La Segunda República Española

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Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales Universidad Nacional de RosarioLa Segunda Republica EspanolaMateria: Historia Social Contemporánea Docente: Eduardo HurcadeDiego Guevara IntroducciónLa Segunda República española, es conocida como la revolución española – en algunos sectores – por las reformas que logró (al menos por poco tiempo). Pero ella se pierde en relación a los hechos que la sucedieron, la guerra civil, ya que la lucha por la defensa de la re

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Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales

Universidad Nacional de Rosario

La Segunda República Española

Materia: Historia Social Contemporánea

Docente: Eduardo Hurcade

Diego GuevaraDNI: 29232851

Introducción

La Segunda República española, es conocida como la revolución española – en algunos sectores – por las reformas que logró (al menos por poco tiempo). Pero ella se pierde en relación a los hechos que la sucedieron, la guerra civil, ya que la lucha por la defensa de la república superó los límites del estado; ya que acudieron en ayuda de la misma, militantes de distintas nacionalidades, y vertientes de izquierda.

El breve período que estuvo la democracia fue más que movilizado. Los actores y los partidos que se relacionaron en este período democrático tuvieron sus proyectos para España, y lucharon cada uno de ellos por cumplirlos. Comprender cuáles fueron las esperanzas de los mismos al proclamar a la república; y las desilusiones ante el orden monárquico, nos permitirá comprender por qué el desenlace de la República fue la Guerra Civil, para concluir en el franquismo.

En este ensayo intentaremos ver, cómo se fueron dando los sucesos desde la dictadura de Primo de Rivera, hasta inicios de la Guerra Civil, para conocer la historia del período en que la izquierda entabló los cambios desde una visión en donde comprendía que para poder realizar la revolución, debía transitar aquellos pasos que permitieran el desarrollo de la burguesía, para poder culminar en aquel Estado Socialista que describía Marx.

Analizar la Segunda República, nos permitirá la capacidad de comprensión de la guerra civil, y de cómo se sucedieron los hechos que luego desenlazaron en ella; y, además, comprender la situación en la que se encontraba España durante la década del ’30. La situación política luego de la retirada monárquica deja un vacío de poder, que se intenta cubrir con un sistema política republicano, pero que no todos estaban dispuestos a defender, si el otro sector gobernaba.

Las ilusiones y desilusiones, que marcaron los pasos de le república.

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La Dictadura de Primo de Rivera

La llegada del dictador Primo de Rivera buscaba llevar el orden a España; ya que, la monarquía española se encontraba debilitada y el peligro de una salida revolucionaria no era aceptable. Razón por la cual, la dictadura, fuera aceptada por Alfonso XIII. Así, “[e]l rey Alfonso presentó a Primo al rey Víctor Manuel de Italia diciendo: «Mi Mussolini».” (Thomas 1976, 47)

En un principio, se preveía a la dictadura como una situación transitoria que permitiera una posterior vuelta a la normalidad1. Con tal fin se cesaron a las autoridades locales y los principales cargos de la administración para ser sustituidos por militares, desde los ayuntamientos y autoridades locales hasta el gobierno central. A su vez, las medidas contaron con cierto apoyo de la población, debido al gran descontento existente durante el final del sistema precedente.

Se intentó la creación de una nueva política, frente al caduco sistema de la Restauración. Para la reforma administrativa, Primo de Rivera se apoyó en José Calvo Sotelo que se inspiró en el pensamiento de Antonio Maura. En 1924, la reforma culminó en el Estatuto Municipal aprobado el 8 de marzo y un año más tarde en el Provincial, tratando de ofrecer cierto grado de autonomía local que permitiera el desarrollo de los municipios. A la vez que, mediante el sistema de participación electoral parcialmente corporativo impedía el sufragio universal, pese a ser demandado. La reforma, sin embargo, no logró acabar con el caciquismo imperante que a la larga reaparecería.

