El Enamoramiento “Una Locura Transitoria”

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82 SALUD 83 El Enamoramiento “UNA LOCURA TRANSITORIA” Soledad Santamaría Lic. en Psicología E l amor ha sido desde siempre un tema de interés de varias disciplinas que han intentado dar explicación al porqué nos enamoramos e incluso porqué nos des- enamoramos. El enamoramiento es una experiencia transformadora que hace tambalear a la vida misma. Es una vivencia de eter- nidad que exalta nuestros sentidos. Ello nos proporciona una felicidad exorbitante y un sufrimiento intenso. Es una experiencia de plenitud, que muchas veces resulta difí- cil de alcanzar porque lleva en su esencia el principio del desamor. Estar enamorados nos colma, nos hace desapa- recer en el otro y al mismo tiempo nos deja insatisfechos dando paso, muchas veces, al desamor. Cuando nos enamoramos nos perdemos en el otro, nues- tra realidad se transforma mágicamente y tenemos la ab- soluta seguridad de que encontramos exactamente lo que estábamos buscando. El mundo real aparece en su nueva dimensión, la vida se llena de significado, ensoñaciones y de pasión. El otro se convierte en el único objeto de nues- tro interés. En definitiva, nos cautiva, nos ciega, nos ena- mora… y se instala la “locura”. Locos de amor, embriagados por el instante, desaparece- mos en la existencia del otro impregnados por un sentimiento inalcanzable. Nos adentramos en una experiencia excelsa y nos vemos sumidos en una ilusión de verdadera felicidad. de sus movimientos. No por casualidad, Sigmund Freud comparó el enamoramiento con la hipnosis, y es que el estado hipnótico forma parte de la locura transitoria de la que estamos hablando. Cuando uno se apasiona no ve nada, por eso se dice que el amor es ciego. Es una gran ilusión, un momento este- lar donde todo es incondicional y sin límites. Y, como tal, también es transitorio. Los enamorados no saben, o mejor, prefieren no saber que su amado no es más que una percha donde colgar las virtudes del amante ideal y el amor soñado. El elegido tiene algo que convocó el recuerdo de aquello que se amó o se extrañó en los seres más importantes de la infancia u algo que uno hubiera querido ser o tener. Resulta ser una gran paradoja, justo en el momento en que se cree haber logrado el mayor encuentro posible con el otro, no se está más que al borde de un lago, como Narciso, peligrosamente rendido a la imagen de sí mismo o a la imagen idealizada de lo que siempre se quiso ser, proyectada sobre el amado. La realidad termina por infiltrarse y el espejismo, indefecti - blemente, se rompe y aparece el otro en su diferencia, en su verdadero ser y con sus imperfecciones.Los límites se van alzando poco a poco, aparece lo real de la cotidianei- dad, cada quien vuelve a interesarse por sus cosas y ya no es todo para el otro. Se trata de un punto de inflexión, una encrucijada de la cual pueden resultar distintas posi- bilidades. Puede suceder que uno u otro, u ambos, se desilusionen y que la relación se rompa. En este caso, toda esa energía que antes depositábamos en un solo punto, queda libre convirtiéndose en soledad y angustia. El Otro ha sido in- vestido por una gran parte del propio Yo, por lo que per- derlo conlleva perder una parte de nosotros mismos. El desamor se acompaña de un trabajo psíquico impor- tante que se impone al sujeto. Es un proceso de des- idealización progresiva que se ejerce en un sentido de desinvestidura del objeto amado, es decir, debemos re- hacernos de toda la energía anteriormente depositada. La des-idealización se convierte así en una desvalorización afectiva del otro y aparece la vivencia de recuperación del yo que se siente como si el otro lo hubiera robado. Este es el motivo por el cual el desamor causa tanto sufrimiento. Pero también puede ocurrir, por el contrario, que a partir de aquel flechazo, se produzca la laboriosa y compleja transición que va desde el enamoramiento al amor. Pues, el amor y el enamoramiento son condiciones vitales muy distintas. La diferencia fundamental radica en que el amor consiste en el reconocimiento de que ese otro es otro. El otro no es otra cosa que el diferente, el que tiene la osadía de pretender no ser una parte de mí mismo. El verdadero amor no es ciego. Cuando se recibe el impacto de Cupido, suele ser por- que creemos vislumbrar en la otra persona aquello que a nosotros nos falta y nos precipitamos a tomarlo. Como al otro suele ocurrirle lo mismo, también se nos acerca bus- cando lo que cree que tenemos, ofreciéndonos lo que a él o a ella le falta. De esta manera, en el encuentro entre dos carencias, surgen los primeros malentendidos y del modo en que estos malentendidos sean encauzados por la pa- reja, dependerá que entre ellos se estabilice o no el Amor. Para vivir el amor, hay que animarse a correr el riesgo. Toda relación de amor presupone que alguno de los dos va a perder-se al menos un poco en el vínculo con el otro. No hay ningún amor que no tenga la pérdida en su ho- rizonte y hay que atreverse a tolerar esa posibilidad. No quiere decir que enamorarse no sea bueno, al contrario, es maravilloso. Sin embargo, es solo el comienzo. Si bien el enamoramiento supone ese estado de “locura transitoria”, son pocos los pacientes que acuden a la con- sulta por sentirse enamorados. El que transita por esta “locura” se siente extasiado, percibe la vida de manera distinta y desea permanecer en ese sentimiento eterna- mente. El enamorado no quiere deshacerse de su “enfer- medad” pero inevitablemente, tarde o temprano, llega la “cura”. La pasión remite en su intensidad, asoma la des- ilusión y junto a ella la des-idealización de la persona que tanto se quiso. Y así, sin más, nos des-enamoramos. En el enamoramiento, básicamente, se dan dos fenóme- nos; la sobreestimación del objeto sexual y el empobreci- miento del propio yo. Sólo basta escuchar a un enamorado para dar cuenta de que la percepción de la realidad queda distorsionada por la imagen ideal que proyecta en su ama- da o amado. Ante la perfección de ese otro al yo solo le resta un lugar, la sumisión. El enamorado se encuentra a disposición del otro, sometido a su voluntad y pendiente

