Atrapados, Nicholar Carr (Intro)

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Nicholas Carr Atrapados Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas Traducción de Pedro Cifuentes TAURUS PENSAMIENTO 0O_atrapados_PRIMERAS.indd 5 04/08/14 12:51

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Introducción al libro "Atrapados", el más reciente de Nicholas Carr

Transcript of Atrapados, Nicholar Carr (Intro)

  • Nicholas Carr

    AtrapadosCmo las mquinas se

    apoderan de nuestras vidas

    Traduccin de Pedro Cifuentes

    TAURUS

    PENSAMIENTO

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  • 9ndice de contenidos

    Introduccin. Alerta para operadores ....................................... 13

    1. Pasajeros ........................................................................ 152. El robot a las puertas ................................................. 333. Con el piloto automtico encendido ....................... 594. El efecto degenerativo ............................................... 83

    Interludio, con ratones bailarines ............................. 107

    5. El ordenador administrativo ................................... 1136. Mundo y pantalla ........................................................ 1497. Automatizacin para las personas ........................... 179

    Interludio, con un ladrn de tumbas .......................... 205

    8. Tu dron interno............................................................ 2119. El amor que pone orden en el cenagal..................... 241

    Notas ..................................................................................... 265Agradecimientos ..................................................................... 299ndice analtico ...................................................................... 301

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  • Introduccin. Alerta para operadores

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    xEl 4 de enero de 2013, primer viernes de aquel ao, un da muerto a efectos informativos, la Administracin Federal de Aviacin de Estados Unidos [FAA, segn sus siglas en ingls] emiti un comunicado de una sola pgina. No llevaba ttulo. Se identificaba nicamente como una alerta de seguridad para operadores [SAFO, segn sus siglas en ingls]. El texto era escueto y crptico. Adems de ser publicada en la pgina web de la FAA, fue enviada a todas las aerolneas estadounidenses y otras compaas areas comerciales. Esta SAFO, rezaba el docu- mento, incentiva a los operadores a promover operaciones de vuelo manuales cuando resulte apropiado. La FAA haba reu- nido pruebas (provenientes de investigaciones sobre acciden- tes, informes sobre incidentes y estudios de cabina) que indica-ban que los pilotos se haban vuelto demasiado dependientes de los pilotos automticos y otros sistemas informatizados. El exceso de automatizacin area, adverta la agencia, podra lle-var a una degradacin de la capacidad del piloto para sacar rpidamente a la aeronave de una situacin no deseada. Po-dra, dicho de otra manera, poner a un avin y a sus pasajeros en peligro. La alerta conclua con una recomendacin de que las aerolneas, como parte de su poltica de operaciones, instru-yeran a los pilotos a pasar menos tiempo volando con el piloto automtico encendido y ms tiempo volando manualmente1.

    Este es un libro sobre la automatizacin, sobre el uso de ordenadores y software para hacer cosas que solamos hacer

    1 Federal Aviation Administration, SAFO 13002, 4 de enero, 2013, faa.gov/other_visit/aviation_industry/airline_operators/airline_safety/safo/all_safos/media/2013/SAFO13002.pdf.

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    nosotros mismos. No es sobre los aspectos tecnolgicos o econ-micos de la automatizacin, ni sobre el futuro de los robots, los cborgs y los aparatos, aunque todo eso entra dentro de la historia. Es sobre las consecuencias humanas de la automati-zacin. Los pilotos han estado en primera lnea frente a una ola que nos est engullendo. Recurrimos a los ordenadores para cargarles una parte cada vez mayor de nuestras tareas, en el trabajo y fuera de l, y para guiarnos en un porcentaje cada vez mayor de nuestras rutinas diarias. Cuando necesitamos hoy da dejar algo hecho, en la mayora de las ocasiones nos sentamos delante de un monitor, o abrimos un porttil, o sa-camos un smartphone, o nos ponemos un accesorio conectado a la Red en la frente o la mueca. Utilizamos aplicaciones. Consultamos pantallas. Recibimos consejos de voces simuladas digitalmente. Recurrimos a la sabidura de los algoritmos.

