La Gaceta del FCE, núm. 487. Julio de 2011

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAJULIO 2011 ISSN: 0185-3716 Reinhart y Rogoff no se andan por las ramas y prefieren los hechos puros y duros; para ellos, antes de empezar a teorizar conviene estudiar detenidamente lo que nos enseña la historia PAUL KRUGMAN y ROBIN WELLSL 487 TIEMPOS DE CRISIS Además LA NUEVA ORTOGRAFÍA ACADÉMICA y LEONORA CARRINGTON (1917-2011) como ilustradora de libros

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Reinhart y Rogoff no se andan por las ramas y prefi eren los hechos puros y duros; para ellos, antes de empezar a teorizar conviene estudiar detenidamente lo que nos enseña la historia—PAUL KRUGMAN y ROBIN WELLSL

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TIEMPOS DE CRISIS

Además LA NUEVA ORTOGRAFÍA ACADÉMICA y LEONORA CARRINGTON (1917-2011) como ilustradora de libros

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Joaquín Díez-Canedo FloresDIRECTOR GENERAL DEL FCE

Tomás Granados SalinasDIRECTOR DE LA GACETA

Moramay Herrera KuriJEFA DE REDACCIÓN

Ricardo Nudelman, Martí Soler, Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles Santo Tomás, Nina Álvarez-Icaza, Juan Carlos Rodríguez, Alejandra VázquezCONSEJO EDITORIAL

Impresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cvIMPRESIÓN

León Muñoz SantiniDISEÑO

Juana Laura Condado Rosas, María AntoniaSegura Chávez, Ernesto Ramírez MoralesVERSIÓN PARA INTERNET

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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilioen Carretera Picacho-Ajusco 227, C. P. 14738,Colonia Bosques del Pedregal, DelegaciónTlalpan, Distrito Federal, México.

Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995.La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206.

Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.ISSN: 0185-3716

PORTADA

Collage de León Muñoz Santini

487S U M A R I O

NOCTURNO EN EL PATIO CHICO Antonio Colinas 0 3 ¿QUÉ PODEMOS ESPERAR DE LA GRAN

CRISIS BANCARIA? Paul Krugman y Robin Wells 0 5¿POR QUÉ (NO) HA CRECIDO LA ECONOMÍA MEXICANA?

Juan Carlos Moreno-Brid y Jaime Ros Bosch 1 0¡DEJEMOS ATRÁS LA GUERRA FRÍA! Alain Touraine 1 2TRAGEDIA Y JUSTICIA. EVOCACIÓN DE

BERNARD WILLIAMS Martha C. Nussbaum 1 5 NOVEDADES DE JULIO DE 2011 1 7CAPITEL Tomás Granados Salinas 1 7LA NUEVA ORTOGRAFÍA

¿IMPRESCINDIBLE? SÍ, PERO… Luis Fernando Lara 1 9LEONORA CARRINGTON, ILUSTRADORA GRÁFICA Rafael Vargas 2 2

A quí y allá, económica o social, ética o política: la crisis está por doquier en el mundo de hoy. Seguimos padeciendo la resaca de la violenta ola que devastó las fi nanzas públicas y privadas en 2008, somos testigos de transformaciones súbitas y de desenlace incierto en el norte de África, la economía mexicana sigue sin controlar los resortes que la hagan crecer sostenidamente en el largo plazo. En esta entrega de La Gaceta hemos

procurado poner en sintonía esa nota inarmónica con diversos libros que acaban de llegar a las librerías o que están por hacerlo. Nos alegra compartir con nuestros lectores la entusiasta reseña de Paul Krugman y Robin Wells sobre un libro ambicioso y contundente en su explicación de las crisis fi nancieras; un correlato de ese estudio internacional es el que Moreno-Brid y Ros Bosch hicieron para la economía mexicana, presentado aquí por uno de esos autores. Como guiño ante la pronta aparición de un nuevo libro de Alain Touraine (Después de la crisis), ofrecemos un análisis suyo sobre los cambios en el mundo árabe. Hemos querido ilustrar esta efervescencia con los escuetos pero vehementes grafi tis de Bansky, el controvertido artista inglés cuya opinión política y tino gráfi co han conmovido las calles del mundo. Es un gran acontecimiento para los amantes de nuestro idioma el que las diversas academias de la lengua hayan publicado su nueva Ortografía. Como usuarios intensivos del español, como malabaristas de neologismos, como diletantes de la etimología, nos pareció importante refl exionar sobre los alcances de esta obra, para lo cual invitamos al lexicógrafo Luis Fernando Lara a disecarla con rigor y ánimo polémico. Cierra este número una elegante zambullida de Rafael Vargas en el mundo de Leonora Carrington en pos de su producción destinada a aparecer como ilustraciones de libros. El fallecimiento de la pintora, doloroso y todo, detonó esta pesquisa en archivos y anaqueles para reunir minucias de gran simbolismo, que testimonian la amistad y la simpatía de la Carrington por las obras que ilustró. W

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Esta noche, despacio, muy despacio,voy retornando al patio de los siglos,en el que reencontrarme en soledadcon el mundo y conmigo.Jardín de piedra el patioque enternece mis sienes,que alivia las heridas del pensar.Patio Chico: cómo vas ensanchandoel corazón,pues están los cipreses—quizá dedos de Dios,quizá llamas muy negrasque arden en la nada para nada—señalando ansiosos, hacia arriba,lo más alto:cuanto es enigma, cuanto es fugitivo.

Pero ahora nos tocahablar con lo más bajo,mirarle lentamente a los ojosde la vidaen el recogimiento del no-ser,que es el ser verdadero.Sentir aquí la nieve o luna llena,aquí, donde al cerrarse la miradaentre muros,a la vez se va abriendo,para mirar muy lejos y llegara rozar lo absoluto.Aunque no lo parezca,nuestra mirada nunca tiene aquíun horizonte ciego,pues estamos hablando de los límitessin límites del alma.

Casi siempre hay silencioentre estos altos muros.Me adormiré por ello para siempreen esta soledad en la que el labio—con gran sed de infi nito—va buscando a otro labio, lo negro al oro,la palabra vanaal silencio.Negro patio de oros enterrados:acaso sólo el símbolode lo que fuimos, de cuanto seremos.Nunca de lo que somos yapara la muerte. W

P O E S Í A

En mancuerna con Ediciones Siruela y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, acabamos de publicar la Obra poética completa de Antonio Colinas (1946), que reúne los versos

que el poeta leonés escribió entre 1967 y 2010, y que vieron la luz en 16 libros; este poema procede de El laberinto invisible, inédito hasta ahora

Nocturno en el patio chico

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Al cierre de esta edición, las discusiones en Estados Unidos acerca de su enorme défi cit mostraban los dilemas que se derivan de una severa crisis fi nanciera. Asuntos como éste son el objeto de

estudio de Esta vez es distinto, de Reinhart y Rogoff , un espléndido estudio empírico, de largo aliento histórico, sobre las causas y las

consecuencias de estas debacles; ya está disponible en librerías

¿QUÉ PODEMOS ESPERAR DE LA GRAN CRISIS BANCARIA?

PAU L K R U G M A N y R O B I N W E L L S——————————————————————————

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“LA HISTORIA NOS DICE QUÉ PASARÁ SI NO SE REFORMA

EL SISTEMA: RESURGIRÁ LA NECEDAD FINANCIERA,QUE FLORECE CADA VEZ QUE TIENE

OPORTUNIDAD. Y LAS CONSECUENCIAS DE ESA NECEDAD SERÁN MÁS Y

PROBABLEMENTE PEORES CRISIS EN LOS AÑOS POR VENIR

”sis fi nancieras; como sabemos, Estados Unidos tam-bién acabó por sufrir una crisis como ésas. Tiempo después, cuando muchos analistas fi nancieros pre-decían que después de la profunda recesión vendría una recuperación rápida en forma de V, nuestros au-tores difundieron un segundo artículo —la mayor parte del cual se encuentra en el capítulo 14— que describía las secuelas históricas de las crisis fi nan-cieras y que sugería que Estados Unidos enfrentaría un largo periodo con altos niveles de desempleo; eso es lo que ha ocurrido.

¿Qué nos enseña, entonces, Esta vez es distinto? En pocas palabras, que acumular demasiada deuda siempre es peligroso. Es peligroso que un gobier-no pida grandes préstamos en el extranjero, pero también lo es que los pida a sus propios ciudadanos. También es peligroso que el sector privado pida mu-cho dinero prestado, ya sea de extranjeros o de sí mismo —pues los bancos básicamente piden presta-do a sus clientes para prestar el dinero a terceros, y una crisis bancaria es uno de los golpes más devasta-dores que puede enfrentar una economía.

No obstante, tanto los inversionistas como quie-nes desarrollan las políticas fi nancieras tienden a ig-norar estos peligros a fuerza de racionalizarlos: tras cada periodo de calma fi nanciera, olvidan la historia o inventan razones para considerarla irrelevante. En-valentonados por esta racionalización, acumulan aún más endeudamiento, con lo cual van preparando el te-rreno para una nueva crisis. (Por cierto, extrañamen-te Reinhart y Rogoff omiten referencias al ya fallecido Hyman Minsky, un economista heterodoxo que pro-puso un argumento similar y que últimamente está volviendo a ser infl uyente.)

Una crisis ocasionada por deuda puede asumir va-rias formas: hay crisis de deuda soberana, en las que los inversionistas pierden confi anza en la capacidad —o voluntad— de los gobiernos para cumplir con sus obligaciones fi nancieras; hay crisis infl acionarias, que ocurren cuando los gobiernos emiten papel moneda ya sea para pagar cuentas o para reducir el valor real de su endeudamiento; y hay crisis bancarias, en las que la gente pierde la confi anza en las promesas del sector privado, confi anza que es esencial para que una economía de mercado funcione plenamente. Todos estos padecimientos a menudo se relacionan con las crisis cambiarias, en las que la especulación produce la caída en picada del valor de una moneda en relación con otras.

Actualmente estamos inmersos en lo que Rein-hart y Rogoff llaman la “segunda gran contracción”,

En los pr imeros meses de 2010 el temor de que Grecia fue-ra incapaz de honrar su deu-da externa se convirtió en la preocupación principal de los mercados fi nancieros; los riesgos eran obvios: la deu-da pública del país balcáni-co había alcanzado niveles que históricamente suponen

profundos problemas fi nancieros para naciones con ingresos medios. Además, debido al enorme défi cit, la deuda griega seguía creciendo rápidamente, mien-tras el país sufría una severa recesión porque los cos-tos de su deuda habían aumentado dramáticamente en relación con el resto de Europa. Y había un agra-vante: la morosidad no era ninguna novedad en el caso griego; de hecho, esta nación ha pasado la mitad de su historia moderna atrasándose en los pagos de su deuda.

En septiembre de 2009, sin embargo, esto no pa-recía preocuparle a nadie. Los derivados fi nancieros asociados a la posible suspensión de pagos de la deuda pública griega —que constituían un seguro contra esa posible falta de pago— eran bastante baratos; Grecia podía conseguir préstamos con tasas de interés ape-nas mayores a las que recibía Alemania, el campeón de la rectitud fi scal. ¿Por qué fueron tan complacien-tes los inversionistas? La respuesta es que casi todos creían que los precedentes históricos eran irrelevan-tes; Grecia era ahora parte de Europa y, más impor-tante aún, desde 2001 formaba parte también de la eurozona —compartía la misma moneda que sus ve-cinos más ricos—: se suponía que eso debía cambiarlo todo, pero no fue así.

La crisis griega se desató después de que apareció en inglés Esta vez es distinto. Ocho siglos de necedad fi nanciera, de Kenneth Rogoff (Harvard) y Carmen Reinhart (Maryland), pero ilustró de forma dramá-tica el argumento esbozado en el sarcástico título de este libro: mientras más cambian las cosas en el mun-do fi nanciero, más permanecen iguales a sí mismas. La crisis de la deuda griega de 2010 se parece mucho a la crisis de la deuda mexicana de 1827; la infl ación en Zimbabue no es más que el último episodio de una larga historia de pérdidas de valor de la moneda corriente que se remonta a las ciudades-estado de la antigua Grecia; incluso la crisis hipotecaria estaduni-dense del 2008 siguió los parámetros de muchas otras crisis bancarias que se remontan, al menos, a la crisis escocesa del siglo xviii.

1Desde el punto de vista de un economista, dos aspectos de Esta vez es distinto llaman la atención. El primero es la gran diversidad de evidencias que los autores utilizan para respaldar sus argumentos. Leer a Reinhart y Rogoff es un recordatorio de la frecuencia con que los economistas toman el cami-no fácil, es decir, cómo tienden a enfocar su atención en lugares y momentos para los cuales hay muchos datos disponibles, lo que se reduce, básicamente, a la historia reciente de Estados Unidos y otras na-ciones poderosas. Sin embargo, cuando se trata de comprender las crisis, esto equivale a actuar como el borracho que busca sus llaves bajo un farol —aunque sabe que se le cayeron en otro lado— simplemente porque allí hay más luz. Antes de esta crisis hubo por lo menos veinticinco años de calma para las econo-mías más desarrolladas, de modo que para entender lo que sucede ahora resulta indispensable analizar un espectro más amplio tanto en el tiempo como en el espacio. Esta vez es distinto explora los callejones oscuros de la información económica y se arriesga a usar datos imprecisos o incompletos a cambio de lo-grar una perspectiva más amplia.

La segunda característica peculiar de esta obra es la ausencia de teorías sofi sticadas. No es que los autores estén en contra del uso de complejos mode-los matemáticos —Foundations of International Ma-croeconomics, el infl uyente libro de Rogoff , escri-to junto con Maurice Obstfeld y publicado en 1996, contiene literalmente cientos de ecuaciones abstru-sas—; lo que pasa es que los autores de Esta vez es distinto no se andan por las ramas y prefi eren los he-chos puros y duros; es decir: para ellos, antes de em-pezar a teorizar conviene estudiar detenidamente lo que nos enseña la historia. Una ventaja adicional de este enfoque es que la obra no sólo será muy útil para los economistas, sino que al mismo tiempo resultará accesible al público lego.

Este enfoque de Reinhart y Rogoff ya dio muy buenos frutos, pues nos ha permitido entender nues-tra situación actual. En 2007, mientras los expertos de Wall Street y Washington aún afi rmaban que los problemas de la crisis hipotecaria estaban “bajo con-trol”, Reinhart y Rogoff dieron a conocer un artículo en el que estaban trabajando —que, en su mayor par-te, constituye el capítulo trece de Esta vez es distin-to—, en el que comparaban la burbuja inmobiliaria estadunidense con incidentes previos de otros países y concluían que el perfi l de Estados Unidos era muy semejante al de naciones que sufrieron severas cri-

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una gigantesca crisis bancaria que afecta ambos lados del Atlántico y cuyos efectos se han dejado sentir en todo el mundo. La primera gran contracción fue, por supuesto, la Gran Depresión. A lo largo de la historia, las crisis bancarias han conducido también a crisis de deuda soberana, ya que los colapsos bancarios debili-tan la economía, reduciendo los ingresos del gobierno y exigiendo el desembolso de grandes cantidades para rescatar el sistema fi nanciero. Puede que Grecia sea el primero de muchos casos de gobiernos en problemas; los países con un riesgo más obvio son España, Portu-gal e Italia.

Es necesario señalar, a manera de paréntesis, que la forma en que Reinhart y Rogoff interpretan la Gran Depresión es una crítica implícita a otras interpre-taciones, en especial a la de Milton Friedman, quien aseguraba que la crisis fue, en esencia, un error de po-lítica monetaria y que podría haberse evitado fácil-mente si tan sólo la Reserva Federal hubiera anticipa-do la caída en la oferta de dinero. Aunque en Esta vez es distinto no hay un análisis minucioso de los sucesos que condujeron a la Gran Depresión, es fácil detectar a partir de otras fuentes el parecido entre los últimos años de la década de 1920 y la antesala de otras seve-ras crisis fi nancieras: una exuberancia irracional en el mercado de valores, un notable aumento en la deu-da de las familias y un sistema bancario cada vez más desbordado. Incluso hubo una burbuja inmobiliaria en Florida que los hermanos Marx inmortalizaron en la película Los cuatro cocos. Con esto no pretendemos negar que el sufrimiento se habría aminorado con una mejor política —este asunto lo trataremos más ade-lante—, pero sí parece haber evidencia de que la Gran Depresión fue más una consecuencia de la excesiva deuda del sector privado que del yerro gubernamental que cuenta la leyenda monetarista.

2Ahor a que Estados Unidos ha pasado por una severa crisis fi nanciera cuyos elementos principales se parecen mucho a los de crisis pasadas, ¿qué nos enseña la historia sobre lo que podemos esperar? De eso trata el capítulo catorce del libro de Reinhart y Rogoff , titulado “Las secuelas de una crisis fi nan-ciera”. Sería provechoso leer ese capítulo junto con otros dos estudios que ofrecen una perspectiva simi-lar, publicados por el Fondo Monetario Internacional en abril y en octubre del 2009, en la revista semes-tral World Economic Outlook. Los tres textos coin-ciden en un pronóstico sombrío: las secuelas de las crisis fi nancieras suelen ser desagradables, crudas y

largas. Es decir, a las crisis fi nancieras usualmente les siguen recesiones profundas y éstas, a su vez, dan paso a recuperaciones lentas y decepcionantes.

Considérese, por ejemplo, el caso de Suecia, que después de una enorme burbuja inmobiliaria sufrió una severa crisis bancaria en 1991. El gobierno sueco ha sido elogiado muchas veces por su respuesta ante la crisis: estabilizó los mercados al garantizar la deu-da bancaria y restauró la confi anza en el sistema me-diante una nacionalización temporal, seguida de una recapitalización, de los bancos más débiles. A pesar de estas medidas, el desempleo en Suecia aumentó del 3 a casi el 10 por ciento, y no empezó a disminuir sino en 1995; su mejoría fue lenta e irregular durante muchos años más.

Es cierto que algunas crisis fi nancieras han teni-do “recuperaciones Fénix”, como las llamó Guiller-mo Calvo, economista de la Universidad de Colum-bia, pero incluso éstas —como la recuperación de Corea del Sur después de la crisis asiática de 1997-1998— han estado relacionadas, sin excepción, con importantes devaluaciones de la moneda de la na-ción afectada —por ejemplo, la moneda coreana, el won, perdió más de la mitad de su valor frente al dó-lar— y se han visto seguidas de enormes alzas en las exportaciones, presumiblemente ocasionadas por la mayor competitividad que genera la debilidad de su moneda. No se puede esperar que esto ocurra hoy en Estados Unidos. Y hay una buena razón: frente a la crisis, el valor del dólar no sólo no disminuyó sino que aumentó, pues los inversionistas buscaron el mejor refugio posible. Además, esta crisis es global y no es posible que todos nos escapemos por la vía de la exportación, a menos de que encontremos otro pla-neta con el cual comerciar.

¿Cuánto durará el sufrimiento? De acuerdo con el segundo de los estudios del fmi citados podemos creer que, en una primera consideración, “para siem-pre”: parece que una crisis fi nanciera no sólo aba-te el desempeño a corto plazo de la economía sino que afecta también el crecimiento a largo plazo, de modo que incluso una década después de la crisis el pib es mucho menor de lo que hubiera sido en otras circunstancias.

Cuando leemos estos estudios no podemos evitar preguntarnos qué pensaban los economistas del go-bierno de Obama cuando hicieron circular su predic-ción —ahora ya vergonzosa— de que la tasa de desem-pleo en Estados Unidos alcanzaría su punto más alto durante el tercer trimestre del 2009 con un 8 por ciento. De haber sido así, habría sido un comporta-

miento excepcional, en el sentido de que tanto el in-cremento en el desempleo como su duración habrían quedado muy por debajo de lo normal en estos casos. Lo que en realidad sucedió fue, por supuesto, consi-derablemente peor de lo previsto por el gobierno; de hecho, todo está sucediendo de un modo muy simi-lar a lo que la experiencia histórica indicaba. Como Rogoff le dijo a uno de nosotros en una conversación personal: tenemos en Estados Unidos “una profunda crisis fi nanciera, una crisis hecha y derecha”.

