KNOGLER Chiquitos
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Julián KOGLER S.J., en: HOFFMA Werner, Las misiones jesuíticas entre los
chiquitanos (Buenos Aires, COICET, 1979: 121-185).
RELATO SOBRE EL PAIS Y LA ACIO DE LOS CHIQUITOS4 E LAS
IDIAS OCCIDETALES AMERICA DEL SUD Y LAS MISIOES E SU
TERRITORIO, REDACTADO PARA U AMIGO.
Aviso al lector
Los indios que voy a describir se podrían llamar con razón silvanos, porque viven en
un monte inmenso y de la misma manera como lo hacen los animales salvajes. San Gregorio
habla de hombres de esta índole como animalia Dei, animales de Dios. Realizamos una
especie de caza espiritual cuando seguimos las huellas de esta gente y la perseguimos, usando
múltiples recursos que Dios nos encomienda, hasta que se rinde y puede ser domesticada y
convertida en buenos cristianos.
Con estos mismos recursos se puede encaminar no solamente un silvano, sino también
un hombre de nuestro ambiente que se haya apartado del camino recto. Pues aun cuando el
lugar no es incivilizado, el modo de vivir puede ser inculto, tanto en Europa como en las
Indias, de modo que no hay que atravesar del océano para conocer a los salvajes.
Ciertas cosas exóticas del Nuevo Mundo son muy solicitadas entre los nuestros y
tienen también considerable valor, por ejemplo la madera de las Indias. Del mismo modo se
encuentra en estas selvas y matorrales suficiente materia para edificar a la gente del Viejo
Mundo. Simplemente hay que buscar, y tal vez baste con hojear estas páginas que pueden
resultar así tan útiles como amenas.
Quien haya leído al Señor Muratorio o al "Welt-Bott" mismo, [122] donde se habla de
estos indios, se dará cuenta seguramente que mucho ha cambiado con el correr del tiempo5.
Pues en el curso de los últimos veinte años el número de cristianos en nuestras misiones
aumentó constantemente, gracias a la conversión de varias pequeñas tribus de infieles. En el
año 1768 vivían en nuestras reducciones no menos de treinta y siete mil indios, veintidós mil
bautizados y quince mil a punto de convertirse. Los más antiguos de estos pueblos llamados
4 En el resumen de su relato P. J. Knogler se refiere al origen del nombre chiquitos. Los españoles que en la expedición de Ñuflo de Chaves del año 1557 penetraron en el territorio de los "chiquitos" les dieron este nombre a causa de la pequeña abertura por la cual se introducían en sus chozas. Por medio de esta entrada chiquita se protegían de los mosquitos de los cuales el país está infestado. 5 A. L. Muratorio, "Das glückliche Christentum in Paraguay unter den Missionaren der Gesellschaft
Jesu", Wien, Prag, Triest 1758; Der neue Welt-Bott, Augsburg 1726-1761.
2
según el nombre de sus patrones- fueron San Javier, Concepción, San Miguel, San Rafael,
San José y San Juan. Los cuatro restantes San Ignacio, Santa Ana, Santiago y Sagrado
Corazón de Jesús se fundaron sólo en los últimos veinte años. Cada reducción alberga dos,
tres y aun cuatro mil almas, siendo las antiguas más pobladas que las nuevas. La última
nación que se entregó a nosotros y se incorporó a nuestras misiones, los guanás, de quince mil
almas, no ha sido aun del todo civilizada y adoctrinada.
También otras cosas cambiaron, por ejemplo la ubicación de varios pueblos: la
reducción de Santiago fue trasladada tres veces, la del Corazón de Jesús dos veces y el pueblo
de San Ignacio se mudó del lugar de su fundación unas ciento veinte millas hacia el norte. Las
razones de estas mudanzas fueron el aire malsano, la escasa productividad de la tierra y la
falta de agua. Por esto no he agregado ningún mapa a este relato, sino me limito a describir
brevemente el país, sin entrar en detalles sobre el emplazamiento de los diferentes pueblos;
quien quiera consultar un mapa, encontrará el territorio de los chiquitos en cualquier trabajo
cartográfico referente a América.
DEDICATORIA AL PROMOTOR DEL TRABAJO
Muy estimado amigo: Considero un alto honor tener, por una vez, la suerte de poder
complacerle en algo, accediendo a un requerimiento suyo. Usted me pidió un informe acerca
de mis experiencias en las Indias y se lo presento hoy en los pliegos que adjunto a esta carta.
Lo que relato logrará sorprender incluso a un hombre que sabe admirar la providencia divina
la cual se manifiesta en sus disposiciones para con toda clase de criaturas.
Mi modo de escribir no concuerda probablemente con el [123] estilo de la época
actual, espero sin embargo que se me dispense por ello, ya que he vivido muchos años fuera
de Alemania y no sólo no conozco la dicción alemana de hoy, sino que estoy
desacostumbrado también de la de antes. En las alejadas regiones donde he pasado tanto
tiempo no había ni libros alemanes ni oportunidades de hablar alemán.
De los muchos países y pueblos a los cuales mi relato podría referirse, describiré
solamente el territorio de los chiquitos y a sus habitantes, incluidas las tribus vecinas; y
relataré únicamente lo que he visto y experimentado personalmente en los muchos años
pasados en las misiones de este país. Hay que, tener presente, por lo tanto, que lo que he
observado durante mi estadía entre la gente de este pueblo no vale también para otras tribus
indias; las cualidades y costumbres de la gente de ¡esta raza son tan desiguales como las
regiones donde habitan.
No voy a describir detalladamente el viaje que emprendí desde mi país hacia las
misiones en cuestión, pues abundan los relatos de viaje a las Indias, escritos en la mayoría de
3
los casos por comerciantes y otros viajeros que querían probar su suerte temporal en el Nuevo
Mundo. Menciono solamente la mala suerte que tuve durante mi primera navegación en el
Mar Mediterráneo. Salí de viaje en un buque mercante sueco desde el puerto italiano de
Livorno, en el mes de marzo de 1748, y ya unos días más tarde tuvimos, en el Golfo de León,
vientos contrarios muy molestos. En el equinoccio el viento arreció y se volvió huracanado;
durante este temporal que duró sesenta horas las velas mayores se rompieron, de modo que
colgaban hacia abajo lateralmente, dando al barco un aspecto ruinoso. Lo que aumentaba el
malestar a bordo era que no se podía achicar el navío, porque las bombas estaban atrancadas a
causa de los granos que llevábamos de cargamento.
Dos veces fuimos echados del estrecho de Gibraltar por violentos vendavales
contrarios que nos hicieron retroceder hasta Málaga, donde echamos dos veces ancla para
descansar. En las cercanías del puerto pescó nuestro barco un barril bastante grande de
excelente vino de Alicante que flotaba en dirección hacia nosotros. Dos veces nos
inspeccionaron los ingleses, quienes revisaron la documentación del barco para luego
dejarnos continuar el viaje.
El barco navegó rumbo a Lisboa, de donde debíamos partir para América. Pero como
temíamos que, por cualquier inconveniente, no nos fuera posible llegar a tiempo para la salida
de la flota grande destinada a las Indias, nosotros, los siete misioneros, [124] decidimos
quedarnos en Málaga, cuando el barco hizo escala por segunda vez en aquel puerto, y
viajamos luego a través de España y Portugal rumbo a Lisboa. De allí partimos en setiembre
para Buenos Aires, en América.
Para llegar a mi lugar de destino en las misiones de los chiquitos, a las cuales se refiere
mi relato, tuve que atravesar las provincias de las Pampas, de Tucumán y Charcas hasta la
ciudad de Santa Cruz, recorriendo, en total, unas seiscientas leguas. Me parece oportuno
informar a los lectores europeos sobre el país y el pueblo de los chiquitos, porque otros
viajeros escriben muy poco sobre estas regiones salvajes, que quedan demasiado alejadas de
los centros comerciales y, por lo tanto, son completamente desconocidas para los que quieren
hacer su fortuna en el Nuevo Mundo y se interesan solamente por los asuntos temporales.
El territorio de los chiquitos fue confiado a los Padres Misioneros de la Sociedad de
Jesús al principio del siglo actual por las autoridades del Perú. Gracias a ellos la fe católica
fue introducida allí, conservada y extendida hasta el año 1767; el número de neófitos
aumentaba cada año, claro que no sin sacrificios, pues varios misioneros fueron muertos por
los indios.
4
Para ordenar bien mi descripción de las misiones en cuestión, voy a dividirla en tres
partes, contando en cada una mis propias impresiones y experiencias en forma detallada. La
primera parte tratará de la naturaleza del país; la segunda de la vida, las costumbres y el
gobierno político de los indios; la tercera de su fe y su conducta cristiana. Espero que muchas
cosas de mi librito sean útiles y edificantes para el lector. San Antonio Abad dice que la
naturaleza, incluidos los seres irracionales y lo que no tiene vida, es el libro que mejor revela
la omnipotencia y sabiduría del creador. Y se verá también una manifestación de la milagrosa
providencia divina en la manera como El sabe conquistar de diferentes maneras las almas, la
más preciosa mercadería que se puede encontrar en las Indias. Cuánto cuestan estas almas y
qué trabajo, pena y celo se necesitan para conquistarlas, resultará de la segunda y sobre todo
de la tercera parte de este relato. Sin embargo, valen más de lo que cuestan: una sola es
infinitamente más preciosa que 'cualquier flota cargada de riquezas que causa la admiración
de todo el mundo si llega de las Indias. Quien ha salvado solamente una, no la cambiaría por
todos los tesoros del mundo entero.
[124]
PRIMERA PARTE
CAPITULO I. DE LA ATURALEZA DEL PAÍS DE LOS CHIQUITOS
El territorio donde este pueblo vive está ubicado en América del Sur y dista cincuenta
millas del gran lago de Xarayes situado en el este de nuestro país. El lector encontrará este
lago si consulta un mapa de América, en el curso superior del río Paraguay. Para llegar hasta
allí desde el puerto de Buenos Aires hay que hacer un rodeo, pasando por Potosí y
atravesando varias provincias que dependen del Virrey del Perú; en total es un recorrido de
unas seiscientas millas alemanas. Si se pudiera remontar el río Paraguay, el viaje sería más
corto, pero hasta ahora no se lo puede transitar sin peligro, a pesar de todos los esfuerzos que
hicimos; así, varios Padres Misioneros fueron asesinados en esta región por los pueblos
bárbaros de la payaguás y guaycurús que vagan por el río y las tierras adyacentes.
El país está comprendido, en su totalidad, dentro de la zona tórrida, por lo tanto
pasamos mucho calor durante todo el año, en cambio no se conocen la nieve ni el hielo; los
días son casi de la misma duración, desde el amanecer hasta el atardecer y las pequeñas
diferencias entre las estaciones del año se notan apenas. A lo largo, el país mide más de
doscientas millas y a lo ancho arriba de cien. Las reducciones de nuestros indios se
5
encuentran entre los grados catorce y diecinueve de latitud sur6. Lo demás es tierra inculta en
la cual penetramos en nuestras campañas misioneras.
[126] Que el calor no sea insoportable, lo debemos a las selvas vastas, sombrías y
espesas, que tienen una extensión de cincuenta, sesenta y más millas, de modo que todo el
territorio parece un solo monte. Cuando pisé esta tierra por primera vez tuve que cruzar
inmediatamente una de estas selvas que nace en la frontera del virreinato del Perú y se
extiende por más de sesenta millas hasta nuestra primera reducción, llamada San Javier. A
través de toda esta zona se puede viajar solamente en ciertos meses, cuando la inundación
causada por la estación de las lluvias ha terminado, pero aún queda algo de agua para apagar
la sed del viajero.
Las especies de árboles que se encuentran en estos montes son muy diferentes de las
europeas y no se puede pasar por entre estos árboles como en un bosque europeo, pues los
posibles senderos están cerrados por una maleza tan enmarañada que hay que abrirse paso con
un palo especialmente preparado para ello.
El calor tropical también está atemperado por las lluvias fuertes y frecuentes que caen
sobre todo desde el mes de octubre hasta fines de abril, muchas veces acompañadas de
tormentas. Esta época del año corresponde a nuestra primavera y verano y es tiempo de
inundaciones que cubren todo lo que es tierra llana. Por esto hay que elegir sitios altos en
medio del monte para las reducciones.
Estas lluvias fuertes hacen crecer excesivamente todos los ríos que afluyen a nuestro
país, nacidos en el oriente, en Brasil, o en el oeste, es decir en el Perú. Así, si bien corre
mucha agua por la jungla que cubre la tierra de los chiquitos, toda proviene de lugares
bastante lejanos ya que, en nuestro país, no nace ningún río. En algunos mapas figura, sin
embargo, el río Apere, llamado también San Miguel. Pero este es río solamente durante la
estación de las lluvias y se seca en cuanto la inundación termina y la tierra asoma. Entonces,
se encuentra agua solamente en ciertos hoyos de su lecho y se puede cruzar, por lo general, a
pie, de modo que no merece el nombre de río.
En los otros meses, de mayo hasta octubre, no cae ni una gota de agua y no se ve
ninguna nube en el cielo. Son los meses del invierno, pero de un invierno sin nieve ni hielo y
con un calor semejante al que se siente en Alemania durante la canícula. De vez en cuando
6 Los límites del país que el P. Knogler fija en grados de latitud sur al principio del resumen de su relato divergen ligeramente de las indicaciones que aparecen en el primer capítulo de nuestro texto. Hay que tomar en cuenta que la extensión entre los grados catorce y diecinueve se refiere a la parte
6
refresca por dos o tres días, cuando hay viento sur, que es frío en nuestro continente. Si este
viento se calma vuelve el calor.
[127] En agosto y setiembre cuando después de varios meses sin lluvia el monte se ha
vuelto completamente seco, se declaran incendios enormes que se propagan rápidamente
sobre superficies de muchas millas cuadradas; el humo parece una densa neblina que oscurece
el sol y hace lagrimear los ojos de los que se encuentran a campo abierto y a cierta distancia.
El peligro existe hasta que cae la primera lluvia, en- octubre; entonces se apagan los incendios
y el aire se purifica.
Dichos incendios se producen porque los indios encienden constantemente fuego y lo
mantienen día y noche, también cuando hace mucho calor, para defenderse con el humo
contra toda clase de bichos voladores, mosquitos, etc.
Durante estos inviernos calurosos y secos hay muy poca agua potable; no sólo nos
faltan los ríos sino también los manantiales. Nos ayudamos' excavando una fosa en el terreno
bajo, donde se reúne un poco de agua que se puede sacar con una calabaza ahuecada. Y ésta
es sin duda la mejor bebida, porque el agua de los charcos que han quedado de la estación de
las lluvias ha sido ensuciada por los animales o por los indios mismos, quienes se bañan allá
lo que no les impide beber el agua sin sentir asco. Como estos charcos están expuestos al sol,
su agua es además muy caliente.
Pero hay otra manera de apagar la sed, si falta el agua: buscando una planta llamada
Obocurus. Esta tiene tres varas de altura y su raíz es muy gruesa y parecida a una de esas tinas
de arcilla o madera que sirven, en los invernaderos de parques aristocráticos, para colocar y
criar plantas raras y exóticas. Primero se excava esta gruesa raíz. Luego se separa la planta y
se corta una sección del diámetro de un plato de la parte superior del bulbo, y como la corteza
es muy dura, se machaca su contenido con una madera cualquiera y se exprime el jugo con las
manos, recogiéndolo en una calabaza. Esta bebida no es totalmente semejante al agua, pero
como es muy fría refresca más y sirve también de remedio contra enfermedades causadas por
el calor; para cocinar no se la puede usar porque es demasiado espesa7.
[128]
CAPITULO II. DE LOS FRUTOS QUE PRODUCE EL PAÍS
En este país no crecen ni el árbol del cacao ni el del café, tampoco la yerba mate que
reemplaza al té. Los frutos que se encuentran en el monte sirven más como alimento para los
habitada del país, mientras que el resto del territorio tanto en el norte (hasta 1211) como en el sur (hasta 201) es desierto. 7 Jaccaratia Hassleriana Chodat (cipoi); el bulbo contiene, según Riester, hasta diez litros de agua.
7
animales que para los hombres. Las diferentes especies de palmeras que crecen aquí, de las
cuales algunas son bastante altas, producen un solo fruto el cual se encuentra en la cima del
árbol y tiene, visto desde lejos, el aspecto de un larguísimo racimo de uvas: las redondas
nueces de coco cuelgan todas juntas alrededor del tallo. Estas nueces tienen una cáscara muy
dura y se necesita mucha fuerza para abrirla; adentro hay gran cantidad de líquido oleoso. Hay
muchas de aquellas palmeras en nuestros montes, cada una con sus nueces de coco, pero éstas
son poco nutritivas; más útil es otra especie cuyo tallo es comestible si se lo asa y también
potable si se exprime la savia, pero se pone agria ocho días después de haberse cortado.
En cuanto a los cardos, se encuentra aquí una especie cuyos frutos son comparables a
los de la siempreviva nuestra. Sus hojas se pueden comer en parte, pero son nocivas para los
dientes. Un alimento muy substancioso y abundante se obtiene de una raíz llamada
Oquimacaris. De esta raíz nacen dos tallos con hojitas muy angostas, por las cuales la planta
se reconoce fácilmente; la raíz misma tiene el aspecto de un rábano negro y grueso, pero no se
puede comer sin ciertas precauciones, pues contiene un veneno peligroso. Hay que cortarla en
pequeños pedazos y triturarla con un rallador. El rallador que los indios usan consiste en una
corteza áspera o en una tablita de madera blanda en la cual se encajan espinas, que tenemos
aquí en abundancia y que se colocan de modo que sus puntas tengan la misma altura. Si la raíz
se ha reducido así en trocitos, se pone en remojo durante tres o cuatro días, hasta que el agua
haya extraído el veneno del todo. Luego es expuesta al sol para que se seque. Así, sirve para
la fabricación de pan sin corteza o para hacer un puré bastante consistente que se come sin sal
y sin manteca. Esta comida es negra por afuera y por dentro y tiene el efecto de matar las
lombrices intestinales8.
[129] Los demás frutos de árboles salvajes que se encuentran en nuestros montes
sirven, en estado maduro, aun menos para la alimentación humana que los ya nombrados.
Además, los pájaros y otros animales se anticipan al hombre y si éste llega a un árbol, halla
que los frutos ya han sido recogidos. No hay que confiar mucho, por lo tanto, en la riqueza del
monte en cuanto a frutos silvestres.
De los frutos europeos, en nuestras misiones se encuentran únicamente limones.
