El Sistema Inmunológico

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El sistema inmunológico, que se compone de órganos, tejidos, proteínas y células especiales, a diario protege a las personas de los gérmenes y microorganismos. En la mayoría de los casos, el sistema inmunológico se desempeña con asombrosa eficacia para mantener saludables a las personas y prevenir infecciones. Sin embargo, en algunas ocasiones, problemas con el sistema inmunológico pueden producir enfermedades e infecciones. Acerca del sistema inmunológico El sistema inmunológico es la defensa del cuerpo ante organismos infecciosos y otros invasores. Mediante una serie de pasos llamados "respuesta inmune", el sistema inmunológico ataca a los organismos y las sustancias que invaden los sistemas del cuerpo y causan las enfermedades. El sistema inmunológico se compone de una red de células, tejidos y órganos que trabajan en conjunto para proteger al cuerpo. Las células mencionadas son glóbulos blancos (leucocitos) de dos tipos básicos, que se combinan para encontrar y destruir las sustancias u organismos que causan las enfermedades. Los leucocitos se producen o almacenan en varios lugares del cuerpo, que incluyen el timo, el bazo y la médula ósea. Por este motivo, estos órganos se denominan "órganos linfáticos". Los leucocitos también se almacenan en masas de tejido linfático, principalmente en forma de ganglios linfáticos, que se encuentran en todo el cuerpo. En el cuerpo, los leucocitos circulan desde y hacia los órganos y los ganglios por medio de vasos linfáticos y vasos sanguíneos. De esta manera, el sistema inmunológico funciona de forma coordinada para controlar el cuerpo en busca de gérmenes o sustancias que puedan ocasionar problemas. Los dos tipos básicos de leucocitos son: 1. los fagocitos, que son células que destruyen a los organismos invasores 2. los linfocitos, que son células que permiten al cuerpo recordar y reconocer a los invasores anteriores y lo ayudan a destruirlos Los fagocitos incluyen varias células diferentes. El tipo más común son los neutrófilos, que principalmente atacan a las bacterias. Si los médicos sospechan

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El sistema inmunológico, que se compone de órganos, tejidos, proteínas y células especiales, a

diario protege a las personas de los gérmenes y microorganismos. En la mayoría de los casos, el

sistema inmunológico se desempeña con asombrosa eficacia para mantener saludables a las

personas y prevenir infecciones. Sin embargo, en algunas ocasiones, problemas con el sistema

inmunológico pueden producir enfermedades e infecciones.

Acerca del sistema inmunológico

El sistema inmunológico es la defensa del cuerpo ante organismos infecciosos y otros invasores.

Mediante una serie de pasos llamados "respuesta inmune", el sistema inmunológico ataca a los

organismos y las sustancias que invaden los sistemas del cuerpo y causan las enfermedades.

El sistema inmunológico se compone de una red de células, tejidos y órganos que trabajan en

conjunto para proteger al cuerpo. Las células mencionadas son glóbulos blancos (leucocitos) de

dos tipos básicos, que se combinan para encontrar y destruir las sustancias u organismos que

causan las enfermedades.

Los leucocitos se producen o almacenan en varios lugares del cuerpo, que incluyen el timo, el

bazo y la médula ósea. Por este motivo, estos órganos se denominan "órganos linfáticos". Los

leucocitos también se almacenan en masas de tejido linfático, principalmente en forma de

ganglios linfáticos, que se encuentran en todo el cuerpo.

En el cuerpo, los leucocitos circulan desde y hacia los órganos y los ganglios por medio de vasos

linfáticos y vasos sanguíneos. De esta manera, el sistema inmunológico funciona de forma

coordinada para controlar el cuerpo en busca de gérmenes o sustancias que puedan ocasionar

problemas.

Los dos tipos básicos de leucocitos son:

1. los fagocitos, que son células que destruyen a los organismos invasores

2. los linfocitos, que son células que permiten al cuerpo recordar y reconocer a los

invasores anteriores y lo ayudan a destruirlos

Los fagocitos incluyen varias células diferentes. El tipo más común son los neutrófilos, que

principalmente atacan a las bacterias. Si los médicos sospechan una infección bacteriana,

pueden pedir un análisis de sangre para saber si el número de neutrófilos del paciente ha

aumentado debido a la infección. Los otros tipos de fagocitos tienen funciones específicas para

garantizar que el cuerpo reaccione adecuadamente a un determinado tipo de invasor.

Los dos tipos de linfocitos son los linfocitos B y los linfocitos T. Los linfocitos se originan en la

médula ósea y, o bien se quedan allí y se convierten en células B, o se dirigen a la glándula del

timo, donde se convierten en células T. Los linfocitos B y los linfocitos T tienen funciones

diferentes: Los linfocitos B funcionan como el sistema de inteligencia militar del cuerpo, ya que

localizan el objetivo y envían defensas para atraparlo. Las células T se asemejan a los soldados:

destruyen a los invasores que el sistema de inteligencia identifica.

Funciona de esta manera:

Cuando se detectan antígenos (sustancias extrañas que invaden el cuerpo), varios tipos de

células trabajan de forma conjunta para reconocerlos y responder a la amenaza. Estas células

inducen a los linfocitos B a producir anticuerpos, proteínas especializadas que atrapan antígenos

determinados.

Una vez fabricados, estos anticuerpos permanecen en el cuerpo de la persona, de modo que, si

el mismo antígeno regresa, el sistema inmunológico ya cuenta con los anticuerpos para atacarlo.

Por lo tanto, si una persona se enferma, por ejemplo, de varicela, generalmente no volverá a

contraer la enfermedad.

Las inmunizaciones también previenen algunas enfermedades de esta forma. Las

inmunizaciones introducen un antígeno en el cuerpo de modo que no le produzca ninguna

enfermedad pero le permita fabricar anticuerpos para proteger a la persona de ataques futuros

del germen o sustancia responsable de esa enfermedad determinada.

A pesar de que los anticuerpos pueden reconocer un antígeno y atraparlo, necesitan ayuda para

destruirlo. Esa es la función de las células T, que forman parte del sistema que destruye los

antígenos que los anticuerpos han identificado o las células infectadas o modificadas. (En efecto,

algunas células T se denominan "células asesinas".) Las células T también ayudan a indicar a

otras células (como los fagocitos) que cumplan con su función.