“La política financiera [de] Calvo Sotelo consiguió que el capital español apoyara a Primo, y por primera vez los bancos se interesaron por el desarrollo mediante el crédito. (…) Se construyeron enormes estadios, preparando el camino para el auge del fútbol y la decadencia de los toros. La producción de la industria ligera tuvo un buen momento.” (Thomas 1976, 48)

La prosperidad económica fue prometida gracias al “ambicioso programa de obras públicas (nuevos pantanos, vías férreas, electrificación rural y carreteras)... Aumentaron las facilidades para el comercio, como en todas partes en la segunda mitad de la década de 1920, y tanto la producción como el comercio aumentaron en un 300%.” (Thomas1976, 47) Así, los socialistas y la Unión General de Trabajadores (UGT) accedieron a colaborar; pero “a diferencia de su nivel anarquista pareció que se iba a convertir en una especie de sindicato oficial como los de Suecia.” (Thomas 1976, 48)

El peligro de la conflictividad con los gremios de los trabajadores la combatió atrayendo al obrerismo más moderado. Para ello se recurrió a medidas populistas y paternalistas,

1 La dictadura de Primo de Rivera se desarrolla desde el 13 de septiembre de 1923 hasta su dimisión, el 28 de enero de 1930. Él duró en el poder sin ninguna participación civil desde 1923 a 1925, año en el que el dictador se vio obligado a aceptar la inclusión de civiles en un intento de formar un gobierno tecnócrata.

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como la vivienda de protección oficial y el retiro obrero, o la protección de familias numerosas y del trabajo de mujeres en temas de maternidad. Si bien se instauraron comités paritarios para reglamentar salarios y discutir las condiciones laborales en la llamada Organización Corporativa Nacional, no se encararon en cambio la reforma agraria o de las estructuras económicas que creaban el grueso de la problemática. En la Organización Corporativa Nacional fueron acogidos los sindicalistas moderados, preferentemente de la UGT y Sindicatos Libres, mientras se excluían a anarquistas y radicales. La dictadura reprimió el sindicalismo de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y el Partido Comunista de España, recién creado; y, favoreciendo a los más moderados, como ser, la UGT y al Partido Socialista, siempre reticentes, para poder mantener cierto contacto con los dirigentes obreros.

A lo anterior se le debe agregar que el dictador consiguió la victoria sobre Marruecos, como dice Hugh Thomas “el dictador consiguió cerrar milagrosamente la herida de la guerra de Marruecos, aunque Abd-el-Krim en realidad había derrotado a los españoles cuando entraron los franceses en el conflicto. Abd-el-Krim fue capturado y enviado a la isla de Reunión, y pareció – y la apariencia era lo importante – que España había obtenido una victoria militar, por primera vez en muchas generaciones.” (Thomas 1976,48)

Estos éxitos permitieron que Primo de Rivera obtuviera cierta popularidad. Por lo que creó la organización Unión Patriótica como aglutinador de todas las aspiraciones políticas, así como la Organización Corporativa Nacional como sindicato vertical al modelo de la Italia fascista, sustituyendo el 3 de diciembre de 1925 el Directorio Militar por uno civil.

Más tarde, en 1927 se crea una Asamblea Nacional Consultiva2, a modo de Parlamento pero sin asumir el poder legislativo, mediante un sistema de elección nuevamente corporativo en parte y por otro lado por nombramiento vitalicio, muy similar al que adoptará el franquismo años después.

“La Asamblea Nacional consultiva nombrada por Primo redactó una nueva Constitución, en la que se combinaban los elementos elegidos con los corporativos. Los primeros molestaron a las derechas, y los segundos fueron rechazados por los liberales y las izquierdas. Al rey tampoco le gustó un sistema que le hacía compartir sus poderes de destitución con una copia española del Gran Consejo Fascista de Mussolini. O sea que este proyecto no señaló el camino del retorno a la «normalidad», como esperaba el dictador.” (Thomas 1976, 49-50)

Los aires de prosperidad no duraron lo suficiente y los apoyos a la dictadura no se mantuvieron como para sostener al dictador. Si bien la dictadura fue aceptada para restaurar el orden, y por ello se la preveía por un tiempo limitado, la Constitución de 1929 tenía el objetivo de mantener a la dictadura en el poder, lo que molestó a distintos sectores, entre ellos el monárquico. Como señala Thomas, el dictador ya no contaba con

2 Este proyecto y la fallida Constitución de 1929 serán los últimos intentos de la dictadura por mantenerse.

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apoyo popular. La situación económica de España fue decayendo con la situación interna y el contexto internacional.