    La automatizacin informtica facilita nuestras vidas, alige-ra nuestras faenas. Con frecuencia, somos capaces de hacer ms en menos tiempo, o de hacer cosas que sencillamente no podamos hacer antes. Pero la automatizacin tiene tambin efectos ms profundos y ocultos. Como han aprendido los aviadores, no todos son beneficiosos. La automatizacin pue-de ser perjudicial para nuestro trabajo, nuestro talento y nues-tra vida. Puede estrechar nuestra perspectiva y limitar nuestras elecciones. Puede someternos a la vigilancia y a la manipula-cin. A medida que los ordenadores se convierten en nuestros compaeros constantes, en nuestro familiar y complaciente apoyo, parece inteligente echar un vistazo ms detenido a cmo estn cambiando exactamente lo que hacemos y lo que somos.

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    xEntre las humillaciones de mi adolescencia hubo una que podra denominarse psicomecnica: mi esfuerzo (pblico) por manejar una transmisin manual. Obtuve mi permiso de con-ducir a principios de 1975, poco despus de cumplir diecisis aos. El otoo anterior haba hecho un curso de conducir con un grupo de mis compaeros de instituto. El Oldsmobile del instructor, que usbamos para nuestras clases en la calle y tam-bin para nuestros exmenes de conducir en el odioso Depar-tamento de Vehculos de Motor, era automtico. Pisabas el acelerador, girabas el volante, frenabas. Haba unas pocas ma-niobras complicadas dar la vuelta en una carretera estrecha, ir marcha atrs en lnea recta, aparcar en paralelo, pero con un poco de prctica entre las columnas del aparcamiento del colegio se acabaron volviendo rutinarias.

    Tena el permiso en la mano; estaba listo para circular. Que-daba solo un obstculo. El nico coche disponible para m en casa era un Subaru sedn con una palanca de cambios. Mi padre, que no era el ms prctico de los padres, me concedi una sola clase. Me llev al garaje una maana de sbado, se dej caer en el asiento del conductor y me hizo subir al asien- to de acompaante junto a l. Puso mi palma izquierda sobre la palanca y la gui por las diferentes marchas: Eso es prime-ra. Breve pausa. Segunda. Breve pausa. Tercera. Breve pausa. Cuarta. Aqu abajo escorzo de dolor en mi mue-ca al retorcerse en una posicin no natural est la marcha

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    atrs. Me mir para confirmar que lo tena todo claro. Asent (qu iba a hacer). Y eso moviendo mi mano adelante y atrs es punto muerto. Me dio algunas pistas sobre los tra-mos de velocidad de las cuatro marchas principales. Entonces apunt al pedal del embrague, que tena apretado bajo su zapa-to. No te olvides de pisarlo mientras cambias de marcha.

    Proced a dar el espectculo por las calles de la pequea ciudad de Nueva Inglaterra donde vivamos. El coche daba sacudidas mientras trataba de encontrar la marcha correcta, sa-liendo despedido hacia delante cuando soltaba a destiempo el embrague. Me paraba en cada semforo rojo, y despus de nuevo en el cruce. Las cuestas eran un horror. Soltaba el em-brague demasiado rpido, o demasiado despacio, y el coche se deslizaba hacia atrs hasta detenerse en el parachoques del vehculo que iba detrs. Sonaban bocinas, insultos Los p-jaros alzaban el vuelo. Lo que haca la experiencia incluso ms mortificante era la pintura amarilla del Subaru, un amarillo parecido al de un impermeable para nios o un jilguero ma-cho en celo. El coche era un imn para los ojos; mis bandazos, imposibles de pasar desapercibidos.

    No recib apoyo de mis supuestos amigos, que hallaron en mis apuros una fuente de diversin infinita y estruendosa. Medio kilo de caf!, gritaba uno de ellos con alborozo desde el asiento trasero cuando erraba un cambio y desencadenaba un rechinar metlico de dientes de engranaje. Suave, se recochineaba otro mientras el motor se esforzaba hasta detenerse. La palabra retrasado (esto sucedi mucho antes de que nadie hubiese odo hablar de la correccin poltica) se utilizaba frecuentemen-te referida a m. Tena la sospecha de que mi incompetencia con la caja de cambios era objeto de risas a mis espaldas entre mi grupo de amigos. Las implicaciones metafricas no se me esca-paban. Mi hombra, a los diecisis aos, estaba desinflada.

