VI. DEPENDENCIA O LIBERACIÓN,...

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VI. DEPENDEN CIA O LIBERAC IÓN, 1966-1976 El ensayo autori tario Un ampli o conse nso acomp añó al golpe del 28 de junio de 1966: los grand es secto res empre sario s y tambi én los media nos y peque ños, la mayor ía de los parti dos polít icos —con excep ción de los radicale s, socia lista s y comun istas— y hast a mucho s grupo s de extre ma izqui erda, satisfecho s del fin de la demo craci a "bur guesa ". Perón abrió una carta de crédi to, aunqu e recom endó "dese nsil lar hasta que aclar e", los polít icos peron istas fuero n algo más explíci tos y los sindi calis tas se most raron franc ament e esperan zados y concu rrier on a la asunc ión del nuevo pres idente , espe culan do con la persi stenc ia del tradi ciona l espacio para la negoc iació n y la presió n, y quizá con las posib les coinc idenc ias con un milit ar que —corno aquel otro — ponía el acent o en el orden , la unida d, un cier to pater nali smo y un defin ido antic omun ismo. Este crédi to ampli o y varia do tenía que ver con la indefin ición inici al entre las diver sas tende ncias que coexi stían en el gobi erno. El estad o mayo r de las grand es empresas —el estab lishm ent econó mico — tenía inte rlocu tores direc tos en mucho s jefes mili tares . Otros —sobre todo los que rode aban al gener al Ongan ía— se nutrí an en cambi o de una conce pción mucho más tradi ciona l, deri vada en parte del viejo nacio nali smo pero sobre todo de las doctrina s corpo rativ istas u organ icist as que se estab an abrie ndo paso entre la nueva dere cha. Las contr adicc iones profu ndas entre corpo rati vista s y libe rales (que ni creía n en las liber tades indiv iduales ni en el liber alism o econó mico ortod oxo) se disim ulaba n en una red de contacto s socia les e ideas mezc ladas , tejid as en la Escue la de Econo mía de la Unive rsida d Cató lica, el Inst ituto de Cienc ias Polít icas de la Unive rsida d del Salva dor o en los cursillos de crist ianda d que la Igles ia —lanza da a la con quist a de los grupo s diri gente s y hábi l para disim ular las difer encia s— organ izaba para milit ares, jóven es empresario s o "tecn ócrat as de sacri stía" . Así, de momen to priva ron las coinc idenc ias. Era necesario reor ganiz ar el Estad o, hace rlo fuert e, con auto ridad y recur sos, y contr olabl e desde su cima. Para unos, era la condi ción de un reord enam iento econó mico que usara las tradi ciona les herra mient as keyne siana s para rompe r los bloqu eos del crec imien to. Para otros , era la condi ción de un reord enam iento de la socie dad, de sus mane ras de organi zació n y repre senta ción, que liqui dara las forma s políti cas del liber alism o, juzga das nefas tas, y crear a las bases para otra s, natur ales, orgán icas y jerár quica s. La prime ra fase del nuevo gobie rno se carac teriz ó por un "sho ck auto ritar io". Se proc lamó el comie nzo de una etapa revol ucion aria, y a la Const ituci ón se le adosó un Estat uto de la Revol ución Argen tina, por el cual juró el gener al

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  • VI. DEPENDEN CIA O LIBERAC IÓN,1966-1976

    El ensayo autori tario

    Un amplio consenso acompañó al golpe del 28 de junio de 1966: los grandessecto res empresarios y también los medianos y pequeños, la mayor ía de lospartidos polít icos —con excepción de los radicales, socia listas y comun istas—y hasta muchos grupos de extrema izquierda, satisfechos del fin de lademocracia "burguesa". Perón abrió una carta de crédi to, aunque recomendó"desensil lar hasta que aclare", los polít icos peron istas fueron algo másexplíci tos y los sindicalis tas se mostraron francamente esperanzados yconcurrieron a la asunc ión del nuevo pres idente , especulando con lapersistenc ia del tradiciona l espacio para la negoc iación y la presión, y quizácon las posib les coinc idenc ias con un militar que —corno aquel otro— poníael acento en el orden , la unidad, un cier to paternalismo y un defin idoanticomunismo.

    Este crédi to amplio y variado tenía que ver con la indefin ición inicial entre lasdiversas tendencias que coexistían en el gobierno. El estado mayor de lasgrandes empresas —el estab lishment económico— tenía interlocutoresdirec tos en muchos jefes mili tares. Otros —sobre todo los que rodeaban algeneral Onganía— se nutrían en cambio de una concepción mucho mástradicional, derivada en parte del viejo nacionalismo pero sobre todo de lasdoctrinas corporativ istas u organ icistas que se estaban abriendo paso entre lanueva derecha. Las contradicc iones profundas entre corporativistas y liberales(que ni creían en las liber tades indiv iduales ni en el liberalismo económicoortodoxo) se disimulaban en una red de contactos socia les e ideas mezcladas,tejidas en la Escue la de Economía de la Unive rsidad Católica, el Inst ituto deCienc ias Polít icas de la Universidad del Salvador o en los cursillos decrist iandad que la Igles ia —lanzada a la conquista de los grupos dirigentes yhábi l para disimular las diferencias— organ izaba para militares, jóvenesempresarios o "tecnócratas de sacristía" .

    Así, de momento priva ron las coinc idenc ias. Era necesario reorganizar elEstado, hacerlo fuerte, con autoridad y recursos, y controlable desde su cima.Para unos, era la condición de un reordenamiento económico que usara lastradiciona les herramientas keynesianas para romper los bloqueos delcrecimiento. Para otros , era la condición de un reordenamiento de lasociedad, de sus maneras de organización y representación, que liquidara lasformas políticas del liberalismo, juzgadas nefas tas, y creara las bases paraotras, naturales, orgán icas y jerárquicas.

    La primera fase del nuevo gobierno se carac terizó por un "shock autoritar io".Se proc lamó el comienzo de una etapa revolucionaria, y a la Const itución sele adosó un Estatuto de la Revolución Argentina, por el cual juró el general

  • Juan Carlos Onganía, presidente designado por la Junta de Comandantes,que se mantuvo en el poder hasta junio de 1970. Se disolvió el Parlamento —el pres idente concentró en sus manos los dos poderes— y también lospartidos polít icos, cuyos bienes fueron confiscados y vendidos , para confi rmarlo irreversib le de la clausura de la vida polít ica. Los militares mismos fueroncuidadosamente apartados de las decis iones polít icas, aunque en cuestionesde segur idad se insti tucionalizó la representación de las armas por la vía desus Comandantes. Los minis terios fueron reduc idos a cinco, y se creó unasuerte de Estado Mayor de la Presidencia, integrado por los Conse jos deSegur idad, Desarrollo Económico y Cienc ia y Técnica, pues en la nuevaconcepción el planeamiento económico y la investigación cient ífica seconsideraban insumos de la segur idad nacional.

    Unif icadas las decis iones, se comenzó a encorcetar la sociedad. La represióndel comunismo —uno de los temas que unía a todos los sectores golp istas—se extendió a todas aquel las expresiones del pensamiento crítico, dedisidencia o hasta de diferencia . El blanco princ ipal fue la Universidad, queera vista corno el lugar típico de la infiltración, la cuna del comun ismo, el lugarde propagación de todo tipo de doctrinas disolventes y el foco del desorden,pues se consideraba que las manifestac iones en reclamo de mayorpresupuesto eran un caso de gimnasia subvers iva. Las universidades fueronintervenidas y se acabó con su autonomía académica. El 29 de julio de 1966,en la "noche de los bastones largos", la polic ía irrumpió en algunas facultadesde la Universidad de Buenos Aires y apaleó a alumnos y profesores. A esteimpromptu, grave, simbó lico y premonitor io, siguió un movim iento importantede renuncias de docentes. Muchos de ellos conti nuaron con sus traba jos en elexterior y otros procuraron traba josamente reconstrui r, subterráneamente, lasredes intelectua les y académicas, por lo general en espac ios recoletos, quealguien comparó con las catacumbas. Mientras tanto en las univers idadesreaparecieron los grupos tradiciona listas, cler icales y autoritar ios que habíanpredominado antes de 1955.

    La censura se extendió a las manifestac iones más diversas de las nuevascostumbres, como las minifaldas o el pelo largo , expresión de los males que,según la Iglesia, eran la antesala del comun ismo: el amor libre , la pornografía,el divorcio. Al igual que en el caso de la Universidad , venía a descubrirse queamplias capas de la sociedad coinc idían con el diagnóstico de los mili tares ode la Iglesia acerca de los peligros de la modernización inte lectual y con laneces idad de usar la autor idad para exti rpar los males .

    Los gestos de autor idad se repit ieron en ámbitos elegidos arbit rariamente,donde más visib le era la generosidad del Estado, o su debi lidad frente a laspresiones corporativas. Antes de que se hubie ra definido una polít ica eco-nómica, se procedió a reduc ir drást icamente el personal en la admin istraciónpúbl ica y en algunas empresas del Estado, como los ferrocarri les, y se realizóuna sustancial modif icación de las condiciones de traba jo en los puertos, parareducir los costos. Otra medida espec tacular fue el cierre de la mayor ía de los

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  • ingen ios azucareros en la provincia de Tucumán, que venían siendoampliamente subsidiados, con el propósito de racionalizar la producción . Entodos los casos la protesta sindical, que fue intensa, resul tó acallada conviolencia, y si bien no se derogó la lev de Asociaciones Profesiona les —setrataba del punto princ ipal de la disputa entre corporativistas y liberales—sesancionó una de Arbit raje Obligatorio, que condicionaba la posib ilidad deinic iar huelgas. Poco quedaba de las esperanzas de los sindicalis tas,rudamente golpeados por la polít ica autor itaria. En febre ro de 1967 lanzaronun Plan de Acción, que recordaba el Plan de Lucha montado contra Illia . Peroen la ocasión tropezaron con una respuesta muy fuerte: despidos masivos,reti ros de personería sindical, intervenciones a los sindicatos y el uso de todoslos resor tes que la ley le daba al Estado para controla r al gremialismo dísco lo.El paro tuvo por otra parte escasa repercusión y la CGT debió reconocer suderro ta total y suspender las medidas.

    El gobierno había encontrado la fórmula polít ica adecuada para operar la granreest ructuración de la sociedad y la economía. Con la clausura de la escenapolí tica y la corporativa había puesto fin a la puja secto rial, dejandodesco locado al sindicalismo vandorista , protagonis ta princ ipal de ambasescenas, y hasta al propio Perón, que se tomó unas vacac iones polít icas.Acallado cualquier ámbito de expresión de las tensiones de la sociedad, y aunde las mismas opiniones, podía diseñar sus polí ticas con tranquilidad, sinurgencias —la revolución no tiene plazos, se decía — y con un instrumentoestatal poderoso en sus manos.