Los anticuerpos también pueden neutralizar las toxinas (sustancias tóxicas o perjudiciales)

producidas por distintos organismos. Por último, los anticuerpos pueden activar un sistema de

proteínas llamado complemento que también forma parte del sistema inmunológico. El sistema

de complemento ayuda a matar a las bacterias, los virus o las células infectadas.

Todas estas células y componentes especializados del sistema inmunológico protegen al cuerpo

de las enfermedades. Esta protección se denomina inmunidad

Inmunidad

Los seres humanos tienen tres tipos de inmunidad: innata, adquirida y pasiva:

Inmunidad innata

Todas las personas nacen con inmunidad innata (o natural), que es una forma de protección

general. Muchos de los gérmenes que afectan a otras especies no nos hacen daño. Por ejemplo,

los virus que producen leucemia en los gatos o moquillo en los perros no afectan a los seres

humanos. También se observa el caso contrario: algunos virus que producen enfermedades en

los seres humanos (como el virus del VIH/SIDA) no afectan a los gatos o los perros.

La inmunidad innata también incluye las barreras externas del cuerpo, como la piel y las

membranas mucosas (por ejemplo, las que recubren la nariz, la garganta y el tracto

gastrointestinal), que constituyen la primera línea de defensa para evitar que las enfermedades

ingresen al cuerpo. Si esta barrera defensiva exterior se rompe (como por un corte), la piel

intenta sanar la ruptura rápidamente y las células inmunitarias especiales de la piel atacan a los

gérmenes invasores.

Inmunidad adquirida

El segundo tipo de protección es la inmunidad adquirida (o activa), que se desarrolla durante el

transcurso de nuestras vidas. La inmunidad adquirida comprende la actividad de los linfocitos y

se desarrolla a medida que las personas se exponen a las enfermedades o se las inmuniza contra

ellas mediante la vacunación.

Inmunidad pasiva

La inmunidad pasiva se "pide prestada" a otra fuente y dura poco tiempo. Por ejemplo, los

anticuerpos de la leche materna inmunizan temporalmente al bebé contra las enfermedades a

las que la madre estuvo expuesta. Esto puede ayudar a proteger al bebé de las infecciones

durante los primeros años de la infancia.

No existen dos sistemas inmunológicos idénticos. Algunas personas parecen exentas de contraer

infecciones, mientras que otras parecen enfermarse constantemente. Con el transcurso de los

años, el sistema inmunológico de las personas entra en contacto con cada vez más gérmenes y

adquiere inmunidad contra ellos. Por este motivo, los adultos y los adolescentes tienden a

resfriarse menos que los niños: sus cuerpos han aprendido a reconocer y atacar inmediatamente

a muchos de los virus que provocan los resfriados

Problemas del sistema inmunológico

Los trastornos del sistema inmunológico se clasifican en cuatro categorías principales:

1. Trastornos de inmunodeficiencia (primarios o adquiridos)

2. Trastornos autoinmunitarios (el sistema inmunológico del cuerpo ataca su propio

tejido como si fuera una sustancia extraña)

3. Trastornos alérgicos (el sistema inmunológico reacciona exageradamente ante un

antígeno)

4. Cáncer del sistema inmunológico

Trastornos de inmunodeficiencia

Las inmunodeficiencias se producen cuando una parte del sistema inmunológico no está

presente o no funciona adecuadamente. A veces, una persona nace con inmunodeficiencia

(inmunodeficiencias primarias), aunque puede que los síntomas del trastorno recién se

manifiesten en etapas posteriores de la vida. Las inmunodeficiencias también se pueden adquirir

a través de una infección o pueden ser producto de medicamentos (en algunos casos se

denominan "inmunodeficiencias secundarias").

Las inmunodeficiencias pueden afectar a los linfocitos B, los linfocitos T o los fagocitos. Algunos

ejemplos de inmunodeficiencias primarias que pueden afectar a los niños y los adolescentes son:

Deficiencia de los anticuerpos IgA. Es el trastorno de inmunodeficiencia más

común. La IgA es un tipo de inmunoglobulina que se encuentra principalmente en la

saliva y en otros líquidos corporales y que ayuda a proteger las entradas al cuerpo. La

deficiencia de IgA es un trastorno en el que el cuerpo no produce suficientes

anticuerpos IgA. Las personas con deficiencia de IgA son más propensas a tener

alergias o resfriados y otras infecciones respiratorias, pero, en general, la enfermedad

no es grave.

Inmunodeficiencia combinada grave (IDCG), que también se conoce como la

"enfermedad del niño burbuja", por un niño de Texas con IDCG que vivía en una

burbuja de plástico sin gérmenes. La IDCG es un trastorno del sistema inmunológico

que se produce por la ausencia de linfocitos B y T, lo cual casi imposibilita la lucha

contra las infecciones.

Síndrome de DiGeorge (displasia tímica). Se trata de una anomalía congénita

que se caracteriza por la ausencia de la glándula del timo al nacer. Es un ejemplo de

enfermedad primaria de los linfocitos T. La glándula del timo es donde normalmente

se desarrollan los linfocitos T.

Síndrome de Chediak-Higashi y enfermedad granulomatosa crónica. Ambos

trastornos implican la incapacidad de los neutrófilos de funcionar normalmente como

fagocitos.

Las inmunodeficiencias adquiridas (o secundarias) generalmente se producen después de una

enfermedad, aunque también pueden ser el resultado de la desnutrición, las quemaduras u otros

problemas médicos. Algunos medicamentos también pueden ocasionar problemas en el

funcionamiento del sistema inmunológico.

Las inmunodeficiencias adquiridas (secundarias) incluyen:

Infección por VIH (virus de la inmunodeficiencia humana)/SIDA (síndrome de

inmunodeficiencia adquirida). Se trata de una enfermedad que destruye el

sistema inmunológico de forma lenta y constante. Se produce por el VIH, un virus que

extermina determinados tipos de linfocitos llamados células T cooperadoras. Sin las

células T cooperadoras, el sistema inmunológico no puede defender al cuerpo de

organismos que en circunstancias normales son inofensivos, lo cual puede producir

infecciones que representan una amenaza para la vida en personas con SIDA. Los

recién nacidos pueden adquirir la infección por VIH mientras se encuentran en el

útero de sus madres, durante el proceso de parto o durante el amamantamiento. Las

personas pueden contraer la infección por VIH al tener relaciones sexuales sin

protección con una persona infectada, compartir agujas contaminadas durante el

consumo de drogas o esteroides, o realizarse tatuajes.