Muchos misioneros han traído para acá toda clase de semillas, también carozos de manzanas,
peras, duraznos, etc., y han tratado de hacerlas brotar, pero todo fue en vano. Las causas de
estos fracasos son múltiples, por ejemplo, el gran calor que reina en nuestro país y la gran
cantidad de sabandijas, especialmente hormigas y otras clases de animales dañinos, que
8
abundan aquí a causa del calor y de la humedad y que comen todo lo que les place.
Finalmente, los misioneros no tuvieron éxito porque no tenían tiempo de dedicarse a estos
experimentos con la requerida atención, en vista de otras tareas más importantes; y los indios
no sirven para ocuparse de una cosa ajena a sus costumbres.
Sin embargo, aprendieron a cultivar la tierra, que es poco fértil, pero produce, al
menos, una clase de cereales en cantidad suficiente para alimentarlos. Como sabemos por
experiencia, sólo el maíz se da bien en esta tierra pues el suelo no es apropiado para el cultivo
de otros cereales europeos.
Entre los productos del monte se puede incluir también la miel silvestre, elaborada por
una especie de avispas malas, cuyos avisperos son ahumados con fuego. Hay también miel de
abejas silvestres, parecidas a los mosquitos y sin aguijón, que se defienden, sin embargo, con
la boca, protegiendo así lo suyo.
CAPITULO III. DE LOS AIMALES
Lo que la tierra no produce en alimentos, es compensado por diferentes animales que
sirven para el sustento. Hay ciervos de cuernos anchos, corzos de piel blanquecina y jabalíes
de dos especies: una es bastante pequeña y se ve solamente en manadas que salen para buscar
los frutos que les sirven de alimento. Cuando se sacian, desaparecen tan rápido como llegaron.
[130] De la otra especie se encuentran también animales solitarios que tienen en el
lomo una abertura de la cual emana un olor bastante repugnante. Cuando los indios han
cazado uno de estos jabalíes separan en seguida esta parte, para que la carne no tenga gusto
feo.
Otros animales que viven en cuevas bajo la tierra, dentro del monte, tienen
caparazones duras como arneses que los protegen. Cierta variedad de estos animales, llamada
oiniaca, cuyo tamaño es equivalente a dos puños se defiende del ataque de animales más
grandes de una manera muy peculiar. Cuando el atacante quiere agarrarlo con la boca, se
enrolla rápidamente y aprieta el hocico o la nariz del enemigo, de manera tan firme, gracias a
sus músculos fuertes, que éste no se puede liberar y corre peligro de perder la vida por quedar
inhibido de comer9. Tortugas terrestres hay en gran número por todos lados en el monte,
especialmente en zonas húmedas; y son mucho más chicas que las acuáticas. En cuanto a los
monos, estos se dejan ver y oír en la selva a determinadas horas del día.
8 Probablemente Zamia brogniartii, una palmera cuyas raíces todavía hoy se comen en épocas de escasez. 9 Knogler se refiere al armadillo o la mulita, como el animal se llama en América del Sur.
9
Hay muchas onzas en esta región salvaje y son más crueles que las africanas que he
visto en otros países. Derriban a cualquier animal, embistiéndole como el gato lo haría con
una laucha. Los indios se salvan de estas fieras gracias a sus perros de pequeña talla, pero
valientes que indican a sus amos cuando una onza está al acecho en un matorral, ladrando
fuerte y rodeando el lugar, hasta que el animal sube a un árbol; tendida sobre una rama, la
onza puede ser derribada sin mayor riesgo con una flecha, pues la piel de la panza es delgada
y el corazón ocupa bastante lugar, de modo que los indios aciertan casi siempre el blanco. El
cuero es duro en el lomo y como se arruga cuando la onza se pone rabiosa, se hace todavía
más gruesa; por eso es difícil matarla en el suelo. Su manera de atacar animales grandes es
muy cruel: salta sobre su lomo del que se prende firmemente con las uñas, mientras muerde la
nuca de la víctima, hasta que ésta deja de correr locamente y cae al suelo, desangrándose. De
este modo caza al caballo más valiente, al toro más salvaje y al ciervo más veloz; ningún
animal puede resistirle, ni el cocodrilo más grande.
Sólo en la lucha con el oso hormiguero sucumbe la onza.
[131] Este animal es algo menos alto que el oso europeo, pero la cabeza y la cola son
muy diferentes, siendo el oso hormiguero mucho más lento y torpe. Su cabeza y su cola tienen
un aspecto muy curioso: la cola es enorme, tiene más de una vara de largo y más de veinte
centímetros de ancho, pues los pelos o cerdas sobresalen lateralmente. La cabeza tiene el
grosor de una cabeza de oveja, reduciéndose constantemente desde los ojos hasta la boca; el
hocico largo termina en un orificio redondo y chiquito como una moneda de un centavo. De la
boca saca una lengua larga y delgada y la hace entrar en las aberturas de un hormiguero;
cuando las hormigas se pegan a su lengua, la retira y vuelve a sacarla hasta que se siente
satisfecho. Se alimenta así de hormigas y casi no come otra cosa, aunque tiene que consumir
muchas para sustentar un cuerpo tan grande. Las hormigas son tan pequeñas como los
mosquitos, pero de color blanco. Excavan su nido en tierra dura o barro con el cual las
golondrinas construyen sus nidos, pero los suyos no son graciosos, sino monumentales, a
veces de la altura de un hombre, pues en casos de inundación se refugian en la parte superior
del nido; en diferentes sitios tienen respiraderos. La cueva interior de un hormiguero
abandonado puede servir de refugio a un viajero, como lo sé por experiencia.
A propósito de lo que dijimos sobre la lucha entre la onza y el oso hormiguero, hay
que saber que el oso, cuando olfatea que la onza se acerca, se extiende de espaldas, porque de
todos modos no puede huir a causa de su torpeza y lentitud; en esta posición espera a su
enemigo para recibirlo con las dos patas delanteras, provistas de garras mucho más largas y
fuertes que las de la onza. Si aquella lo ataca, la hace pedazos, no con los dientes, que no
10
tiene, sino con las garras. Y si la fiera no lo ataca y se va, se levanta cuando no la husmea más
y sigue su camino. Las dos patas traseras del oso hormiguero son parecidas a los pies
humanos, de modo que las huellas en el monte engañan muchas veces.
Los indios cazan este oso, cuando ya es adulto, pero no con el arco, pues una flecha no
lo puede herir a causa de su pelo espeso y su piel extremadamente fuerte. Se le acercan hasta
que pueden alcanzarlo con un palo largo y le dan golpes fuertes sobre el hocico que no es otra
cosa que cartílago, hasta que se desploma y muere.
Mas difícil es cazar a los monos, que se refugian en la parte superior del árbol más alto
y se escudan con las ramas más gruesas; cuando uno es herido saca la flecha de su cuerpo y la
[132] parte con los dientes de pura rabia, arrojando los pedazos contra el tirador. Los monos
americanos tienen colas muy largas y si se dan cuenta que están malheridos se agarran de una
rama, pasando la cola alrededor de ésta, y quedan así colgados en el aire después de morir, de
modo que el cazador no consigue la presa.
Otro animal de presa es el león americano o puma, bastante diferente del león africano,
de color rojizo sin manchas y cuyas garras y dentadura son parecidas a las de la onza. Si ha
cazado un animal y no puede comer la presa entera, tiene la mala costumbre de no volver al
mismo lugar el día siguiente, como lo hace el tigre, sino que prefiere ir nuevamente de caza,
de modo que es mucho más dañino.
El tapir, llamado anta por los españoles u oputapaquis por los chiquitos, tiene el
tamaño y el color de un burro grande y fuerte. En su estómago se encuentra bezoar de buena
calidad que es muy eficaz como medicamento. Sus patas son parecidas a las de las vacas, sólo
que tiene la pezuña dividida en tres partes.
Hay también una variedad de puerco espín, provista en todo el cuerpo de largas cerdas
blancas y negras, eréctiles de manera que parecen pequeñas picas, del tamaño de un dedo; con
estas cerdas se defiende contra los indios que lo persiguen y cuando se refugia en un árbol tira
hacia abajo sus venablos. El miembro que resulta herido por una de estas picas se hincha
mucho, pero la lesión no es peligrosa. Si uno se hiere por descuido, al tocar las cerdas, no se
nota ninguna hinchazón.
No hay muchas clases de pájaros. En las campiñas hay avestruces. Pero no se puede
sacar mucho provecho de ellos porque es muy difícil cazarlos ya que son muchísimos más
veloces que otros animales y huyen a vuelo tendido valiéndose de sus largas patas y de sus
alas, las cuales, sin embargo, no les ayudan a volar a causa de su pesadez.
11
Tenemos muchas especies de papagayos. Las mayores vuelan de dos a dos, las más
chicas a veces en bandas como los tordos en Alemania, sobre todo cuando se reúnen en
lugares donde hay frutas que les sirven de presa.
CAPITULO IV. DE LOS PECES
A pesar de que, como ya se dijo, no tenemos ríos, diseminados [133] por todo nuestro
país, hay grandes y profundos lagos, cuya travesía demanda horas. Estos lagos no se secan en
el período de casi seis meses durante el cual no llueve y hay un sol abrasador, sino que se
mantienen hasta la próxima estación de lluvias. En aquellos lagos hay muchas clases de peces,
todas desconocidas en Alemania. Muchos vienen a nuestras aguas en tiempos de inundación
desde regiones lejanas, y se quedan aquí. Una especie se llama raya y es casi redonda,
parecida a un grueso plato de losa; carece de cabeza y la boca se encuentra abajo, más o
menos en el centro del cuerpo. Su cola mide un dedo de largo y está provista de tres aguijones
puntiagudos a ambos lados, los cuales son duros como los dientes de una sierra. Como la raya
se arrastra siempre sobre el fondo del agua es fácil pisarla; entonces deja la planta del pie
dolorosamente herida, pues es capaz de virar sus armas en todas direcciones. Empero, este
mismo aguijón sirve también como un excelente remedio contra el dolor de muelas; hay que
rayar un poco las encías con él, hasta que echan sangre, y ya se nota un alivio. Este pez es
muy delgado, no tiene escamas y parece un pedazo de piel o cuero puesto en remojo.
Otra clase de pez tiene una boca provista de dientes bien afilados que ciertos bárbaros
insertan en un pedazo de madera, usándolo como cuchillo. Ataca a menudo a los pescadores y
les arranca un pedazo de carne del cuerpo conforme al tamaño de su boca, que es de dos
pulgadas de ancho en los peces más grandes10. Para salvarse de este peligro y de otros
parecidos se arroja en el agua una cierta raíz y después de tres o cuatro horas la mayoría de los
peces flota sobre la superficie del agua aturdidos o muertos; se dejan apresar sin resistirse y se
pueden comer, sin que sean perjudiciales para la salud11.
Las anguilas se encuentran, por lo general, en suelo pantanoso, en el fondo del agua.
Cuando el indio nota un movimiento en el barro, debajo de sus pies descalzos, clava una pica
de madera en la tierra y fisga la anguila.
Parecida a la anguila es la serpiente acuática de color amarillo, muy frecuente en
nuestro país, sólo que este reptil mantiene siempre la cabeza fuera del agua. Quien la molesta
10 Este pez peligroso es la piraña. 11 Como Knogler dice en el resumen de su relato los chiquitos, antes de conocer los anzuelos
importados de Europa, usaban o narcóticos para aturdir los peces o cestos fabricados de hojas de palmas para pescar.
12
arrojando [134] do algo al agua o lanzándole una flecha debe huir rápido pues en seguida
levanta la parte delantera de su cuerpo, la extiende de tal modo que parece una tablita, se
precipita sobre él y lo envuelve con toda fuerza, pues es una serpiente muy larga. Felizmente
sólo aprieta y no pica ni es venenosa, así que el hombre puede liberarse de ella, sobre todo si
tiene un acompañante que le ayude.
Hay muchos caracoles acuáticos con conchas negras y se pueden comer. Los cangrejos
son redondos, tienen caparazones blancos, carecen de cola pero sí tienen pinzas y caminan
sobre sus patas no para atrás sino lateralmente. Los cangrejos no se comen.
En aguas más profundas y extensas hay, por lo general, muchos cocodrilos; sus huevos
se encuentran a alguna distancia del agua, tapados de arena o de hojas. No son mucho más
grandes que huevos de patos, a pesar de que el cocodrilo es un animal muy grande y tiene
muchas veces seis o siete varas de largo. Su cabeza está casi exclusivamente ocupada por la
boca y sus dientes son gruesos y largos, de acuerdo con su voracidad. Una vez mi
acompañante, un indio, cazó un pato que estaba sentado sobre un arbusto. Acababa de caer al
agua cuando, atraído por el ruido, emergió un cocodrilo y se comió al pato junto con la flecha
que era bastante larga. Otra prueba de la voracidad de estos animales la tuve durante la guerra
entre España y Portugal, cuando tres compañías de soldados españoles marcharon a través del
territorio de nuestras misiones hacia el Brasil. Yo los acompañé en el viaje y como no les
pude ofrecer el alimento reglamentario que corresponde a un soldado tuvieron que vivir como
los indios. Uno de ellos se puso a pescar en un lago, se quitó la ropa y la dejó en la orilla;
poco después de entrar en el agua escuchó un ruido que parecía surgir del fondo del agua,
salió apurado y se alejó del lugar. Resultó que un cocodrilo lo había estado acechando y,
como la presa se le escapó, devoró los pantalones con todo lo que había en sus bolsillos y
desapareció otra vez en las profundidades del lago. Lo que me llama la atención es el hecho
de que los intestinos de este animal son menudos en comparación con el tamaño de su cuerpo,
debe tener en compensación un buen estómago capaz de digerir cosas tan raras. Luego de
matar un cocodrilo los indios le extirpan en seguida los riñones, de lo contrario toda la carne
resulta contaminarla por un hedor fuerte, parecido al almizcle, pero repugnante por su
intensidad, de modo que es imposible comerla.
[135] La manera de cazar los cocodrilos es diferente. Animales jóvenes y pequeños se
cazan con flechas, pero los grandes no son vulnerables ni a las flechas ni a las balas. Por eso,
los indios se acercan furtivamente a los que duermen en la orilla del río o lago a pleno sol, los
ciegan primero y luego les destrozan la cabeza a bastonazos. Cuando descansan y toman sol
en el agua, se quedan muchas veces horas enteras sin moverse, la cabeza y la parte superior
13
del cuerpo fuera del agua. Los indios se esconden entonces en los arbustos de la orilla y se
empeñan con todo cuidado en enlazar al animal. Mientras algunos lo tiran luego a la orilla,
otros le dan golpes fuertes sin que el animal, con la soga alrededor del cuello, sea capaz de
defenderse: si se dirige hacia un lado para atacar a alguno, los otros dan tirones al lazo en
sentido contrario. Los indios dicen además que los cocodrilos, si se encuentran en el agua, son
cortos de vista, de modo que es fácil acercarse a ellos sin que se den cuenta.
Plinio asegura, y otros naturalistas lo confirman, que una persona herida por los
dientes del cocodrilo no se puede curar. Se refiere probablemente a los cocodrilos egipcios
que se encuentran en el Nilo o a otras especies europeas; los americanos no hieren de una
manera que la lesión no se pueda curar. Yo mismo he visto a un indio al cual un cocodrilo
había arrancado a mordiscos ambas manos; los muñones habían cicatrizado. En otra ocasión
un cocodrilo le mordió la pierna a un indio, perforándola con los dientes y lastimando hueso y
nervios; sin embargo, el hombre se curó del todo y a penas se puede ver la cicatriz; y esto sin
que un médico o cirujano lo haya tratado, pues no disponemos de médicos, sino solamente de
algunos remedios caseros y de plantas medicinales que los indios aplican a sus enfermos.
CAPITULO V. DE LOS AIMALES VEEOSOS
Abundan en este país animales venenosos de toda clase. Las víboras pueden
esconderse por todos lados, pues el país entero es un solo matorral donde se brinda a estos
animales una ocasión única de reproducirse a sus anchas. Sin embargo, la providencia divina
tiene cuidado de evitar que el daño sea demasiado grande: la víbora más peligrosa y más
venenosa está [135] provista de una campanita por la cual se da a conocer a todo el mundo
donde quiera que se arrastre, pues la última parte de su cola termina en unos rollitos ligados
uno al otro, parecidos a algunas avellanas. Son de cartílago duro y en la cavidad interior se
encuentra una bolita que suena de manera bien apreciable por el oído si el animal se mueve,
de modo que cualquier persona tiene todavía tiempo de huir. Si alguien es picado por ésta u
otra víbora, debe servirse de un diente de cocodrilo, que extrae el veneno si se aplica a
tiempo. Aparte de este remedio es útil la savia de las hojas de tabaco que hay que beber para
limpiar el estómago por si el veneno ya ha llegado a entrar en el cuerpo12.
Hay muchísimas arañas, sobre todo en la estación de las lluvias. Una especie es negra
como el azabache, del tamaño de un puño y enteramente peluda, pero su aspecto, cuando se
arrastra por el suelo, es peor que su veneno. Más peligrosa, en cambio, es una clase muy
12 Algunas de las serpientes venenosas son comidas por los chiquitanos, con la debida precaución, corno Knogler menciona en otro lado (los descendientes de sus feligreses quienes viven hoy en el territorio de las misiones comen, por ejemplo, la serpiente Boyé).
14
pequeña de arañas, llamada ocupequima. Con la misma palabra, sin que se modifique una
letra, se designa también a las muchachas maliciosas, tal vez no sin razón. El veneno de esta
araña es tan fuerte que los gritos de dolor de una persona picada por ella se pueden oír tres
días y noches seguidas; también le sale sangre a través de la piel, si ésta no se unta con una
pomada hecha con grasa y tabaco en polvo. Tampoco este veneno es mortal, pero deja el
cuerpo debilitado por años enteros.
Los escuerzos son muy grandes y se encuentran en gran número. La especie más
dañina es la que tiene dientes puntiagudos. Los indios los llaman omonaucos; con el mismo
nombre se refieren también a su chillido desaforado. Las serpientes los tienen a raya,
comiéndose a muchos de ellos.
A los escorpiones los indios no les prestan mucha atención. Cuando alguien es herido
por un escorpión lo aplasta en seguida, coloca el animal muerto sobre la herida y lo deja cierto
tiempo allá; de este modo el dolor se calma.