El supuesto bienestar económico alcanzado empezó a caer junto con la popularidad del régimen. Los partidos republicanos, entre los que se destacaba Acción Republicana dirigida por Manuel Azaña3 y el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, se agruparon en una Alianza Republicana que atrajo a los monárquicos desencantados por el apoyo de la Corona a la dictadura. Entre tanto la CNT recobró sus fuerzas, aunque escindida entre los moderados que dirigía Ángel Pestaña y los más radicales agrupados en la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Las condiciones de trabajo seguían siendo pésimas y la dura represión sobre los obreros fue distanciando a la UGT y el PSOE que, de la mano de Indalecio Prieto, abandonaron el proyecto del dictador.

Las críticas a la Constitución del ’29 no se hicieron esperar, pero como la prensa todavía se encontraba censurada, sólo pudieron tomar pública distribución cuando se levantó la censura. Así, “[c]uando abolió la censura de prensa, [Primo de Rivera] recibió una lluvia de críticas. Los estudiantes se le opusieron enconadamente. Hubo dos pronunciamientos contra él, que fracasaron, en Valencia y Andalucía, uno dirigido por un político conservador de setenta años de edad, Sánchez Guerra, y el otro por el ambicioso y joven general Goded, que habría sido el jefe de estado mayor del victorioso general Sanjurjo en la campaña marroquí.” (Thomas 1976, 49-50)

Los intelectuales que, desde 1898, no habían recibido con malos ojos la posibilidad de un dictador militar, pronto tuvieron que sufrir los efectos del sistema. Ortega y Gasset4 fundó una Agrupación al Servicio de la República, Miguel de Unamuno5 se tuvo que exiliar por su oposición al régimen, Ramón del Valle-Inclán6 participó en la creación de la Alianza Republicana, Vicente Blasco Ibáñez7 y el blasquismo8 se oponían desde Valencia así como Ramón Menéndez Pidal9 desde su cátedra. En las Universidades el régimen era impopular y la imposibilidad de dar títulos oficiales a Universidades de órdenes religiosas extendieron el descontento a sectores de la Iglesia. Varios periódicos fueron cerrados, así como las universidades de Madrid y Barcelona.

3 Manuel Azaña Díaz, fue un político y escritor español que desempeñó los cargos de Presidente del Gobierno de España (1931-1933, 1936) y Presidente de la Segunda República Española (1936-1939).4 José Ortega y Gasset fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital e histórica, situado en el movimiento del Novecentismo.5 Miguel de Unamuno y Jugo fue un escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98. En su obra cultivó gran variedad de géneros literarios como novela, ensayo, teatro y poesía.6 Ramón José Simón Valle Peña, conocido como Ramón del Valle-Inclán, fue un dramaturgo, poeta y novelista español, que formó parte de la corriente literaria denominada Modernismo en España y se encuentra próximo, en sus últimas obras, a la denominada Generación del 98; se le considera uno de los autores clave de la literatura española del siglo XX. Respecto a su nombre literario, hay que aclarar que nunca se llamó Ramón María, a pesar de lo difundido del error, este nombre se lo atribuyó Rubén Darío en su Balada Laudatoria.7 Vicente Blasco Ibáñez, fue un escritor, periodista y político español.8 El blasquismo, fue un ideario o ideología política de cariz republicano aparecida en Valencia, propagado por Vicente Blasco Ibáñez desde su diario El Pueblo, que se propagó con mayor ritmo desde el hundimiento electoral el 1896 del Partido Republicano Democrático Federal.9 Ramón Menéndez Pidal, fue un filólogo, historiador, folclorista y medievalista español. Creador de la escuela filológica española, fue un miembro erudito de la Generación del 98.

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La burguesía catalana vio frustrados sus intentos descentralizadores, con una política aún más centralista que antes; que, en materia económica, llegó a favorecer los oligopolios, muchos de ellos consolidados en manos del Estado o de grupos cerrados de empresarios vinculados a la dictadura. Perdió así el régimen su aceptación inicial entre la alta sociedad catalana, visto así, como anti catalanista; cobraron impulso los nacionalismos de izquierdas, opuestos al régimen de Primo de Rivera, como los embriones de Esquerra Republicana de Cataluña.