    Pero persist qu otra cosa iba a hacer? y, despus de una semana o dos, empec a pillarle el tranquillo. La caja de cambios se afloj y se mostr ms comprensiva. Mis brazos y piernas dejaron de funcionar enfrentados y empezaron a coope-

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    rar. Pronto estaba cambiando de marcha sin pensar en ello. Simplemente suceda. El coche ya no se paraba, ni daba sacudi-das. No tena que sufrir las cuestas o las intersecciones de calles. La transmisin y yo nos habamos convertido en un equipo. Nos habamos engranado. Estaba bastante orgulloso de mi logro.

    De cualquier forma, ansiaba un coche automtico. Aunque las palancas de cambio eran bastantes comunes por aquel entonces, al menos en los coches baratos y birriosos que manejaban los adolescentes, ya haban adquirido una cualidad ligeramente an-ticuada y segundona. Parecan rancios, algo pasados de moda. Quin quera ser manual cuando podas ser automtico? Era como la diferencia entre fregar platos a mano y meterlos en un lavavajillas. La realidad es que no tuve que esperar mucho para ver cumplido mi deseo. Dos aos despus de sacarme el carn, me las arregl para destrozar el Subaru durante un per-cance de madrugada, y poco despus me apropi de un Ford Pinto de dos puertas, usado, de color crema. El coche era una mierda hay quienes ven ahora en el Pinto el punto ms bajo de la industria estadounidense en el siglo xx, pero para m quedaba redimido por su transmisin automtica.

    Yo era un hombre nuevo. Mi pie izquierdo, libre de las exi-gencias del pedal, se convirti en un apndice de placer. Mien-tras circulaba por la ciudad, segua a veces con garbo los ba-quetazos de Charlie Watts o los porrazos de John Bonham el Pinto tena tambin un reproductor de cinta magnetofnica, otro toque de modernidad, pero en la mayora de las oca-siones se estiraba simplemente en su recoveco bajo el lado izquierdo del salpicadero y sesteaba. Mi mano derecha era un soporte para bebidas. No me senta solo renovado y actualiza-do. Me senta liberado.

    No dur mucho. Los placeres derivados de tener menos cosas que hacer eran reales, pero se difuminaron. Apareci una nueva emocin: el aburrimiento. No se lo admit a nadie, ni siquiera a m mismo, pero empezaba a echar de menos la palanca de cambios y el embrague. Echaba de menos la sensa-cin de control y participacin que me haban dado la ca-

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    pacidad de revolucionar el motor tanto como quisiera, de sentir cmo el embrague se soltaba y las marchas entraban, la discreta emocin que sobrevena con una reduccin de la ve-locidad. El automtico me haca sentir un poco menos con-ductor y un poco ms pasajero. Empez a no gustarme.

    x* * *

    xAdelantmonos treinta y cinco aos, a la maana del 9 de octubre de 2010. Uno de los inventores de plantilla de Google, el experto en robtica de origen alemn Sebastian Thrun, hace un anuncio extraordinario en el post de un blog. La compaa ha desarrollado coches que pueden conducir so-los. No se trata de un par de prototipos desgarbados que holgazanean por el aparcamiento de Googleplex con marchas reductoras. Son vehculos de verdad, legales Toyota Prius, para ser precisos y, segn revela Thrun, ya han recorrido ms de 150.000 kilmetros en carreteras y autopistas de Cali-fornia y Nevada. Han circulado por Hollywood Boulevard y la Ruta Estatal 1, cruzado varias veces el Golden Gate y rodeado el lago Tahoe. Se han incorporado a una autopista congestio-nada, cruzado intersecciones peligrosas y marchado a paso de humano en atascos de hora punta. Han realizado maniobras para evitar colisiones. Y han hecho todo esto solos. Sin ayuda humana. Creemos que esto es un hito en investigacin rob-tica, escribe Thrun con astuta humildad1.

    Fabricar un coche que puede conducir solo no es tan im-presionante. Ingenieros e inventores llevan construyendo au-tomviles robticos y por control remoto desde por lo menos la dcada de 1980. Pero la mayora de ellos eran cacharros vulgares. Su uso estaba restringido a pruebas de conduccin en circuitos cerrados o a carreras y rallies en desiertos y otras reas remotas, alejados de peatones y policas.

    El anuncio de Thrun dejaba claro que el Googlemobile es diferente. Lo que lo convierte en semejante avance, tanto en la historia del transporte como de la automatizacin, es su

    1 Sebastian Thrun, What Were Driving At, Google Official Blog, 9 de octubre, 2010, googleblog.blogspot.com/2010/10/what-were-driving-at.html. Vase tambin Tom Vanderbilt, Let the Robot Drive: The Autonomous Car of the Future Is Here, Wired, febrero de 2012.