Inmunodeficiencias provocadas por medicamentos. Algunos medicamentos son

inmunodepresores. Una de las desventajas del tratamiento de quimioterapia contra el

cáncer, por ejemplo, es que no sólo ataca a las células cancerosas sino a otras células

saludables de crecimiento rápido, lo cual incluye las células de la médula ósea y otras

partes del sistema inmunológico. Además, es posible que las personas con trastornos

autoinmunitarios o que hayan recibido un trasplante de órganos necesiten tomar

medicamentos inmunodepresores, que también pueden reducir la capacidad del

sistema inmunológico de combatir las infecciones y pueden causar inmunodeficiencia

secundaria.

Trastornos autoinmunitarios

En los trastornos autoinmunitarios, el sistema inmunológico ataca por error a los tejidos y

órganos saludables del cuerpo como si fueran invasores externos. Las enfermedades

autoinmunitarias incluyen:

Lupus. Se trata de una enfermedad crónica que se caracteriza por la inflamación y el

dolor de músculos y articulaciones (la respuesta inmune anormal también puede

incluir ataques a los riñones y otros órganos).

Artritis reumatoidea juvenil. Es una enfermedad en la que el sistema

inmunológico del cuerpo ataca a determinadas partes del cuerpo (como las

articulaciones de la rodilla, las manos y los pies) porque las considera tejido extraño.

Esclerodermia. Se trata de una enfermedad autoinmunitaria crónica que puede

producir la inflamación y el deterioro de la piel, las articulaciones y los órganos

internos.

Espondilitis anquilosante. Es una enfermedad que produce la inflamación de la

columna vertebral y las articulaciones, lo cual provoca rigidez y dolor.

Dermatomiositis juvenil. Es un trastorno que se caracteriza por la inflamación y el

deterioro de la piel y los músculos.

Trastornos alérgicos

Los trastornos alérgicos se producen cuando el sistema inmunológico reacciona exageradamente

ante la exposición a los antígenos del entorno. Las sustancias que provocan dichos ataques se

llaman alérgenos. La respuesta inmune puede producir síntomas como hinchazón, ojos llorosos y

estornudos, e incluso una reacción llamada anafilaxia, que representa una amenaza de vida. Los

medicamentos antihistamínicos pueden aliviar la mayor parte de los síntomas.

Los trastornos alérgicos incluyen:

Asma. Se trata de un trastorno respiratorio que puede producir problemas para

respirar. Frecuentemente, implica una reacción alérgica por parte de los pulmones. Si

los pulmones son extremadamente sensibles a determinados alérgenos (como el

polen, el moho, la caspa de los animales o los ácaros del polvo), se puede producir el

estrechamiento de las vías respiratorias de los pulmones, lo cual provoca una

reducción del flujo de aire y dificulta la respiración.

Eczema. Es una erupción que provoca picazón, también conocida como dermatitis

atópica. A pesar de que la dermatitis atópica no necesariamente se produce por una

reacción alérgica, se observa más a menudo en niños y adolescentes que tienen

alergias, rinitis alérgica o asma, o que tienen antecedentes familiares de estas

enfermedades.

Alergias de varios tipos que pueden afectar a niños y adolescentes. Las alergias

ambientales (por ejemplo, a los ácaros del polvo), las alergias estacionales (como la

rinitis alérgica), las alergias a medicamentos (reacciones a determinados

medicamentos o fármacos), las alergias a alimentos (como a los frutos secos) y las

alergias a toxinas (como a las picaduras de abeja) son las enfermedades que las

personas comúnmente llaman "alergias".

Cáncer del sistema inmunológico

El cáncer se produce cuando hay un crecimiento descontrolado de células. Esto también puede

suceder con las células del sistema inmunológico. El linfoma afecta a los tejidos linfáticos y es

uno de los tipos de cáncer infantil más frecuentes. La leucemia, que implica el crecimiento

excesivo y anormal de leucocitos, es el tipo de cáncer infantil más común. Con los medicamentos

actuales, se pueden curar la mayoría de los casos de ambos tipos de cáncer que se manifiestan

en niños y adolescentes.

Aunque los trastornos del sistema inmunológico en general no se pueden prevenir, al

mantenerse informado sobre la enfermedad de su hijo y trabajar en estrecha colaboración con su

médico, usted puede ayudar al sistema inmunológico de su hijo a mantenerse fuerte y combatir

las enfermedades.

LA CONSCIENCIA DEL SISTEMA INMUNE Tomás Álvaro

Preguntas atrevidas

El sistema inmune (SI) desarrolla un papel fundamental en nuestra salud física y espiritual. Constituye un auténtico cerebro periférico compuesto por linfocitos, esos pequeños vórtices energéticos transmisores de conciencia que vehiculan nuestros pensamientos hasta hacer diana en cada una de las células de nuestro cuerpo.

En este escrito, podríamos explicar que nuestro sistema inmune reside en los órganos linfoides, las amígdalas, los ganglios linfáticos o la médula ósea, pero solo diremos que es un sistema ubiquitario, vivaz y dinámico, que transita de forma permanente por el sistema circulatorio y que no deja un solo milímetro de nuestro ser descuidado desde antes de nacer y hasta la muerte.

Podríamos explicar que hablar de sistema inmune es una gran simplificación y que en realidad cuando lo hacemos estamos metiendo en el mismo saco linfocitos,

mastocitos, polinucleares o macrófagos, pero solo diremos que entre todos ellos constituyen un auténtico ejército de especialistas con funciones específicas y a veces encontradas, que encarnan literalmente nuestro sexto sentido.

Podríamos explicar que solo de linfocitos tenemos circulando por la sangre y entre nuestras células más de 1000 gramos de los mismos, un auténtico órgano principal, pero solo diremos que tenemos más linfocitos que neuronas, capaces de recoger y enviar información de forma simultánea a cada rincón de nuestro cuerpo, y que no hay condición patológica sin participación inmune o inflamatoria.

También podríamos explicar que cada uno de esos elementos específicos leen su ambiente, analizan la información y luego seleccionan el programa de comportamiento adecuado, pero solo diremos que el sistema inmune está a nuestras órdenes para hacernos vivir y aprovechar las oportunidades que la vida nos da, ya sean estas dolorosas como cuando se manifiestan en forma de una infección o un tumor, o cuando son dichosas, como cuando comemos nuestro plato favorito o hacemos el amor.