    Pero en los seis primeros meses , y más allá de aquellas accionesespec taculares, no se había adoptado un rumbo claro en mater ia económicapues el equipo designado —de orien tación vagamente socia l crist iana— es-taba lejos de conformar al estab lishment. El confl icto se resolvió en diciembrede 1966 en favor de los llamados liberales. El general más afín a ellos , JulioAlsogaray —hermano de Alvaro— fue designado comandante en jefe delEjérc ito, y Adalbert Krieger Vasena, minis tro de Economía y Traba jo. Setrataba de un economista surgido del riñón mismo de los grandes gruposempresarios, con excelentes conex iones con los centros financieros in-ternaciona les y de capac idad técnica reconocida. Krieger ocupó el centro delgobie rno —su influencia se extendía a los minis terios de Obras Públ icas y deRelac iones Exteriores—, pero debió seguir enfrentándose con los gruposcorporativistas, que se concentraron en el Minis terio de Inter ior —donde semanejaba la educación, tema clave para la Igles ia— y la Secretaría Generalde la Presidencia.

    El plan de Krieger Vasena, lanzado en marzo de 1967, coinc idiendo con ladebac le de la CGT, apuntaba en primer término a superar la crisi s cícli ca —menos aguda que la de 1962-1963—, y a logra r una estabil ización prolongadaque eliminara una de las causas de la puja sectorial. Más a largo plazo , seproponía racionalizar el funcionamiento de la economía toda y faci litar así eldesempeño de las empresas más eficientes , cuya imposición sobre el

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  • conjunto acabaría defin itivamente , en este terreno, con empates y bloqueos.

    Contaba para ello con las poderosas herramientas de un Estadoperfeccionado en sus orien taciones intervenc ionistas. En el caso de lainflación se recur rió a la autoridad estatal para regular las grandes variables,asegurar un período prolongado de estab ilidad y desalentar las expectativasinflacionarias. Somet idos los sindicatos, se congelaron los salar ios por dosaños, luego de un módico aumento, y se suspendieron las negoc iacionescolectivas. También se conge laron tarifas de servicios públ icos ycombustibles, y se estab leció un acuerdo de precios con las empresas líderes.El déficit fisca l se redujo con las raciona lizac iones de personal y unarecaudación más estricta, pero sobre todo porque se estab leció una fuertedevaluación del 40% y una retención similar sobre las expor tacionesagropecuarias. Con esta medida, la más impor tante en lo inmed iato, se logróa la vez arreglar las cuentas del Estado, evita r el alza de los alimentos,impedir que la devaluación fuera aprovechada por los sectores rurales yasegurar un período prolongado de estab ilidad cambiaria, reforzado porpréstamos del Fondo Monetario y una impor tante corr iente de inversiones decorto plazo. Todo ello permi tió estab lecer el mercado libre de cambios. En loinmed iato, los éxitos de esta polí tica de estab ilizac ión fueron notab les: amediados de 1969 la inflación se había reducido drást icamente, aunqueseguía siendo elevada para los niveles de los países centrales, y las cuentasdel Estado estaban equi libradas, lo mismo que la balanza de pagos.

    Otros poderosos instrumentos de intervención estatal fueron util izados paramantener el nivel de la activ idad económica y estimular a los secto resjuzgados más eficientes. No hubo restr icción monetaria ni credi ticia . Lasinversiones del Estado fueron considerab les, parti cularmente en obraspúbl icas: la represa hidroeléct rica de El Chocón, que debía soluc ionar elfuerte défic it energético, puentes sobre el Paraná, caminos y accesos a laCapital, a lo que se sumó un impulso similar de la const rucción privada. Lasexportaciones no tradiciona les fueron benef iciadas con reintegros deimpuestos a insumos impor tados. Se estimuló la eficiencia general de laeconomía mediante una reducción, ciertamente selec tiva, de los aranceles yla eliminación de subsidios a economías regionales, como la azucareratucumana o la algodonera chaqueña. También aquí los éxitos globa les fueronnotab les: creció el producto bruto , sosteniendo la tendencia de los añosanter iores , la desocupac ión fue en general baja —aunque lasreest ructuraciones crearon bolsones de alto desempleo—, los salar ios nocayeron notab lemente y la inversión fue en general alta, aunque concentradaen obras públ icas. No hubo un movim iento inversor privado sostenido, demodo que hacia 1969 el crecimiento parec ía alcanzar su techo.

    El secto r más concentrado —predominan temente extranjero — resul tó elmayor benef iciar io de esta polít ica, que además de estab ilizar, apuntaba areest ructurar profundamente el mundo empresario y a consolidar de mododefin itivo los cambios esbozados desde 1955. Muchas de las empresas

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  • insta ladas en la época de Frondizi empezaron • por entonces a producir apleno, pero además hubo compras de empresas nacionales por parte deextranjeras —se notó en bancos o tabacaleras— de manera que ladesnaciona lizac ión de la economía se hizo más manif iesta. Sin renunciar a lasventa jas de los regímenes de promoción con que se insta laron , estasempresas se benef iciaron con la situación de estab ilidad, en la cual podíanhacer pesar sus venta jas en organizac ión, planeamiento y racionalidad. Lasgrandes obras públicas reali zadas en esta etapa generalmente soluc ionabansus problemas de transporte o energía, a la vez que creaban oportunidadesatrac tivas para las que empezaban a opera r como contrati stas del Estado, unrubro llamado a crecer considerablemente .

    En cambio, la lista de perjudicados fue amplia. A la cabeza estaban lossecto res rurales; si bien se los estimuló a la modernización y tecni ficac ión —aeso apuntaba el temido impuesto a la "renta potencial"— se sintieronperjudicados por lo que consideraban un despo jo: las fuertes retenciones a laexportación. Los secto res empresarios nacionales —que hacían oír su voz através de la Confederac ión General Económica— se quejaban de fal ta deprotección y se lamentaban de la desnacionalización. Economías provincialesenteras —Tucumán, Chaco, Misiones— habían recib ido verdaderos mazazosal suprimirse protecciones tradiciona les. La lista de malt rechos se completabacon amplios secto res medios, perjudicados de formas varias, desde laliberación de los alquile res urbanos hasta el avance de los supermercados enla comerciali zación minor ista, y naturalmente con los traba jadores.

    La nueva polít ica modif icaba profundamente los equi librios —cambiantes peroestab les— de la etapa del empate, y volcaba la balanza en favor de losgrandes empresa rios. La utili zación del más tradicional de los instrumentos depolí tica económica —la transferencia de ingresos del secto r rural tradiciona l alsecto r urbano—operaba de un modo nuevo: en lugar de alimentar a éste porla vía del mayor consumo de los traba jadores y la expansión del mercadointerno —clásica en las alianzas distribucionistas entre empresarios ytraba jadores— lo hacía por la expansión de la demanda autónoma:inversiones, exportaciones no tradiciona les, y un avance en la susti tución deimportaciones. Como ha señalado Adolfo Canitrot, se trataba del proyectopropio y espec ífico de la gran burguesía, que sólo en estas circunstanciassocia les y políticas podía ser propuesto. Sostenido por quienes gustaban dellamarse liberales, era en realidad una polít ica que si bien achicaba lasfunciones del Estado benefactor , conservaba y aun expandía las del Estadointervenc ionis ta. Ni los empresarios querían renunciar a esa poderosapalanca, ni los militares hubieran aceptado el achique de aquellas partes delEstado con las que más fáci lmente se identificaban: las empresas militaresorien tadas de una u otra manera a la Defensa y las mismas empresas delEstado, que con frecuencia eran llamados a admin istrar. En estos años laexpansión del Estado parecía perfectamente funciona l con la reest ructuracióndel capitalismo, pero probablemente no se ocultaban a sus benef iciarios lospeligros potenciales de conservar activa una herramienta tan poderosa.

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  • A lo largo de 1968 empezaron a notarse los primeros indic ios del fin de la paxromana. En marzo , un grupo de sindicalis tas contestata rios, encabezados porRaimundo Ongaro, dirigente gráfico de orien tación socia l crist iana, ganó laconducción de la CGT, aunque de inmediato los dirigentes más tradiciona lesla divid ieron. Pero a lo largo de 1968 la CGT de los Argentinos —en torno dela cual se reunieron activistas de todo tipo— encabezó un movimiento deprotesta que el gobie rno pudo controlar combinando amenazas yofrec imientos. Esta emergencia contesta taria reunió a dos grupos dedirigentes hasta ese momento enfrentados: el tradiciona l núcleo vandorista ,carente de espac io para su polít ica, y los llamados "participacion istas",dispuestos a aceptar las reglas del juego impuestas por el régimen y a asumi rsu función de expresión corporativa, ordenada y despo litizada, del sectorlaboral de la comun idad. En ellos centraban sus ilusiones quienes rodeaban aOngan ía: concluida la reest ructuración económica —pensaban—, era posib leinic iar el "tiempo socia l", con el apoyo de una CGT unida y domesti cada. Estacorr iente , con representación en el Ejército, pero fuerte sobre todo por sucercanía a la Presidencia, se sumó a otra alimentada por las protestas cadavez más generales de la sociedad. Los secto res rurales eran fáci lmenteescuchados por los jefes militares, y también los secto res del empresariadonacional, capaces de tocar una fibra todavía sensible en ellos : frente a lapolí tica económica imperante hay otra alternativa, decían; es posib le undesarrollo más nacional, algo más popular y más justo.

    Todas estas voces, poco orquestadas todavía, pusieron en tensión la relac iónentre el presidente y su ministro de Economía. A mediados de año, Onganíarelevó a los tres Comandantes y reemp lazó a julio Alsogaray —consp icuoliberal— por Alejandro Lanusse, de momento menos defin ido. Las voces delestab lishment salieron a defender a Krieger Vasena, comenzaron a quejarsedel excesivo autor itarismo de Ongan ía, de sus veleidades corporativ istas yautor itarias, y empezaron a pensar en una salida polí tica, para la que seofrec ía el general Aramburu y hacía su aporte el nuevo delegado personal dePerón , Jorge Danie l Palad ino. Cuando en mayo de 1969 estalló el breve peropoderoso movimiento de protesta —el Cordobazo—, el único capital deOngan ía, el mito del orden , se desvaneció .

