KNOGLER Chiquitos

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Julián KOGLER S.J., en: HOFFMA Werner, Las misiones jesuíticas entre los chiquitanos (Buenos Aires, COICET, 1979: 121-185). RELATO SOBRE EL PAIS Y LA ACIO DE LOS CHIQUITOS 4 E LAS IDIAS OCCIDETALES AMERICA DEL SUD Y LAS MISIOES E SU TERRITORIO, REDACTADO PARA U AMIGO. Aviso al lector Los indios que voy a describir se podrían llamar con razón silvanos, porque viven en un monte inmenso y de la misma manera como lo hacen los animales salvajes. San Gregorio habla de hombres de esta índole como animalia Dei, animales de Dios. Realizamos una especie de caza espiritual cuando seguimos las huellas de esta gente y la perseguimos, usando múltiples recursos que Dios nos encomienda, hasta que se rinde y puede ser domesticada y convertida en buenos cristianos. Con estos mismos recursos se puede encaminar no solamente un silvano, sino también un hombre de nuestro ambiente que se haya apartado del camino recto. Pues aun cuando el lugar no es incivilizado, el modo de vivir puede ser inculto, tanto en Europa como en las Indias, de modo que no hay que atravesar del océano para conocer a los salvajes. Ciertas cosas exóticas del Nuevo Mundo son muy solicitadas entre los nuestros y tienen también considerable valor, por ejemplo la madera de las Indias. Del mismo modo se encuentra en estas selvas y matorrales suficiente materia para edificar a la gente del Viejo Mundo. Simplemente hay que buscar, y tal vez baste con hojear estas páginas que pueden resultar así tan útiles como amenas. Quien haya leído al Señor Muratorio o al "Welt-Bott" mismo, [122] donde se habla de estos indios, se dará cuenta seguramente que mucho ha cambiado con el correr del tiempo 5 . Pues en el curso de los últimos veinte años el número de cristianos en nuestras misiones aumentó constantemente, gracias a la conversión de varias pequeñas tribus de infieles. En el año 1768 vivían en nuestras reducciones no menos de treinta y siete mil indios, veintidós mil bautizados y quince mil a punto de convertirse. Los más antiguos de estos pueblos llamados 4 En el resumen de su relato P. J. Knogler se refiere al origen del nombre chiquitos. Los españoles que en la expedición de Ñuflo de Chaves del año 1557 penetraron en el territorio de los "chiquitos" les dieron este nombre a causa de la pequeña abertura por la cual se introducían en sus chozas. Por medio de esta entrada chiquita se protegían de los mosquitos de los cuales el país está infestado. 5 A. L. Muratorio, "Das glückliche Christentum in Paraguay unter den Missionaren der Gesellschaft Jesu", Wien, Prag, Triest 1758; Der neue Welt-Bott, Augsburg 1726-1761.

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Julián KOGLER S.J., en: HOFFMA Werner, Las misiones jesuíticas entre los

chiquitanos (Buenos Aires, COICET, 1979: 121-185).

RELATO SOBRE EL PAIS Y LA ACIO DE LOS CHIQUITOS4 E LAS

IDIAS OCCIDETALES AMERICA DEL SUD Y LAS MISIOES E SU

TERRITORIO, REDACTADO PARA U AMIGO.

Aviso al lector

Los indios que voy a describir se podrían llamar con razón silvanos, porque viven en

un monte inmenso y de la misma manera como lo hacen los animales salvajes. San Gregorio

habla de hombres de esta índole como animalia Dei, animales de Dios. Realizamos una

especie de caza espiritual cuando seguimos las huellas de esta gente y la perseguimos, usando

múltiples recursos que Dios nos encomienda, hasta que se rinde y puede ser domesticada y

convertida en buenos cristianos.

Con estos mismos recursos se puede encaminar no solamente un silvano, sino también

un hombre de nuestro ambiente que se haya apartado del camino recto. Pues aun cuando el

lugar no es incivilizado, el modo de vivir puede ser inculto, tanto en Europa como en las

Indias, de modo que no hay que atravesar del océano para conocer a los salvajes.

Ciertas cosas exóticas del Nuevo Mundo son muy solicitadas entre los nuestros y

tienen también considerable valor, por ejemplo la madera de las Indias. Del mismo modo se

encuentra en estas selvas y matorrales suficiente materia para edificar a la gente del Viejo

Mundo. Simplemente hay que buscar, y tal vez baste con hojear estas páginas que pueden

resultar así tan útiles como amenas.

Quien haya leído al Señor Muratorio o al "Welt-Bott" mismo, [122] donde se habla de

estos indios, se dará cuenta seguramente que mucho ha cambiado con el correr del tiempo5.

Pues en el curso de los últimos veinte años el número de cristianos en nuestras misiones

aumentó constantemente, gracias a la conversión de varias pequeñas tribus de infieles. En el

año 1768 vivían en nuestras reducciones no menos de treinta y siete mil indios, veintidós mil

bautizados y quince mil a punto de convertirse. Los más antiguos de estos pueblos llamados

4 En el resumen de su relato P. J. Knogler se refiere al origen del nombre chiquitos. Los españoles que en la expedición de Ñuflo de Chaves del año 1557 penetraron en el territorio de los "chiquitos" les dieron este nombre a causa de la pequeña abertura por la cual se introducían en sus chozas. Por medio de esta entrada chiquita se protegían de los mosquitos de los cuales el país está infestado. 5 A. L. Muratorio, "Das glückliche Christentum in Paraguay unter den Missionaren der Gesellschaft

Jesu", Wien, Prag, Triest 1758; Der neue Welt-Bott, Augsburg 1726-1761.

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según el nombre de sus patrones- fueron San Javier, Concepción, San Miguel, San Rafael,

San José y San Juan. Los cuatro restantes San Ignacio, Santa Ana, Santiago y Sagrado

Corazón de Jesús se fundaron sólo en los últimos veinte años. Cada reducción alberga dos,

tres y aun cuatro mil almas, siendo las antiguas más pobladas que las nuevas. La última

nación que se entregó a nosotros y se incorporó a nuestras misiones, los guanás, de quince mil

almas, no ha sido aun del todo civilizada y adoctrinada.

También otras cosas cambiaron, por ejemplo la ubicación de varios pueblos: la

reducción de Santiago fue trasladada tres veces, la del Corazón de Jesús dos veces y el pueblo

de San Ignacio se mudó del lugar de su fundación unas ciento veinte millas hacia el norte. Las

razones de estas mudanzas fueron el aire malsano, la escasa productividad de la tierra y la

falta de agua. Por esto no he agregado ningún mapa a este relato, sino me limito a describir

brevemente el país, sin entrar en detalles sobre el emplazamiento de los diferentes pueblos;

quien quiera consultar un mapa, encontrará el territorio de los chiquitos en cualquier trabajo

cartográfico referente a América.

DEDICATORIA AL PROMOTOR DEL TRABAJO

Muy estimado amigo: Considero un alto honor tener, por una vez, la suerte de poder

complacerle en algo, accediendo a un requerimiento suyo. Usted me pidió un informe acerca

de mis experiencias en las Indias y se lo presento hoy en los pliegos que adjunto a esta carta.

Lo que relato logrará sorprender incluso a un hombre que sabe admirar la providencia divina

la cual se manifiesta en sus disposiciones para con toda clase de criaturas.

Mi modo de escribir no concuerda probablemente con el [123] estilo de la época

actual, espero sin embargo que se me dispense por ello, ya que he vivido muchos años fuera

de Alemania y no sólo no conozco la dicción alemana de hoy, sino que estoy

desacostumbrado también de la de antes. En las alejadas regiones donde he pasado tanto

tiempo no había ni libros alemanes ni oportunidades de hablar alemán.

De los muchos países y pueblos a los cuales mi relato podría referirse, describiré

solamente el territorio de los chiquitos y a sus habitantes, incluidas las tribus vecinas; y

relataré únicamente lo que he visto y experimentado personalmente en los muchos años

pasados en las misiones de este país. Hay que, tener presente, por lo tanto, que lo que he

observado durante mi estadía entre la gente de este pueblo no vale también para otras tribus

indias; las cualidades y costumbres de la gente de ¡esta raza son tan desiguales como las

regiones donde habitan.

No voy a describir detalladamente el viaje que emprendí desde mi país hacia las

misiones en cuestión, pues abundan los relatos de viaje a las Indias, escritos en la mayoría de

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los casos por comerciantes y otros viajeros que querían probar su suerte temporal en el Nuevo

Mundo. Menciono solamente la mala suerte que tuve durante mi primera navegación en el

Mar Mediterráneo. Salí de viaje en un buque mercante sueco desde el puerto italiano de

Livorno, en el mes de marzo de 1748, y ya unos días más tarde tuvimos, en el Golfo de León,

vientos contrarios muy molestos. En el equinoccio el viento arreció y se volvió huracanado;

durante este temporal que duró sesenta horas las velas mayores se rompieron, de modo que

colgaban hacia abajo lateralmente, dando al barco un aspecto ruinoso. Lo que aumentaba el

malestar a bordo era que no se podía achicar el navío, porque las bombas estaban atrancadas a

causa de los granos que llevábamos de cargamento.

Dos veces fuimos echados del estrecho de Gibraltar por violentos vendavales

contrarios que nos hicieron retroceder hasta Málaga, donde echamos dos veces ancla para

descansar. En las cercanías del puerto pescó nuestro barco un barril bastante grande de

excelente vino de Alicante que flotaba en dirección hacia nosotros. Dos veces nos

inspeccionaron los ingleses, quienes revisaron la documentación del barco para luego

dejarnos continuar el viaje.

El barco navegó rumbo a Lisboa, de donde debíamos partir para América. Pero como

temíamos que, por cualquier inconveniente, no nos fuera posible llegar a tiempo para la salida

de la flota grande destinada a las Indias, nosotros, los siete misioneros, [124] decidimos

quedarnos en Málaga, cuando el barco hizo escala por segunda vez en aquel puerto, y

viajamos luego a través de España y Portugal rumbo a Lisboa. De allí partimos en setiembre

para Buenos Aires, en América.

Para llegar a mi lugar de destino en las misiones de los chiquitos, a las cuales se refiere

mi relato, tuve que atravesar las provincias de las Pampas, de Tucumán y Charcas hasta la

ciudad de Santa Cruz, recorriendo, en total, unas seiscientas leguas. Me parece oportuno

informar a los lectores europeos sobre el país y el pueblo de los chiquitos, porque otros

viajeros escriben muy poco sobre estas regiones salvajes, que quedan demasiado alejadas de

los centros comerciales y, por lo tanto, son completamente desconocidas para los que quieren

hacer su fortuna en el Nuevo Mundo y se interesan solamente por los asuntos temporales.

El territorio de los chiquitos fue confiado a los Padres Misioneros de la Sociedad de

Jesús al principio del siglo actual por las autoridades del Perú. Gracias a ellos la fe católica

fue introducida allí, conservada y extendida hasta el año 1767; el número de neófitos

aumentaba cada año, claro que no sin sacrificios, pues varios misioneros fueron muertos por

los indios.

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Para ordenar bien mi descripción de las misiones en cuestión, voy a dividirla en tres

partes, contando en cada una mis propias impresiones y experiencias en forma detallada. La

primera parte tratará de la naturaleza del país; la segunda de la vida, las costumbres y el

gobierno político de los indios; la tercera de su fe y su conducta cristiana. Espero que muchas

cosas de mi librito sean útiles y edificantes para el lector. San Antonio Abad dice que la

naturaleza, incluidos los seres irracionales y lo que no tiene vida, es el libro que mejor revela

la omnipotencia y sabiduría del creador. Y se verá también una manifestación de la milagrosa

providencia divina en la manera como El sabe conquistar de diferentes maneras las almas, la

más preciosa mercadería que se puede encontrar en las Indias. Cuánto cuestan estas almas y

qué trabajo, pena y celo se necesitan para conquistarlas, resultará de la segunda y sobre todo

de la tercera parte de este relato. Sin embargo, valen más de lo que cuestan: una sola es

infinitamente más preciosa que 'cualquier flota cargada de riquezas que causa la admiración

de todo el mundo si llega de las Indias. Quien ha salvado solamente una, no la cambiaría por

todos los tesoros del mundo entero.

[124]

PRIMERA PARTE

CAPITULO I. DE LA ATURALEZA DEL PAÍS DE LOS CHIQUITOS

El territorio donde este pueblo vive está ubicado en América del Sur y dista cincuenta

millas del gran lago de Xarayes situado en el este de nuestro país. El lector encontrará este

lago si consulta un mapa de América, en el curso superior del río Paraguay. Para llegar hasta

allí desde el puerto de Buenos Aires hay que hacer un rodeo, pasando por Potosí y

atravesando varias provincias que dependen del Virrey del Perú; en total es un recorrido de

unas seiscientas millas alemanas. Si se pudiera remontar el río Paraguay, el viaje sería más

corto, pero hasta ahora no se lo puede transitar sin peligro, a pesar de todos los esfuerzos que

hicimos; así, varios Padres Misioneros fueron asesinados en esta región por los pueblos

bárbaros de la payaguás y guaycurús que vagan por el río y las tierras adyacentes.

El país está comprendido, en su totalidad, dentro de la zona tórrida, por lo tanto

pasamos mucho calor durante todo el año, en cambio no se conocen la nieve ni el hielo; los

días son casi de la misma duración, desde el amanecer hasta el atardecer y las pequeñas

diferencias entre las estaciones del año se notan apenas. A lo largo, el país mide más de

doscientas millas y a lo ancho arriba de cien. Las reducciones de nuestros indios se

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encuentran entre los grados catorce y diecinueve de latitud sur6. Lo demás es tierra inculta en

la cual penetramos en nuestras campañas misioneras.

[126] Que el calor no sea insoportable, lo debemos a las selvas vastas, sombrías y

espesas, que tienen una extensión de cincuenta, sesenta y más millas, de modo que todo el

territorio parece un solo monte. Cuando pisé esta tierra por primera vez tuve que cruzar

inmediatamente una de estas selvas que nace en la frontera del virreinato del Perú y se

extiende por más de sesenta millas hasta nuestra primera reducción, llamada San Javier. A

través de toda esta zona se puede viajar solamente en ciertos meses, cuando la inundación

causada por la estación de las lluvias ha terminado, pero aún queda algo de agua para apagar

la sed del viajero.

Las especies de árboles que se encuentran en estos montes son muy diferentes de las

europeas y no se puede pasar por entre estos árboles como en un bosque europeo, pues los

posibles senderos están cerrados por una maleza tan enmarañada que hay que abrirse paso con

un palo especialmente preparado para ello.

El calor tropical también está atemperado por las lluvias fuertes y frecuentes que caen

sobre todo desde el mes de octubre hasta fines de abril, muchas veces acompañadas de

tormentas. Esta época del año corresponde a nuestra primavera y verano y es tiempo de

inundaciones que cubren todo lo que es tierra llana. Por esto hay que elegir sitios altos en

medio del monte para las reducciones.

Estas lluvias fuertes hacen crecer excesivamente todos los ríos que afluyen a nuestro

país, nacidos en el oriente, en Brasil, o en el oeste, es decir en el Perú. Así, si bien corre

mucha agua por la jungla que cubre la tierra de los chiquitos, toda proviene de lugares

bastante lejanos ya que, en nuestro país, no nace ningún río. En algunos mapas figura, sin

embargo, el río Apere, llamado también San Miguel. Pero este es río solamente durante la

estación de las lluvias y se seca en cuanto la inundación termina y la tierra asoma. Entonces,

se encuentra agua solamente en ciertos hoyos de su lecho y se puede cruzar, por lo general, a

pie, de modo que no merece el nombre de río.

En los otros meses, de mayo hasta octubre, no cae ni una gota de agua y no se ve

ninguna nube en el cielo. Son los meses del invierno, pero de un invierno sin nieve ni hielo y

con un calor semejante al que se siente en Alemania durante la canícula. De vez en cuando

6 Los límites del país que el P. Knogler fija en grados de latitud sur al principio del resumen de su relato divergen ligeramente de las indicaciones que aparecen en el primer capítulo de nuestro texto. Hay que tomar en cuenta que la extensión entre los grados catorce y diecinueve se refiere a la parte

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refresca por dos o tres días, cuando hay viento sur, que es frío en nuestro continente. Si este

viento se calma vuelve el calor.

[127] En agosto y setiembre cuando después de varios meses sin lluvia el monte se ha

vuelto completamente seco, se declaran incendios enormes que se propagan rápidamente

sobre superficies de muchas millas cuadradas; el humo parece una densa neblina que oscurece

el sol y hace lagrimear los ojos de los que se encuentran a campo abierto y a cierta distancia.

El peligro existe hasta que cae la primera lluvia, en- octubre; entonces se apagan los incendios

y el aire se purifica.

Dichos incendios se producen porque los indios encienden constantemente fuego y lo

mantienen día y noche, también cuando hace mucho calor, para defenderse con el humo

contra toda clase de bichos voladores, mosquitos, etc.

Durante estos inviernos calurosos y secos hay muy poca agua potable; no sólo nos

faltan los ríos sino también los manantiales. Nos ayudamos' excavando una fosa en el terreno

bajo, donde se reúne un poco de agua que se puede sacar con una calabaza ahuecada. Y ésta

es sin duda la mejor bebida, porque el agua de los charcos que han quedado de la estación de

las lluvias ha sido ensuciada por los animales o por los indios mismos, quienes se bañan allá

lo que no les impide beber el agua sin sentir asco. Como estos charcos están expuestos al sol,

su agua es además muy caliente.

Pero hay otra manera de apagar la sed, si falta el agua: buscando una planta llamada

Obocurus. Esta tiene tres varas de altura y su raíz es muy gruesa y parecida a una de esas tinas

de arcilla o madera que sirven, en los invernaderos de parques aristocráticos, para colocar y

criar plantas raras y exóticas. Primero se excava esta gruesa raíz. Luego se separa la planta y

se corta una sección del diámetro de un plato de la parte superior del bulbo, y como la corteza

es muy dura, se machaca su contenido con una madera cualquiera y se exprime el jugo con las

manos, recogiéndolo en una calabaza. Esta bebida no es totalmente semejante al agua, pero

como es muy fría refresca más y sirve también de remedio contra enfermedades causadas por

el calor; para cocinar no se la puede usar porque es demasiado espesa7.

[128]

CAPITULO II. DE LOS FRUTOS QUE PRODUCE EL PAÍS

En este país no crecen ni el árbol del cacao ni el del café, tampoco la yerba mate que

reemplaza al té. Los frutos que se encuentran en el monte sirven más como alimento para los

habitada del país, mientras que el resto del territorio tanto en el norte (hasta 1211) como en el sur (hasta 201) es desierto. 7 Jaccaratia Hassleriana Chodat (cipoi); el bulbo contiene, según Riester, hasta diez litros de agua.

