde, en la semioscuridad y con su español de fuerte acento catalán, además de por no estar a la altura para seguir cabalmente su curso, nos resultaba a veces difícil mantener la atención durante las dos horas que duraba nuestra clase. En todo sentido rebasaba nuestra capacidad, independientemente de lo fascinante que resultara el curso. Podrán imaginar que, si para mis compañeros mexicanos de habla española era difícil captar todo lo que decía Don Pedro, para mí, una alumna recién llegada desde el Lejano Oriente, era enormemente complicado seguir su clase, a pesar de mi enorme esfuerzo en escuchar y tratar de entender a Don Pedro ¡y a su español!

De entre las múltiples aportaciones de Don Pedro a los campos docentes y de investigación, podemos re-saltar tres en los que su figura aparece como un gran pionero e impulsor insuperable en México. La primera es, sin duda, la introducción y difusión de la prehistoria y protohistoria del Viejo Mundo, siempre actualizada. Dedicó una parte importante de su vida académica en México a sistematizar y sintetizar la enorme cantidad de datos que llevó consigo al salir de España, con el fin de integrarlos en forma coherente y de difundir el al-cance de la historia antigua del Viejo Mundo. En aquel tiempo, el interés en torno a la prehistoria en general estaba muy limitado, ya que no se consideraba ni prio-ritaria ni importante, y la tarea de romper el desinterés e impulsar este campo de conocimiento entre los futu-ros arqueólogos mexicanos fue ardua. Como mencioné

anteriormente, Don Pedro, con gran entusiasmo pero también con mucha paciencia se dedicó, año tras año, a introducir la arqueología del Viejo Mundo en diver-sas instituciones educativas de México. Una segunda aportación se refiere a la cuestión del arte rupestre, la cual mencionaré más tarde y una tercera, al tema del contacto entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Estos tres campos donde Don Pedro contribuyó enormemente al desarrollo de la arqueología mexicana se interrelacio-nan y parten de una sólida base ya adquirida antes de su llegada a México.

Desde su arribo a tierras americanas, Don Pedro se interesó en las posibles conexiones entre las culturas de ambos mundos y en el poblamiento de América. El primer fruto aparece en una ponencia intitulada “Posi-bles conexiones entre las culturas de Norteamérica y las del Viejo Mundo” (El Norte de México y el Sur de los Estados Unidos), publicada en 1943 dentro de las memorias de la iii Mesa Redonda de la sma,4 muy po-co después de su llegada a México. A partir de enton-ces realizó varias publicaciones acerca de ese tema tan fundamental, pero tan poco estudiado en aquel tiempo, tales como “Sobre el problema de la prehistoria ame-ricana”.� Posteriormente, respaldado por sus conoci-mientos ecuménicos de la prehistoria del Viejo Mundo, mismos que había cultivado antes de la venida al Con-tinente Americano, por su gran capacidad sintetizadora y por su creatividad genial, propone la hipótesis acer-ca de un poblamiento de América más temprano de lo aceptado para el mundo académico de entonces. Así, en el escrito “Asia y América en el Paleolítico Inferior;

�. Memorias de la III Mesa Redonda de la SMA:339-3��.�. Bosch-Gimpera 19�7, Obras Completas de M. O. de Mendizábal, T. I:101-11�, Acta Americana vol. 6, no. 1-2:1-16.

Sepultura de Filomena en Villarreal,

Castellón, España.

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Supervivencias”, publicado en 19�8,� plantea que los primeros pobladores de este continente llegaron antes del desarrollo de la glaciación wisconsiniana, otro tópi-co en el que Don Pedro tenía mucho interés. Proponía que estos primeros pobladores fueron recolectores y cazadores, sobrevivientes del Paleolítico Inferior, pro-cedentes de Asia oriental y que conocían las técnicas de lascas y nódulos; y que después, durante el Paleo-lítico superior, penetraron cazadores de fauna pleisto-cénica desde Siberia, cuyos testimonios se encuentran en las puntas de proyectil acanaladas como las San-día, Clovis y Folsom. Expresó abiertamente la plau-sibilidad del poblamiento del Nuevo Mundo ya desde cuando menos 3�,000 a.C.7, hipótesis que muestra su audacia, ya que otorgar una antigüedad tan grande para la llegada de los primeros pobladores a este continente constituía simplemente una blasfemia.8 Se sucedieron otras publicaciones del mismo tema como La prehis-toria del Nuevo Mundo y Centro América (1959), Pre-historia y arqueología de América (19�0) y finalmente L’Amérique avant Christophe Colomb. Si bien existen aún hoy día discusiones en torno a la antigüedad de los primeros pobladores de América, podemos afirmar que en la actualidad contamos con más evidencias de ma-yor profundidad temporal de la presencia humana en este continente no sólo en México –Tlapacoya, Cedral, Santa Martha, etc.—, sino también en otros lugares de Sudamérica.9 De esta manera, Don Pedro se adelantó a muchos arqueólogos contemporáneos suyos que es-taban trabajando el mismo tema.