    La primavera de los pueblos

    El esta llido ocurr ido en Córdoba en mayo de 1969 vino precedido de una olade protestas estud ianti les en diversas universidades de provincias —enCórdoba murió un estud iante , Santiago Pampillón—, y de una fuerte agitaciónsindical en Córdoba, centro indus trial donde se concentraban las princ ipalesfábri cas de automotores. Activismo estud ianti l y obrero —componentesprinc ipales de la ola agita tiva que se iniciaba— se conjugaron el 29 de mayode 1969. La CGT local reali zó una huelga general y grupos de estud iantes y

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  • obreros —con aportes masivos de las fábr icas automotrices— ganaron elcentro de la ciudad, donde se sumó mucha otra gente. La fort ísima re presiónpolic ial generó un violento enfrentamiento: hubo barr icadas, hogueras paracombatir los gases lacrimógenos y asaltos a negoc ios, aunque no pilla je. Lamult itud, que controló varias horas el casco central de la ciudad, no teníaconsignas ni organ izadores —sindicatos, partidos o centros estud ianti lesfueron desbordados por la acción— pero se comportó con rara ef icacia,dispersándose y reagrupándose. Finalmente intervino el Ejérc ito, conllamativa demora, y recuperó el control, salvo en algunos reductos —como elbarr io universitario del Clínicas—donde francotiradores jaquearon a losmilitares un día más, mient ras los manifestantes reaparecían en los subur bios,armando barricadas o asaltando comisarías . Lenta mente , el 31 de mayo serestableció el orden. Habían muerto entre veinte y trein ta personas, unasquinientas fueron heridas y otras tresc ientas deten idas. Con sejos de Guerracondenaron a los princ ipales dirigentes sindicales —corno Agust ín Tosco — enquienes se hizo caer la responsabilidad.

    Como acción de masas, el Cordobazo sólo puede ser comparado con laSemana Trágica de 1919, o con el 17 de octubre, con la diferencia de que eneste último caso la polic ía apoyó y custodió a los traba jadores. Como éste, fueel episodio fundador de una ola de movi lización social que se prolongó hasta1975. Por eso, su valor simbó lico fue enorme, aunque de él se hicieronlecturas diversas, desde el poder , desde las estructuras sindicales o polít icasexistentes o desde la perspectiva de quienes, de una u otra manera, seident ificaban con la movi lizac ión popular y extraían sus enseñanzas de lajornada. Pero cualquiera fuera la interpretación, un punto era indudable: elenemigo de la gente que masivamente salió a la calle era el poder autor itario,detrás del cual se adivinaba la presencia mult iforme del capital.

    La ola de movi lizac ión socia l que inauguró el Gordo -bazo se expresó demaneras diversas. Una de ellas fue un nuevo activ ismo sindical, que semanifestó primero en la zona de Rosar io o sobre todo en Córdoba, donde sedestacaban las plantas de las grandes empresas estab lecidas luego de 1958,espec ialmente las automotrices. Con obreros estables, especiali zados yrelat ivamente bien pagos, los confl ictos no se limitaron a lo salar ial —dondese agotaba el sindicalismo tradiciona l— y se extendieron a las condiciones detraba jo, los ritmos, los sistemas de incentivos, las clasifi caciones y categorías.Estas cuest iones , vita les para las grandes empresas, lo eran sobre todo paralas automotrices, que después de una insta lación masiva e improvisadadebían afrontar, desde 1965, un duro proce so de racionalización , de modoque los motivos de conflicto eran permanentes. Esas mismas empresas —empeñadas en debil itar el control sindical — habían logrado autor ización delgobierno para negoc iar parti cularmente sus convenios de traba jo —eludiendoel convenio nacional— e incluso para crear sindicatos por planta, comoocurr ió con las de Fiat. Inicialmente esto debi litó a las organ izacionessindicales, pero a la larga permi tió que surgieran conducciones conorien taciones marcadamente diferentes de las del sindicalismo nacional, tanto

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  • en sus objet ivos como en sus métodos. Mient ras aquél se limitaba a negoc iarlos salar ios y afirmaba su control en la desmovilización , la cooptación y elmaton ismo, los nuevos dirigentes gremiales ponían el acento en lahonestidad , la democracia interna y la atención de los problemas de la planta.

    Una movil ización que escapaba a los límites y controles de las burocraciasgremiales y un tipo de demandas novedoso fueron configurando unsindicalismo singular, circunscr ito al princ ipio a los centros indus triales nuevospero extendido, hacia 1972, a las zonas más tradiciona les del Gran BuenosAires , hasta entonces mejor controladas por el apara to gremial puesto endiscusión. En ese ámbito era posib le pasar de las reivindicaciones concretas aun cuest ionamiento más ampl io de las relaciones socia les y de la mismapropiedad. Los sindicalistas de SITRAC y SITRAM —los sindicatos de laautomotriz Fiat— o de SMATA, el gremio de los mecán icos, en Córdoba,fueron espon táneamente "clas istas" antes de que el cúmulo de militantes deizquierda, de las tendencias más variadas, que se congregó en torno de ellosle diera a esta acción una defin ición más extensa. Pero además, era unaacción gremia l fuertemente transgresora, al borde de la "violencia", queinclu ía ocupaciones de plantas y toma de rehenes, y con una gran capac idadpara movi lizar al resto de la sociedad, sobre todo en las ciudades, donde lafábri ca ocupaba un lugar muy visib le, y cuando en un paro activo lostraba jadores salían a la calle convocando a la solidaridad.

    Por entonces, ya muchos salían a la calle . Poco después del Cordobazo huboepisodios similares en Rosar io —el Rosar iazo— y en Cipol letti , en la zonafrutícola del Valle del Río Negro; los episodios se repit ieron luego en Córdobaen 1971, en Neuquén y en General Roca, y adquirieron una magnitud notab leen Mendoza en julio de 1972. La misma agitación se advertía en las zonasrurales, sobre todo en las no pampeanas, como el Chaco, Misiones oFormosa, donde arrendatarios y colonos, presionados por los desalo jos o losbajos precios del algodón o la yerba, se organ izaban en las Ligas Agrar ias.Las explosiones urbanas se prolongaron en manifestac iones calle jeras, a lasque se sumaban los estud iantes universitarios en permanente estado deebul lición, y en acciones más coti dianas de reclamo en barrios o villas deemergencia. Estas formas orig inales de protesta —que recordaban los"furo res" o los motines preindustr iales— eran desencadenadas por algúnepisodio ocasional : un impuesto, un aumento de tarifas, un funcionar ioparti cularmente desafortunado, pero expresaban un descontento profundo yun conjunto de demandas que, puesto que el poder autoritario había cortadolos canales estab lecidos de expresión, se manifestaban en espac ios socia lesrecónditos , en villas, barrios o pequeñas ciudades, y emergían poniendo enmovim iento extensas y difusas redes de solidaridad. Surgidas de cuest ionesque hacían a la vida cotid iana antes que laborales —la vivienda, el agua, lasalud—, movilizaban a secto res mucho más vastos que los obrerossindicalizados: desde traba jadores ocasionales, no apremiados ydesproteg idos, hasta secto res medios cuya participac ión era uno de los datosmás novedosos, y que se manifestaba también en las huelgas de maest ros y

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  • profesores, empleados públicos, funcionar ios judic iales , o en los lock out depequeños comerciantes e industria les.

    Se trataba de un coro múlt iple, heterogéneo pero uni tario , regido por unalógica de la agregación, al que se sumaban las voces de otros interesesheridos, como los grandes productores rurales o los sectores nacionales delempresariado. Unos y otros se legit imaban recíproca-mente y conformaron unimaginario socia l sorprendente, una verdadera "primavera de los pueblos",que fue creciendo y cobrando conf ianz a —hasta madurar plenamen te en1973— a medida que descubría la debi lidad de su adversario , por entoncesincapaz de encontrar la respuesta adecuada. Según una visión común, queprogresivamente iba defin iendo sus perfi les y simpl ificando los matices, todo slos males de la sociedad se concentraban en un punto : el poder autor itario ylos grupos minoritarios que lo apoyaban, responsables directos y voluntariosde todas y cada una de las formas de opresión, explo tación y violencia de lasociedad. Frente a ellos se alzaba el pueblo, hermandad solidaria y sinfisuras, que se ponía en movim iento para derro tarlos y resolver todos losmales , aun los más profundos, pues la realidad toda parecía ser transparen tey lista para ser trans formada por hombres y mujeres impulsados a trans itar elcamino entre las reivindicac iones inmediatas y la imaginación de mundosdistintos. Cuáles eran estos mundos y cómo se llegaba a ellos erancuest iones que empezaban a discutirse en otros ámbitos.

    No era difíc il encontrar por entonces en todo el mundo señales conf irmatoriasde esa primavera. Los vastos acuerdos socia les que habían presidido el largociclo de prosperidad poste rior a la Segunda Guerra Mundial esta banagotándose, como se advertía en la ola de descontento que recor ría a lasociedad, y sobre todo en la rebel ión de su grupo más sensible, losestud iantes. Se expresó en Praga, México o Berke ley, y culminó en París enmayo de 1968, clamando contra el autor itarismo y por el poder de laimaginación. La expresión más notor ia del poder autoritar io —elimperialismo— trastabillaba visib lemente frente a la ola de movim ientosemancipatorios : la sorprendente capac idad de resis tencia del pueblo deVietnam mostró la imagen derro tada de un gigante que, además, debía lidia ren su propio frente interno con estud iantes, negros y una sociedad entera quereclamaba sus derechos.

    Si la Unión Sovié tica —develadora de la primavera de Praga— había dejadohacía ya mucho tiempo de encarnar una utopía, la China y su RevoluciónCultu ral proclamaban la posib ilidad de otro comunismo, a la vez nacionalantiautori tario . La imagen del pres idente Mao, así como la de Fidel Castro,osci laban entre el mundo socia lista y un Tercer Mundo —cuyosrepresentantes se congregaron en 1965 en la Conferencia Tricontinental deLa Habana— cada vez más volcado a la izquierda, en el que distintasexpresiones nacionales del socia lismo podían encontrar un campo común dereconocimiento y acción.

    Texto. Dependencia o liberación, 1966 - 1976

  • En América Latina, donde los prospectos de la Alianza para el Progreso y elapoyo a las democracias habían quedado defin itivamente archivados, loscampos estaban bien delim itados: si para el poder autor itario el desarrollo eraun fruto de la segur idad nacional, para quienes lo enfrentaban la únicaalternativa a la dependencia era la revoluc ión, que conduciría a la liberación .Cuba const ituía un ejemp lo fundamenta l, no tanto por la propia experiencia —de la que se conoc ía poco— como por su papel activo en lo que sus enemigosllamaban la exportación de la revolución . La acción del Che Guevara enBolivia mostró las posib ilidades y límites del "foco" revolucionario, pero sobretodo su muerte —una imagen que recor rió el mundo— dio origen al símbolomás fuerte de quienes luchaban, de una u otra manera, por la liberación . En elmismo frente, unidos por el enemigo, se alineaban las guerr illas urbanas delBrasi l o del Uruguay —los románticos Tupamaros—, los partidos marxistaschilenos que llevaron a Salvador Allende a la presidencia por la vía electoral,o militares nacionalis tas y popul istas como el boliv iano Torres, el panameñoTorri jos o el peruano Velasco Alvarado. Hasta la Igles ia, tradiciona l baluartede los secto res oligárquicos, se sumaba, al menos en parte , a esta primavera.Al calor de los cambios insti tucionales introducidos primero por Juan y por elConci lio Vaticano II después, parte de la Igles ia latinoamericana hizo unalectu ra singu lar de sus propuestas . En 1967 los obispos del Terce r Mundo,encabezados por el brasi leño Helder Camara, proclamaron su preocupaciónpriori taria por los pobres —reales, y no sólo de espíritu—, así como laneces idad de comprometerse activamente en la reforma socia l y asumir lasconsecuenc ias de ese compromiso. Esta línea quedó parcialmen te legit imadacuando en 1968 se reunió en Medel lín, con la presencia del Papa, laConferenc ia Episcopal Latinoamericana. Una "teología de la liberación"adecuó el tradiciona l mensa je de la Iglesia a los confl ictos de la hora, y laafirmación de que la violencia "de abajo" era consecuenc ia de la violencia "dearriba" autor izó a franquear el límite, cada vez más estrecho, entre ladenuncia y la acción. Ese era el camino que ya había seguido el sacerdote yguerrille ro colombiano Camilo Torres, muerto en 1966, figura tan emblemáticacomo la del Che Guevara.