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animales que para los hombres. Las diferentes especies de palmeras que crecen aquí, de las

cuales algunas son bastante altas, producen un solo fruto el cual se encuentra en la cima del

árbol y tiene, visto desde lejos, el aspecto de un larguísimo racimo de uvas: las redondas

nueces de coco cuelgan todas juntas alrededor del tallo. Estas nueces tienen una cáscara muy

dura y se necesita mucha fuerza para abrirla; adentro hay gran cantidad de líquido oleoso. Hay

muchas de aquellas palmeras en nuestros montes, cada una con sus nueces de coco, pero éstas

son poco nutritivas; más útil es otra especie cuyo tallo es comestible si se lo asa y también

potable si se exprime la savia, pero se pone agria ocho días después de haberse cortado.

En cuanto a los cardos, se encuentra aquí una especie cuyos frutos son comparables a

los de la siempreviva nuestra. Sus hojas se pueden comer en parte, pero son nocivas para los

dientes. Un alimento muy substancioso y abundante se obtiene de una raíz llamada

Oquimacaris. De esta raíz nacen dos tallos con hojitas muy angostas, por las cuales la planta

se reconoce fácilmente; la raíz misma tiene el aspecto de un rábano negro y grueso, pero no se

puede comer sin ciertas precauciones, pues contiene un veneno peligroso. Hay que cortarla en

pequeños pedazos y triturarla con un rallador. El rallador que los indios usan consiste en una

corteza áspera o en una tablita de madera blanda en la cual se encajan espinas, que tenemos

aquí en abundancia y que se colocan de modo que sus puntas tengan la misma altura. Si la raíz

se ha reducido así en trocitos, se pone en remojo durante tres o cuatro días, hasta que el agua

haya extraído el veneno del todo. Luego es expuesta al sol para que se seque. Así, sirve para

la fabricación de pan sin corteza o para hacer un puré bastante consistente que se come sin sal

y sin manteca. Esta comida es negra por afuera y por dentro y tiene el efecto de matar las

lombrices intestinales8.

[129] Los demás frutos de árboles salvajes que se encuentran en nuestros montes

sirven, en estado maduro, aun menos para la alimentación humana que los ya nombrados.

Además, los pájaros y otros animales se anticipan al hombre y si éste llega a un árbol, halla

que los frutos ya han sido recogidos. No hay que confiar mucho, por lo tanto, en la riqueza del

monte en cuanto a frutos silvestres.

De los frutos europeos, en nuestras misiones se encuentran únicamente limones.

Muchos misioneros han traído para acá toda clase de semillas, también carozos de manzanas,

peras, duraznos, etc., y han tratado de hacerlas brotar, pero todo fue en vano. Las causas de

estos fracasos son múltiples, por ejemplo, el gran calor que reina en nuestro país y la gran

cantidad de sabandijas, especialmente hormigas y otras clases de animales dañinos, que

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abundan aquí a causa del calor y de la humedad y que comen todo lo que les place.

Finalmente, los misioneros no tuvieron éxito porque no tenían tiempo de dedicarse a estos

experimentos con la requerida atención, en vista de otras tareas más importantes; y los indios

no sirven para ocuparse de una cosa ajena a sus costumbres.

Sin embargo, aprendieron a cultivar la tierra, que es poco fértil, pero produce, al

menos, una clase de cereales en cantidad suficiente para alimentarlos. Como sabemos por

experiencia, sólo el maíz se da bien en esta tierra pues el suelo no es apropiado para el cultivo

de otros cereales europeos.

Entre los productos del monte se puede incluir también la miel silvestre, elaborada por

una especie de avispas malas, cuyos avisperos son ahumados con fuego. Hay también miel de

abejas silvestres, parecidas a los mosquitos y sin aguijón, que se defienden, sin embargo, con

la boca, protegiendo así lo suyo.

CAPITULO III. DE LOS AIMALES

Lo que la tierra no produce en alimentos, es compensado por diferentes animales que

sirven para el sustento. Hay ciervos de cuernos anchos, corzos de piel blanquecina y jabalíes

de dos especies: una es bastante pequeña y se ve solamente en manadas que salen para buscar

los frutos que les sirven de alimento. Cuando se sacian, desaparecen tan rápido como llegaron.

[130] De la otra especie se encuentran también animales solitarios que tienen en el

lomo una abertura de la cual emana un olor bastante repugnante. Cuando los indios han

cazado uno de estos jabalíes separan en seguida esta parte, para que la carne no tenga gusto

feo.

Otros animales que viven en cuevas bajo la tierra, dentro del monte, tienen

caparazones duras como arneses que los protegen. Cierta variedad de estos animales, llamada

oiniaca, cuyo tamaño es equivalente a dos puños se defiende del ataque de animales más

grandes de una manera muy peculiar. Cuando el atacante quiere agarrarlo con la boca, se

enrolla rápidamente y aprieta el hocico o la nariz del enemigo, de manera tan firme, gracias a

sus músculos fuertes, que éste no se puede liberar y corre peligro de perder la vida por quedar

inhibido de comer9. Tortugas terrestres hay en gran número por todos lados en el monte,

especialmente en zonas húmedas; y son mucho más chicas que las acuáticas. En cuanto a los

monos, estos se dejan ver y oír en la selva a determinadas horas del día.

8 Probablemente Zamia brogniartii, una palmera cuyas raíces todavía hoy se comen en épocas de escasez. 9 Knogler se refiere al armadillo o la mulita, como el animal se llama en América del Sur.

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Hay muchas onzas en esta región salvaje y son más crueles que las africanas que he

visto en otros países. Derriban a cualquier animal, embistiéndole como el gato lo haría con

una laucha. Los indios se salvan de estas fieras gracias a sus perros de pequeña talla, pero

valientes que indican a sus amos cuando una onza está al acecho en un matorral, ladrando

fuerte y rodeando el lugar, hasta que el animal sube a un árbol; tendida sobre una rama, la

onza puede ser derribada sin mayor riesgo con una flecha, pues la piel de la panza es delgada

y el corazón ocupa bastante lugar, de modo que los indios aciertan casi siempre el blanco. El

cuero es duro en el lomo y como se arruga cuando la onza se pone rabiosa, se hace todavía

más gruesa; por eso es difícil matarla en el suelo. Su manera de atacar animales grandes es

muy cruel: salta sobre su lomo del que se prende firmemente con las uñas, mientras muerde la

nuca de la víctima, hasta que ésta deja de correr locamente y cae al suelo, desangrándose. De

este modo caza al caballo más valiente, al toro más salvaje y al ciervo más veloz; ningún

animal puede resistirle, ni el cocodrilo más grande.

Sólo en la lucha con el oso hormiguero sucumbe la onza.

[131] Este animal es algo menos alto que el oso europeo, pero la cabeza y la cola son

muy diferentes, siendo el oso hormiguero mucho más lento y torpe. Su cabeza y su cola tienen

un aspecto muy curioso: la cola es enorme, tiene más de una vara de largo y más de veinte

centímetros de ancho, pues los pelos o cerdas sobresalen lateralmente. La cabeza tiene el

grosor de una cabeza de oveja, reduciéndose constantemente desde los ojos hasta la boca; el

hocico largo termina en un orificio redondo y chiquito como una moneda de un centavo. De la

boca saca una lengua larga y delgada y la hace entrar en las aberturas de un hormiguero;

cuando las hormigas se pegan a su lengua, la retira y vuelve a sacarla hasta que se siente

satisfecho. Se alimenta así de hormigas y casi no come otra cosa, aunque tiene que consumir

muchas para sustentar un cuerpo tan grande. Las hormigas son tan pequeñas como los

mosquitos, pero de color blanco. Excavan su nido en tierra dura o barro con el cual las

golondrinas construyen sus nidos, pero los suyos no son graciosos, sino monumentales, a

veces de la altura de un hombre, pues en casos de inundación se refugian en la parte superior

del nido; en diferentes sitios tienen respiraderos. La cueva interior de un hormiguero

abandonado puede servir de refugio a un viajero, como lo sé por experiencia.

A propósito de lo que dijimos sobre la lucha entre la onza y el oso hormiguero, hay

que saber que el oso, cuando olfatea que la onza se acerca, se extiende de espaldas, porque de

todos modos no puede huir a causa de su torpeza y lentitud; en esta posición espera a su

enemigo para recibirlo con las dos patas delanteras, provistas de garras mucho más largas y

fuertes que las de la onza. Si aquella lo ataca, la hace pedazos, no con los dientes, que no

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tiene, sino con las garras. Y si la fiera no lo ataca y se va, se levanta cuando no la husmea más

y sigue su camino. Las dos patas traseras del oso hormiguero son parecidas a los pies

humanos, de modo que las huellas en el monte engañan muchas veces.

Los indios cazan este oso, cuando ya es adulto, pero no con el arco, pues una flecha no

lo puede herir a causa de su pelo espeso y su piel extremadamente fuerte. Se le acercan hasta

que pueden alcanzarlo con un palo largo y le dan golpes fuertes sobre el hocico que no es otra

cosa que cartílago, hasta que se desploma y muere.

Mas difícil es cazar a los monos, que se refugian en la parte superior del árbol más alto

y se escudan con las ramas más gruesas; cuando uno es herido saca la flecha de su cuerpo y la

[132] parte con los dientes de pura rabia, arrojando los pedazos contra el tirador. Los monos

americanos tienen colas muy largas y si se dan cuenta que están malheridos se agarran de una

rama, pasando la cola alrededor de ésta, y quedan así colgados en el aire después de morir, de

modo que el cazador no consigue la presa.

Otro animal de presa es el león americano o puma, bastante diferente del león africano,

de color rojizo sin manchas y cuyas garras y dentadura son parecidas a las de la onza. Si ha

cazado un animal y no puede comer la presa entera, tiene la mala costumbre de no volver al

mismo lugar el día siguiente, como lo hace el tigre, sino que prefiere ir nuevamente de caza,

de modo que es mucho más dañino.

El tapir, llamado anta por los españoles u oputapaquis por los chiquitos, tiene el

tamaño y el color de un burro grande y fuerte. En su estómago se encuentra bezoar de buena

calidad que es muy eficaz como medicamento. Sus patas son parecidas a las de las vacas, sólo

que tiene la pezuña dividida en tres partes.

Hay también una variedad de puerco espín, provista en todo el cuerpo de largas cerdas

blancas y negras, eréctiles de manera que parecen pequeñas picas, del tamaño de un dedo; con

estas cerdas se defiende contra los indios que lo persiguen y cuando se refugia en un árbol tira

hacia abajo sus venablos. El miembro que resulta herido por una de estas picas se hincha

mucho, pero la lesión no es peligrosa. Si uno se hiere por descuido, al tocar las cerdas, no se

nota ninguna hinchazón.

No hay muchas clases de pájaros. En las campiñas hay avestruces. Pero no se puede

sacar mucho provecho de ellos porque es muy difícil cazarlos ya que son muchísimos más

veloces que otros animales y huyen a vuelo tendido valiéndose de sus largas patas y de sus

alas, las cuales, sin embargo, no les ayudan a volar a causa de su pesadez.

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Tenemos muchas especies de papagayos. Las mayores vuelan de dos a dos, las más

chicas a veces en bandas como los tordos en Alemania, sobre todo cuando se reúnen en

lugares donde hay frutas que les sirven de presa.

CAPITULO IV. DE LOS PECES

A pesar de que, como ya se dijo, no tenemos ríos, diseminados [133] por todo nuestro

país, hay grandes y profundos lagos, cuya travesía demanda horas. Estos lagos no se secan en

el período de casi seis meses durante el cual no llueve y hay un sol abrasador, sino que se

mantienen hasta la próxima estación de lluvias. En aquellos lagos hay muchas clases de peces,

todas desconocidas en Alemania. Muchos vienen a nuestras aguas en tiempos de inundación

desde regiones lejanas, y se quedan aquí. Una especie se llama raya y es casi redonda,

parecida a un grueso plato de losa; carece de cabeza y la boca se encuentra abajo, más o

menos en el centro del cuerpo. Su cola mide un dedo de largo y está provista de tres aguijones

puntiagudos a ambos lados, los cuales son duros como los dientes de una sierra. Como la raya

se arrastra siempre sobre el fondo del agua es fácil pisarla; entonces deja la planta del pie

dolorosamente herida, pues es capaz de virar sus armas en todas direcciones. Empero, este

mismo aguijón sirve también como un excelente remedio contra el dolor de muelas; hay que

rayar un poco las encías con él, hasta que echan sangre, y ya se nota un alivio. Este pez es

muy delgado, no tiene escamas y parece un pedazo de piel o cuero puesto en remojo.

Otra clase de pez tiene una boca provista de dientes bien afilados que ciertos bárbaros

insertan en un pedazo de madera, usándolo como cuchillo. Ataca a menudo a los pescadores y

les arranca un pedazo de carne del cuerpo conforme al tamaño de su boca, que es de dos

pulgadas de ancho en los peces más grandes10. Para salvarse de este peligro y de otros

parecidos se arroja en el agua una cierta raíz y después de tres o cuatro horas la mayoría de los

peces flota sobre la superficie del agua aturdidos o muertos; se dejan apresar sin resistirse y se

pueden comer, sin que sean perjudiciales para la salud11.

Las anguilas se encuentran, por lo general, en suelo pantanoso, en el fondo del agua.

Cuando el indio nota un movimiento en el barro, debajo de sus pies descalzos, clava una pica

de madera en la tierra y fisga la anguila.

Parecida a la anguila es la serpiente acuática de color amarillo, muy frecuente en

nuestro país, sólo que este reptil mantiene siempre la cabeza fuera del agua. Quien la molesta

10 Este pez peligroso es la piraña. 11 Como Knogler dice en el resumen de su relato los chiquitos, antes de conocer los anzuelos

importados de Europa, usaban o narcóticos para aturdir los peces o cestos fabricados de hojas de palmas para pescar.

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12

arrojando [134] do algo al agua o lanzándole una flecha debe huir rápido pues en seguida

levanta la parte delantera de su cuerpo, la extiende de tal modo que parece una tablita, se

precipita sobre él y lo envuelve con toda fuerza, pues es una serpiente muy larga. Felizmente

sólo aprieta y no pica ni es venenosa, así que el hombre puede liberarse de ella, sobre todo si

tiene un acompañante que le ayude.

Hay muchos caracoles acuáticos con conchas negras y se pueden comer. Los cangrejos

son redondos, tienen caparazones blancos, carecen de cola pero sí tienen pinzas y caminan

sobre sus patas no para atrás sino lateralmente. Los cangrejos no se comen.

En aguas más profundas y extensas hay, por lo general, muchos cocodrilos; sus huevos

se encuentran a alguna distancia del agua, tapados de arena o de hojas. No son mucho más

grandes que huevos de patos, a pesar de que el cocodrilo es un animal muy grande y tiene

muchas veces seis o siete varas de largo. Su cabeza está casi exclusivamente ocupada por la

boca y sus dientes son gruesos y largos, de acuerdo con su voracidad. Una vez mi

acompañante, un indio, cazó un pato que estaba sentado sobre un arbusto. Acababa de caer al

agua cuando, atraído por el ruido, emergió un cocodrilo y se comió al pato junto con la flecha

que era bastante larga. Otra prueba de la voracidad de estos animales la tuve durante la guerra

entre España y Portugal, cuando tres compañías de soldados españoles marcharon a través del

territorio de nuestras misiones hacia el Brasil. Yo los acompañé en el viaje y como no les

pude ofrecer el alimento reglamentario que corresponde a un soldado tuvieron que vivir como

los indios. Uno de ellos se puso a pescar en un lago, se quitó la ropa y la dejó en la orilla;

poco después de entrar en el agua escuchó un ruido que parecía surgir del fondo del agua,

salió apurado y se alejó del lugar. Resultó que un cocodrilo lo había estado acechando y,

como la presa se le escapó, devoró los pantalones con todo lo que había en sus bolsillos y

desapareció otra vez en las profundidades del lago. Lo que me llama la atención es el hecho

de que los intestinos de este animal son menudos en comparación con el tamaño de su cuerpo,

debe tener en compensación un buen estómago capaz de digerir cosas tan raras. Luego de

matar un cocodrilo los indios le extirpan en seguida los riñones, de lo contrario toda la carne

resulta contaminarla por un hedor fuerte, parecido al almizcle, pero repugnante por su

intensidad, de modo que es imposible comerla.

[135] La manera de cazar los cocodrilos es diferente. Animales jóvenes y pequeños se

cazan con flechas, pero los grandes no son vulnerables ni a las flechas ni a las balas. Por eso,

los indios se acercan furtivamente a los que duermen en la orilla del río o lago a pleno sol, los

ciegan primero y luego les destrozan la cabeza a bastonazos. Cuando descansan y toman sol

en el agua, se quedan muchas veces horas enteras sin moverse, la cabeza y la parte superior

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13

del cuerpo fuera del agua. Los indios se esconden entonces en los arbustos de la orilla y se

empeñan con todo cuidado en enlazar al animal. Mientras algunos lo tiran luego a la orilla,

otros le dan golpes fuertes sin que el animal, con la soga alrededor del cuello, sea capaz de

defenderse: si se dirige hacia un lado para atacar a alguno, los otros dan tirones al lazo en

sentido contrario. Los indios dicen además que los cocodrilos, si se encuentran en el agua, son

cortos de vista, de modo que es fácil acercarse a ellos sin que se den cuenta.

Plinio asegura, y otros naturalistas lo confirman, que una persona herida por los

dientes del cocodrilo no se puede curar. Se refiere probablemente a los cocodrilos egipcios

que se encuentran en el Nilo o a otras especies europeas; los americanos no hieren de una

manera que la lesión no se pueda curar. Yo mismo he visto a un indio al cual un cocodrilo

había arrancado a mordiscos ambas manos; los muñones habían cicatrizado. En otra ocasión

un cocodrilo le mordió la pierna a un indio, perforándola con los dientes y lastimando hueso y

nervios; sin embargo, el hombre se curó del todo y a penas se puede ver la cicatriz; y esto sin

que un médico o cirujano lo haya tratado, pues no disponemos de médicos, sino solamente de

algunos remedios caseros y de plantas medicinales que los indios aplican a sus enfermos.

CAPITULO V. DE LOS AIMALES VEEOSOS

Abundan en este país animales venenosos de toda clase. Las víboras pueden

esconderse por todos lados, pues el país entero es un solo matorral donde se brinda a estos

animales una ocasión única de reproducirse a sus anchas. Sin embargo, la providencia divina

tiene cuidado de evitar que el daño sea demasiado grande: la víbora más peligrosa y más

venenosa está [135] provista de una campanita por la cual se da a conocer a todo el mundo

donde quiera que se arrastre, pues la última parte de su cola termina en unos rollitos ligados

uno al otro, parecidos a algunas avellanas. Son de cartílago duro y en la cavidad interior se

encuentra una bolita que suena de manera bien apreciable por el oído si el animal se mueve,

de modo que cualquier persona tiene todavía tiempo de huir. Si alguien es picado por ésta u

otra víbora, debe servirse de un diente de cocodrilo, que extrae el veneno si se aplica a

tiempo. Aparte de este remedio es útil la savia de las hojas de tabaco que hay que beber para

limpiar el estómago por si el veneno ya ha llegado a entrar en el cuerpo12.