La nigua americana es sumamente molesta en esta zona cálida; es muy pequeña y no
solamente pica sino que perfora la piel especialmente donde es más gruesa, es decir en las
rodillas y las plantas de pie. No es posible protegerse contra [137] estos animalitos, es inútil
cubrirse los pies con paños y otra cosa. Lo mejor es dejar que se introduzcan, ya que después
no tienen escapatoria. Pero conviene no perder mucho tiempo sin sacarlos pronto por medio
de una aguja. Entonces ya se encuentra una bolsita grande como la cabeza de un alfiler y llena
de óvulos. Si se espera demasiado tiempo, la cría sale, se desparrama en el tejido contiguo y
causa tanto daño con su veneno que las personas negligentes pierden eventualmente el
miembro. Pero se ha encontrado ahora un remedio fácil que resulta útil. Hay que untar el pie
con cualquier clase de grasa y luego taparlo bien, entonces la cría entera se ahoga en poco
tiempo, sin hacer daño, y la piel se descama. Algunas personas son más propensas a ser
molestadas por estos animalitos, otras menos, las unas deben sacarse doce o más en el día, las
otras a penas uno solo en algunas semanas.
Tenemos también hormigas venenosas en grandes cantidades. Una especie de ellas se
encuentra en ciertos árboles que le sirven de alimento y es muy temida por los indios. Si
alguien que pasa toca el árbol y, por decirlo así, llama a la puerta del hormiguero, los
inquilinos salen a montones de abajo de la corteza, se lanzan contra el hombre, le suben
apresuradamente por todos lados, de modo que la víctima no se puede defender, y lo muerden
violentamente; se siente un dolor quemante en las heridas y los miembros lastimados quedan
como paralizados por un tiempo prolongado.
15
Un español que tenía una chacra en los límites con nuestro territorio misionero no
podía entenderse con su mujer quien continuamente lo molestaba con reproches y
recriminaciones, no cediendo siquiera cuando no tenía razón. El hombre ya había agotado sus
recursos sin tener el menor éxito. Finalmente siguió el consejo del hombre sabio quien dice:
¡Vete a ver a las hormigas, holgazán! Invitó a su mujer, bajo el pretexto de un negocio, a
acompañarlo en un corto viaje. Cuando vio en el monte el consabido árbol, propuso que se
sentaran para descansar e hizo que ella se acomodara lo más cerca posible del árbol del cual
ella no advirtió la presencia o del que, tal vez, no conocía la particularidad; tampoco podía
prever cuán útil le resultaría. Como estaba muy cansada se acostó y se durmió en seguida. El
hombre la ató tranquilamente al árbol con una cuerda que había traído a tal fin, haciendo un
buen nudo que ella no podría deshacer fácilmente, y golpeó luego contra la corteza del árbol.
Un momento después, la mujer [137] estaba cubierta de hormigas que corrían sobre sus
manos, su cara y su cuerpo entero. Dando gritos de dolor pidió socorro, mas el hombre se
negó ayudarla hasta que ella no suplicó encarecidamente y le prometió seriamente reformarse
y no alterar más la paz de la casa con sus extravagancias. Y cumplió, en efecto, con su
promesa por miedo a que el marido pudiera volver a escarmentaría. Por eso los españoles de
la zona llaman al árbol hasta hoy palo santo, en honor a sus efectos poderosos en la curación
de mujeres indomables. Su madera se conoce en Europa como lignum sanctum; pero no
serviría de nada si se comprara en una farmacia, pues faltan las hormigas, lo que es verdadera
lástima, porque hay maridos que gastarían cualquier cantidad de dinero en la compra de
madera con hormigas. Para decir la verdad, también hay maridos, tanto entre los indios como
entre los europeos, que merecerían ser sometidos por sus mujeres a esta pena correccional. El
veneno de estas hormigas no es mortal, pero el dolor persiste bastante tiempo. Si un hombre
es mordido por una sola hormiga puede calmar el dolor con su saliva.
[139]
SEGU"DA PARTE. DEL GOBIER"O POLÍTICO Y DE LAS COSTUMBRES DE
LOS CHIQUITOS E" SU ESTADO "ATURAL Y DESPUÉS DE SU CO"VERSIÓ"
CAPITULO I. DE SU MODO DE VIVIR
Mientras estos indios viven en sus montes, no se puede hablar de un gobierno político
de sus tribus13. Obedecen a sus caciques solamente cuando están en pie de guerra con sus
13 En el resumen del relato se confirma que la posición del cacique en las tribus salvajes de los chiquitanos no era muy fuerte. Le correspondía solamente el mando supremo en la guerra y en ciertas partidas de caza y pesca. Ahí se dice también que, por lo general, el hijo sucede al padre
16
vecinos de otras tribus y otros idiomas. Por lo demás, no hacen otra cosa que vagar por el
monte y ganarse la vida con la caza y la pesca. Cuando no encuentran más nada en una zona,
avanzan cuarenta o cincuenta leguas y se establecen allá por algunos meses, de este modo
cambian constantemente de lugar14. No construyen casas y no poseen enseres domésticos, así
pueden mudarse más cómodamente, no teniendo que cargarse con bultos pesados. A lo sumo,
levantan chozas que se hacen en pocos minutos: encajan dos palos delgados de la altura de un
hombre en la tierra y los juntan con una traviesa; luego adosan a esta madera algunas varas y
las cubren de ramos, hojas o pasto si se encuentra, de forma tal que tienen el aspecto de la
mitad de un techo, extendido hasta el suelo.
Si en alguno de sus viajes llegan a un arroyo crecido durante la época de las
inundaciones colocan sus armas y sus provisiones en un cuero resecado de gran tamaño,
doblan los [140] costados hacia arriba, se tiran al agua y llevan nadando el cuero al otro lado
del arroyo. Estos cueros se secan rápidamente. Para que no se encojan, al regresar los
extienden sobre la tierra y los sujetan por medio de clavos de madera.
Andan desnudos, pues no hace frío en su país. Pero llevan, una seña que indica su
nacionalidad y su idioma. Algunos usan; con tal fin un pedazo de piel de presa, con el cual se
cubren, o bien componen un tejido de fibra o de algodón silvestre. Otros se ungen con tierra
rodena, embadurnándose especialmente la cabeza, de modo que parecen llevar puesto un
casco .de punta. Otros se pintan el cuerpo haciendo rayas con materias colorantes extraídas de
raíces y plantas. Como la pintura es fácil de quitar, pueden adornarse con otras figuras usando
diferentes colores. Las mujeres se tatúan sirviéndose de espinas puntiagudas con las cuales se
pintan en el rostro una estrella, luna flor, un pájaro o un animal; mientras las punzadas están
todavía frescas, pulverizan un pedazo de carbón e introducen 'el polvo en las heridas que
forman los contornos de la figura. Cuando las lesiones se han cicatrizado queda este cuadro
imborrable, pues nada logra borrar las manchitas negras.
He visto una tribu cuyos hombres llevan adherido al cuello un cuero de tigre resecado
que mueven de un lado al otro según el viento que corre y que les sirve de colchón. Las
mujeres de esta tribu se envuelven la parte superior del cuerpo en un tejido de- algodón
silvestre o de fibra, dándose varias vueltas alrededor del pecho con una larga faja. Estas
mismas mujeres se cortan el cabello al rape y dejan solamente una especie de copete desde la
(probablemente el hijo mayor) si no da muestras de incapacidad. Como Knogler no ha vivido suficiente tiempo entre chiquitanos salvajes no es seguro que se pueda confiar en estos datos.
17
frente hasta la coronilla, de la altura del ancho de una mano. Se mantiene erguido y resulta
para ellas sumamente gracioso. Se ve cuán grande es el poder de la imaginación si una cosa
tan ridícula es tenida por ¡graciosa y llega a ser costumbre.
También consideran ornamentos decorativos a las conchas de caracoles y moluscos,
que las mujeres usan en grandes cantidades para hacerse cadenas a las que aprecian tanto
como si fueran perlas preciosas. Como se puede ver, ya su aspecto indica su bajo grado de
civilización, además tienen ciertas costumbres de las cuales se puede deducir su naturaleza
bárbara. A los varones les perforan, en la primera infancia, el labio inferior a un dedo de
distancia de la boca y les colocan en el orificio una maderita, parecida a un clavo, es decir con
una cabeza para que no caiga fuera de su lugar. Este pedacito de madera es hueco como una
cañita, de modo que pueden fijar [141] en él otra maderita del tamaño de un dedo pero
delgado como una aguja de coser. Esta otra madera la pueden sacar y cambiar a su gusto.
Otros varones tienen también el labio superior perforado a ambos lados para poner unos
tarugos adentro. Su cara resulta, por lo tanto, bastante extraña a causa de las maderitas que
sobresalen verticalmente.
Cuando se les pregunta por qué cometen estas atrocidades no pueden alegar otras
razones que el argumento de que de este modo se adornan la cara. Puede ser que quieran
reemplazar así la barba que la naturaleza no ha concedido a los indios. Como a ninguno de
ellos les crece la barba, no atribuyen tampoco importancia a las cejas sino se las quitan y
fraccionan la piel con ceniza para que los pelos no crezcan de nuevo. Otros hombres se
perforan el lóbulo de la oreja y colocan maderas en el orificio, sustituyéndolas de tiempo en
tiempo por otras siempre más gruesas, de modo que el orificio es constantemente ampliado y
el lóbulo se va poniendo cada vez más flaco y largo y llega en algunos casos hasta los
hombros, adoptando el aspecto de un gusano larguísimo. Uno de los indios ancianos de
nuestra reducción extendió sus lóbulos tanto que podía colocarlos alrededor de la cabeza.
En general son gente fuerte y resistente, especialmente el pueblo que descubrimos en
el año 1765, en una región oriental cerca de la frontera brasileña y que se llama guaycurús.
Son hombres altos, muy parecidos uno al otro, de carácter cruel. Precisamente porque son tan
altos menosprecian a las otras tribus y les hacen mucho daño, matando a su gente, salvo que
los logre vencer o rechazar un pueblo más numeroso. Los guaycurús tienen caballos que
compran o roban a los brasileños. Viven fuera del monte de los chiquitos, en una pampa
14 A pesar de que los chiquitanos llevaban, por lo general, una vida seminómade, las tribus tenían territorios limitados para sus correrías; las distancias entre ellas eran considerables, según Knogler, entre treinta y cien millas.
18
ancha donde pueden mantener muy bien sus caballos y criarlos en grandes cantidades.
Montan a caballo sin sillas y sin arreos; lo único que necesitan es una pequeña soga que meten
al animal en la parte inferior de la boca para conducirlo hacia la derecha o izquierda. Suben
sin esforzarse, de un salto, porque son altos y tienen piernas largas que juntan bajo la panza
del caballo, de modo que el animal más salvaje no los puede derribar.
Las mujeres suelen también andar a caballo desde su juventud, así como los hombres.
Como no son tan altas suben de otro modo: se agarran de la cola, ponen un pie sobre el tobillo
del caballo, como si éste fuera un estribo, y trepan así [142] a su lomo. Por lo general, dos,
tres y hasta cuatro mujeres se sientan sobre un animal.
Estos indios tienen como armas lanzas de cinco o seis varas, hechas de madera dura de
color marrón o negro, afiladas a ambos lados, pero sin punta de hierro. Con estas lanzas
persiguen la caza y la matan; por lo general la rodean por todos lados y le clavan sus lanzas
hasta que muere. Esta manera de cazar hace pensar en nuestra montería a caballo. Los
guaycurús son maestros en el arte de tirar sus lanzas y saben atravesar a dos hombres a la vez
desde bastante lejos.
Sin embargo temen a nuestros chiquitos porque estos son excelentes arqueros.
Nuestros indios saben lanzar una flecha con la mano, sin usar el arco, haciendo blanco en
cualquier objeto ubicado a cincuenta o sesenta pasos de distancia, hasta en el filo de un
cuchillo usado como blanco a la distancia mencionada. Yo mismo lo he visto y su puntería me
ha dejado asombrado en extremo. También suelen envenenar sus flechas, de modo que ya una
pequeña herida sangrante es absolutamente incurable; el curare que usan es un secreto que
solamente algunos viejos conocen. Pues todas estas tribus de indios buscan algo que las hace
temibles a las otras15.
La diferencia de lenguas es tan notable en nuestro país que cualquier tribu aunque a
veces cuenta sólo con ochenta o cien hombres y vive en un rincón remoto del monte, habla su
propio idioma, no menos diferente de los idiomas de otras tribus distantes cincuenta o sesenta
millas, que el alemán del castellano.
No menos contrastantes son los sentimientos de los unos hacia los otros, lo más
frecuente es que se odian mutuamente, ninguna nación se fía de las otras. Cuando grupos
mayores de diferentes tribus quieren reunirse, cosa que sucede de vez en cuando, se prepara el
15 En el resumen del relato se menciona también la maza como arma. Se dice que se fabrica de madera negra particularmente dura, ya que sirve para destrozar la cabeza del enemigo. Así fue matado un misionero en 1764, agrega Knogler (el español Antonio de Guaspe). En el texto siguiente falta un aparte que ha sido intercalado en la p. 7, nota 10, de este libro.
19
encuentro primero por enviados que vienen sin acompañamiento y tratan del asunto más por
gestos o símbolos que por palabras. Si por ejemplo, una parte tiene mayor oportunidad de
pescar y la otra mejor caza, vienen los enviados al lugar convenido con la mercadería que
quieren canjear. Cuando pueden divisarse avanza primero uno y coloca [143] sus pescados en
el suelo, después de lo cual se retira y el otro viene con su charque, deja una cantidad
correspondiente en el lugar y se lleva el pescado, finalmente vuelve el primero para retirar la
carne. Terminado el negocio, la gente de las dos tribus se va, dando gritos, hacia su respectivo
paradero en el monte. Esta manera de comerciar interponiendo una prudente distancia se
explica por su desconfianza mutua; ninguna de las dos partes quiere exponerse a un riesgo
tratando con la otra de cerca. Si se toma en cuenta que un tigre cruel no evita el encuentro con
otro, hay que admitir que el hombre es más salvaje que las fiera mientras no ha aprendido a
dominar sus arranques de odio16.
Volviendo a la lengua de los chiquitos, que es la más divulgada en la zona, en
concordancia con la importancia del pueblo, debo mencionar una particularidad bastante rara:
hay un lenguaje de hombres y otro de mujeres, de modo que un muchacho habla desde joven
con la madre el lenguaje de hombres y la madre le contesta en el lenguaje de mujeres; de la
misma manera conversa la hija con el padre en el lenguaje de las mujeres que también la
mujer usa para hablar con el marido, y esto les parece perfectamente natural. Misioneros que
han trabajado en otros continentes me afirmaron que esta particularidad no se encuentra en
ninguna otra nación. El hombre dice por ejemplo en chiquito: �aqui Yy - que significa: mi
padre, empero la mujer usa - la palabra Yxup para expresar lo mismo. "Ellos van a cazar", se
traduce al lenguaje de hombres con "Ciromat aquibama", al lenguaje de mujeres con "Omenot
apaquibara"; para "van a pescar" dice el hombre: "Bapachero me opiocamaca"; la mujer: "upa
pachero opinioca"; "hacen ejercicios militares" lo expresa el hombre con las palabras:
"Bapiuzoma", la mujer dice: "Upapiuzo".
Las guerras estallan a veces por envidia porque un pueblo tiene mejores
oportunidades de pescar o cazar que otro, a veces sencillamente por miedo pues una parte
teme ser molestada algún día por la otra. Para prevenir la agresión del otro lo atacan primero y
agotan sus fuerzas, porque cada uno de los rivales quiere ser el más poderoso y no tolera que
alguien se le oponga.
16 Ya que el intercambio entre individuos y pueblos se limitaba al comercio de trueque, no se conocía el dinero, ni en las comunidades de tribus salvajes ni en las misiones. El autor dice que durante veinte años no vio ninguna moneda. Como entre los guaraníes, las diferentes mercaderías que se trocaban tenían relaciones de valor estables.
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[144] En sus matrimonios no son constantes, mientras que son paganos; sus uniones
conyugales no tienen siquiera la validez de convenios civiles. A pesar de que viven en pareja
sucede a menudo que una parte abandona a la otra por razones fútiles, asociándose con otra
persona.
Para la crianza de los niños no emplean ni cunas ni pañales o mantillas, sin embargo
crían chicos derechos y rectos, no tienen las piernas torcidas ni son jorobados o rengos. Los
colocan simplemente sobre un cuero o en una hamaca donde pueden moverse libremente y a
su gusto.
Estas hamacas sirven también de cama para los indios adultos. Las llevan sin
dificultades en los viajes, que hacen constantemente, y en ellas se encuentran protegidos de
toda clase de sabandijas y reptiles y aprovechan más el calor del fuego que siempre encienden
de noche. En tres árboles se pueden colgar fácilmente nueve hamacas de manera que ninguna
estorbe o simplemente toque a alguna otra. En sus casas hunden un palo profundamente en la
tierra, en el centro mismo del ambiente, y todos atan sus hamacas a este palo; como sujetan el
otro cabo en la pared, el conjunto forma la figura de una rueda con las diferentes hamacas
como rayos.
Cuando los hombres hacen una partida de caza caminan cincuenta o sesenta leguas
alemanas y se ausentan durante dos meses. Entonces traen provisiones para sus familias las
cuales alcanzan para mucho tiempo y son especialmente útiles si el año ha sido malo y la
cosecha de frutos del campo pobre. Todo lo que cazan o pescan durante un día lo asan por la
noche en la parrilla que construyen con palos, los cuales se queman muchas veces a pesar de
encontrarse una vara encima del fuego. Las presas deben asarse aproximadamente diez veces
hasta que la carne se convierta en tasajo, el cual no se pudre por el calor diurno o la humedad
nocturna. Al final se puede a penas percibir qué es carne y qué pescado pues todo tiene el
mismo gusto leñoso. Yo mismo, al menos, no sabía nunca qué comía cuando me ofrecían un
bocado después de su vuelta de una cacería aunque lo elogiaran como una comida exquisita.
Ellos mismos suelen triturar la carne seca junto con los huesos o espinas hasta lograr una
especie de polvo que comen en forma de un caldo espeso, condimentado con pedazos de una
raíz llamada yuca.
Si cazan en grupos averiguan primero por un explorador dónde hay, por ejemplo,
jabalíes y cuando llegan a saber que [145] una tropa de estos animales está comiendo los
frutos de ciertos árboles rodean el lugar, armados de bastones, espadas de madera, arcos y
flechas. Así se lanzan sobre la tropa y acometen a golpes feroces a los animales haciendo un
alboroto terrible. Me acuerdo que mataron en una sola oportunidad ochenta jabalíes, sin hacer
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uso de sus arcos, valiéndose solamente de palos fuertes. Saben por experiencia que no
arriesgan nada, procediendo de este modo, porque estos jabalíes no son ni maliciosos ni
temibles, en virtud de su tamaño más bien pequeño, y, en vez de defenderse, tratan de huir,
asustados por la gritería.