Podríamos explicar que las cartas de poder del sistema inmune están representadas por las linfocinas, los productos de secreción de los linfocitos, pero solo diremos que ellas son sus mensajeros y portadores de sus órdenes de trabajo, y que sus mejores amigas y enamoradas son las hormonas del sistema endocrino, con las que siempre están abrazadas.

Podríamos explicar que no hay dos sin tres, y que sistemas inmune y endocrino se alían con el nervioso y entre los tres forman un triángulo de información en donde el sistema nervioso impone su melódico ritmo, el del día y la noche, el de la luz y la oscuridad, el del bienestar y el malestar, el del placer y el dolor, el de los períodos de sueño y el ritmo circadiano. Pero solo diremos que esa conversación nunca cesa, ni tan siquiera cuando dormimos y mucho menos cuando nos quedamos sin energía. Precisamente es en esos casos cuando nuestro sistema inmune se la lleva toda; justamente es cuando más la necesita para desempeñar su trabajo en esos momentos de enfermedad o depresión, y que es por eso que los problemas de sueño se asocian a tantas enfermedades y problemas.

Pero quizás no toque aquí y ahora hablar de este tipo de cosas: basten para esos aspectos las meras notas apuntadas. En cambio la propuesta de este escrito será una invitación atrevida a hacernos e intentar contestar otro tipo de preguntas: ¿podrá el pensamiento afectar nuestro sistema inmune?; ¿podrá la consciencia afectar la materia?, ¿podríamos utilizar deliberadamente la intención para mejorar nuestro sistema inmune?

Y algunas respuestas

No vamos a entretener las respuestas para el final. Iremos directamente al grano para decir que toda esta extraordinaria maquinaria neuro-inmuno-endocrinológica está permanentemente a nuestras órdenes y que cada uno de nosotros, de forma

consciente o no, la estamos movilizando en cada segundo de nuestra existencia. Y podemos añadir que tenemos buenas noticias para nuestro hemisferio izquierdo lógico e intelectual, ya que no tendremos que esperar otros 50 años para disponer del conocimiento que explica paso a paso todo el proceso. Efectivamente, es nuestro cerebro el que coordina y envía sus órdenes a través del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal y pone en marcha la secreción de una serie de hormonas que alcanzan los linfocitos, los cuales en última instancia transmiten aquellas órdenes, las del cerebro. Y también a través del sistema nervioso autónomo, simpático y parasimpático, al cual el sistema inmune presta especial atención y escucha en cada momento.

Si damos un pequeño paso atrás y contemplamos este paisaje con un poco de distancia, contemplaremos como nuestros pensamientos, actitudes y creencias crean las condiciones de nuestro cuerpo a través de los sistemas de control homeostático de nuestro organismo, los sistemas nervioso, endocrino e inmune. El estado emocional filtra y modula la percepción para que los estímulos ambientales, los factores psicosociales, los estresores que vivimos y en general todo aquello que nos importe, produzca determinado tipo de impacto sobre el cerebro. Este utiliza el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal por un lado, y el sistema nervioso vegetativo por el otro para comunicarse con el sistema inmune. Los intermediarios son las moléculas de información que corresponden a cada uno de esos tres sistemas, esto es, las hormonas del sistema endocrino, los neurotransmisores del sistema nervioso y las linfocinas del sistema inmune.

Y en sentido inverso el proceso también funciona: el sistema inmune recoge información periférica de estresores infecciosos o inflamatorios radicados en cualquier órgano o tejido del cuerpo, y a través de la secreción de linfocinas informa al cerebro de lo que ocurre, el cual, con la información adecuada, pone en marcha las correspondientes estrategias de comportamiento.

Es decir, que los efectos del comportamiento están mediados por las citocinas del sistema inmune, ya sea el estresor infeccioso-inflamatorio (en el sentido sistema inmune-sistema nervioso) o bien ambiental-psicológico (en el sentido sistema nervioso-sistema inmune), pero en ambos casos el sistema de respuesta es común: el sistema nervioso modula el sistema inmune y viceversa: el sistema inmune informa al sistema nervioso.

El Sistema Inmune, nuestro sexto sentido

El SI es nuestro cuidador, padre o madre perfecto... siempre que se le permita disponer de la información adecuada. El sistema inmune representa nuestro sexto sentido, aquel que informa de lo que no se puede ver, ni tocar, ni degustar, ni oír, ni oler. Pero sí es capaz de traducir información ambiental que no es captada por otros sentidos al cerebro, estímulos no cognitivos o premonición de enfermedad, por poner un ejemplo. Y entendemos ahora el sustrato orgánico de nuestra intuición ante un apetecido o rechazado plato de comida o la sensación de pródromos que empezamos a sentir antes de enfermar. Y vemos como el sistema

nervioso, endocrino e inmune encarnan así en nuestro organismo literalmente el proceso de la consciencia, que queda impreso en nuestros tejidos a partir de nuestras vivencias. Y nos explicamos ahora como la persona puede enfermar y hasta morir a consecuencia del sufrimiento. Y entendemos ahora que no era poesía la afirmación de que darse cuenta, encontrar sentido, produce tal revolución fisiológica en el organismo a través de la tormenta del cambio de creencias. Y vislumbramos como la comprensión psicológica del mensaje que acarrea cada grave enfermedad ilumina el área cerebral que enviará sus órdenes al SI para que ponga fin al conflicto, ahora ya resuelto.

A la mayoría de las personas les resulta más natural entender que nuestro cerebro incida sobre el sistema inmune que lo contrario, pero ambas cosas ocurren por igual, y el sistema inmune afecta al cerebro y a la conducta. ¿Cómo? El sistema nervioso tiene receptores para linfocinas que son la consecuencia de la percepción de este auténtico sexto sentido cuyo efecto consiste en provocar los cambios en la fisiología y el comportamiento que acarrea la enfermedad: la fiebre, el adormilamiento, la falta de apetito y de ingesta de comida y bebida, la disminución de la actividad exploratoria o la disminución del comportamiento social y sexual, por mencionar unos cuantos significativos. Estas son las estrategias del organismo en respuesta al estímulo de las correspondientes linfocinas liberadas por los linfocitos que desarrollan su batalla en el campo de la infección o el tumor. Y es en particular la célula glial, la célula inmune del cerebro, ese macrófago modificado y portador de la energía magnética (eléctrica la neurona), la que se muestra sensible al impacto del estresor, ya sea este físico o psicológico, y pone en marcha la cascada neuro-hormonal-inmune que acabará produciendo su impacto sobre cada célula del organismo.