3La historia nos enseña, pues, que los próximos años serán difíciles, pero ¿puede hacerse algo para mejorar la situación? Desgraciadamente, Esta vez es distinto no nos dice gran cosa al respecto. En cierta medida, eso muestra las limitaciones de un enfoque que se basa en la historia y rehúye la teoría. El tra-bajo de Reinhart y Rogoff se parece en varios aspec-tos importantes al de Wesley Mitchell, quien en 1920 fundó la National Bureau of Economic Research. Durante el periodo en que Mitchell la dirigió, esta institución se dedicó a hacer estudios cuantitativos de los ciclos económicos, rastreando todo lo que su-cede en los auges y en las depresiones; aún hoy en día esta organización tiene a su cargo el establecimiento de las fechas “ofi ciales” en que comienzan y termi-nan las recesiones. Éste es, sin duda, un trabajo va-lioso, pero no es de mucha utilidad para determinar la política económica, pues dice qué sucede normal-mente pero no cómo cambiar los resultados. No fue sino hasta que John Maynard Keynes planteó una explicación teórica de las causas de las depresiones recurrentes de las economías, explicación que to-maba en cuenta la experiencia histórica pero que iba mucho más allá de una descripción de los patrones seguidos en el pasado, que los economistas pudieron dar consejos útiles para que los políticos pudieran enfrentar un desplome de la economía.

Dicho esto, la historia puede demostrar hasta qué punto las políticas keynesianas funcionan realmen-te como prometen. Como ya se había mencionado, Reinhart y Rogoff no abordan este tema, pero hay otros autores que sí lo han hecho. Así, el fmi, concen-trándose en datos bastante limitados (de los países desarrollados a partir de 1960), encuentra eviden-cia de que incrementar el gasto gubernamental a la luz de una crisis fi nanciera reduce la duración de la debacle subsiguiente, pero este estudio también ofrece algunos (débiles) argumentos para indicar que dichas políticas, en el caso de gobiernos que han

ESTA VEZ ES DISTINTO

Ocho siglos de necedad fi nanciera

C A R M E N M . R E I N H A R T y K E N N ET H S.

R O G O F F

economíaTraducción

de Óscar Figueroa, revisión técnica

de Alejandro Villagómez

1a ed., 2011, 464 pp.978 607 16 0666 2

$280

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acumulado una deuda importante, pueden resultar contraproducentes, un asunto sobre el que volvere-mos más adelante. Otro descubrimiento interesan-te del fmi es que las políticas monetarias, que son la forma más común de enfrentar una recesión, no pa-recen ser muy efectivas al comienzo de una crisis fi -nanciera, tal vez porque los recursos no fl uyen fácil-mente a través de un sistema bancario maltrecho.

El trabajo de los historiadores de la economía Ba-rry Eichengreen,* de Berkeley, y Kevin O’Rourke, del Trinity College de Dublín, es aún más sugerente que los que hemos citado hasta ahora. Dos artícu-los de los que son coautores y que han tenido gran infl uencia destacan las similitudes entre el desplo-me económico actual y la Gran Depresión. En el primer artículo muestran cómo, desde una pers-pectiva mundial, el primer año de esta crisis fue tan malo, en todos los aspectos, como la Gran De-presión: la producción industrial en todo el mundo cayó abruptamente, los mercados mundiales se vie-ron —por decir lo menos— igualmente perturbados, etcétera. Lo que sugiere todo esto es que el impacto que sufrió el sistema en esta ocasión fue tan grande como en la anterior.

En escritos más recientes, sin embargo, estos au-tores muestran cómo los sucesos actuales se han ido diferenciando cada vez más de los registros históri-cos y, si bien la recuperación de la economía mun-dial que hoy se vive puede parecer decepcionante, sin duda es mucho mejor que la caída sostenida que se dio entre 1929 y 1933. La diferencia más evidente entre ambas crisis está en el tipo de políticas que se usaron para enfrentarlas: en lugar de imitar la in-fl exible austeridad de los políticos de hace tres ge-neraciones —que cortaron de tajo los gastos con la intención de equilibrar los presupuestos y subieron las tasas de interés con el fi n de conservar el patrón oro—, los líderes de hoy en día están dispuestos a in-currir en grandes défi cits presupuestarios y a inyec-tar fondos en la economía. El resultado, puede afi r-marse, ha sido un desastre mucho menor.

Una mejor forma de poner a prueba estas políti-cas sería comparar experiencias diferentes durante la década de 1930. En ese momento, nadie aplica-ba políticas keynesianas deliberadamente; pese a lo que dice la leyenda, el gobierno del New Deal fue

* De Eichengreen el Fondo publicó en 2009 ¿Qué hacer con las crisis fi nancieras? (Breviarios, 308 pp.).

ción es la posibilidad de que los países desarrollados no sean ya tan merecedores de crédito como antes. Reinhart y Rogoff escriben acerca de la “intolerancia a la deuda” que padecen naciones con “estructuras ins-titucionales débiles y un sistema político problemáti-co”; ¿no es ésta una atinada descripción actual de Es-tados Unidos?

En trabajos posteriores a Esta vez es distinto, Rein-hart y Rogoff han propuesto también que la deuda trae consigo costos ocultos. En un reciente artículo en pre-paración demuestran cómo, incluso en aquellos paí-ses desarrollados que nunca han padecido crisis por su deuda, históricamente el crecimiento económico ha sido menor cuando la deuda gubernamental exce-de el 90 por ciento del pib, umbral que Estados Unidos podría traspasar dentro de poco. Éste es un dato que los vigilantes del défi cit citan continuamente.

Sin embargo, si observamos los datos con mayor detenimiento es posible que en este caso la corre-lación no implique causalidad. En Estados Unidos, por ejemplo, los años de mayor deuda corresponden al periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial; en esa época, el pib estadunidense real sí disminuyó, pero no fue a causa de la deuda. El verdadero motivo de la caída fue la desmovilización de las fuerzas armadas y la conversión de las mujeres que habían trabajado en las fábricas durante la gue-rra en amas de casa residentes en los suburbios. En Japón, los años de mayor deuda siguieron a la crisis de principios de la década de 1990, de la cual no se ha recuperado del todo, de modo que la deuda puede ser consecuencia del lento crecimiento económico y no al revés.

Lo cierto es que los datos históricos sobre las consecuencias de la deuda pública son sufi ciente-mente ambiguos como para permitir diferentes in-terpretaciones. Según nuestra lectura, lo mejor es establecer una política de “estimule ahora y pague después”, es decir, gastar mucho para promover el empleo durante la crisis, pero tomando medidas para restringir el gasto y aumentar los ingresos una vez que ésta haya pasado. Habrá quienes piensen de otro modo, aunque quizá lo más importante sea entender que no existe un camino completamente seguro: la deuda implica riesgos a largo plazo, pero lo mismo ocurre si uno no logra idear una recupera-ción robusta. Las investigaciones del fmi sugieren que el costo a largo plazo de las crisis fi nancieras es menor cuando los países reaccionan con políticas basadas en estímulos importantes, lo que signifi ca

muy cauteloso en lo que respecta al défi cit presupues-tario hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, un buen número de países incremen-taron signifi cativamente su gasto militar mucho an-tes de que empezara la guerra, lo que produjo, como efecto secundario accidental, un estímulo keynesia-no. ¿Acaso estos países se recuperaron de la Gran De-presión antes que sus contrapartes menos agresivas? Resulta que sí. Por ejemplo, después del alza en el gas-to militar causado por la invasión de Abisinia, la eco-nomía de Italia experimentó un crecimiento rápido y pronto regresó al pleno empleo.

Dado que la situación de la década de 1930 se parece a la actual en muchos aspectos importantes —en pala-bras de Eichengreen y sus coautores, hoy en día vivi-mos, al igual que en esa época, “en un entorno con tasas de interés casi nulas, sistemas bancarios disfunciona-les y una intensa aversión al riesgo”—, parecería que lo que debemos hacer es gastar tranquilamente para esti-mular la economía y dejar el pago para después.2 Pero hacer esto implicaría incurrir en enormes défi cits pre-supuestarios y aumentar más la deuda que, en muchos países, ya ha alcanzado los niveles históricamente más altos. ¿Qué tan peligrosa sería esta decisión?

Gran parte de Esta vez es distinto está dedicada al análisis de las crisis de deuda soberana, en las cuales los gobiernos pierden la confi anza de los prestamis-tas, son incapaces de honrar sus deudas y responden ya sea con incumplimiento de pagos, con infl ación o, incluso, con ambas cosas a la vez. Entonces, aunque lo haga entre líneas, este libro nos advierte sobre los peligros de asumir que las naciones pueden librar una crisis mediante estímulos que generan défi cit. Por otra parte, a lo largo de la historia las naciones desa-rrolladas han sido capaces de acumular fuertes deu-das sin provocar crisis. La deuda de Gran Bretaña, por ejemplo, fue mayor que su producto interno bru-to durante cuatro décadas, desde la Primera Guerra Mundial hasta la década de 1950, y aun así su crédito se mantuvo en buen estado. Japón ha incurrido en grandes défi cits presupuestarios por casi veinte años y aun así consigue préstamos a largo plazo con tasas de interés muy bajas.

Pero entonces, ¿los registros históricos deberían preocuparnos o animarnos? Un motivo de preocupa-

2 Véase Miguel Almunia, A. S. Bénétrix, B. Eichengreen, K. H. O’Rourke y G. Rua, “The Eff ectiveness of Fiscal and Monetary Stimulus in Depressions”, VoxEU.org, 18 de noviembre, 2009 (www.voxeu.org/index.php?q=node/4227).

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principios del siglo xxi, el rápido crecimiento de la banca de inversión, los fondos de cobertura y las ase-guradoras —instituciones como Lehman Brothers que no aceptaban depósitos y por lo tanto no se les aplicaban las regulaciones bancarias convenciona-les, pero que, en términos económicos, llevaban a cabo funciones bancarias— había reproducido un sistema fi nanciero tan vulnerable al pánico y la cri-sis como el sistema bancario de los años treinta.

Mientras todo esto sucedía, quienes proponían una regulación más laxa ensalzaban las virtudes de un sistema más abierto. En efecto, un control más re-lajado tenía muchas ventajas: sin lugar a dudas, per-sonas, negocios y gobiernos que de otro modo no ha-brían conseguido créditos los obtuvieron, y algunos los usaron bien. Sin embargo, otros acumularon deu-das a niveles francamente peligrosos, lo que volvió a generar el viejo ciclo de deuda, crisis y morosidad.

¿Por qué tan pocas personas se dieron cuenta de que esto sucedería? Una respuesta, desde luego, yace en el título del libro de Reinhart y Rogoff . Había algu-nas diferencias superfi ciales entre la deuda actual y la de tres generaciones atrás: instrumentos fi nancie-ros más elaborados, técnicas de valoración aparente-mente más refi nadas y una diversifi cación de los ries-gos claramente mayor —todo lo cual resultó ser sólo apariencia—. De modo que los ejecutivos fi nancieros, los políticos y muchos economistas se persuadieron de que las antiguas reglas ya no se aplicaban.

Tampoco debemos olvidar que había quienes es-taban ganando mucho con el crecimiento explosi-vo de la deuda y de la industria fi nanciera; y, por su-puesto, el dinero manda. Los dos centros fi nancieros más importantes del mundo, Nueva York y Londres, infl uyeron fuertemente en sus respectivos gobier-nos, sin importar el partido al que pertenecieran. El gobierno de Clinton en Estados Unidos y el gobierno laborista en Gran Bretaña sucumbieron por igual al canto de sirena de la innovación fi nanciera y, en cier-ta medida, la competencia entre estos dos grandes centros los estimuló, porque fue muy fácil conven-cer a los políticos de que tener una gran industria fi -nanciera era algo maravilloso. Fue hasta que la crisis los golpeó que se hizo evidente que el crecimiento de Wall Street y la City de Londres en realidad exponían a sus países a riesgos específi cos, y que los países que se perdieron del glamour de las altas fi nanzas, como Canadá, también se perdieron de lo peor de la crisis.

Ahora que las diversas burbujas se han desinfl a-do, hay muchas razones para promover el retorno

que de no aplicar tales políticas se corre el riesgo de sufrir daños no sólo este año sino también en los años venideros.

4Evidentemente, la mejor manera de lidiar con las crisis causadas por exceso de deuda es no tenerlas. ¿Hay algo en los registros históricos que nos enseñe cómo lograrlo?

Reinhart y Rogoff no abordan directamente esta cuestión, pero el capítulo 16 de Esta vez es distinto, donde el lector encontrará una revisión general de los vaivenes de las crisis a lo largo del siglo xx, resul-ta muy sugerente. Lo que muestran sus datos es una disminución espectacular en la frecuencia de todo tipo de crisis después de la Segunda Guerra Mundial, seguida por un aumento irregular que empieza poco después de 1980 con una serie de crisis regionales en América Latina, Europa y Asia, todo lo cual culmina en la crisis global de 2008-2009.

¿Qué cambió después de la Segunda Guerra Mun-dial y qué revirtió, después, dicho cambio? La res-puesta obvia es: regulación. Hacia fi nales de los años cuarenta del siglo pasado, las economías más impor-tantes contaban con sistemas bancarios estricta-mente regulados, lo que prevenía la reaparición de las crisis bancarias de viejo cuño. Al mismo tiempo, las limitaciones generalizadas al movimiento inter-nacional de capitales difi cultaban que las deudas ex-ternas acumuladas por las naciones fueran tan gran-des como las que en otros tiempos habían causado frecuentes impagos. (Dichas restricciones fueron de diversos tipos, entre ellos límites a la compra de va-lores extranjeros y a la compra de moneda extranjera con propósitos de inversión; incluso algunos países desarrollados como Italia y Francia mantuvieron ta-les restricciones hasta bien entrados los años ochen-ta.) En pocas palabras, se trataba de un mundo res-tringido que quizá inhibía la imaginación pero que no permitía la irresponsabilidad a gran escala.

Sin embargo, conforme se desvanecían los recuer-dos de la década de 1930, estas restricciones se fue-ron relajando. En los años setenta reaparecieron los préstamos privados internacionales, lo que deriva-ría en la crisis latinoamericana de los años ochenta y, posteriormente, la crisis asiática de los noventa. También se debilitó la regulación bancaria, lo que dio lugar a la debacle de ahorros y préstamos en Es-tados Unidos en los años ochenta, la crisis bancaria de Suecia a principios de los noventa, etcétera. Para

de una regulación mucho más estricta. Sin embargo, no queda claro que esto vaya a ocurrir, por una sen-cilla razón: la ideología empleada para justifi car el desmantelamiento de esas regulaciones ha resulta-do sorprendentemente resistente. Para la derecha es ahora un artículo de fe, refractaria a toda evidencia en contra, el que la crisis no fue ocasionada por los excesos del sector privado sino por los políticos libe-rales que obligaron a los bancos a hacer préstamos a un sector poco atendido: el de los pobres. No obstan-te, incluso los líderes más imparciales se inquietan ante la posibilidad de que la regulación atente con-tra la innovación fi nanciera, pese a que es muy difí-cil encontrar ejemplos claros de las ventajas de dicha innovación (los cajeros automáticos no cuentan).

De igual importancia es el hecho de que la indus-tria fi nanciera no ha perdido su poder político. Los bancos han emprendido una feroz campaña contra una propuesta de reforma que muchos esperaban ver aprobada con facilidad: la creación de una nueva agencia de protección de los consumidores de ser-vicios fi nancieros. Pese al constante repicar de re-velaciones escandalosas —como la de que Goldman Sachs ayudó a Grecia a falsifi car sus estados fi nan-cieros, mientras que Lehman falsifi caba los suyos propios—, los altos ejecutivos fi nancieros aún tienen las puertas abiertas en los círculos del poder público. Como muchos habrán notado, los principales fun-cionarios económicos y fi nancieros del gabinete de Obama son gente vinculada al triunfalismo fi nan-ciero y a la desregulación de la era de Clinton; puede que hayan cambiado de opinión, pero la continuidad de sus políticas es pasmosa.

En ese sentido, esta vez realmente sí es distinto: mientras que a la primera crisis fi nanciera global si-guieron reformas cruciales, no está claro que se vaya a hacer algo similar tras la segunda. La historia nos dice qué pasará si no se hacen esas reformas: resur-girá la necedad fi nanciera, que fl orece cada vez que tiene oportunidad. Y las consecuencias de esa nece-dad serán más y probablemente peores crisis en los años por venir.

Paul Krugman es profesor en la Universidad de Prince-ton y ganó el premio Nobel de su disciplina en 2008. Robin Wells ha sido profesora de economía en Princen-ton y el MIT. Hemos tomado este texto de The New York Review of Books; lo reproducimos con autorización de los editores. © The New York Times Syndicate, 2011. Traducción de Lucía Cirianni Salazar.

“LEER A REINHART Y ROGOFF ES UN RECORDATORIO DE LA FRECUENCIA CON LA QUE LOS ECONOMISTAS TOMAN

EL CAMINO FÁCIL, ES DECIR, CÓMO TIENDEN A ENFOCAR SU ATENCIÓN EN LUGARES

Y MOMENTOS PARA LOS CUALES HAY MUCHOS DATOS DISPONIBLES

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DESARROLLO Y CRECIMIENTO

DE LA ECONOMÍA MEXICANA:

UNA PERSPECTIVAHISTÓRICA

J UA N C A R L O S M O R E N O - B R I D

y JA I M E R O S B O S C H

economíaFCE, México, 2011

1ª ed., 2010, 405 pp.978 607 16 0302 9

$225

viaria y por la aplicación de políticas comerciales e in-dustriales de fomento.

El tercer periodo, de 1910 a 1940, está marcado por el estancamiento de la actividad productiva asociada a los choques políticos internos de la Revolución de 1910, sus secuelas y el choque económico adverso que repre-sentó la Gran Depresión de los años treinta en Estados Unidos.

De los años cuarenta a 1981 México vivió una edad dorada de la industrialización. En ese lapso, la econo-mía alcanzó la mayor tasa de crecimiento de nuestra historia como nación independiente (con un prome-dio anual de crecimiento del pib real per cápita de 3.2 por ciento). Se acortó la brecha con respecto a Estados Unidos y tuvo lugar una transformación radical de la economía y de la sociedad con el aumento drástico de la urbanización y la industrialización, y la mejora notable de los indicadores de salud y educación.

Finalmente, desde 1982 nuestro país atraviesa un nuevo y ya largo periodo de falta de crecimiento. De he-cho, el pib real per cápita creció en estos treinta años a la misma tasa que de 1910 a 1940, época de la Revolu-ción y la Gran Depresión.

Como mostramos en el libro, los periodos de cre-cimiento presentan tres características comunes. La primera es la existencia de un consenso en torno a la política económica —positivista en el Porfi riato, desa-rrollista en la posguerra—, síntesis de visiones hasta entonces encontradas. La segunda es la prevalencia de percepciones correctas, de identifi caciones adecuadas de los obstáculos fundamentales al desarrollo econó-mico. Finalmente, la tercera es la desigual distribución de los benefi cios del crecimiento económico, lo que usualmente condujo a la ruptura del consenso.

En contraste, los periodos de estancamiento se ca-racterizan por percepciones equivocadas y/o la ausen-cia de consenso entre las elites del país. Ejemplos de ello son la ausencia de consenso entre conservadores y liberales en el siglo xix y las percepciones incorrec-tas que llevaron a políticas macroeconómicas procícli-cas entre 1926 y 1932, las cuales agravaron los efectos negativos de la Gran Depresión originada en Estados Unidos a partir de 1929. Un segundo rasgo de estos pe-riodos es la presencia de choques políticos internos y de un entorno internacional desfavorable, que jugaron con frecuencia un papel importante como factores de-terminantes del estancamiento económico.