Hay muchísimas arañas, sobre todo en la estación de las lluvias. Una especie es negra

como el azabache, del tamaño de un puño y enteramente peluda, pero su aspecto, cuando se

arrastra por el suelo, es peor que su veneno. Más peligrosa, en cambio, es una clase muy

12 Algunas de las serpientes venenosas son comidas por los chiquitanos, con la debida precaución, corno Knogler menciona en otro lado (los descendientes de sus feligreses quienes viven hoy en el territorio de las misiones comen, por ejemplo, la serpiente Boyé).

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14

pequeña de arañas, llamada ocupequima. Con la misma palabra, sin que se modifique una

letra, se designa también a las muchachas maliciosas, tal vez no sin razón. El veneno de esta

araña es tan fuerte que los gritos de dolor de una persona picada por ella se pueden oír tres

días y noches seguidas; también le sale sangre a través de la piel, si ésta no se unta con una

pomada hecha con grasa y tabaco en polvo. Tampoco este veneno es mortal, pero deja el

cuerpo debilitado por años enteros.

Los escuerzos son muy grandes y se encuentran en gran número. La especie más

dañina es la que tiene dientes puntiagudos. Los indios los llaman omonaucos; con el mismo

nombre se refieren también a su chillido desaforado. Las serpientes los tienen a raya,

comiéndose a muchos de ellos.

A los escorpiones los indios no les prestan mucha atención. Cuando alguien es herido

por un escorpión lo aplasta en seguida, coloca el animal muerto sobre la herida y lo deja cierto

tiempo allá; de este modo el dolor se calma.

La nigua americana es sumamente molesta en esta zona cálida; es muy pequeña y no

solamente pica sino que perfora la piel especialmente donde es más gruesa, es decir en las

rodillas y las plantas de pie. No es posible protegerse contra [137] estos animalitos, es inútil

cubrirse los pies con paños y otra cosa. Lo mejor es dejar que se introduzcan, ya que después

no tienen escapatoria. Pero conviene no perder mucho tiempo sin sacarlos pronto por medio

de una aguja. Entonces ya se encuentra una bolsita grande como la cabeza de un alfiler y llena

de óvulos. Si se espera demasiado tiempo, la cría sale, se desparrama en el tejido contiguo y

causa tanto daño con su veneno que las personas negligentes pierden eventualmente el

miembro. Pero se ha encontrado ahora un remedio fácil que resulta útil. Hay que untar el pie

con cualquier clase de grasa y luego taparlo bien, entonces la cría entera se ahoga en poco

tiempo, sin hacer daño, y la piel se descama. Algunas personas son más propensas a ser

molestadas por estos animalitos, otras menos, las unas deben sacarse doce o más en el día, las

otras a penas uno solo en algunas semanas.

Tenemos también hormigas venenosas en grandes cantidades. Una especie de ellas se

encuentra en ciertos árboles que le sirven de alimento y es muy temida por los indios. Si

alguien que pasa toca el árbol y, por decirlo así, llama a la puerta del hormiguero, los

inquilinos salen a montones de abajo de la corteza, se lanzan contra el hombre, le suben

apresuradamente por todos lados, de modo que la víctima no se puede defender, y lo muerden

violentamente; se siente un dolor quemante en las heridas y los miembros lastimados quedan

como paralizados por un tiempo prolongado.

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15

Un español que tenía una chacra en los límites con nuestro territorio misionero no

podía entenderse con su mujer quien continuamente lo molestaba con reproches y

recriminaciones, no cediendo siquiera cuando no tenía razón. El hombre ya había agotado sus

recursos sin tener el menor éxito. Finalmente siguió el consejo del hombre sabio quien dice:

¡Vete a ver a las hormigas, holgazán! Invitó a su mujer, bajo el pretexto de un negocio, a

acompañarlo en un corto viaje. Cuando vio en el monte el consabido árbol, propuso que se

sentaran para descansar e hizo que ella se acomodara lo más cerca posible del árbol del cual

ella no advirtió la presencia o del que, tal vez, no conocía la particularidad; tampoco podía

prever cuán útil le resultaría. Como estaba muy cansada se acostó y se durmió en seguida. El

hombre la ató tranquilamente al árbol con una cuerda que había traído a tal fin, haciendo un

buen nudo que ella no podría deshacer fácilmente, y golpeó luego contra la corteza del árbol.

Un momento después, la mujer [137] estaba cubierta de hormigas que corrían sobre sus

manos, su cara y su cuerpo entero. Dando gritos de dolor pidió socorro, mas el hombre se

negó ayudarla hasta que ella no suplicó encarecidamente y le prometió seriamente reformarse

y no alterar más la paz de la casa con sus extravagancias. Y cumplió, en efecto, con su

promesa por miedo a que el marido pudiera volver a escarmentaría. Por eso los españoles de

la zona llaman al árbol hasta hoy palo santo, en honor a sus efectos poderosos en la curación

de mujeres indomables. Su madera se conoce en Europa como lignum sanctum; pero no

serviría de nada si se comprara en una farmacia, pues faltan las hormigas, lo que es verdadera

lástima, porque hay maridos que gastarían cualquier cantidad de dinero en la compra de

madera con hormigas. Para decir la verdad, también hay maridos, tanto entre los indios como

entre los europeos, que merecerían ser sometidos por sus mujeres a esta pena correccional. El

veneno de estas hormigas no es mortal, pero el dolor persiste bastante tiempo. Si un hombre

es mordido por una sola hormiga puede calmar el dolor con su saliva.

[139]

SEGU"DA PARTE. DEL GOBIER"O POLÍTICO Y DE LAS COSTUMBRES DE

LOS CHIQUITOS E" SU ESTADO "ATURAL Y DESPUÉS DE SU CO"VERSIÓ"

CAPITULO I. DE SU MODO DE VIVIR

Mientras estos indios viven en sus montes, no se puede hablar de un gobierno político

de sus tribus13. Obedecen a sus caciques solamente cuando están en pie de guerra con sus

13 En el resumen del relato se confirma que la posición del cacique en las tribus salvajes de los chiquitanos no era muy fuerte. Le correspondía solamente el mando supremo en la guerra y en ciertas partidas de caza y pesca. Ahí se dice también que, por lo general, el hijo sucede al padre

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16

vecinos de otras tribus y otros idiomas. Por lo demás, no hacen otra cosa que vagar por el

monte y ganarse la vida con la caza y la pesca. Cuando no encuentran más nada en una zona,

avanzan cuarenta o cincuenta leguas y se establecen allá por algunos meses, de este modo

cambian constantemente de lugar14. No construyen casas y no poseen enseres domésticos, así

pueden mudarse más cómodamente, no teniendo que cargarse con bultos pesados. A lo sumo,

levantan chozas que se hacen en pocos minutos: encajan dos palos delgados de la altura de un

hombre en la tierra y los juntan con una traviesa; luego adosan a esta madera algunas varas y

las cubren de ramos, hojas o pasto si se encuentra, de forma tal que tienen el aspecto de la

mitad de un techo, extendido hasta el suelo.

Si en alguno de sus viajes llegan a un arroyo crecido durante la época de las

inundaciones colocan sus armas y sus provisiones en un cuero resecado de gran tamaño,

doblan los [140] costados hacia arriba, se tiran al agua y llevan nadando el cuero al otro lado

del arroyo. Estos cueros se secan rápidamente. Para que no se encojan, al regresar los

extienden sobre la tierra y los sujetan por medio de clavos de madera.

Andan desnudos, pues no hace frío en su país. Pero llevan, una seña que indica su

nacionalidad y su idioma. Algunos usan; con tal fin un pedazo de piel de presa, con el cual se

cubren, o bien componen un tejido de fibra o de algodón silvestre. Otros se ungen con tierra

rodena, embadurnándose especialmente la cabeza, de modo que parecen llevar puesto un

casco .de punta. Otros se pintan el cuerpo haciendo rayas con materias colorantes extraídas de

raíces y plantas. Como la pintura es fácil de quitar, pueden adornarse con otras figuras usando

diferentes colores. Las mujeres se tatúan sirviéndose de espinas puntiagudas con las cuales se

pintan en el rostro una estrella, luna flor, un pájaro o un animal; mientras las punzadas están

todavía frescas, pulverizan un pedazo de carbón e introducen 'el polvo en las heridas que

forman los contornos de la figura. Cuando las lesiones se han cicatrizado queda este cuadro

imborrable, pues nada logra borrar las manchitas negras.

He visto una tribu cuyos hombres llevan adherido al cuello un cuero de tigre resecado

que mueven de un lado al otro según el viento que corre y que les sirve de colchón. Las

mujeres de esta tribu se envuelven la parte superior del cuerpo en un tejido de- algodón

silvestre o de fibra, dándose varias vueltas alrededor del pecho con una larga faja. Estas

mismas mujeres se cortan el cabello al rape y dejan solamente una especie de copete desde la

(probablemente el hijo mayor) si no da muestras de incapacidad. Como Knogler no ha vivido suficiente tiempo entre chiquitanos salvajes no es seguro que se pueda confiar en estos datos.

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17

frente hasta la coronilla, de la altura del ancho de una mano. Se mantiene erguido y resulta

para ellas sumamente gracioso. Se ve cuán grande es el poder de la imaginación si una cosa

tan ridícula es tenida por ¡graciosa y llega a ser costumbre.

También consideran ornamentos decorativos a las conchas de caracoles y moluscos,

que las mujeres usan en grandes cantidades para hacerse cadenas a las que aprecian tanto

como si fueran perlas preciosas. Como se puede ver, ya su aspecto indica su bajo grado de

civilización, además tienen ciertas costumbres de las cuales se puede deducir su naturaleza

bárbara. A los varones les perforan, en la primera infancia, el labio inferior a un dedo de

distancia de la boca y les colocan en el orificio una maderita, parecida a un clavo, es decir con

una cabeza para que no caiga fuera de su lugar. Este pedacito de madera es hueco como una

cañita, de modo que pueden fijar [141] en él otra maderita del tamaño de un dedo pero

delgado como una aguja de coser. Esta otra madera la pueden sacar y cambiar a su gusto.

Otros varones tienen también el labio superior perforado a ambos lados para poner unos

tarugos adentro. Su cara resulta, por lo tanto, bastante extraña a causa de las maderitas que

sobresalen verticalmente.

Cuando se les pregunta por qué cometen estas atrocidades no pueden alegar otras

razones que el argumento de que de este modo se adornan la cara. Puede ser que quieran

reemplazar así la barba que la naturaleza no ha concedido a los indios. Como a ninguno de

ellos les crece la barba, no atribuyen tampoco importancia a las cejas sino se las quitan y

fraccionan la piel con ceniza para que los pelos no crezcan de nuevo. Otros hombres se

perforan el lóbulo de la oreja y colocan maderas en el orificio, sustituyéndolas de tiempo en

tiempo por otras siempre más gruesas, de modo que el orificio es constantemente ampliado y

el lóbulo se va poniendo cada vez más flaco y largo y llega en algunos casos hasta los

hombros, adoptando el aspecto de un gusano larguísimo. Uno de los indios ancianos de

nuestra reducción extendió sus lóbulos tanto que podía colocarlos alrededor de la cabeza.

En general son gente fuerte y resistente, especialmente el pueblo que descubrimos en

el año 1765, en una región oriental cerca de la frontera brasileña y que se llama guaycurús.

Son hombres altos, muy parecidos uno al otro, de carácter cruel. Precisamente porque son tan

altos menosprecian a las otras tribus y les hacen mucho daño, matando a su gente, salvo que

los logre vencer o rechazar un pueblo más numeroso. Los guaycurús tienen caballos que

compran o roban a los brasileños. Viven fuera del monte de los chiquitos, en una pampa

14 A pesar de que los chiquitanos llevaban, por lo general, una vida seminómade, las tribus tenían territorios limitados para sus correrías; las distancias entre ellas eran considerables, según Knogler, entre treinta y cien millas.

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ancha donde pueden mantener muy bien sus caballos y criarlos en grandes cantidades.

Montan a caballo sin sillas y sin arreos; lo único que necesitan es una pequeña soga que meten

al animal en la parte inferior de la boca para conducirlo hacia la derecha o izquierda. Suben

sin esforzarse, de un salto, porque son altos y tienen piernas largas que juntan bajo la panza

del caballo, de modo que el animal más salvaje no los puede derribar.

Las mujeres suelen también andar a caballo desde su juventud, así como los hombres.

Como no son tan altas suben de otro modo: se agarran de la cola, ponen un pie sobre el tobillo

del caballo, como si éste fuera un estribo, y trepan así [142] a su lomo. Por lo general, dos,

tres y hasta cuatro mujeres se sientan sobre un animal.

Estos indios tienen como armas lanzas de cinco o seis varas, hechas de madera dura de

color marrón o negro, afiladas a ambos lados, pero sin punta de hierro. Con estas lanzas

persiguen la caza y la matan; por lo general la rodean por todos lados y le clavan sus lanzas

hasta que muere. Esta manera de cazar hace pensar en nuestra montería a caballo. Los

guaycurús son maestros en el arte de tirar sus lanzas y saben atravesar a dos hombres a la vez

desde bastante lejos.

Sin embargo temen a nuestros chiquitos porque estos son excelentes arqueros.

Nuestros indios saben lanzar una flecha con la mano, sin usar el arco, haciendo blanco en

cualquier objeto ubicado a cincuenta o sesenta pasos de distancia, hasta en el filo de un

cuchillo usado como blanco a la distancia mencionada. Yo mismo lo he visto y su puntería me

ha dejado asombrado en extremo. También suelen envenenar sus flechas, de modo que ya una

pequeña herida sangrante es absolutamente incurable; el curare que usan es un secreto que

solamente algunos viejos conocen. Pues todas estas tribus de indios buscan algo que las hace

temibles a las otras15.

La diferencia de lenguas es tan notable en nuestro país que cualquier tribu aunque a

veces cuenta sólo con ochenta o cien hombres y vive en un rincón remoto del monte, habla su

propio idioma, no menos diferente de los idiomas de otras tribus distantes cincuenta o sesenta

millas, que el alemán del castellano.

No menos contrastantes son los sentimientos de los unos hacia los otros, lo más

frecuente es que se odian mutuamente, ninguna nación se fía de las otras. Cuando grupos

mayores de diferentes tribus quieren reunirse, cosa que sucede de vez en cuando, se prepara el

15 En el resumen del relato se menciona también la maza como arma. Se dice que se fabrica de madera negra particularmente dura, ya que sirve para destrozar la cabeza del enemigo. Así fue matado un misionero en 1764, agrega Knogler (el español Antonio de Guaspe). En el texto siguiente falta un aparte que ha sido intercalado en la p. 7, nota 10, de este libro.

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encuentro primero por enviados que vienen sin acompañamiento y tratan del asunto más por

gestos o símbolos que por palabras. Si por ejemplo, una parte tiene mayor oportunidad de

pescar y la otra mejor caza, vienen los enviados al lugar convenido con la mercadería que

quieren canjear. Cuando pueden divisarse avanza primero uno y coloca [143] sus pescados en

el suelo, después de lo cual se retira y el otro viene con su charque, deja una cantidad

correspondiente en el lugar y se lleva el pescado, finalmente vuelve el primero para retirar la

carne. Terminado el negocio, la gente de las dos tribus se va, dando gritos, hacia su respectivo

paradero en el monte. Esta manera de comerciar interponiendo una prudente distancia se

explica por su desconfianza mutua; ninguna de las dos partes quiere exponerse a un riesgo

tratando con la otra de cerca. Si se toma en cuenta que un tigre cruel no evita el encuentro con

otro, hay que admitir que el hombre es más salvaje que las fiera mientras no ha aprendido a

dominar sus arranques de odio16.

Volviendo a la lengua de los chiquitos, que es la más divulgada en la zona, en

concordancia con la importancia del pueblo, debo mencionar una particularidad bastante rara:

hay un lenguaje de hombres y otro de mujeres, de modo que un muchacho habla desde joven

con la madre el lenguaje de hombres y la madre le contesta en el lenguaje de mujeres; de la

misma manera conversa la hija con el padre en el lenguaje de las mujeres que también la

mujer usa para hablar con el marido, y esto les parece perfectamente natural. Misioneros que

han trabajado en otros continentes me afirmaron que esta particularidad no se encuentra en

ninguna otra nación. El hombre dice por ejemplo en chiquito: �aqui Yy - que significa: mi

padre, empero la mujer usa - la palabra Yxup para expresar lo mismo. "Ellos van a cazar", se

traduce al lenguaje de hombres con "Ciromat aquibama", al lenguaje de mujeres con "Omenot

apaquibara"; para "van a pescar" dice el hombre: "Bapachero me opiocamaca"; la mujer: "upa

pachero opinioca"; "hacen ejercicios militares" lo expresa el hombre con las palabras:

"Bapiuzoma", la mujer dice: "Upapiuzo".

Las guerras estallan a veces por envidia porque un pueblo tiene mejores

oportunidades de pescar o cazar que otro, a veces sencillamente por miedo pues una parte

teme ser molestada algún día por la otra. Para prevenir la agresión del otro lo atacan primero y

agotan sus fuerzas, porque cada uno de los rivales quiere ser el más poderoso y no tolera que

alguien se le oponga.

16 Ya que el intercambio entre individuos y pueblos se limitaba al comercio de trueque, no se conocía el dinero, ni en las comunidades de tribus salvajes ni en las misiones. El autor dice que durante veinte años no vio ninguna moneda. Como entre los guaraníes, las diferentes mercaderías que se trocaban tenían relaciones de valor estables.

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[144] En sus matrimonios no son constantes, mientras que son paganos; sus uniones

conyugales no tienen siquiera la validez de convenios civiles. A pesar de que viven en pareja

sucede a menudo que una parte abandona a la otra por razones fútiles, asociándose con otra

persona.

Para la crianza de los niños no emplean ni cunas ni pañales o mantillas, sin embargo

crían chicos derechos y rectos, no tienen las piernas torcidas ni son jorobados o rengos. Los

colocan simplemente sobre un cuero o en una hamaca donde pueden moverse libremente y a

su gusto.

Estas hamacas sirven también de cama para los indios adultos. Las llevan sin

dificultades en los viajes, que hacen constantemente, y en ellas se encuentran protegidos de

toda clase de sabandijas y reptiles y aprovechan más el calor del fuego que siempre encienden

de noche. En tres árboles se pueden colgar fácilmente nueve hamacas de manera que ninguna

estorbe o simplemente toque a alguna otra. En sus casas hunden un palo profundamente en la

tierra, en el centro mismo del ambiente, y todos atan sus hamacas a este palo; como sujetan el

otro cabo en la pared, el conjunto forma la figura de una rueda con las diferentes hamacas

como rayos.