Así, los linfocitos constituyen auténticos órganos sensoriales unicelulares, capaces de detectar en una relación individual célula a célula el reconocimiento, por ejemplo, de una célula tumoral por una célula T o NK (natural killer, células asesinas naturales). El sistema inmune tiene capacidad de aprendizaje, memoria y evolución, y más aún, es capaz de aprender parámetros afectivos y cognitivos ligados a la experiencia y así afectar al cerebro y al comportamiento, tanto en el presente como en el futuro, al rememorar la percepción o la vivencia que ha quedado grabada literalmente en los aspectos somáticos del individuo. Es precisamente el sistema inmune el que transmite ese aprendizaje a cada célula del cuerpo, constituyéndose así en el primer embajador y especialista en relaciones públicas de nuestro organismo. Y naturalmente, como terrestre y humano que es, adquiere automáticamente la capacidad de equivocarse y de confundir el cuidado con el dominio, como un padre celoso que en su afán de cuidado se excede y cae en la trampa de la sobreprotección, que cuando nos referimos al SI conocemos como autoinmunidad.

Una capacidad de aprendizaje y de memoria que demostró Robert Ader hace ya varias décadas. Primero alimentó a ratas con azúcar junto con un producto químico inhibidor del sistema inmune. Tras repetir esto durante un tiempo, la simple ingestión de agua azucarada, ahora ya sin fármaco alguno, produjo

igualmente la supresión de clones linfocíticos. El sistema inmune había aprendido una inmunosupresión condicionada ligada al comportamiento. Si esto es capaz de hacer el sistema inmune de la rata, ¿qué no será capaz de hacer el sistema inmune humano? El sistema inmune es capaz de emular el comportamiento de nuestros padres, pudiendo confundir el cuidar con el dominar, en el difícil ejercicio de equilibrio que propicia cualquier situación de comunicación excepcional y privilegiada como la de padre-hijo o SI-célula orgánica, que con tanta frecuencia da lugar a graves conflictos. Sirvan las ratas de Ader y las numerosas replicaciones del experimento de mil formas diferentes como ejemplo ilustrativo de condicionamiento clásico en donde el psiquismo modula la función inmune, comunicación que, como ahora ya sabemos, utiliza un lenguaje bioquímico a través de mediadores como hormonas, neurotransmisores y citoquinas.

Será fácil comprender ahora como diversos factores psicosociales, el estrés, nuestro tipo de personalidad, la preocupación, nuestro modo de afrontamiento, el apoyo social, el duelo, el conflicto de pareja, la depresión, la ansiedad, un desastre natural o un conflicto bélico producen un patrón de impacto específico sobre el SI que a la postre elabora el patrón de respuesta inmune propio de cada individuo, una forma de encarnar la experiencia en el organismo de la que, junto a la suma de otros factores como la edad, la dieta y otros, dependerá su estado de salud o enfermedad, y en caso de esta última, qué tipo de enfermedad y qué órgano se afectará, según comandará la glía receptora del impacto físico y/o emocional.

Las expresiones afecto-cognitivas son específicas respecto a células o péptidos de comunicación. Sabemos que al disminuir la ansiedad aumentan de manera específica los linfocitos CD4, que la asertividad produce un aumento de linfocitos CD8 y NK, que confesar secretos de culpabilidad produce un aumento del número de linfocitos o que las hormonas del estrés disminuyen los elementos NK circulantes. Para nosotros estos detalles son irrelevantes en este momento. Lo que queremos ilustrar es el concepto de bioinformación, la suma de cognición y biología. Que toda memoria es biocognitiva y que la mente se encuentra en todo el cuerpo. Y que el hecho de que el SI posea la capacidad de aprender parámetros afectivos y cognitivos nos explica porqué el recuerdo reproduce respuestas fisiológicas. Las impresiones que vivimos conforman nuestra realidad personal y constituyen un campo de bioinformación holográfico que se expresa a través de portales manifiestos como son el campo biológico y el campo mental. Y entendemos así la patología como una indefensión crónica en un tejido de mente, cuerpo e historia personal donde existen tantos tipos de respuesta inmune como condiciones patológicas.

¿Para qué sirve todo esto?

De esta interacción neuro-inmunológica nace el uso terapéutico de la estimulación cortical en la enfermedad, pero también del estímulo intencional y guiado mediante la percepción y el pensamiento. Se trata de utilizar el sistema de recompensa cerebral, que produce un refuerzo positivo del SI dependiendo del estado emocional (capaz, como ya se dijo, de alterar la percepción), a través del circuito

límbico-hipotalámico, es decir, lo mismo que produce en condiciones normales el agua, la comida o el sexo en su cotidiana caricia de nuestro SI.

El impacto del estrés psicológico sobre el SI humano ha sido ampliamente explorado y estudiado. En estos momentos conocemos el efecto específico de los estresores agudos, los estresores naturales breves o los estresores crónicos y como sus efectos dependen del tipo y la secuencia de eventos. Especialmente es el estrés crónico el que disminuye la función inmune, el número y la función de células NK, las poblaciones linfocitarias, la proliferación linfocitaria, la producción de Ac y la reactivación de infecciones virales latentes. Pero para nosotros lo interesante en este momento es comprender que el SI no es autónomo, sino que responde a gran número de señales internas y externas y a otros sistemas, el endocrino y el nervioso, constituyendo así un auténtico eslabón entre la consciencia y la materia o, si se quiere decir así, donde radica el puente entre la ciencia y el espíritu. Y por tanto que no es la situación en sí o el hecho vivido, sino la manera en que el individuo afronta una situación emocional la que es capaz de producir variaciones significativas en la respuesta inmune. Que no es lo que te pasa, sino como lo vives lo que se encarna en ti. Y eso va a depender de tu estado emocional, de tu nivel de recursos defensivos, tanto individuales como del apoyo del grupo, de si decides compartir el dolor o vivirlo en soledad, buscar ayuda o reprimir la experiencia, expresar el conflicto emocional o enquistar el problema. A todo ello irá respondiendo puntualmente el sistema neuro-hormonal-inmune, guiado por la consciencia del individuo, y encarnado fielmente en cada célula del organismo.