Entre tanto, diversas fuerzas de izquierdas, que agrupaban a un PSOE que había renegado del régimen, a los republicanos y al catalanismo de izquierdas, firmaron en 1930 el Pacto de San Sebastián, por una unión de acción entre las izquierdas para proclamar la República. “En el verano de 1930, en el balneario veraniego de San Sebastián, se firmó un pacto entre varios políticos e intelectuales republicanos, los socialistas y los defensores del nacionalismo catalán. Los primeros concedían autonomía a los catalanes que, a su vez, accedían a apoyar los planes republicanos. En Madrid, tres eminentes intelectuales, el doctor Gregorio Marañón10, Ortega y Gasset, y el novelista Ramon Pérez de Ayala, constituyeron el movimiento «Al servicio de la república». Ortega (cuyas elocuentes críticas anteriores al parlamento había ayudado a Primo de Rivera) escribió un famoso artículo en el que declaraba: « ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia». Y, lo que es más importante, numerosos oficiales descontentos apoyaban a los rebeldes, e incluso los anarquistas, reprimidos pero vivos, habían llegado a simpatizar con los oponentes burgueses del rey.” (Thomas 1976, 50)

Este descontento llegó a sectores del ejército, motivándose pronunciamientos republicanos como los intentos fallidas como la Sanjuanada de 1926 y la sublevación de Jaca en 1930. “[L]a guarnición de Jaca, en Aragón, en las estribaciones de los Pirineos, se alzó contra la monarquía, dirigida por dos oficiales jóvenes y entusiastas, antes de que dieran la señal los conspiradores del resto de España. Los oficiales, hechos prisioneros cuando avanzaban con sus soldados en dirección a Zaragoza, fueron fusilados por rebelión. La indignación ante estas ejecuciones fue grande. El movimiento fracasó en los demás sitios. Un joven capitan de aviación, Ramón Franco,…, despegó para bombardear el palacio real, vaciló y en vez de hacerlo, arrojó folletos y luego huyó a Portugal. Los firmantes del Pacto de San Sebastián fueron arrestados. Cuando les juzgaron, se defendieron diciendo que el rey había violado la constitución al aceptar la dictadura de Primo de Rivera. La reputación de los republicanos aumentó desde sus celdas, donde recibían muchas visitas. Se fundaron varios pequeños partidos para despertar entusiasmo en favor de la monarquía, pero no lo consiguieron.” (Thomas1976, 51)

La economía, muy afectada desde 1927 por un sistema impositivo absolutamente deficitario, se mostró incapaz de asumir la crisis mundial de 1929 por no ser

10 Gregorio Marañón y Posadillo, fue un médico endocrino, científico, historiador, escritor y pensador español, cuyas obras en los ámbitos científico e histórico tuvieron una gran relevancia internacional.

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competitiva, no haber seguido el camino de la expansión real y sufrir una importante fuga de capitales.

“Cayó la peseta y la crisis de 1929 provocó el hundimiento de varios de los grandiosos proyectos financieros presentados por Calvo Sotelo. La llegada de los cines y las radios, y la extensión del uso del teléfono y del automóvil aumentaron las expectativas populares, particularmente los cines… Finalmente, deseando que la tranquilizaran, Primo dio el curioso paso de enviar un telegrama a todos los capitanes generales de España, pidiéndoles que averiguaran si los oficiales más antiguos todavía le apoyaban. Ellos contestaron hablando de su lealtad al monarca; pocos fueron los que mencionaron al dictador. El rey dijo a Primo que no era el jefe del gobierno en virtud del apoyo del ejército, sino por real orden. De todos modos ahora Alfonso pensaba que el salvador de España podía ser él mismo, y dejo bien claro que confiaba en que Primo se retirara.”(Thomas 1976, 50)

En enero de 1930 Primo de Rivera es obligado por Alfonso XIII a dimitir, por el temor del rey a que el desprestigio de la dictadura afectara a la monarquía. Él gobernó con un directorio de ministros presididos por el general Berenguer (Thomas 1976, 50), con la intención de sustituir a Primo de Rivera y volver al centro del poder a la monarquía. Alfonso pensaba que de esta forma podría retener el poder y evitar el avance de los movimientos republicanos.

“De todos modos, hacer volver a España a la Constitución de 1876, como deseaba el rey habría sido una prueba para el más hábil estadista. El propio Berenguer decía que se había hecho cargo del poder cuando España era como «una botella de champagne que se destapa». Los sentimientos republicanos se extendían por el país.” (Thomas 1976, 50-51)