Nuestro análisis se apoya, en especial, en la teoría del desarrollo que considera que la tasa de expansión de la actividad productiva de largo plazo está determi-

nada por ciertas restricciones que actúan sobre la dinámica económica. Estas restricciones varían en el tiempo y de país a país, y pueden actuar tanto por el lado de la oferta de factores —capital y trabajo, así como restricciones de ahorro y de divisas— como por el lado de la demanda —la inversión, la fuerza del mercado interno o externo, incluyendo las res-tricciones fi scales y de fi nanciamiento—. La fuerza o relevancia de dichos elementos como restriccio-nes al crecimiento económico se ve afectada por el balance entre el mercado y el Estado.

La magra expansión económica que ha vivido nuestra economía de 1982 a la fecha nos ha reza-gado respecto a economías más avanzadas. Así, en 1980 México era ya un país de ingreso medio alto y pib per cápita equivalente al 47 por ciento del promedio de los países de la ocde. Actualmente la brecha se ha ampliado en más de 14 puntos y el in-greso actual se ubica en un nivel equivalente al 34 por ciento del promedio de la ocde. La compara-ción con Estados Unidos también revela la falta de avance. Hoy por hoy, el pib per cápita de México, en dólares constantes, respecto del de Estados Unidos, muestra la misma brecha que en los años cincuenta del siglo pasado y mucho mayor que en los setenta.

Sin duda ha habido progreso económico en nues-tro país, pero éste ha sido insufi ciente para abatir de manera más rápida y profunda la incidencia de la pobreza y la desigualdad, y para elevar mayormente el nivel de vida y reducir la vulnerabilidad de la po-blación. Otros países, en cambio, han ido cerrando esta brecha en el mismo lapso. Sin un elevado cre-cimiento de la actividad productiva, no hay expan-sión sufi ciente del empleo y, sin éste, es imposible un desarrollo económico y social. Cabe subrayar que el crecimiento es necesario, mas no sufi ciente para el desarrollo.

¿Por qué no hemos logrado convergencia con economías semejantes en las tres décadas recien-tes? Recordemos que este periodo se abre con las re-formas de mercado de mediados de los años ochen-ta, que fueron reforzadas después con el tlcan y otras medidas con éxitos incuestionables. Estas reformas redujeron el défi cit público, bajaron la in-fl ación y convirtieron a México en exportador de manufacturas, con un gran dinamismo en la pene-tración de los mercados internacionales. Sin em-bargo, el notable avance en la estabilización de la infl ación y de las cuentas públicas, así como el auge de las exportaciones, no se acompañaron de un ele-

D esarrollo y crecimiento de la economía mexica-na: una perspectiva his-tórica, el libro que pu-blicamos en 2011, tiene su origen en un artícu-lo que publicamos en 1994, apenas estrena-do el Tratado de Libre Comercio de América

del Norte: eran tiempos de euforia y optimismo so-bre el futuro de la economía mexicana, tanto dentro como fuera del país. Ese artículo expresaba una nota discordante, escéptica, respecto de esa euforia y ese optimismo. El escepticismo con respecto a los resul-tados que, en términos de crecimiento económico, arrojaban hasta ese entonces las reformas de merca-do puestas en marcha en nuestro país a mediados de los años ochenta se reveló a la postre como un plan-teamiento correcto. Ello nos animó, diez años des-pués, a actualizar el artículo original y publicarlo en una versión revisada. A partir de ahí surgió la idea de profundizar y fundamentar nuestro argumento so-bre el desarrollo de largo plazo de México y presen-tarlo en forma de libro. ¿Cuál es ese argumento?

La historia del desarrollo económico del México independiente puede verse como una sucesión de pe-riodos de estancamiento o crecimiento lento —en los que el ingreso por habitante se rezagó crecientemen-te con respecto al nivel alcanzado por los países más desarrollados de la época— y periodos de rápida ex-pansión —en los que se achicó la brecha con respecto a esos países—. Con este criterio pueden distinguirse cinco periodos en la historia económica de México.

El primero va de la Independencia a alrededor de 1870. Es el periodo en el que, como lo han mostrado Coatsworth y Cárdenas, se origina el atraso relativo de México. En esas seis décadas nuestro país pasó de tener un ingreso per cápita no muy inferior al de Es-tados Unidos o Gran Bretaña a ser un país de menor desarrollo relativo, con un ingreso per cápita equi-valente a una cuarta parte del de nuestro vecino del norte.

El segundo es el Porfi riato, lapso en el que tiene lugar un fuerte crecimiento económico, basado en la integración de México a los mercados internacio-nales como exportador de materias primas y en una industrialización impulsada por la conformación de un mercado interno nacional. Esta expansión se vio fortalecida por la expansión acelerada de la red ferro-

¿Por qué (no) ha crecido la economía mexicana?

En la bicentenaria historia económica de nuestro país ha habido largas épocas de bonanza y otras de desesperante estancamiento. En su libro reciente,

que es una minuciosa exploración del pasado remoto y el reciente, Moreno-Bridy Ros Bosch plantean los porqués de estas oscilaciones. Aquí, los autores

encapsulan los principales argumentos de esta obra a cuatro manosJ U A N C A R L O S M O R E N O - B R I D Y J A I M E R O S B O S C H

R E S E Ñ A

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vado crecimiento de la economía mexicana en su conjunto. ¿Por qué?

En Desarrollo y crecimiento de la economía mexicana examina-mos las diferentes hipótesis que se han propuesto para explicar la falta de dinamismo de nuestra economía en ese lapso, y propo-nemos una interpretación propia. Sin pretender hacer un análisis exhaustivo —sino más bien como mera invitación a leer el libro— aquí examinaremos posibles fac-tores detrás de esa falta de dina-mismo económico.

El primer factor es el papel de la integración comercial interna-cional. Para nosotros, las refor-mas de los años ochenta y noven-ta fueron muy exitosas por lo que toca al incremento en las expor-taciones y al grado de apertura comercial. México penetró el mercado mundial de manufactu-ras con una intensidad sólo infe-rior a la de China. Las exportacio-nes subieron mucho como propor-ción del pib, aunque no lograron promover un patrón dinámico de especialización y de arrastre al resto del aparato productivo na-cional. El problema fue que, apa-rejado al auge exportador, México experimentó una expansión tan-to o más fuerte de las importacio-nes. Esta penetración tan intensa de las importaciones refl eja la ruptura de diversas cadenas pro-ductivas internas y el hecho de que buena parte de las exporta-ciones se basan en proce sos de maquila, de ensamble de insumos importados, con escaso conteni-do tecnológico en los procesos de producción local. En consecuen-cia, perdió fuerza el efecto de arrastre de las exportaciones al resto de la economía local.

En segundo lugar, discutimos la falta de dinamismo de la pro-ductividad, señalada por nume-rosos autores como el principal responsable del bajo crecimiento del pib. Esta caída debe verse más como la consecuencia y menos como la causa de la desaceleración del crecimiento. El escaso cre-cimiento de la productividad ha estado estrechamente asociado con la expansión del subempleo en el sector terciario de la economía. A su vez, dicha sobreexpansión de los servicios de baja productividad es resultado de la incapacidad de absorber mano de obra y de la falta de dinamismo de la industria.

En tercero, y en cuanto al capital humano, los in-dicadores de escolaridad y salud han venido mejoran-do durante estas tres décadas, en parte como conse-cuencia del bono demográfi co. Así, no pueden ser res-ponsables de la caída del producto por trabajador que ha venido ocurriendo desde inicios de la década de 1980. Nuestra economía no ha sido capaz de absorber a los trabajadores más califi cados. No es que el capi-tal humano haya restringido el crecimiento, sino que el lento proceso de crecimiento ha impedido el pleno uso de la reserva de capital humano disponible en la economía.

Una vez examinadas y descartadas estas hipóte-sis, el libro se enfoca en el que consideramos como principal determinante del lento crecimiento: la baja inversión, en particular la baja tasa de acumulación de capital físico en la producción de bienes comercia-bles. En efecto, la tasa anual de acumulación de capi-tal cayó de 6.1 por ciento a 3.8 entre 1960-1979 y 1996-2003. Como proporción del pib, dista del 25 por cien-to requerido para sostener altas tasas de expansión.

La morigerada inversión en maquinaria y equipo —después de años de caída durante la crisis de la deu-da— ha reducido la demanda de empleo en los secto-res de alta productividad y ha acotado la moderniza-ción de la capacidad productiva. Al mismo tiempo, ha restringido el crecimiento de la demanda agregada.

Nuestro argumento es que cuatro factores han

frenado la inversión en este lapso: i] el bajo nivel de inver-sión pública, especialmente en infraestructura (limitante ín-timamente ligada a la ausencia de una reforma fi scal de fondo), ii] la falta de fi nanciamiento a la actividad productiva empre-sarial (sobre todo desde la con-tracción del crédito bancario después de la crisis fi nanciera de mediados de los años noven-ta), iii] la tendencia a la apre-ciación del tipo de cambio real, desde 1988 y durante la mayor parte del periodo, y iv] el des-mantelamiento de la política industrial (que tampoco ha sido favorable a la inversión).

En la actual fase de la globa-lización, el país no puede com-petir internacionalmente con salarios bajos ni tampoco lo-gra insertarse en nichos de alto valor agregado y elevada pro-ductividad, con capacidad de arrastrar al resto de la econo-mía hacia una senda de elevado y robusto crecimiento de lar-go plazo. Nuestro libro apunta que para aliviar la restricción fundamental al crecimiento en las condiciones actuales es ur-gente avanzar en una reforma fi scal profunda y en fortalecer la banca de desarrollo. Ambas son elementos esenciales para movilizar más y mejores recur-sos para la inversión pública y el gasto social. La reforma fi scal habría de incrementar en va-rios puntos los ingresos tribu-tarios como proporción del pib, reducir su dependencia de los recursos petroleros, asegurar un uso efi ciente y transparente del gasto y fortalecer las capaci-dades del ingreso y el gasto pú-blicos para redistribuir los in-gresos. Asimismo es recomen-dable dotar —si se quiere, con un esquema parecido al que se sigue en Chile— al presupuesto fi scal de la capacidad automáti-ca de ejecutar políticas contra-cíclicas que por un lado ami-noren los impactos adversos de los choques extremos y por otro permitan generar ahorros sufi cientes en etapas de bonan-za. Igualmente, el libro indica

la necesidad de evitar procesos de apreciación persis-tente del tipo de cambio real. Queda a los lectores aso-marse a estos temas de manejo cambiario y monetario, así como los que tienen que ver con la estructura fi nan-ciera, el marco legal y regulatorio de la competencia en este y otros mercados, así como a las políticas de inno-vación industrial.

En síntesis, Desarrollo y crecimiento de la economía mexicana busca responder, luego de revisar dos siglos de historia económica de nuestro país, las siguientes interrogantes: ¿cómo se han modifi cado los obstáculos centrales al crecimiento y desarrollo del país?, ¿cuáles de estos obstáculos han tenido una raíz estructural de larga data, como la fragilidad fi scal o la desigual distri-bución del ingreso, y cuáles son coyunturales, como los choques externos o en los términos de intercambio?, ¿cómo han cambiado las interpretaciones de las elites y autoridades gubernamentales acerca de las restric-ciones al crecimiento y las políticas para removerlas? Y por demás importante: ¿qué lecciones ofrece la ex-periencia histórica acerca de los obstáculos actuales al desarrollo económico de largo plazo del país y acer-ca de las políticas para enfrentarlos? Queda a juicio de nuestros lectores decidir en qué medida contribuimos a responder estas preguntas. W

Juan Carlos Moreno-Brid, doctor en economía por la Universidad de Cambridge, es el coordinador de investi-gación de la sede subregional en México de la CEPAL.Jaime Ros Bosch, es catedrático de la Facultad de Eco-nomía de la UNAM, es autor de La teoría del desarrollo y la economía del crecimiento.

T I E M P O S D E C R I S I S

LA HISTORIA ECONÓMICA DE AMÉRICA LATINA DESDE LA INDEPENDENCIA

V I C T O R B U L M E R -T H O M A S

La especialización del conocimiento científi co ha propiciado que sea extraño, por la escasez de su práctica, el estudio completo de regiones determinadas. A la vez, cada una de estas regiones parecería demandar saberes especiales, que excluirían a los demás. Aun así Victor Bulmer-Thomas ha acometido la hechura de esta obra entera, que cumple con el ideal del antiguo estilo: conseguir una visión integradora en la que tienen peso específi co los conocimientos geográfi cos, históricos, políticos y económicos de una región del mundo que como ninguna otra ha mantenido ciertas uniformidades pero que, al mismo tiempo, y a pesar de los objetivos previstos una vez alcanzada la Independencia, no ha logrado los niveles previstos e inclusive presenta tasas de crecimiento relativamente inferiores a otras de orígenes menos promisorios. De la Independencia a los niveles y pesos de los ajustes de la deuda, Bulmer-Thomas sigue un análisis puntual y completo. Esta segunda edición, que pone al día que habíamos publicado en 1998, confi rma que los esfuerzos latinoamericanos por hacer crecer la economía están signados, en casi todos los casos, por el doloroso fracaso.

economíaTraducción de Mónica Utrilla de Neira2ª ed., 2010, 541 pp.978 607 16 0554 2$415

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ruptura, están imbuidos de muchos signifi cados dife-rentes y aun contradictorios. Nuestro papel es infl uir, mediante el análisis, en los acontecimientos para for-talecer aquellos que ofrezcan un futuro de liberación y democracia, así como ejercer presión sobre los gobier-nos europeos que manifi estan una suspicacia partidis-ta contra todo tipo de movimientos populares.

La idea que tomaré como punto de partida es que el mundo ha permanecido durante medio siglo bajo la sombra de un confl icto internacional, la Guerra Fría —que a veces resultó bastante caldeada, como en el caso de Corea o durante la crisis de los misiles en Cuba—, entre el lado estadunidense y el lado soviético. En su inmensa mayoría, los europeos se han conside-rado del lado occidental sin renunciar, por ello, a su ca-pacidad de crítica o de protesta. En ese periodo los mo-vimientos intelectuales y sociales en Estados Unidos y Canadá, así como en Europa occidental, se vieron for-talecidos por los movimientos populares, nacionales y democráticos de la Europa sovietizada —de Berlín a Gdansk, pasando por Budapest, Poznań y Praga, sin olvidar Moscú—. Al segundo bloque pertenecían Cuba y su zona de infl uencia, así como la China de Mao. Todo esto es algo que debemos recordar.

LUCHA DE CLASESDur ante ese largo periodo —y a pesar de nues-tras ideas y preferencias—, el enfrentamiento entre el Occidente (con sus egoísmos y escándalos) y el totalita-rismo leninista marcó la pauta del desplome de todo. A pesar del vocabulario utilizado con mayor frecuencia, los “problemas sociales” sólo ocuparon un lugar secun-dario durante este periodo. Me siento con todo el dere-cho de aseverar esto porque he dedicado la mayor parte de mi vida al estudio de las dominaciones sociales y de los movimientos sociales que las combaten. En todas partes, durante medio siglo, se pensó primero en térmi-nos de “amigos” o “enemigos” antes que en términos de “lucha de clases”.

Esta realidad se hizo claramente visible en el mundo árabe, más que, por ejemplo, en América Latina. Esto fue así principalmente por dos cir-cunstancias: la violencia de la guerra que Francia emprendió contra la independencia argelina y el confl icto a muerte entre Israel y los palestinos que aspiran a la creación de un Estado independiente. En ninguna parte del mundo los problemas socia-les dominaron la escena política. De este fenóme-no fueron víctimas los partidos socialdemócratas europeos, a quienes se ha acusado de ser aliados de Estados Unidos —y efectivamente en eso se con-virtieron, en mayor o menor medida según el país, sobre todo cuando la amenaza soviética estaba en-carnada en un partido comunista estrechamente subordinado a Moscú—. La “nueva izquierda” en Francia fue, ante todo, un esfuerzo valiente, pero muy minoritario, de darle prioridad a los objetivos económicos y sociales. François Mitterrand fue quien promovió abiertamente esto mediante un programa surgido del movimiento comunista, con el cual deseaba arrebatarle al Partido Comunista el primer lugar de la izquierda para dárselo al Partido Socialista; logró todo esto, pero a costa de constre-ñirse a una perspectiva confi gurada por la Guerra Fría.

Los nacionalismos árabes, dirigidos por Nas-ser, se defi nieron en primer lugar por su antiim-perialismo, algo inevitable después de la expedi-ción franco-británica de 1956, apoyada por Israel. El Irán de Mossadeq, apoyado por el partido co-munista desde mucho antes de que Jomeini toma-ra el poder, también se defi nió por su antiimperia-lismo y su antiisraelismo, mientras que el Israel de la Histadrut (Federación General de Traba-jadores de la Tierra de Israel) y de los kibutz se vio aplastado por una política que convenció a la opinión pública porque se presentaba a sí misma como la respuesta necesaria frente a una amena-za mortal.

E l reproche contra los inte-lectuales por callar ante el levantamiento popular en varios países árabes, particularmente Túnez y Egipto, debe rechazarse tajantemente. ¿Qué es-peran quienes hacen este reproche? ¿Esperan la publicación de libros o la

difusión de textos como aquellos que, en su momen-to, lisonjearon ciegamente a Fidel Castro, a Mao o a Jomeini? Debo decir, por otro lado, que me produce todavía mayor desconfi anza la serie de juicios nega-tivos que se han estado emitiendo en torno a dichos levantamientos, pues se apoyan en un culturalismo antiárabe todavía más inaceptable que los excesos del tercermundismo. No veo por qué ser fi lósofo o escri-tor confi era el derecho, o imponga el deber, de decir cualquier cosa sobre cualquier persona como si el in-telectual fuera un clérigo del universalismo.

Si comienzo por expresar mi enfado ante las pre-tensiones elitistas de algunos intelectuales france-ses, es sólo porque asumiré el riesgo de aclarar por qué creo que la experiencia de Irán ha oscurecido el juicio de muchos. En lugar de “invocar precedentes”, los intelectuales deben buscar y alentar todo aque-llo que fortalezca movimientos de liberación que se presentan en situaciones que evidentemente pueden abarcar otros asuntos e incluso pueden atentar con-tra la idea misma de libertad. Lo que se debe esperar de los “intelectuales” es que, a nombre de los que se preocupan por la democracia, cuestionen a los es-pecialistas, cuyos vastos conocimientos les impiden cometer errores graves pero que no podrían ofrecer, por sí mismos, todas las respuestas.

Expongo aquí, pues, mi cuestionamiento, cuyo propósito es echar luz sobre las oportunidades rea-les de liberación presentes en estos acontecimien-tos, los cuales, como cualquier situación histórica de

¡Dejemos atrás la Guerra Fría!

A L A I N T O U R A I N E

E N S AYOE N S AYO

T I E M P O S D E C R I S I S

En Después de la crisis, obra que llevaremos a las librerías próximamente, Touraine revisa los cambios sociales que están dándose —o que, en su opinión, deberían darse— en los países

desarrollados y su periferia. Aquí presentamos un artículo suyo, publicado por Le Monde en febrero de este año, con el que participó en un debate sobre el papel de los intelectuales

ante las revueltas en el mundo árabe

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Esta interpretación se ajusta también muy clara-mente al caso de América Latina, donde las formas radicales de la teoría de la dependencia, inspiradas por Cuba y respaldadas por la mayoría de los inte-lectuales, particularmente en Buenos Aires, condu-jeron al agotamiento de los movimientos sociales que se vieron, entonces, remplazados por guerrillas —primero de origen campesino, luego urbanas— cada vez más alejadas del mundo al cual pretendían representar.