Cuando los hombres hacen una partida de caza caminan cincuenta o sesenta leguas

alemanas y se ausentan durante dos meses. Entonces traen provisiones para sus familias las

cuales alcanzan para mucho tiempo y son especialmente útiles si el año ha sido malo y la

cosecha de frutos del campo pobre. Todo lo que cazan o pescan durante un día lo asan por la

noche en la parrilla que construyen con palos, los cuales se queman muchas veces a pesar de

encontrarse una vara encima del fuego. Las presas deben asarse aproximadamente diez veces

hasta que la carne se convierta en tasajo, el cual no se pudre por el calor diurno o la humedad

nocturna. Al final se puede a penas percibir qué es carne y qué pescado pues todo tiene el

mismo gusto leñoso. Yo mismo, al menos, no sabía nunca qué comía cuando me ofrecían un

bocado después de su vuelta de una cacería aunque lo elogiaran como una comida exquisita.

Ellos mismos suelen triturar la carne seca junto con los huesos o espinas hasta lograr una

especie de polvo que comen en forma de un caldo espeso, condimentado con pedazos de una

raíz llamada yuca.

Si cazan en grupos averiguan primero por un explorador dónde hay, por ejemplo,

jabalíes y cuando llegan a saber que [145] una tropa de estos animales está comiendo los

frutos de ciertos árboles rodean el lugar, armados de bastones, espadas de madera, arcos y

flechas. Así se lanzan sobre la tropa y acometen a golpes feroces a los animales haciendo un

alboroto terrible. Me acuerdo que mataron en una sola oportunidad ochenta jabalíes, sin hacer

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uso de sus arcos, valiéndose solamente de palos fuertes. Saben por experiencia que no

arriesgan nada, procediendo de este modo, porque estos jabalíes no son ni maliciosos ni

temibles, en virtud de su tamaño más bien pequeño, y, en vez de defenderse, tratan de huir,

asustados por la gritería.

En otros casos, cuando quieren organizar una cacería de animales de todas clases,

buscan un terreno en el monte o el campo, donde se encuentre, en el matorral o bajo el pasto

alto, un lugar pantanoso o aguanoso que sirve de bebedero a las fieras. Después de limpiar el

terreno adyacente de arbustos y pasto, en un circuito de doce a quince pasos, rodean el lugar

con un cerco. Cuando luego incendian el monte que encerraron, todos los animales, grandes y

pequeños, huyen y ellos los acometen a tiros desde el cerco tendido alrededor del bebedero,

sin correr peligro de que el fuego los alcance, ya que arrancaron todo lo que puede quemarse.

He visto también que usan otro equipo de caza: toman tres piedras redondas del

tamaño de un puño chico y colocan cada una de ellas en una envoltura de cuero, que sujetan a

una correa, juntándola con las otras. Luego toman una de las tres bolas en la mano, agitan las

otras tres o cuatro veces alrededor de la cabeza y arrojan todas contra el animal que se enreda

las patas en las correas, cae al suelo por muy rápido que corra y queda preso. Nuestros indios

aprendieron esta manera de cazar de los peruanos, paracuarios y pampas, de los cuales los

últimos luchan con estas bolas contra hombres y animales, lo que resulta más fácil para ellos

en vista de la naturaleza de su tierra que es una llanura sin loma alguna y sin árboles, mientras

que el país de los chiquitos está cubierto de monte en su mayor parte, de modo que las bolas

no se pueden emplear aquí a menudo.

Cuando un indio sale a cazar no con un grupo, sino solo o en compañía de un amigo,

lleva dos o tres perros, que son pequeños, flacos y ligeros a causa de la mala comida que les

dan y la cual consiste únicamente en el pellejo de los animales cazados y otros desperdicios.

Estos perros no son capaces de [145] agarrar o retener un animal, pero lo persiguen ladrando

constantemente e indican al cazador adónde debe dirigirse.

Para la pesca, nuestros indios tienen muchísima paciencia. Se mantienen firmes en el

agua a veces una semana entera por unos pocos peces. Antes de que nosotros les diéramos

anzuelos, pescaban a su manera: esperaban pacientemente hasta que el sol había casi secado

las charcas y los estanques, momento en el cual los peces se reúnen a montones en el agua

restante y es muy fácil sacarlos. Los echan vivos a la orilla o los matan a bastonazos. Si el

curso de agua es profundo y ancho y los peces se defienden y muerden, los indios usan un

veneno para aturdirlos o matarlos; sin embargo, el agua queda potable.

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22

En resumen, esta gente conoce bastante recursos y los sabe emplear para mantenerse

por la pesca y la caza, y como ésta es la única preocupación que tienen, se los puede

considerar más animales salvajes que hombres17. Cuesta, por lo tanto ' mucho trabajo, celo y

paciencia convertir a semejantes criaturas primero en auténticos hombres y luego en

cristianos, y se logia sólo por la infinita gracia de Dios. Es sumamente difícil acostumbrar a

esta gente de lenguas diferentes, de mal genio, que no tiene casa, vestimenta o domicilio

estable, que no conoce subordinación, disciplina o la costumbre de trabajar, sino que vive

libremente y a su gusto, al. orden de nuestras misiones, a una vida en común y a una

organización comunal; pues en una reducción viven dos, tres y hasta cuatro mil indios juntos

y esta convivencia es algo completamente nuevo para ellos y parece contraria a su naturaleza,

así que se puede establecer únicamente con la ayuda de Dios. No nos valemos de la fuerza, no

necesitamos soldados o alguaciles, todo lo hace el misionero: él es el arquitecto, el maestro de

todos los oficios y artes mecánicas, instruye al herrero, al carpintero, al tejedor, al sastre, al

zapatero y a su propio cocinero que es [147] muchas veces un inválido que no sirve para el

trabajo en el campo o el monte. Pero El que nos manda a predicar el evangelio a esta gente

nos ayuda también a superar las dificultades gracias a su divina protección.

Quien opina que un sacerdote no puede vivir solo, lejos de su familia y sus amigos no

se atreverá por supuesto a partir para estas regiones salvajes, tan apartadas de su tierra natal, y

no se acomodará a esta vida. Y si viniera acá volvería pronto. Hace, por lo tanto, bien en

quedarse en su casa, donde está bien mantenido y alimentado y tiene todas las comodidades.

CAPITULO II. DEL COMPORTAMIETO DE LOS IDIOS E UESTRAS

REDUCCIOES

Para humanizar a estas criaturas y para acostumbrarlas a una vida civilizada en común

y a una conducta disciplinada, hay que construir casas donde vivan constantemente, en una

zona que les ofrezca lo necesario para el sustento de la vida, y hay que enseñarles los trabajos

necesarios para mantenerse; de este modo se les quita la costumbre de andar vagando.

El terreno que se elige para fundar un pueblo debe estar a cubierto de inundaciones. Se

tala el monte en un ámbito suficientemente amplio y se queman la madera y la maleza; así la

17 Como bajo el nombre de "chiquitos" se comprenden mucha., tribus de niveles culturales muy diferentes no se puede generalizar lo que se dice en una de las fuentes históricas de la época colonial sobre el modo de vivir de una tribu. Había cazadores y pescadores que atravesaban como nómades el monte o la estepa y había agricultores que se establecían por un cierto tiempo en un lugar. Knogler dice en el resumen de su relato que su manera de cultivar la tierra consistía en la tala del monte y la quema de los troncos y del matorral; la ceniza servía de abono. Con un palo puntiagudo se hacían luego agujeros en la tierra y se echaban de ocho a diez granos de maíz adentro, los cuales maduraban en tres o cuatro meses.

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tierra queda limpia para levantar las casas. El pueblo se traza como una cuadrángulo con una

plaza grande en el medio, de trescientos o cuatrocientos metros de largo y otros tantos de

ancho; en torno a la plaza se levantan las casas de los indios, en ocho, diez o más hileras, una

detrás de la otra, separada de la anterior por una calle ancha; su número depende de la

cantidad de habitantes que el pueblo tenga. Tres costados de la plaza son ocupados por estas

casas, el cuarto queda reservado para la iglesia, el cementerio y el Colegio donde viven los

misioneros y se encuentran los talleres y la escuela.

Las casas son sencillas, de siete u ocho varas de alto y construidas de madera que se

cubre luego con una mezcla de pasto y barro; el techo se reviste de un pasto fuerte18. La

iglesia [148] se hace con todo esmero, como voy a relatar más detalladamente en la tercera

parte de mi trabajo. Las diferentes naciones que se reúnen en un pueblo, viven separadas, cada

una bajo la dirección de su cacique, cuya casa se encuentra, por lo general, en una esquina de

donde puede dominar con la vista la calle reservada para su tribu.

No es fácil alimentarlos, pues no están acostumbrados a trabajar regularmente en el

campo, sino que han pasado su vida, en general, vagando, dedicándose a la caza y a la pesca y

haraganeando en el ínterin. Para que se hagan sedentarios y aprendan con el tiempo la

doctrina cristiana, el trabajo en el campo o un oficio, conviene ante todo hacerlos sembrar

maíz. Es la única variedad de cereales europeos que se desarrolla bien en nuestro país, pues

resiste al fuerte calor. El campo no se puede arar, se prepara para la siembra con fuego que

quema los yuyos y no se usa otro apero que una pala de madera. Se siembra en octubre y se

cosecha el maíz maduro en febrero. Los indios comen los granos tostados. Quien los

encuentra demasiado duros puede cocerlos o hacer de ellos una harina gruesa, triturándolos

con un mortero de madera; esta harina es la comida de los chicos. Otra manera de emplear el

maíz triturado es amasarlo y hacer de él una especie de pan trenzado. Todos los indios

reducidos conocen estos manjares.

Aparte del maíz, se cultiva también la yuca o mandioca que es una raíz muy nutritiva.

Sí se saca la raíz de la tierra, se rompe el arbusto, que nace de ella y que tiene dos o tres varas

de alto, en muchos pedazos pequeños. Todos estos pedazos se plantan otra vez y de cada uno

nace, en diez o doce meses, sin nuevo arbusto tan alto como el anterior y con las mismas

raíces, en número de ocho a diez, una tan gruesa y larga como la otra, macizas como un brazo

fuerte; tienen gusto a castañas. Se pueden cocer o freír sobre las brasas; no conocen otra

manera de preparar la comida, tampoco usan condimentos, aparte de pimiento, grasa o sal,

18 Las casas se agrupaban en manzanas; una casa tenía diez habitaciones, cada tina para una familia.

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que hasta hace poco ni se conocía. El maíz y la mandioca son los principales alimentos de los

indios en las misiones; no hay pan de centeno lo trigo y tampoco vino, cerveza o aguardiente.

En algunos lugares, donde se mantiene un poco de humedad en la temporada seca, se

puede sembrar arroz, mas los indios no lo aprecian, sobre todo las mujeres quienes no quieren

mondarlo.

Se plantan también plátanos, cuyos frutos, parecidos a chorizos, forman racimos de

treinta, cuarenta o más bananas. Al [149] pelar la banana, las cáscaras colgantes forman, junto

con el fruto, una figura en cruz. Produce frutos sólo una vez y el bananero se corta en seguida

después de la cosecha; esta costumbre parece un símbolo de la ingratitud. Sin embargo brota

pocos días después un nuevo arbolito de la vieja raíz y en un año se hace un árbol grande que

produce frutos. En estas y en otras plantas parecidas la bondad divina parece adaptarse a la

naturaleza de los indios quienes tienen una aversión al trabajo fatigoso y prefieren recolectar

los frutos que necesitan sin ningún esfuerzo y en poco tiempo. A veces se planta también la

caña de azúcar, pero los chicos y los adultos se contentan con chupar su jugo para matar la

sed, en defecto de agua; no la usan para producir azúcar.

A propósito de esta costumbre no voy a dejar de referirme a su extraña bebida llamada

chicha. Las mujeres suelen moler con los dientes una cantidad de granos de maíz mientras

cumplen sus quehaceres domésticos, luego colocan una cantidad de esta especie de harina en

una olla grande semienterrada en el suelo, le agregan agua hervida y la dejan unos días en la

olla tapada, hasta que empieza a fermentar, lo que sucede pronto, a causa de, según dicen, la

humedad de su molino bucal que reemplaza en cierto modo el lúpulo. En poco tiempo la

bebida se hace agria. La consideran su mejor vino y, al mismo tiempo, una comida fuerte que

mata el hambre junto con la sed porque contiene harina y agua. Es también su chocolate, su té

y su café. Todo es tratado, arreglarlo y pagado con esta bebida, pues no hay otro dinero. Si

una persona le hace un favor a otra y la ayuda en un trabajo en casa o en el campo, después de

prestar el servicio se la recompensa con chicha, en vista de que no es posible remunerarla en

efectivo por falta de moneda que no he visto nunca en este país.

Esta bebida miserable nos ha tenido siempre preocupados y nos ha causado serios

disgustos, puesto que enloquece a la gente, si se la deja fermentar ocho o más días. De este

modo estallan querellas violentas, ya que la chicha les gusta a nuestros indios justamente si se

ha hecho tan agria como vinagre. Los que la toman tienen entonces el cuerpo hinchado desde

la cabeza hasta los pies. Ahora se les permite solamente hacerla fermentar tres días, en este

caso no pierden el juicio, sino que se sienten únicamente alegres.

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El alimento más cómodo que he visto en las Indias es la coca; así se llaman ciertas

hojas de un arbusto que no crece [150] en el territorio de los chiquitos, sino en el Perú, donde

las hojas en cuestión se consumen en grandes cantidades, como he visto en mis viajes por este

virreinato. Con una libra de coca se alimenta un hombre cinco o seis días, sin que sea

necesario cocerla y sin que se sienta el deseo de comer o tomar otra cosa. Los indios mastican

la coca permanentemente y tragan solamente el jugo, el resto se escupe. Pero sólo los

peruanos tienen esta costumbre, los chiquitos no se darían por satisfechos con unas hojas,

puesto que viven de la caza y de la pesca. Sin embargo no se puede decir que sean glotones

como otros pueblos indios; no se quejarían si no pescaran o cazaran nada en dos o tres días.

No son tampoco tan necios como los indígenas de California, de los cuales un misionero me

contó que suelen atar cierto pescadito que les gusta mucho a una cuerda, lo tragan y lo alzan

de nuevo, solamente para sentir otra vez el fino sabor del pescadito y gozar la comida más

intensamente, aunque sea engañándose a sí mismos.

Por múltiples experimentos con semillas de toda clase se ha averiguado que la tierra en

el país de los chiquitos no sólo produce los frutos y plantas mencionadas y que sirven para

alimentar a los indios, sino también varias clases de porotos, limones, zapallos y otras

verduras, pero ninguna manzana, pera, durazno, ciruela, cereza y demás frutas europeas. Para

que no sean exterminados los animales en el monte y los peces en los arroyos de los

alrededores de las reducciones hemos introducido la ganadería. Al principio importamos

trescientas cabezas de ganado vacuno del Perú y las repartimos entre los pueblos, para que se

reprodujeran en provecho de los indios. Nos costó no poco trabajo encontrar pastos para

nuestro ganado, pues en este país no hay otra cosa que monte y poquísimos campos de

pastoreo y no se conoce la cría del ganado vacuno. Después de largas búsquedas encontramos

acá y allá algunos campos que podían servir de pastura o nosotros mismos los limpiamos con

grandes dificultades, talando el monte y represando el agua, para que formara un estanque

donde el agua se mantuviera también en la estación seca. En algunas reducciones el ganado

aumentó considerablemente en pocos años, de acuerdo con la naturaleza del terreno y la

calidad de los campos de pastoreo.

Las vacas no se pueden ordeñar, pues el rebaño pastorea demasiado lejos del pueblo, a

veces a veinte o treinta millas de distancia, y el pasto es de mala calidad; así tampoco tenemos

leche o manteca. El ganado anda suelto día y noche en busca [151] de pasto; sólo si la

necesidad lo exige, hacemos un rodeo y reunimos en un lugar las vacas dispersas; entonces se

eligen algunos animales que se llevan al pueblo para ser sacrificados en vísperas de una fiesta.

La carne se distribuye entre los habitantes de modo que cada familia tenga un buen pedazo de

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26

regalo para el día de fiesta, en lugar de la caza y de los pescados que antes constituían su

único alimento.

No prosperan aquí otros animales domésticos, en parte a causa de la gran humedad

que se registra durante la época de las lluvias, en parte por el fuerte calor, que, por desgracia,

las ovejas peruanas o las llamas no toleran, ya que nos vendrían bien por contentarse con poca

comida. Estos animales son muy grandes, tienen el tamaño de un ciervo fuerte y su lana es

gruesa y de diferentes colores, todos muy hermosos. Por su cuello largo y erguido son

también parecidos al camello. Sirven de bestias de carga, a pesar de que no llevan más de

medio quintal. Pero su número suple su falta de fuerza. Un chico puede conducir fácilmente

cuatrocientos o quinientos de estos animales. Cuando uno de ellos se acuesta no se lo puede

obligar a levantarse mediante golpes y empellones y es inútil darle tirones o tratar de

arrastrarlo; así, el pastor debe sentarse tranquilamente a su lado y esperar cierto tiempo,

entonces se levanta por sí mismo y sigue su camino. Esto nos puede servir de ejemplo para la

vida cotidiana pues demuestra que muchas veces, en una querella doméstica, conviene más

ceder que reaccionar de manera violenta; y si los negocios no quieren marchar vale más

mostrarse humilde, apacible y caritativo que pelear, disputar, tronar, acometer a golpes al

adversario, blasfemar y rabiar, con lo que se ahuyenta la bendición divina.

De otros animales no hay mucho que decir. Se crían también pollos y patos, pero en

escala limitada pues no sirven para el sustento de la vida. Su carne es de mala calidad, muy

dura y se prepara tan mal que el gusto es todavía peor, porque todo el jugo se derrama sobre

las brasas y no se reemplaza con una salsa o algo semejante.

CAPITULO III. DE LAS ARTES MECÁICAS DE LOS IDIOS

Los oficios que algunos de nuestros indios deben de aprender son: la herrería, la

carpintería, la tornería, la tejeduría, la [152] sastrería y la curtiembre; cada uno aprende tanto

cuanto puede y el maestro, es decir el misionero, sabe. Sus trabajos no son muy artísticos y

originales, por supuesto, probablemente tampoco conformes al reglamento europeo del

gremio correspondiente, pero son aprovechables, por falta de productos mejores, y por lo

general más duraderos que finos. El hierro y el acero necesario nos llega de Potosí que dista

doscientas millas de nuestros pueblos. El herrero indio educado en nuestra escuela de artes y

oficios fabrica con este hierro sus hachas parecidas a almohazas por tener no más de tres

pulgadas de ancho, estrechándose por la parte de atrás, es decir, donde se insertan en el

mango, pues aquí no se introduce el mango en el hacha, sino que se procede al revés, lo que

resulta más fácil y más familiar al indio acostumbrado al hacha de piedra. Se fabrican también

formones, cepillos de carpintero, sierras y anzuelos, además eslabones que se usan ahora en

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27

vez de los palitos que se empleaban anteriormente. Para encender la lumbre usaban estas

maderas de la siguiente manera: ponían la que era más delgada y más larga en la otra y

frotaban una contra la otra hasta que empezaban primero a humear a causa del movimiento

continuo y violento y luego se encendían.