Los deseos del rey por mantener una estructura de poder que estaba caduca, se tornaron imposibles. No sólo por la falta de cintura política con la que no contaba el general Berenguer, sino por el fortalecimiento de los sectores republicanos y el descontento de los sectores que antes eran más propensos a apoyar a la monarquía. Así, “Muchos oficiales del ejército, además de los restos de la Unión Patriótica de Primo, pensaban que el rey se había comportado deshonrosamente al aceptar la dimisión del dictador. Otros eran ahora republicanos importantes. La Iglesia tenía una postura ambigua; algunas de sus principales figuras (siguiendo el talante todavía wilsoniano del papa Pío XI) deseaban que se estableciera un sistema democrático si era posible. Otros eclesiásticos eran más oportunistas. Ni la burguesía ni las clases trabajadores tenían nada que esperar de una continuación de la monarquía. El rey, sin embargo, no estaba preparado para iniciar una dictadura real del tipo balcánica, y el general Berenguer se entretenía antes de convocar elecciones.” (Thomas 1976, 50-51)

Las recomendaciones de celebrar elecciones municipales eran para calmar el descontento popular, y recuperar alguna legitimidad. Pero éstas al realizarse los comicios, cobraron un aire de plebiscito. “En todo el país aspirantes a políticos de todo tipo celebraron enormes mítines. Cuando el 12 de abril empezaron a conocerse los resultados finales de las urnas, quedó claro que, en todas las ciudades grandes de

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España, los candidatos que apoyaban a la monarquía habían sido derrotados. La cantidad de votos republicanos en Madrid y Barcelona (que entonces tenían poblaciones de 950.000 y un millón de habitantes, respectivamente) fue enorme. En el campo, la monarquía ganó suficientes escaños para asegurarse una mayoría en el conjunto del país. Pero era evidente que allí los caciques tenían tanta fuerza que podían impedir que la votación fuera sincera.” (Thomas 1976, 52-53)

Los centros urbanos fueron muestra del cansancio del pueblo español, los aires de cambios eran necesarios, y por ello el 14 de abril las multitudes ocuparon las calles de Madrid. La sorpresa del gobierno fue mayor cuando entre sus propias filas le recomendaban dimitir para evitar una guerra.

“Se proclamó la República en varios sitios, el primero de los cuales fue Eibar, en el País Vasco. La tarde del 14 de abril las multitudes inundaron las calles de Madrid. El gobierno, estupefacto e intimidado, sugirió al rey que aceptara el conejo de los líderes republicanos de abandonar la capital «antes de ponerse el sol» para evitar el derramamiento de sangre. Sólo quería resistir un ministro, Juan de la Cierva (el ministro de la Gobernación en la época de la «Semana Trágica», en 1909). (…) después de algunas vacilaciones, Alfonso hizo una declaración de tono muy digno: «Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo […]. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil […]. Y mientras habla la nación, suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real».” (Thomas 1976, 52-53)

La falta de un gobierno representativo era cada vez más notorio en España. Como lo menciona Thomas la ficción de la monarquía constitucional no pudo contra los movimientos que se estaban dando en Europa y el mundo.

“El experimento de monarquía constitucional intentado entre 1874 y 1923 fracasó porque era un montaje político defensivo llevado a la práctica como reacción contra la confusión revolucionaria de 1868-1874. Al principio, sus estadistas pudieron contar con el ansia de vivir que afecta incluso a los pobres, después de un cataclismo. Se presentó de nuevo la turbulencia, y Primo de Rivera no pudo volver a contar con ese talante conservador, durante un tiempo. Él creía también que la modernización de España sólo podría producirse bajo un sistema autoritario. Los años siguientes, particularmente después de la huida del rey, volvieron a ser tumultuosos, a pesar de que empezaron con mucho orden. De manera que muchos llegaron a creer que podía continuarse a la obra de Primo de Rivera, de una forma mejor regulada; mientras que otros también buscaban la autoridad, porque temían al futuro. De momento, sin embargo, el destino de España estaba en manos de los partidarios del cambio y de las oportunidades que éste ofrecía.”(Thomas 1976, 53)

La falta de representación política por parte de la monarquía y luego de la dictadura, sólo llevaron al hundimiento de los mismos. Pero como veremos hacia finales del Franquismo, la monarquía no se encontraría acabada.

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La Segunda República

La situación de España antes de proclamarse la Segunda República, era el debilitamiento de la monarquía, resultado de una larga historia de disputas y confrontaciones que se venían dando desde la primera república; sumado a la dimisión del general Miguel Primo de Rivera en enero de 1930. Alfonso XIII intentó devolverle poder al debilitado régimen monárquico a través de la senda constitucional y parlamentaria, a pesar de la debilidad de los partidos dinásticos. Para ello, el gobierno de la Corona convocó una ronda de elecciones que debían servir para recuperar la legitimidad que las instituciones monárquicas habían perdido y regenerar el régimen11.