Durante un tiempo, la casi desaparición del mun-do soviético propició el fortalecimiento de regíme-nes autoritarios tanto en el mundo árabe como en América Latina. La Guerra Fría hubiera podido ser remplazada por el enfrentamiento entre China y Es-tados Unidos pero, mientras que el mundo soviético siempre dio prioridad a lo político sobre lo económi-co, China hizo justo lo contrario. El dólar y el yuan, y con ellos sus respectivos países, se han visto uni-dos por los vínculos entre país deudor y país acree-dor. Nada excluye la posibilidad de que en el futuro se dé un enfrentamiento más político o incluso mili-tar entre las dos potencias económicas más grandes del planeta, pero en la actualidad los problemas eco-nómicos de China, a pesar de la violenta represión —en especial después de Tian’anmen—, comienzan a transformarse en problemas sociales: aumenta la presión para desarrollar el mercado interior, es de-cir, para aumentar los salarios, lo que ha abierto un espacio para las reivindicaciones sociales y ha per-mitido actividades culturales menos vigiladas, lo que sin embargo no implica una apertura del régi-men hacia mayores libertades. Ahora bien, a pesar de que nada nos autoriza a hablar de una democracia inevitable en China como consecuencia de su creci-miento económico, sí podemos afi rmar que los pro-blemas y los actores sociales ya comenzaron en ese país, como en muchos otros, a liberarse de las atadu-ras que caracterizaron los tiempos de la Guerra Fría.

Todo esto me conduce a plantear la hipótesis si-guiente: el miedo al islamismo, que alcanzó su pun-to climático después del 11 de septiembre del 2001, y que se difundió en la opinión pública de Europa mediante una islamofobia que alcanzó incluso a al-gunos medios de comunicación de izquierda, es del todo incongruente con una situación propicia para la defensa de las condiciones de vida y las liberta-des de una población oprimida por un autoritarismo que difi culta el desarrollo económico, por la corrup-ción de los dirigentes civiles y militares, y por la fuga de intelectuales e ingenieros —es el caso tanto de Egipto como de Haití—. Los movimientos actuales se iniciaron en las calles y, antes incluso, en las re-des de los blogueros, y no con los partidos políticos organizados.

Es un hecho que la exigencia más fuerte de los le-vantamientos ha sido la eliminación del dictador, y es un hecho también que los jóvenes con estudios universitarios, afectados por el desempleo, han juga-do un papel fundamental en las manifestaciones que van en aumento; es el caso de Argelia, primer país —hay que recordarlo— en experimentar grandes le-vantamientos populares, que fueron aplastados por el ejército. Suele advertirse —con razón— que un mo-vimiento en contra de la dictadura, la corrupción y las desigualdades sociales no siempre produce una democracia: no toda semilla produce una fl or. En Túnez, el desequilibrio en los niveles de educación superior y el asunto del respeto a los derechos de la mujer condujo, junto con la situación de la juventud después de las manifestaciones de Burguiba, al de-rrocamiento —más fácil de lo previsto— de Ben Ali. Sin embargo, esto ocurrió también porque él se apo-yaba en la policía y no en el ejército, y fue la policía la que tuvo que organizar la precipitada partida del presidente tunecino.

Como todos lo señalan, la situación de Egipto es profundamente distinta, no sólo por el tamaño del país, sino por la fortaleza de los Hermanos Musulma-nes, que controlan tanto las organizaciones profesio-nales (abogados, médicos) como las instituciones ca-ritativas; otra diferencia es el predominio del sector público en un país cuyo producto nacional se com-pone más de recursos provenientes del exterior —in-gresos del canal, donaciones estadunidenses, envío de dinero de los egipcios del Golfo, turismo— que de pro-ducción interna, agrícola o industrial. Este desequili-brio tiende además a agrandarse por el abandono de grandes proyectos de desarrollo económico. El ejérci-to ha estado permanentemente en el poder, de Nasser a Sadat y de éste a Mubarak; una parte del poder de este último pasó a manos del antiguo jefe del podero-so servicio de seguridad interior. La conjunción de un

poder religioso y uno militar —ca-racterística del régimen chiíta ira-ní— es también una posibilidad en Egipto, a pesar de las constantes persecuciones ejercidas por el ré-gimen militar contra los Herma-nos Musulmanes. Si bien es cierto que ninguna solución será posible sin el acuerdo del ejército y la acep-tación de los Hermanos —lo que ya produjo la eliminación de la joven guardia modernista del régimen, dirigida por Gamal, hijo de Muba-rak, a quien éste quería como su-cesor—, nada sugiere que una solu-ción similar a la iraní sea la única factible. Tampoco se perfi la una solución como la turca, gestiona-da por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (akp, por sus siglas en turco) y su líder, Recep Tayyip Er-dogan, que combina una afi rma-ción islamista con la conservación de una parte de la herencia laica de Atatürk. Esta falta de una tenden-cia claramente dominante limi-tó la acción de los manifestantes, quienes no consiguieron la salida inmediata de Mubarak pero la hi-cieron posible; ésta también pare-ce haber infl uido a Obama —quien, sin embargo, es mucho más sen-sible que los europeos (y, en par-ticular, que los franceses) a la ne-cesidad de la caída de Mubarak—, al aceptar que permaneciera en el poder durante el periodo de transi-ción que deberá concluir a más tar-dar en septiembre.

PRIMAVERA DE LOS PUEBLOSEl hecho de que los problemas sociales hayan preparado la caída de la dictadura en Yemen y que el futuro de la dictadura en Argelia parezca frágil, no indica que asis-timos a “la primavera de los pue-blos”, como la de 1848 en Europa central, sino más bien señala un cambio general de periodo his-tórico. En el nuevo periodo —que ya comenzó—, los problemas y las decisiones internas cada vez co-bran más importancia en la vida colectiva de todos los países y cada vez importa menos la lógica de los enfrentamientos interna-cionales. Esto ya se vio incluso en Estados Unidos con la victoria de Barak Obama en 2008.

Sin embargo, no basta decir que en este nuevo periodo habrá nu-merosos regímenes autoritarios que remplazarán a los anteriores y que Irán ejercerá el papel dominante en la región, por intermediación de Hezbolá en Líbano y de Hamas en la franja de Gaza. El caso que acabo de citar nos recuerda que la evolución en la región depende tam-bién —y casi se diría que sobre todo— de la evolución de Israel y del problema palestino. Israel y muchos de sus amigos americanos y europeos temían la caída de Mubarak y la llegada al poder de los Hermanos Musul-manes, muy antiislamistas, quienes se verían fortale-cidos por los salafi stas, que además son violentamente anticristianos.

Cabe preguntarse, sin embargo, sobre la naturaleza de esta hostilidad de los israelíes frente a los cambios que se operan en la política egipcia. ¿No es acaso éste un ejemplo retardado de la dominación de los problemas internacionales sobre los problemas internos? ¿Acaso no tiene el mismo Israel un interés profundamente vi-tal de ver en la región el triunfo de una lógica de trans-formación social en vez de los efectos del confl icto en-tre rivalidades internacionales disfrazadas de asuntos nacionalistas? Es fácil entender la fuerza y la lógica del rechazo a la existencia del otro, que domina tanto a Is-rael como a sus vecinos y adversarios, pero no es impo-sible pensar que Israel pueda estar, a su vez, llevado por la nueva lógica y entender que ésta podría, de mejor for-ma que la lógica anterior, permitirle resolver los proble-mas que amenazan su existencia. ¿No es la ausencia de

un Estado palestino la princi-pal amenaza que pesa sobre la existencia de Israel? Sin embargo, puede ser que ahí se encuentren las mayores difi cultades; concretamente, ¿cómo devolver a la autori-dad palestina, cada vez más débil y discutida, la capacidad de imponer una política na-cional a Hamas?, ¿cómo con-vencer a Irán de que la coali-ción dirigida en su contra dis-minuiría su hostilidad si ese país moderara sus amenazas a la existencia de Israel?

Es imposible considerar que el bien inevitablemente triunfará y que las demandas de justicia social, así como el combate a gobiernos y Es-tados corruptos y autorita-rios, serán una realidad. El riesgo de que surjan nuevos Estados autoritarios, más represivos incluso que el de Mubarak o que el de Ben Ali, es real, pero el gobierno y la opinión pública de los países de Occidente deberían con-vencerse de que no hay nin-guna fatalidad en esto; de-berían saber, incluso, que la prioridad dada a los proble-mas sociales internos es en principio más favorable a la democracia que la prioridad dada a los enfrentamientos internacionales, en nombre de los cuales han prospera-do tantos regímenes auto-ritarios, antioccidentales o prooccidentales —sin olvi-dar el doble juego de Arabia Saudita—. Existen en Euro-pa una arabofobia y una is-lamofobia que resultan peli-grosas, no sólo en sí mismas, sino porque alimentan polí-ticas xenófobas, de las que el Frente Nacional francés es, desde hace mucho tiempo, un siniestro ejemplo.

No debemos pedir a los intelectuales que hablen por hablar en nombre de valores universales porque no son algo que les pertenezca. No obstante, debemos pedirles que defi nan y defi endan la causa de la libertad, que es la causa de la justicia social. Me parece que los gobiernos, como la opinión pública, se dejan llevar demasiado por el pesimismo heredado de la

Guerra Fría y de sus secuelas. El análisis debe con-ducirnos a un juicio antes que nada positivo respec-to de los cambios radicales en curso. Incluso si nues-tro papel sólo puede ser limitado, debemos aportar nuestros análisis y nuestras elecciones políticas para reconocer la fuerte presencia de exigencias de-mocráticas en los levantamientos populares que es-tán derrocando a las dictaduras en el mundo árabe.

¿Acaso la sabiduría no consiste —más allá de un análisis serio de los acontecimientos— en asu-mir nuestras propias responsabilidades luchan-do contra las tendencias que, en todos los niveles, promueven una desconfi anza frente a los movi-mientos populares en el mundo árabe y en todo el mundo musulmán? El gobierno francés, en parti-cular, sostuvo hasta el último momento a Ben Ali y no apoyó al movimiento egipcio. Este silencio no es neutral y, además, nos hace correr peligros reales al fortalecer regímenes autoritarios que no pueden ser combatidos ni destruidos más que por aquellos que saben rechazarlos desde su inicio. W

Alain Touraine es sociólogo. En 2010 obtuvo, junto con Zygmunt Bauman, el Premio Príncipe de Astu-rias de Comunicación y Humanidades. © The New York Times Syndicate, 2011. Traducción de Ivette Hernández.

T I E M P O S D E C R I S I S

NUEVA HISTORIA DE LA GUERRA FRÍA

J O H N L E W I S G A D D I S

Ya en 1948 el escritor inglés George Orwell mira hacia adelante, anuncia los horrores que de modo insospechado suceden a la primera Guerra Mundial. Invierte entonces los dígitos de aquella fecha al formular una utopía negativa, la que tendría lugar en 1984, cifra con que titula su célebre novela, y año en el que se impondría el totalitarismo y se aplastarían la individualidad y la mera posibilidad creadora. John Lewis Gaddis cuenta la historia del mayor confl icto mundial de las posguerra, pasando revistas a sus orígenes y relacionando aspectos generales con puntos particulares y precisando los desenlaces: el fi nal de aquel enfrentamiento sordo, alarmante y múltiple, en el que resultaron centrales hechos como los sucedidos en las naciones de Europa oriental o los de Afganistán, la participación de personajes del peso de Gorbachov, Reagan o Bush, y de entidades del corte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Esta Guerra Fría es nuestra, al decir del autor, en razón de que ha sido concebida de acuerdo con una realidad nueva, diferente de la que lectores previos conocieron (sobresalen como fuentes las minutas de las reuniones del Politburo soviético, información de los archivos —recientemente abiertos—, de la Unión Soviética y otros países de Asia, conversaciones entre dirigentes oídas y anotadas por sus ayudantes y, sobre todo, las palabras de los protagonistas del confl icto).

política y derechoTraducción de Juan Almela1ª ed., 2011, 354 pp.978 607 16 0555 9$280

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revela “las carencias de sus propias percepciones” más claramente que en otras partes de la fi losofía y porque se corre el riesgo de “engañar a la gente sobre asuntos de gran importancia”. Y es que la mayoría de los que es-criben sobre estos menesteres evitan el segundo riesgo “negándose a escribir sobre asuntos de importancia”. Williams nunca se negó a hacerlo.

Los fi lósofos continentales de la época de Williams se ocuparon continuamente de las cuestiones profun-das que él echaba de menos en la escena británica, y sin embargo Williams nunca hizo causa común con ellos. Su precisión intelectual y su agudo sentido del orden lo hacían sentirse incómodo con todo lo que pa-reciera turbio o vago, y sus simpatías de corte demó-crata liberal lo hacían evitar la oscuridad y buscar un estilo que pudiera entender cualquier lector deseoso de enfrentar los problemas junto con él. Como ya he sugerido, esta claridad de estilo era compatible con una estructura argumentativa increíblemente com-pacta, incluso elusiva. También era compatible con un gran interés por la literatura y con el uso de ejemplos detallados y a menudo poderosos. La claridad lógica se combinaba con una precisión humana aún más rica, lo que desde su punto de vista requería cuando menos algunas de las técnicas de la narrativa. Se apoyaba en una clara distinción entre los métodos y los objetivos de la ciencia y los de la ética, a la cual consideraba una disciplina humana con medios de investigación pro-pios y característicos, que debían incluir una especial atención a las complejas realidades de la vida. Así, aun-que era una especie de rebelde en la comunidad acadé-mica británica, también era fundamentalmente britá-nico. Si bien Nietzsche llegó a ser su pasión, siempre se mantuvo más cercano a Hume.

Williams creció en Essex y recibió una estricta edu-cación clásica en Chigwell School antes de entrar al Ba-lliol College, en Oxford, donde llegó a ser un renombra-do prodigio; se graduó en estudios clásicos con “hono-res y felicitaciones”, una distinción muy poco común. Si bien demostró su brillantez en los estudios clásicos, prefi rió la fi losofía moderna, aunque su amor por los griegos fue una veta que siguió explotando durante toda su carrera. Después del servicio militar, duran-te el cual pilotó aviones de la Real Fuerza Aérea, ganó la codiciada beca del All Souls College, en Oxford. Se casó con Shirley Williams (ahora baronesa Williams de Crosby), estrella naciente del Partido Laborista, y más adelante se trasladó al University College, en Londres, y después al Bedford College. En este matrimonio, que duró 17 años, tuvo una hija, Becky. Luego Williams contrajo matrimonio con Patricia Skinner, talento-sa editora y mujer sobresaliente, con quien siguió fe-lizmente casado hasta su muerte; de este matrimonio tuvo dos hijos.

Durante su carrera, Williams demostró ser un fe-minista de verdad: no sólo defendió la igualdad de las mujeres en la política y el empleo, y posteriormente su

derecho a no ser acosadas sexualmente en la uni-versidad, sino que también se percató de la impor-tancia de actuar en formas que apoyaran las aspira-ciones de las mujeres. En sus dos matrimonios, por ejemplo, cuidó a sus hijos mucho más de lo que era común en un hombre con su nivel de éxito y siem-pre apoyó la carrera de sus esposas, ambas mujeres de grandes logros. Yo misma estoy agradecida por su ayuda en un caso de acoso sexual en mi carrera; sus consejos fueron tanto amables como fi rmes: in-sistía en que las mujeres no deben tolerar nada que comprometa su dignidad.

En la década de 1970, ya famoso por sus deslum-brantes conferencias e intervenciones, y por sus brillantes ensayos sobre moral e identidad per-sonal, Williams empezó a publicar los libros que cambiarían la fi losofía moral británica: Morality en 1972,1 Problems of the Self en 19732 y, ese mismo año, su famoso “A Critique of Utilitarianism”, en el vo-lumen Utilitarianism: For and Against,3 acompaña-do de un ensayo “a favor” de J. J. C. Smart. En estas obras ya es posible observar las líneas básicas del ataque al kantismo y al utilitarismo que desarrolla-ría a fondo en su obra más sistemática, Ethics and the Limits of Philosophy, publicada en 1985.4 (Mu-chas de las contribuciones más infl uyentes de su ca-rrera fueron ensayos, no libros.)

Vistos como una unidad, estos trabajos denun-cian la forma trivial y evasiva en que se practica-ba la fi losofía moral en Inglaterra bajo la tutela de aquellas dos teorías dominantes. Para él, gran par-te de esa fi losofía no sólo era extremadamente abu-rrida, sino que, además, fracasaba de plano en la discusión de los aspectos éticos más signifi cativos. El kantismo, según lo entendía Williams, era una teoría que priorizaba el concepto de obligación mo-ral, en tanto que desatendía la aportación a la vida moral que tienen las emociones, las relaciones per-sonales y la necesidad. Williams argumentaba que al hacer de la pregunta “¿cuál es mi deber moral?” la más importante de la ética, Kant había dejado de lado la importancia de una pregunta inicial más amplia —“¿cómo debe uno vivir?”— y, al hacerlo, no había prestado atención a los diversos compromi-sos que supone una vida humana plena. La versión de Kant que da Williams es en muchos aspectos es-trecha y antipática, e ignora, por ejemplo, la opinión de Kant sobre la virtud y la educación, pero es una representación bastante fi el del infl uyente kantis-mo de la época.

Para Williams, el estrecho enfoque de las teo-rías kantianas signifi caba que incluso la versión de la obligación moral propuesta por Kant estaba in-completa. En el importante ensayo “Ethical Con-

1 Introducción a la ética, Cátedra, Madrid, 1987.2 Problemas del yo, unam, México, 1986.3 Utilitarismo: pro y contra, Tecnos, Madrid, 1981.4 La ética y los límites de la fi losofía, Monte Ávila, Caracas, 1997.

Bernard Williams murió el 10 de junio de 2003, a los 73 años, mientras vaca-cionaba con su familia en Roma y después de una larga y por momentos do-lorosa batalla contra un mieloma múltiple. Decir que fue uno de los pocos fi lósofos británicos verda-

deramente sobresalientes del siglo xx es exacto pero engañoso. Fue un fi lósofo singular y nunca estuvo to-talmente a gusto con la fi losofía británica, gran par-te de la cual le parecía estrecha, seca y en perpetua evasión de algunos de los más importantes aspectos de la existencia humana. En una cultura que valora la claridad por sobre el poder de la imaginación, su obra resultó sugerente y reveladora, más que siste-mática y acabada, siempre en busca de revelaciones imaginativas, sin el estorbo que pueden representar los convencionalismos del análisis. Si bien nadie en su campo tenía mayor capacidad para la argumen-tación lógica de altos vuelos, y si bien él ejercía debi-damente esa capacidad, en realidad esperaba mucho más de la escritura: a menudo su obra se acerca más a la poesía que a la prosa fi losófi ca estándar, ilumina-da por signos escurridizos y compactos. No escribía aforísticamente, como el Nietzsche a quien tanto ad-miraba, pero en sus escritos combinaba una brillante claridad con algunas de las propiedades del aforismo: un vivaz ingenio y una formulación tersa y enigmáti-ca que obligan al lector a descifrar el mensaje.