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El amor ha sido desde siempre un tema de interés de varias disciplinas que han intentado dar explicación al porqué nos enamoramos e incluso porqué nos desenamoramos.

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El Enamoramiento“Una LocUra TransiToria”

soledad santamaríaLic. en Psicología

El amor ha sido desde siempre un tema de interés de varias disciplinas que han intentado dar explicación al porqué nos enamoramos e incluso porqué nos des-

enamoramos.

El enamoramiento es una experiencia transformadora que hace tambalear a la vida misma. Es una vivencia de eter-nidad que exalta nuestros sentidos. Ello nos proporciona una felicidad exorbitante y un sufrimiento intenso. Es una experiencia de plenitud, que muchas veces resulta difí-cil de alcanzar porque lleva en su esencia el principio del desamor. Estar enamorados nos colma, nos hace desapa-recer en el otro y al mismo tiempo nos deja insatisfechos dando paso, muchas veces, al desamor.

cuando nos enamoramos nos perdemos en el otro, nues-tra realidad se transforma mágicamente y tenemos la ab-soluta seguridad de que encontramos exactamente lo que estábamos buscando. El mundo real aparece en su nueva dimensión, la vida se llena de significado, ensoñaciones y de pasión. El otro se convierte en el único objeto de nues-tro interés. En definitiva, nos cautiva, nos ciega, nos ena-mora… y se instala la “locura”.

Locos de amor, embriagados por el instante, desaparece-mos en la existencia del otro impregnados por un sentimiento inalcanzable. nos adentramos en una experiencia excelsa y nos vemos sumidos en una ilusión de verdadera felicidad.

de sus movimientos. no por casualidad, sigmund Freud comparó el enamoramiento con la hipnosis, y es que el estado hipnótico forma parte de la locura transitoria de la que estamos hablando.

cuando uno se apasiona no ve nada, por eso se dice que el amor es ciego. Es una gran ilusión, un momento este-lar donde todo es incondicional y sin límites. Y, como tal, también es transitorio.