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    habilidad para circular por el mundo real en toda su comple-jidad catica y turbulenta. Equipado con medidores de distan-cia por lser, transmisores de radar y snar, detectores de mo-vimiento, cmaras de vdeo y receptores GPS, el coche puede analizar su entorno minuciosamente. Puede ver adnde est yendo. Y al procesar toda esa informacin instantneamente en tiempo real, sus ordenadores de a bordo son capaces de manipular el acelerador, el volante y los frenos con la velo-cidad y sensibilidad necesarias para conducir en carreteras reales y responder con fluidez a los acontecimientos inespera-dos que siempre encuentra un conductor. La flota de coches independientes de Google lleva ya acumulada casi un milln de kilmetros, y los vehculos solo han causado un accidente serio, un choque en cadena de cinco coches cerca del cuartel general de la empresa, en Silicon Valley, en 2011.

    El accidente, adems, no cuenta en realidad. Ocurri, como Google se apresur a anunciar, mientras una persona estaba conduciendo manualmente el coche2.

    Los automviles autnomos deben todava recorrer mucho camino hasta que empiecen a trasladarnos al trabajo o a llevar a nuestros hijos a su partido de ftbol. A pesar de que Google ha afirmado que espera que haya versiones comerciales de su coche a la venta para finales de esta dcada, es probablemen-te ilusorio. Los sistemas de sensores del vehculo siguen siendo prohibitivamente caros; solo el aparato de lser montado en el techo cuesta ochenta mil dlares. Faltan por superarse nu-merosos desafos tcnicos, como conducir por carreteras ne-vadas o cubiertas de hojas, gestionar desvos inesperados o interpretar las seales manuales de agentes de trfico u obre-ros de la construccin. Incluso los ordenadores ms avanzados tienen todava problemas para distinguir un pequeo e ino- fensivo trozo de basura en el camino (una caja de cartn aplas-tada, por ejemplo) de un obstculo peligroso (una tabla de contrachapado con clavos). Los ms preocupantes de todos son las numerosas barreras legales, culturales y ticas que afronta un coche sin conductor.

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    Dnde residen, por ejemplo, la culpabilidad y la responsa-bilidad si un automvil dirigido por ordenador causa un acci-dente que mata o hiere a alguien? En el propietario del co-che? En el fabricante que instal el sistema de conduccin automtica? En los programadores que escribieron el soft-ware? Hasta que estas cuestiones espinosas se resuelvan, no parece probable que los coches totalmente automatizados pueblen los concesionarios.

    El progreso seguir adelante de todas formas. Gran parte del hardware y del software de los coches de prueba de Google acabar siendo incorporado a generaciones futuras de coches y camiones. Desde que la compaa public su programa de vehculos autnomos, la mayora de los principales fabricantes mundiales de coches ha dejado saber que impulsan proyectos similares. La meta, por el momento, no es tanto crear un robot inmaculado sobre ruedas como continuar inventando y per-feccionando funciones automatizadas que aumenten la segu-ridad y la comodidad de maneras que lleven a la gente a com-prar coches nuevos. La automatizacin de la conduccin ha progresado ya mucho desde que arranqu por primera vez el motor de mi Subaru. Los coches de hoy estn repletos de apa-ratos electrnicos. Microchips y sensores dirigen el funciona-miento del control de velocidad, los frenos antibloqueo, los mecanismos de traccin y estabilidad y, en los modelos de alta gama, la transmisin de velocidad variable, el sistema de asis-tencia de aparcamiento, el sistema de prevencin de choques, los faros adaptativos y el tablero. El software ya proporciona una proteccin entre nosotros y la carretera. No controlamos tanto nuestros coches; enviamos inputs electrnicos a los or-denadores que los controlan.

    En los aos prximos veremos cmo la responsabilidad de muchos aspectos de la conduccin se desplaza de las personas al software. Infiniti, Mercedes y Volvo estn comercializando modelos que incluyen control de velocidad adaptativo asisti- do por radar, capaz de funcionar incluso en condiciones de trfico de parada y arranque; sistemas de direccin compute-

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    rizada que toman el control de las ruedas para mantener el coche centrado en su carril; y frenos que se activan en emer-gencias. Otros fabricantes se estn dando prisa para introducir controles incluso ms avanzados. Tesla Motors, el pionero del coche elctrico, est desarrollando un piloto automtico que debera ser capaz de [gestionar] el 90 por ciento de los kilmetros recorridos, segn el ambicioso consejero delega-do de la empresa, Elon Musk3.