En otros casos, cuando quieren organizar una cacería de animales de todas clases,
buscan un terreno en el monte o el campo, donde se encuentre, en el matorral o bajo el pasto
alto, un lugar pantanoso o aguanoso que sirve de bebedero a las fieras. Después de limpiar el
terreno adyacente de arbustos y pasto, en un circuito de doce a quince pasos, rodean el lugar
con un cerco. Cuando luego incendian el monte que encerraron, todos los animales, grandes y
pequeños, huyen y ellos los acometen a tiros desde el cerco tendido alrededor del bebedero,
sin correr peligro de que el fuego los alcance, ya que arrancaron todo lo que puede quemarse.
He visto también que usan otro equipo de caza: toman tres piedras redondas del
tamaño de un puño chico y colocan cada una de ellas en una envoltura de cuero, que sujetan a
una correa, juntándola con las otras. Luego toman una de las tres bolas en la mano, agitan las
otras tres o cuatro veces alrededor de la cabeza y arrojan todas contra el animal que se enreda
las patas en las correas, cae al suelo por muy rápido que corra y queda preso. Nuestros indios
aprendieron esta manera de cazar de los peruanos, paracuarios y pampas, de los cuales los
últimos luchan con estas bolas contra hombres y animales, lo que resulta más fácil para ellos
en vista de la naturaleza de su tierra que es una llanura sin loma alguna y sin árboles, mientras
que el país de los chiquitos está cubierto de monte en su mayor parte, de modo que las bolas
no se pueden emplear aquí a menudo.
Cuando un indio sale a cazar no con un grupo, sino solo o en compañía de un amigo,
lleva dos o tres perros, que son pequeños, flacos y ligeros a causa de la mala comida que les
dan y la cual consiste únicamente en el pellejo de los animales cazados y otros desperdicios.
Estos perros no son capaces de [145] agarrar o retener un animal, pero lo persiguen ladrando
constantemente e indican al cazador adónde debe dirigirse.
Para la pesca, nuestros indios tienen muchísima paciencia. Se mantienen firmes en el
agua a veces una semana entera por unos pocos peces. Antes de que nosotros les diéramos
anzuelos, pescaban a su manera: esperaban pacientemente hasta que el sol había casi secado
las charcas y los estanques, momento en el cual los peces se reúnen a montones en el agua
restante y es muy fácil sacarlos. Los echan vivos a la orilla o los matan a bastonazos. Si el
curso de agua es profundo y ancho y los peces se defienden y muerden, los indios usan un
veneno para aturdirlos o matarlos; sin embargo, el agua queda potable.
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En resumen, esta gente conoce bastante recursos y los sabe emplear para mantenerse
por la pesca y la caza, y como ésta es la única preocupación que tienen, se los puede
considerar más animales salvajes que hombres17. Cuesta, por lo tanto ' mucho trabajo, celo y
paciencia convertir a semejantes criaturas primero en auténticos hombres y luego en
cristianos, y se logia sólo por la infinita gracia de Dios. Es sumamente difícil acostumbrar a
esta gente de lenguas diferentes, de mal genio, que no tiene casa, vestimenta o domicilio
estable, que no conoce subordinación, disciplina o la costumbre de trabajar, sino que vive
libremente y a su gusto, al. orden de nuestras misiones, a una vida en común y a una
organización comunal; pues en una reducción viven dos, tres y hasta cuatro mil indios juntos
y esta convivencia es algo completamente nuevo para ellos y parece contraria a su naturaleza,
así que se puede establecer únicamente con la ayuda de Dios. No nos valemos de la fuerza, no
necesitamos soldados o alguaciles, todo lo hace el misionero: él es el arquitecto, el maestro de
todos los oficios y artes mecánicas, instruye al herrero, al carpintero, al tejedor, al sastre, al
zapatero y a su propio cocinero que es [147] muchas veces un inválido que no sirve para el
trabajo en el campo o el monte. Pero El que nos manda a predicar el evangelio a esta gente
nos ayuda también a superar las dificultades gracias a su divina protección.
Quien opina que un sacerdote no puede vivir solo, lejos de su familia y sus amigos no
se atreverá por supuesto a partir para estas regiones salvajes, tan apartadas de su tierra natal, y
no se acomodará a esta vida. Y si viniera acá volvería pronto. Hace, por lo tanto, bien en
quedarse en su casa, donde está bien mantenido y alimentado y tiene todas las comodidades.
CAPITULO II. DEL COMPORTAMIETO DE LOS IDIOS E UESTRAS
REDUCCIOES
Para humanizar a estas criaturas y para acostumbrarlas a una vida civilizada en común
y a una conducta disciplinada, hay que construir casas donde vivan constantemente, en una
zona que les ofrezca lo necesario para el sustento de la vida, y hay que enseñarles los trabajos
necesarios para mantenerse; de este modo se les quita la costumbre de andar vagando.
El terreno que se elige para fundar un pueblo debe estar a cubierto de inundaciones. Se
tala el monte en un ámbito suficientemente amplio y se queman la madera y la maleza; así la
17 Como bajo el nombre de "chiquitos" se comprenden mucha., tribus de niveles culturales muy diferentes no se puede generalizar lo que se dice en una de las fuentes históricas de la época colonial sobre el modo de vivir de una tribu. Había cazadores y pescadores que atravesaban como nómades el monte o la estepa y había agricultores que se establecían por un cierto tiempo en un lugar. Knogler dice en el resumen de su relato que su manera de cultivar la tierra consistía en la tala del monte y la quema de los troncos y del matorral; la ceniza servía de abono. Con un palo puntiagudo se hacían luego agujeros en la tierra y se echaban de ocho a diez granos de maíz adentro, los cuales maduraban en tres o cuatro meses.
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tierra queda limpia para levantar las casas. El pueblo se traza como una cuadrángulo con una
plaza grande en el medio, de trescientos o cuatrocientos metros de largo y otros tantos de
ancho; en torno a la plaza se levantan las casas de los indios, en ocho, diez o más hileras, una
detrás de la otra, separada de la anterior por una calle ancha; su número depende de la
cantidad de habitantes que el pueblo tenga. Tres costados de la plaza son ocupados por estas
casas, el cuarto queda reservado para la iglesia, el cementerio y el Colegio donde viven los
misioneros y se encuentran los talleres y la escuela.
Las casas son sencillas, de siete u ocho varas de alto y construidas de madera que se
cubre luego con una mezcla de pasto y barro; el techo se reviste de un pasto fuerte18. La
iglesia [148] se hace con todo esmero, como voy a relatar más detalladamente en la tercera
parte de mi trabajo. Las diferentes naciones que se reúnen en un pueblo, viven separadas, cada
una bajo la dirección de su cacique, cuya casa se encuentra, por lo general, en una esquina de
donde puede dominar con la vista la calle reservada para su tribu.
No es fácil alimentarlos, pues no están acostumbrados a trabajar regularmente en el
campo, sino que han pasado su vida, en general, vagando, dedicándose a la caza y a la pesca y
haraganeando en el ínterin. Para que se hagan sedentarios y aprendan con el tiempo la
doctrina cristiana, el trabajo en el campo o un oficio, conviene ante todo hacerlos sembrar
maíz. Es la única variedad de cereales europeos que se desarrolla bien en nuestro país, pues
resiste al fuerte calor. El campo no se puede arar, se prepara para la siembra con fuego que
quema los yuyos y no se usa otro apero que una pala de madera. Se siembra en octubre y se
cosecha el maíz maduro en febrero. Los indios comen los granos tostados. Quien los
encuentra demasiado duros puede cocerlos o hacer de ellos una harina gruesa, triturándolos
con un mortero de madera; esta harina es la comida de los chicos. Otra manera de emplear el
maíz triturado es amasarlo y hacer de él una especie de pan trenzado. Todos los indios
reducidos conocen estos manjares.
Aparte del maíz, se cultiva también la yuca o mandioca que es una raíz muy nutritiva.
Sí se saca la raíz de la tierra, se rompe el arbusto, que nace de ella y que tiene dos o tres varas
de alto, en muchos pedazos pequeños. Todos estos pedazos se plantan otra vez y de cada uno
nace, en diez o doce meses, sin nuevo arbusto tan alto como el anterior y con las mismas
raíces, en número de ocho a diez, una tan gruesa y larga como la otra, macizas como un brazo
fuerte; tienen gusto a castañas. Se pueden cocer o freír sobre las brasas; no conocen otra
manera de preparar la comida, tampoco usan condimentos, aparte de pimiento, grasa o sal,
18 Las casas se agrupaban en manzanas; una casa tenía diez habitaciones, cada tina para una familia.
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que hasta hace poco ni se conocía. El maíz y la mandioca son los principales alimentos de los
indios en las misiones; no hay pan de centeno lo trigo y tampoco vino, cerveza o aguardiente.
En algunos lugares, donde se mantiene un poco de humedad en la temporada seca, se
puede sembrar arroz, mas los indios no lo aprecian, sobre todo las mujeres quienes no quieren
mondarlo.
Se plantan también plátanos, cuyos frutos, parecidos a chorizos, forman racimos de
treinta, cuarenta o más bananas. Al [149] pelar la banana, las cáscaras colgantes forman, junto
con el fruto, una figura en cruz. Produce frutos sólo una vez y el bananero se corta en seguida
después de la cosecha; esta costumbre parece un símbolo de la ingratitud. Sin embargo brota
pocos días después un nuevo arbolito de la vieja raíz y en un año se hace un árbol grande que
produce frutos. En estas y en otras plantas parecidas la bondad divina parece adaptarse a la
naturaleza de los indios quienes tienen una aversión al trabajo fatigoso y prefieren recolectar
los frutos que necesitan sin ningún esfuerzo y en poco tiempo. A veces se planta también la
caña de azúcar, pero los chicos y los adultos se contentan con chupar su jugo para matar la
sed, en defecto de agua; no la usan para producir azúcar.
A propósito de esta costumbre no voy a dejar de referirme a su extraña bebida llamada
chicha. Las mujeres suelen moler con los dientes una cantidad de granos de maíz mientras
cumplen sus quehaceres domésticos, luego colocan una cantidad de esta especie de harina en
una olla grande semienterrada en el suelo, le agregan agua hervida y la dejan unos días en la
olla tapada, hasta que empieza a fermentar, lo que sucede pronto, a causa de, según dicen, la
humedad de su molino bucal que reemplaza en cierto modo el lúpulo. En poco tiempo la
bebida se hace agria. La consideran su mejor vino y, al mismo tiempo, una comida fuerte que
mata el hambre junto con la sed porque contiene harina y agua. Es también su chocolate, su té
y su café. Todo es tratado, arreglarlo y pagado con esta bebida, pues no hay otro dinero. Si
una persona le hace un favor a otra y la ayuda en un trabajo en casa o en el campo, después de
prestar el servicio se la recompensa con chicha, en vista de que no es posible remunerarla en
efectivo por falta de moneda que no he visto nunca en este país.
Esta bebida miserable nos ha tenido siempre preocupados y nos ha causado serios
disgustos, puesto que enloquece a la gente, si se la deja fermentar ocho o más días. De este
modo estallan querellas violentas, ya que la chicha les gusta a nuestros indios justamente si se
ha hecho tan agria como vinagre. Los que la toman tienen entonces el cuerpo hinchado desde
la cabeza hasta los pies. Ahora se les permite solamente hacerla fermentar tres días, en este
caso no pierden el juicio, sino que se sienten únicamente alegres.
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El alimento más cómodo que he visto en las Indias es la coca; así se llaman ciertas
hojas de un arbusto que no crece [150] en el territorio de los chiquitos, sino en el Perú, donde
las hojas en cuestión se consumen en grandes cantidades, como he visto en mis viajes por este
virreinato. Con una libra de coca se alimenta un hombre cinco o seis días, sin que sea
necesario cocerla y sin que se sienta el deseo de comer o tomar otra cosa. Los indios mastican
la coca permanentemente y tragan solamente el jugo, el resto se escupe. Pero sólo los
peruanos tienen esta costumbre, los chiquitos no se darían por satisfechos con unas hojas,
puesto que viven de la caza y de la pesca. Sin embargo no se puede decir que sean glotones
como otros pueblos indios; no se quejarían si no pescaran o cazaran nada en dos o tres días.
No son tampoco tan necios como los indígenas de California, de los cuales un misionero me
contó que suelen atar cierto pescadito que les gusta mucho a una cuerda, lo tragan y lo alzan
de nuevo, solamente para sentir otra vez el fino sabor del pescadito y gozar la comida más
intensamente, aunque sea engañándose a sí mismos.
Por múltiples experimentos con semillas de toda clase se ha averiguado que la tierra en
el país de los chiquitos no sólo produce los frutos y plantas mencionadas y que sirven para
alimentar a los indios, sino también varias clases de porotos, limones, zapallos y otras
verduras, pero ninguna manzana, pera, durazno, ciruela, cereza y demás frutas europeas. Para
que no sean exterminados los animales en el monte y los peces en los arroyos de los
alrededores de las reducciones hemos introducido la ganadería. Al principio importamos
trescientas cabezas de ganado vacuno del Perú y las repartimos entre los pueblos, para que se
reprodujeran en provecho de los indios. Nos costó no poco trabajo encontrar pastos para
nuestro ganado, pues en este país no hay otra cosa que monte y poquísimos campos de
pastoreo y no se conoce la cría del ganado vacuno. Después de largas búsquedas encontramos
acá y allá algunos campos que podían servir de pastura o nosotros mismos los limpiamos con
grandes dificultades, talando el monte y represando el agua, para que formara un estanque
donde el agua se mantuviera también en la estación seca. En algunas reducciones el ganado
aumentó considerablemente en pocos años, de acuerdo con la naturaleza del terreno y la
calidad de los campos de pastoreo.
Las vacas no se pueden ordeñar, pues el rebaño pastorea demasiado lejos del pueblo, a
veces a veinte o treinta millas de distancia, y el pasto es de mala calidad; así tampoco tenemos
leche o manteca. El ganado anda suelto día y noche en busca [151] de pasto; sólo si la
necesidad lo exige, hacemos un rodeo y reunimos en un lugar las vacas dispersas; entonces se
eligen algunos animales que se llevan al pueblo para ser sacrificados en vísperas de una fiesta.
La carne se distribuye entre los habitantes de modo que cada familia tenga un buen pedazo de
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regalo para el día de fiesta, en lugar de la caza y de los pescados que antes constituían su
único alimento.
No prosperan aquí otros animales domésticos, en parte a causa de la gran humedad
que se registra durante la época de las lluvias, en parte por el fuerte calor, que, por desgracia,
las ovejas peruanas o las llamas no toleran, ya que nos vendrían bien por contentarse con poca
comida. Estos animales son muy grandes, tienen el tamaño de un ciervo fuerte y su lana es
gruesa y de diferentes colores, todos muy hermosos. Por su cuello largo y erguido son
también parecidos al camello. Sirven de bestias de carga, a pesar de que no llevan más de
medio quintal. Pero su número suple su falta de fuerza. Un chico puede conducir fácilmente
cuatrocientos o quinientos de estos animales. Cuando uno de ellos se acuesta no se lo puede
obligar a levantarse mediante golpes y empellones y es inútil darle tirones o tratar de
arrastrarlo; así, el pastor debe sentarse tranquilamente a su lado y esperar cierto tiempo,
entonces se levanta por sí mismo y sigue su camino. Esto nos puede servir de ejemplo para la
vida cotidiana pues demuestra que muchas veces, en una querella doméstica, conviene más
ceder que reaccionar de manera violenta; y si los negocios no quieren marchar vale más
mostrarse humilde, apacible y caritativo que pelear, disputar, tronar, acometer a golpes al
adversario, blasfemar y rabiar, con lo que se ahuyenta la bendición divina.
De otros animales no hay mucho que decir. Se crían también pollos y patos, pero en
escala limitada pues no sirven para el sustento de la vida. Su carne es de mala calidad, muy
dura y se prepara tan mal que el gusto es todavía peor, porque todo el jugo se derrama sobre
las brasas y no se reemplaza con una salsa o algo semejante.
CAPITULO III. DE LAS ARTES MECÁICAS DE LOS IDIOS
Los oficios que algunos de nuestros indios deben de aprender son: la herrería, la
carpintería, la tornería, la tejeduría, la [152] sastrería y la curtiembre; cada uno aprende tanto
cuanto puede y el maestro, es decir el misionero, sabe. Sus trabajos no son muy artísticos y
originales, por supuesto, probablemente tampoco conformes al reglamento europeo del
gremio correspondiente, pero son aprovechables, por falta de productos mejores, y por lo
general más duraderos que finos. El hierro y el acero necesario nos llega de Potosí que dista
doscientas millas de nuestros pueblos. El herrero indio educado en nuestra escuela de artes y
oficios fabrica con este hierro sus hachas parecidas a almohazas por tener no más de tres
pulgadas de ancho, estrechándose por la parte de atrás, es decir, donde se insertan en el
mango, pues aquí no se introduce el mango en el hacha, sino que se procede al revés, lo que
resulta más fácil y más familiar al indio acostumbrado al hacha de piedra. Se fabrican también
formones, cepillos de carpintero, sierras y anzuelos, además eslabones que se usan ahora en
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vez de los palitos que se empleaban anteriormente. Para encender la lumbre usaban estas
maderas de la siguiente manera: ponían la que era más delgada y más larga en la otra y
frotaban una contra la otra hasta que empezaban primero a humear a causa del movimiento
continuo y violento y luego se encendían.
Cortar madera en tablas - tarea muy importante - fue durante mucho tiempo un asunto
fastidioso y se arruinaron y se rompieron en este trabajo muchas sierras. Nuestros indios
colocaban la madera encima de un foso profundo en el cual había dos hombres que tiraban la
sierra hacia abajo; otros dos se encontraban arriba, sobre el bloque de madera, tirando hacia
arriba. De esta manera su rendimiento diario no pasaba de una vara y las tablas no salían
nunca rectas. Para evitar estas fallas y apresurar el procedimiento ajusté la sierra a un marco y
la hice subir y bajar en dos columnas derechas; del marco colgaba un bloque pesado y si se
movía este bloque de la misma manera que se mueve el péndulo de un reloj, la sierra se
levantaba y bajaba muy bien. De este modo pude conseguir que se cortaran por día dos o tres
tablas bastante largas y rectas sin perjudicar las herramientas.
Nuestros indios aprenden también a hacer relojes de madera que son muy apreciados
por falta de creaciones más perfectas de metal.
Los sastres no tienen mucho que hacer pues nuestros indios visten solamente una
especie de camisa hecha de un pedazo de tela gruesa de algodón, cerrado a ambos costados y
parecido a [152] una bolsa, sin mangas y sin cuello, solamente con tres aberturas arriba para
la cabeza y los dos brazos. En los hombres este vestido llega hasta las rodillas; en las mujeres
hasta los pies. Quien quiere tener pantalones se los fabrica de cuero, puesto que ya todos
saben curtir; se los ponen abajo de la camisa, de modo que aparece sólo un pedazo alrededor
de la rodilla. Los que son muy laboriosos se hacen también un jubón de cuero con o sin el
pelo del animal en cuestión. Así se ve caminar por el pueblo medio tigre, medio oso
hormiguero, medio ciervo, medio mono o jabalí.