Y el rompecabezas entero empieza a cuadrar. La respuesta selectiva ante estímulos agradables o desagradables. Los correlatos entre las emociones y los estados fisiológicos. Los patrones específicos de respuesta inmune para cada tipo de enfermedad, de tumor, de órgano o de tipo celular afecto. La influencia en la salud del estatus socioeconómico o las variables sociales, capaces naturalmente de elevar el riesgo de enfermedades inflamatorias, regular la expresión génica de los linfocitos o producir un aumento estadístico de morbilidad y mortalidad. Y empezamos a vislumbrar los mecanismos epigenéticos por los que tanto el estrés como la depresión se asocian a defectos en la reparación del ADN y a alteraciones de la apoptosis. Y como la manera de afrontar el estrés y también la intervención psicológica inciden de forma directa sobre la evolución y la supervivencia de enfermos de SIDA, cáncer de mama o enfermedad cardiovascular.

Y empezamos a entender nuestro secuestro de energía en el momento en que enfermamos. Las linfocinas del foco inflamatorio o tumoral informan a nuestro cerebro, el cual afecta el comportamiento dando fatiga, adormilamiento o disminución del comportamiento social y locomotor. Pero es que esa es la estrategia de la que el organismo dispone para ahorrar energía, ahora requerida para activar el sistema nervioso vegetativo, el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal y el sistema inmune. Y no es preciso que estemos enfermos para que el sistema entre en funcionamiento: hasta el estado civil lleva parejo determinado estado

fisiológico que determina el grado y tipo específico de funcionamiento de los sistemas cardiovascular, endocrino e inmune. Y construimos así nuestro patrón individual y específico de respuesta inmune, auténtico carné identificativo encarnado en cada una de nuestras células, memoria y recuerdo de nuestras experiencias vividas, contenedor de futuros momentos de gloria y ásperos escollos de sufrimiento y enfermedad. Todo eso contiene nuestro SI y algunas cosas más. Y ahora, por primera vez, aún considerando los microbios o los contaminantes como agentes que las provocan, se vislumbran las verdaderas causas de la enfermedad como individuales y sociales. Y con Lewontin, podemos considerar el organismo como constructor activo de su propio ambiente, en contra del determinismo genético y a favor de una participación activa en la construcción del estado de salud y enfermedad.

Las edades del Sistema Inmune

El estrés prenatal disminuye el peso fetal y se asocia a parto prematuro y bajo peso al nacer. También afecta al sistema inmune a lo largo de todas las etapas de la vida: en la adolescencia disminuye la respuesta vacunal, en el adulto aumentan los niveles de cortisol y en el anciano se asocia a un incremento de alteraciones metabólicas y cardiovasculares. Es decir, que el estrés prenatal y en la vida temprana produce un importante impacto sobre la fisiología y función inmunes. Y esto ocurre debido a que las experiencias estresantes durante el desarrollo fetal y primeras etapas de la vida alteran la respuesta del sistema nervioso, el sistema endocrino y el SI. Encontramos así sentido a tantas técnicas transpersonales de inducción de estados no ordinarios de conciencia y trabajo sobre matrices perinatales. Es preciso regresar al momento en que el flujo quedó bloqueado, fue en aquel campo de batalla donde se perdió la llave que abrirá la puerta a sucesivos y más elevados estados de desarrollo y evolución personal.

En el otro extremo de la vida sabemos que el envejecimiento se asocia a alteraciones endocrinas, cognitivas y autoinmunes que, naturalmente, se asocian a cambios inmunológicos y respuestas inflamatorias de las que dependen el incremento en infecciones, tumores, enfermedades autoinmunes, cardiovasculares y metabólicas propias de esta etapa de la vida. Pero también encontramos ancianos sanos, con un buen estado de bienestar y capacidad cognitiva conservada. Cuando se estudia en ellos el SI es posible comprobar como su función se encuentra conservada. ¿Cómo es eso posible sabiendo que a partir de los 50 años el timo ve reducida su habilidad de producir nuevas células T y a partir de los 60 años es incapaz de hacerlo? Pues bien, lo que comparten estos ancianos es el disfrute de un buen apoyo social. Lo que sucede en la sociedad occidental es que normalmente este disminuye considerablemente con la edad, y se ha comprobado que es la soledad la que se asocia directamente con la disminución de la función inmune que acarrea todos los problemas mencionados. Esto es, igual que ya sabíamos que en el recién nacido su tallo cerebral codifica de igual manera un episodio de hipoxia y la deprivación afectiva, en el anciano el estrés y el envejecimiento también desarrollan el mismo papel nocivo sobre la función inmune.

La salud: un sentido claro del Yo

La salud es integridad en busca de sentido. Y para conocer la integridad primero es preciso contar con la capacidad de autorreconocimiento. El timo, ese pequeño y discreto órgano, representa en nuestro organismo el sistema de autoreconocimiento celular, en diálogo permanente con otra glándula todavía más pequeña y fundamental, la pineal, el principal y más importante activador central del SI.

Es en el seno de la glándula tímica donde se produce el maravilloso proceso del autoreconocimiento. Sus células nodrizas epiteliales reciben en audiencia a los linfocitos T y a través del Complejo Mayor de Histocompatibilidad (MHC) se produce un proceso de selección negativa que conduce nada menos que a un 95 % de obediente autosuicidio celular a través del mecanismo de apoptosis. En condiciones normales apenas un 5 % de linfocitos T sobrevivirán a la entrevista y dejarán atrás el timo en su largo viaje para iniciar su importante función: establecer los límites entre el yo y lo ajeno, ese papel primordial del SI mediado por los receptores de identidad o receptores de histocompatibilidad, herramientas que el SI utiliza para distinguir lo propio de lo ajeno.

De una manera muy sencilla podríamos decir que en condiciones normales las células del SI en su continua ronda de vigilancia por el organismo van interactuando con todos y cada uno de sus elementos formes. En su proceso de reconocimiento de las células normales, a través fundamentalmente de moléculas MHC, tras un saludo cordial cada cual sigue su camino. También formando parte del proceso fisiológico de funcionamiento, cuando una célula somática es portadora de una anomalía, tal vez una mutación que no ha podido ser reparada o tal vez la lesión por un virus, entonces la célula correspondiente del SI detecta principalmente la ausencia de moléculas de clase I de MHC en dicho elemento, y tras un saludo inicial inicia su proceso de destrucción. Este rito se autoperpetúa en nuestra economía desde antes de nuestro nacimiento y hasta la muerte, en una noria continua de muerte y renacimiento celular cuya velocidad va disminuyendo con los procesos de estrés y envejecimiento, como ya hemos visto.