Williams exigió algo enorme a la fi losofía: ésta de-bía reconocer, y abarcar, las difi cultades y compleji-dades de la vida humana. Estaba convencido de que gran parte de la fi losofía del pasado había representa-do una huida de la realidad, una defensa racional con-tra la complejidad, la emoción y la tragedia. En par-ticular, el utilitarismo y el kantismo habían simpli-fi cado la vida moral en una forma que él consideraba ofensiva, una forma que no entendía —o incluso ne-gaba abiertamente— la heterogeneidad de los valores, los encontronazos, a veces trágicos, entre aquello que nos interesa y el resto de las cosas. Los fi lósofos de es-tas corrientes también subestimaban la importancia de los vínculos y proyectos personales en la vida ética y, de forma análoga, despreciaban el valioso papel de las emociones en la toma de decisiones. Por último, no lograron aceptar las muchas formas en que la pura suerte afecta no sólo la felicidad, sino la propia vida ética, dando forma a nuestras posibilidades de elec-ción. Amante tanto de la literatura como de la ópera, Williams pidió a la fi losofía que se pusiera a la altura de los elevados estándares del ingenio humano que esas otras formas de expresión ejemplifi caban. ¿Para qué servía si no lo lograba? Lo obtuso, por muy cla-ro que sea, no contribuye a la vida humana. “Escribir sobre fi losofía moral debe ser un asunto peligroso”, escribió en la frase inicial de Morality, porque uno

Tragedia y justiciaEvocación

de Bernard WilliamsAlumna, amiga, estudiosa de la obra de Bernard Williams,

Martha C. Nussbaum publicó en el Boston Review un obituario del fi lósofo inglés. De ese texto a caballo entre la nostalgia

personal y el elogio académico hemos tomado un fragmento que sintetiza algunos de los principales aportes del autor de La fi losofía como una disciplina humanística, colección

de ensayos que empieza a circular con nuestro selloM A R T H A C . N U S S B A U M

P E R F I L

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bienestar total o promedio; por este enfoque limitado a los resultados de nuestra conducta, la teoría utilitarista nos obliga a considerar el mundo desde una perspectiva ajena a nuestras propias vidas. No se nos permite asig-nar una importancia particular a un asunto nada más porque desempeñe un papel importante en nuestra propia vida, o a una acción sencillamente porque somos nosotros quien la lleva a cabo. En un famoso y muy de-batido ejemplo, Williams imagina a un científi co, Jim, que realiza una investigación en algún lugar de Latino-américa. De repente lo encaran los secuaces de un bru-tal dictador, quienes le muestran a un grupo de indios rebeldes y le dicen que los veinte serán ejecutados de inmediato, a menos de que Jim, como huésped de ho-nor, acepte matar a uno de ellos, en cuyo caso los otros diecinueve serán liberados. Para el utilitarismo aquí no hay un dilema, pues la única consideración pertinen-te es el resultado. Williams argumenta que para Jim esto debería constituir un dilema muy grave —si bien el propio Williams pensaba que, en última instancia, Jim debería aceptar la propuesta—, porque el hecho de que Jim sea el agente de un acto malo, el hecho de que él mataría a alguien —y no sencillamente de que alguien muera— marca una diferencia importante desde una perspectiva ética. En general, el utilitarismo hace de la persona sólo un mecanismo que produce resultados, pero eso es una concepción empobrecida de la perso-na y no puede bastar para una teoría convincente de la conducta humana. Williams dejó claro que la intención de su planteamiento era objetar no sólo el utilitarismo, sino todas las formas de consecuencialismo, es decir, todas las perspectivas que afi rman que una acción es correcta siempre que propicie los mejores resultados.

En un texto posterior, escrito junto con Amartya Sen

—es la introducción a Utilitarianism and Beyond, an-tología de la que ambos son editores—, separa pro-vechosamente el utilitarismo en tres partes: conse-cuencialismo, ordenación por suma [sum-ranking] (teoría sobre cómo el bienestar de diferentes perso-nas puede acumularse mediante una simple suma) y estado de bienestar (perspectiva de que el valor de las consecuencias sólo es una función del bienestar humano). Las tres partes son independientes, cada una entraña serios problemas y todas las difi culta-des convergen en una “estrecha visión de la persona” como si fuera un simple receptáculo de satisfaccio-nes. Sin duda porque Sen no aceptaba las críticas de Williams al consecuencialismo —había argumenta-do que es posible incluir la condición de agente y el punto de vista personal en una complicada explica-ción de qué consecuencias son realmente mejores—, Williams no repitió sus primeros argumentos. Su artículo a cuatro manos más bien se enfoca en las difi cultades que provoca la “ordenación por suma” y las explicaciones utilitaristas del bienestar. La or-denación por suma no logra dar sufi ciente impor-tancia al valor de cada persona: de hecho, permite que la enorme miseria de una persona se equilibre por los pequeños benefi cios de un número impor-tante de otras personas. Si la vida de A es miserable, llena de dolor e indignidad, pero las de B, C y D son extremadamente felices, entonces la suma de esas felicidades sería mayor que si la vida de A mejorara a expensas de pequeñas pérdidas para B, C y D. Sin embargo, la política no debe considerar sólo el total, considerando que una persona no es más que una función de un sistema social mayor; la política debe también tratar a cada individuo con consideración

sistency”, incluido en Problems of the Self, argumenta que dilemas trágicos como el de Agamenón, a quien los dioses dijeron que para salvar a sus hombres te-nía que sacrifi car a su hija, no pueden entenderse si seguimos el planteamiento kantiano de que no exis-ten confl ictos de obligación genuinos, un punto clave en el intento de Kant por mantener el terreno moral ajeno a los efectos de la suerte. Kant entendía el valor moral como el tipo de cosa que conserva todo su es-plendor independientemente de los estragos de la ca-sualidad, de modo que no podía aceptar que la mala suerte de quedar atrapado en un dilema trágico pro-vocara que el agente moral desarrollara intenciones moralmente malas. Debemos aceptar, no obstante —argumentaba Williams—, que en ocasiones el mun-do puede obligar a una persona de buena voluntad a actuar de manera atroz desde el punto de vista ético y a violar una obligación genuina, incluso si una acción es menos reprobable que las alternativas disponibles. Una situación tan trágica provoca tanto arrepenti-miento como remordimientos, y estas emociones son apropiadas incluso cuando la persona no habría po-dido hacer nada para evitar tal coyuntura. En “Mo-rality and the Emotions”, atacó de forma más general el silencio de esas dos importantes tradiciones con respecto a ese tema, tan importante para los griegos y para muchos otros personajes destacados de la his-toria de la fi losofía moral.

El utilitarismo, con su tremenda infl uencia en la vida pública, aparece en diferentes críticas a lo largo de toda la carrera de Williams. Su crítica más infl u-yente tiene que ver con la empobrecida noción de la persona y del ser humano como agente. Según los uti-litaristas, la decisión correcta es la que maximiza el

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y respetar sus derechos. Al ha-cer esta crítica, Sen y Williams coincidían totalmente con la versión kantiana de la justicia de John Rawls. Estas opinio-nes sobre la importancia de que todas las personas merecen el mismo respeto era clave para el compromiso de Williams con la política; siempre fue un social-demócrata y un promotor de la igualdad. (Su artículo “The Idea of Equality” sigue siendo una de las discusiones más importan-tes sobre ese valor político.)

Sen y Williams también criti-can las principales teorías sobre el bienestar de las doctrinas uti-litaristas, las que se basan en el placer y en la satisfacción de las preferencias. Estas explicacio-nes suponen que el bien es algo uniforme cuando en realidad es heterogéneo; se basan en prefe-rencias notoriamente maleables que se ajustan a entornos injus-tos, antes que adoptar alguna explicación más consistente de lo bueno.

El papel de la suerte en la vida ética —la idea de que fac-tores fuera de nuestro control podrían infl uir en el valor ético de nuestra vida— había ocupa-do la mente de Williams desde uno de sus primeros ensayos, el que se ocupa de Agamenón. En 1981 publicó una recopila-ción de ensayos titulada Moral Luck;5 el texto principal abor-daba este tema con ánimo polé-mico. La suerte y la vida moral se mezclan de muchas mane-ras; por ejemplo, los griegos se interesaban en el hecho de que ciertos estilos de vida provo-can una mayor disposición a la suerte que otros: dedicarse a la política o al amor es algo mu-cho más riesgoso que dedicarse a la contemplación intelectual. Sin embargo, Williams se enfo-có en una cuestión diferente y más extraña: la relación entre la suerte como resultado y una valoración moral ex post facto. Gauguin tomó una decisión que parece moralmente condena-ble: abandonar a su familia para irse a pintar a Tahití. Williams sostiene que nuestro juicio so-bre Gauguin depende —no pue-de ser de otro modo— de aspectos que Gauguin no podía haber previsto en el momento y que no contro-laba del todo. Si su experimento artístico hubiera sido un fracaso, él se habría juzgado a sí mismo con dure-za, pero como fue un gran éxito, se le puede discul-par. Este ejemplo nunca me ha convencido del todo, en parte porque en realidad prefi ero las pinturas de Gauguin previas a su estancia en Tahití, pues me pa-rece que las que realizó ahí utilizan la forma más cra-sa de objetivación racial y sexual. Segundo, incluso si aceptamos que el experimento fue un éxito, creo que deberíamos considerar el caso en los mismos tér-minos que el de Agamenón: Gauguin enfrentaba un dilema trágico y optó por algo que resultó en un do-loroso daño moral. Él debería haber sentido remor-dimientos y nosotros culparlo. En cualquier caso, la notable forma en que Williams trató el asunto abrió una veta de discusión ética que había dejado de explo-rarse desde los griegos y romanos, dado el posterior dominio de las visiones providenciales del universo. Con ello hizo un gran favor a la fi losofía moral.

En 1985, Williams publicó Ethics and the Limits of Philosophy, un libro cuya preparación le llevó varios años. En esta importante obra, ataca todas las teorías sistemáticas de la ética y defi ne la teoría ética como “una explicación teórica de lo que son el pensamien-to y la práctica de la ética, cuya explicación implica una prueba general de la corrección de las creencias

5 La fortuna moral. Ensayos fi losófi cos 1973-1980, unam, México, 1993.

y los principios éticos básicos, o de lo contrario implica que una prueba de dichas característi-cas es imposible”.6 Enfocándose en las pretensiones del kantismo y el utilitarismo, sostiene que el proyecto de sentar unas bases racionales y sistemáticas para la vida ética no sólo está condena-do al fracaso, sino que incluso es perjudicial y conduce a una com-prensión estrecha y simplista de la vida ética. Williams sugiere que todos los afanes de teorización sistemática en la ética son un in-tento de negar la compleji dad de la vida y los aspectos irracionales de la naturaleza humana, incluido el hecho de que la gente encuentra valor, como dijo en Morality, “en cosas como la sumisión, la con-fi anza, la incertidumbre, el ries-go, incluso en la desesperación y el sufrimiento”. Él urgió a los fi ló-sofos a que volvieran al punto de partida incluyente y general de los griegos, es decir, a la pregunta de “¿cómo debe uno vivir?”, que invi-ta a considerar todos los aspectos destacados de la vida humana. En lugar de construir teorías morales sistemáticas, los fi lósofos que se ocupan de la ética deberían con-frontar las preguntas más com-plicadas sobre la vida, presumi-blemente poco a poco, prestando gran atención a la literatura y la psicología. Williams creía que, en la ética, las preguntas centrales son prácticas —“¿qué debo ha-cer?”—, no teóricas, y que el éxito implicaría compromiso con pre-guntas prácticas difíciles.

Algunos de los que han atacado la teoría ética lo han hecho a par-tir de cierta confi anza en la moral convencional y las intuiciones co-tidianas de la gente; sin embargo, Williams reconoció más tarde que él no tenía esa clase de confi anza y que siempre desdeñaba lo que veía como un convencionalismo moral complaciente. En respues-ta a los críticos del libro, habló “del vacío y la cruel superfi cialidad del pensamiento cotidiano” y califi có como “maravillosamente perver-so” “cierto wittgensteinianismo vulgar” que intenta llevarnos de regreso a esas intuiciones coti-dianas. No obstante, no quedan claras las razones por las que una

teoría como la de Kant, que pretende recordarnos lo que es menos corrupto en nuestro entendimiento diario, estaría condenada a resultar perjudicial, más allá de al-gunas partes específi cas de su contenido, con las cuales Williams claramente disentía. Tampoco estaba claro dónde dejaba la crítica de Williams una teoría como la de Aristóteles, con cuyo contenido, se podría suponer, él es-taría más d e acuerdo.7

Otra pregunta desconcertante concierne a la rela-ción entre lo ético y lo político. Williams sostuvo, poste-riormente, que su ataque a la teorización de la ética de-jaba intacta la aspiración de construir teorías políticas que podrían ser guías valiosas. Pero, ¿dónde deja esto a aquellos grandes teóricos occidentales de la política, como Aristóteles, Cicerón, Rousseau, Kant y Rawls, que pusieron una teoría moral en el centro de sus teo-rías políticas? Williams se refi e re en particular a Rawls como un ejemplo de la clase de teorías morales que está criticando; sin embargo, sus últimas afi rmaciones su-gieren que después, de todo, podría aceptar la utilidad

6 Como discuto en el artículo citado en la nota 7, esta defi nición resulta demasiado estrecha para incluir todo lo que el propio Williams consideraba como teoría: incluye, por ejemplo, la teoría de Rawls como ejemplo de teoría ética, aunque Rawls insiste en que en ética la justifi cación es holística y que no existe una “prueba” única de que las creencias son correctas; la rectitud sólo se ve en la correspondencia entre juicios específi cos y afi rmaciones teóricas en el sistema como un todo.7 Véase mi ensayo en World, Mind and Ethics y la equívoca respuesta de Williams. A él siempre le disgustó Aristóteles, que le parecía aburrido; no obstante, hay muchos puntos de acuerdo entre el enfoque de Williams sobre la ética y el de Aristóteles.

de la teoría de Rawls, dada su naturaleza política. En cualquier caso, no se aclara el origen de la dis-tinción entre la aspiración a una teoría de justicia política, que es aceptable, y la inaceptable aspira-ción a una teoría de la moral individual. La falla ge-neral de Williams en comprometerse sistemática-mente con las ideas de Rawls sobre la justicia social y política deja sin resolver cuestiones tan impor-tantes como éstas.

De manera más general, Williams parece alter-nar entre un desdén extremo hacia casi todos —ni los teóricos ni las intuiciones diarias ofrecen pau-tas, ambos son superfi ciales y confusos— y una ex-trema confi anza. De cierta forma, sin teorías que nos guíen, nos las arreglaremos para confrontar las complejidades de la vida. Sin embargo, los grandes teóricos de la ética, Aristóteles y Kant entre ellos, empiezan normalmente por una valoración de los seres humanos que, a mi parecer, es más generosa y más realista. La mayoría de los seres humanos tie-ne una comprensión ética que es sólida en muchos aspectos, pero también son apresurados, interesa-dos y propensos a la racionalización autoengañosa. Una teoría ética, entonces, podría ayudar a fi jar de manera clara los resultados del autoexamen re-fl exivo, de tal forma que, en momentos de apresu-ramiento o tentación, tengamos un paradigma que nos ayude a sopesar, siempre y cuando la teoría sea buena, cuál de esos resultados representa la mejor parte de nosotros mismos. La idea de Kant de que siempre debemos tratar a la humanidad como un fi n y nunca como un medio nos ayudaría a criticar muchas de las inclinaciones que tenemos, tanto en la vida personal como en la política.

Desde esta perspectiva, la teoría ética no sería una evasión de la vida —un dispositivo para “apa-gar los monitores hacia la tierra”, como una vez describió Williams la teorización ética de Robert Nozick—, sino una respuesta razonada a sus com-plejidades y a nuestras debilidades. A mi parecer, Williams nunca enfrentó cabalmente esta expli-cación verosímil del bien en la teoría ética.8 Quizás este silencio se explique por l a gran importancia que dio a los intentos personales por resolver di-rectamente los problemas de la vida, más que a las guías prefabricadas. Podría ser que ninguna expli-cación colectiva pueda ser satisfactoria porque sólo una búsqueda profundamente personal valdría lo sufi ciente. Este elemento existencialista en el pen-samiento de Williams explica, creo, su hostilidad tanto frente a la teoría como frente a los conven-cionalismos. Como historiadora de la fi losofía, creo que debemos resistir este marcado contraste entre lo personal y lo teórico: estoy convencida de que, en ocasiones, logramos la mejor comprensión de nues-tras vidas —y la más personal— lidiando con las grandes teorías del pasado.

A pesar de este gran ataque contra el raciona-lismo ilustrado, Williams nunca abandonó del todo la Ilustración. El evidente racionalismo de su importantísima primera obra sobre Descar-tes9 nunca lo abandonó por completo y resurgió de forma dramática en su último libro, Truth and Truthfulness,10 en el cual defendió brillantemente los valores de la verdad y la objetividad contra la crítica posmodernista y de Foucault, argumen-tando que cualquier sociedad humana viable debe considerar como fundamentales estas nociones, debe confi ar en ellas y debe honrar las virtudes re-lacionadas de la exactitud y la sinceridad. En ese libro también ofrece una explicación general de cómo criticar los sistemas sociales corruptos y de esta forma responde a algunos de los críticos de su postura antiteórica. W

Martha C. Nussbaum, fi lósofa, es profesora en la Universidad de Chicago. Sus intereses académicos incluyen la literatura clásica, el derecho y, desde luego, la ética. Es autora de una veintena de libros, entre ellos el reciente Sin fi nes de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (Katz Editores, 2010). Agradecemos a la autora y a Boston Review la autorización para traducir y editar este texto. Traducción de Guillermina Cuevas.

8 Véase mi ensayo “Why Practice Needs Ethical Theory: Particularism, Principles, and Bad Behavior”, en Steven J. Burton, ed., ‘The Path of the Law’ and Its Infl uence: The Legacy of Oliver Wendell Holmes, Jr., Cambridge University Press, 2000, pp. 50-86, y en Brad Hooker y Margaret Little, eds., Moral Particularism, Clarendon Press, 2000, p. 227-255.9 Descartes, Cátedra, Madrid, 1996.10 Verdad y veracidad. Una aproximación genealógica, Tusquets, Barcelona, 2006.

LA FILOSOFÍA COMO UNA DISCIPLINA HUMANÍSTICA

B E R N A R D W I L L I A M S

Una cosa es tener confi anza en la fi losofía y una, distinta, es tener confi anza en que uno mismo puede producir con buen éxito —es decir, con plena confi anza— la mejor forma de la fi losofía. El rigor caracteriza al autor de este libro, que reúne casi una veintena de ensayos que Williams publicó como capítulos en obras colectivas o como artículos en revistas especializadas. Esta colección póstuma rescata así textos que abordan temas que no habían sido tratados expresamente por Williams en otros volúmenes; a decir de A. W. Moore, responsable de la selección y autor de una breve introducción, hay en estos materiales “una unidad de intereses, que se mantiene a lo largo de la carrera de Williams”. El fi lósofo británico emprende aquí un viaje redondo: la autoconciencia y la autoconfi anza van de lo metafísico a lo personal y lo colectivo, al plano social; y de aquí vuelven al pensamiento ético y al pluralismo de valores. La última parte del volumen está dedicada al “alcance y los límites de la fi losofía”, a lo que miraría Williams como el estado actual de la fi losofía de acuerdo con su propia historia. ¿Sigue siendo fi el a su práctica, que es la práctica de sus principios, de su decantación y de su confrontación con el mundo en el que surge y al que busca responder? Esta práctica ha de ser siempre humanística.

filosofíaTraducción de Adolfo García de la Sienra1ª ed., 2011, 250 pp.978 607 16 0611 2$195

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la industria y la minería, “hasta la eclosión del capitalismo” y el análisis de la época precapitalista, con las operaciones de mercado y mediante dinero; el libro concluye con el previsor y lúcido examen del capitalismo moderno. Ha preparado la traducción y el prefacio de la obra Manuel Sánchez Sarto. Se suma ahora un prólogo de Graciela Márquez.

economíaTraducción de Manuel Sánchez Sarto 3ª ed., 2011, 401 pp.978 607 16 0585 6$260

EL GOBIERNO DE LOS BIENES COMUNESLa evolución de las instituciones de acción colectiva

E L I N O R O S T R O M

El aprovechamiento de los recursos útiles por parte de las colectividades que son sus dueñas

HISTORIA ECONÓMICA GENERAL

M A X W E B E R

Escrita en los años veinte, y publicada por primera vez por el fce en 1942, esta Historia económica general posee de entrada una virtud: es la obra de un pensador clásico, es decir de un hombre que puso en juego una visión del mundo para comprender aspectos diversos, determinados, de la realidad compleja y en constante mudanza. El libro se ha formado con los textos que empleó Weber en sus cursos y tienen por ello un cumplido propósito didáctico. Sigue un orden, que corresponde al de su materia: para la introducción sirve la revisión de la unidad doméstica, cuando primaban el linaje y el dominio señorial; para otras lecciones funcionan el estudio de

originarias ha propiciado con frecuencia una serie deprejuicios. El desperdicio, oalguna de sus variantes —comola sobreexplotación o la subutilización—, es uno de los más extendidos, pero no el único. Hay quien piensa que las colectividades llegarán a niveles extraordinarios de violencia al ser ellas las dueñas legales de algún valioso recurso natural. Elinor Ostrom ha escrito en contra de estas ideas preconcebidas, y las demuele con paciencia y notable claridad en la exposición. Sus casos no están sólo en naciones como México o Sri Lanka sino también en España o Filipinas, Colombia o Japón; ni en un solo campo: se trata de prácticas pesqueras, del reabastecimiento de aguas subterráneas, entre muchas otras. Ostrom es una avezada economista, y se hizo merecedora del premio Nobel en la materia en 2009; para esta nueva edición, la autora preparó especialmente una nota introductoria que describe las aplicaciones de sus ideas durante las dos décadas que siguieron a la publicación en inglés de este libro seminal. José Sarukhán, por su parte, ejemplifi ca en su bien informado prólogo un caso de “recursos de uso común” al hablar de los bosques mexicanos.

economíaTraducción de Leticia Merino Pérez 2ª ed., fce-unam, 2011, 402 pp.978 607 16 0617 4$198

D urante la última quincena de junio, el fce hospedó en su Galería Luis Cardoza y Aragón, del Centro Cul-tural Bella Época, a algunas de las

más conspicuas casas editoras de nuestro país que parecen atender el dictum del economista alemán E. F. Schumacher, quien sabía que “lo pequeño es hermoso” (por cierto, Blume ha puesto a circular de nuevo su clásico con ese título, tras casi una década de no reimprimir-lo, acaso para conmemorar los cien años del nacimiento del autor, que vio la luz en Bonn el 16 de agosto de 1911). La II Feria del Libro Independiente —que en su afán por darse un nombre sintético parece proponer una nueva especie de bicho libresco, plenamente eman-cipado del autor y sobre todo del esquivo lec-tor— reunió a una sesentena de editores ca-racterizados, desde luego, por la audacia de sus propuestas, tanto literarias como gráfi -cas, pero sobre todo por su talla: para verlos en el horizonte económico hace falta al me-nos una poderosa lupa. Se exhibieron casi 13 mil ejemplares, de los cuales poco menos de 3 mil terminaron en manos de los visitantes, que pagaron algo más que 320 mil pesos, lo que signifi ca cerca de 60 por ciento más que el año pasado; el podio de las ventas lo ocuparon Sexto Piso, Almadía y Verdehalago.