Los gobiernos de Dámaso Berenguer, denominado la "dictablanda", y de Juan Bautista Aznar-Cabañas no harán otra cosa que alargar la decadencia. Tras las elecciones municipales de 1931, donde los partidos republicanos triunfan en las zonas urbanas, y el 14 de abril se proclama en Éibar la Segunda República.

Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 arrojaron, en el momento de la proclamación del nuevo régimen, unos resultados parciales de 22.150 concejales monárquicos – de los partidos tradicionales – y apenas 5.875 concejales para las diferentes iniciativas republicanas, quedando 52.000 puestos aún sin determinar. Pese al mayor número de concejales monárquicos, las elecciones suponían a la Corona una amplia derrota en los núcleos urbanos: la corriente republicana había triunfado en 41 capitales de provincia. En Madrid, los concejales republicanos triplicaban a los monárquicos, y en Barcelona los cuadruplicaban. Si las elecciones se habían convocado como una prueba para sopesar el apoyo a la monarquía y las posibilidades de modificar la ley electoral antes de la convocatoria de Elecciones Generales, los partidarios de la República consideraron tales resultados como un plebiscito a favor de su instauración inmediata. El marqués de Hoyos llegaría a decir que "las noticias de los pueblos importantes eran, como las de las capitales de provincia, desastrosas.". Dependiendo de autores, hay distintas interpretaciones de los resultados. La razón por la que los resultados de los principales centros urbanos representaban la derrota de la monarquía la encontramos en que en esos núcleos el voto estaba menos adulterado, pues la presencia de caciques, partidarios en su inmensa mayoría de la monarquía, era menor. Esto daba constancia de que la corona estaba completamente desacreditada, puesto que se había arrimado demasiado al régimen de Primo de Rivera.

El almirante Aznar presentó su dimisión. Los ministros Bugallal y Juan de la Cierva y Peñafiel apostaron por hacer uso del ejército para disuadir de cualquier iniciativa a los republicanos. Aznar, al ser preguntado si había motivos para una crisis, contestó: "¿Qué 11 Se debe tener en cuenta que “[e]l experimento de monarquía constitucional intentado entre 1874 y 1923 fracasó porque era un montaje político defensivo llevado a la práctica como reacción contra la confusión revolucionaria de 1868-1874.” (Thomas 1976, 53). Más, que, Primero de Rivera también consideraba que la única forma de modernizar España era por medio de un gobierno autoritario, y la huida del rey a Italia; situaciones que permitieron entrever la llegada de la Segunda República.

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más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano?"

Así lo entendió el rey, al constatar su falta de apoyo popular en las ciudades e iniciar contactos con Niceto Alcalá-Zamora para obtener seguridades sobre la vida de la monarquía. Pero el que iba a designarse Jefe del Estado y Presidente del Gobierno provisional sólo unas horas más tarde, había obtenido el apoyo de Sanjurjo12, y, junto con él, el de la Guardia Civil y el Ejército. Así, se eximió de poder garantizar nada, exigiendo en cambio el inmediato abandono del país del que había entregado el Gobierno a sucesivos dictadores. Tal exigencia fue repetida por el Comité Revolucionario (constituido durante la reunión del Pacto de San Sebastián de 1930) que se iba a convertir en Gobierno provisional, en un manifiesto publicado en los distintos diarios. El Monarca marchó hacia el exilio la noche del mismo 14 de abril de 1931.

Fue nombrado jefe nominal de gobierno Juan Bautista Aznar —aunque quien lo dirige realmente es el conde de Romanones, consejero de Alfonso XIII—, y para ello formó un gabinete de concentración monárquica siguiendo la costumbre derivada de los gobiernos monárquicos posteriores a la Semana Trágica, con un programa político definido: elecciones a Cortes constituyentes y municipales y autonomía para Cataluña.

Así, tras la proclamación de la II República española, toma el poder un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá-Zamora13 desde el 14 de abril hasta el 14 de octubre de 1931, fecha en que presentó su dimisión por su oposición al laicismo del Estado, recogido en el artículo 26 de la nueva Constitución, siendo sustituido por Manuel Azaña.