    Esta tendencia tuvo rápidamente expresión en la Argentina. Desde 1968, losrelig iosos que se reunieron en el Movimiento de Sacerdotes del TercerMundo, y los laicos que lo acompañaban, militaron en las zonas más pobres,parti cularmente las villas de emergencia, promovieron la formación deorgan izaciones solidarias e impulsaron reclamos y acciones de protesta, queinclu ían huelgas de hambre. Su lenguaje evangélico fue haciéndoserápidamente polít ico. La violencia de abajo —decían— se legit imaba por lainjust icia socia l, que también era una forma de violencia. La solidaridad con elpueblo —cuyo rostro, a diferencia de los "clas istas", veían más bien en losmarginales desproteg idos que en los traba jadores indus trialessindicalizados— llevaba inevi tablemente a ident ificarse con lo que era sucreencia básica: el peron ismo. Los sacerdo tes tercermund istas faci litaron laincorporación a la polít ica y a la mili tancia de vastos cont ingentes de jóvenes,educados en los coleg ios relig iosos y formados inicialmente en el

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  • nacionalismo católico. Asumieron la solidaridad y el compromiso con lospobres, y también el peronismo, y aunque entra ron en contacto con ideasprovenientes de la izquierda, continuando la tendencia al "diá logo entrecrist ianos y marxistas", conservaron una fuerte impronta de su matrizideológica original.

    Por esa y otras vías, cont ingentes de jóvenes se incorporaron rápidamente aun activ ismo cuyo perfi l resul taba irreconocible para muchos. La tradiciona lpolít ica universitaria cambió de forma y de sentido luego de que el poderautor itario destruyó la "isla democrática" que se había const ruido desde 1955,en la que era posib le combinar la excelencia académica con la mili tancia, y elcompromiso con algún distanciamiento crítico frente a las opciones concretas.Desde antes de 1966 ambos términos se hallaban en fuerte tensión, pero fuela represión la que tronchó lo mejor de ese pensamiento críti co o lo lanzó auna actividad totalmente subordinada a la polít ica —una cienc ia que dierapuntualmente cuenta de la "dependencia" y cont ribuyera de modo direc to a laliberación—, zambulló direc tamente en la acción a los disidentes, al punto deque las unive rsidades, cada vez más desca lificadas desde la perspectivaacadémica, se fueron convi rtiendo en centros de agitación v de reclu tamiento.

    Para muchos, y muy espec ialmente para los jóvenes sin experienc ias polít icasanter iores , ejerc ió una atracción muy fuerte el peron ismo, prosc ripto yresistente, donde encontraban el mejor espac io para la contestación. Delperon ismo pasado y presente —y del propio Perón— podían derivarsemuchas imágenes, y los nuevos militantes también const ruyeron una. En suexil io de Madrid, y algo apartado de los problemas cotid ianos, el líder habíaido actua lizando su discu rso, incluyendo temas varios que iban desde DeGaul le y el europeísmo hasta el tercermundismo —que asoció con su terce raposic ión—, la dependencia, la liberación y también las cuest iones ecológicaso alimentarías, que preocuparon al Club de Roma. Mientras Perón ibasintonizando, de ese cúmulo de elementos, los que mejor cuadraban a supapel de jefe de igles ia, obligado a ser uno para muchos, quienes en laArgen tina lo proclamaban su líder seleccionaban aquel los elementos quemejor se adaptaban a su propia percepción de la realidad. Silvia Sigal y EliseoVerón encontraron en esta capacidad para la "lectura estratégica" unaexpli cación del espectacu lar crecimiento de quienes la culti varon, y también laraíz del hondo drama que siguió.

    En sus nuevos portadores, y a falta de quien legit imara una única ortodoxia, elperon ismo resul tó permeable a múlt iples discursos, provenientes delcatolicismo y el naciona lismo, del revis ionismo histó rico y también de laizquierda, sobre todo en la medida de que ésta iba resolviendo susperplejidades ante lo que John Wil liam Cooke llamó el "hecho maldi to".Defin ida como se vio por la vía revolucionaria, y admit ido el hecho de que lostrabajadores —elemento inexcusable para la const rucción del socia lismo—eran irrevocablemente peronis tas, buena parte de las corrientes de izquierdaaceptó profesar la religión, algunos con sinceridad y otros con reservas de

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  • conciencia , para fusionarse con el "pueb lo peron ista" , esperando serreconocidos como su vanguardia . No fueron todos: la experienc ia delCordobazo vital izó a las corrientes que, en una perspectiva más clásica,conf iaban en las posib ilidades de la acción de las masas y priv ilegiaron la"clase" por sobre "el pueblo".

    Los que optaron por el peron ismo terminaron de redondear su revisiónideológica y de encontrar el lugar que ese movim iento ocupaba en el granproceso de construcc ión del socia lismo. Algunos que provenían del marxismo—como Jorge Abela rdo Ramos y Rodol fo Puiggrós— y otros del nacionalismo—como Juan José Hernández Arregui, Arturo Jauretche o José María Rosa—,terminaron por crear —al menos a los ojos de quienes los leían— una víaintermedia , donde las exigencias del socia lismo se complementaban con lasde la liberación nacional, un tema al que tanto aportaban el viejo nacionalismocomo el lenin ismo. Al igual que la polít ica, la histo ria se leyó en clavemaniquea, y se buscó descifrar, tras el ocultamien to de la "historia oficial", elrecuerdo soter rado de las luchas populares por la nación y la liberación, enlas que el peron ismo prolongaba la acción de las montoneras federales,Rosas e Yrigoven. En otras versiones, la "línea" incorporaba actores diversos:unos ponían al general Roca y otros a los anarquistas o socia listas. Perotodos compartían la convicción —expre sada con fuerza y fortuna por elrevisionismo histó rico—de que había una línea, que separaba la histo ria endos bandos inconciliables y eternamente enfrentados, que culminaba con elenfrentamiento entre el poder autor itario y el pueblo peron ista.

    El peron ismo había sido en la posguerra el ámbito para una primeraemergencia del pueblo —en el contexto de la industrial ización, la burguesíanacional, el Estado naciona lista— y lo sería para una segunda emergencia,que se preparaba, donde el contexto llevaría a redef inir las banderashistó ricas hacia la emancipac ión del imper ialismo v al socia lismo. Podíadiscu tirse —y así ocurr ía— sobre quiénes eran los aliados del pueblo,integrantes del frente nacional, y aun sobre qué cosa era ese pueblo, en elque algunos encontraban a la clase obrera segura y orgullosa v otros a losmiserables oprim idos, neces itados de una guía paternal y autor itaria. En elámbito de la izquierda y del activismo, urgido por explicar el fenómenopresente de la movil izac ión popular masiva, estas discusiones fueronintensas. Pero por sobre ellas privó la exigencia de la acción, que en el nuevocontexto —tan distinto en ese sentido al clás ico de la izquierda— tenía totalprioridad sobre la reflexión.

    La revolución era posib le. Así lo mostraban Cuba, el Cordobazo y lamovi lizac ión socia l, tan intensa como carente de dirección y programa.Encontrar los en la acción misma fue la pretensión del nuevo activismo. Laalternativa democrática —desprestigiada para los viejos militantes y carentede sentido para los más jóvenes— estuvo totalmente ausente de lasdiscusiones. La izquierda ofreció una lectu ra clásica de la movil izac ión y susposib ilidades, a través del "clas ismo" sindical, fuerte sobre todo en Córdoba.

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  • En 1971 SITRAC-SITRAM propusieron un programa que debía reuni r a toda laizquierda, convertida en vanguardia del prole tariado más consc iente , perodescubrieron que los traba jadores no estaban dispuestos a acompañar los enuna propuesta que, cuest ionando las relaciones socia les y la propiedad,desbordaban ampl iamente los límites reivindica tivos de sus reclamos. Al igualque con anarquistas y radicales a principios de siglo , los trabajadores deCórdoba seguían a los clasistas en lo gremial, pero en polí tica continuabansiendo peronis tas.

    En cambio los discu rsos polí ticos predominantes, que mezclaban elementosdel marxismo revolucionario con otros del nacionalismo o el catol icismoterce rmundista, se nutrieron en la exper iencia de la primavera, potenciaron elimaginario popular y lo reforzaron y legit imaron con referencias teóri cas.Aunque corta ran la realidad y la sociedad de distintas maneras, todos ellos ladivid ían tajantemente en dos campos enfrentados: amigos y enemigos. Laclave de la opres ión, la injusticia y la entrega se encontraba en el poder ,monopolizado por unos pocos —nacionalis tas y trotzkistas legit imaban estavisión conspirati va—, y así como todo era posib le desde el poder, el fin únicode la acción polít ica era su captu ra. La falta de condiciones y posib ilidadesreales podía ser suplida con la volun tad, y en primer lugar con la violencia, loque era abonado desde el lenin ismo, el guevarismo o el fasc ismo. Por uno uotro camino, todo llevaba a interpreta r la polí tica con la lógica de la guerra, ynaturalmente quienes mejor se adecuaron a esta lógica privaron en el debatede los activistas e imprimieron su sello a la movi lizac ión popular.