Pero, ¿cómo, entonces, es posible que se produzcan esas auténticas fobias del SI a las que llamamos alergias? ¿Y qué sucede cuando nuestro organismo desarrolla tumores que amenazan su integridad? Pues es aquí cuando empezamos a confundir amigos con enemigos en nosotros mismos y a esa pérdida de autorreconocimiento le llamamos autoinmunidad; o cuando nuestra consciencia se queda dormida y no se entera de que algo se está pudriendo en nuestro interior, confundiendo ahora a enemigos con amigos, ordenando a nuestro SI que sea tolerante y permita el crecimiento de la clona tumoral que pondrá a prueba nuestra integridad si no somos capaces de descifrar su mensaje. El SI posee la capacidad de erradicar el cáncer, y de hecho en eso consiste buena parte de su trabajo normal. Pero el SI percibe a la mayoría de tumores como «self», como sí mismo o como algo propio. Y por tanto, calla. Cuando nos asomamos al microscopio podemos ver escenificada la batalla de la pérdida del autorreconocimiento

conformando el infiltrado inflamatorio exagerado y destructor del parénquima tiroideo en la tiroiditis autoinmune, o la inocente respuesta inmune antitumoral que se muestra ineficaz ante el avance contundente de un cáncer de mama, ya que el SI recibió la orden de callar en un proceso equivocado de anergia obligado a interpretar que el tumor le pertenece.

El Sistema Inmune, un sistema caótico manejado por la Consciencia

Y seguimos añadiendo piezas al rompecabezas. Y entendemos ahora como los rasgos de la personalidad o el apoyo social afectan a parámetros biológicos, afectivos, cognitivos y de comportamiento. Y por primera vez nos encontramos en disposición de predecir de forma eficaz qué pacientes, con qué tipo de personalidad o forma de afrontamiento, con qué enfermedad o tipo de tumor u órgano afecto, se beneficiarán de qué tipo de intervención psicosocial, de apoyo, expresiva o existencial. Porque ahora sabemos que podemos poner en marcha una respuesta psicológica capaz de modular el eje sistema nervioso-sistema endocrino-sistema inmune, y dirigir un auténtico tsunami de citocinas, neurotransmisores y hormonas que utilizarán miles de proteínas y reguladores tisulares de crecimiento celular que determinarán a nivel corporal la presencia de enfermedad o no, y la progresión o curación de la misma.

Y vislumbramos ahora la auténtica dimensión de nuestro SI. Aún a sabiendas de su tremendo poder, es capaz de mostrar su mayor rasgo de grandeza al mostrarse sumiso a otros mecanismos que le controlan a él: el comportamiento, la actitud y la intención, herramientas disponibles en manos de nuestra Consciencia. Y descubrimos maravillados el potencial que reside en nosotros para afectar una enfermedad física desde la mente. Y encontramos certeza en el papel de la psicoterapia y el apoyo al paciente oncológico como pieza fundamental en el proceso de cambio de creencias que lleva desde el cambio mental hasta el cambio tumoral movilizando todas esas herramientas que el organismo le brinda.

Y comenzamos a entender el milagro de las regresiones espontáneas de tumores avanzados, y la continua catarata de casos y más casos clínicos de curaciones imposibles de tumores avanzados, de enfermedades autoinmunes curadas cuyos antiguos diagnósticos ahora se cuestionan, de enfermedades genéticas cuyos genes y su expresión fueron controlados por la fuerza epigenética de la Consciencia.

Y nuestra inquietud intelectual encuentra consuelo al conocer la relevancia de las leyes del caos y el efecto mariposa sobre el SI. Ya sabíamos que los sistemas biológicos manifiestan muchas de las características y leyes de las Teorías del Caos, así es que recibimos con gozo la sorpresa de comprobar estructuras fractales y atractores capaces de determinar el comportamiento clínico o la respuesta inmune en la interacción con el tumor. Y entendemos el efecto curativo literal de aquella mirada, aquel abrazo o aquel acto de comprensión amorosa y de perdón que hizo verdad que dadas unas condiciones iniciales, la más mínima variación en ellas pueda provocar que el sistema evolucione en formas totalmente

diferentes. Fue aquella pequeña perturbación inicial la que, mediante un proceso de amplificación, pudo generar un efecto tan grande que estableció la activación de respuesta inmune que finalmente supuso la curación.

El poder del Sistema Inmune

Los estímulos agradables, placenteros y felices que la vida nos brinda se convierten en potentes inmunoestimuladores y mejoran el estado de ánimo. A nuestro sistema inmune le gusta que le cuiden y hasta que le mimen y, por supuesto, evitar aquellas cosas que no le sientan bien, y muy especialmente las más venenosas, como los pensamientos de rabia, ira, pesimismo o desilusión.

Es posible influir en el SI a través de imágenes mentales y pensamientos positivos. Y esta comprobación ha hecho prestar especial atención al efecto de la psicoterapia y la intervención psicosocial. El tiempo de poner en práctica una terapia psico-neuro-inmunológica ha llegado. Los niveles de cortisol, prolactina, células NK, CD4 o CD8 pueden y deben ser modulados sin recurrir a drogas ni trasplantes; los efectos psicológicos, el comportamiento de salud y los efectos biológicos e inmunológicos son abordables desde el diálogo y la tierna caricia de nuestro triángulo de paz, amor y libertad, esto es nuestros sistemas nervioso, endocrino e inmune.

He aquí la farmacopea que alimenta y aviva nuestro SI: encontrar el significado de la vida, una sexualidad plena y sin complejos, el sueño en apropiada cantidad y calidad, una visión positiva de la vida, una buena autoestima, cuidar la dieta, hacer ejercicios de relajación, actividad física moderada, una expresión emotiva donde campen el juego, la risa, el amor y la felicidad, contar con apoyo social y hacer meditación todos los días.

Todos ellos han sido estudiados y de todos ellos el lector interesado podrá encontrar abundante bibliografía científica especializada. Un solo y breve ejemplo, la contrapartida de la respuesta de estrés, esto es, la respuesta de relajación. Con ella no sólo disminuye el consumo de oxígeno y aumenta el óxido nítrico exhalado; sino que también disminuye el distress psicológico y es posible producir cambios genómicos en el metabolismo celular. Y entendemos ahora el auténtico poder curativo de la meditación, la oración, el yoga, el tai-chi, los ejercicios respiratorios, la relajación muscular progresiva, el biofeedback, la visualización guiada, o el qigong... potentes herramientas del laboratorio molecular que no utiliza sondas ni probetas, solo la potente herramienta de la respuesta de relajación.