E stos datos numéricos, halagüeños como son —pues señalan un crecien-te interés del público lector por una oferta audaz, casi siempre propositi-

va, muchas veces irreverente, y confi rman el gran potencial de un acto que busca llamar la atención de compradores poco habituados a esa clase de libros—, signifi can poco al lado de dos iniciativas de los organizadores, que por un lado premiaron, en siete categorías, las mejores obras publicadas en 2010, y por otro inventaron un reconocimiento entre pares que está llamado a ser una brújula en el me-dio editorial, comparable a lo que en sus pri-meros años fue el homenaje creado por la fil de Guadalajara —y que en los últimos años ha privilegiado a los popes de la edición europea, perdiendo parte de su peso regional—. Reci-piendaria natural de esta distinción fue Edi-ciones Era, que copetea así los festejos por sus primeros 50 años de actividad.

S aben nuestros lectores que el nom-bre de esta editorial fue en su origen el acrónimo que cobijaba a Espre-sate, Rojo y Azorín, fundadores de la

casa que en 1960 se estrenó con La batalla de Cuba, de Fernando Benítez. Atendiendo la se-gunda acepción que la Real Academia Espa-ñola reconoce en era, convengamos en que la editorial se ha rebautizado ya con ese sustan-tivo común, pues su producción semicentena-

Otros meses de la

independenciaDE JULIO DE 2011

C A P I T E L

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a los fenómenos políticos más o menos recientes nos dice a las claras que el planeta entero es en nuestros días mucho más que una disputa por territorios y recursos por cuenta y riesgo de las naciones poderosas. Hay novedades evidentes en un primer acercamiento: un ejemplo notorio es la sociedad civil, nuevo actor o al menos punto de referencia necesario en cualquier cálculo o decisión políticos, y están también la responsabilidad institucional y la corrupción, la seguridad ciudadana. Todo esto nutre el ensayo de Laurence Whitehead, quien —al sumarse él mismo a la nueva minindustria de analistas— revisa también casos concretos, como el de Chile o el de México, para saber qué tanto y cómo la realidad se ha ajustado a la teoría. Junto con Rosemary Thorp, Whitehead preparó Infl ación y estabilización en América Latina, publicado por el Fondo en 1984.

política y derechoTraducción de Liliana Andrade Llanas y José Manuel Salazar Palacios 1ª ed., 2011, 407 pp.978 607 16 0619 8$350

EL HELIOCENTRISMO EN EL MUNDO DE HABLA ESPAÑOLA

A N T O N I O A L A T O R R E

Un fi lólogo y escritor; un asunto tan antiguo que se adelanta a la literatura. El hombre de letras: Antonio Alatorre, quien ha sabido como pocos los más de un mil años de la lengua española. El tema viejo: la ciencia astronómica, que ha ocupado mucho antes a las sociedades occidentales que la escritura. Luego de señalarle a Octavio Paz inexactitudes e imprecisiones en Sor Juana Inés de la Cruz, o Las trampas de la fe, Alatorre prosigue un camino de sorpresivo desenlace: entre los ibéricos hubo en Nueva España algunos que, ya en el siglo xvi, es decir antes de que escribiera sor Juana, se refi rieron a la Tierra como uno más de los planetas, en un sistema que tendría al Sol como centro. Hasta bien entrado el siglo xvii, cuando habían ocurrido la expulsión de musulmanes y judíos y la condena inquisitorial, la gente culta novohispana tenía presente la visión del mundo copernicana, de un modo semejante al de los presocráticos, en cuyos fragmentos pueden leerse ideas que suscriben aquella realidad.

centzontle1ª ed., 2011, 87 pp.978 607 16 0642 6$65

ria ha dado pie a un “extenso periodo histórico caracterizado por una gran innovación en las formas de vida y de cultura”. Enhorabuena.

N o menos festivo estuvo durante ju-nio el ánimo de Siglo XXI Editores, apenas un lustro más joven que la anterior. Esos 45 años la han visto

reinventarse, desde la fragilidad contestataria de su nacimiento hasta la pujanza trasnacio-nal con que hoy se presenta. Hace ya muchas semanas se dio a conocer que la editorial co-mandada por Jaime Labastida emprendía, a contracorriente de lo tristemente usual, una aventura expansiva al comprar Grupo Edito-rial Biblioteca Nueva —que cuenta en su ha-ber con colecciones dedicadas, por ejemplo, a Nietzsche, Freud o Wilde, mucho ensayo y un sello, Salto de Página, que apuesta por la creación literaria—, con lo que una empresa mexicana incorpora varia marcas editoriales bien afi ncadas en España; explora asimismo la posible adquisición de la catalana Anthro-pos. Por otro lado, su fi lial porteña, como la del propio Fondo, muestra la vitalidad e inventiva de ese mercado sudamericano; no es menos-precio por las casas matrices detectar en las ramas argentinas de ambas casas el brillo más intenso de su producción libresca.

D urante todo este mes, el mismo es-pacio aprovechado por los indepen-dientes mexicanos albergará más de un millar de títulos de Anagrama,

esa editorial insignia de la España posfran-quista. El lector curioso encontrará en el Be-lla Época añejos ejemplares de ese sello, sin su inconfundible —acaso por sobrio— diseño actual, sin la congruencia y fi delidad que hoy deslumbra al que, de golpe, ve la obra en apo-geo; nada parece unir los tímidos balbuceos del catálogo tallado por Jorge Herralde hace tres o cuatro décadas con su actual elocuencia editorial. Quizá parte de la explicación yace en la perseverancia, salpimentada con uno que otro golpe de suerte, de Herralde y en la adivi-nable certeza de que cada libro lanzado al mer-cado tarde o temprano encontrará su pequeña comunidad lectora, de que la curiosidad por lo novedoso debe complementarse con cierta ve-neración por el pasado.

S emejante combinación le ha permiti-do a un editor francés llegar a su pri-mer siglo de vida con sufi ciente ple-nitud como para reconocer sus ha-

llazgos de largo plazo. El pasado 21 de mayo Maurice Nadeau, fundador hace 45 años de La Quinzaine littéraire —una de las más incisivas y voraces, por su amplitud de horizontes, pu-blicaciones francesas dedicadas en exclusiva a la crítica de libros— y hoy cabeza de un se-llo que lleva su nombre, cumplió cien años. Ex trotskista, estudioso del surrealismo, editor de la correspondencia de Flaubert, reseñista pertinaz en revistas como France Observa-teur —antecedente del actual Le Nouvel Obser-vateur— y L’Express, fue lo mismo un descu-bridor de autores en su lengua —entre los que descuellan Georges Perec y el polémico Michel Houellebecq— que un introductor en Francia de escritores de otras órbitas lingüísticas —por ejemplo Lowry, Gombrowicz o Coetzee.

L a favorable opinión de Nadeau a propó-sito de Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, se contó entre los argumentos que llevaron al Fondo, cuando era di-

rigido por Arnaldo Orfi la Reynal, a publicar esa obra que —a juicio de Claudio Lomnitz en el prólogo a la nueva edición que estamos pre-parando, con motivo del medio siglo de su pu-blicación en inglés— le mostró al mundo “que el México moderno, próspero y optimista de aquellos tiempos, era sólo una cara de la mo-neda nacional, y que la que habitaban los auto-res de esta autobiografía era otra”. W

T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S

EL ASCENSO DEL SECTOR PÚBLICO El crecimiento económico y el gasto social del siglo XVIII al presente

P E T E R H . L I N D E R T

Luego de la Gran Depresión y de la segunda Guerra Mundial los críticos del llamado Estado de Bienestar lanzaron censuras a las nuevas políticas puestas en marcha por Europa y Estados Unidos, que propugnaban precisamente por la elevación de las tasas impositivas y la ampliación de los programas sociales. El asunto tiene gran interés en nuestros días, cuando las perspectivas de economistas reconocidos y los sesgos ideológicos de algunos políticos han vuelto a descalifi car aquellas estrategias. ¿Puede haber crecimiento económico si se engrosa el gasto social? Peter H. Lindert ha realizado la compilación y el análisis de los indicadores demográfi cos y económicos disponibles del siglo xviii a la actualidad para desembocar en la contradicción de la ortodoxia señalada: gravar la riqueza para conseguir una nueva distribución no sólo es recomendable sino que ha sido crucial en el crecimiento de las naciones de la ocde. ¿Por qué no seguir esta política ahora en América Latina, por ejemplo?, pregunta el autor. El segundo volumen de la edición original contiene toneladas de datos, que los lectores de la nuestra encontrarán en cambio en un práctico disco compacto.

economía Traducción de Roberto R. Reyes-Mazzoni1ª ed., 2011, 439 pp.978 607 16 0616 7$490

DEMOCRATIZACIÓNTeoría y experiencia

L A U R E N C E W H I T E H E A D

Aun donde no han sido francamente abiertos, los procesos de democratización en que están inmersos varios países parecen defi nir hoy el variopinto rostro mundial. El solo hecho de que sea la democracia lo que caracteriza

JIRAFA AFRICANA

M E G U M I I WA S A , I L U S T R A C I O N E SD E J U N T A K A B A T A K E

El tedio, bien encauzado, es el origen de la amistad. Ésa podría ser la moraleja de quien leyera esta breve fábula, en la que una aburrida jirafa descubre que mediante cartas puede comunicarse con alguien más allá del horizonte. Su interlocutor resulta ser un comunicativo pingüino, alumno de una ballena con vocación docente. Ayudados por un pelícano igualmente enfermo de ocio y por una foca que adora repartir cartas —pues todos en su familia han sido carteros—, esta pareja de animales oriundos de continentes distintos establece un simpático nexo, cimentado en las pocas palabras que intercambian en sus epístolas. Esta aventura zoológica es un elogio de la correspondencia a la antigüita y de la ansiosa espera en que se sumergen los corresponsales luego de redactar una misiva. La curiosidad por las diferencias entre uno y otro hace que jirafa y pingüino decidan verse en vivo y en directo, a la manera de quienes hoy se conocen por internet y se animan a cruzar el umbral entre lo imaginado y lo real. Aquel que se adentre en este libro verá que el relato es en sí la carta que su autor, tal vez aburrido, le manda desde el lejano Japón.

a la orilla del vientoTraducción de Javier de Esteban1ª ed., 2011, 70 pp.978 607 16 0568 9$55

N OV E DA D E S

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Después del alboroto que produjeron en los pasados meses de octubre a diciem-bre las fi ltraciones a la prensa hispano-hablante de algunas decisiones ortográ-fi cas de las acade-mias de la lengua,

apareció fi nalmente la Ortografía de la lengua española; en España, a media-dos de diciembre; en México, en marzo de este año. No cabe duda de que tal al-boroto hizo daño al prestigio de las aca-demias, en cuanto provocó un torrente de críticas adversas y puso en cuestión el papel que tienen o pueden tener en relación con la realidad de la lengua es-pañola y el valor de su unidad. El des-pliegue periodístico de las fi ltraciones tenía todo el aspecto de una campaña mediática de “lanzamiento” de la obra, como si se tratara de una película o de los vestidos de Paris Hilton; una ins-titución que se respete a sí misma no debería prohijar o alentar esa clase de campañas, que vinieron a ponerla en cuestión y en ridículo. El escándalo em-peoró cuando los académicos afi rma-ron, en los últimos días de noviembre, que esas decisiones todavía no estaban tomadas, a casi quince días antes de la salida a la luz de la Ortografía en Espa-ña; una vez que se analiza la obra es cla-ro que sus decisiones ya estaban toma-das en los momentos del escándalo, por lo que su explicación, de que los cam-bios se decidirían en la Feria del Libro de Guadalajara, era falsa.

Eso y el hecho cada vez más eviden-te de que la Real Academia Española es la punta de lanza de las grandes com-pañías trasnacionales españolas en Hispanoamérica (más rapaces que las estadunidenses) hizo que los públicos hispanohablantes, y no sólo en Améri-ca, se pusieran en guardia frente a las decisiones académicas, indicio de que la lengua es un hecho público —no pri-vado ni privatizable— de interés funda-mental y de que los hispanohablantes han ido tomando conciencia de lo que signifi ca una institución rectora, cuyas decisiones parecen autoritarias, poco razonables o caprichosas.

El escándalo mediático hizo daño a esta nueva Ortografía, cuyo esfuerzo por ser un tratado sistemático y razo-

nado del sistema de escritura del espa-ñol y de las reglas ortográfi cas consti-tuye una sorpresa, más allá de que esté uno o no de acuerdo con algunos de sus temas y sus normas. Nunca se ha-bía escrito —hasta donde yo sé— una ortografía del español tan bien infor-mada y con tal esfuerzo de coherencia. Es de apreciar lo bien estructurada que está su exposición y la elaboración de cada una de las reglas que dictami-na. Los autores de la Ortografía —que, sin embargo, es de la corporación en su conjunto— han tomado en cuenta mu-chas críticas anteriores —aunque no lo digan— y han tratado de ofrecer una obra, como afi rman, coherente y relati-vamente sencilla (no exhaustiva, como pretenden en el capítulo 2 de su intro-ducción, p. 13; la variedad del español actual lo impide).

El libro, de li + 745 páginas, consta de una introducción a la representa-ción gráfi ca del lenguaje, a la ortogra-fía y a la ortografía del español. Su pri-mera parte, 549 páginas, se dedica a la exposición y razonamiento del sistema ortográfi co; la segunda, de 106 pági-nas, a la “ortografía de expresiones que plantean difi cultades específi cas”; las siguientes 30 contienen cuatro apén-dices sobre abreviaturas, símbolos al-fabetizables, símbolos o signos no al-fabetizables, países y capitales con sus gentilicios. Termina con una nómina de textos citados. Lo notable de esta nómina es que sólo se refi ere a autores de citas incluidas; no hay ninguna refe-rencia a los autores y obras que habrán consultado la Real Academia Españo-la y sus correspondientes americanas para mejorar sus ideas y organizar sus pensamientos; como si todo saliera de la mente académica, un rasgo de sober-bia que no corresponde a un trabajo y una ética “científi cos”, como dicen bus-car reiteradamente. La nueva Ortogra-fía de las academias de la lengua es una obra de consulta imprescindible para escritores, maestros universitarios y de educación básica, editores, perio-distas y publicistas, pero ojalá les sirva para hacerse dueños de sus propias de-cisiones en materia ortográfi ca, en vez de dejarlas en manos de unas institu-ciones que, a lo largo de la historia, han sido más una traba para la sincroniza-ción del español con la vida de sus co-munidades lingüísticas y el estado del

conocimiento universal, que una con-tribución a su desarrollo. En seguida iré tejiendo una serie de observaciones, críticas y argumentos igualmente fun-damentados, pero diferentes, en rela-ción con cada capítulo de la obra.

Como se ha dicho en más de una oca-sión, la ortografía del español tiene dos grandes ventajas, en comparación con muchas de otras lenguas: ante todo, que la relación entre el sistema de escritura y sus reglas ortográfi cas con la lengua hablada es muy cercana; después por-que ha venido cambiando paulatina-mente sin grandes sobresaltos, lo cual le da una validez y una unidad que van más allá de lo que las academias supo-nen controlar; dicho de otra manera: la ortografía del español que ahora ma-nejamos no se altera sustancialmente a partir de la nueva obra académica; la nueva publicación vale porque com-pendia y aclara lo que ya sabemos, no por su novedad.

Esta Ortografía se basa en dos pos-tulados: la sujeción del sistema de es-critura tanto al principio fonológico, que consiste en la relación biunívoca entre fonema y letra, como al reconoci-miento de que, en cuanto hecho gráfi co, el sistema de escritura es convencional y autónomo de la lengua. La coherente sujeción a sus dos postulados lleva a la Ortografía a revisar sus prescripciones y a dar razones del orden lingüístico para fundamentarlas. La gran parte de lo que prescribe, insisto, ya era del co-nocimiento público y estaba bien arrai-gado en las costumbres ortográfi cas de las comunidades hispánicas antes de su publicación.

Para fundamentar su concepción de la escritura, los académicos se retro-traen a sus orígenes; lo hacen siguiendo las historias más comunes de la escri-tura, sin considerar críticas que se han hecho a esas historias; en particular, conciben la escritura alfabética como una última etapa, más evolucionada, de los sistemas gráfi cos, lo que confi ere a su concepción un claro tinte teleológi-co. Así por ejemplo, afi rman que los sis-temas silábicos, como los japoneses ka-takana y hiragana, “existen aún”, como si fatalmente debieran evolucionar a los alfabéticos, idea que se refuerza de inmediato al afi rmar que la escritura alfabética “supone un gran avance con respecto a la escritura silábica” (Intro-

ducción, § 1.2, p. 5). No toman en cuenta las características de las lenguas cuya escritura es silábica para poder com-prender en qué consiste su lógica y su economía; tampoco el riesgo que supo-ne una concepción tan unilateral en el ámbito lingüístico hispanoamericano, donde los hablantes de muchas lenguas amerindias están en busca del sistema de escritura que mejor convenga a sus lenguas y necesitan libertad para cons-truir escrituras que podrían resultar-les más adecuadas que las alfabéticas. Se diría que no es la tarea de una orto-grafía del español extenderse a estos temas; pero dado el prestigio de la es-critura del español para los hablantes de lenguas amerindias, toca a los hispa-nohablantes la responsabilidad de no forzarlos a adoptar un sistema alfabé-tico de escritura como último estado de la civilización. Lo que sí interesa aquí inmediatamente es esa concepción te-leológica de la escritura, que después ayuda a comprender la lógica de sus concepciones ortográfi cas y sus reglas.