    Las primeras organ izaciones guerr illeras habían surgido —sin mayortrascendencia— al princ ipio de los años de 1960, al calor de la experienc iacubana, y se react ivaron con la acción de Guevara en Boliv ia, pero suverdadero caldo de culti vo fue la exper iencia autor itaria:7 la convicción de queno había alternativas más allá de la acción armada. Desde 1967 —y en elámbito de la izquierda o del peron ismo— fueron surgiendo dist intos grupos:las Fuerzas Armadas Peron istas , Descamisados, las Fuerzas ArmadasRevolucionarias (FAR), las Fuerzas Armadas de Liberación, y hacia 1970 lasdos que tuvie ron más trascendencia: la organ ización Montoneros, surgida delintegrismo católico y nacionalista y devenida peronista, y el EjércitoRevolucionario del Pueblo (ERP) , vincu lado al grupo trotskista del PartidoRevolucionario de los Traba jadores. Su acta oficial de nacimiento a la vidapúbl ica fue el secuestro y asesinato del general Aramburu, en mayo de 1970por obra de Montoneros . Poco después las FAR "coparon" la pequeña ciudadde Garín , a pocos kilómetros de la Capital, y los Montoneros hicie ron lo mismocon La Calera, en Córdoba. Desde entonces, y hasta 1973, los actos deviolencia fueron en crecimiento, tanto en número como en espectacularidad.Aunque su sentido no siempre era claro , muchos tenían que ver con elequipamiento de las organ izaciones: armas, dinero, material médico. Otros ,como los copamientos, eran demostraciones de poder , que desnudaban laimpotencia del Estado, y no falta ron acciones de "expropiación" y repartoentre los pobres, al estilo Robin Hood. En muchos casos las acciones

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  • procuraban inser tarse en los confl ictos sociales y profundizarlos, por ejemp losecuestrando empresarios o gerentes en medio de una huelga. Lo másespec tacular fueron los asesinatos: antes que Aramburu, había muertoAugusto Vandor —aunque sus autores no se revelaron— y luego José Alonso,otro dirigente sindical destacado. En 1972, casi simultáneamente, fueronasesinados un impor tante empresario italiano y un general de alta graduación .

    El caso de Aramburu reúne todas las expli caciones y sign ificaciones de estapráct ica: venganza —o justicia por los fusi lamientos de 1956, caída en undirigente particularmen te odiado por los peron istas , pero también liquidación—stric to sensu— de una alternativa polít ica que los grupos liberales veníanpreparando ante el desgaste de Onganía. Ciertos contactos entre losdirigentes Montoneros y miembros del equipo de Ongan ía hicie ron pensar enuna conspiración desde el poder y llevaron a algunos a reflexionartempranamente sobre el carác ter manipulativo de la vía armada.

    Entre todas las organ izaciones había grandes diferencias teóricas y polí ticas ,pero privaba un espíritu común. Todas aspiraban a trans formar la movi lizac iónespontánea de la sociedad en un alzamiento generalizado, y todas coinc idíanen una cultu ra polí tica que retomaba y potenciaba la de los grupos deizquierda, pero que de alguna manera tomaba la de sus adversarios. La lógicade la exclusión —esa constante de la polít ica en el siglo XX-era llevada hastasus últimas consecuenc ias: el enemigo —lacayos del imper ialismo, Ejérc ito deocupación— debía ser aniqu ilado. Las organ izaciones eran la vanguardia dela movil ización popular, cuya representación consistía en la acción violenta.La unidad, el orden, la jerarquía y la disc iplina eran —igual que en el Ejérc ito,igual que en el cuerpo socia l imaginado por la Igles ia y los corporativ istas—los atributos de la organ ización armada. La violencia no sólo se justi ficaba porla del adversario: era glori ficada como la parte ra del orden nuevo . Losatributos del verdadero militante eran el heroísmo y la disposic ión a unamuerte gloriosa y reden tora, camino de la verdadera trascendencia, "ent re loshéroes de la patria amada". Como ha señalado Juan José Sebre li, no es elGuevara vivo sino su cadáver el faro de quienes, desde orígenes diversos ypor dist intos caminos, coinc idían en vivar a la muerte.

    Tan revelador de la cultu ra polít ica de la sociedad era que un amplio grupo dejóvenes hiciera del asesinato un arma polít ica, como la forma en que el restode la sociedad lo recib ía, con una mezcla de simpatía por la justiciaconsumada, de satis facción por haber golpeado duramente al enemigo o deintr iga, en muchos casos, por las verdaderas razones de crímenes que no seterminaban de entender, pero de cuya razonabilidad, ya fuera ética o táct ica,nadie dudaba. Esa simpatía general, irref lexiva y boba, como pronto se vería ,hizo de momento que cualquier propuesta de represión sistemática estuvieradestinada al fracaso.

    Del cúmulo de organ izaciones guerr illeras, fue Montoneros la que mejor seadecuó al clima del país, y la que fue absorbiendo a casi todas las otras , con

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  • la excepción del ERP. Fueron ellos los que priv ilegiaron en términos absolutosla acción y los que menos se sentían atados por tradiciones o lealtadespolí ticas previas, lo que les permi tió funcionar con plena eficiencia comoapara to militar. También triunfaron , dentro del peron ismo, en la difíc ilcompetencia de la "lectura estra tégica" de Perón, ganando espacios para suacción autónoma, y a la vez el reconocimiento del líder, que también habíaadquirido maest ría en el arte de "uti lizar sus dos manos". Eran también, por suformación y tradición, los menos orientados al movimiento obrero y los máspropensos a buscar sus apoyos y su legit imación en los ampl ios secto resmarginales culti vados por los sacerdotes tercermundistas. Desde 1.971aprovecharon el clima creado por la salida polít ica y el retorno de Perón , sevolca ron a la organizac ión y movi lizac ión de esos y otros sectores, en barr ios,villas, universidades y, en menor medida, en sindica tos, a través de laJuven tud Peron ista, que creció notablemente .

    Militares en retirada

    La movi lizac ión popular fue ident ificándose cada vez más con el peron ismo ycon el propio Perón , que hacia 1971había llegado a ocupar en la polít icaargentina una posición casi tan central como la que tenía cuando erapresidente . Impotentes y desconcertadas, las Fuerzas Armadas fueronadvir tiendo que debían buscar una salida al calle jón en que estaban metidas.En retirada, debían negoc iar sus términos con diversas fuerzas socia les ypolít icas, y en defin itiva con Perón mismo. Pese a que el calva rio erainevi table, los caminos posib les eran varios.

    A su manera, Onganía inic ió la búsqueda. En mayo de 1969 su autor idad seresin tió tanto por la impotencia frente al desafío socia l cuanto por lasvaci laciones del Ejérc ito para reprimirlo . Sintió también el impacto en el áreaeconómica, donde se produ jo una apresurada salida de capitales extranjeros yuna reaparición de las expectativas de inflación. Ongan ía intentó sortear lasdificultades con modif icaciones menores —sacri ficó a Krieger Vasena y loreemp lazó por un técnico de menor perfi l pero parecida orien tación— y unaapertura más decid ida a "lo socia l", part icularmente con la CGT y susdirigentes "part icipacionistas" . Pero el clima había cambiado: los sindicalis taseran menos dóciles y los empresarios manifestaban abiertamente sudesconfianza por los escarceos populistas. Un sector hasta entoncessacr ificado —los productores rurales— elevó su protesta y mantuvo un duroentredicho con los frigoríf icos extranje ros, aparentemente protegidos por elgobierno. Onganía estaba cada vez más aislado de las Fuerzas Armadas, perose benefició de su indec isión y perplejidades. Había grupos que querían probarla vía del nacional ismo, y quizás el popu lismo, mientras que los libera lesdudaban entre una dictadura más extrema o la negociación de la salida política,empresa que se asociaba con el nombre del general Aramburu. El 29 de mayo de1970, a un año exacto del Cordobazo, Aramburu fue secuest rado y pocos días

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  • después se encontró su cadáver. Muchos sospecharon, con algún fundamento ,que ciertos círcu los que rodeaban al presidente estaban de alguna maneraimplicados. Lo cierto es que el episodio despejó las dudas de los militares: a prin-cipios de junio de 1970 depusieron a Onganía y designaron un presidente—mandatario de la junta de Comandantes, que se reservaba la autor idad paraintervenir en las principales cuestiones de Estado. El designado fue el generalRoberto Marcelo Levingston, figura poco conocida y a la sazón ausente delpaís.

    Levingston, que gobernó hasta marzo de 1971, reveló tener ideas propias, muydiferentes de las del general Lanusse, figura dominante en la Junta, y acordes conlas del grupo, minoritario pero influyente, de ofic iales naciona listas. Designóministro de Obras Públicas y luego de Economía a Aldo Ferrer, destacadoeconomista de tendencia cepalina, que había ocupado cargos durante la ad-ministración de Frondizi. Ferrer se propuso reeditar la fórmula nacionalis ta ypopul ista, en los modestos términos posibles luego de las transformaciones delos anteriores diez años. Un ministro de Trabajo de extracción peronista negociócon la CGT y hubo un impulso salarial distribucionista. Se protegió a los sectoresnacionales del empresariado, por la vía del crédito y de los contratos de lasempresas del Estado. El "compre argentino" y la "argentinización del crédito"sintetizaban esa política, quizá modesta pero original en su contexto. Susestrategas confiaban en que, en un plazo que estimaban en cuatro o cinco años,se crearían las condiciones para una salida política adecuada y una democracia"auténtica". Levingston confirmó la caducidad de los "viejos" partidos y alentó laformación de otros "nuevos", y quizá de un movimiento Nacional que asumiera lacont inuidad de la trans formación, para lo que agitó vagas consignasantiimperialistas e intentó atraer a políticos de segunda línea de los partidostradicionales, junto con dirigentes de fuerzas políticas menores. La aspiración amovilizar al "pueblo" desde el gobierno militar resultaba ingenua, pero decualquier modo fue el primer reconocim iento formal de la necesidad de unasalida política.

    Convocánd ola a negociar , el gobierno reflotó la al ica ída da CGT. Losdirigentes sindicales, presionados por demandas socia les crecientes y lainflación que había reaparecido, y estimulados por la reapertura del espac iode presión creado por la debil idad del gobie rno, lanzaron en octubre de 1970un plan de lucha que incluyó tres paros generales, no contestados por elgobie rno. Los partidos tradiciona les por su parte , con el alien to del general La-nusse , también reaparecieron en el escenario. A fines de 1970 la mayoría deellos firmó un documento, La Hora del Pueblo, cuyos artíf ices fueron JorgeDanie l Palad ino, delegado personal de Perón , y Arturo Mor Roig, veteranopolí tico radical, y que fue la base de su acción conjunta hasta 1973. Allí seacordaba poner fin a las proscripciones electorales y asegurar, en un futurogobie rno electo democráticamente, el respeto a las minorías y a las normasconstituc ionales. Radicales y peronistas deponían las armas quetradicionalmente habían esgrimido y ofrec ían a la sociedad la posib ilidad deuna convivencia polít ica aceptable. El documento inclu ía también algunas

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  • defin iciones sobre polí tica económica, moderadamente nacionalistas ydistr ibucionistas, que permi tieron el posterior acercamiento tanto de la CGTcomo de la CGE, las organ izaciones sindical y empresaria , que por su parteacordaron también un pacto de garantías mínimas.