    La llegada del coche independiente de Google altera algo ms que nuestra concepcin de la conduccin. Nos fuerza a cambiar nuestro pensamiento sobre lo que pueden y no pue-den hacer ordenadores y robots. Hasta aquel aciago da de octubre, se daba por sentado que muchas habilidades impor-tantes estaban fuera del alcance de la automatizacin. Las m-quinas podan hacer muchas cosas, pero no todo. En un influ-yente libro de 2004, The New Division of Labor: How Computers Are Creating the Next Job Market, [La nueva divisin del trabajo: cmo los ordenadores configuran el mercado laboral del fu-turo] los economistas Frank Levy y Richard Murnane soste-nan, convincentemente, que existan lmites prcticos a la capacidad de los programadores de software para replicar ca-pacidades humanas, particularmente aquellas que implicaban percepcin sensorial, reconocimiento de patrones e inteligen-cia conceptual. Mencionaban especficamente el ejemplo de conducir un coche en una carretera, habilidad que requiere la interpretacin instantnea de una mezcolanza de seales visuales y la capacidad de adaptarse a la perfeccin a situacio-nes cambiantes y con frecuencia no previstas. Poco sabemos acerca de cmo logramos hacer semejantes cosas nosotros mis-mos, as que la idea de que un programador podra reducir todos los entresijos, aspectos intangibles y contingencias de la conduccin a una serie de instrucciones, a lneas de cdigo de software, pareca absurda. Ejecutar un giro a la izquierda con trfico en ambos sentidos, escriban Levy y Murnane, conci-ta tantos factores que es difcil imaginar el conjunto de reglas que puede replicar el comportamiento de un conductor. Pa-

    3 Richard Waters y Henry Foy, Tesla Moves Ahead of Google in Race to Build Self-Driving Cars, Financial Times, 17 de septiembre, 2013, ft.com/intl/cms/s/0/70d26288-1faf-11e3-8861-00144feab7de.html.

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    reca una apuesta segura, para ellos y prcticamente para cual-quier persona, que el volante seguira siendo controlado por manos humanas4.

    Al evaluar la capacidad de los ordenadores, economistas y psiclogos han fijado desde hace mucho tiempo una distincin bsica entre dos tipos de conocimiento: tcito y explcito. El co-nocimiento tcito, al que tambin se le conoce en ocasiones como conocimiento procesal, se refiere a todo lo que hacemos sin pensar activamente sobre ello: montar en bicicleta, atrapar una pelota de bisbol, leer un libro, conducir un coche. No son habilidades innatas debemos aprenderlas, y algunas personas lo hacen mejor que otras, pero no se pueden expresar con una simple receta, una secuencia de pasos definidos con exac-titud. Estudios neurolgicos demuestran que, cuando haces un giro con tu coche en una interseccin con bastante trfico, mu-chas reas de tu cerebro estn trabajando, procesando estmulos sensoriales, haciendo clculos de tiempo y distancia y coordinan-do tus brazos y piernas5. Pero si alguien nos pidiera que docu-mentsemos todo aquello que est relacionado con ese giro, no podramos hacerlo, al menos sin recurrir a generalizaciones y abstracciones. Esa habilidad reside en la profundidad de nuestro sistema nervioso, fuera del mbito de nuestra mente consciente. El procesamiento mental contina sin que nos demos cuenta.

    Gran parte de nuestra capacidad para medir situaciones y hacer juicios rpidos sobre ellas provienen del reino borroso del conocimiento tcito. La mayora de nuestras habilidades creativas y artsticas residen all tambin. El conocimiento ex-plcito, tambin conocido como conocimiento declarativo, es aquello que puedes escribir: cmo cambiar una rueda, cmo doblar una grulla de papel, cmo resolver una ecuacin de segundo grado. Estos son procesos que pueden desmenuzarse en pasos bien definidos. Una persona se los puede explicar a otra mediante instrucciones escritas u orales: haz esto, luego esto, despus aquello.