Andan descubiertos, sólo a veces usan como adorno una corona de plumas de
papagayo y se ponen también de vez en cuando las alas de un avestruz en las caderas. Si se
trenzan el cabello usan también un penacho abajo. Las mujeres no emplean esta clase de
adornos; se contentan con sus cadenas de conchas de caracoles, mejillones, frutos colorados y
cosas semejantes.
No necesitan zapatero, porque andan toda su vida descalzos y sin medias. Unicamente
cuando viajan por un monte, donde hay muchos zarzales se hacen suelas de pieles fuertes sin
curtir y se las atan con correas en los dedos de los pies y en los talones.
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Los torneros hacen rosarios de madera y de hueso y palos de cancelas que delimitan el
lugar de los comulgantes en la iglesia o sirven para las rejas de las ventanas, que reemplazan a
los vidrios; también fabrican candeleros para los altares y diversos otros objetos.
Ahora hay muchos telares en cada población, pues en casi todas las casas tejen las
camisas para los familiares. Las mujeres hacen el hilo de algodón sin rueca y sin tomo de
hilar; hilan mientras caminan, sentadas o de pie. Alrededor del brazo izquierdo ponen el
algodón y sacan de allá la fibra y la enrollan en el huso al que nunca dejan que toque el suelo.
En vez de mojar los dedos de vez en cuando, los meten a ratos ,en una escudilla llena de
ceniza limpia que llevan siempre consigo a tal fin. Los chicos no las molestan en esta
ocupación, pues los cargan a la espalda en un pañolón, de modo que tienen ambas manos
libres para hilar o para otros trabajos.
Así viven ahora los indios, en condiciones muy diferentes de las que reinaban antes.
Disponen de todo lo necesario para el sustento de la vida, no andan más desnudos sino que
tienen vestimentas diferentes, viven en casas, bajo un gobierno que los obliga a trabajar, no
corren más de acá para allá a través del [153] Monte; el país se pacifica paulatinamente, lo
que parece un milagro divino en vista de la mezcla de tantas naciones de diferente mentalidad
y distintos idiomas. Motivos terrenales no los pueden estimular a una convivencia pacífica,
pues ningún pueblo puede esperar algo de otro, ni prestigio mayor ni más riqueza, sino que
todos son iguales, naciones e individuos, el cacique más noble no aventaja al indio más
humilde en vestido, vivienda y enseres domésticos. Ninguno tiene cosas que lo diferencien de
los demás, todos poseen arcos y flechas, ahora también hachas, cuchillos, eslabones, anzuelos,
agujas y palas de madera para el trabajo, pero nadie tiene un centavo en todo el país. Estos
pocos objetos son toda su riqueza y todo lo que un joven necesita para casarse. Las jóvenes no
necesitan otro ajuar que los collares arriba mencionados. Una tijera de mediana calidad es
ahora tal vez la pieza más preciosa y más rara de sus enseres domésticos. La necesitan para
sus trabajos de sastrería y para cortarles el cabello a los chicos; con tal fin antes usaban dos
conchas rotas que juntaban y que servían tan bien como dos pedazos de vidrio para cortar el
pelo puesto en el medio.
CAPITULO IV. OTRAS FACULTADES DE LOS IDIOS
Los indios saben hacer ahora una sangría con la lanceta. Antes, si tenía un miembro
dolorido, agarraban la piel con dos dedos, la alzaban y la perforaban con una espina grande de
modo que la sangre corría abajo a ambos lados.
Como ventosas ahora usan zapallos pequeños, que caen al suelo automáticamente
cuando se han llenado de sangre. Antes extraían la sangre u otra materia por succión, sin que
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les diera asco. Los curanderos que hacían eso profesionalmente se consideraban como magos
y se llamaban basuebos. Antes de visitar a un enfermo, se ponían en la boca piedritas, huesitos
o pedacitos de carbón y, después de chupar la parte enferma, le mostraban estas cosas al
enfermo, sugiriéndole que las había tenido en el cuerpo y haciendo ostentación de que ahora
ya se había curado. Cuando el misionero visitaba al enfermo ningún curandero se atrevía a
aparecer, por miedo de que su engaño fuera descubierto y su prestigio desautorizado. Entre
los indígenas gozaban de gran autoridad pues estos bárbaros tontos [155] creían que una
persona que fuera capaz de sacar tales objetos del cuerpo del enfermo también podía hacerlos
entrar por medio de su arte, enfermando de este modo a un hombre sano. Por eso respetaban
profundamente a tales embusteros y los incitaban así a realizar muchos otros disparates aún
más groseros que estos. Nos ha costado varios años suprimir del todo estas malas costumbres
y cuando la gente no se dejaba convencer por exhortaciones, teníamos que castigar a los
desobedientes. En su afán de hacerse curar, se valían de cualquier subterfugio especialmente
porque desconocían las verdaderas razones de sus enfermedades.
La bondad de Dios y su santa providencia también hicieron crecer en este país muchas
clases de plantas que podían servir de remedios. Antes de aprender cómo se entablilla y venda
una pierna rota los indios usaban varios medicamentos para curar la fractura o una herida.
Aparte de un bálsamo llamado copayba que sale en gotas de un árbol después de barrenarlo,
empleaban para el tratamiento de heridas de toda clase la corteza de otro árbol que les servía
también para curtir las pieles. Este árbol es muy apreciado por ellos por el siguiente motivo:
si se lo estropea con el hacha, el estrago desaparece con el tiempo, según dicen, sin
que quede en la corteza una cicatriz como sucede en el caso de otros árboles. Por eso creen
que esta misma corteza que sana tan perfectamente, si es lesionada, debe ayudar también al
hombre a curarse.
Para sacar dientes, usan un escoplo que aplican al diente tan bien como pueden,
golpeando sobre él con un martillo, hasta que el diente ceda; se esfuerzan por hacerlo con el
mayor cuidado posible, mientras tanto el paciente debe armarse de paciencia. Como dentista
actúa el herrero o el carpintero porque sólo ellos disponen de las herramientas necesarias19.
19 La cura de los dolores de muelas por medio de escoplo y martillo causó menos accidentes de lo que se podría imaginar. Knogler dice que una sola vez en todo el tiempo que pasó en las misiones sucedió que se rompiera el hueso maxilar.
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Los piñones sirven de purgante, en tamaño y gusto parecidos a las avellanas20.
También se usa a este efecto la resina de un árbol llamado nianus21. Quien toma por la
mañana una [156] concha, es decir, una cucharada de este líquido y bebe después un poco de
agua tibia, sentirá pronto el efecto, y si vuelve a tomar agua, lo notará otra vez. Para terminar
con la purga debe dejar de beber. Así cada uno es dueño de resolver cuanto tiempo debe durar
la cura, cosa que resulta muy cómoda.
Los chicos destinados a trabajar en la iglesia como acólitos o a formar parte del coro
aprenden a escribir, leer y hacer música en las escuelas que hemos establecido en todas las
reducciones. Leen en tres idiomas, es decir: en su lengua, en latín y en español, siempre en
caracteres romanos. No entienden, sin embargo, lo que leen aparte de lo escrito en idioma
chiquito. Cuando el misionero come, los chicos leen en alta voz algún texto, de este modo se
ejercitan en la lectura y el Padre, quien muchas veces no dispone de tiempo para inspeccionar
la escuela, a causa de las muchas tareas que debe cumplir, tiene una oportunidad de controlar
sus progresos. La escuela se confía a un maestro indio a quien se elige y prepara con todo
esmero para esta importantísima profesión. Algunos indios tienen una memoria excelente y
aprenden con la mayor facilidad, pero su razón y su juicio son hasta ahora, también en los
adultos, todavía débiles, se pueden desarrollar sólo paulatinamente en un ambiente ordenado y
con un modo de vivir metódico.
Su caligrafía es digna de elogio y no cambia con el tiempo, respecto a la manera de
escribir las letras y al nivel general, pues cuando un alumno escribe mal y empieza a olvidar
lo que aprendió se lo castiga no solamente a él, sino también al maestro. Los que están
encargados de copiar libros corren peligro de desmejorar y de perder su buena letra porque
por lo general se apuran y tratan de terminar pronto con su tarea. Pero para este oficio no se
destina nadie que no sea firme como calígrafo; la habilidad en este arte es requisito
indispensable, pues nadie puede tirar esgrima si no tiene una espada buena. Los que cumplen
con esta condición, tienen la importante función de reemplazar a los tipógrafos, copiando
libros que necesitamos con urgencia, como catecismos, misales, calendarios y piezas de
música.
20 Los piñones son los frutos de Jatropha curcas; se destila de ellos un aceite que cura infecciones del estómago y enfermedades de la piel. 21 Nianus se refiere al árbol Copaiba paupera y significa, al mismo tiempo, "aceite", en general; la
resina del árbol en cuestión, una especie de aceite, se usa todavía hoy como remedio en casos de mala digestión.
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CAPITULO V. CÓMO SE MATIEE ESTAS MISIOES
No hay ninguna clase de comercio en nuestras reducciones, [157] pues la tierra
produce solamente lo necesario para sustentar a los habitantes y si algo sobrara, no hay
posibilidades de exhortarlo. El país carece de ríos navegables y no disponemos de bestias de
carga para transportes; además, durante la estación de las lluvias, se inundan los caminos y
casi el país entero, motivo por el cual, aparte de los misioneros, nadie llega hasta aquí.
Sin embargo debemos mantener la obra iniciada para que dure, proveyendo a nuestros
pueblos de hierro, acero y otras cosas necesarias y conservando en buen estado las iglesias y
sacristías. Con tal fin se ha implantado la fabricación de cera. ya que en todos estos montes
hay muchas abejas silvestres, parecidas a los mosquitos en el tamaño y el color. Se establecen
en árboles huecos y sus colmenas no son tan ordenadas y bonitas como las de las abejas
europeas, sino bastante sucias. Sacamos primero la miel que es muy amarga y en ciertos casos
hasta venenosa. Lo que queda es cera, flores y abejas muertas, todo mezclado. Los indios
llevan esta materia al Colegio donde el misionero instruye a algunos de ellos en el
procedimiento de hacerla hervir, limpiar y blanquear. Terminado este proceso, se envía la cera
a la próxima ciudad peruana, de donde los españoles la mandan a Potosí. En esta ciudad se
vende y el dinero que se obtiene se entrega a los misioneros, previa deducción de los gastos.
Con esta plata se compra todo lo necesario: hierro, estaño, cuchillos, tijeras, agujas, géneros y
telas, que se usan para adornar los altares y para los hábitos sacerdotes, así también el vino
para la Santa Misa y la harina para las hostias. Muchas veces, la entrada resultante de la venta
de cera no alcanza para adquirir todo esto, entonces hay que reunir más en el próximo año,
para que la reducción pueda ser mantenida en debida forma.
CAPITULO VI. DE LOS JUEGOS Y DIVERSIOES DE LOS IDIOS
Los indios conocen y practican mayormente tres diversiones: en primer lugar el tiro
con arco, en el que se enfrentan dos grupos y que, en el fondo es un ejercicio militar, pero al
cual consideran una diversión a pesar de que, a veces, en tales oportunidades, se dan rudos
golpes. Dos equipos de ochenta, [158] cien o más hombres se enfrentan en el lugar de
combate. Cada jugador elige un adversario del bando contrario y dispara con insistencia sobre
él. Las flechas que se usan para este juego no son puntiagudas sino provistas de un sólido
botón de madera dura. Cuando hacían blanco en el contrincante, le causan un fuerte dolor por
la manera vehemente en que tiran. Sin embargo, las personas que han sido alcanzadas en la
cabeza, la espinilla u otros lugares sensibles, no deben proferir ningún grito de dolor ni
expresar de otro modo la sensación dolorosa De lo contrario todo el mundo se burla de ellas.
Empero, el dolor reprimido los enardece de tal modo que se acercan uno al otro y arman el
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arco con mayor impulso. Entonces el misionero debe intervenir y evitar que ocurra una
desgracia. Por este motivo, siempre tiene que asistir a estos juegos. Más que juegos son
prácticas que sirven para mantener el cuerpo ágil de manera que puedan rehuir las flechas por
medio de virajes y vueltas rápidas, cosa útil en el caso de que alguna vez haya una lucha seria
con otra nación; por esta razón no hay que suprimir esta costumbre. Cuando el juego termina,
cada uno se dirige hacia su adversario y le pide perdón en el mismo lugar de combate y los
dos rivales se abrazan.
La segunda diversión es el juego de pelota el cual merecería que se lo considerara en
la misma Europa. La pelota se confecciona del siguiente modo: se corta un pedazo de la
corteza de un árbol llamado batooros del cual sale de inmediato una especie de resina blanca
y viscosa, semejante a la leche en cuanto al color. Nuestros indios extienden esta resina sobre
los brazos desnudos y en pocos minutos el líquido se solidifica. Entonces sacan la masa de la
piel y la comprimen hasta que se forme una bolita. Extendiendo nuevas capas de resina sobre
los brazos y repitiendo el procedimiento de comprimir la masa unas cuantas veces, obtienen
finalmente una pelota del tamaño que necesitan. Esta es comparable a las pelotas que nuestros
estudiantes usan para sus juegos. Cuando la comprimieron con las manos de manera que está
bien redonda, la ponen en agua hervida y su color cambia de blanco a negro. Luego solamente
deben ponerla a secar y la pelota está lista22.
En este juego también hay dos bandos, y el partido empieza con exclamaciones de
alegría de los jugadores; después se [159] adelanta uno de ellos, echa la pelota al aire, la toma
no con la mano sino con la cabeza y la pasa al otro equipo. El jugador hacia el cual vuela la
pelota la devuelve otra vez con la cabeza al bando contrario, sin tocar o agarrarla con la mano,
pues en este caso su equipo perdería el juego. Sucede así que la pelota va cincuenta, sesenta o
más veces de una cabeza a otra hasta que un jugador torpe se equivoca. A veces corren dos o
tres personas al encuentro de la pelota, entonces hay un choque de cabezas y por lo general se
pierde el juego; se discute luego quién es responsable del fracaso y en estos casos uno echa la
culpa al otro.
Arrojan la pelota al aire con la cabeza tan alto como los jugadores de tenis en Europa
lo hacen con la raqueta. Si cae de manera imprevista al suelo, nadie la levanta con la mano,
sino que el jugador que se encuentra más cerca de ella se echa al suelo y trata de levantarla,
mientras se mueve todavía, con la cabeza, para tirarla hacia arriba, lo que no es imposible en
vista de la agilidad y elasticidad extraordinaria de esta pelota.
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No juegan por interés, sino en honor del jefe del bando. Los ganadores no cobran
nada, sino que tienen gastos porque i, suelen convidar a todo el mundo a tomar chicha.
La tercera diversión es el baile que se organiza del siguiente modo: en la plaza mayor,
ubicada en el centro del pueblo, se reúnen varios grupos de seis o siete jóvenes u hombres,
mientras las mujeres constituyen el público23. Cada uno de estos grupos forma un círculo, uno
de los hombres se ubica en el centro con un instrumento de música, que puede ser una flauta
de Pan, compuesta por cinco o seis cañas chicas de aproximadamente un palmo de largo,
adunadas como tubos de órgano, una siempre algo más larga que la otra, el músico la toca
moviéndola de un lado al otro de la boca. También se usan para esta música de baile dos
calabazas huecas con unas piedritas adentro, que el músico agita con las manos. Los otros que
forman el círculo cantan a coro o tararean la melodía a la cual no ponen letra. Por lo general,
la melodía desciende de la nota que entonan hacia la tercera inferior y estos intervalos se
repiten constantemente durante el baile. Todo, movimiento y música, tiene un carácter grave,
el tiempo es lento y el compás de dos por cuatro. A este ritmo caminan a través de la plaza y
por las calles del pueblo, golpeando el suelo con los pies. Inclinan la parte superior del cuerpo
hacia el piso y la mueven [160] de un lado a otro, al compás de la música. Parece fatigoso
bailar así, a gritos y con movimientos constantes del cuerpo, al ritmo de esta música
monótona, sobre todo cuando hace mucho calor; sin embargo es una diversión para nuestros
indios y nosotros la toleramos en vista de que no hay nada de perjudicial o reprobable en este
pasatiempo. Pues si hubiera algún elemento de esta índole en aquella costumbre, no podría ser
un verdadero y permanente placer, según los principios de un juicio recto.
[161]
TERCERA PARTE. DEL CRISTIA"ISMO DE ESTOS CHIQUITOS
CAPITULO I. CÓMO SE FUDA UA MISIÓ
La parte más importante de mi relato es, sin duda, la que se refiere al cristianismo de
nuestros indios. Pues la meta y el fin de nuestros viajes a países tan remotos y tan poco
hospitalarios es la promulgación de la doctrina cristiana a estos salvajes, para que encuentren
el camino que lleva a la eterna salvación. Todo lo otro sirve solamente para facilitar esta tarea.
Voy a describir, pues, cómo procesemos para establecer una misión en nuestro país.
Ante todo, hay que saber que cada misionero tiene un amplio distrito en el cual puede ir a
buscar a indios salvajes. Y si estos distritos se pueden llamar parroquias, hay varias que
22 La pelota se fabrica de la savia de Hevet Brasiliensis, parecida al producto de las plantas de caucho. 23 Muchachos solteros no son admitidos a los grupos de bailarines.
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abarcan más de cien millas cuadradas. Mi parroquia se extendía hacia el nordeste, es decir,
hacia Brasil y la zona del Amazonas. He podido viajar durante mucho tiempo a lo largo de
este territorio, sin llegar nunca a su límite; a través de montes interminables donde fue difícil
encontrar a los habitantes que migran de un lugar a otro y suelen esconderse si alguien se
acerca.
Los primeros que se convierten a la fe católica son instruidos con ahinco acerca del
valor inestimable que el hombre tiene a causa de su alma inmortal. Deben saber que el
hombre es la criatura más perfecta, muy por encima de todas las otras, para que tengan mucho
aprecio por ellos mismos y por los otros y se sientan estimulados a contribuir a la salvación de
aquellos que viven todavía en las selvas.
Es imprescindible inculcarles esta convicción, pues el misionero no tendrá otra
persona que le ayude en esta tarea de convertir a los salvajes que uno u otro de ellos mismos.