    El resurgimiento del sindicalismo organ izado y de los partidos polí ticos sedebía en parte a la apertura del juego por un gobie rno que buscaba su salida,pero fundamenta lmente a la emergencia socia l, que en forma indirecta losrevitalizaba y a la vez los convertía en posib les mediadores . Levingstonresul tó incapaz de manejar el espac io de negoc iación que se estaba abriendo.Era host ilizado por el estab lishment económico —a quien el gobierno,culti vando una retór ica nacionalis ta, calif icaba de "capi talismo apátrida"—, yestaba enfrentado con los partidos polí ticos, con quienes no quería negoc iar,con la CGT y hasta con los "empresar ios nacionales". Los jefes militares apre-ciaron que Levingston era tan poco capaz como Ongan ía de encontrar lasalida, y cuando en marzo de 1971 se produ jo una nueva movi lizac ión demasas en Córdoba —el "viborazo" , donde las organ izaciones armadas sehicie ron claramente presentes— decid ieron su remoc ión y su reemplazo por elgeneral Lanusse, quien por entonces aparecía como el único jefe mili tar conenvergadura polí tica para conducir el difíc il proceso de la retirada.

    En marzo de 1971 Lanusse anunc ió el restablecimiento de la actividad polí ticapart idaria y la próxima convocatoria a elecc iones generales, subordinadas sinembargo a un Gran Acuerdo Nacional, sobre cuyas bases había venidonegoc iando con los dirigentes de La Hora del Pueblo. Finalmente , las FuerzasArmadas optaban por dar prioridad a la salida polít ica y con ella aspiraban areconst ruir el poder y la legit imidad de un Estado cada vez más jaqueado.Mient ras la cuest ión del desarrollo quedaba poste rgada, seguía siendoacuciante la de la seguridad, que los militares ya no podían garantizar. Lasdiscrepancias sobre cómo enfrentar a las organ izaciones armadas y a laprotesta socia l eran crecientes y anunc iaban futuros dilemas: mient ras se creóun fuero antisubversivo y tribunales especiales para juzgar a los guerr illeros,algunos secto res del Estado y las Fuerzas Armadas iniciaron una represiónilega l: secuestro, tortu ra y desaparic ión de militantes, o asesinatos amansa lva, como ocurr ió con un grupo de guerr illeros deten idos en la baseaeronaval de Trelew en agosto de 1972. Similares vacilaciones había con lapolí tica económica, hasta que se optó por renunciar a cualquier rumbo v sedisolvió el Minis terio de Economía , repar tido en secre tarías sectoriales que seconfiaron a representantes de cada una de las organ izaciones corporativas.Así, en un contexto de inflación desatada, fuga de divisas, caída del salar ioreal y desempleo, agravado por la ola generalizada de reclamos, el tironeosectoria l se insta ló en el gobie rno mismo, presto a conceder lo que cada unopedía .

    Para el gobierno, el centro de la cuest ión estaba en el Gran Acuerdo Nacional(GAN), que empezó siendo una negoc iación ampl ia y se convi rtió en untironeo entre Lanusse y Perón, bajo la mirada pasiva del resto. La propuesta

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  • inic ial del gobierno contemplaba una condena general de la "subversión",garan tías sobre la polít ica económica y el respeto a las normas democráticas,y que se asegurara a las Fuerzas Armadas un lugar insti tucional en el futurorégimen, desde donde tutelar la segur idad. Pero lo princ ipal era acordar unacandidatura presidencial de trans ición, para la que el propio general Lanussese ofrec ía. Algunos de los puntos, sobre el programa económico y las normasdemocráticas, ya habían sido establecidos en La Hora del Pueblo. Asegurar ellugar instit uciona l de las Fuerzas Armadas era impos ible, dado el clima delmomento. Los otros dos puntos —la condena de la subversión y el acuerdo dela candidatura— tenían que ver princ ipalmente con la táct ica de Perón.

    En noviembre de 1971 Perón relevó a Palad ino —que había negoc iado hastaentonces los acuerdos con los radicales y mili tares— v lo reemplazó porHécto r J. Cámpora, cuya princ ipal virtud era la total subordinación a lavolun tad del líder exiliado. Perón se propuso conducir la negoc iación sinrenunciar a ninguna de sus cartas. Como además se hacía cargo del climasocia l y polít ico del país, no resignó su papel de referente de la ola dedescontento socia l ni renunció al apoyo proclamado por buena parte de lasorgan izaciones armadas. Más aún, las alentó y legitimó permanentemente , ycuando en 1972 se organ izó la Juven tud Peron ista, incluyó a su dirigente másnotor io, Rodol fo Galimberti , en su propio Comando estra tégico. Al mismotiempo, alentó a La Hora del Pueblo y organ izó su propio GAN, el FrenteCívico de Liberación Nacional, con parti dos aliados y luego la CGT-CGE. Enverdad, nadie sabía a dónde quería llegar Perón .

    Lanusse planteó al princ ipio que el Acuerdo era condición para las elecc iones,pero progresivamente tuvo que reduc ir sus exigencias , vista la impos ibilidadde obligar a Perón a negoc iar. En el mes de julio de 1972, y convencido deque nada podía esperarse de Perón , Lanusse optó por asegurar la condiciónmínima: que Perón no sería candidato, a cambio de su propiaautop roscr ipción. Tácitamente, Perón aceptó las condiciones. En noviembrede 1972 regresó al país, por unos pocos días. No trató con el gobie rno perodialogó con los polí ticos y parti cularmente con el jefe del radicalismo, RicardoBalbín, sellando el acuerdo democrático. Culti vó su imagen pacif icadora,habló de los grandes problemas del mundo , como los . ecológicos, y evitócualquier referencia urticante. Finalmente, organ izó su combinación electoral:el Frente Justicial ista de Liberación, con una serie de partidos menores, alque impuso la fórmula presidencial: Héctor J. Cámpora, su delegado personal,y Vicen te Solano Lima, un político conservador que desde 1955 acompañabafielmente a los peron istas .

    Perón mantuvo su juego pendu lar, entre la provocación y la pacif icación. Lafórmu la const ituía un desaf ío a los polít icos de La Hora del Pueblo y sobretodo a los sindical istas, a quienes excluyó de la negoc iación, y un aval al alacontestataria del movim iento , que ya rodeaba a Cámpora v le dio a lacampaña electoral un aire desaf iante. "Cámpora al gobierno, Perón al poder",su lema, señalaba el carác ter fict icio de la representación polít ica, por lo que

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  • resul taba ser una suerte de transacción entre los partidarios de la salidaelectoral y quienes la desdeñaban, en pro de las propuestas de liberaciónnacional. Los radicales, con la candidatura de Balbín, aceptaban el triun foperon ista y su futuro papel de minoría legit imadora, mient ras que a derecha eizquierda surgieron otras fórmu las de escasa signi ficac ión. La JuventudPeron ista dio el tono a la campaña electoral, que permanentemente rozó loslímites de los acuerdos de garantías entre los partidos y const ituyó unaverdadera culminación de la polarización de la sociedad contra el podermilitar.

    El clima se prolongó luego del triunfo electoral del 11 de marzo de 1973 —cuando el peron ismo triun fó con casi el 50% de los votos— hasta el 25 demayo siguiente, fecha de la asunc ión de Cámpora. Ese día memorableasist ieron el presidente chileno Salvador Allende y el cubano OsvaldoDort icós. Bajo la advocación de las dos exper iencias socia listas delcont inente, la sociedad movilizada y sus dirigentes escarnecie ron a losmilitares, trans formando la retirada en huida, y liberaron de la cárcel a lospresos polít icos condenados por actos de subversión. Las formasinsti tucionales fueron salvadas por una inmediata ley de amnis tía dictada porel Congreso. Para muchos, parec ía llegada la hora del "argentinazo". Otros ,más cautamente , tomaban nota del relevo de Galimberti ordenado por Perón ,luego de que este dirigente amenazara con la formación de "mili ciaspopulares" . Esos y otros diagnósticos —pues todo era virtualmente posib leaquel 25 de mayo— pasaban por los designios, secretos pero sin dudagenia les, de Perón, ident ificado como el salvador de la nación.

    Este fenómeno, sin duda singular, de ser a la vez tantas cosas para tantos,tenía que ver con la heterogene idad del movim iento peron ista y con ladecis ión y habi lidad de Perón para no desprenderse de ninguna de sus partes.Pero era más que eso: como ha escrito José Luis Romero, la figura simbólicade Perón, una y muchas a la vez, había llegado a reemplazar a su figura real.Para todos, Perón expresaba un sent imiento general de tipo nacionalis tapopular, de reacc ión contra la reciente experienc ia de desnacional ización ypriv ilegio. Para algunos —peron istas de siempre, sindicalis tas y polít icos—esto se encarnaba en el líder histó rico, que, como en 1945, traer ía la antiguabonanza, distr ibuida por el Estado protector y munif icente. Para otros —losmás jóvenes, los activistas de todos los pelajes— Perón era el líderrevolucionario del Tercer Mundo, que eliminaría a los traidores de su propiomovim iento y conducir ía a la liberación , nacional o socia l, potenciando lasposib ilidades de su pueblo. Inversamente otros , encarnando el ancestralanticomunismo del movim iento , veían en Perón a quien descabezaría contoda la energía necesaria la hidra de la subversión social, más peligrosa ydigna de exterminio en tanto usurpaba las tradiciona les banderas peron istas.Para otros muchos —secto res de las clases medias o altas , quizá los másrecientes descubridores de sus virtudes— Perón era el pacif icador, el líderdescarnado de ambic iones, el "león herbívoro" que anteponía el "argentino" al"peronista",. capaz de encauzar los confl ictos de la sociedad, reali zar la

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  • reconstrucción y encaminar al país por la vía del crecimiento, hacia la"Argentina potencia". El fenómeno sorprendente de 1973, la maravilla delcarisma de Perón, fue su capac idad para sacar a la luz tantos anhelosinsat isfechos, mutuamente excluyentes pero todos encarnados con algunalegit imidad en el anciano líder que volvía al país. El 11 de marzo de 1973 elpaís votó masivamente contra los militares y el poder autoritar io y creyó quese iban para no volver. Pero no votó por alguna de estas opciones, todas ellascontenidas en la fórmu la ganado ra, sino por un espacio socia l, polí tico vtambién militar, en el que los confl ictos todavía debían dirimirse.

    1973: un balance

    Para sus protagonistas, las raíces de esos conf lictos, sin duda violentos , sehallaban en una economía exasperante por su suces ión de arranques ydetenciones, de promesas no cumpl idas y frustraciones acumu ladas. Sinembargo, visto desde una perspectiva más amplia —y sin duda mejorada porposte riores calamidades, todavía no imaginadas en 1973— la economía delpaís tuvo un desempeño medianamente satis facto rio, que se habría deprolongar hasta 1975, y que no justi ficaba los pronósticos apoca lípticos,aunque tampoco las fantasías de la Argen tina potencia.