    Dado que un programa de software es esencialmente un conjunto de instrucciones precisas, escritas haz esto, luego

    4 Frank Levy y Richard J. Murnane, The New Division of Labor: How Computers Are Creating the Next Job Market (Princeton: Princeton University Press, 2004), 20.5 Tom A. Schweizer et al., Brain Activity during Driving with Distraction: An Immersive fMRI Study, Frontiers in Human Neuroscience, 28 de febrero, 2013, frontiersin.org/Human_Neuroscience/10.3389/fnhum.2013.00053/full.

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    esto, despus aquello, hemos asumido que mientras que los ordenadores pueden replicar habilidades que dependen del conocimiento explcito, no son tan buenos cuando se trata de habilidades que proceden del conocimiento tcito. Cmo traduces lo inefable en lneas de cdigo, en instrucciones rgi-das, paso a paso, de un algoritmo? La frontera entre lo expl-cito y lo tcito siempre ha sido aproximada muchas de nues-tras habilidades participan de ambos tipos de conocimiento, pero pareca ofrecer un modo vlido de definir los lmites de la automatizacin y, por ende, de delimitar el precinto exclu-sivo de lo humano. Las actividades sofisticadas que Levy y Mur-nane identificaban como fuera del alcance de los ordenadores adems de la conduccin, sealaban la docencia y el diag-nstico mdico eran una mezcla de lo mental y lo manual, pero todas derivaban del conocimiento tcito.

    El coche de Google traza una nueva frontera entre el hom-bre y el ordenador, y lo hace de una forma ms drstica, ms decisiva, que anteriores hitos de la programacin. Nos dice que nuestra idea sobre los lmites de la automatizacin siem-pre ha tenido algo de ficcin. No somos tan especiales como pensamos. La distincin entre conocimiento tcito y explcito sigue siendo til en el entorno de la psicologa humana, pero ha perdido buena parte de su relevancia en los debates sobre la automatizacin.

    x* * *

    xEso no quiere decir que los ordenadores tengan ahora cono-cimiento tcito, o que hayan empezado a pensar como pensa-mos nosotros, o que pronto sern capaces de hacer todo lo que podemos hacer las personas. Ni pueden, ni lo han hecho, ni lo harn. La inteligencia artificial no es la inteligencia hu-mana. Las personas son conscientes; los ordenadores son in-conscientes. Pero a la hora de llevar a cabo tareas exigentes, ya sea con el cerebro o el cuerpo, los ordenadores son capaces de replicar nuestros fines sin replicar nuestros medios. Cuan-

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    do un coche sin conductor gira hacia la izquierda, no est aprovechndose de un pozo de intuicin y destreza; est si-guiendo un programa. Las estrategias son diferentes, pero los resultados, por motivos prcticos, son los mismos. La veloci-dad sobrehumana con la que los ordenadores pueden seguir instrucciones, calcular probabilidades y recibir y mandar datos significa que pueden utilizar el conocimiento explcito para realizar muchas de las tareas complicadas que hacemos con el conocimiento tcito. En algunos casos, la fuerza singular de los ordenadores les permite desplegar lo que consideramos habilidades tcitas mejor de lo que podemos desplegarlas no-sotros. En un mundo de coches controlados por ordenador no necesitaramos semforos o seales de STOP. A travs del intercambio incesante de datos a alta velocidad, los vehculos coordinaran su trayectoria perfectamente, incluso por los cruces ms abarrotados, al igual que los ordenadores regulan hoy el flujo de cantidades inconcebibles de paquetes de datos por las autovas y vericuetos de Internet. Lo que es inefable en nuestras mentes se puede expresar en los circuitos de un mi-crochip.

    Resulta ahora que muchos de los talentos cognitivos que he-mos considerado especficamente humanos no lo son. Una vez que adquieren suficiente velocidad, los ordenadores pueden empezar a replicar nuestra capacidad para detectar patrones, hacer juicios y aprender de la experiencia. Aprendimos la lec-cin por primera vez en 1997, cuando el superordenador de IBM Deep Blue, jugador de ajedrez que poda evaluar mil mi-llones de posibles jugadas cada cinco segundos, derrot al cam-pen mundial Gary Kasparov. Con el coche inteligente de Goo-gle, que puede procesar un milln de mediciones ambientales por segundo, estamos aprendiendo la leccin otra vez. Muchas de las cosas muy inteligentes que la gente hace no requieren realmente un cerebro. El talento intelectual de profesionales altamente cualificados no est ms protegido de la automatiza-cin que el giro a la izquierda del conductor. Vemos la evidencia por todas partes. El trabajo creativo y analtico de toda clase est