Naturalmente hay que someterlos a prueba para ver si son constantes y perseverantes en la fe
que abrazaron. Con ellos [162] sale el misionero de viaje, después de que todos confesaron y
comulgaron, en vista de que tales expediciones son muy peligrosas y tardan a veces tres o
cuatro meses. El camino lleva, a través del monte, al lugar donde se supone que la tribu en
cuestión se encuentre, según las noticias traídas por los espías. Se va a pie por una picada
angosta que hay que abrir con el machete- hasta el escondite de los infieles. El monte es, por
lo general, tan tupido que parece imposible penetrar por la maleza entre los árboles enormes.
Cada día se dejan algunas provisiones en los huecos de los árboles, por ejemplo mandioca o
maíz, bien protegidas contra los monos y otros animales, como reservas indispensables para el
viaje de regreso. Para hacer economía de la comida que se lleva, la gente aprovecha cada
oportunidad de cazar o pescar.
Cada día, temprano, rezan todos los expedicionarios la oración matinal y el catecismo
entero a alta voz. A la noche, se reúnen otra vez en un lugar que se limpia antes de maleza de
modo que todos puedan arrodillarse delante de una cruz, que se levanta en el mismo
momento, para rezar el rosario con las letanías por el éxito de la expedición misionera.
Debo decir que es un verdadero consuelo para un buen cristiano ver en medio de esta
jungla india a una distancia de cuatro o cinco horas de camino en un trayecto de
aproximadamente cincuenta o cien millas el saludable signo de nuestra redención. Nos inspira
valor y ánimo de seguir valientemente, desafiando todas las penas y peligros para llegar a la
meta. ¡Que el cielo bondadoso quiera hacer triunfar totalmente el signo de nuestra salvación
en estos países y hasta el fin del mundo. Aunque otros, aniquilen la cruz, llegará el día en que
se verá quién sale triunfante - en este signo venceremos.
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Después de unas jornadas, hacemos subir de tanto en tanto a uno de nuestros indios
cristianos a un árbol suficientemente alto para ver si advierte en algún lugar una columna de
humo que indique la presencia de infieles24. Pero por lo general pasa un mes o un mes y
medio sin que se vea algo. Cuando finalmente se descubre un rastro, todos cobran ánimo y se
marcha en dirección al lugar señalado. Ya a una distancia de dos jornadas del presumible
paradero de los bárbaros formamos un círculo para cercar a los infieles y evitar que escapen,
pero [163] de ningún modo para llevarlos a la fuerza sino solamente con el fin de poder
hablarles y explicarles por qué hemos ido a verlos. Cuando se trata de esta última tarea, le
toca al misionero tomar la iniciativa, demostrando a la comitiva cómo hay que proceder en
esta obra sublime y sagrada.
Los infieles se mantienen quietos siempre que comprendan que no pueden huir y que
su número no es suficiente para resistir. El misionero debe probar toda clase de idiomas indios
hasta que se da cuenta de que los bárbaros entienden uno de ellos. Entonces les manifiesta de
inmediato que ha venido para invitarlos que lo sigan a su pueblo donde gozarán de una vida
feliz y tranquila, no tendrán que temer más a sus enemigos y dispondrán de los medios de
subsistencia sin tener que esforzarse excesivamente para obtenerlos, corriendo de un lado a
otro con riesgo de su vida. Todo lo que el misionero les podría decir de Dios y del alma les
parecería extraño, pero las promesas materiales los impresionan. A veces se entregan y van
con nosotros, pero muchas veces no quieren hacerlo por amor a la libertad y por apego al
modo de vivir habitual. En este caso volvemos a hacer un año más tarde la misma expedición
para ganar finalmente sus corazones.
El siguiente método dio buen resultado les proponemos que, por lo menos, permitan
que algunos integrantes de su tribu nos acompañen para que visiten nuestro pueblo y
conozcan la vida en una comunidad bien organizada. Nosotros tratamos a estos huéspedes con
cariño tanto durante el viaje como en la reducción, los alimentamos bien y les regalamos
camisas como las que llevan los indios, un hacha, un cuchillo y anzuelos; finalmente vuelven
contentos a su tribu y después los otros se trasladan con ellos a nuestra reducción por su
propia iniciativa y nos siguen en nuestra próxima expedición. Algunos, sin embargo, se
esconden y no se encuentran más en el viejo paradero.
En los años 1764 y 1765 acabaron algunos de nuestros viajes misioneros muy mal
pues los bárbaros mataron a muchos de nuestros indios y el mismo misionero cayó. Y en una
excursión del año 1766 cuarenta y cinco de los nuestros perdieron la vida, traicionados por los
24 En el monte, los indios no usaban eslabón o piedra de lumbre para encender el fuego, sino dos
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infieles, que son miel hábiles en disimular sus intenciones. En los años que yo pasé en las
Indias, perdí dos de mis amigos entre los misioneros, quienes fueron asesinados por los
bárbaros mientras que otros dos sufrieron lesiones graves; tres de ellos fueron heridos por
flechas y al cuarto le destrozaron la cabeza con una pesada [163] maza de madera. Un número
bastante mayor de indios fue muerto o herido en estas oportunidades.
También los recién convertidos consideran que perder la vida como mártires es la
mayor felicidad, de modo que algunos no se aprestan a salvarse de la muerte. Hace poco, un
indio cristiano dijo a otro que tuviera cuidado y se defendiera, anticipándose a los bárbaros
que ya arremetían contra él; el otro contestó, sin embargo: "Para qué voy a matar a estos
necios que no están todavía bautizados y, por lo tanto, están condenados a la perdición eterna
si mueren así?" Es una señal evidente de que ya aprendieron a estimar el alma en su verdadero
valor, pues el hombre en referencia prefirió exponerse al peligro de morir en vez de ser causa
de la perdición eterna de los infieles.
El peor obstáculo en estos viajes misioneros, mejor dicho, en estas cazas espirituales,
es la presencia de un apóstata entre los salvajes, pues aquel impide que los otros vayan a un
lugar de donde él mismo escapó. Les quita las ganas de vivir en alguno de nuestros pueblos
según el orden de vida cristiana y elogia la libertad desenfrenada que disfrutan en el monte.
Como la única razón que lo llevó a abandonar la comunidad cristiana fue el deseo de volver a
vivir como las bestias salvajes contamina con sus maquinaciones diabólicas las buenas
intenciones de los otros, que quieren dejar sus selvas y asociarse a los cristianos.
Hay que prestar atención también a otros peligros en estas expediciones misioneras.
No siempre el humo que sube indica la presencia de los infieles, especialmente en la comarca
oriental, pues del levante a veces vienen otros que buscan también a los infieles, pero
solamente para apresarlos. Hace poco, en el año 1766, encontré en el monte en vez de los
infieles que buscaba, un grupo de diecinueve negreros armados de mosquetes y sables,
quienes, a pesar de estar tan bien equipados, se habían retirado al monte más tupido porque
los indios cristianos los superaban en número ya que eran treinta y dos.
En este mismo año, encontré en otro rincón veintiún negros del Brasil, que se habían
escondido en este monte para escapar de sus perseguidores. Todos tenían mosquetes y
cuchillos grandes, también arcos y flechas, lanzas y mazas. Los prendimos y los llevamos con
nosotros, pero luego tuvimos que mandarlos al Perú pues la autoridad seglar nos había dado
maderas de las cuales tina servía perforadora.
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orden, ya mucho antes, de no permitirles a los negros vivir en las misiones o en el límite de
sus territorios.
[164] Si en nuestros viajes encontramos lo que buscamos, es decir, indios paganos, nos
sentimos pagados con creces por todos los trabajos y penas y volvemos contentos con ellos a
nuestra reducción . En el camino deben ser provistos de los alimentos necesarios y tratados
amistosa y cariñosamente, pero, al mismo tiempo, custodiados cuidadosamente para que no
vuelvan a su paradero anterior o provoquen un tumulto entre la escolta. Cuando nos
acercamos al pueblo nuestros indios les traen la vestimenta necesaria para cubrir su desnudez.
Entonces toda la población, cristianos e infieles recién llegados, hace su entrada triunfal a la
iglesia donde se canta el Te Deum en agradecimiento por el éxito de la expedición
misionera25.
Después repartimos a los nuevos entre las familias cristianas que comparten con ellos
generosamente todo lo que ellas mismas tienen; es la mejor manera de enseñarles a practicar
obras de caridad. Los bárbaros empero llegan a conocer el amor al prójimo de los cristianos y
aprenden de paso cómo se trabaja en el campo y se gana lo necesario por medio de la
agricultura más cómodamente y con más seguridad que en el monte donde andaban
anteriormente vagando y afrontando mil peligros. Se adaptan así paulatinamente a la vida en
el pueblo y, acogen la doctrina cristiana con mayor docilidad que lo hubieran hecho en sus
selvas infinitas en las cuales su tribu andaba de un lado al otro. Para convertirlos allá al
cristianismo habría que hacer de un misionero diez, para enseñar y cuidar a gente dispersa en
una tan vasta región.
[165]
CAPITULO II. DE SI O TEÍA IGUA RELIGIÓ ATES DE
VOLVERSE CRISTIAOS
Entre todas las palabras de su idioma no hay ninguna que se refiera a Dios; por lo
tanto tuvimos que introducir en su vocabulario una palabra de procedencia paraguaya, es
decir: "Otupá". Tampoco hay otro indicio claro y seguro de que hayan adorado alguna deidad.
25 Las expediciones del año 1767 fueron particularmente afortunadas. Knogler dice en el resumen de su relato: "Sólo medio año antes de que partiera, en el año 1767, hicimos una buena presa en una de nuestras cazas espirituales. Por lo general los indios viven divididos en pequeñas tribus en el monte, migrando de un lugar a otro, y hay que hacer muchas excursiones para reunir un número mayor. Pero aquel año tuvimos la suerte (le encontrar un pueblo numeroso, aproximadamente de quince mil almas, que vivían en la misma zona. Los misioneros resolvieron de común acuerdo no apartarlos de su territorio, en vista de que ahí mismo se podían establecer varias reducciones y poblarlas con esta misma gente. Por lo tanto, se quedó un Padre con ellos cuyo pueblo fue el más cercano a su territorio
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El sol, la luna y las estrellas son para ellos luces que existen de por sí y han existido siempre.
No adoran ningún animal, ningún pez o pájaro y ningún demonio o ídolo, de modo que se
puede decir: la barriga es su Dios. Pues todas sus preocupaciones y esfuerzos, todas sus
migraciones de un lado al otro, sus cacerías y pescas, tienden a satisfacer sus necesidades
proveyéndola de alimentos. Felizmente su barriga no es exigente sino que se contenta muchas
veces con ratas y lauchas o cierta especie de serpientes y monos si no se encuentra algo mejor.
Estas criaturas fueron tomadas antaño por dioses por los egipcios obcecados y otros pueblos.
Comparado con ellos, el pueblo de los chiquitos actúa más razonablemente cuando usa estos
animales como víctimas que sacrifica a su Dios.
Me he extrañado muchas veces de que no hayan adoptado la religión de los collas del
vecino Perú, quienes deben de haber venido de vez en cuando a verlos (los chiquitos mismos
no salen nunca de sus montes para visitar otros países). Los collas adoraban al sol, que era su
Dios. Después de su muerte, dejaban un testimonio de su fe en sus tumbas, de las cuales he
visto aproximadamente mil, en un recorrido de quinientas millas durante mi viaje a través del
virreinato. Estas tumbas están construidas de tal manera que se levantan a flor de tierra, pero
se encuentran especialmente en lugares más altos, donde siempre hay reunidos unos cuantos
monumentos, separados unos de otros y similares a paredes hechas de tierra, más o menos de
cuatro varas de alto por cuatro de ancho y sólo una y media de espesor. Cada monumento
tiene una apertura en forma de triángulo, de una dimensión tal que permita colocar un cadáver
en el recinto interior del sepulcro. En todos los casos las aperturas dan al levante, en señal de
su reverencia por su Dios, el Sol.
Otros indios que viven más cerca de nosotros, en el límite del territorio de los
chiquitos, los guaycurús - algunos de los [166] cuales ya están integrados como neófitos en
nuestras misiones - saben al menos algo del alma del hombre la cual sobrevive cuando el
cuerpo muere; por eso, cuando un cacique muere, entierran su caballo junto con él, para que
pueda montar después de su muerte, como lo hizo durante su vida. De esta costumbre se
puede sacar la conclusión de que esta gente de pocas luces considera el alma del caballo tan
duradera como la del hombre, ya que de otro modo el muerto no podría seguir montando su
cabalgadura.
Cuando truena y relampaguea - cosa que sucede a menudo en la estación de las lluvias
- la tribu principal de los chiquitos suele decir: "Paiyuzoti naqui Par", o sea "El gigante lanza
su macana". Pero cuesta mucho averiguar quién es el gigante - cuando se pregunta a alguien
para prepararlos a la nueva vida. Mas entretanto dispuso Dios que los misioneros tuvieran que
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contesta: es una manera de decir que truena, sin que se hable de una persona determinada. Sin
embargo, este giro dio lugar a la opinión de que adoran a i un Dios sin nombre, como los
atenienses quienes tenían, según el testimonio de San Pablo, estatuas dedicadas al Dios
desconocido, Ignoto Deo. Se conjeturó que los chiquitos, cuando usan la locución en cuestión,
se refieren, sin saberlo, a este mismo Dios. En efecto, para sus empresas, tales como cacerías,
pesca, búsqueda de miel y, en el último tiempo, también la agricultura, necesitan ora sol, ora
lluvia; de modo que con razón les pudimos decir que este mismo gigante de las nubes no sólo
lanza sus rayos sino que también cubre el sol con nubes y lo hace salir a su albedrío y según la
necesidad de los hombres. Por lo tanto, habría que dirigirse a él para solicitar todo lo que se
necesita para vivir. Así se puede explicarles paulatinamente y en la medida de sus facultades
intelectuales la esencia del único Dios verdadero de cuyo apoyo tenemos tanta necesidad. El
giro arriba mencionado resulta de esta manera útil y razonable pues Dios se dirige al hombre
de distinto modo y se da a conocer también por el trueno, según las palabras de la Santa
Escritura: "El Señor tronó en los cielos, el Altísimo dio su voz." (Salmo 18,13)
A pesar de que estos indios no tienen un conocimiento verdadero de Dios, no se puede
negar lo que los teólogos dicen: que también la gente salvaje y brutal conoce pudor y
tiene vergüenza de cometer públicamente o sin testigos una mala acción, porque la conciencia
les reprocha la iniquidad del hecho. Su voz debería ser capaz de disuadirles desde jóvenes de
cualquier maldad, de acuerdo con los principios generales de la honestidad grabados por la
naturaleza en todos los [168] corazones humanos. Quien infringe estos principios no merece
ulteriores gracias e iluminaciones divinas, las cuales, al igual que los pecados, tienen su
límite. No es de extrañar pues, que gente que no coopera con el primer acto de gracia divina
permanezca ciega y sin conocimiento, en vista de que se mostró indigna de la clemencia del
Señor y no merece ser bautizada y conocer el amor del Padre Eterno.
Las experiencias que yo mismo hice son pruebas evidentes de que es así. Hay entre los
indios ciertas naciones que faltan más a menudo y de manera más malignas que otras a las
inspiraciones de la conciencia propia e infringen los principios que la naturaleza nos inculcó,
cometiendo por ejemplo asesinatos y otros crímenes graves que también a la luz de la razón
resultan delitos atroces. Y estas naciones oponen también mayor resistencia a las tentativas de
convertirlas por medio de la enseñanza religiosa y se abren más tarde a la luz de la fe que
otros pueblos menos deslumbrados por sus vicios.
abandonar el país y dejar a esta gente desamparada."
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Casos semejantes he tenido diariamente ante mis ojos en mi último pueblo, adonde
trajeron, entre otros indios salvajes, cincuenta y tres guaycurús. En el monte habían sido los
peores enemigos de otras naciones. Solían acechar a indios vecinos y asaltarlos cuando menos
lo esperabas.; mataban a los hombres y se llevaban a las mujeres como esclavas. De esta gente
que fue tratada durante dos años con benevolencia y cariño por los indios cristianos muy
pocos recibieron el bautismo mientras gente de otras naciones se convirtió en un tiempo
mucho más breve. De este modo los ciegos que no pueden reconocer a Dios tienen ellos
mismos la culpa de su ceguera porque se mostraron reacios cuando la razón y la naturaleza los
iluminaron por primera vez o apagaron su luz por sus vicios; por lo tanto no verán nunca la
claridad suprema de la fe.
Seguramente quiere Dios que todos los hombres ganen el cielo y otorga a todos
suficiente gracia, estímulo e iluminación: illuminat omnem hominem in hunc mundum
venientem. Tampoco a las naciones que no conocen ni la Santa Escritura ni los ritos de nuestra
iglesia las dejó sin gracia y sin leyes. Pues grabó en los corazones de todos los hombres la
misma ley que Moisés dio en sus tablas a los israelitas y esto vale también para el bárbaro
pagano al cual Tertuliano llama por esto "naturaliter christianum". Cada uno recibió su parte,
el fiel y el infiel, Dios vela por Isaac en la casa paterna y por Ismael en el desierto. Si cada
uno hace uso de los dones que [169] recibió, sin duda progresará paulatinamente en el camino
que llena al cielo, según las palabras de San Bernardo: "A los que viven de acuerdo con la
razón alumbra la luz divina y a los que hacen uso debido a esta luz les ayuda con la fuerza
divina y a los que triunfan mediante esta fuerza se concede la gloria eterna (ratione viventibus
lux, recte utentibus virtus, vincentibus gloria, Cant. serm. IV). La propia razón, la propia
conciencia y la ley de la naturaleza hacen para el hombre lo mismo que Moisés hizo frente al
Faraón. A éste le comunicó cada día la orden de Dios: Pon en libertad a mi pueblo para que
me ofrende! También el hombre oye en la misma forma terminante la voz de su razón que le
recuerda la ley de la naturaleza: ¡Deja de cometer este asesinato y aquella infamia! Cuando no
obedece no es de extrañar que la consecuencia para el infiel sean las tinieblas densas como las
de la plaga que Dios impuso a los egipcios y en el último caso la ruina absoluta del
desobediente.
Sin embargo hay gente que merece un castigo más severo i que estos infieles que no
creen en nada, mejor dicho, que no: tienen la verdadera fe y no viven de acuerdo con ella.