    Lo más notab le fue el crecimiento del secto r agropecuario pampeano, querevirtiendo el largo estancamiento y retroceso anter ior se inició a princ ipios delos años sesenta y se prolongó hasta el comienzo de los ochenta. En estosaños prósperos, el mundo se encon traba en condiciones de trans formar almenos parte de su necesidad de alimentos en demanda efect iva, y seabrie ron nuevos mercados para los granos y aceites argen tinos ,parti cularmente en los países socia listas —que purgaban el fracaso de suagricultura— y en los que estaban disfrutando de los buenos precios delpetró leo o comenzaban su crecimiento industria l.

    El sector agrar io pampeano se transformó sustancialmente, así como diversosislotes modernos en el inter ior tradicional, como el Valle del Río Negro . ElEstado promovió el cambio de diversas maneras —hubo crédi tos y subsidiospara las inversiones, y una acción sistemática del INTA- aunque no cambió sutradicional polít ica de trans feri r recursos a la economía urbana, que se mantu-vo con apenas algunas modif icaciones en los métodos. Pero lo decis ivofueron los efectos de la modernización general de la economía. La fabri caciónlocal de tractores y cosechadoras, y también silos y otras insta laciones,permitió una mecan ización total de la tarea y cambios sustanciales en lasformas del almacenaje y el transporte . Las empresas agroquímicas —engeneral filia les de grandes empresas extranjeras— introdujeron las semi llashíbridas: a princ ipios de la década de 1970 se obtuvieron éxitosespec taculares con el maíz, y luego con el sorgo granífero, el girasol, el trigoy la soja. Posteriormente fueron los plagu icidas y herbicidas, y finalmente los

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  • fertilizantes sinté ticos. En la organ ización de la explotación fueronintroduciéndose criterios empresaria les modernos, facilitados por unaflexibilización del sistema de arrendamientos y la incorporación a la explotación deempresarios que no poseían tierra . Hacia 1985, punto final de esta ondaexpansiva, la superficie cultivada en la región pampeana se había extend ido enalrededor del 30% respecto de 1960, sobre todo por conversión deexplo tac iones ganaderas en agríco las, pero la productivi dad de la tie rra sehabía dup licado , y la de la mano de obra cuadruplicado.

    Esta verdadera revoluc ión product iva permit ió el crecim iento de lasexportaciones de granos y ace ites, mientras que los mercados para la carnecontinuaron est anc ado s o en ret roces o. También cre cie ron lasexportaciones industriales: maquinaria agrícola, máquinas herramienta,automotores, productos siderúrgicos y químicos pudieron competi r en lospaíses vecinos, aprovechando a veces las oportunidades de la AsociaciónLatinoamer icana de Libre Comerc io. Así, poco a poco la fuerteconstr icci ón que el sector exte rno representab a para el conjunto de laeconomía se fue atenuando , el impacto de las crisis cíclicas disminuyó y elmargen para el crecimiento industrial aumentó. La fase traumática dejó lugara una expansión suave y sostenida, que arrancó de los años de la pres idenc iade Illia y se mantuvo pese a los cambios de gobierno y a los avata res de laspolí ticas económicas .

    Como mostraron Gerchunoff y Llach, el producto industr ial creció en formasostenida luego de la gran crisis de 1963, sin ningún año de retroceso hasta1975. Parte de ese crecimiento corresponde a la maduración de muchas delas inversiones realizadas luego de 1958, pero también contr ibuyó a él unconjunto variado de empresas nacionales, de ramas dinámicas o vegetativas,grandes o medianas, que repuntaron luego de sopor tar el primer impacto de lainsta lación de las empresas extranjeras: algunas captaron un segmentodinámico y no explo tado del mercado, otras crecieron a costa de lacompetencia, apoyadas en una mayor eficiencia , pero también por unsostenido crecimiento del mercado interno, que dio nueva vida a los secto resmás tradiciona les como el texti l, el de alimentos o el de elect rodomésticos.Las empresas nacionales , luego de sufri r una fuerte depuración, se adecuarona las nuevas condiciones, acomodaron sus posib ilidades al espac io que ledejaban las grandes empresas extranjeras, absorbieron lo que podían de losnuevos socios o encontraron formas de asociación , como el uso de patentes ylicencias o el sumin istro de partes para las grandes plantas de monta je.Simultáneamente, aprovecharon un terreno en el que se movían con facil idad:el uso de los crédi tos subsidiados o de los mecan ismos de promoción delEstado. En un proceso que Jorge Katz denominó de "maduración",aumentaron su escala —las fábr icas reemplazaron a los talle res— y luegohicie ron un esfuerzo para hacer más eficiente su organ ización y sus procesos.Este impulso a la racionalización —que requi rió de muchos ingen ieros ,admin istradores y ejecu tivos en general, corazón de los nuevos secto resmedios— fue común por entonces a las empresas nacionales y a muchas de

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  • las extranjeras, como las automotrices, que en su insta lación se habíanapartado de las normas de funcionamiento de sus matr ices. Los efectos deestas polí ticas se advir tieron en las reaccione s de los traba jadores y en sucreciente sensibilidad a los problemas de las plantas.

    Al igual que la agricultura, la indus tria se modernizó y se acercó, como nuncaantes y después, a los estándares internacionales. Como se señaló, sucrecimiento se relaciona en parte con los procesos de concentrac ión y depu -ración, y también con el aumento de la inversión del Estado, las compras delas empresas públicas o las nuevas obras de infraestructura, o la expansiónde un sector consumidor pudiente, dispuesto a cambiar su automóvil cada dosaños. Pero también, invi rtiendo la tendencia iniciada en 1955, hubo uncrecimiento del mercado interno debido al aumento del empleo industrial ysobre todo de la const rucción, junto con una recuperación en los ingresos delos asala riados. La tendencia de la fase traumática se invi rtió y suparti cipac ión en el producto se elevó —con excepción de los agitados años de1971 y 1972— hasta superar el 45% del PM. Más allá de las polít icasracionalizadoras, los sindicatos conservaron su eficacia en la defensa de susrepresentados, aunque probablemente esto no valió para la masa sin dudavasta de traba jadores no sindicalizados, de donde provenían muchos de losprotagonistas de las nuevas formas de protesta socia l.

    Hacia 1973 esa expansión ya se acercaba a los límites de la capac idadinsta lada, que por falta de una importante inversión privada no había crecidosustancialmente. La fuerte confl ictiv idad socia l, sustentada en un ciclo de cre -cimiento y de elevación de las expectativas, no podría ser satis fecha con unafácil redis tribución, según la fórmu la histó rica del peron ismo. Pero estafórmu la contenía otros elementos aprec iados por quienes depos itaban su feen Perón: una regulación estatal mayor de las relac iones entre las partes, y unlugar más amplio para los exclu idos en la mesa de la negoc iación. En suma,la iniciativa para la paz socia l pasaba al Estado.

    Pese al declamado liberalismo de los sectores propieta rios, desde 1955 nohabían disminuido ni los atributos del Estado ni su capac idad para defin ir lasreglas del juego. Por allí pasaban grandes decis iones, como la transferenciade ingresos del sector exportador agrario al industrial , pero también otras másespec íficas, a través del uso del crédi to subsidiado, la promoción, las comprasde empresas estatales o los contratos de las obras públ icas. Para losempresarios todo ello representaba la posib ilidad de ganancias más fáciles yseguras que las derivadas de mejorar la eficiencia o la competitiv idad, asícomo de pérdidas igualmente fáci les y rápidas, de modo que el control de suspolí ticas era una cuest ión vital .

    Pero ni ellos ni nadie controlaban plenamente el con junto de sus estructuras,crecidas a veces por agregación y escasamente subordinadas a una únicavolun tad ejecutiva. La experienc ia del general Ongan ía —la más sistemáticapara poner en pie lo que Guillermo O'Donnell llamó el "Estado burocrático

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  • autor itario"— muest ra esas dificultades aun para las Fuerzas Armadas,procl ives a identificar su propia estructura insti tucional con la del Estado. Losotros actores corporativos —los lobbies empresarios, los sindicatos , laIgles ia—, protagonis tas princ ipales de la puja sectorial, solían concluir susconf lictos en empates o bloqueos recíprocos, como el logrado por el sindi -calismo ante los intentos de reduc ir la dimensión del Estado benefactor. Elsorprendente poder conservado por el sindicalismo después de 1955 muest raotro aspecto de ese Estado incontrolable: las frecuentes alianzas entre doscompetidores —industriales y gremia listas, por ejemp lo—, para sacarbenef icio a costa de un tercero o de la comunidad toda.

    Benef icios inmediatos podían traer apare jadas compl icaciones futuras. Através de la reite rada convocator ia a los sindicalis tas para part icipar de lapuja, los secto res subordinados tuvie ron desde 1945 algún acceso al Estado ya sus decis iones. Durante el gobie rno de Perón, su poder y su voluntad decontrolar a cualquier fuerza socia l o política aseguró la disciplina . Después de1955, la conducción vandorista de los sindicatos fue para los empresarios unagaran tía de la desmovilización de los traba jadores y de la negoc iaciónsiempre posib le. La ruptu ra de ese equilibrio luego de 1966, la fuertemovi lizac ión socia l y el desborde de cualquier instancia mediadora, así comola incapacidad demostrada por los mili tares para custodiar el poder , mostraronel peligro de que porciones impor tantes de los resor tes del Estado cayeran enmanos dudosas. Quienes en 1973 confiaron su suerte a Perón esperaban quefuera capaz, como en 1945, de controlar la movi lizac ión socia l, y a la vez dedisc iplinar a quienes, como aprendices de hechiceros, apela ran en la puja cor-porat iva a su capac idad de presión. Unos y otros debían ser organizados ydisc iplinados en el Estado mismo. El acuerdo entre la CGE v la CGT empezóa dibujar la figura del pacto socia l y la gran negoc iación entre las principalescorporaciones.