Al término de la carrera de Arqueología, tenía ya pensado el tema de mi tesis de Maestría en torno al poblamiento de América y sus posibles contactos con el Viejo Mundo. A través del curso con Don Pedro, tenía conocimiento no sólo de que él se interesaba en el tema, sino que era considerado como la única persona con sabiduría y conocimiento suficiente acerca de esa problemática. Así pues, no obstante el inicio difícil en seguir sus clases y de encontrarme frente a una figura excepcional e inalcanzable, fui a solicitar al maestro que dirigiera mi tesis de Maestría. Cuando propuse un tema de tesis que encajaba precisamente con su interés, aceptó gustosamente “dirigir” mi trabajo, pues a Don Pedro le interesaban también la problemática de la ce-rámica japonesa de Jomon y su posible relación con �. Miscellanea P. Rivet Octogenario Dictata: 49-76.7. Piña Chan, 1976:7�-7�.�. Entrevista con J. Luis Lorenzo, en Bosch Romeu, 1993:109.9. Piña Chan, 1976:7�.

Ecuador —específicamente con la de Valdivia— así como la difusión de rasgos culturales del Viejo Mundo en la formación de las antiguas culturas de este conti-nente.10

Comenzaron así largas pláticas en el estudio de su casa, a donde yo acudía frecuentemente. Él estaba siempre rodeado de libros. Recuerdo que los estantes repletos de libros abarcaban dos pisos y una especie de mezzanine, donde Don Pedro los tenía perfectamente ubicados. Frecuentemente subía la enorme escalera de madera para sacar los libros que estaban en lo alto del estante, y sin ningún preámbulo, me los prestaba. Nun-ca anotaba a quien prestaba los libros, pues el temor de perderlos no estaba entre sus preocupaciones. Como menciona al recordar la enorme bondad de Don Pedro, Noemí Castillo, arqueóloga mexicana muy cercana a él: “Para él, los libros debían ser leídos y siempre sa-crificó la pérdida de uno en manos de algún estudiante con tal de que otros sacaran provecho…”11 Efectiva-mente, como pedagogo con un profundo compromiso con la formación de futuras generaciones de profesio-nales, lo que al Dr. Bosch-Gimpera le interesaba era que los jóvenes conocieran los datos que, sin recurrir a su acervo, no podrían haber adquirido. Así, perdió, efectivamente, muchos libros valiosos, sin que su ros-tro mostrara aflicción alguna.

Naturalmente, nuestro encuentro no llegaba al in-tercambio de opiniones. Yo, simplemente escuchaba y anotaba lo que Don Pedro comentaba. Por horas me platicaba de temas diversos, incluso de su vida antes de venir a México. Nunca hubo entrega de avances de mis estudios, ni corrección de borradores de texto. Al

10. Piña Chan, 1976:7�.11. Noemí Castillo, 1976:67.

En su biblioteca en México, 1970.

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final de mi investigación, armé la tesis y la entregué ya impresa. Estaba más allá de los puntos y comas, más allá de los pequeños errores.

Después de mi defensa, seguí tomando cursos con él en el Doctorado, hasta poco antes de su muerte. Pa-ra ese entonces, habíamos subido unos cuantos pelda-ños en nuestro conocimiento acerca de la prehistoria y protohistoria del Viejo Mundo sobre las que Don Pedro se solía explayar, y podíamos seguir con menos dificultad lo que hablaba. Al acudir a su cubículo para participar en su seminario, seguían admirándonos los enormes mapas tamaño sábana y los cuadros crono-lógicos, llenos de coloridas anotaciones —algunos ya viejos conocidos, otros más, completamente nuevos— que saturaban las paredes. Pudimos comprender, fi-nalmente, su visión histórica de la arqueología. Don Pedro tenía una firme convicción de que, por sí solos, los datos específicos ya sea históricos o sea arqueoló-gicos, sin importar si habían sido obtenidos en exca-vaciones metodológicamente bien controladas, no son capaces de dar una interpretación cabal de los pasos pretéritos, pues se requiere siempre de un tratamien-to integrador. No bastaba abordar un tema aislado, sino por el contrario, con-juntar, entretejer diversos aspectos relacionados a una problemática. Al final entonces, lo que resulta es una perspectiva integrado-ra, tal como aquella desde la que Don Pedro trataba la cuestión del vaso campani-forme, en donde “el tiem-po y el espacio, además de la de cultura van interrela-cionándose de una manera específica,12 perspectiva que, viéndolo retrospectiva-mente, adelantaba algunos planteamientos actuales.