Pienso en personas más inteligentes que los salvajes, de mayor entendimiento y quienes,
gracias a la oportunidad de valerse de la enseñanza religiosa y de los libros tienen mayor
impulso para acceder a las invitaciones del cielo; sin embargo no se deciden a obedecer. El
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divino Padre de familia, en la parábola de la Santa Escritura, no manda coches y caballos a los
que dos veces rechazaron su invitación, para traer a los huéspedes a la fuerza; esta costumbre
no se ha implantado todavía en el cielo, la puerta se cierra para siempre a los obstinados. Pero
ellos no parecen temer este castigo, pues no mejoran ni su fe ni su comportamiento, a pesar de
que les llegó la luz de la verdad; hasta se esfuerzan en no creer en nada, -1. fin de no verse en
la necesidad de temer a Dios y poder vivir libremente como espíritus varoniles. De esta gente
dice incluso un pagano, el filósofo Aristóteles: "Si encuentras a uno de estos intrépidos que ni
a Dios mismo temen, no lo tomes por un hombre fuerte sino por un loco" (Liber moralis
philosophiae, c. 5). Por lo tanto no hay que condenar en bloque a los indios ciegos, como la
continuación de nuestro relato lo confirmará.
[170]
CAPITULO III. CÓMO SE PUEDE FOMETAR LA ADORACIÓ Y EL
TEMOR A DIOS E ESTOS IDIOS
A causa de su modo desordenado y bárbaro de vivir y del estado salvaje que acabamos
de describir, esta gente no es capaz, por lo menos al comienzo de una enseñanza religiosa, de
comprender un razonamiento. Debemos, por lo tanto, buscar otro método de implantarles el
conocimiento, la adoración y el temor de Dios, es decir, debemos hacer uso de cosas
exteriores que salten a la vista, que halaguen su oído y que se puedan tocar con las manos,
hasta que su mente se desarrolle en este sentido. Por esto tratamos de que tengan, en su
remoto país de naturaleza salvaje, lo mismo que hay en el mundo más civilizado: ante todo
esta casa prodigiosa en la cual nos reunimos y donde podemos conseguir todo lo que
necesitamos si lo pedimos al dueño de la casa, es decir, a Dios. Hemos logrado este objetivo y
las iglesias que construimos en los pueblos de nuestros indios son tan hermosas que quedarían
bien en cualquier país europeo. El culto divino en estas iglesias decentemente adornadas se
celebra dignamente en cuanto a su aspecto externo e interno, como se verá en este capítulo.
Los indios hasta hoy llaman las iglesias Ipoosti tupa, casa de Dios, y esta
denominación es, sin duda, acertada y bella. Desde el principio hemos hecho estas iglesias de
amplias dimensiones de modo que cómodamente tienen cabida para más de cinco mil
personas; no hay que agrandarlas entonces si la población aumenta por la llegada de nuevos
indios infieles26. Tal vez el lector se asombre y dude de que nuestras iglesias puedan ser tan
magníficas y bien decoradas si el país es tan pobre y no posee ni plata ni oro ni dinero.
26 Si el número de habitantes de una reducción excedía los seis mil, se fundaba un nuevo pueblo con el excedente, de modo que las nuevas reducciones al principio estaban pobladas de un pequeño número de indios.
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Admito todo esto y además que faltan piedras de sillería y cal. Pero no necesitamos estos
materiales ni precisamos otros albañiles que el misionero como maestro y los indios como
obreros.
Una iglesia en nuestras reducciones tiene, por lo general, sesenta varas de largo,
veintiséis de ancho y aproximadamente [171] diecisiete de alto. Hay en cada una tres altares:
el altar mayor que es consagrado al titular de la iglesia y dos laterales de los cuales uno es
dedicado a nuestros Señor Jesucristo y el otro a la Inmaculada Concepción; las imágenes del
Salvador en la cruz y de la Virgen María están talladas en madera y bien terminadas. El
edificio está dividido en tres naves y descansa sobre dieciséis o dieciocho columnas de noble
madera india, bien trabajadas y de once o doce varas de alto. Las paredes se construyen con
una especie de ladrillos que se llaman adobes, formados con tierra arcillosa y secados al calor
del sol, cada uno de más de media vara de largo y de cinco pulgadas de grueso. La
construcción de la iglesia se puede empezar cuando ya se fabricaron de noventa a cien mil
ladrillos. Las paredes se hacen muy sólidas, por lo general tienen un ancho de una vara y
media. Los campanarios tienen hasta veintiséis o treinta varas de altura y se construyen del
mismo material. Tratamos, con muchas dificultades, de conseguir campanas de otros países o
al menos hacemos venir el cobre necesario y llevamos a cabo la fundición en nuestros
pueblos.
Las paredes exteriores e interiores están blanquedas con ceniza que se mezcla con la
savia de una raíz, de modo que es comparable a la cal y al yeso y no se desprende jamás. Si se
presenta la oportunidad, se quema cal de conchas de caracoles o mejillones; esta cal es de
buena calidad y nos ayudaría a mejorar nuestras obras si se pudiera producir en mayor
cantidad. La misma cal se fabrica en muchas zonas costaneras de América y los españoles la
usan y la aprecian mucho. La costa del mar está cubierta de conchas y cosas semejantes, que
las olas arrojan a tierra, de modo que es fácil de reunir la materia prima. Nuestras reducciones,
empero, quedan muy lejos del mar, en el interior del país, por lo tanto debemos contentarnos
con pequeñas porciones de este material las cuales se encuentran en el monte, cerca de las
lagunas, y no alcanzan muchas veces, para preparar la cal que se necesita para blanquear las
paredes de una sola iglesia. En ciertos lugares también hay barro de buena calidad para
fabricar ladrillos de tipo europeo. Los usamos para el pavimento o para techar las iglesias. En
una palabra, hacemos cuanto esté a nuestro alcance para que la casa de Dios sea vistosa y
respetable, no en razón de su suntuosidad extraordinaria, sino gracias a estatuas bien
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trabajadas y bonitas, la pintura de las paredes y otros elementos [172] que podemos reunir en
nuestro ambiente y que surten efecto en la gente27.
Para llevar todo esto a cabo un misionero ayuda al otro con sus consejos y con su
apoyo, a veces personalmente, 0 si la distancia lo impide, por carta. Hemos sido veintitrés
sacerdotes en las misiones de los chiquitos, en un circuito de doscientas millas alemanas,
gente de todas las naciones: españoles, italianos, alemanes, holandeses, etc. A veces de una
distancia de cincuenta leguas venía un Padre de dotes especiales para colaborar en la
construcción de una iglesia, en una obra de artesano, en pintura, escultura o música; en todo lo
que contribuyera al perfeccionamiento de la casa de Dios.
Uno sabía construir órganos, el otro hacía violines, violas y fagotes o fabricaba
cuerdas de las tripas de diferentes animales. El tercero sabía trabajar hierro y acero, hacer una
cerradura y otras cosas de este metal, todo lo que se necesitaba para la iglesia y la sacristía. Lo
mismo valía ara todas las artes mecánicas, y los que entendían algo lo enseñaban al mismo
tiempo a los indios, para que fueran capaces de mantener en buen estado la iglesia construida
por los Padres, en vista de que su hermosura y perfección es, entre esta gente, el mayor
incentivo para adorar a Nuestro Señor.
CAPITULO IV. DE LOS OFICIOS DIVIOS
La mejor y más segura manera de poner y mantener en orden una comunidad o un país
es la ley de Cristo a la cual San Agustín llama “miraculum politicae”, milagro de buena
política, más allá de todas las instituciones y máximas de otra índole. Y es realmente así,
desde cualquier punto de vista, pues dondequiera esta ley tan santa como sabia es cumplida a
conciencia, todos se portan bien con Dios, con el prójimo y [173] consigo mismos, y si fuera
costumbre en todos lados tendríamos el reino de los cielos en la tierra. Basta observar una
familia verdaderamente cristiana de las cuales hay algunas en todos los rincones del mundo,
para que esta verdad salte a la vista.
Los elementos principales de esta ley de Cristo son, sin duda, los oficios divinos.
Donde ellos son descuidados y van decayendo, ninguna otra cosa sirve de nada, como
desgraciadamente se ve en países cristianos de nombre, no sólo en la decadencia espiritual
sino también en el desorden que reina en la vida mundana por falta de la bendición de Dios.
27 Los techos de las iglesias, a do; vertientes, eran construidas de madera sólida, por ejemplo de tajibo, Tecoma ipe, oncés y cuchi, Astronium Urumdeuva; por lo general, se cubrían de tejas. Las paredes se pintaban con colores de tierra o savia de árboles y plantas de varios colores. Los aleros descansaban sobre columnas de madera. Como no se conseguía vidrio habla postigos en las ventanas corno protección contra la lluvia.
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Todos los días bien temprano tocamos las campanas para reunir al pueblo. Y todos
aparecen, decentemente vestidos, sin plumas en la cabeza ni pinturas de colores en el cuerpo.
Cuando se acercan a la iglesia, se destrenzan el cabello, que recogen para trabajar, pues llevar
el cabello suelto es una señal ¡de profundo respeto.
Cada persona, sea hombre o mujer, chico o grande, lleva el rosario de manera bien
visible, colgando del cuello, para demostrar su amor por la madre de Dios, a la que llaman
�upaquima, nuestra buena madre. En las fiestas importantes, los hombres traen arcos y
flechas, escogiendo sus mejores armas para la casa de Dios, para dar a entender que son
perseverantes en la fe y están dispuestos a luchar, arriesgando la vida, para mayor gloria de
Dios. Nadie les reprochará esta costumbre, en vista de que también en naciones civilizadas
celebren semejantes ceremonias en las iglesias.
Ninguna persona que actúe como acólito puede hacerlo llevando sus propios vestidos,
ya que estos son demasiado pobres, sino que debe ponerse vestimentas decentes que se
guardan junto con las capas de coro o pluviales en la. sacristía. Durante los días de semana,
siempre ayudan a oficiar misa dos monaguillos, quienes atienden sus obligaciones delante del
altar con las manos elevadas y los ojos bajos, dirigiendo la mirada a un lado o hasta detrás de
sí. Los feligreses que acuden a la iglesia rinden homenaje a la divina majestad con la misma
discreción de modo que los habitantes de los países civilizados podrían tomar a nuestros
indios por modelos. Los domingos o días feriados actúan seis u ocho monaguillos, según la
ceremonia de la fiesta, quienes llevan antorchas e incensarios donde se quema un incienso
proveniente de ciertos árboles de nuestra región, cuyo perfume es muy agradable.
[174] La música es mejor de lo que muchos europeos se imaginan. Tenemos buenos
órganos, a veces dos en una iglesia, contrabajos, tres o cuatro violas, catorce o más violines,
arpas, flautas y algunas trompetas las cuales son los únicos instrumentos que se importan. Hay
buenos conjuntos vocales de cuatro voces. Todos los músicos aprenden la práctica y la teoría
de su arte en la escuela, donde se perfeccionan en solfeo y desarrollan el sentido rítmico
marcando el compás con la mano como un director de coro. Las composiciones que se cantan
y tocan son fáciles pero agradables al oído y adecuadas para esta gente. Su autor fue un
italiano, uno de los más famosos organistas de Roma quien, después de ser ordenado,
siguiendo su vocación abandonó su patria y se fue a América para embellecer los oficios
divinos con su arte, acomodándose a las circunstancias. Aparte de él, hay siempre algunos
entre nuestros misioneros que entienden algo de música y se esfuerzan por construir
instrumentos y enseñar a los indios a tocarlos.
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El orden en el cual se agrupan los feligreses en la iglesia y que es estrictamente
observado es el siguiente: A partir del enrejado del comulgatorio, forman el primer grupo los
muchachos y jóvenes que están arrodillados delante del altar, vigilados por sus capitanes o
celadores quienes son muy celosos en el ejercicio de su cargo y castigan una falta cometida
durante el culto divino en seguida que termina éste. Luego siguen los hombres cuyo grupo
llega hasta el centro de la iglesia. Detrás de ellos están postradas las muchachas con sus
inspectoras, y al final vienen las mujeres cuyas jefas observan desde la puerta a su grupo y a
la reunión entera.
Su reverencia, su silencio y su comportamiento decente en este lugar son ejemplares.
Un grande de España que se tomó la molestia de viajar a nuestro país para visitar las misiones
por orden superior y que asistió al oficio de la misa en una reducción junto con su comitiva,
no pudo contener las lágrimas cuando vio que esta gente, otrora salvaje y ahora tan devota,
rindió honores al Altísimo más respetuosamente que los cristianos de nacimiento en el Viejo
Mundo, según sus palabras.
Todos los domingos empezamos los oficios divinos con una catequesis, seguida de un
sermón y finalmente oficiamos la misa mayor. En cuanto a estos sermones, es un hecho
notable que los caciques de los indios suelan repetirlos en voz alta por la tarde del domingo
cuando oscurece y todos los ruidos [175] cesan, en la esquina de una calle, recomendando los
puntos principales a la atención de todos.
En los días de. semana hay solamente misa rezada y si el coro canta todos los días es
únicamente para no perder la práctica. Hay catequesis todos los días para los jóvenes. La
gente mayor y, los matrimonios deben también recitar algunas veces por año el catecismo
entero y quien olvidó algo es castigado. Se entiende que el sacerdote debe predicar y dictar
sus clases de doctrina cristiana tanto en la lengua masculina como en la femenina, de manera
que si se refiere en su sermón a una mujer y cita sus palabras tiene que usar la lengua
femenina, de otro modo lo que dice resultaría un disparate y la gente lo tomaría por un
ignorante en el conocimiento de su idioma. Esta particularidad lingüística es muy molesta en
vista de que hay tantas lenguas diferentes en nuestro país; tanto más carga para la memoria y
la atención significa el hecho de que la lengua principal, la de los chiquitos, se divide de
hecho en dos.
A propósito de este problema lingüístico quisiera referirme a un asunto que una
persona de mucho prestigio me relató hace poco: que en varias academias alemanas se
imprimen muchísimos libros religiosos que luego se encajonan y se mandan a las Indias para
convertir a los infieles. Habría que preguntar: ¿En qué idioma se imprimen y quiénes son los
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infieles que los recibirán? ¿Quién domina este idioma en Alemania y por qué se imprime tal.
cantidad de ejemplares que llama la atención de todo el mundo? Les puedo asegurar que estos
libros no sirven para nada, salvo que se distribuyan en el puerto mismo donde el barco echa
anclas, entre la tripulación y los pasajeros que vienen del país de donde la nave salió. Los
indios que viven lejos del mar, escondidos en los montes, y hablan muchas lenguas muy
diferentes entre sí no sabrían qué hacer con aquellos libros, de esto no hay ninguna duda. No
hay manera más útil y fructífera de convertir a los infieles que ir a su país, confiando en Dios
y el Evangelio. sin interés personal y sin miedo de molestias y peligros, dispuesto a aprender
su idioma, a conocer su carácter y sus costumbres v. de acuerdo con todo esto, a predicarles el
Verbo Divino con mucho trabajo, amor y paciencia; así hemos llegado con la ayuda de Dios a
convertir a los chiquitos. Los misioneros que trabajan en estos países tan apartados deben
hablar como los indios. Pero esto no es, en el fondo, nada nuevo; el mundo cristiano ha tenido
siempre esta costumbre: los apóstoles han predicado
[176] el Evangelio en la lengua de los paganos; nunca aprendieron los infieles el
idioma de los apóstoles, tampoco habrían tenido la capacidad de hacerlo. Y todos los
misioneros católicos hasta hoy han procedido de la misma manera. Por esto no necesitamos
estos cajones llenos de libros con nuevos métodos de enseñanza; será mejor que se queden en
casa o en el puerto donde el viento los llevó.
Pero sigamos hablando del culto divino. Todos los días del año se reza el rosario
públicamente en la iglesia a la hora del atardecer. También celebramos procesiones; la del
Viernes Santo es notable por la devoción de los participantes, que pasan de una estación del
calvario a otra. Cuando al principio aparece el gran crucifijo, todo el mundo empieza a gemir
y llorar para demostrar su compasión y su amor por el Salvador, origen de su salvación eterna.
Se celebran también otras procesiones que son costumbre en la iglesia católica, es
decir la de la semana de rogaciones, cuando se cantan las letanías habituales, y la de Corpus.
En el trayecto de esta procesión se levantan arcos- de triunfo de ramaje aromático, de modo
que se camina por calles verdes. También están bordeadas de bananeros los cuales se
transplantan cargados de sus racimos de frutas a los caminos de la procesión. Sobre la tierra se
esparcen frutos del campo, como choclos y diferentes clases de habas, que se recogen después
de la procesión y se distribuyen entre los ancianos que no pueden trabajar más.
En la época de la siembra llevan la simiente a la iglesia y la colocan delante del altar
para que reciba la bendición divina. Del mismo modo depositan los primeros frutos del campo
delante del altar como acción de gracias y consuman otra ofrenda en el día de los Fieles
Difuntos que luego se entrega a los ancianos e inválidos, quienes viven durante bastante
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tiempo de estas dádivas. Este mismo día, cada sacerdote celebra tres santas misas gracias a un
privilegio especial de la Santa Sede que vale también para España.
Van a confesar y comulgan más de una vez por año, particularmente en las fiestas de
Nuestro Señor y de la Reina de los Cielos. Todos los comulgantes son llevados en orden hacia
el altar por los celadores que han sido designados para conducir los grupos sin confusión y
trastornos. Cada uno camina con las manos elevadas y los ojos bajos, vestido como siempre
de manera pobre pero decente, de color blanco, descalzo, sin los adornos, como plumas o
pinturas, que usan [177] comúnmente. Resulta edificante ver un cortejo de personas tan
devotas, de vestimenta y aspecto idénticos.
Cuando se enferman, requieren 'los santos sacramentos sin demora y de corazón. Si
hay una epidemia en el pueblo u otros problemas serios que afectan a la comunidad los
comunican en voz alta a Dios en la iglesia, de modo que después de la misa se quedan un
buen rato en' su lugar, de hinojos, hablando todo el tiempo en voz alta con Dios; es una
satisfacción y un consuelo escuchar este diálogo confiado y familiar. El cielo ha retribuido a
menudo su confianza con rápidas y evidentes muestras de benevolencia. Un día, en la iglesia,
un cacique le pidió públicamente al Señor que impidiera nuevos estragos en sus campos, pues
el día anterior unos animales dañinos habían invadido- sus campos causando grave perjuicio,
dada su voracidad y su tamaño. Rezó por lo tanto: "Señor y Padre mío, ¿por qué permites que
estos animales se coman los frutos de mi campo? Sabes bien que ayudo lealmente a los
infieles que hemos alojado, hace poco, en nuestro pueblo y no ignoras que les doy de comer
generosamente. ¿Qué voy a poder dar en lo futuro a esta gente que ya desea convertirse y ser
sierva tuya si estos animales siguen haciéndome tanto daño? ¿Cómo podré entonces
ayudarlos? Querido Padre, espero que me saques de este apuro.