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    siendo mediatizado por el software. Los mdicos usan ordena-dores para diagnosticar enfermedades. Los arquitectos los usan para disear edificios. Los fiscales los usan para analizar prue-bas. Los msicos los usan para simular instrumentos y corregir acordes. Los profesores los usan para supervisar a estudiantes y calificar trabajos. Los ordenadores no estn apropindose de estas profesiones enteramente, pero estn apropindose de mu-chos de sus elementos. Y estn cambiando ciertamente la ma-nera en que se realiza el trabajo.

    No solo las profesiones se estn informatizando. Las voca-ciones tambin. Gracias a la proliferacin de smartphones, ta-bletas y otros ordenadores pequeos, asequibles y que incluso se llevan encima, ahora dependemos del software para llevar a cabo muchas de nuestras faenas y pasatiempos diarios. Abri-mos aplicaciones para ayudarnos en la compra, para cocinar, para hacer ejercicio, incluso para encontrar una pareja y criar a un nio. Seguimos instrucciones GPS, curva a curva, para llegar de un sitio al siguiente. Utilizamos las redes sociales para mantener amistades y expresar nuestros sentimientos. Buscamos consejo en motores de recomendacin sobre qu ver, leer y escuchar. Consultamos a Google, o al Siri de Apple, para responder nuestras preguntas y solucionar nuestros pro-blemas. El ordenador se est convirtiendo en nuestra herra-mienta universal para navegar, manipular y entender el mun-do, tanto en sus manifestaciones fsicas como sociales. Piense solo qu sucede estos das cuando alguien pierde su smartpho-ne o la conexin a la Red. Sin sus asistentes digitales, se siente intil. Como observa Katherine Hayles, profesora de Literatura en la Universidad de Duke, en su libro How We Think [Cmo pensamos] (2012), cuando se estropea mi ordenador o falla mi conexin a Internet me siento perdida, desorientada, in-capaz de trabajar; es ms, me siento como si me hubiesen amputado las manos6.

    Nuestra dependencia de los ordenadores puede desconcer-tarnos en ocasiones, pero en general la aceptamos de buena gana. Nos encanta celebrar y presumir de nuestros nuevos y fan-

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    tasiosos aparatejos y aplicaciones (y no solo porque sean tan ti- les y estilosos). Hay algo mgico en la automatizacin infor-matizada. Ver cmo un iPhone identifica una desconocida cancin que suena en un bar es para la experiencia algo que hubiera sido inconcebible para la generacin anterior. Ver a una tropa de robots alegremente pintados montar sin esfuer-zo un panel solar o el motor de un avin es asistir a un ex-quisito ballet de metales pesados, cada movimiento coreogra-fiado hasta la fraccin de un milmetro y la dcima de un segundo. Las personas que han montado en el coche de Goo-gle cuentan que la emocin es casi de otro mundo; su cere-bro mundanal tiene dificultades para procesar la experien-cia. Hoy parece realmente que estamos entrando en un mundo feliz, una Tierra del Maana en la que los ordenado-res y los autmatas estarn a nuestro servicio, alivindonos de nuestras cargas, materializando nuestros deseos y, a veces, tan solo hacindonos compaa. Muy pronto, nos aseguran nuestros magos de Silicon Valley, tendremos empleadas do-msticas y chferes robot. Todo tipo de objetos sern fabri-cados por impresoras 3D y llegarn a nuestras casas por me-dio de drones. El mundo de Los supersnicos, o al menos de El coche fantstico, nos est haciendo seas.

    Es difcil no quedarse pasmado. O sentir aprensin. La transmisin automtica puede parecer una tontera al lado del esplndido flipa, sin humanos de Google, pero fue precur-sora de este ltimo, un paso pequeo en el camino a la auto-matizacin total, y no puedo sino recordar el bajn que expe-riment cuando me retiraron la palanca de cambios de mi alcance o, para poner la responsabilidad a quien correspon-de, cuando supliqu que me quitaran la palanca de la mano. Si la conveniencia de una transmisin automtica me dej un sentimiento de ausencia, de estar ligeramente infrautilizado (como dira un economista laboral), cmo ser convertirse realmente en un pasajero dentro de mi propio coche?

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