El arte rupestre fue otro tema en el que Don Pedro manifestó gran interés. Si la arqueología mexicana no mostró más que un interés muy limitado en lo refe-rente a los estudios prehistóricos, el arte rupestre fue aún menos importante para los arqueólogos de aquel tiempo. A pesar de que México alberga una gran ri-queza de petrograbado y pintura rupestre, este tipo de 1�. Entrevista de Eduardo Matos (Bosch Romeu, 1993:117-11�).

testimonio arqueológico no atraía a los académicos. La trayectoria de la arqueología mexicana que se oficiali-zó apenas unos pocos años antes de la llegada de Don Pedro a México estuvo, desde su inicio, cargada de tin-tes políticos. La mayor atención estaba dirigida a los estudios de sitios monumentales, de los que el naciona-lismo se servía como un excelente instrumento.

En cambio, el arte rupestre era, simplemente una manifestación marginal de las culturas antiguas. En ese contexto poco favorable Don Pedro no sólo impulsó y promovió la importancia del arte rupestre como prueba de la presencia de hombres prehistóricos, sino también visitó, acompañado por estudiantes suyos, las pinturas rupestres en diversos lugares en el interior de México. Su labor de impulso al estudio de estas manifestacio-nes abarcó también otras regiones. Ya en 19�3, publicó en París “L’Art rupestre américain”.13 Un artículo si-milar, titulado “El arte rupestre en América” lo publicó en el primer volumen de Anales de Antropología,14 así como en Miscelánea en Homenaje a Henri Breuil, en Barcelona.1�

13. Comptes Rendus (1967) de l’Academie des Inscriptions et Belles-Lettres:264-273.1�. Anales de Antropología, vol. I:�9-��.1�. Miscelánea en Homenaje a Henri Breuil, tomo I:�69-���.

Renos polícromos. Pintura Rupestre. Cueva de Font de Gaume, Francia.

Pinturas Rupestres de la Cueva de la Pileta. Benaoján, Málaga, España.

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Su compromiso y en-tusiasmo con el desarrollo y difusión del tema dieron frutos con la celebración de la Primera Mesa Redonda acerca del Arte Rupestre Sudamericano en Mar del Plata, Argentina, en 19��, donde se discutió, entre otros temas, el arte rupes-tre peruano. A partir de esa fecha, se llevaron a cabo simposios en torno a esta manifestación particular de la antigua población americana en distintos lu-gares del Nuevo Mundo,

tales como México, Perú y Brasil. De hecho, la última reunión académica de carácter internacional a la que asistió Don Pedro, a pesar de su estado frágil de salud (al parecer se había fracturado la cadera unos meses antes) fue El Quinto Simposio Internacional America-no de Arte Rupestre. Éste se celebró en septiembre de 1974, es decir, poco antes de su muerte, dentro de las sesiones del xli Congreso Internacional de America-nistas desarrolladas en el Museo Nacional de Antropo-logía, México.1�

Efectivamente, gran parte de la vida de Don Pedro en México transcurrió entre aulas y estudiantes, pe-ro también pasó mucho tiempo en su cubículo en la Universidad Nacional Autónoma de México, específi-camente en el actual Instituto de Investigaciones Antro-pológicas, como investigador. Fue ahí donde organizó la enorme cantidad de datos que recabó, tanto en cam-po como en gabinete, a lo largo de su vida académi-ca y sus ideas, plasmando sus propuestas novedosas en libros de síntesis así como en numerosos artículos en diversos idiomas. Si su figura como un pedagogo excepcional y su influencia en nuestra vida académica son reconocidos por todos los que tuvimos algún acer-camiento a él en algún momento, surge una pregunta obligatoria: ¿Don Pedro dejó alguna escuela o corrien-te en la arqueología mexicana? Antes de contestarla, debemos de aclarar el contexto en que se encontraba México cuando llegó Don Pedro.