Expresión emotiva

Las personas optimistas viven más que las pesimistas. Por intuición, ¿verdad que nadie necesita verificar a través de un trabajo científico que el optimismo fortalece el SI o que el pesimismo se asocia estadísticamente con mortalidad? Pero ello ha sido probado, y ¿verdad que a estas alturas ya no nos sorprende saber que el mecanismo es a través de la modulación del SI?

Ahora bien, añadamos aquí una nota de atención: el optimismo no siempre ejerce un efecto protector sobre el SI; sí ante estresores sencillos, pero no ante estresores difíciles. Es decir, que no podemos dejar de tener los pies en el suelo, que unos gramos de realismo nos van a ayudar a nosotros y a nuestro SI, y que la disponibilidad de recursos y no esconder la cabeza bajo el ala será la manera de salir del atolladero.

El rasgo inmune, ese típico estado inmune de un individuo que varía a lo largo del tiempo y en diferentes contextos, va a perfilar las experiencias, las enfermedades y su evolución. Y a través de la historia del individuo, va a personificar, va a hacer tomar forma corporal, va a encarnar literalmente y servir de filtro entre la vida y nuestro organismo a través de ese maravilloso eslabón de la Consciencia representado por el SI.

Meditación e inmunidad

No podíamos acabar este artículo sin hacer siquiera una breve referencia específica al ejercicio de la meditación. Aunque solo fuera porque las evidencias experimentales indican que las personas más eficaces son aquellas que han adiestrado sus mentes, lo cual por cierto resulta de una lógica aplastante. ¿Qué haría usted si pretende ser un virtuoso del piano? ¿O un atleta de competición? Pues de la misma manera si lo que desea es trabajar las zonas del cerebro asociadas a la atención o tener una consciencia plena de las sensaciones, quizás sea una buena idea empezar a trabajar con la herramienta que ofrezca esos beneficios: la meditación.

La meditación tiene efectos «dosis dependientes», produce aumentos en el grosor de la corteza cerebral y deja su huella de forma permanente en la estructura cerebral, remodelando determinadas partes del cerebro. Eso sirve para integrar procesos emocionales y cognitivos, lo cual ya es mucho, pero sobre todo permite el acceso a áreas más allá del intelecto y de la razón y produce cambios significativos en las personas sanas, en su fisiología, en sus emociones, en su pensamiento y en su nivel de Consciencia. Quizás este pudiera ser el tema de un próximo artículo, el de la revisión de los cientos de estudios disponibles sobre el efecto de la meditación sobre diferentes enfermedades y patologías. De momento quede aquí constancia del poderoso efecto de la meditación sobre la función inmune y los cambios físicos cerebrales sobre corteza parietal y frontal, amígdala e hipotálamo, artífices de su eficacia.

Conclusiones: ¿cómo cuidar y mejorar nuestro Sistema Inmune?

El SI es el órgano con el que percibimos el Yo; constituye un rasgo personal que prolonga nuestra personalidad. En este artículo apenas si hemos apuntado las notas más elementales sobre anatomía, histología, fisiología y patología que corresponden a los niveles de materia y energía del SI innato y adaptativo. Hemos señalado hacia los niveles más sutiles de información del SI reflejados en sus receptores y Ac, moduladores de sus funciones de memoria, aprendizaje y

relación. Y hemos revisado el nexo de la Consciencia con el SI a través de la prolongación de nuestra personalidad o en forma de estrés, estado civil, pensamiento o terapia psicológica, por citar unos cuantos elementos de la ecuación, capaces de poner en marcha neuropéptidos, hormonas y linfocinas que, como moléculas de la información, reciben el encargo de poner el dedo de la Consciencia en cada célula de nuestro organismo.

Bajo condiciones adversas, cada tipo de estrés físico o psicológico produce un patrón específico de impacto que recibe el órgano más próximo según el sistema propio de creencias. Los genes son regulados por señales ambientales y las células leen su ambiente, analizan la información y luego seleccionan el programa de comportamiento adecuado para mantener su supervivencia y su función. El sistema nervioso en forma de emociones y pensamientos, creencias y conductas, envía sus mensajeros a través del sistema endocrino que informa y alienta al sistema inmune, mientras que este a su vez actúa como un sexto sentido, traduciendo el campo de bioinformación holográfico y expresándolo a través de los portales físico, mental y espiritual de la persona a través de cada linfocito que, como neuronas ambulantes, como pequeños cerebros periféricos actúan como órganos de los sentidos para informar al cerebro de lo que está pasando en cada rincón del organismo. Ese es el SI, auténtico eslabón de enlace entre la Consciencia y la materia.

En este artículo hemos desgranado la idea de salud como una condición genérica, presente estructuralmente, que se expresa diferencialmente en una persona y en una sociedad concretas. La salud, así entendida, consiste en tener un sentido claro del Yo, y es el Sistema Inmune su órgano perceptor, como un auténtico sexto sentido en acción. El rasgo inmune personal representa un muy particular carné de identidad, del que depende la respuesta vital, donde están inscritos puntos flacos y de excelencia que a la larga determinarán el trayecto vital de la persona.

Y nos hemos atrevido a formular esa gran pregunta, tratando de mantenernos a la vez con la cabeza y la imaginación en el cielo y con los pies y la prudencia en la tierra: ¿podrá nuestro pensamiento afectar nuestro sistema inmune; podrá la consciencia afectar la materia; podríamos utilizar deliberadamente la intención para mejorar nuestro sistema inmune? Y hemos visto como el efecto de la Consciencia, el estímulo mediante la percepción, el pensamiento y la intención disponible en la punta de nuestros dedos y de nuestras neuronas, es capaz de influir sobre el SI de mil maneras extensamente exploradas: a través de imágenes mentales, de la expresión emotiva, el amor, la risa, el juego o la felicidad..., todos ellos y muchos más grandes moduladores del SI, auténticas fuerzas terapéuticas y elementos esenciales para la estabilidad y el desarrollo humanos.

Sirva como despedida la invitación a que difundas estos conocimientos a quien los pudiera aprovechar, pero sobre todo a que los pongas en práctica de forma personal, para que esa dichosa mezcla de amor, meditación y consciencia hagan

florecer tu alma, te hagan fluir en todo momento como el agua fresca y pongan una gran sonrisa sobre tu faz.

Tomás ÁlvaroNavidad 2008