Cortar madera en tablas - tarea muy importante - fue durante mucho tiempo un asunto

fastidioso y se arruinaron y se rompieron en este trabajo muchas sierras. Nuestros indios

colocaban la madera encima de un foso profundo en el cual había dos hombres que tiraban la

sierra hacia abajo; otros dos se encontraban arriba, sobre el bloque de madera, tirando hacia

arriba. De esta manera su rendimiento diario no pasaba de una vara y las tablas no salían

nunca rectas. Para evitar estas fallas y apresurar el procedimiento ajusté la sierra a un marco y

la hice subir y bajar en dos columnas derechas; del marco colgaba un bloque pesado y si se

movía este bloque de la misma manera que se mueve el péndulo de un reloj, la sierra se

levantaba y bajaba muy bien. De este modo pude conseguir que se cortaran por día dos o tres

tablas bastante largas y rectas sin perjudicar las herramientas.

Nuestros indios aprenden también a hacer relojes de madera que son muy apreciados

por falta de creaciones más perfectas de metal.

Los sastres no tienen mucho que hacer pues nuestros indios visten solamente una

especie de camisa hecha de un pedazo de tela gruesa de algodón, cerrado a ambos costados y

parecido a [152] una bolsa, sin mangas y sin cuello, solamente con tres aberturas arriba para

la cabeza y los dos brazos. En los hombres este vestido llega hasta las rodillas; en las mujeres

hasta los pies. Quien quiere tener pantalones se los fabrica de cuero, puesto que ya todos

saben curtir; se los ponen abajo de la camisa, de modo que aparece sólo un pedazo alrededor

de la rodilla. Los que son muy laboriosos se hacen también un jubón de cuero con o sin el

pelo del animal en cuestión. Así se ve caminar por el pueblo medio tigre, medio oso

hormiguero, medio ciervo, medio mono o jabalí.

Andan descubiertos, sólo a veces usan como adorno una corona de plumas de

papagayo y se ponen también de vez en cuando las alas de un avestruz en las caderas. Si se

trenzan el cabello usan también un penacho abajo. Las mujeres no emplean esta clase de

adornos; se contentan con sus cadenas de conchas de caracoles, mejillones, frutos colorados y

cosas semejantes.

No necesitan zapatero, porque andan toda su vida descalzos y sin medias. Unicamente

cuando viajan por un monte, donde hay muchos zarzales se hacen suelas de pieles fuertes sin

curtir y se las atan con correas en los dedos de los pies y en los talones.

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Los torneros hacen rosarios de madera y de hueso y palos de cancelas que delimitan el

lugar de los comulgantes en la iglesia o sirven para las rejas de las ventanas, que reemplazan a

los vidrios; también fabrican candeleros para los altares y diversos otros objetos.

Ahora hay muchos telares en cada población, pues en casi todas las casas tejen las

camisas para los familiares. Las mujeres hacen el hilo de algodón sin rueca y sin tomo de

hilar; hilan mientras caminan, sentadas o de pie. Alrededor del brazo izquierdo ponen el

algodón y sacan de allá la fibra y la enrollan en el huso al que nunca dejan que toque el suelo.

En vez de mojar los dedos de vez en cuando, los meten a ratos ,en una escudilla llena de

ceniza limpia que llevan siempre consigo a tal fin. Los chicos no las molestan en esta

ocupación, pues los cargan a la espalda en un pañolón, de modo que tienen ambas manos

libres para hilar o para otros trabajos.

Así viven ahora los indios, en condiciones muy diferentes de las que reinaban antes.

Disponen de todo lo necesario para el sustento de la vida, no andan más desnudos sino que

tienen vestimentas diferentes, viven en casas, bajo un gobierno que los obliga a trabajar, no

corren más de acá para allá a través del [153] Monte; el país se pacifica paulatinamente, lo

que parece un milagro divino en vista de la mezcla de tantas naciones de diferente mentalidad

y distintos idiomas. Motivos terrenales no los pueden estimular a una convivencia pacífica,

pues ningún pueblo puede esperar algo de otro, ni prestigio mayor ni más riqueza, sino que

todos son iguales, naciones e individuos, el cacique más noble no aventaja al indio más

humilde en vestido, vivienda y enseres domésticos. Ninguno tiene cosas que lo diferencien de

los demás, todos poseen arcos y flechas, ahora también hachas, cuchillos, eslabones, anzuelos,

agujas y palas de madera para el trabajo, pero nadie tiene un centavo en todo el país. Estos

pocos objetos son toda su riqueza y todo lo que un joven necesita para casarse. Las jóvenes no

necesitan otro ajuar que los collares arriba mencionados. Una tijera de mediana calidad es

ahora tal vez la pieza más preciosa y más rara de sus enseres domésticos. La necesitan para

sus trabajos de sastrería y para cortarles el cabello a los chicos; con tal fin antes usaban dos

conchas rotas que juntaban y que servían tan bien como dos pedazos de vidrio para cortar el

pelo puesto en el medio.

CAPITULO IV. OTRAS FACULTADES DE LOS IDIOS

Los indios saben hacer ahora una sangría con la lanceta. Antes, si tenía un miembro

dolorido, agarraban la piel con dos dedos, la alzaban y la perforaban con una espina grande de

modo que la sangre corría abajo a ambos lados.

Como ventosas ahora usan zapallos pequeños, que caen al suelo automáticamente

cuando se han llenado de sangre. Antes extraían la sangre u otra materia por succión, sin que

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les diera asco. Los curanderos que hacían eso profesionalmente se consideraban como magos

y se llamaban basuebos. Antes de visitar a un enfermo, se ponían en la boca piedritas, huesitos

o pedacitos de carbón y, después de chupar la parte enferma, le mostraban estas cosas al

enfermo, sugiriéndole que las había tenido en el cuerpo y haciendo ostentación de que ahora

ya se había curado. Cuando el misionero visitaba al enfermo ningún curandero se atrevía a

aparecer, por miedo de que su engaño fuera descubierto y su prestigio desautorizado. Entre

los indígenas gozaban de gran autoridad pues estos bárbaros tontos [155] creían que una

persona que fuera capaz de sacar tales objetos del cuerpo del enfermo también podía hacerlos

entrar por medio de su arte, enfermando de este modo a un hombre sano. Por eso respetaban

profundamente a tales embusteros y los incitaban así a realizar muchos otros disparates aún

más groseros que estos. Nos ha costado varios años suprimir del todo estas malas costumbres

y cuando la gente no se dejaba convencer por exhortaciones, teníamos que castigar a los

desobedientes. En su afán de hacerse curar, se valían de cualquier subterfugio especialmente

porque desconocían las verdaderas razones de sus enfermedades.

La bondad de Dios y su santa providencia también hicieron crecer en este país muchas

clases de plantas que podían servir de remedios. Antes de aprender cómo se entablilla y venda

una pierna rota los indios usaban varios medicamentos para curar la fractura o una herida.

Aparte de un bálsamo llamado copayba que sale en gotas de un árbol después de barrenarlo,

empleaban para el tratamiento de heridas de toda clase la corteza de otro árbol que les servía

también para curtir las pieles. Este árbol es muy apreciado por ellos por el siguiente motivo:

si se lo estropea con el hacha, el estrago desaparece con el tiempo, según dicen, sin

que quede en la corteza una cicatriz como sucede en el caso de otros árboles. Por eso creen

que esta misma corteza que sana tan perfectamente, si es lesionada, debe ayudar también al

hombre a curarse.

Para sacar dientes, usan un escoplo que aplican al diente tan bien como pueden,

golpeando sobre él con un martillo, hasta que el diente ceda; se esfuerzan por hacerlo con el

mayor cuidado posible, mientras tanto el paciente debe armarse de paciencia. Como dentista

actúa el herrero o el carpintero porque sólo ellos disponen de las herramientas necesarias19.

19 La cura de los dolores de muelas por medio de escoplo y martillo causó menos accidentes de lo que se podría imaginar. Knogler dice que una sola vez en todo el tiempo que pasó en las misiones sucedió que se rompiera el hueso maxilar.

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Los piñones sirven de purgante, en tamaño y gusto parecidos a las avellanas20.

También se usa a este efecto la resina de un árbol llamado nianus21. Quien toma por la

mañana una [156] concha, es decir, una cucharada de este líquido y bebe después un poco de

agua tibia, sentirá pronto el efecto, y si vuelve a tomar agua, lo notará otra vez. Para terminar

con la purga debe dejar de beber. Así cada uno es dueño de resolver cuanto tiempo debe durar

la cura, cosa que resulta muy cómoda.

Los chicos destinados a trabajar en la iglesia como acólitos o a formar parte del coro

aprenden a escribir, leer y hacer música en las escuelas que hemos establecido en todas las

reducciones. Leen en tres idiomas, es decir: en su lengua, en latín y en español, siempre en

caracteres romanos. No entienden, sin embargo, lo que leen aparte de lo escrito en idioma

chiquito. Cuando el misionero come, los chicos leen en alta voz algún texto, de este modo se

ejercitan en la lectura y el Padre, quien muchas veces no dispone de tiempo para inspeccionar

la escuela, a causa de las muchas tareas que debe cumplir, tiene una oportunidad de controlar

sus progresos. La escuela se confía a un maestro indio a quien se elige y prepara con todo

esmero para esta importantísima profesión. Algunos indios tienen una memoria excelente y

aprenden con la mayor facilidad, pero su razón y su juicio son hasta ahora, también en los

adultos, todavía débiles, se pueden desarrollar sólo paulatinamente en un ambiente ordenado y

con un modo de vivir metódico.

Su caligrafía es digna de elogio y no cambia con el tiempo, respecto a la manera de

escribir las letras y al nivel general, pues cuando un alumno escribe mal y empieza a olvidar

lo que aprendió se lo castiga no solamente a él, sino también al maestro. Los que están

encargados de copiar libros corren peligro de desmejorar y de perder su buena letra porque

por lo general se apuran y tratan de terminar pronto con su tarea. Pero para este oficio no se

destina nadie que no sea firme como calígrafo; la habilidad en este arte es requisito

indispensable, pues nadie puede tirar esgrima si no tiene una espada buena. Los que cumplen

con esta condición, tienen la importante función de reemplazar a los tipógrafos, copiando

libros que necesitamos con urgencia, como catecismos, misales, calendarios y piezas de

música.

20 Los piñones son los frutos de Jatropha curcas; se destila de ellos un aceite que cura infecciones del estómago y enfermedades de la piel. 21 Nianus se refiere al árbol Copaiba paupera y significa, al mismo tiempo, "aceite", en general; la

resina del árbol en cuestión, una especie de aceite, se usa todavía hoy como remedio en casos de mala digestión.

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CAPITULO V. CÓMO SE MATIEE ESTAS MISIOES

No hay ninguna clase de comercio en nuestras reducciones, [157] pues la tierra

produce solamente lo necesario para sustentar a los habitantes y si algo sobrara, no hay

posibilidades de exhortarlo. El país carece de ríos navegables y no disponemos de bestias de

carga para transportes; además, durante la estación de las lluvias, se inundan los caminos y

casi el país entero, motivo por el cual, aparte de los misioneros, nadie llega hasta aquí.

Sin embargo debemos mantener la obra iniciada para que dure, proveyendo a nuestros

pueblos de hierro, acero y otras cosas necesarias y conservando en buen estado las iglesias y

sacristías. Con tal fin se ha implantado la fabricación de cera. ya que en todos estos montes

hay muchas abejas silvestres, parecidas a los mosquitos en el tamaño y el color. Se establecen

en árboles huecos y sus colmenas no son tan ordenadas y bonitas como las de las abejas

europeas, sino bastante sucias. Sacamos primero la miel que es muy amarga y en ciertos casos

hasta venenosa. Lo que queda es cera, flores y abejas muertas, todo mezclado. Los indios

llevan esta materia al Colegio donde el misionero instruye a algunos de ellos en el

procedimiento de hacerla hervir, limpiar y blanquear. Terminado este proceso, se envía la cera

a la próxima ciudad peruana, de donde los españoles la mandan a Potosí. En esta ciudad se

vende y el dinero que se obtiene se entrega a los misioneros, previa deducción de los gastos.

Con esta plata se compra todo lo necesario: hierro, estaño, cuchillos, tijeras, agujas, géneros y

telas, que se usan para adornar los altares y para los hábitos sacerdotes, así también el vino

para la Santa Misa y la harina para las hostias. Muchas veces, la entrada resultante de la venta

de cera no alcanza para adquirir todo esto, entonces hay que reunir más en el próximo año,

para que la reducción pueda ser mantenida en debida forma.

CAPITULO VI. DE LOS JUEGOS Y DIVERSIOES DE LOS IDIOS

Los indios conocen y practican mayormente tres diversiones: en primer lugar el tiro

con arco, en el que se enfrentan dos grupos y que, en el fondo es un ejercicio militar, pero al

cual consideran una diversión a pesar de que, a veces, en tales oportunidades, se dan rudos

golpes. Dos equipos de ochenta, [158] cien o más hombres se enfrentan en el lugar de

combate. Cada jugador elige un adversario del bando contrario y dispara con insistencia sobre

él. Las flechas que se usan para este juego no son puntiagudas sino provistas de un sólido

botón de madera dura. Cuando hacían blanco en el contrincante, le causan un fuerte dolor por

la manera vehemente en que tiran. Sin embargo, las personas que han sido alcanzadas en la

cabeza, la espinilla u otros lugares sensibles, no deben proferir ningún grito de dolor ni

expresar de otro modo la sensación dolorosa De lo contrario todo el mundo se burla de ellas.

Empero, el dolor reprimido los enardece de tal modo que se acercan uno al otro y arman el

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arco con mayor impulso. Entonces el misionero debe intervenir y evitar que ocurra una

desgracia. Por este motivo, siempre tiene que asistir a estos juegos. Más que juegos son

prácticas que sirven para mantener el cuerpo ágil de manera que puedan rehuir las flechas por

medio de virajes y vueltas rápidas, cosa útil en el caso de que alguna vez haya una lucha seria

con otra nación; por esta razón no hay que suprimir esta costumbre. Cuando el juego termina,

cada uno se dirige hacia su adversario y le pide perdón en el mismo lugar de combate y los

dos rivales se abrazan.

La segunda diversión es el juego de pelota el cual merecería que se lo considerara en

la misma Europa. La pelota se confecciona del siguiente modo: se corta un pedazo de la

corteza de un árbol llamado batooros del cual sale de inmediato una especie de resina blanca

y viscosa, semejante a la leche en cuanto al color. Nuestros indios extienden esta resina sobre

los brazos desnudos y en pocos minutos el líquido se solidifica. Entonces sacan la masa de la

piel y la comprimen hasta que se forme una bolita. Extendiendo nuevas capas de resina sobre

los brazos y repitiendo el procedimiento de comprimir la masa unas cuantas veces, obtienen

finalmente una pelota del tamaño que necesitan. Esta es comparable a las pelotas que nuestros

estudiantes usan para sus juegos. Cuando la comprimieron con las manos de manera que está

bien redonda, la ponen en agua hervida y su color cambia de blanco a negro. Luego solamente

deben ponerla a secar y la pelota está lista22.

En este juego también hay dos bandos, y el partido empieza con exclamaciones de

alegría de los jugadores; después se [159] adelanta uno de ellos, echa la pelota al aire, la toma

no con la mano sino con la cabeza y la pasa al otro equipo. El jugador hacia el cual vuela la

pelota la devuelve otra vez con la cabeza al bando contrario, sin tocar o agarrarla con la mano,

pues en este caso su equipo perdería el juego. Sucede así que la pelota va cincuenta, sesenta o

más veces de una cabeza a otra hasta que un jugador torpe se equivoca. A veces corren dos o

tres personas al encuentro de la pelota, entonces hay un choque de cabezas y por lo general se

pierde el juego; se discute luego quién es responsable del fracaso y en estos casos uno echa la

culpa al otro.

Arrojan la pelota al aire con la cabeza tan alto como los jugadores de tenis en Europa

lo hacen con la raqueta. Si cae de manera imprevista al suelo, nadie la levanta con la mano,

sino que el jugador que se encuentra más cerca de ella se echa al suelo y trata de levantarla,

mientras se mueve todavía, con la cabeza, para tirarla hacia arriba, lo que no es imposible en

vista de la agilidad y elasticidad extraordinaria de esta pelota.

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33

No juegan por interés, sino en honor del jefe del bando. Los ganadores no cobran

nada, sino que tienen gastos porque i, suelen convidar a todo el mundo a tomar chicha.

La tercera diversión es el baile que se organiza del siguiente modo: en la plaza mayor,

ubicada en el centro del pueblo, se reúnen varios grupos de seis o siete jóvenes u hombres,

mientras las mujeres constituyen el público23. Cada uno de estos grupos forma un círculo, uno

de los hombres se ubica en el centro con un instrumento de música, que puede ser una flauta

de Pan, compuesta por cinco o seis cañas chicas de aproximadamente un palmo de largo,

adunadas como tubos de órgano, una siempre algo más larga que la otra, el músico la toca

moviéndola de un lado al otro de la boca. También se usan para esta música de baile dos

calabazas huecas con unas piedritas adentro, que el músico agita con las manos. Los otros que

forman el círculo cantan a coro o tararean la melodía a la cual no ponen letra. Por lo general,

la melodía desciende de la nota que entonan hacia la tercera inferior y estos intervalos se

repiten constantemente durante el baile. Todo, movimiento y música, tiene un carácter grave,

el tiempo es lento y el compás de dos por cuatro. A este ritmo caminan a través de la plaza y

por las calles del pueblo, golpeando el suelo con los pies. Inclinan la parte superior del cuerpo

hacia el piso y la mueven [160] de un lado a otro, al compás de la música. Parece fatigoso

bailar así, a gritos y con movimientos constantes del cuerpo, al ritmo de esta música

monótona, sobre todo cuando hace mucho calor; sin embargo es una diversión para nuestros

indios y nosotros la toleramos en vista de que no hay nada de perjudicial o reprobable en este

pasatiempo. Pues si hubiera algún elemento de esta índole en aquella costumbre, no podría ser

un verdadero y permanente placer, según los principios de un juicio recto.

[161]

TERCERA PARTE. DEL CRISTIA"ISMO DE ESTOS CHIQUITOS

CAPITULO I. CÓMO SE FUDA UA MISIÓ

La parte más importante de mi relato es, sin duda, la que se refiere al cristianismo de

nuestros indios. Pues la meta y el fin de nuestros viajes a países tan remotos y tan poco

hospitalarios es la promulgación de la doctrina cristiana a estos salvajes, para que encuentren

el camino que lleva a la eterna salvación. Todo lo otro sirve solamente para facilitar esta tarea.

Voy a describir, pues, cómo procesemos para establecer una misión en nuestro país.

Ante todo, hay que saber que cada misionero tiene un amplio distrito en el cual puede ir a

buscar a indios salvajes. Y si estos distritos se pueden llamar parroquias, hay varias que

22 La pelota se fabrica de la savia de Hevet Brasiliensis, parecida al producto de las plantas de caucho. 23 Muchachos solteros no son admitidos a los grupos de bailarines.