16. Entrevista de Pompa y Pompa (Bosch Romeu, 1993:1��-131.

Para la consolidación política de México después de la Revolución, fue necesario, entre otras cosas, re-forzar la identidad nacional, para lo cual, el naciona-lismo sirvió como un instrumento particularmente útil. La arqueología mexicana se insertó, naturalmente, en ese gran compromiso de un país que se estaba apenas levantando. El establecimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah) como parte de la es-tructura gubernamental cumplió con esa tarea y a eso se debe su claro contenido político. De esta manera, durante mucho tiempo, todo lo referente al pasado prehispánico, incluyendo la prehistoria, fue asunto ex-clusivo del inah, institución a la cual Don Pedro nunca perteneció.

Es a ese escenario particular del México de enton-ces que se atribuyó, en gran medida, el énfasis de los trabajos arqueológicos por el descubrimiento y explo-ración de sitios monumentales que pudieran resaltar el glorioso pasado prehispánico. Sin embargo, aún después de la superación de aquel momento históri-co, la trayectoria inicial del inah ha continuado como el camino preferencial de la arqueología mexicana en años posteriores. El establecimiento de la Escuela Na-cional de Antropología e Historia (enah) obedeció a esta coyuntura política, por tratarse de una institución de educación superior cuyo objetivo ha sido formar nuevos cuadros de profesionistas que atiendan a ese reclamo nacional. La monumentalidad y majestuosi-dad arquitectónicas, así como el glamour de las piezas

Pintura Rupestre. Sierra de San Francisco,Baja California, México.

Jamé, Coahuila, México, 1945.

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arqueológicas descubiertas en los sitios importantes fueron apabullantes y atraían la mirada de los arqueó-logos mexicanos. Muchos de ellos se dedicaron así, a la tarea de descubrir, explorar y conservar un patrimo-nio cultural que pudiera realzar la grandeza de la his-toria mexicana.

En este contexto, las investi-gaciones acerca de la prehisto-ria que, si bien son necesarias, no representaban un hallazgo atractivo para el gran públi-co, y no fueron consideradas un quehacer primordial de los arqueólogos mexicanos. Co-mo dice atinadamente Jaime Litvak, en los años cuarenta, México estaba “inventando su arqueología”,17 una arqueolo-gía cuya dinámica fue trazada por investigadores mexicanos,

entre los cuales destaca la figura de Alfonso Caso.

En esta dinámica particular de la arqueología mexi-cana donde el inah se encargó exclusivamente de todo lo relacionado con los testimonios prehispánicos, Don Pedro que no perteneció o que, quizás, no fue invitado a formar parte de dicha institución, no tenía espacios para llevar a cabo investigaciones de gran envergadura ni trabajos de excavación. Además, cabe la posibili-dad de cuestionar si, en la arqueología mexicana, con-cebida como glorificador del pasado y enfocada a la exploración y conservación de grandes monumentos, hubiera tenido un lugar justo y apropiado una investi-gación de la prehistoria con un carácter científico, tal y como la había practicado Don Pedro antes de su salida de España.

Después de su muerte, nos hemos lamentado de una terrible falta, debida a la ausencia de un conocimien-to profundo de la prehistoria y protohistoria europeas, pues la arqueología mexicana quedó atrapada en el “lo-calismo”, incluso en el caso de las investigaciones so-bre los pobladores antiguos. Bien lo dice Jaime Litvak King “la falta de esta escuela {de Prehistoria europea} es manifiesta y actualmente existe un vacío importan-te en la arqueología mexicana que actúa como si la prehistoria europea no hubiera existido, salvo unos 17. Entrevista en Bosch Romeu 1993:10�.

pocos arqueólogos como fueron Lorenzo, Aveleyra y Mirambell quienes trataron de impulsar los trabajos de prehistoria mexicana.”18

Quizás, la existencia de una escuela recién es-tablecida con un claro ob-jetivo de formar a futuros arqueólogos mexicanos y desarrollar una arqueología expresamente mesoameri-cana, implicaba para Don Pedro una situación distinta a la que él había forjado en su tierra, Cataluña. Si a es-to se aúna el hecho de que Don Pedro llegó a México como refugiado sin la infraestructura política ni per-sonal de que disponía en Barcelona, la realidad que confrontó no fue la más apropiada para promover la investigación de la prehistoria.