Llama la atención también, en estos prolegómenos, su afi rmación de que el sistema de escritura es tan conven-cional y arbitrario que lo “escogieron” sus hablantes. Aquí se trata de una idea tomada de la lingüística moder-na, pero no refl exionada. Ante todo hay que distinguir entre lo arbitrario y lo convencional. Es cierto que la relación entre signifi cante (el sonido o la forma fónica) y signifi cado de un signo es ar-bitraria, es decir, nada del uno fuerza las características del otro, pero esa relación no es convencional, sino tradi-cional: ninguna comunidad lingüística de la Tierra ha establecido su lengua mediante una convención; para todos la lengua se transmite como una tradi-ción y, en cuanto tal, no se puede modi-fi car de golpe como lo supondría la idea de la convencionalidad. El sistema de escritura es igualmente arbitrario aun-que, en último análisis —sólo en último análisis—, también convencional (se podría escribir español con el alfabeto cirílico), pero sus hablantes no lo “han escogido” ni parten de una convención, sino que se gestó en una tradición que, en el caso del español, es la latina, como lo demuestra la misma historia del al-fabeto español que forma parte de la introducción a la Ortografía. Es una pena igualmente que los académicos no

La nueva Ortografía ¿imprescindible?

Sí, pero…Circula ya la nueva ortografía preparada por las academias

de la lengua española, que renueva la que estuvo vigente desde 1999; con ella se completa la triada de normas

lingüísticas académicas (las otras dos son el diccionario y la gramática). Cuatro adjetivos la defi nen: es una obra

exhaustiva, razonada, didáctica y panhispánica. En seguida uno de nuestros grandes lexicógrafos

pondera sus méritos y defi cienciasL U I S F E R N A N D O L A R A

A D E L A N TO

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jesuita, diurno o fi eis son silabeadas por unos hispanohablantes separando las vocales contiguas en sílabas distintas: [pi.á.no], [em.bi.ár], [gi.ón]… en tanto que en México y las otras regiones indi-cadas se agrupan las vocales dentro de la misma sílaba: [piá.no], [em.biár], [gión]…” Ha sido una tendencia históri-ca del español en su conjunto la forma-ción de diptongos en vez de la conserva-ción de hiatos, no un fenómeno de re-giones; las diferencias en el silabeo de esas palabras corresponden a la mayor o menor educación de los hablantes y al valor rítmico que piden ciertas oracio-nes entre los escritores. En las líneas si-guientes a esas afi rmaciones las acade-mias expresan ese reconocimiento me-diante un razonamiento amplio; por eso llama la atención que el fenómeno se atribuya sólo a México, Centroamé-rica, el Caribe y la región andina, cuan-do que se trata de la tensión permanen-te entre las tendencias fonéticas de la lengua y el conservadurismo de la cul-tura. La Ortografía opta, en este caso, por apuntalar la tendencia histórica a la disolución de los hiatos mediante el re-conocimiento del uso que debe encon-trar predominante (no sólo en México, Centroamérica, etcétera); y así, “para evitar la indeseable falta de unidad or-tográfi ca a que conduciría que cada ha-blante aplicara las reglas de acentua-ción de acuerdo con su modo particular de articular estas secuencias”, dictami-nan que guión y truhán han de escribir-se guion y truhan (§ 3.2, p. 225); y agre-gan, basados en un “principio de econo-mía”, que “a cada acentuación prosódica le corresponde una única representa-ción gráfi ca acentual, y viceversa” (§ 3.2, p. 228). Por lo tanto, aunque haya ha-blantes que silabeen gui-ón y tru-hán, tendrán que aceptar la eliminación del acento gráfi co. Bajo el mismo principio de economía, la distinción que se hace entre el uso adverbial y el adjetivo sólo/solo, se elimina en favor de solo. Cuando se pasa a los parágrafos dedicados a la tilde diacrítica, encuentra uno que sí se aprueba una tilde para distinguir qué, cuál, quién, etcétera, que son tónicas y monosilábicas, de sus correspondien-tes que, cual, quien, etcétera, que son átonas, pero la Ortografía señala (ii, §  3.4.3.2, p. 245): “el carácter tónico o átono de estas formas y su consiguiente escritura con tilde o sin ella dependen de diversos factores, esencialmente de su categoría gramatical, su función sin-táctica en el enunciado y algunas carac-terísticas de la estructura oracional de la que forman parte”. La oposición en-tre sólo y solo es una oposición entre ca-tegorías gramaticales: un adverbio frente a un adjetivo, y su función sin-táctica en el enunciado es diferente. Ambas son tónicas, es cierto, aunque cuando se dice “yo solo” o “sólo he sido yo”, la tonicidad del adverbio es de ma-yor intensidad. Si las academias admi-ten y reglan el uso de la tilde diacrítica cuando hay un argumento de orden gramatical, ¿por qué no admitir la opo-sición entre sólo y solo? Los ejemplos aducidos en ii, § 3.4.3.3, p. 269, para ne-gar la tilde a sólo y aquéllos: “Traba-ja solo los domingos” frente a “Trabaja sólo los domingos”, y “¿Por qué com-praron aquéllos libros usados”, en que aquéllos es el sujeto de la oración, fren-te a “¿Por qué compraron aquellos li-bros usados”, son precisamente ejem-plos, si no de ambigüedad, sí de extra-ñeza cuando uno los lee, y por eso uno preferiría escribir “Los domingos tra-baja él solo” y “¿Por qué aquéllos com-praron libros usados?” Cierto que el sistema gramatical del español permi-te tales construcciones, pero los ha-

al respecto —a lo mejor en otros paí-ses también— llevó a los académicos a aparentar que daban marcha atrás y a reconocer que se pueden nombrar también ve, ve corta, ve chica y ve pe-queña, pues “algunas de estas letras poseen varios nombres con vigencia y tradición en amplias zonas del domi-nio hispánico. [Pero] con el fi n de pro-mover un proceso hacia la unifi cación y hacia la simplicidad, especialmente útiles en ámbitos como la comunica-ción y la enseñanza, se recomiendan las denominaciones que fi guran deba-jo de cada letra. Esta recomendación no implica interferencia en la libertad que tiene cada hablante o cada país de seguir aplicando a las letras los térmi-nos que venían usando…” (i, § 5.4.1, p. 63). Llama la atención que, si toleran

que en algunas regiones hispanoamericanas se diga be alta y ve baja, censuren que los catalanes digan lo mismo (ibid., p. 70): “algu-nos hablantes españoles bilingües de lengua madre catalana, al expresarse en castellano, utili[zan] im-propiamente [yo subrrayo] para referirse a estas letras, las expresiones be alta/ve baja”. ¿A qué viene esta pe-queña e innecesaria agre-sión a los catalanes?

En cuanto a la y griega o ye, también reconocen

que “este ha sido el nombre académico preferente para esta letra hasta fi nes del siglo xx, lo que explica su implan-tación en el uso, especialmente en el español americano” (ibid., p. 71), pero recomiendan llamarla ye.

En cuanto al “Acento prosódico y su acentuación gráfi ca” (capítulo ii), los autores de la Ortografía siguen el mis-mo procedimiento que en su capítulo i. Después de una explicación fonológica sencilla y coherente enuncian y justi-fi can las reglas de acentuación gráfi ca. Llama la atención su explicación para considerar correctas las acentuaciones adecúo, evacúo o licúo junto a las más correctas adecuo, evacuo, licuo. En este punto, ceden la decisión al uso extendi-do de las primeras formas.

Los dos principios determinantes que rigen el sistema de acentuación explicado en la Ortografía son: a] que “sólo las palabras tónicas son suscepti-bles de llevar tilde” y b] que el sistema “no tiene como función distinguir sis-temáticamente entre palabras tónicas y átonas”; según estos dos principios, se elimina la tilde en la conjunción disyuntiva o cuando aparezca entre dos números: 20 ó 30, por ser átona y porque ya no hace falta distinguirla del cero; en realidad, muy pocos escribien-tes utilizan esa tilde. En cambio, sor-prende su instrucción, por excesiva y casi imposible, de que, al citar sufi jos de origen grecolatino, como –logo en fi ló-logo, psicólogo, etcétera, se ha de escri-bir el acento correspondiente a la vocal tónica de la raíz sobre el guión mismo, es decir ´–logo, pero no en secuencia, sino en el cuerpo de la letra (ii, § 3.2, pp. 218-221).

Los autores hacen caso de informa-ciones que les envían los académicos correspondientes en América; así por ejemplo, afi rman que hay secuencias de vocales que, “en España y en una parte de América se articulan en muchos vo-cablos como hiatos, [mientras que] se pronuncian como diptongos o inte-grando triptongos en otras zonas, espe-cialmente en México, Centroamérica y parte de las áreas caribeña y andina. Así, palabras como piano, enviar, guion,

nera, serían homógrafos (hasta/asta; hola/ola, huso/uso). Los académicos no acuden a esta justifi cación, pero tam-poco eliminan la hache, porque la con-sideran “signo gráfi co simple” y porque está fuertemente arraigada en la tra-dición ortográfi ca del español; a la vez, no excluyen la equis, que, a pesar de re-presentar el grupo de fonemas /ks/ (en México representa también /sh/, /s/ y jota en muchos casos) les parece “signo gráfi co simple”. Así que para conservar las letras hache y equis abandonan sus dos principios fundamentales y se refu-gian en la simpleza del trazo; estricta-mente hablando habría que considerar, entonces, que la eñe tampoco es grafe-ma, pues no es un signo simple, al lle-var una tilde. Cabe preguntar cómo se mide la simpleza de un trazo; ¿el trazo de una E es tan simple como el de una O; el trazo de una Ñ es tan simple como el de una I? La simplicidad de un trazo parece un mal criterio para decidir cuáles son grafemas y cuáles no.

Los académicos toman como segundo postulado de la ortografía la autonomía de la escritura respecto de la lengua; gracias a esa autono-mía se puede defender la in-clusión de la hache, la equis y la eñe; no se encuentran entonces razones válidas para no reconocer che, elle y erre como grafemas compuestos por dos grafías, pertenecientes al sistema de escritura del español y qu y gu per-tenecientes a la ortografía. La erre co-rresponde a un fonema /rr/ (Enrique, rico, carro; la ere de Enrique es alógra-fo de /rr/); qu y gu son alógrafos para la escritura de los fonemas /k/ y /g/ (acá/aquí; gasa/guiso); es decir, che, elle y erre debieran considerarse grafemas en pureza, parte del sistema de escritu-ra, mientras que qu, gu y r tras n o s ten-drían que ser grafías propias de la or-tografía, que en esos dos puntos regula al sistema de escritura. Sorprende que en i, § 5.4.3.1, p. 72, desechen el nombre ere para la letra correspondiente, que “pasa a partir de ahora a llamarse úni-camente erre”, de donde “en perfecta coherencia con el nombre erre para la r, el dígrafo rr se denomina erre doble o doble erre”. Me temo que esto confun-de más, pues decir “doble erre” es tanto como escribir rrrr.

De allí la necesidad de separar, ana-líticamente, sistema de escritura y or-tografía, para entender el papel de los grafemas y reconocer en la escritura los fonemas /ch/ y /ll/, lo cual puede tener repercusiones importantes en el pro-ceso de aprendizaje de la lectura por los niños. Che, elle y eñe son grafemas del sistema de escritura del español, corres-pondientes a los fonemas /ch/, /ll/, /rr/; ere tras ene o ese, qu y gu son alógrafos de la ortografía del español correspon-dientes a los fonemas /rr/, /k/ y /g/.

Otro de los puntos que causó polé-mica al anunciarse esta nueva Orto-grafía fue la inicial imposición de los nombres de las letras v y y, llamadas por las academias uve y ye. En i, § 5.4.3, p. 69, afi rman a propósito del nombre uve: “El nombre uve nace de la necesi-dad de distinguir oralmente los nom-bres de las letras b y v, ya que las pala-bras be y ve se pronuncian del mismo modo en español. Precisamente esa virtud distintiva del nombre uve es lo que justifi ca su elección como la de-nominación recomendada para la v en todo el ámbito hispánico.” “Denomi-nación recomendada”, pero la protesta en Argentina, en México y en España

distingan con claridad entre sistema de escritura y normas ortográfi cas, como hemos hecho varios autores en los últi-mos años, lo cual ayuda a situar el papel de la ortografía; en cambio notan, para bien, que cada vocablo es resultado de un largo proceso histórico y que, en muchos casos, no hay reglas generales que se les puedan aplicar, sino que se trata solamente de regularidades que la ortografía no norma, para cuya consul-ta es necesario acudir a los diccionarios (Introducción, § 2.3).

A la introducción sigue la elabora-ción del “sistema ortográfi co del espa-ñol”: a partir de una sencilla y correcta exposición de la fonología hispánica, sigue una discusión acerca de las le-tras o grafemas de la escritura. Las 143 páginas dedicadas a la explicación del sistema ortográfi co del español son una pormenorizada exposición del funcionamiento de las letras y de las reglas ortográfi cas que se les aplican; casi la totalidad de esas explicaciones son sencillas y adecuadas; las acom-pañan muchas notas adicionales, que aclaran ciertos puntos, y muchas ta-blas orientadoras, que todo lector ha de agradecer.

Sin embargo, su defi nición del gra-fema, que tiene un papel central en su comprensión de la escritura y la orto-grafía, requiere una discusión. Entien-den primero por grafema (o letra) la “unidad mínima distintiva en el pla-no gráfi co”. No consideran grafemas la diéresis, la tilde y otros diacríticos porque “no son secuenciales”, sino que se escriben sobre los grafemas; de ahí que modifi quen su primera defi nición del grafema como un “signo gráfi co simple”. En consecuencia, che y elle no son, para ellos, grafemas, sino dígrafos, compuestos por ce, hache y dos veces ele. No es obligatorio adoptar esta de-fi nición académica del grafema, como sinónimo de letra. El término grafema se inventó en la lingüística para que correspondiera a la serie de elementos distintivos que constituyen las lenguas: fonemas, morfemas, lexemas, etcétera. Siendo así, las letras che, elle, eñe y erre son grafemas correspondientes de los fonemas respectivos; lo que hacen los académicos para no reconocerlos como tales es, más bien, restringir el término, no a la “unidad mínima distintiva en el plano gráfi co”, sino al “signo gráfi co simple”, en donde lo “simple” parece re-ferirse al trazo de las letras. Afi rman en i, § 5.3, p. 52: “No debe vincularse, pues, como se hace a menudo, el concepto de letra a la representación gráfi ca de un fonema, vínculo en el que se basaba la tradicional consideración de letras de los dígrafos ch y ll en español. Dicha asociación no resulta adecuada por dos motivos: serían entonces letras otras secuencias de grafemas que nunca se han considerado tales, pero que repre-sentan también un solo fonema, como ocurre en español con los dígrafos rr, qu o gu; y, por otro lado, quedaría ex-cluida de esta categoría una letra como la h, que no representa ningún fonema y carece de correlato fónico en el espa-ñol estándar. […] A estas dos objeciones hay que añadir la existencia de una le-tra como la x, nunca discutida como tal, pero que normalmente representa no un fonema, sino una secuencia de dos fonemas.” Cierto, el apego a la relación fonema/grafema, correspondiente al principio fonológico que sustenta la Or-tografía, forzaría a eliminar la hache; si se conserva es por uno de los criterios que la tradición ortográfi ca del español ha seguido siempre: su valor simbólico etimológico y su utilidad para distin-guir muchos vocablos que, de otra ma-

ORTOGRAFÍA DE LA LENGUA

ESPAÑOLA

Real Academia Española-Asociación

de Academias de la Lengua

Española

México, Espasa,

2011, li + 745 pp.

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de elaborar sistemas de transliteración cuando se trata de lenguas escritas con otros alfabetos, con silabarios o con lo-gogramas, siguiendo a los del inglés o del francés.

Proponen normas también para nombres de pila, un problema serio en Hispanoamérica; así, consideran in-admisibles, por ejemplo, Yénnifer, Yés-sika, Yónatan; yo agregaría Geovanni, Dayana, Deisy y cientos más, con que hoy registran muchas familias a sus hi-jos, siguiendo los nombres de persona-jes de la telenovela o del deportista más famoso del momento. En este aspecto no bastan las reglas académicas; hace falta —por ejemplo en México— un cui-dadoso planteamiento al respecto por parte del Registro Civil, que respete la libertad de los nombres pero eduque en

la escritura a los empleados encargados de tomar el registro.

El capítulo viii trata “La ortogra-fía de las expresiones numéricas”, que confi rma los usos cultos tradicionales, aunque cae en la contradicción de acep-tar la norma de la International Stan-dards Organization en cuanto a separar sólo mediante un espacio en blanco los millares, pero en cambio propone como norma la que se da en México y otros países hispanoamericanos, tomada de los Estados Unidos de América, de se-parar los decimales mediante punto y no mediante coma, como se hace en el ámbito internacional. Termina la Orto-grafía con listas de abreviaturas, siglas y símbolos, y topónimos.

Por coherentes que sean las normas que prescriben las academias, hay una tradicionalidad de la escritura y un con-junto de normas implícitas tendencia-les en nuestros países que no se pueden borrar mediante meras convenciones. Sería bueno que las academias dedica-ran sus estudios y refl exiones a conside-rar el complejo asunto de las normativi-dades, a no tratar con ligereza los usos supuestamente mayoritarios en ciertas regiones (como el supuestamente ma-yoritario de uve en México o el gentili-cio inventado e inoperante de mexique-ño para el habitante de la ciudad de Mé-xico). La escritura del extranjerismo, tal como la plantean, o bien llena de voces en cursiva muchos textos contemporá-neos, sobre todo en ciencias y técnicas, o bien supone procesos de hispaniza-ción de los vocablos que las comunida-des tienden a rechazar. No es con reglas de esa clase como se ha de enriquecer permanentemente la lengua española, sino con una renovación completa de la cultura de la lengua y una mejor com-prensión del contacto de los hispanoha-blantes con todas las comunidades lin-güísticas de la Tierra. W

Luis Fernando Lara, investigador de El Colegio de México y miembro de El Co-legio Nacional, dirige el equipo de inves-tigación que produjo el Diccionario del español de México.

que su tendencia a hispanizar la escri-tura de préstamos de otras lenguas va a enfrentar en todo el mundo hispánico una resistencia que habrá que observar y medir en los años venideros. ¿Cómo propondrán los académicos hispanizar gadget, captcha o podcast?

En la misma situación están los to-pónimos de regiones y países extran-jeros: “Siempre que exista un exónimo (el término que asignan a las voces to-madas de lenguas extranjeras al espa-ñol) tradicional asentado que siga vi-gente, se recomienda conservarlo” (vi, § 3.2.2, p. 645); así, se podrá seguir es-cribiendo, por ejemplo, Heidelberg o Düsseldorf, que no tienen nombre tra-dicional en español, pero Maguncia y no Mainz, Ratisbona y no Regensburg, ¿Brema en vez de Bremen y Mónaco

de Baviera en vez de Múnich o Mün-chen? Para topónimos más recientes, las academias proponen, por ejemplo, Rangún y no Rangoon, Catar y no Qa-tar, Irak y no Iraq, Fiyi y no Fidji, Nom Pen y no Pnom Penh; muchas de estas ortografías pasarán al uso social, so-bre todo cuando se trata de topónimos que no forman parte acostumbrada de las noticias o de la propaganda turísti-ca; en otros, la resistencia se hará notar. Afortunadamente dejaron atrás la de-cisión de la Ortografía de 1999, de hacer caso de los “organismos internaciona-les” o de las grafías ofi ciales que China pretende imponer a todo el mundo, así que se puede seguir escribiendo Pekín en vez de Beijing (y Bombay en vez de Mumbay). También cuando se trata de nombres y apellidos extranjeros, las academias proponen su hispanización: al-Yazira y no al-Jazeera, Trotski, no Trotsky, Bajtín, no Bakhtin, Chaikovski y no Tchaikovski; ¿escribirán Rajmáni-nof o Rajmáninov? De nuevo: la conser-vación de la escritura del extranjeris-mo pone en comunicación las culturas hispánicas con las del resto del mundo y vehicula su universalidad; la hispani-zación nos encierra y nos aísla. Lo que en estos dos últimos temas hace falta, más que reglas de difícil cumplimiento, es el reconocimiento de que los países hispánicos, con España como princi-pal responsable, nos quedamos atrás cuando franceses, ingleses o alemanes establecieron sus sistemas de transli-teración del ruso, del chino, del japonés e incluso del árabe, a pesar de que Es-paña ha sido un lugar privilegiado del conocimiento de esta lengua; quizás en esas épocas, cuando las ciencias mo-dernas se gestaban y la geografía y los viajes llevaban exploradores, arqueólo-gos, marinos por el mundo descubrien-do para sus pueblos las otras culturas y las otras lenguas, habría sido posible hispanizar muchos topónimos; ahora dependemos de su escritura en lenguas extranjeras y se ha establecido una tra-dición vigorosa que vuelve exóticas y caricaturescas las hispanizaciones; lo que conviene es respetar la escritura de los nombres extranjeros y sólo tratar

fuentes de información, cuya lectura detenida hay que recomendar.