    En 1973 podía vislumbrarse un futuro para la escena corporativa, en la quePerón había demostrado saber manejarse con soltu ra. Sobre la escenademocrática, en cambio, había muchas más dudas, pese a la espectacularexperienc ia electoral de marzo . Los partidos polít icos que debían ocuparla noentus iasmaban mayormente. El Partido Justicial ista apenas exist ía en elconjunto de lo que se llamaba, un poco eufemísticamente, el Movim iento, yPerón nunca lo consideró como otra cosa que una fachada. Los restantes,luego de tanto tiempo de inact ividad o de activ idad sólo parcial, eran unconjunto de direcciones anqui losadas, verdaderas cliques vacías, con pocasideas y con muy escasa capac idad para representa r los intereses de lasociedad. La Hora del Pueblo, que cumpl ió un impor tante papel en la salidaelectoral, no llegó a const ituir un espacio de discusión y negociaciónreconocido; más allá de los acuerdos iniciales, Perón sólo la usó comoescenario para mostrar a la sociedad su fisonomía pacif icadora, y a lo sumopara garantizar el respeto de las formas const itucionales. El resto de lospartidos, empezando por la Unión Cívica Radical, parti ciparon del embelesogeneral con Perón o se sintieron abrumados por la culpa de la prosc ripción y

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  • se limitaron a aceptar sus términos, renunciando de entrada a su función decontrol y alternativa. La idea misma de democracia , de representac ión polít icade los intereses socia les, de negociac ión primero en el ámbito de cada partidoy luego en los espac ios polít icos comunes, de const itución colec tiva del poder,tenía escaso prest igio en una sociedad largamente acostumbrada a que cadauna de sus partes negociara por separado con el poder const ituido. La polí ticaparecía una ficción que servía para velar la verdadera negociación entre losfacto res reales de poder . Los secto res propietar ios se sentían mucho máscómodamente expresados por sus organ izaciones corporativas. Los secto respopulares, por su parte , que podrían haber estado interesados en laconstituc ión de un ámbito espec íficamente polí tico, no encontraron para ello nirepresentación ni voceros entre los actores polít icos, ni mucho menos entrelos corporativos.

    Esto fue crucial para el destino de la exper iencia que se iniciaba en 1973 conuna elecc ión donde la voluntad popular se expresó tan libre y acabadamentecomo en 1946. La ola de movi lizac ión, que estaba llevando el enfrentamientosocia l a un punto extremo, contenía en sus orígenes un impor tante elementode participac ión, visib le en cada uno de los lugares de la sociedad donde segestaba, desde una sociedad vecinal a un aula universitaria o una fábrica.Pero sus elementos potencialmente democráticos se cruzaban con toda unacultu ra polít ica espontánea —acuñada en largos años de autor itarismo ydemocracia fingida— que llevaba a ident ificar el poder con el enemigo y larepresión, a menos que se lo "tomara", para reprimir a su vez al enemigo.Mient ras los partidos polít icos carec ían de fuerza o de convicción parahacerse oír entre ellos , los activistas formados en las matri ces del peronismo,el catol icismo o la izquierda tendieron a acentuar y dar forma a esta cultu raespontánea y a inclu irla —como se vio — en la lógica de la guerra. Así, no fuedifícil que las organ izaciones armadas se inser taran en el movimiento popular,en los barr ios, en las fábr icas, en el movim iento estud ianti l, llenando un vacíoque debía ser ocupado. Los Montoneros, particularmente , tuvie ron unaenorme capac idad para combinar la acción clandestina con el traba jo desuperficie, que reali zaron a través de la Juventud Peron ista. Pero al hacer lointrodujeron un sesgo en el desar rollo del movim iento popular: lo encuadraron,lo somet ieron a una organizac ión rígida, cuya estra tegia tácti cas seelaboraban en otras partes, y eliminaron todo lo que la movil ización tenía deespontáneo, de participat ivo, de plura l. Convertida en parte de una máquinade guerra, la movi lizac ión popular fue apartada de la alter nativa democrática yllevada a dar en otro terreno el combate final .

    La vuelta de Perón

    El 25 de mayo de 1973 asumió el gobierno el presidente Héctor J. Cámpora yel 20 de junio retornó al país Juan Domingo Perón . Ese día, cuando se habíacongregado en Ezeiza una inmensa mult itud, un enfrentamiento entre grupos

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  • armados de distintas tendencias del peron ismo provocó una masacre. El 13de julio Cámpora y el vicepresidente Solano Lima renunciaron; ausente eltitular del Senado, asumió la presidencia el de la Cámara de Diputados, RaúlLast iri, que era yerno de José López Rega, el secre tario privado de Perón y ala vez minis tro de Bienestar Socia l. En septiembre se reali zaron las nuevaselecc iones y la fórmu la Perón -Perón, que el líder compartió con su esposaIsabe l Inés María Estela Martínez) alcanzó el 62% de los votos. El 1° de juliodel año siguiente murió Perón e Isabe l lo reemp lazó, hasta que fue depuestapor los jefes militares el 24 de marzo de 1976. Los tres años de la segundaexperienc ia peron ista, verdaderamente prodigiosos por la concentrac ión deacontecimientos v sent idos, clausuraron —de manera desdichada ytenebrosa—toda una época de la histo ria argentina.

    Es difíc il saber en qué momento de su exilio Perón dejó de verse a sí mismocomo el insobornab le jefe de la resistencia, dispuesto a desbaratar lastentaciones provenientes del poder , y se consideró el destinado a pilotear elvasto proyecto de reconstrucción que asumió como última misión de su vida.Puede dudarse, incluso, de si se trató de una decis ión deliberada o si resul tóarras trado por circunstancias incontrolables aun para su inmenso talen totáct ico. Lo cierto es que, puesto en el juego, armó su provecto —parec idopero dist into al de 1945— sobre tres bases: un acuerdo democrático con lasfuerzas polít icas, un pacto socia l con los grandes representantes corporativosy una conducción más centralizada de su movimiento , hasta entoncesdesplegado en varios frentes y divid ido en estrategias heterogéneas. Para quefuncionara, Perón neces itaba que la economía tuvie ra un desempeñomedianamente satis facto rio —las expectativas eran buenas— y que pudierareforzarse el poder del Estado, tal como lo reclamaba la mayor ía de lasociedad. Éste era un punto débi l: los mecan ismos e instrumentos estabandesgastados y resul taron inef icaces, y el control que Perón podía tener no erapleno, pues las Fuerzas Armadas se mostraban reticentes , pese a larehab ilitación mutua que se concedieron con Perón; el gobierno, finalmente ,resul tó corro ído por la formidab le lucha desencadenada dentro delmovim iento . Así, una de las premisas de su acción falló de entrada. El pactosocia l funcionó mal casi desde el princ ipio y terminó hecho añicos, mient rasque el pacto democrático, aunque funcionó forma lmente bien y se respetaronlos acuerdos, finalmente resul tó irrelevante pues no sirvió ni para constitui runa oposición eficiente ni para sumin istra r de por sí, cuando los otrosmecan ismos falla ron, el respa ldo necesario para el mantenimiento delgobie rno const itucional.

    El Programa de Reconstrucción y Liberación Nacional, presentado en mayode 1973, pese a la concesión al clima de época que había en su títu lo,consistía en un intento de superar las limitaciones al crecimiento de unaeconomía cuyos rasgos básicos no se pensaba modif icar. No había en él nadaque indicara una orien tación hacia el "socialismo nacional", y tampoco uninten to de buscar nuevos rumbos al desarrollo del capitalismo. Como en 1946,Perón recurrió para pilotearlo a un empresario exitoso, en este caso ajeno al

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  • peron ismo: José Ber Gelbard, jefe de la Confederación General Económica,donde se nucleaba la mayoría de las empresas de capital básicamentenacional. Sus objetivos, acordes con los cambios ya conso lidados en laestructura económica del país, eran fuertemente intervencionistas y en menormedida nacionalistas y dist ribuc ionis tas, y no implicaban un ataque directo aninguno de los intereses estab lecidos.

    Siguiendo las tendencias de la década anter ior, se esperaba apoyar elcrecimiento de la economía tanto en una expansión del mercado interno —según la tradición de los empresarios que apoyaban a ambos partidos mayor i-tarios— cuanto en el crecimiento de las exportaciones. Las perspectivas delas exportaciones tradiciona les eran excelentes: muy buenos precios yposib ilidad de acceder a nuevos mercados, como la Unión Sovié tica; lanacionalización del comercio exterior apuntaba a asegurar la trans ferencia departe de los benef icios al sector industria l, aunque a la vez se cuidó mucho depreservar los ingresos de los secto res rurales, cuya productiv idad se quisoincrementa r combinando alic ientes y castigos. Uno de ellos —la posib ilidad deexpropiar las tierras sin culti var, inclu ido en el proyecto de ley Agraria—desencadenó a la larga un fuerte conf licto. Pero sobre todo se trató de con-tinuar expandiendo las exportaciones industriales a través de conveniosespec iales , como el reali zado con Cuba para vender automóviles y camiones.

    Las empresas nacionales, que también deber ían participar de los benef iciosde las expor taciones, fueron respaldadas con líneas espec iales de crédi to ycon el mecanismo del compre argentino en las empresas públ icas; para lograrmayor eficiencia y control, éstas se integraron en una Corporación deEmpresas Nacionales . Por otra parte , se apoyó espec ialmente a algunosgrandes proyectos industriales, de "inte rés nacional", mediante impor tantessubvenciones. Muchos resor tes pasaban por las manos del Estado: el manejocentralizado del crédi to y también el control de precios, fundamenta l para lapolí tica de estab ilización. Pero además, el Estado aumentóconsiderab lemente sus gastos a través de obras socia les e incrementó elnúmero de empleados públ icos y de empresas del Estado; contr ibuyó así aactivar la economía interna, aunque a costa de un défic it creciente.

    La clave del programa resid ía en el pacto socia l, con el que se procurabasoluc ionar el problema clásico de la economía, ante el cual habían fracasadolos sucesivos gobiernos desde 1955: la capac idad de los distintos secto res,empeñados en la puja distr ibutiva, para frenarse mutuamente . Mient rasOngan ía había fracasado en su intento de corta r el nudo con la puraautor idad, Perón recur ría a la concertación, un mecan ismo muy común en latradición europea, pero además fácilmente filiable en su propia concepción dela comunidad organ izada. El Estado debía disciplina r a los actorescombinando persuasión y autor idad. Hubo concertaciones secto riales y unamayor , que las subsumía a todas , suscr ipta por la CGE y la CGT, queestab leció el conge lamiento de los precios y la supresión por dos años de lasconvenciones colec tivas o paritarias . Esto era duro de aceptar para el

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  • sindicalismo y fue compensado con un inmediato aumento del 20% general enlos salar ios, muy distante sin embargo de las expec tativas generadas por eladven imiento del gobie rno popular.

    Los primeros resul tados de este programa de estab ilización fueronespec taculares. La inflación, desatada con intensidad en 1972, se frenóbruscamente, mient ras que la- excelente coyun tura del comercio exteriorpermitió superar la angustiante situación de la balanza de pagos y acumularun buen superávit, y las mejoras salar iales y el incremento de gastos delEstado estimulaban el aumento de la activ idad interna. Por esa vía, se llegópronto a estar cerca de la plena util ización de la capac idad insta lada. Perodesde diciembre de 1973 comenzaron a acumularse problemas. El incrementodel consumo hizo reaparecer la inflación, mient ras que el aumento del preciodel petró leo en el mundo —que ya anunc iaba el fin del ciclo de prosperidad dela posguerra— encareció las impor taciones, empezó a compl icar las cuentasexternas e incrementó los costos de las empresas. Finalmente, el MercadoComún Europeo se cerró para las carnes argentinas. Se trataba de una crisiscícl ica habitual, pero su resoluc ión cl