No obstante todo lo mencionado, Don Pedro siempre fue prudente fren-te a esa situación particu-lar de México y prosiguió su tarea como docente e investigador: difundir su conocimiento de la pre-historia del Viejo Mundo, así como temas de arte rupestre y de las posibles conexiones entre el Viejo y el Nuevo Continente.

De esta manera, las condiciones necesarias para que Don Pedro hubiese podido crear una escuela, tal y co-mo lo hizo en Barcelona, no se dieron en México.19 No obstante, diseminó su simiente entre sus muchos alumnos y discípulos no sólo en México, sino también en otras partes del continente americano.

Con Don Pedro no se puede separar la vida acadé-mica de la personal. Cuando se menciona su nombre, aparecen de inmediato y de manera unánime ciertos calificativos que expresan cualidades inusuales, y sin 1�. Entrevista en Bosch Romeu (1993:10�-103).19. Entrevista a Jaime Litvak K. (Bosch Romeu, 1993:103).

Guatemala, 1950.

Jaime Litvak, 1977.

José Luis Lorenzo, 1951.

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embargo, propias de su personalidad. Todos aquellos que tuvimos la fortuna de asistir a sus clases o los que le trataron de manera personal, describimos a Don Pe-dro como una persona amable, risueña, ecuánime y prudente; un hombre extremadamente respetuoso que no gustaba de estridencias, y que siempre mantuvo un firme compromiso con sus principios.

La congruencia fue una cualidad que siempre cen-tró su vida, como lo recuerda elocuentemente Eduardo

Matos: “mira, para yo poder salir de allá murieron mu-chas gentes, me entiendes, es decir, yo no voy a regre-sar mientras se mantenga la dictadura”20 o como lo narra Antonio Pompa y Pompa al recordar el intento de entre-ga de la medalla de oro en reconocimiento a su recto-rado (Lluís Pericot), Don Pedro no aceptó, diciendo: “qué preciosa medalla, pe-

ro…por el conducto —la Embajada española— que me la hacen llegar no puedo aceptarla, no puedo re-cibirla. Si fuera por conducto de la Universidad sería diferente, sería un honor. Bajo este otro procedimiento no puedo hacerlo, yo sigo siendo el mismo que cuando se vio obligado a abandonar su país en 1939”.21

Don Pedro fue un pedagogo sui generis; un ser de

gran bonhomía, que sabía gozar la vida; un gourmet por excelencia. Sin ser dogmático, era firme. En pala-bras de Carlos Bosch García, Don Pedro “tenía un alto y muy definido concepto de lo que era la libertad, la nación y la nacionalidad”. Era republicano, federalis-ta, pero no separatista.22 Era, ante todo, profundamente catalán, orgulloso de sus raíces, pero al mismo tiempo, mexicano por convicción. Era, después de todo, un hombre universal. Como ésta, abundan las expresiones que manifiestan hacia él una mezcla de cariño, respeto y admiración. Don Pedro era un todo, íntegro.

En lo personal, siempre me impresionó, entre mu-chos aspectos, su actitud siempre respetuosa para con todos, incluso para con los estudiantes recién iniciados

�0. Entrevista (Bosch Romeu 1993: 133).�1. Entrevista (Bosch Romeu 1993:133).��. Bosch García 1990:1�.

en su carrera; y con tris-teza, veo que esta actitud se ha venido perdiendo en los que se han dedica-do a la enseñanza en ge-neraciones posteriores. A pesar de mi ignoran-cia, de mis errores y mis apreciaciones equívocas, tal y como fui en aquel tiempo, Don Pedro jamás perdió la paciencia ni su buena disposición hacia mi ni hacia nadie. Nunca menospreció a persona alguna que se acercara a él. Sin duda, fue un gran humanista, de calidad ex-cepcional. Décadas transcurridas desde mi ingreso a la Escuela Nacional de Antropología e Historia y viendo hacia atrás, observo que se ha acortado afortunada-mente la distancia entre los maestros y los alumnos, si bien me pregunto si no habremos perdido también, a la par de la distancia, el respeto y la cordialidad que tuvimos antes entre ambas partes.