La segunda parte de la Ortografía se dedica a “expresiones que plantean difi cultades específi cas”: ortografía de extranjerismos, de nombres propios y de expresiones numéricas. Tratan en general el tema del préstamo de pa-labras y expresiones de otras lenguas con un criterio coherente con todo lo anterior, por lo que, cuando uno empie-za a ver las ortografías que van propo-niendo en cada caso, necesariamente aparecen las difi cultades. Distinguen entre “extranjerismos crudos”, es de-cir, aquellos vocablos tomados de otras lenguas en los que se conserva su escri-tura, y los adaptados a la escritura del español. Los “extranjerismos crudos”, según las academias, deben ir siempre

en cursivas para poderse incluir en un texto en español, pero es clara su pre-ferencia por la adaptación, fundamen-tada en los principios que rigen la Or-tografía: proponen “modifi car la grafía originaria para adecuarla a la pronun-ciación representada según las conven-ciones ortográfi cas del español” (vi, § 1, p. 597), pues “la proliferación indis-criminada de extranjerismos crudos o semiadaptados en textos españoles puede resultar un factor desestabiliza-dor de nuestro sistema ortográfi co […] De ahí que la Real Academia Española, junto con [sus correspondientes ameri-canas] procuren orientar los procesos de adopción de extranjerismos para que su incorporación responda, en lo posible, a nuevas necesidades expre-sivas y se produzca dentro de los mol-des propios de nuestra lengua” (vii, § 1, p. 598). Los problemas aparecen de inmediato: en cuanto a los latinismos, proponen que se escriba, por ejemplo, cuórum y sumun ‘sumum’. Ya el hecho de que tenga uno que explicar que su-mun sería la adaptación de sumum es un síntoma de la difi cultad general que plantean las nuevas normas académi-cas; lo que soslayan es el papel que tiene el latinismo en la cultura, tanto hispá-nica como universal; hispanizar lati-nismos como sumum o quorum condu-ce a la pérdida cultural y al alejamien-to de otras culturas de matriz latina. En cuanto al resto de los préstamos de otras lenguas, he aquí una selección de ejemplos que indican claramente la tendencia académica: balé, sérif y guei-sa para ballet, sheriff y geisha; bluyín, cruasán, guey para blue jeans, croissant (en México decimos cuernitos) y gay; yacusi para jacuzzi, pirsin por piercing, tique o tiquete por ticket, y en vez de whisky o güisqui —que reconocen como objeto de rechazo entre la mayoría de los hispanohablantes—, wiski. Es ver-dad que a lo largo de la historia se han podido adaptar muchos otros, como boicot, bulevar, capuchino, gueto, jon-rón, mitin, overol, ragú, vodevil, yogur, cuark y cuásar, lo cual es indicio de que las normas académicas no están conde-nadas al incumplimiento, pero es claro

blantes preferirían eludir el riesgo de oscuridad, lo cual se logra con la tilde en esas formas. La decisión académica, a pesar de todo, es terminante: solo, este, ese y aquel se escribirán sin tilde en todos los casos; es decir, sólo solo, o sea solo solo. Aquellos que preferimos atenernos a la función de la tilde dia-crítica en esos vocablos tendremos que respetar a los que se rijan por la nueva norma. Uno se pregunta: ¿realmente creen los académicos que acentuacio-nes gráfi cas como sólo, éste, guión, et-cétera, son un “elemento disgregador de la unidad de representación gráfi ca del español cuyo mantenimiento es función esencial de la ortografía”? O de lo que se trata es de imponer una co-herencia sistemática que no puede ser única, en la medida en que, ante todo,

no hay una sola manera de entender el sistema de escritura y la ortografía; y además, las costumbres escriturales de las comunidades hispánicas están arraigadas en una tradición ortográfi -ca que estas academias prefi eren des-conocer, aunque se vean obligadas a respetarlas en muchos casos.

Un caso más de discrepancia es su explicación de que más en expresiones como “dos más dos son cuatro” es una conjunción en vez de un adverbio; su argumento es que se puede sustituir por y: “dos y dos son cuatro”; al hacer la sustitución, que no considera el signifi -cado de la partícula, lo que están anali-zando es la conjunción y, es decir, la glo-sa —como a menudo les sucede a los lin-güistas— pues “peras y manzanas” no signifi ca una suma, en tanto que “dos más dos son cuatro” es una suma. Más, en este caso, es un sustantivo, cuyo sig-nifi cado es el símbolo + de la adición; claro que no es explicable gramatical-mente que “dos más dos” sea una serie de tres sustantivos, y de ahí la discuti-ble solución académica.

Sorprende también la regla en ii, § 6.1.2.1.2, p. 77, según la cual no “se transforma en e la conjunción y cuando es tónica y posee valor adverbial en ora-ciones interrogativas: ¿Y Inés? ([í Inés] = ‘¿Dónde está Inés?’ o ‘¿Cómo está Inés?’). En esta regla predominan la fo-nología y la gramática sobre la eufonía.

El capítulo iii trata “El uso de los signos ortográfi cos”, tanto los diacríti-cos como los de puntuación. Como en los capítulos anteriores hay un estudio pormenorizado de los signos de pun-tuación y su uso, que no es novedoso pero sí aclara muy bien cada caso, por lo que resulta de gran utilidad para quien escribe. El capítulo iv se dedica al “uso de las letras minúsculas y mayúsculas”; igualmente hay una prolija explicación de las formas, las funciones y los usos de las letras. El v, a “la representación gráfi ca de las unidades léxicas”, en que se explica la escritura de expresiones complejas, de palabras con sufi jos y prefi jos, de expresiones onomatopéyi-cas, abreviaturas, siglas, acrónimos y símbolos. Ambos capítulos son ricas

“POR COHERENTES QUE SEAN LAS NORMAS QUE PRESCRIBEN LAS ACADEMIAS, HAY UNA TRADICIONALIDAD DE LA ESCRITURA

Y UN CONJUNTO DE NORMAS IMPLÍCITAS TENDENCIALES EN NUESTROS PAÍSES QUE NO SE PUEDEN BORRAR MEDIANTE

MERAS CONVENCIONES

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Se conoce poco el trabajo que Leonora Carrington desarrolló como ilustradora de libros y publicaciones periódicas. En gran medida, porque la mayoría de los libros que enrique-ció con su talento no se ha reimpreso después de su primera edición, y porque la naturaleza de las revistas y periódicos es, de suyo, efímera. No es una obra abundante ni despliega en ella recursos distintos de los que emplea en sus pinturas y dibujos, pero su interés deriva del hecho de contarse apar-te de éstos, y de los motivos que la llevaron a realizarlos. (Es necesario señalar que el objetivo de esta breve nota no es

la valoración estética sino, simplemente, llamar la atención sobre esa zona de la obra de Carrington. Es una mera enumeración descriptiva con especial acento en los casos en que su trabajo como ilustradora se liga con el Fondo de Cultura Económica.)

Contrariamente a lo que podría suponerse, Lady Carrington —como solía lla-marla el poeta peruano César Moro— no acudió nunca a la ilustración gráfi ca como fuente de ingresos, a pesar de que al comienzo de su vida en México su si-tuación económica era muy difícil. De hecho, cuando realizó sus primeras ilus-traciones, su vida en ese plano ya se hallaba resuelta.

Leonora hace sus primeras ilustraciones a petición de una amiga suya, Lau-rette Séjourné, a quien había conocido en Francia en 1940, cuando ésta era mujer

de Victor Serge. Serge y Séjourné abandonaron Francia en el mismo barco que André Breton y llegaron a México en 1941, un año antes que Carrington. Fueron parte del grupo de amigos europeos (Benjamin Péret y Remedios Varo, Wolfgang Paalen y Alice Rahon, entre otros) que la ayudó a aclimatarse luego de que se divorciara de Renato Leduc, de cuya mano llegó a nuestro país en diciembre de 1942.

Casi desde el comienzo de su residencia en México, Séjourné se apasionó por la expresión artística de las antiguas culturas mesoamericanas, que en menos de una década se convirtieron en el foco de su atención. A la muerte de Serge, en 1947, se entregó de lleno al trabajo arqueológico y etnográfi co. El primer resul-tado de esa entrega fue su libro Palenque, una ciudad maya, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1952; el segundo, para el cual solicitó ilustraciones a Carrington, fue Supervivencias de un mundo antiguo, publicado en 1953, también por el fce, dentro de la colección Tezontle.1 Carrington hizo tanto el dibujo de la portada como las cinco viñetas correspondientes a los capítulos en que se di-vide la obra. Son dibujos muy sencillos, pero con un estilo inconfundible. Gra-cias a Séjourné, Carrington comenzó a internarse en el conocimiento del mundo prehispánico, que a su llegada le pareció repugnante, por la difundida práctica

1 Se reeditó con el número 86 en la primera serie de Lecturas Mexicanas, fce-sep, en 1985.

Leonora Carrington, ilustradora gráfi ca

R A FA E L VA R G A S

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El 25 de mayo falleció la discreta Leonora Carrington, soñadora del pincel que dejó una leve pero trascendente huella en el mundo editorial. Casi siempre por razones afectivas, la

pintora surrealista produjo obras para ser reproducidas en libros. En el catálogo del Fondo se mantienen algunas de sus sugerentes creaciones, entre las que sobresale su interpretación del

alucinante mundo de Carlos Castaneda

1917-2011

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la nueva sede, en el Bosque de Chapultepec. Bernal invita a Carrington a realizar un mural para la sala dedicada a la etnografía maya en el nuevo edifi cio. Ella lee el Popol vuh y decide viajar a Chiapas para hacer observaciones directas y tomar apuntes. Después de dos extensas estadías entre los indígenas chiapanecos, du-rante las cuales hace abundantes dibujos a lápiz, pinta el mural El mundo mágico de los tzotziles y los tzeltales, más conocido como El mundo mágico de los mayas.

Quizás aconsejada por Laurette Séjourné, tal vez a instancias de Ignacio Ber-nal, Leonora decide compilar en un libro más de un centenar de dibujos y apuntes que hizo para el mural. Séjourné y Andrés Medina escriben a propósito de él sen-dos ensayos y en 1964 la Secretaría de Educación Pública y el Instituto Nacional de Antropología e Historia imprimen dos mil ejemplares de El mundo mágico de los mayas. Interpretación de Leonora Carrington, libro precioso que debería ree-ditarse. Es el conjunto más amplio de dibujos de su autoría que se haya impreso.

Ese mismo año traza dos animales fantásticos con rostro femenino, alas, ga-rras y cola para ilustrar la portada de la plaquette de poemas de Margarita Paz Paredes Adán en sombra, noche fi nal y siete oraciones (Pájaro Cascabel, 1964). No

hay indicios de que exista una relación amistosa en-tre las dos mujeres. Pero no es del todo impro-

bable que Octavio Paz, amigo de ambas, las haya puesto en contacto.

En 1966 vuelve a colaborar con Max Aub. Esta vez, a través de las páginas de la Revis-ta de la Universidad de México. En los núme-ros correspondientes a mayo, junio, julio y agosto de ese año, Carrington entrega vi-ñetas que ilustran cuatro artículos fi rma-dos por Jusep Torres Campalans (uno de los más célebres pseudónimos de Aub): “Mayo loco, fi estas muchas y pan poco”, “Junio verde y no maduro”, “Por mucho que quiera julio ser, mucho ha de llover” y “Agosto está en el secreto de doce meses completos”. (Es muy probable que haya al-gunas ilustraciones más de Leonora Carr-ington en la Revista de la Universidad. Por lo menos a partir de 1953, cuando asume la dirección de la revista Jaime García Terrés. Habrá que hacer una revisión exhaustiva de esa publicación mensual.)

También se antoja probable que, por con-sejo de Margarita Paz Paredes, su paisana (las dos nacieron en Guanajuato) Emma Godoy le haya enviado a Carrington el ori-ginal de un libro dedicado a ella y al compo-sitor alemán Gerhard Münch, que el Fondo de Cultura Económica habría de publicar en junio del siguiente año. Y que, en correspon-dencia, la pintora le haya obsequiado la viñe-ta que ilustra la portada de Sombras de magia,

colección de ensayos sobre poesía y pintura que, con el número 90, forma parte de la colección

Letras Mexicanas.Pero la pieza más conocida de Leonora Carrington como ilustradora gráfi ca es,

sin duda, la que realizó de modo ex profeso en 1974, a solicitud de García Terrés —entonces director de La Gaceta y asesor de la dirección general del fce—, para la portada de Las enseñanzas de don Juan. Una forma yaqui de conocimiento, prime-ro de los cuatro libros de Carlos Castaneda publicados por el Fondo. En el curso de 37 años ha sido reimpreso más de veinticinco veces, con un tiraje promedio de 10 mil ejemplares. Es también una de las piezas más elaboradas y complejas de la obra de Carrington como ilustradora. (Quizás esa elaboración sea un refl ejo del interés que le suscitó ese libro.)

La última obra que Leonora Carrington ilustró es un libro de Elena Ponia-towska: Rondas de la niña mala. Una colección de poemas de amor escritos a la manera de las rondas y las canciones infantiles, pero con una gran carga de ma-licia —y, a ratos, de tremenda crudeza—. Apareció bajo el sello de Ediciones Era en 2008. Carrington hizo una ilustración en color para la portada y seis más en blanco y negro para las páginas interiores.

Hasta donde sé, éstas son todas las obras de Leonora Carrington que pueden considerarse propiamente como ilustraciones gráfi cas, es decir, creadas con la específi ca intención de ser impresas. Cabe discutir si el libro hecho con los dibu-jos y apuntes que tomó antes de pintar El mundo mágico de los mayas debe in-cluirse o no en este campo, pero creo que los argumentos a favor y en contra son demasiado extensos como para exponerse aquí. Por lo pronto, prefi ero pecar de incluyente y pensar que con un poco de suerte y tiempo este rápido recorrido pueda afi narse y convertirse en un libro que reproduzca la totalidad de las piezas ahora mencionadas. W

del sacrifi cio humano, pero que poco a poco fue conquistando su curiosidad y su admiración.

Al año siguiente, mientras pintaba Sacramento en Minos y El templo del mun-do, Carrington volvió a convertirse en ilustradora. Esta vez, con doce dibujos que acompañan los doce cuentos de Lilus Kikus, primer libro de Elena Poniatowska, publicado en 1954 en la célebre colección Los Presentes, que coordinaba e impri-mía Juan José Arreola.2 Elena y Leonora se habían conocido a comienzos de los años cincuenta, y la infancia —hilo conductor de Lilus Kikus— fue una de las pie-dras basales de su larguísima amistad, uno de cuyos frutos es Leonora, la biogra-fía novelada que Seix-Barral publicó este año.

En 1955 Carrington ilustró con una viñeta la portada de otro libro: Los puentes, que también forma parte de la colección Los Presentes y es ahora una pieza tan rara como los escasos datos biográfi cos de su autor, el poeta peruano Augusto Lu-nel. De fi liación surrealista —quizás una de las razones que llevaron a Carrington a simpatizar con él—, amigo de Octavio Paz, colaborador de Fernando Benítez en México en la Cultura así como en Excélsior, Lunel (1924-?) vivió en México entre 1955 y 1957. Es muy poco más lo que se sabe de él. Incluso en Perú es prácticamente desconocido. En un artículo acerca de la imaginación literaria,3 en el que cita el párrafo inicial de uno de sus mani-fi estos (“Estamos contra todas las leyes, empe-zando por la ley de gravedad”), Mario Vargas Llo-sa apunta al paso que Lunel “terminó ejercien-do el sorprendente ofi cio de guardaespaldas del general De Gaulle”. En todo caso, en honor a su talento literario, debe decirse que los poemas de Los puentes —entre los cuales se halla entreve-rado un hermoso dibujo de Carrington— desa-fían el tiempo y se dejan leer con gusto.

Como es bien sabido, después de separarse, Leonora Carrington y Renato Leduc mantu-vieron una relación cordial. Eso permitió que un buen día él acudiera a ella para solicitarle que ilustrara su duodécimo libro de poemas: XV fabulillas de animales, niños y espantos (Editorial Stylo, 1957).4 Por supuesto, Leono-ra aceptó, y entregó a Renato quince dibujos espléndidos que convierten cada uno de los 300 ejemplares de esa edición en una verda-dera joya.

La amistad, como ya resulta evidente, es el principal motivo del trabajo de Leono-ra Carrington como ilustradora gráfi ca. Es lo que la mueve a diseñar once fantásticos trajes para la obra teatral de Max Aub ti-tulada Del amor, que aparecerá como libro en agosto de 1960, bajo el sello de la edito-rial Finisterre. En él, los diseños de Leonora ilustran la tapa (en color) y los interiores (en blanco y negro). Aub y Carrington se conocie-ron a través de Remedios Varo, amiga de ambos, y a fi na-les de los años cincuenta ya existía entre ellos un vínculo bastante fuerte como para posibilitar una estrecha colaboración. Cabe suponer que Aub recurrió a Ca-rrington para el diseño del vestuario sobre la base de los trabajos que ella había hecho, muy pocos años antes, para el grupo de Poesía en Voz Alta.

Dos años más tarde, en junio de 1962, se encuentra involucrada en un nuevo proyecto colectivo en el que participan varios de sus amigos: la realización del semanario S.nob, dirigido por Salvador Elizondo, con Emilio García Riera como subdirector y Juan García Ponce como director artístico. Es éste el que la invita a participar. A partir del segundo número colabora de manera regular con una sec-ción, Children’s Corner, en la que presenta textos de su autoría (como “El cuento negro de la mujer blanca”) acompañados por dibujos que se despliegan a página completa. Tras el sexto número se interrumpe la publicación de la revista y cuan-do el séptimo aparece (en octubre de 1962), con una portada hecha por Leono-ra, se anuncia que en lo sucesivo se publicará cada mes. Desafortunadamente ésa será su última entrega.

A comienzos de los años sesenta, gracias de nuevo a Laurette Séjourné, inte-grante del equipo del antropólogo Ignacio Bernal, Carrington se hace amiga de éste. Con él visita una larga serie de sitios en los que se realizan excavaciones y trabajos de restauración. En 1962 Bernal es nombrado director del Museo Nacio-nal de Antropología. En los primeros meses de 1963 comienza la construcción de

2 Gracias a Ediciones Era, Lilus Kikus circula todavía con características similares a las de su primera edición.3 “La fantasía sediciosa”, Letras Libres 11, noviembre de 1999.4 Recogido en Renato Leduc, Obra literaria, fce, México, 2000, Letras Mexicanas, páginas 219-248. (Desafortunadamente, sin las ilustraciones de lc.)

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DE LEONORA CARRINGTON COMO ILUSTRADORA GRÁFICA

1917-2011

Page 24: La Gaceta del FCE, núm. 487. Julio de 2011

Tomás SegoviaDigo yoDigo yo no sólo es una frase que refi ere

a una opinión; para Tómas Segovia es una frase que guarda relación con el

mundo real. El lenguaje, la fi losofía, la historia, la política son parte del complejo sistema en el cual el ser humano se encuentra inmerso.

Con un discurso que se mueve entre el ensayo, la crónica y la poética, el autor nos guía

a través de diversas teorías, en las que nuestra sociedad está basada

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