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34

abarcan más de cien millas cuadradas. Mi parroquia se extendía hacia el nordeste, es decir,

hacia Brasil y la zona del Amazonas. He podido viajar durante mucho tiempo a lo largo de

este territorio, sin llegar nunca a su límite; a través de montes interminables donde fue difícil

encontrar a los habitantes que migran de un lugar a otro y suelen esconderse si alguien se

acerca.

Los primeros que se convierten a la fe católica son instruidos con ahinco acerca del

valor inestimable que el hombre tiene a causa de su alma inmortal. Deben saber que el

hombre es la criatura más perfecta, muy por encima de todas las otras, para que tengan mucho

aprecio por ellos mismos y por los otros y se sientan estimulados a contribuir a la salvación de

aquellos que viven todavía en las selvas.

Es imprescindible inculcarles esta convicción, pues el misionero no tendrá otra

persona que le ayude en esta tarea de convertir a los salvajes que uno u otro de ellos mismos.

Naturalmente hay que someterlos a prueba para ver si son constantes y perseverantes en la fe

que abrazaron. Con ellos [162] sale el misionero de viaje, después de que todos confesaron y

comulgaron, en vista de que tales expediciones son muy peligrosas y tardan a veces tres o

cuatro meses. El camino lleva, a través del monte, al lugar donde se supone que la tribu en

cuestión se encuentre, según las noticias traídas por los espías. Se va a pie por una picada

angosta que hay que abrir con el machete- hasta el escondite de los infieles. El monte es, por

lo general, tan tupido que parece imposible penetrar por la maleza entre los árboles enormes.

Cada día se dejan algunas provisiones en los huecos de los árboles, por ejemplo mandioca o

maíz, bien protegidas contra los monos y otros animales, como reservas indispensables para el

viaje de regreso. Para hacer economía de la comida que se lleva, la gente aprovecha cada

oportunidad de cazar o pescar.

Cada día, temprano, rezan todos los expedicionarios la oración matinal y el catecismo

entero a alta voz. A la noche, se reúnen otra vez en un lugar que se limpia antes de maleza de

modo que todos puedan arrodillarse delante de una cruz, que se levanta en el mismo

momento, para rezar el rosario con las letanías por el éxito de la expedición misionera.

Debo decir que es un verdadero consuelo para un buen cristiano ver en medio de esta

jungla india a una distancia de cuatro o cinco horas de camino en un trayecto de

aproximadamente cincuenta o cien millas el saludable signo de nuestra redención. Nos inspira

valor y ánimo de seguir valientemente, desafiando todas las penas y peligros para llegar a la

meta. ¡Que el cielo bondadoso quiera hacer triunfar totalmente el signo de nuestra salvación

en estos países y hasta el fin del mundo. Aunque otros, aniquilen la cruz, llegará el día en que

se verá quién sale triunfante - en este signo venceremos.

Page 35: KNOGLER Chiquitos

35

Después de unas jornadas, hacemos subir de tanto en tanto a uno de nuestros indios

cristianos a un árbol suficientemente alto para ver si advierte en algún lugar una columna de

humo que indique la presencia de infieles24. Pero por lo general pasa un mes o un mes y

medio sin que se vea algo. Cuando finalmente se descubre un rastro, todos cobran ánimo y se

marcha en dirección al lugar señalado. Ya a una distancia de dos jornadas del presumible

paradero de los bárbaros formamos un círculo para cercar a los infieles y evitar que escapen,

pero [163] de ningún modo para llevarlos a la fuerza sino solamente con el fin de poder

hablarles y explicarles por qué hemos ido a verlos. Cuando se trata de esta última tarea, le

toca al misionero tomar la iniciativa, demostrando a la comitiva cómo hay que proceder en

esta obra sublime y sagrada.

Los infieles se mantienen quietos siempre que comprendan que no pueden huir y que

su número no es suficiente para resistir. El misionero debe probar toda clase de idiomas indios

hasta que se da cuenta de que los bárbaros entienden uno de ellos. Entonces les manifiesta de

inmediato que ha venido para invitarlos que lo sigan a su pueblo donde gozarán de una vida

feliz y tranquila, no tendrán que temer más a sus enemigos y dispondrán de los medios de

subsistencia sin tener que esforzarse excesivamente para obtenerlos, corriendo de un lado a

otro con riesgo de su vida. Todo lo que el misionero les podría decir de Dios y del alma les

parecería extraño, pero las promesas materiales los impresionan. A veces se entregan y van

con nosotros, pero muchas veces no quieren hacerlo por amor a la libertad y por apego al

modo de vivir habitual. En este caso volvemos a hacer un año más tarde la misma expedición

para ganar finalmente sus corazones.

El siguiente método dio buen resultado les proponemos que, por lo menos, permitan

que algunos integrantes de su tribu nos acompañen para que visiten nuestro pueblo y

conozcan la vida en una comunidad bien organizada. Nosotros tratamos a estos huéspedes con

cariño tanto durante el viaje como en la reducción, los alimentamos bien y les regalamos

camisas como las que llevan los indios, un hacha, un cuchillo y anzuelos; finalmente vuelven

contentos a su tribu y después los otros se trasladan con ellos a nuestra reducción por su

propia iniciativa y nos siguen en nuestra próxima expedición. Algunos, sin embargo, se

esconden y no se encuentran más en el viejo paradero.

En los años 1764 y 1765 acabaron algunos de nuestros viajes misioneros muy mal

pues los bárbaros mataron a muchos de nuestros indios y el mismo misionero cayó. Y en una

excursión del año 1766 cuarenta y cinco de los nuestros perdieron la vida, traicionados por los

24 En el monte, los indios no usaban eslabón o piedra de lumbre para encender el fuego, sino dos

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infieles, que son miel hábiles en disimular sus intenciones. En los años que yo pasé en las

Indias, perdí dos de mis amigos entre los misioneros, quienes fueron asesinados por los

bárbaros mientras que otros dos sufrieron lesiones graves; tres de ellos fueron heridos por

flechas y al cuarto le destrozaron la cabeza con una pesada [163] maza de madera. Un número

bastante mayor de indios fue muerto o herido en estas oportunidades.

También los recién convertidos consideran que perder la vida como mártires es la

mayor felicidad, de modo que algunos no se aprestan a salvarse de la muerte. Hace poco, un

indio cristiano dijo a otro que tuviera cuidado y se defendiera, anticipándose a los bárbaros

que ya arremetían contra él; el otro contestó, sin embargo: "Para qué voy a matar a estos

necios que no están todavía bautizados y, por lo tanto, están condenados a la perdición eterna

si mueren así?" Es una señal evidente de que ya aprendieron a estimar el alma en su verdadero

valor, pues el hombre en referencia prefirió exponerse al peligro de morir en vez de ser causa

de la perdición eterna de los infieles.

El peor obstáculo en estos viajes misioneros, mejor dicho, en estas cazas espirituales,

es la presencia de un apóstata entre los salvajes, pues aquel impide que los otros vayan a un

lugar de donde él mismo escapó. Les quita las ganas de vivir en alguno de nuestros pueblos

según el orden de vida cristiana y elogia la libertad desenfrenada que disfrutan en el monte.

Como la única razón que lo llevó a abandonar la comunidad cristiana fue el deseo de volver a

vivir como las bestias salvajes contamina con sus maquinaciones diabólicas las buenas

intenciones de los otros, que quieren dejar sus selvas y asociarse a los cristianos.

Hay que prestar atención también a otros peligros en estas expediciones misioneras.

No siempre el humo que sube indica la presencia de los infieles, especialmente en la comarca

oriental, pues del levante a veces vienen otros que buscan también a los infieles, pero

solamente para apresarlos. Hace poco, en el año 1766, encontré en el monte en vez de los

infieles que buscaba, un grupo de diecinueve negreros armados de mosquetes y sables,

quienes, a pesar de estar tan bien equipados, se habían retirado al monte más tupido porque

los indios cristianos los superaban en número ya que eran treinta y dos.

En este mismo año, encontré en otro rincón veintiún negros del Brasil, que se habían

escondido en este monte para escapar de sus perseguidores. Todos tenían mosquetes y

cuchillos grandes, también arcos y flechas, lanzas y mazas. Los prendimos y los llevamos con

nosotros, pero luego tuvimos que mandarlos al Perú pues la autoridad seglar nos había dado

maderas de las cuales tina servía perforadora.

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37

orden, ya mucho antes, de no permitirles a los negros vivir en las misiones o en el límite de

sus territorios.

[164] Si en nuestros viajes encontramos lo que buscamos, es decir, indios paganos, nos

sentimos pagados con creces por todos los trabajos y penas y volvemos contentos con ellos a

nuestra reducción . En el camino deben ser provistos de los alimentos necesarios y tratados

amistosa y cariñosamente, pero, al mismo tiempo, custodiados cuidadosamente para que no

vuelvan a su paradero anterior o provoquen un tumulto entre la escolta. Cuando nos

acercamos al pueblo nuestros indios les traen la vestimenta necesaria para cubrir su desnudez.

Entonces toda la población, cristianos e infieles recién llegados, hace su entrada triunfal a la

iglesia donde se canta el Te Deum en agradecimiento por el éxito de la expedición

misionera25.

Después repartimos a los nuevos entre las familias cristianas que comparten con ellos

generosamente todo lo que ellas mismas tienen; es la mejor manera de enseñarles a practicar

obras de caridad. Los bárbaros empero llegan a conocer el amor al prójimo de los cristianos y

aprenden de paso cómo se trabaja en el campo y se gana lo necesario por medio de la

agricultura más cómodamente y con más seguridad que en el monte donde andaban

anteriormente vagando y afrontando mil peligros. Se adaptan así paulatinamente a la vida en

el pueblo y, acogen la doctrina cristiana con mayor docilidad que lo hubieran hecho en sus

selvas infinitas en las cuales su tribu andaba de un lado al otro. Para convertirlos allá al

cristianismo habría que hacer de un misionero diez, para enseñar y cuidar a gente dispersa en

una tan vasta región.

[165]

CAPITULO II. DE SI O TEÍA IGUA RELIGIÓ ATES DE

VOLVERSE CRISTIAOS

Entre todas las palabras de su idioma no hay ninguna que se refiera a Dios; por lo

tanto tuvimos que introducir en su vocabulario una palabra de procedencia paraguaya, es

decir: "Otupá". Tampoco hay otro indicio claro y seguro de que hayan adorado alguna deidad.

25 Las expediciones del año 1767 fueron particularmente afortunadas. Knogler dice en el resumen de su relato: "Sólo medio año antes de que partiera, en el año 1767, hicimos una buena presa en una de nuestras cazas espirituales. Por lo general los indios viven divididos en pequeñas tribus en el monte, migrando de un lugar a otro, y hay que hacer muchas excursiones para reunir un número mayor. Pero aquel año tuvimos la suerte (le encontrar un pueblo numeroso, aproximadamente de quince mil almas, que vivían en la misma zona. Los misioneros resolvieron de común acuerdo no apartarlos de su territorio, en vista de que ahí mismo se podían establecer varias reducciones y poblarlas con esta misma gente. Por lo tanto, se quedó un Padre con ellos cuyo pueblo fue el más cercano a su territorio

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38

El sol, la luna y las estrellas son para ellos luces que existen de por sí y han existido siempre.

No adoran ningún animal, ningún pez o pájaro y ningún demonio o ídolo, de modo que se

puede decir: la barriga es su Dios. Pues todas sus preocupaciones y esfuerzos, todas sus

migraciones de un lado al otro, sus cacerías y pescas, tienden a satisfacer sus necesidades

proveyéndola de alimentos. Felizmente su barriga no es exigente sino que se contenta muchas

veces con ratas y lauchas o cierta especie de serpientes y monos si no se encuentra algo mejor.

Estas criaturas fueron tomadas antaño por dioses por los egipcios obcecados y otros pueblos.

Comparado con ellos, el pueblo de los chiquitos actúa más razonablemente cuando usa estos

animales como víctimas que sacrifica a su Dios.

Me he extrañado muchas veces de que no hayan adoptado la religión de los collas del

vecino Perú, quienes deben de haber venido de vez en cuando a verlos (los chiquitos mismos

no salen nunca de sus montes para visitar otros países). Los collas adoraban al sol, que era su

Dios. Después de su muerte, dejaban un testimonio de su fe en sus tumbas, de las cuales he

visto aproximadamente mil, en un recorrido de quinientas millas durante mi viaje a través del

virreinato. Estas tumbas están construidas de tal manera que se levantan a flor de tierra, pero

se encuentran especialmente en lugares más altos, donde siempre hay reunidos unos cuantos

monumentos, separados unos de otros y similares a paredes hechas de tierra, más o menos de

cuatro varas de alto por cuatro de ancho y sólo una y media de espesor. Cada monumento

tiene una apertura en forma de triángulo, de una dimensión tal que permita colocar un cadáver

en el recinto interior del sepulcro. En todos los casos las aperturas dan al levante, en señal de

su reverencia por su Dios, el Sol.

Otros indios que viven más cerca de nosotros, en el límite del territorio de los

chiquitos, los guaycurús - algunos de los [166] cuales ya están integrados como neófitos en

nuestras misiones - saben al menos algo del alma del hombre la cual sobrevive cuando el

cuerpo muere; por eso, cuando un cacique muere, entierran su caballo junto con él, para que

pueda montar después de su muerte, como lo hizo durante su vida. De esta costumbre se

puede sacar la conclusión de que esta gente de pocas luces considera el alma del caballo tan

duradera como la del hombre, ya que de otro modo el muerto no podría seguir montando su

cabalgadura.

Cuando truena y relampaguea - cosa que sucede a menudo en la estación de las lluvias

- la tribu principal de los chiquitos suele decir: "Paiyuzoti naqui Par", o sea "El gigante lanza

su macana". Pero cuesta mucho averiguar quién es el gigante - cuando se pregunta a alguien

para prepararlos a la nueva vida. Mas entretanto dispuso Dios que los misioneros tuvieran que

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39

contesta: es una manera de decir que truena, sin que se hable de una persona determinada. Sin

embargo, este giro dio lugar a la opinión de que adoran a i un Dios sin nombre, como los

atenienses quienes tenían, según el testimonio de San Pablo, estatuas dedicadas al Dios

desconocido, Ignoto Deo. Se conjeturó que los chiquitos, cuando usan la locución en cuestión,

se refieren, sin saberlo, a este mismo Dios. En efecto, para sus empresas, tales como cacerías,

pesca, búsqueda de miel y, en el último tiempo, también la agricultura, necesitan ora sol, ora

lluvia; de modo que con razón les pudimos decir que este mismo gigante de las nubes no sólo

lanza sus rayos sino que también cubre el sol con nubes y lo hace salir a su albedrío y según la

necesidad de los hombres. Por lo tanto, habría que dirigirse a él para solicitar todo lo que se

necesita para vivir. Así se puede explicarles paulatinamente y en la medida de sus facultades

intelectuales la esencia del único Dios verdadero de cuyo apoyo tenemos tanta necesidad. El

giro arriba mencionado resulta de esta manera útil y razonable pues Dios se dirige al hombre

de distinto modo y se da a conocer también por el trueno, según las palabras de la Santa

Escritura: "El Señor tronó en los cielos, el Altísimo dio su voz." (Salmo 18,13)

A pesar de que estos indios no tienen un conocimiento verdadero de Dios, no se puede

negar lo que los teólogos dicen: que también la gente salvaje y brutal conoce pudor y

tiene vergüenza de cometer públicamente o sin testigos una mala acción, porque la conciencia

les reprocha la iniquidad del hecho. Su voz debería ser capaz de disuadirles desde jóvenes de

cualquier maldad, de acuerdo con los principios generales de la honestidad grabados por la

naturaleza en todos los [168] corazones humanos. Quien infringe estos principios no merece

ulteriores gracias e iluminaciones divinas, las cuales, al igual que los pecados, tienen su

límite. No es de extrañar pues, que gente que no coopera con el primer acto de gracia divina

permanezca ciega y sin conocimiento, en vista de que se mostró indigna de la clemencia del

Señor y no merece ser bautizada y conocer el amor del Padre Eterno.

Las experiencias que yo mismo hice son pruebas evidentes de que es así. Hay entre los

indios ciertas naciones que faltan más a menudo y de manera más malignas que otras a las

inspiraciones de la conciencia propia e infringen los principios que la naturaleza nos inculcó,

cometiendo por ejemplo asesinatos y otros crímenes graves que también a la luz de la razón

resultan delitos atroces. Y estas naciones oponen también mayor resistencia a las tentativas de

convertirlas por medio de la enseñanza religiosa y se abren más tarde a la luz de la fe que

otros pueblos menos deslumbrados por sus vicios.

abandonar el país y dejar a esta gente desamparada."

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Casos semejantes he tenido diariamente ante mis ojos en mi último pueblo, adonde

trajeron, entre otros indios salvajes, cincuenta y tres guaycurús. En el monte habían sido los

peores enemigos de otras naciones. Solían acechar a indios vecinos y asaltarlos cuando menos

lo esperabas.; mataban a los hombres y se llevaban a las mujeres como esclavas. De esta gente

que fue tratada durante dos años con benevolencia y cariño por los indios cristianos muy

pocos recibieron el bautismo mientras gente de otras naciones se convirtió en un tiempo

mucho más breve. De este modo los ciegos que no pueden reconocer a Dios tienen ellos

mismos la culpa de su ceguera porque se mostraron reacios cuando la razón y la naturaleza los

iluminaron por primera vez o apagaron su luz por sus vicios; por lo tanto no verán nunca la

claridad suprema de la fe.

Seguramente quiere Dios que todos los hombres ganen el cielo y otorga a todos

suficiente gracia, estímulo e iluminación: illuminat omnem hominem in hunc mundum

venientem. Tampoco a las naciones que no conocen ni la Santa Escritura ni los ritos de nuestra

iglesia las dejó sin gracia y sin leyes. Pues grabó en los corazones de todos los hombres la

misma ley que Moisés dio en sus tablas a los israelitas y esto vale también para el bárbaro

pagano al cual Tertuliano llama por esto "naturaliter christianum". Cada uno recibió su parte,

el fiel y el infiel, Dios vela por Isaac en la casa paterna y por Ismael en el desierto. Si cada

uno hace uso de los dones que [169] recibió, sin duda progresará paulatinamente en el camino

que llena al cielo, según las palabras de San Bernardo: "A los que viven de acuerdo con la

razón alumbra la luz divina y a los que hacen uso debido a esta luz les ayuda con la fuerza

divina y a los que triunfan mediante esta fuerza se concede la gloria eterna (ratione viventibus

lux, recte utentibus virtus, vincentibus gloria, Cant. serm. IV). La propia razón, la propia

conciencia y la ley de la naturaleza hacen para el hombre lo mismo que Moisés hizo frente al

Faraón. A éste le comunicó cada día la orden de Dios: Pon en libertad a mi pueblo para que

me ofrende! También el hombre oye en la misma forma terminante la voz de su razón que le

recuerda la ley de la naturaleza: ¡Deja de cometer este asesinato y aquella infamia! Cuando no

obedece no es de extrañar que la consecuencia para el infiel sean las tinieblas densas como las

de la plaga que Dios impuso a los egipcios y en el último caso la ruina absoluta del

desobediente.