Con esta esperanza se fue de la iglesia a su casa, sintiéndose tranquilo. Al día siguiente
cuando amaneció salió al campo, armado de arco y flechas, para ver qué había sucedido allá
mientras tanto. Y en seguida se dio cuenta de que Dios había atendido su ruego, pues se
encontró en la entrada de su campo con dos de los animales dañinos tendidos en el suelo y sin
vida.
Otro rogaba a menudo a Dios que le acordara la gracia de una muerte feliz y que le
dejara tiempo de prepararse para la hora suprema cuando el fin se acercara. Un día vino a ver
al sacerdote a una hora inusitada, sano y salvo, y le rogó que lo acompañara a la iglesia para
confesarlo. El sacerdote preguntó el motivo de su pedido y el indio contestó: "Porque voy a
morir la próxima noche". Recibió así el santo sacramento después de purificar su conciencia y
murió verdaderamente la noche siguiente tal como lo había pronosticado y contrariamente a lo
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que cabría esperar. Tales acontecimientos y las pruebas de su devoción y su confianza en Dios
que acabo de mencionar dan a entender cuántos progresos han hecho estos pobres indios en el
conocimiento y el servicio del Señor.
[178]
CAPITULO V. DEL BUE EJEMPLO Y DE OTROS MEDIOS DE
VOLVERLOS CRISTIAOS
No bastan el conocimiento de Dios y de los artículos de fe para hacer a los indios
buenos cristianos. No podemos por lo tanto contentamos con la enseñanza de cómo hay que
honrar a Dios en su casa y tampoco con un culto divino solemne, a pesar de que es la parte
principal de la religión, sino que debemos educarlos en una moral cristiana y buscar los
medios más eficaces para ello, tomando en cuenta su carácter y su temperamento.
Los chiquitos aprecian, más que otras naciones, a la gente de edad y de cierta posición.
Aunque no existen clases :sociales entre ellos, hay caciques en cada nación, gente sesuda que
goza de particular prestigio.
Esto ya se reconoce por su lengua, pues los caciques son denominados "los hombres
propiamente dichos": ma onycica atonie. Estas palabras se usan también si alguien quiere
hacer su propio elogio y dar a entender que es algo más que los otros, pues entonces dice: ta
nonieys atonieny, yo soy un hombre en toda la extensión de la palabra o todo un hombre.
Todo esto demuestra que ya tienen un sentimiento de honor; vale la pena por lo tanto,
inculcarles el afán de reformar su vida y llegar a tener aún mejores modales. Sus caciques son,
por lo general, hombres asentados y gente honrada. En las misiones les damos todavía mayor
prestigio otorgándoles un traje de ceremonia que guardamos en la sacristía para que se lo
pongan en las fiestas mayores; tienen además un asiento más alto en la iglesia y, en todas las
reuniones, llevan en la mano un bastón al que aprecian mucho. Como ellos no pueden contar
con un pago u otra remuneración material hubo que pensar en otros medios que pudieran
incitarlos a ejercer un cargo. Las distinciones que reciben de nosotros parecen bagatelas
similares a los premios que los alumnos reciben en una escuela por su buena conducta; pero
han servido siempre muy bien para fomentar las buenas costumbres en los pueblos de
nuestros indios. Pues cuando los mayores y los. que gozan de mucho prestigio se portan bien,
arrastran también a su gente, en parte por su ejemplo, en parte por sus órdenes expresas y
reiteradas exhortaciones.
[179] Todos estos capitanes y. caciques son siempre los primeros y los más atentos en
la iglesia, los más solícitos en el trabajo y los que piensan más que los otros en el bienestar
común y obran con mayor desinterés, pues no tienen ventajas personales en virtud de su
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cargo. Son ellos quienes repiten a su gente el Evangelio que se ha predicado ese día en la
iglesia y lo comentan en la calle con todos los detalles, muchas veces en la misma forma en
que el sacerdote lo hizo. Son ellos quienes primero se levantan por la mañana y llaman a los
suyos cuando es hora de ir a misa, reuniendo su voz con la llamada de las campanas. Después
les hacen saber qué trabajos deben cumplir en común este día. Y al anochecer van por el
pueblo para cerciorarse de que todo está en orden y tranquilo. En una palabra, ayudan al
misionero eficazmente a mantener la disciplina y fomentar las costumbres cristianas, de modo
tal que la gente de su tribu se somete incluso a un castigo cuando incurrió en una falta. Es
evidente que sin disciplina no se puede vivir en una comunidad, pero hemos tenido que
proceder con suma cautela para introducirla en nuestros pueblos, en vista de que nuestros
indios, durante toda su vida, han hecho lo que se les daba la gana, no han tomado en
consideración ninguna exhortación y no se han dejado reprimir o intimidar por castigos,
cuanto menos por penas corporales. Mas todo es posible con la ayuda de Dios.
Tenemos tres grados de castigos, parecidos a los que hay en la justicia militar: castigo
corporal, cárcel y proscripción. Si los caciques se enteran de una mala acción que debería ser
castigada, informan al misionero sobre el asunto y conducen al culpable ante él, a veces hasta
a media noche, cuando temen que el delincuente trate de huir. Entonces se discute el caso de
inmediato, se lo considera y se dicta la pena que corresponde. En la administración de la
justicia, todo depende de la manera como se procede: se hace presente al reo el crimen que
cometió con toda seriedad, pero al mismo tiempo con amor paternal; se comenta la ley que
infringió y el daño que la infracción da por resultado, para que el culpable comprenda que
merece el castigo. Por irritado o furioso que esté el juez, siempre debe esforzarse por no
parecer excitado ni empezar a gritar, pues nuestros indios son muy susceptibles a este respecto
sobre todo en estas circunstancias; tampoco debe insultar al reo, tratarlo con desprecio y
descargar su ira en él, en vista de que es inútil asustarlo; no se intimida. Hay que saber
dominarse, [180] por lo tanto, porque cada uno de nuestros indios preferiría veinticinco
azotazos a una palabra desdeñosa como: ataquicirica atais, sos un necio que no sirve para
nada. No le perdonan al juez ni insultos ni improperios y si aquel los profiriera se escaparían
al monte o se vengaran en el momento oportuno, ya que son, por lo general, de carácter
pérfido. Es diferente si el culpable comprende realmente que el juez no se propone otra cosa
que su provecho y su mejora, en este caso es tratable y se somete a la condena. Cuando se
pronuncio una sentencia equitativa y la pena se aplicó, los castigados se presentan al
misionero y al cacique y les dan las gracias, diciéndoles: “Les agradezco que me hayan
abierto los ojos y les prometo mejorarme”. Algunos hasta abrazan al hombre que los castigó.
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¿Puede portarse mejor un niño bien educado frente a sus padres? Cuando se dan cuenta que el
misionero no excede los límites de una disciplina paternal y no hace otra cosa que cuidar los
intereses de ellos, sucede a menudo que alguien que se siente culpable se adelanta al cacique y
se delata al Padre, pidiéndole que le propine una paliza. Y si el Padre no tiene más gente
disponible que algunos chicos débiles, se somete a sus azotazos tanto más dócilmente, puesto
que se salva así de los golpes más fuertes del cacique y sin embargo recibe su castigo. Eso
pasa si el crimen no es grave.
Una pena más severa es la de cárcel o cepo, en el cual quedan aprisionados algunos
días. Les cuesta más cumplir esta condena que la primera porque dura más tiempo. El tercer
grado de penas es la proscripción o el alejamiento definitivo del pueblo; en este caso se
manda el reo a otra reducción en la cual debe construirse una nueva casa y talar un pedazo de
monte para cultivarlo. Este castigo les causa gran pesar, sobre todo si son desterrados de
nuestras misiones al virreinato del Perú. Pero a veces hay que imponer a un malhechor esta
pena, pues un vicio que se exhibe en público es fatal como la peste en una comunidad y no
menos contagioso si no se toman las medidas necesarias.
Además de estos medios de sustentar la moral cristiana entre los indios y de incitarlos
a perfeccionarse, tenemos otros, por ejemplo representaciones teatrales en días de fiestas
mayores, las cuales ofrecen una historia edificante, interpretada por alumnos de la escuela, a
los que preparamos especialmente para estos espectáculos. Hace poco se estrenó la historia de
la conversión de un pagano, Eustaquio, quien más tarde fue canonizado. Se hizo ver como
llegó a abrazar el catolicismo [181] junto con sus hijos Agapito y Theospito y toda su casa:
fue exhortado a hacerse cristiano por Jesucristo mismo cuya imagen se le apareció entre los
cuernos de un ciervo mientras estaba cazando. Este episodio que la historia de la Iglesia relata
parecía particularmente adecuado para los indios quienes pasan la vida entera cazando en el
monte. No tuvimos que preparar el decorado pues la reducción está rodeada de monte,
solamente hubo que talar una zona para que se ubicara al público. El idioma del diálogo y del
texto de las canciones era e¡ chiquito. La gente de nuestro pueblo pidió muchas veces que
repitiera el espectáculo y le dijo al misionero: "Déjanos ver se otra vez a Eustaquio para que
entendamos mejor el amor de Jesucristo, nuestro padre, y nos arrepintamos de nuestra
ingratitud con la cual pagamos los beneficios que recibimos de él". Lloraron también a su
manera durante la función, es decir, no derramando lágrimas sino jadeando y suspirando, pues
muy raras veces lloran a lágrima viva. En otra oportunidad representamos la historia de San
Francisco Javier, el apóstol de los indios, otro caso de un alma con ansias de bienaventuranza.
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Este espectáculo fue un verdadero melodrama. Dios nos inspiró la idea de componerlo y
gracias a El dio buenos frutos.
Para que la tribu conviva en perfecta armonía y uno sienta simpatía hacia el otro, se ha
introducido la costumbre de que todos visiten en ciertos días de fiesta a su cacique y coman
con él. En estas comidas y en los banquetes de sus bodas cristianas, cada persona trae en una
fuente de loza su comida y se sienta en el suelo, sin que necesite mantel, cuchillo o tenedor,
sólo provisto de una concha que se usa para comer lo que cada uno ha traído de su casa. Lo
que tienen en sus fuentes puede ser carne de mono o cocodrilo, preparada en la manera
particular que tienen para cada clase de animal. Después de comer, toman una bebida, llamada
chicha, que el dueño de casa les ofrece. Y al final el cacique pronuncia un discurso sobre los
asuntos de la comunidad; acto seguido, todos van tranquilamente a casa.
Para practicar la caridad cristiana, suelen hospedar a cualquier visitante de otro pueblo
cristiano con la mayor atención, aunque no lo hayan visto nunca anteriormente; de otro modo
el forastero no encontraría alojamiento, pues no hay fondas en nuestras reducciones. A veces
sucede que la primera persona que encuentra al visitante en el camino hacia el pueblo, lo
invita a entregarle su hamaca, que cada viajero lleva a cuestas ya que le sirve de cama.
Entonces el forastero lo sigue a su [182] casa, donde se le ofrece, con la mayor complacencia,
comida y bebida, sin esperar recompensa alguna.
Cuando llegan al pueblo nuevos indios, provenientes del monte donde han vivido
como paganos, el misionero aprovecha la oportunidad para exhortar, rogar y conminar a los
que ya han sido bautizados a cuidarse de todo lo que podría servir de mal ejemplo; les
advierte que todos, jóvenes y viejos, caciques y gente ordinaria, hombres y mujeres deben dar
buen ejemplo y que esto es de la mayor importancia. Los infieles son torpes y no pueden, al
principio, distinguir entre la doctrina y las actitudes que observan. Imitan lo que ven ya que
los ojos son sus guías. Los niños de los recién llegados son repartidos entre las familias
cristianas y reunidos con los chicos y chicas de su edad. De este modo no sólo aprenden el
idioma común, el chiquito, sino que se acostumbran también a trabajar y van creciendo,
observando disciplina y obediencia frente a sus jefes y celadores quienes los vigilan y guían
constantemente. También en los infieles adultos surte singular efecto el buen ejemplo de los
cristianos. Este medio eficaz ahorra al misionero muchas palabras y gran trabajo, ya que se
toman mucho más a pecho lo que ven en otros que lo que oyen de parte del Padre. Por lo
tanto, los misioneros insisten en la necesidad de un comportamiento ejemplar de sus
feligreses, particularmente en la época de las expediciones al monte. Les hacen patente con
argumentos y parábolas adecuadas a la medida de su capacidad intelectual y a la modalidad de
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su lengua, que Cristo, nuestro padre y salvador, se ha hecho hombre para mostrar a la
humanidad el camino hacia el cielo, no sólo con su enseñanza y sus sermones, sino con el
ejemplo que dio, pues en aquel entonces no había nadie que pudiera persuadir a la gente con
palabras a reformar su vida, sino que se necesitaba el ejemplo genuino del Hijo de Dios para
cambiarlos. Por eso todos los cristianos deberían seguir a su maestro en este sentido y mostrar
con su buen ejemplo el camino recto a sus pobres hermanos ciegos e infieles. Así, por su buen
comportamiento abrirían una senda, otros seguirían su huella y cuanto más gente anduviera
por este camino, tanto más firme se haría. En este caso, como en otros, se impondría
solamente lo que hicieran no unos pocos sino muchos y no de vez en cuando sino
constantemente.
Se les recuerda además cuántas veces han oído ya en la doctrina cristiana la máxima
reconocida y aprobada por ellos [183] mismos que hay que practicar las virtudes cristianas
públicamente en alabanza de Dios y en consuelo de los prójimos. ¿Y no vale lo que se ha
tenido por verdadero en la iglesia y la doctrina cristiana también en casa y en la calle? ¿No
debe extenderse la fuerza de la palabra divina más allá del púlpito? Saber el catecismo de
memoria no basta, hay que practicarlo en la vida pues las costumbres deben ser acordes con
él; ningún verdadero cristiano debe vacilar en hacerlo. Nuestra fe católica necesita hombres
enteros, sin miedo o vergüenza de ostentar costumbres cristianas delante de fieles e infieles.
No ha dicho el Hijo de Dios que reconocerá como suyo! delante de su padre divino a todos los
que se han declarado sus discípulos delante de los hombres? Por lo tanto, el que no quiere dar
un buen ejemplo para el pueblo y comete malas acciones, no sólo se causa daño a sí mismo,
sino también a los otros y particularmente a los recién llegados. Nunca van a creer en las
palabras y la doctrina del cura si ven que los que ya se hicieron cristianos no cumplen con los
mandamientos. Los cristianos mismos corren peligro de perder la fe a causa de su mal
comportamiento, pues no hay nada peor para la fe que una conducta deshonesta y al diablo no
le cuesta nada inducir la apostasía en un cristiano licencioso. ¿No han visto ellos mismos que
todos aquellos que hicieron apostasía de la fe cristiana y volvieron al monte ya habían pecado
antes contra las buenas costumbres? Por lo tanto es deber de cada cristiano hacer todo lo
posible para animar por su buen ejemplo a los infieles que piensan convertirse; así se
adaptarán ellos más rápido a la vida cristiana, teniéndola constantemente presente. Los
cristianos deben irradiar la luz que muestra el camino recto a los que vienen de la oscuridad.
Y como hijos de la luz deben andar ellos mismos por este camino en beneficio de ellos y de
los otros, ya que una de las obras más meritorias es colaborar en la conversión de los paganos.
Este es el ruego insistente del misionero que ya ha prodigado esfuerzos sobrehumanos en
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penosos viajes por tierra y por mar para llegar a los infieles y traerlos del monte al pueblo y,
al mismo tiempo, es la súplica del Salvador y padre cariñoso quien ha muerto en la cruz para
rescatar a estas almas con su sufrimiento y su muerte; también El solicita a los que ya
recibieron el bautismo el mayor empeño para evitar que los recién llegados del monte se
pierdan otra vez. Ni una sola alma debe ser escandalizada y seducida.
Estas amonestaciones surten efecto, por lo general, ya que [184] todos tratan de acoger
a los recién venidos amistosamente, con complacencia y caridad, y se esfuerzan en no dejarlos
ver nada que los pudiera escandalizar. De este modo se mantiene la moral del pueblo entero.
Los que ya son cristianos serán más constantes en su fe y su comportamiento para alumbrar
mejor el camino a los que los siguen y los infieles recién llegados empezarán a deshacerse de
sus costumbres bárbaras y bestiales, para adaptarse a la vida cristiana, guiados por la luz de
los otros e imitando su buen ejemplo. Todo el pueblo estará unido en la fe y en la obediencia a
los mandamientos y vivirá en armonía bajo la ley divina que le ayudará a su eterna salvación.
No queremos otra cosa que llegar a esta meta después de tantas penas, viajes, trabajos
y tentativas de inventar y aplicar siempre nuevos recursos. ¿Y quién puede dudar que estos
indios recién convertidos llegarán al cielo en recompensa de su vida devota, antes que muchos
viejos cristianos, educados en la fe desde jóvenes, y lo poblarán en gran cantidad? Nosotros,
los misioneros, esperamos verlo un día para gran consuelo nuestro.
El número de cristianos en nuestras misiones crecía año a año, especialmente en el
último que pasamos entre los chiquitos, ya que se nos asoció, sólo ocho meses antes de mi
partida, una nación de quince mil almas, llamada guanás, a la cual predicamos y comentamos
el Evangelio en su propio país. No voy a entrar en detalles sobre mi viaje de regreso para que
mi relato no sea demasiado largo y no se abuse de la, paciencia del lector. Diré solamente que
mi vuelta a Alemania fue dos veces más larga y penosa que el viaje de ida. Pues he tenido que
viajar de las misiones chiquitas por tierra unas seiscientas millas hasta Lima, la capital del
gran virreinato del Perú, y de allá di la vuelta por toda América en barco doblando el famoso
Cabo de Hornos que se encuentra a sesenta y dos grados de latitud sur. Eso fue en el año 176
en el mes de junio, cuando la noche en el hemisferio austral es más larga y el frío más intenso.
Después de un viaje de larguísima duración el barco entró finalmente en el puerto militar
español de Cádiz.
Termino aquí mi relato sobre el país de los chiquitos y nuestras misiones entre
aquellos indios. Todo lo que he referido concierne solamente a esta nación, no a otros infieles
y sus países. Las circunstancias, los caracteres de las naciones y la [185] naturaleza de sus
países son muy diferentes en América, pero la experiencia y la inspiración divina dan a
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conocer en cualquier parte cómo hay que introducir la fe cristiana y cuáles son, en cada caso,
los medios indicados. Dios no se equivoca nunca cuando nos sugiere cómo debemos abordar
una cosa y cómo concluirla, ya que todo sirve para su honor y la salud de las almas humanas.
Recomiendo el país y los habitantes de nuestras misiones a mi queridísimo amigo para que los
incluya en sus oraciones y estoy a su disposición con la mayor complacencia si me necesita.
Descansando en el beneficio que me fue otorgado espero sus órdenes.
Su humilde servidor, J. Knogler, Altötting