Como resume excelentemente Mari Carmen Serra Puche, una gran amiga, colega y, sobre todo, nieta de dos grandes figuras intelectuales del exilio español: “De esos maestros nuestros…nunca dejaremos de ha-blar, y siempre nos queda esa sensación de que hay tanto que decir, y que las palabras no son en ocasiones lo suficientemente exactas para poder describir toda la riqueza de su trabajo y de lo que hicieron por México y por las instituciones en las que les tocó realizar sus trabajos”.23

Efectivamente, la enseñanza que hemos recibido de los grandes maestros, en este caso específico de Don Pedro Bosch-Gimpera, ha enriquecido nuestro cono-cimiento de una prehistoria que, sólo él, podía haber transmitido, pues nadie, ni antes ni después, ha mane-jado los datos desde una perspectiva integral como la suya. No debemos olvidarnos, también, que su ense-ñanza no se limitaba a lo estrictamente científico, sino que, con una mirada amplia, quizás lo más importante fue la enseñanza emanada directamente de su propia persona. Como dice atinadamente Santiago Genovés, �3. Serra, 19�7.

Florencia, 1950.

Laussane, Suiza,c. 1950

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DIRECTORIOcarlos serrano sánchez

Directorluis BarBa pingarrón

Secretario Académicoalicia cervantes cruz

Coordinadora de la Bibliotecaalicia a. reYes sánchez Y José luis de la rosa r.

Recopilación de información y elaboración de artículosDiseño • César Augusto Fernández Amaro

Corrección de estilo • Adriana IncháusteguiApoyo gráfico • Silvia Abdalá Romero

Apoyo editorial • Martha González Serrano

EFEMÉRIDESEl arqueólogo Ignacio Bernal y García Pimentel nació en la ciudad de París el 13 de febrero de 1910.El historiador Rafael García Granados nació en la ciudad de México el 20 de febrero de 1893.Jorge A. Vivó Escoto, etnólogo y geógrafo, nació en La Habana, Cuba, el 22 de febrero de 190�.Murió Jorge R. Acosta en la ciudad de México el � de marzo de 197�.Murió el arqueólogo Felipe Solís Olguín en la ciudad de México el 23 de abril de 2009.

la gran aportación de Don Pedro fue “Él Mis-mo”,24 un ser humano excepcional que, detrás de su afabilidad y bon-dad inconmensurable, tenía una férrea integri-dad, principios políti-cos y éticos y un muy profundo humanismo. Ciertamente que nos tocó ya la última parte de su vida; no obstante, su influencia ha deja-do huellas imborrables en nuestro proceso de formación académica y personal.

Podría yo decir que, a lo largo de mi vida en México, he conocido a

varios maestros excepcionales, pero Don Pedro Bos-ch-Gimpera y Mauricio Swadesh fueron no sólo dos figuras científicas excepcionales, insustituibles para la formación de los estudiantes de antropología en Méxi-co, sino también dos seres humanos de enorme talla, notable humildad, grande bondad y generosa caballe-rosidad. Su férrea convicción y congruencia con prin-

24. Entrevista a Santiago Genovés (Bosch Romeu 1993:96).

cipios inalienables, han sido excepcionales. Sin duda, somos inmensamente afortunados de haber conocido personalmente a Don Pedro Bosch-Gimpera y haber recibido sus enseñanzas. En el mundo actual, donde se han erosionado la ética profesional y la integridad cien-tífica, resalta aún más la grandeza de aquellos maestros y la necesidad de retomar su ejemplo y legado.

BibliografíaBosch Romeu, Teresa 1993 Pedro Bosch-Gimpera: La contribución

humanista de un científico, Tesis de Licenciatura en Historia del Arte, Instituto de Cultura Superior, sep, México.

Comas, Juan (ed.) 1976 In Memoriam Pedro Bosch-Gimpera:

1891-1974, unam, México.

Genovés, Santiago (secretario) 1963 A Pedro Bosch-Gimpera en el septua-

gésimo aniversario de su nacimiento, inah-unam, México.

Reyes Sánchez, Alicia A. 2006 Fondo Pedro Bosch-Gimpera. Catálogo

del Fondo Personal de un arqueólogo,TesisdeLicen-ciaturaenHistoria,enah,México.

Roma, 1962.

EX-LIBRISDe Pedro Bosch-Gimpera. Pin-tura rupestre de Roca de los Moros. Calapatá (Teruel), Es-paña.

NOTICIASLa Universidad Interamericana

de Puerto Rico y la Red Nacional de Archivos de Instituciones de Educación Superior (renaies) de México, invitan al V Congreso Ibe-roamericano de Archivos Universi-tarios. La situación de los Archivos Universitarios de Iberoamérica an-te las necesidades de Información y las nuevas Tecnologías. Del 7 al 11 de marzo en San Juan, Puerto Rico. Información: http://vcongresociau.wordpress.com