Los enamorados no saben, o mejor, prefieren no saber que su amado no es más que una percha donde colgar las virtudes del amante ideal y el amor soñado. El elegido tiene algo que convocó el recuerdo de aquello que se amó o se extrañó en los seres más importantes de la infancia u algo que uno hubiera querido ser o tener.

resulta ser una gran paradoja, justo en el momento en que se cree haber logrado el mayor encuentro posible con el otro, no se está más que al borde de un lago, como narciso, peligrosamente rendido a la imagen de sí mismo o a la imagen idealizada de lo que siempre se quiso ser, proyectada sobre el amado.

La realidad termina por infiltrarse y el espejismo, indefecti-blemente, se rompe y aparece el otro en su diferencia, en su verdadero ser y con sus imperfecciones.Los límites se van alzando poco a poco, aparece lo real de la cotidianei-dad, cada quien vuelve a interesarse por sus cosas y ya no es todo para el otro. Se trata de un punto de inflexión, una encrucijada de la cual pueden resultar distintas posi-bilidades.

Puede suceder que uno u otro, u ambos, se desilusionen y que la relación se rompa. En este caso, toda esa energía que antes depositábamos en un solo punto, queda libre convirtiéndose en soledad y angustia. El otro ha sido in-vestido por una gran parte del propio Yo, por lo que per-derlo conlleva perder una parte de nosotros mismos.

El desamor se acompaña de un trabajo psíquico impor-tante que se impone al sujeto. Es un proceso de des-idealización progresiva que se ejerce en un sentido de desinvestidura del objeto amado, es decir, debemos re-hacernos de toda la energía anteriormente depositada. La des-idealización se convierte así en una desvalorización afectiva del otro y aparece la vivencia de recuperación del yo que se siente como si el otro lo hubiera robado. Este es el motivo por el cual el desamor causa tanto sufrimiento.

Pero también puede ocurrir, por el contrario, que a partir de aquel flechazo, se produzca la laboriosa y compleja transición que va desde el enamoramiento al amor. Pues, el amor y el enamoramiento son condiciones vitales muy distintas. La diferencia fundamental radica en que el amor consiste en el reconocimiento de que ese otro es otro. El otro no es otra cosa que el diferente, el que tiene la osadía de pretender no ser una parte de mí mismo. El verdadero amor no es ciego.

cuando se recibe el impacto de cupido, suele ser por-que creemos vislumbrar en la otra persona aquello que a nosotros nos falta y nos precipitamos a tomarlo. como al otro suele ocurrirle lo mismo, también se nos acerca bus-cando lo que cree que tenemos, ofreciéndonos lo que a él o a ella le falta. De esta manera, en el encuentro entre dos carencias, surgen los primeros malentendidos y del modo en que estos malentendidos sean encauzados por la pa-reja, dependerá que entre ellos se estabilice o no el amor.

Para vivir el amor, hay que animarse a correr el riesgo. Toda relación de amor presupone que alguno de los dos va a perder-se al menos un poco en el vínculo con el otro. no hay ningún amor que no tenga la pérdida en su ho-rizonte y hay que atreverse a tolerar esa posibilidad. no quiere decir que enamorarse no sea bueno, al contrario, es maravilloso. sin embargo, es solo el comienzo.

si bien el enamoramiento supone ese estado de “locura transitoria”, son pocos los pacientes que acuden a la con-sulta por sentirse enamorados. El que transita por esta “locura” se siente extasiado, percibe la vida de manera distinta y desea permanecer en ese sentimiento eterna-mente. El enamorado no quiere deshacerse de su “enfer-medad” pero inevitablemente, tarde o temprano, llega la “cura”. La pasión remite en su intensidad, asoma la des-ilusión y junto a ella la des-idealización de la persona que tanto se quiso. Y así, sin más, nos des-enamoramos.

En el enamoramiento, básicamente, se dan dos fenóme-nos; la sobreestimación del objeto sexual y el empobreci-miento del propio yo. sólo basta escuchar a un enamorado para dar cuenta de que la percepción de la realidad queda distorsionada por la imagen ideal que proyecta en su ama-da o amado. ante la perfección de ese otro al yo solo le resta un lugar, la sumisión. El enamorado se encuentra a disposición del otro, sometido a su voluntad y pendiente