“El gobierno hizo planes para unas elecciones en junio de las que saldrían unas Cortes provisionales. Éstas aprobarían una Constitución. Entretanto, la bandera roja y gualda de la monarquía fue sustituida por una tricolor, roja, amarilla y morada; el himno nacional pasó de ser la Marcha Real al Himno de Riego (el himno de los constitucionalistas en 1820); y muchas calles fueron bautizadas de nuevo con nombres de resonancia republicana.” (Thomas 1976, 67)

El parlamento resultante de las Elecciones de las Cortes Constituyentes de 28 de junio de 1931 tuvo por misión la de elaborar y aprobar una Constitución. Estas elecciones dieron la impresión de que la población respaldaba el régimen republicano. “Se

12 “Sanjurjo era el militar más famoso de España. Él, «el león del Rif», como gobernador militar de Melilla y más tarde responsable del desembarco de la bahía de Alhucemas, había proporcionado a España la victoria en 1927. A continuación, había sido un competente alto comisario en marruecos. Era valiente, buen bebedor y galanteador, y en su rostro sensual reflejaba una mezcla e indolencia y de fuerza. En 1931, siendo jefe de la guardia civil, había dicho al rey que no podía contar con aquel cuerpo para sostener la Monarquía.” (Thomas 1976, 122)13 Fue “ministro del rey antes de la dictadura de Primo de Rivera, fue presidente del comité revolucionario creado en San Sebastián. Tanto él como otros miembros de su gobierno fueron fervientemente aclamados por la enardecida multitud mientras atravesaban lentamente en automóvil las calles de Madrid en dirección al ministerio de la Gobernación. Tanto don Niceto como Miguel Maura, nombrado ministro de la Gobernación y, por consiguiente responsable directo del mantenimiento del orden en el país, eran católicos. Así, pues, se les podía considerar como un símbolo de la aceptación del fin de la Monarquía al menos por una parte de la Iglesia.” (Thomas 1976, 54-55)

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efectuaron bajo el supuesto de que correspondería un representante a cada 50.000 votos masculinos. Se eligieron diputados para distritos electorales provinciales, no locales, con la intención de evitar el poder de los caciques locales. (Las ciudades de más de 100.000 habitantes eran distritos electorales apartes.) Fueron las elecciones más sinceras realizadas en España. Fueron elegidos 117 socialistas (reflejo fiel del aumento de los efectivos socialistas durante las semanas posteriores a abril); 59 radicales socialistas y 27 miembros del partido de Acción Republicana de Azaña; 89 radicales, seguidores de Lerroux; y 27 republicanos de derechas, seguidores de Alcalá Zamora. Además fueron elegidos 33 miembros de la Esquerra Catalana y 16 nacionalistas gallegos.” (Thomas1976, 94)

Así, en octubre del mismo año, ya se había preparado un anteproyecto de la Constitución. Esta empezaba diciendo “«España es una República democrática de trabajadores de toda clase que se organiza en régimen de Libertad y Justicia». El gobierno «emanaba del pueblo» y todos los ciudadanos eran iguales. El país renunciaba a la guerra como instrumento de la política nacional. No se reconocerían los títulos de nobleza. Ambos sexos votarían a partir de los veintitrés años. Solo habría una cámara. La prosperidad sería «objeto de expropiación por razones de utilidad social». Podían invocarse algunas de estas cláusulas para justificar el socialismo; y podía considerarse que otras suponían una salvaguardia contra él. Además, como los hombres de la República temían que pudiera haber un jefe de Estado entrometido, como lo había sido Alfonso, los poderes del presidente quedaban limitados a un período de seis años, sin la posibilidad de presentarse a una relección inmediata. Sin embargo, el presidente nombraría al jefe del gobierno. Los decretos del presidente sólo serían válidos si iban firmados por un ministro del gobierno, pero el presidente podría vetar las leyes que no le gustaran. Sin embargo podría ser destituido si disolvía las Cortes dos veces.”(Thomas 1976, 97)

La Constitución de la Segunda República Española supuso un avance notable en el reconocimiento y defensa de los derechos humanos por el ordenamiento jurídico español y en la organización democrática del Estado: dedicó casi un tercio de su articulado a recoger y proteger los derechos y libertades individuales y sociales, amplió el derecho de sufragio activo y pasivo a los ciudadanos de ambos sexos mayores de 23 años y residenció el poder de hacer las leyes en el mismo pueblo, que lo ejercía a través de un órgano unicameral que recibió la denominación de Cortes o Congreso de los Diputados y, sobre todo, estableció que el Jefe del Estado sería en adelante elegido por un colegio compuesto por Diputados y compromisarios, los que a su vez eran nombrados en elecciones generales.