Sin embargo hay gente que merece un castigo más severo i que estos infieles que no

creen en nada, mejor dicho, que no: tienen la verdadera fe y no viven de acuerdo con ella.

Pienso en personas más inteligentes que los salvajes, de mayor entendimiento y quienes,

gracias a la oportunidad de valerse de la enseñanza religiosa y de los libros tienen mayor

impulso para acceder a las invitaciones del cielo; sin embargo no se deciden a obedecer. El

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divino Padre de familia, en la parábola de la Santa Escritura, no manda coches y caballos a los

que dos veces rechazaron su invitación, para traer a los huéspedes a la fuerza; esta costumbre

no se ha implantado todavía en el cielo, la puerta se cierra para siempre a los obstinados. Pero

ellos no parecen temer este castigo, pues no mejoran ni su fe ni su comportamiento, a pesar de

que les llegó la luz de la verdad; hasta se esfuerzan en no creer en nada, -1. fin de no verse en

la necesidad de temer a Dios y poder vivir libremente como espíritus varoniles. De esta gente

dice incluso un pagano, el filósofo Aristóteles: "Si encuentras a uno de estos intrépidos que ni

a Dios mismo temen, no lo tomes por un hombre fuerte sino por un loco" (Liber moralis

philosophiae, c. 5). Por lo tanto no hay que condenar en bloque a los indios ciegos, como la

continuación de nuestro relato lo confirmará.

[170]

CAPITULO III. CÓMO SE PUEDE FOMETAR LA ADORACIÓ Y EL

TEMOR A DIOS E ESTOS IDIOS

A causa de su modo desordenado y bárbaro de vivir y del estado salvaje que acabamos

de describir, esta gente no es capaz, por lo menos al comienzo de una enseñanza religiosa, de

comprender un razonamiento. Debemos, por lo tanto, buscar otro método de implantarles el

conocimiento, la adoración y el temor de Dios, es decir, debemos hacer uso de cosas

exteriores que salten a la vista, que halaguen su oído y que se puedan tocar con las manos,

hasta que su mente se desarrolle en este sentido. Por esto tratamos de que tengan, en su

remoto país de naturaleza salvaje, lo mismo que hay en el mundo más civilizado: ante todo

esta casa prodigiosa en la cual nos reunimos y donde podemos conseguir todo lo que

necesitamos si lo pedimos al dueño de la casa, es decir, a Dios. Hemos logrado este objetivo y

las iglesias que construimos en los pueblos de nuestros indios son tan hermosas que quedarían

bien en cualquier país europeo. El culto divino en estas iglesias decentemente adornadas se

celebra dignamente en cuanto a su aspecto externo e interno, como se verá en este capítulo.

Los indios hasta hoy llaman las iglesias Ipoosti tupa, casa de Dios, y esta

denominación es, sin duda, acertada y bella. Desde el principio hemos hecho estas iglesias de

amplias dimensiones de modo que cómodamente tienen cabida para más de cinco mil

personas; no hay que agrandarlas entonces si la población aumenta por la llegada de nuevos

indios infieles26. Tal vez el lector se asombre y dude de que nuestras iglesias puedan ser tan

magníficas y bien decoradas si el país es tan pobre y no posee ni plata ni oro ni dinero.

26 Si el número de habitantes de una reducción excedía los seis mil, se fundaba un nuevo pueblo con el excedente, de modo que las nuevas reducciones al principio estaban pobladas de un pequeño número de indios.

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Admito todo esto y además que faltan piedras de sillería y cal. Pero no necesitamos estos

materiales ni precisamos otros albañiles que el misionero como maestro y los indios como

obreros.

Una iglesia en nuestras reducciones tiene, por lo general, sesenta varas de largo,

veintiséis de ancho y aproximadamente [171] diecisiete de alto. Hay en cada una tres altares:

el altar mayor que es consagrado al titular de la iglesia y dos laterales de los cuales uno es

dedicado a nuestros Señor Jesucristo y el otro a la Inmaculada Concepción; las imágenes del

Salvador en la cruz y de la Virgen María están talladas en madera y bien terminadas. El

edificio está dividido en tres naves y descansa sobre dieciséis o dieciocho columnas de noble

madera india, bien trabajadas y de once o doce varas de alto. Las paredes se construyen con

una especie de ladrillos que se llaman adobes, formados con tierra arcillosa y secados al calor

del sol, cada uno de más de media vara de largo y de cinco pulgadas de grueso. La

construcción de la iglesia se puede empezar cuando ya se fabricaron de noventa a cien mil

ladrillos. Las paredes se hacen muy sólidas, por lo general tienen un ancho de una vara y

media. Los campanarios tienen hasta veintiséis o treinta varas de altura y se construyen del

mismo material. Tratamos, con muchas dificultades, de conseguir campanas de otros países o

al menos hacemos venir el cobre necesario y llevamos a cabo la fundición en nuestros

pueblos.

Las paredes exteriores e interiores están blanquedas con ceniza que se mezcla con la

savia de una raíz, de modo que es comparable a la cal y al yeso y no se desprende jamás. Si se

presenta la oportunidad, se quema cal de conchas de caracoles o mejillones; esta cal es de

buena calidad y nos ayudaría a mejorar nuestras obras si se pudiera producir en mayor

cantidad. La misma cal se fabrica en muchas zonas costaneras de América y los españoles la

usan y la aprecian mucho. La costa del mar está cubierta de conchas y cosas semejantes, que

las olas arrojan a tierra, de modo que es fácil de reunir la materia prima. Nuestras reducciones,

empero, quedan muy lejos del mar, en el interior del país, por lo tanto debemos contentarnos

con pequeñas porciones de este material las cuales se encuentran en el monte, cerca de las

lagunas, y no alcanzan muchas veces, para preparar la cal que se necesita para blanquear las

paredes de una sola iglesia. En ciertos lugares también hay barro de buena calidad para

fabricar ladrillos de tipo europeo. Los usamos para el pavimento o para techar las iglesias. En

una palabra, hacemos cuanto esté a nuestro alcance para que la casa de Dios sea vistosa y

respetable, no en razón de su suntuosidad extraordinaria, sino gracias a estatuas bien

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43

trabajadas y bonitas, la pintura de las paredes y otros elementos [172] que podemos reunir en

nuestro ambiente y que surten efecto en la gente27.

Para llevar todo esto a cabo un misionero ayuda al otro con sus consejos y con su

apoyo, a veces personalmente, 0 si la distancia lo impide, por carta. Hemos sido veintitrés

sacerdotes en las misiones de los chiquitos, en un circuito de doscientas millas alemanas,

gente de todas las naciones: españoles, italianos, alemanes, holandeses, etc. A veces de una

distancia de cincuenta leguas venía un Padre de dotes especiales para colaborar en la

construcción de una iglesia, en una obra de artesano, en pintura, escultura o música; en todo lo

que contribuyera al perfeccionamiento de la casa de Dios.

Uno sabía construir órganos, el otro hacía violines, violas y fagotes o fabricaba

cuerdas de las tripas de diferentes animales. El tercero sabía trabajar hierro y acero, hacer una

cerradura y otras cosas de este metal, todo lo que se necesitaba para la iglesia y la sacristía. Lo

mismo valía ara todas las artes mecánicas, y los que entendían algo lo enseñaban al mismo

tiempo a los indios, para que fueran capaces de mantener en buen estado la iglesia construida

por los Padres, en vista de que su hermosura y perfección es, entre esta gente, el mayor

incentivo para adorar a Nuestro Señor.

CAPITULO IV. DE LOS OFICIOS DIVIOS

La mejor y más segura manera de poner y mantener en orden una comunidad o un país

es la ley de Cristo a la cual San Agustín llama “miraculum politicae”, milagro de buena

política, más allá de todas las instituciones y máximas de otra índole. Y es realmente así,

desde cualquier punto de vista, pues dondequiera esta ley tan santa como sabia es cumplida a

conciencia, todos se portan bien con Dios, con el prójimo y [173] consigo mismos, y si fuera

costumbre en todos lados tendríamos el reino de los cielos en la tierra. Basta observar una

familia verdaderamente cristiana de las cuales hay algunas en todos los rincones del mundo,

para que esta verdad salte a la vista.

Los elementos principales de esta ley de Cristo son, sin duda, los oficios divinos.

Donde ellos son descuidados y van decayendo, ninguna otra cosa sirve de nada, como

desgraciadamente se ve en países cristianos de nombre, no sólo en la decadencia espiritual

sino también en el desorden que reina en la vida mundana por falta de la bendición de Dios.

27 Los techos de las iglesias, a do; vertientes, eran construidas de madera sólida, por ejemplo de tajibo, Tecoma ipe, oncés y cuchi, Astronium Urumdeuva; por lo general, se cubrían de tejas. Las paredes se pintaban con colores de tierra o savia de árboles y plantas de varios colores. Los aleros descansaban sobre columnas de madera. Como no se conseguía vidrio habla postigos en las ventanas corno protección contra la lluvia.

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Todos los días bien temprano tocamos las campanas para reunir al pueblo. Y todos

aparecen, decentemente vestidos, sin plumas en la cabeza ni pinturas de colores en el cuerpo.

Cuando se acercan a la iglesia, se destrenzan el cabello, que recogen para trabajar, pues llevar

el cabello suelto es una señal ¡de profundo respeto.

Cada persona, sea hombre o mujer, chico o grande, lleva el rosario de manera bien

visible, colgando del cuello, para demostrar su amor por la madre de Dios, a la que llaman

�upaquima, nuestra buena madre. En las fiestas importantes, los hombres traen arcos y

flechas, escogiendo sus mejores armas para la casa de Dios, para dar a entender que son

perseverantes en la fe y están dispuestos a luchar, arriesgando la vida, para mayor gloria de

Dios. Nadie les reprochará esta costumbre, en vista de que también en naciones civilizadas

celebren semejantes ceremonias en las iglesias.

Ninguna persona que actúe como acólito puede hacerlo llevando sus propios vestidos,

ya que estos son demasiado pobres, sino que debe ponerse vestimentas decentes que se

guardan junto con las capas de coro o pluviales en la. sacristía. Durante los días de semana,

siempre ayudan a oficiar misa dos monaguillos, quienes atienden sus obligaciones delante del

altar con las manos elevadas y los ojos bajos, dirigiendo la mirada a un lado o hasta detrás de

sí. Los feligreses que acuden a la iglesia rinden homenaje a la divina majestad con la misma

discreción de modo que los habitantes de los países civilizados podrían tomar a nuestros

indios por modelos. Los domingos o días feriados actúan seis u ocho monaguillos, según la

ceremonia de la fiesta, quienes llevan antorchas e incensarios donde se quema un incienso

proveniente de ciertos árboles de nuestra región, cuyo perfume es muy agradable.

[174] La música es mejor de lo que muchos europeos se imaginan. Tenemos buenos

órganos, a veces dos en una iglesia, contrabajos, tres o cuatro violas, catorce o más violines,

arpas, flautas y algunas trompetas las cuales son los únicos instrumentos que se importan. Hay

buenos conjuntos vocales de cuatro voces. Todos los músicos aprenden la práctica y la teoría

de su arte en la escuela, donde se perfeccionan en solfeo y desarrollan el sentido rítmico

marcando el compás con la mano como un director de coro. Las composiciones que se cantan

y tocan son fáciles pero agradables al oído y adecuadas para esta gente. Su autor fue un

italiano, uno de los más famosos organistas de Roma quien, después de ser ordenado,

siguiendo su vocación abandonó su patria y se fue a América para embellecer los oficios

divinos con su arte, acomodándose a las circunstancias. Aparte de él, hay siempre algunos

entre nuestros misioneros que entienden algo de música y se esfuerzan por construir

instrumentos y enseñar a los indios a tocarlos.

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45

El orden en el cual se agrupan los feligreses en la iglesia y que es estrictamente

observado es el siguiente: A partir del enrejado del comulgatorio, forman el primer grupo los

muchachos y jóvenes que están arrodillados delante del altar, vigilados por sus capitanes o

celadores quienes son muy celosos en el ejercicio de su cargo y castigan una falta cometida

durante el culto divino en seguida que termina éste. Luego siguen los hombres cuyo grupo

llega hasta el centro de la iglesia. Detrás de ellos están postradas las muchachas con sus

inspectoras, y al final vienen las mujeres cuyas jefas observan desde la puerta a su grupo y a

la reunión entera.

Su reverencia, su silencio y su comportamiento decente en este lugar son ejemplares.

Un grande de España que se tomó la molestia de viajar a nuestro país para visitar las misiones

por orden superior y que asistió al oficio de la misa en una reducción junto con su comitiva,

no pudo contener las lágrimas cuando vio que esta gente, otrora salvaje y ahora tan devota,

rindió honores al Altísimo más respetuosamente que los cristianos de nacimiento en el Viejo

Mundo, según sus palabras.

Todos los domingos empezamos los oficios divinos con una catequesis, seguida de un

sermón y finalmente oficiamos la misa mayor. En cuanto a estos sermones, es un hecho

notable que los caciques de los indios suelan repetirlos en voz alta por la tarde del domingo

cuando oscurece y todos los ruidos [175] cesan, en la esquina de una calle, recomendando los

puntos principales a la atención de todos.

En los días de. semana hay solamente misa rezada y si el coro canta todos los días es

únicamente para no perder la práctica. Hay catequesis todos los días para los jóvenes. La

gente mayor y, los matrimonios deben también recitar algunas veces por año el catecismo

entero y quien olvidó algo es castigado. Se entiende que el sacerdote debe predicar y dictar

sus clases de doctrina cristiana tanto en la lengua masculina como en la femenina, de manera

que si se refiere en su sermón a una mujer y cita sus palabras tiene que usar la lengua

femenina, de otro modo lo que dice resultaría un disparate y la gente lo tomaría por un

ignorante en el conocimiento de su idioma. Esta particularidad lingüística es muy molesta en

vista de que hay tantas lenguas diferentes en nuestro país; tanto más carga para la memoria y

la atención significa el hecho de que la lengua principal, la de los chiquitos, se divide de

hecho en dos.

A propósito de este problema lingüístico quisiera referirme a un asunto que una

persona de mucho prestigio me relató hace poco: que en varias academias alemanas se

imprimen muchísimos libros religiosos que luego se encajonan y se mandan a las Indias para

convertir a los infieles. Habría que preguntar: ¿En qué idioma se imprimen y quiénes son los

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46

infieles que los recibirán? ¿Quién domina este idioma en Alemania y por qué se imprime tal.

cantidad de ejemplares que llama la atención de todo el mundo? Les puedo asegurar que estos

libros no sirven para nada, salvo que se distribuyan en el puerto mismo donde el barco echa

anclas, entre la tripulación y los pasajeros que vienen del país de donde la nave salió. Los

indios que viven lejos del mar, escondidos en los montes, y hablan muchas lenguas muy

diferentes entre sí no sabrían qué hacer con aquellos libros, de esto no hay ninguna duda. No

hay manera más útil y fructífera de convertir a los infieles que ir a su país, confiando en Dios

y el Evangelio. sin interés personal y sin miedo de molestias y peligros, dispuesto a aprender

su idioma, a conocer su carácter y sus costumbres v. de acuerdo con todo esto, a predicarles el

Verbo Divino con mucho trabajo, amor y paciencia; así hemos llegado con la ayuda de Dios a

convertir a los chiquitos. Los misioneros que trabajan en estos países tan apartados deben

hablar como los indios. Pero esto no es, en el fondo, nada nuevo; el mundo cristiano ha tenido

siempre esta costumbre: los apóstoles han predicado

[176] el Evangelio en la lengua de los paganos; nunca aprendieron los infieles el

idioma de los apóstoles, tampoco habrían tenido la capacidad de hacerlo. Y todos los

misioneros católicos hasta hoy han procedido de la misma manera. Por esto no necesitamos

estos cajones llenos de libros con nuevos métodos de enseñanza; será mejor que se queden en

casa o en el puerto donde el viento los llevó.

Pero sigamos hablando del culto divino. Todos los días del año se reza el rosario

públicamente en la iglesia a la hora del atardecer. También celebramos procesiones; la del

Viernes Santo es notable por la devoción de los participantes, que pasan de una estación del

calvario a otra. Cuando al principio aparece el gran crucifijo, todo el mundo empieza a gemir

y llorar para demostrar su compasión y su amor por el Salvador, origen de su salvación eterna.

Se celebran también otras procesiones que son costumbre en la iglesia católica, es

decir la de la semana de rogaciones, cuando se cantan las letanías habituales, y la de Corpus.

En el trayecto de esta procesión se levantan arcos- de triunfo de ramaje aromático, de modo

que se camina por calles verdes. También están bordeadas de bananeros los cuales se

transplantan cargados de sus racimos de frutas a los caminos de la procesión. Sobre la tierra se

esparcen frutos del campo, como choclos y diferentes clases de habas, que se recogen después

de la procesión y se distribuyen entre los ancianos que no pueden trabajar más.

En la época de la siembra llevan la simiente a la iglesia y la colocan delante del altar

para que reciba la bendición divina. Del mismo modo depositan los primeros frutos del campo

delante del altar como acción de gracias y consuman otra ofrenda en el día de los Fieles

Difuntos que luego se entrega a los ancianos e inválidos, quienes viven durante bastante

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tiempo de estas dádivas. Este mismo día, cada sacerdote celebra tres santas misas gracias a un

privilegio especial de la Santa Sede que vale también para España.

Van a confesar y comulgan más de una vez por año, particularmente en las fiestas de

Nuestro Señor y de la Reina de los Cielos. Todos los comulgantes son llevados en orden hacia

el altar por los celadores que han sido designados para conducir los grupos sin confusión y

trastornos. Cada uno camina con las manos elevadas y los ojos bajos, vestido como siempre

de manera pobre pero decente, de color blanco, descalzo, sin los adornos, como plumas o

pinturas, que usan [177] comúnmente. Resulta edificante ver un cortejo de personas tan

devotas, de vestimenta y aspecto idénticos.

Cuando se enferman, requieren 'los santos sacramentos sin demora y de corazón. Si

hay una epidemia en el pueblo u otros problemas serios que afectan a la comunidad los

comunican en voz alta a Dios en la iglesia, de modo que después de la misa se quedan un

buen rato en' su lugar, de hinojos, hablando todo el tiempo en voz alta con Dios; es una

satisfacción y un consuelo escuchar este diálogo confiado y familiar. El cielo ha retribuido a

menudo su confianza con rápidas y evidentes muestras de benevolencia. Un día, en la iglesia,

un cacique le pidió públicamente al Señor que impidiera nuevos estragos en sus campos, pues

el día anterior unos animales dañinos habían invadido- sus campos causando grave perjuicio,

dada su voracidad y su tamaño. Rezó por lo tanto: "Señor y Padre mío, ¿por qué permites que

estos animales se coman los frutos de mi campo? Sabes bien que ayudo lealmente a los

infieles que hemos alojado, hace poco, en nuestro pueblo y no ignoras que les doy de comer

generosamente. ¿Qué voy a poder dar en lo futuro a esta gente que ya desea convertirse y ser

sierva tuya si estos animales siguen haciéndome tanto daño? ¿Cómo podré entonces

ayudarlos? Querido Padre, espero que me saques de este apuro.

Con esta esperanza se fue de la iglesia a su casa, sintiéndose tranquilo. Al día siguiente

cuando amaneció salió al campo, armado de arco y flechas, para ver qué había sucedido allá

mientras tanto. Y en seguida se dio cuenta de que Dios había atendido su ruego, pues se

encontró en la entrada de su campo con dos de los animales dañinos tendidos en el suelo y sin

vida.

Otro rogaba a menudo a Dios que le acordara la gracia de una muerte feliz y que le

dejara tiempo de prepararse para la hora suprema cuando el fin se acercara. Un día vino a ver

al sacerdote a una hora inusitada, sano y salvo, y le rogó que lo acompañara a la iglesia para

confesarlo. El sacerdote preguntó el motivo de su pedido y el indio contestó: "Porque voy a

morir la próxima noche". Recibió así el santo sacramento después de purificar su conciencia y

murió verdaderamente la noche siguiente tal como lo había pronosticado y contrariamente a lo

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que cabría esperar. Tales acontecimientos y las pruebas de su devoción y su confianza en Dios

que acabo de mencionar dan a entender cuántos progresos han hecho estos pobres indios en el

conocimiento y el servicio del Señor.

[178]

CAPITULO V. DEL BUE EJEMPLO Y DE OTROS MEDIOS DE

VOLVERLOS CRISTIAOS

No bastan el conocimiento de Dios y de los artículos de fe para hacer a los indios

buenos cristianos. No podemos por lo tanto contentamos con la enseñanza de cómo hay que

honrar a Dios en su casa y tampoco con un culto divino solemne, a pesar de que es la parte

principal de la religión, sino que debemos educarlos en una moral cristiana y buscar los

medios más eficaces para ello, tomando en cuenta su carácter y su temperamento.

Los chiquitos aprecian, más que otras naciones, a la gente de edad y de cierta posición.

Aunque no existen clases :sociales entre ellos, hay caciques en cada nación, gente sesuda que

goza de particular prestigio.

Esto ya se reconoce por su lengua, pues los caciques son denominados "los hombres

propiamente dichos": ma onycica atonie. Estas palabras se usan también si alguien quiere

hacer su propio elogio y dar a entender que es algo más que los otros, pues entonces dice: ta

nonieys atonieny, yo soy un hombre en toda la extensión de la palabra o todo un hombre.

Todo esto demuestra que ya tienen un sentimiento de honor; vale la pena por lo tanto,

inculcarles el afán de reformar su vida y llegar a tener aún mejores modales. Sus caciques son,

por lo general, hombres asentados y gente honrada. En las misiones les damos todavía mayor

prestigio otorgándoles un traje de ceremonia que guardamos en la sacristía para que se lo

pongan en las fiestas mayores; tienen además un asiento más alto en la iglesia y, en todas las

reuniones, llevan en la mano un bastón al que aprecian mucho. Como ellos no pueden contar

con un pago u otra remuneración material hubo que pensar en otros medios que pudieran

incitarlos a ejercer un cargo. Las distinciones que reciben de nosotros parecen bagatelas

similares a los premios que los alumnos reciben en una escuela por su buena conducta; pero

han servido siempre muy bien para fomentar las buenas costumbres en los pueblos de

nuestros indios. Pues cuando los mayores y los. que gozan de mucho prestigio se portan bien,

arrastran también a su gente, en parte por su ejemplo, en parte por sus órdenes expresas y

reiteradas exhortaciones.

[179] Todos estos capitanes y. caciques son siempre los primeros y los más atentos en

la iglesia, los más solícitos en el trabajo y los que piensan más que los otros en el bienestar

común y obran con mayor desinterés, pues no tienen ventajas personales en virtud de su

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cargo. Son ellos quienes repiten a su gente el Evangelio que se ha predicado ese día en la

iglesia y lo comentan en la calle con todos los detalles, muchas veces en la misma forma en

que el sacerdote lo hizo. Son ellos quienes primero se levantan por la mañana y llaman a los

suyos cuando es hora de ir a misa, reuniendo su voz con la llamada de las campanas. Después

les hacen saber qué trabajos deben cumplir en común este día. Y al anochecer van por el

pueblo para cerciorarse de que todo está en orden y tranquilo. En una palabra, ayudan al

misionero eficazmente a mantener la disciplina y fomentar las costumbres cristianas, de modo

tal que la gente de su tribu se somete incluso a un castigo cuando incurrió en una falta. Es

evidente que sin disciplina no se puede vivir en una comunidad, pero hemos tenido que

proceder con suma cautela para introducirla en nuestros pueblos, en vista de que nuestros

indios, durante toda su vida, han hecho lo que se les daba la gana, no han tomado en

consideración ninguna exhortación y no se han dejado reprimir o intimidar por castigos,

cuanto menos por penas corporales. Mas todo es posible con la ayuda de Dios.

Tenemos tres grados de castigos, parecidos a los que hay en la justicia militar: castigo

corporal, cárcel y proscripción. Si los caciques se enteran de una mala acción que debería ser

castigada, informan al misionero sobre el asunto y conducen al culpable ante él, a veces hasta

a media noche, cuando temen que el delincuente trate de huir. Entonces se discute el caso de

inmediato, se lo considera y se dicta la pena que corresponde. En la administración de la

justicia, todo depende de la manera como se procede: se hace presente al reo el crimen que

cometió con toda seriedad, pero al mismo tiempo con amor paternal; se comenta la ley que

infringió y el daño que la infracción da por resultado, para que el culpable comprenda que

merece el castigo. Por irritado o furioso que esté el juez, siempre debe esforzarse por no

parecer excitado ni empezar a gritar, pues nuestros indios son muy susceptibles a este respecto

sobre todo en estas circunstancias; tampoco debe insultar al reo, tratarlo con desprecio y

descargar su ira en él, en vista de que es inútil asustarlo; no se intimida. Hay que saber

dominarse, [180] por lo tanto, porque cada uno de nuestros indios preferiría veinticinco

azotazos a una palabra desdeñosa como: ataquicirica atais, sos un necio que no sirve para

nada. No le perdonan al juez ni insultos ni improperios y si aquel los profiriera se escaparían

al monte o se vengaran en el momento oportuno, ya que son, por lo general, de carácter

pérfido. Es diferente si el culpable comprende realmente que el juez no se propone otra cosa

que su provecho y su mejora, en este caso es tratable y se somete a la condena. Cuando se

pronuncio una sentencia equitativa y la pena se aplicó, los castigados se presentan al

misionero y al cacique y les dan las gracias, diciéndoles: “Les agradezco que me hayan

abierto los ojos y les prometo mejorarme”. Algunos hasta abrazan al hombre que los castigó.

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¿Puede portarse mejor un niño bien educado frente a sus padres? Cuando se dan cuenta que el

misionero no excede los límites de una disciplina paternal y no hace otra cosa que cuidar los

intereses de ellos, sucede a menudo que alguien que se siente culpable se adelanta al cacique y

se delata al Padre, pidiéndole que le propine una paliza. Y si el Padre no tiene más gente

disponible que algunos chicos débiles, se somete a sus azotazos tanto más dócilmente, puesto

que se salva así de los golpes más fuertes del cacique y sin embargo recibe su castigo. Eso

pasa si el crimen no es grave.

Una pena más severa es la de cárcel o cepo, en el cual quedan aprisionados algunos

días. Les cuesta más cumplir esta condena que la primera porque dura más tiempo. El tercer

grado de penas es la proscripción o el alejamiento definitivo del pueblo; en este caso se

manda el reo a otra reducción en la cual debe construirse una nueva casa y talar un pedazo de

monte para cultivarlo. Este castigo les causa gran pesar, sobre todo si son desterrados de

nuestras misiones al virreinato del Perú. Pero a veces hay que imponer a un malhechor esta

pena, pues un vicio que se exhibe en público es fatal como la peste en una comunidad y no

menos contagioso si no se toman las medidas necesarias.

Además de estos medios de sustentar la moral cristiana entre los indios y de incitarlos

a perfeccionarse, tenemos otros, por ejemplo representaciones teatrales en días de fiestas

mayores, las cuales ofrecen una historia edificante, interpretada por alumnos de la escuela, a

los que preparamos especialmente para estos espectáculos. Hace poco se estrenó la historia de

la conversión de un pagano, Eustaquio, quien más tarde fue canonizado. Se hizo ver como

llegó a abrazar el catolicismo [181] junto con sus hijos Agapito y Theospito y toda su casa:

fue exhortado a hacerse cristiano por Jesucristo mismo cuya imagen se le apareció entre los

cuernos de un ciervo mientras estaba cazando. Este episodio que la historia de la Iglesia relata

parecía particularmente adecuado para los indios quienes pasan la vida entera cazando en el

monte. No tuvimos que preparar el decorado pues la reducción está rodeada de monte,

solamente hubo que talar una zona para que se ubicara al público. El idioma del diálogo y del

texto de las canciones era e¡ chiquito. La gente de nuestro pueblo pidió muchas veces que

repitiera el espectáculo y le dijo al misionero: "Déjanos ver se otra vez a Eustaquio para que

entendamos mejor el amor de Jesucristo, nuestro padre, y nos arrepintamos de nuestra

ingratitud con la cual pagamos los beneficios que recibimos de él". Lloraron también a su

manera durante la función, es decir, no derramando lágrimas sino jadeando y suspirando, pues

muy raras veces lloran a lágrima viva. En otra oportunidad representamos la historia de San

Francisco Javier, el apóstol de los indios, otro caso de un alma con ansias de bienaventuranza.

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Este espectáculo fue un verdadero melodrama. Dios nos inspiró la idea de componerlo y

gracias a El dio buenos frutos.

Para que la tribu conviva en perfecta armonía y uno sienta simpatía hacia el otro, se ha

introducido la costumbre de que todos visiten en ciertos días de fiesta a su cacique y coman

con él. En estas comidas y en los banquetes de sus bodas cristianas, cada persona trae en una

fuente de loza su comida y se sienta en el suelo, sin que necesite mantel, cuchillo o tenedor,

sólo provisto de una concha que se usa para comer lo que cada uno ha traído de su casa. Lo

que tienen en sus fuentes puede ser carne de mono o cocodrilo, preparada en la manera

particular que tienen para cada clase de animal. Después de comer, toman una bebida, llamada

chicha, que el dueño de casa les ofrece. Y al final el cacique pronuncia un discurso sobre los

asuntos de la comunidad; acto seguido, todos van tranquilamente a casa.

Para practicar la caridad cristiana, suelen hospedar a cualquier visitante de otro pueblo

cristiano con la mayor atención, aunque no lo hayan visto nunca anteriormente; de otro modo

el forastero no encontraría alojamiento, pues no hay fondas en nuestras reducciones. A veces

sucede que la primera persona que encuentra al visitante en el camino hacia el pueblo, lo

invita a entregarle su hamaca, que cada viajero lleva a cuestas ya que le sirve de cama.

Entonces el forastero lo sigue a su [182] casa, donde se le ofrece, con la mayor complacencia,

comida y bebida, sin esperar recompensa alguna.

Cuando llegan al pueblo nuevos indios, provenientes del monte donde han vivido

como paganos, el misionero aprovecha la oportunidad para exhortar, rogar y conminar a los

que ya han sido bautizados a cuidarse de todo lo que podría servir de mal ejemplo; les

advierte que todos, jóvenes y viejos, caciques y gente ordinaria, hombres y mujeres deben dar

buen ejemplo y que esto es de la mayor importancia. Los infieles son torpes y no pueden, al

principio, distinguir entre la doctrina y las actitudes que observan. Imitan lo que ven ya que

los ojos son sus guías. Los niños de los recién llegados son repartidos entre las familias

cristianas y reunidos con los chicos y chicas de su edad. De este modo no sólo aprenden el

idioma común, el chiquito, sino que se acostumbran también a trabajar y van creciendo,

observando disciplina y obediencia frente a sus jefes y celadores quienes los vigilan y guían

constantemente. También en los infieles adultos surte singular efecto el buen ejemplo de los

cristianos. Este medio eficaz ahorra al misionero muchas palabras y gran trabajo, ya que se

toman mucho más a pecho lo que ven en otros que lo que oyen de parte del Padre. Por lo

tanto, los misioneros insisten en la necesidad de un comportamiento ejemplar de sus

feligreses, particularmente en la época de las expediciones al monte. Les hacen patente con

argumentos y parábolas adecuadas a la medida de su capacidad intelectual y a la modalidad de

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su lengua, que Cristo, nuestro padre y salvador, se ha hecho hombre para mostrar a la

humanidad el camino hacia el cielo, no sólo con su enseñanza y sus sermones, sino con el

ejemplo que dio, pues en aquel entonces no había nadie que pudiera persuadir a la gente con

palabras a reformar su vida, sino que se necesitaba el ejemplo genuino del Hijo de Dios para

cambiarlos. Por eso todos los cristianos deberían seguir a su maestro en este sentido y mostrar

con su buen ejemplo el camino recto a sus pobres hermanos ciegos e infieles. Así, por su buen

comportamiento abrirían una senda, otros seguirían su huella y cuanto más gente anduviera

por este camino, tanto más firme se haría. En este caso, como en otros, se impondría

solamente lo que hicieran no unos pocos sino muchos y no de vez en cuando sino

constantemente.

Se les recuerda además cuántas veces han oído ya en la doctrina cristiana la máxima

reconocida y aprobada por ellos [183] mismos que hay que practicar las virtudes cristianas

públicamente en alabanza de Dios y en consuelo de los prójimos. ¿Y no vale lo que se ha

tenido por verdadero en la iglesia y la doctrina cristiana también en casa y en la calle? ¿No

debe extenderse la fuerza de la palabra divina más allá del púlpito? Saber el catecismo de

memoria no basta, hay que practicarlo en la vida pues las costumbres deben ser acordes con

él; ningún verdadero cristiano debe vacilar en hacerlo. Nuestra fe católica necesita hombres

enteros, sin miedo o vergüenza de ostentar costumbres cristianas delante de fieles e infieles.

No ha dicho el Hijo de Dios que reconocerá como suyo! delante de su padre divino a todos los

que se han declarado sus discípulos delante de los hombres? Por lo tanto, el que no quiere dar

un buen ejemplo para el pueblo y comete malas acciones, no sólo se causa daño a sí mismo,

sino también a los otros y particularmente a los recién llegados. Nunca van a creer en las

palabras y la doctrina del cura si ven que los que ya se hicieron cristianos no cumplen con los

mandamientos. Los cristianos mismos corren peligro de perder la fe a causa de su mal

comportamiento, pues no hay nada peor para la fe que una conducta deshonesta y al diablo no

le cuesta nada inducir la apostasía en un cristiano licencioso. ¿No han visto ellos mismos que

todos aquellos que hicieron apostasía de la fe cristiana y volvieron al monte ya habían pecado

antes contra las buenas costumbres? Por lo tanto es deber de cada cristiano hacer todo lo

posible para animar por su buen ejemplo a los infieles que piensan convertirse; así se

adaptarán ellos más rápido a la vida cristiana, teniéndola constantemente presente. Los

cristianos deben irradiar la luz que muestra el camino recto a los que vienen de la oscuridad.

Y como hijos de la luz deben andar ellos mismos por este camino en beneficio de ellos y de

los otros, ya que una de las obras más meritorias es colaborar en la conversión de los paganos.

Este es el ruego insistente del misionero que ya ha prodigado esfuerzos sobrehumanos en

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penosos viajes por tierra y por mar para llegar a los infieles y traerlos del monte al pueblo y,

al mismo tiempo, es la súplica del Salvador y padre cariñoso quien ha muerto en la cruz para

rescatar a estas almas con su sufrimiento y su muerte; también El solicita a los que ya

recibieron el bautismo el mayor empeño para evitar que los recién llegados del monte se

pierdan otra vez. Ni una sola alma debe ser escandalizada y seducida.

Estas amonestaciones surten efecto, por lo general, ya que [184] todos tratan de acoger

a los recién venidos amistosamente, con complacencia y caridad, y se esfuerzan en no dejarlos

ver nada que los pudiera escandalizar. De este modo se mantiene la moral del pueblo entero.

Los que ya son cristianos serán más constantes en su fe y su comportamiento para alumbrar

mejor el camino a los que los siguen y los infieles recién llegados empezarán a deshacerse de

sus costumbres bárbaras y bestiales, para adaptarse a la vida cristiana, guiados por la luz de

los otros e imitando su buen ejemplo. Todo el pueblo estará unido en la fe y en la obediencia a

los mandamientos y vivirá en armonía bajo la ley divina que le ayudará a su eterna salvación.

No queremos otra cosa que llegar a esta meta después de tantas penas, viajes, trabajos

y tentativas de inventar y aplicar siempre nuevos recursos. ¿Y quién puede dudar que estos

indios recién convertidos llegarán al cielo en recompensa de su vida devota, antes que muchos

viejos cristianos, educados en la fe desde jóvenes, y lo poblarán en gran cantidad? Nosotros,

los misioneros, esperamos verlo un día para gran consuelo nuestro.

El número de cristianos en nuestras misiones crecía año a año, especialmente en el

último que pasamos entre los chiquitos, ya que se nos asoció, sólo ocho meses antes de mi

partida, una nación de quince mil almas, llamada guanás, a la cual predicamos y comentamos

el Evangelio en su propio país. No voy a entrar en detalles sobre mi viaje de regreso para que

mi relato no sea demasiado largo y no se abuse de la, paciencia del lector. Diré solamente que

mi vuelta a Alemania fue dos veces más larga y penosa que el viaje de ida. Pues he tenido que

viajar de las misiones chiquitas por tierra unas seiscientas millas hasta Lima, la capital del

gran virreinato del Perú, y de allá di la vuelta por toda América en barco doblando el famoso

Cabo de Hornos que se encuentra a sesenta y dos grados de latitud sur. Eso fue en el año 176

en el mes de junio, cuando la noche en el hemisferio austral es más larga y el frío más intenso.

Después de un viaje de larguísima duración el barco entró finalmente en el puerto militar

español de Cádiz.

Termino aquí mi relato sobre el país de los chiquitos y nuestras misiones entre

aquellos indios. Todo lo que he referido concierne solamente a esta nación, no a otros infieles

y sus países. Las circunstancias, los caracteres de las naciones y la [185] naturaleza de sus

países son muy diferentes en América, pero la experiencia y la inspiración divina dan a

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conocer en cualquier parte cómo hay que introducir la fe cristiana y cuáles son, en cada caso,

los medios indicados. Dios no se equivoca nunca cuando nos sugiere cómo debemos abordar

una cosa y cómo concluirla, ya que todo sirve para su honor y la salud de las almas humanas.

Recomiendo el país y los habitantes de nuestras misiones a mi queridísimo amigo para que los

incluya en sus oraciones y estoy a su disposición con la mayor complacencia si me necesita.

Descansando en el beneficio que me fue otorgado espero sus órdenes.

Su humilde servidor, J. Knogler, Altötting