Las reformas anticlericales que se redactaron en la nuevo Constitución llevaron a discusión dentro de las Cortes. En ella se proclamaba la separación de religión y el Estado, por lo que los sacerdotes dejarían de recibir sueldos del Estado; y, entre otras, la educación sería laica.

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“Las cláusulas religiosas suscitaron grandes iras. El artículo 26 separaba Iglesia y Estado. El Estado dejaría de pagar sueldos a los sacerdotes al cabo de dos años, aunque estos salarios formaran parte de la compensación que había recibido la Iglesia por la confiscación de sus tierras en 1837. Todas las órdenes religiosas habían de inscribirse en el ministerio de Justicia. Pero si se consideraban peligrosas para el Estado, serían disueltas. Tendrían que pagar los impuestos ordinarios. Las órdenes que exigieran algún voto suplementario, aparte de los tres votos canónicos normales, serían automáticamente disueltas. Esto no era más que otra manera de disolver a los jesuitas, a quienes (a partir de un cierto nivel) suelen exigir un voto especial de fidelidad al papa. A ninguna orden le sería permitido poseer más bienes que los necesarios para su subsistencia, ni se le permitiría dedicarse al comercio. Todas las órdenes tendrían que someter su contabilidad anual al Estado. La enseñanza (…) quedaba suprimida la educación religiosa. Todas las «manifestaciones públicas del culto» - incluidas las de Semana Santa, Epifanía, e incluso las procesiones de carnaval – tendrían que ser autorizadas oficialmente; y se otorgaría el divorcio tanto a causa del mutuo desacuerdo entre los conyugues, como a petición de uno de ellos, si presentaban motivos justificados. Los matrimonios civiles serían los únicos legales.” (Thomas 1976, 97-98)

Estas reformas acarrearon, la primera de las crisis gubernamentales de la Segunda República. “Alcalá Zamora, jefe de gobierno, y Miguel Maura, ministro de la Gobernación, ambos católicos progresivos, dimitieron en octubre.” (Thomas 1976, 98)

Besteiro, presidente de las Cortes, asumió temporalmente el cargo de presidente de la República; y llamó a Azaña para formar otro gobierno. “Puesto que Azaña había representado a los partidos gubernamentales en las Cortes en los debates sobre cuestiones militares y religiosas, la suya era una elección obvia: él era el único triunfador del nuevo régimen.” (Thomas 1976, 99)

Lerroux, radical, no tardó en manifestarte en contra de Azaña. El primero se consideraba padre de la república, y no conforme con la asunción de Azaña, “no tardó en pasarse a la oposición, con sus 90 seguidores.” (Thomas 1976, 99)

El 10 de diciembre de 1931 fue elegido Presidente de la II República Española Alcalá-Zamora14, por 362 votos de los 410 diputados presentes (la Cámara estaba compuesta por 446 diputados).

“Las medidas a favor de la reforma agraria, la legalización del divorcio, la secularización de la enseñanza, el decidido recorte militar en cuadros y alteración del sistema de ascensos, y la clara apuesta por la autonomía catalana, inauguraron la terrible lista de agravios que la iglesia, el ejército y en general todos los sectores conservadores echarían en cara a la república poco años más tarde, siempre muy reacios a cualquier cambio, detrás del cual, veían la revolución. Pero los agravios no brotaron solamente

14 En este cargo se mantuvo hasta el 7 de abril de 1936, cuando el nuevo gobierno del Frente Popular pidió su dimisión por haber convocado dos veces elecciones generales en un mismo mandato, lo que podía considerarse una extralimitación de sus prerrogativas (a pesar de que los frente populistas habían cosechado un triunfo electoral en la última, pero que el PSOE había sido desalojado del Gobierno a causa de la anterior, junto con un pacto de la oposición con los que antes habían apoyado a las dictaduras) volviendo a sustituirle Manuel Azaña.

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por la derecha. La izquierda veían en las reformas del gabinete Azaña casi un paso atrás, una forma de complacencia con la derecha, en vez de derrocar a los señoritos y hacer de una vez por todas la revolución. La brutal actuación policial en el poblado gaditano de Casas Viejas, en el que se habían proclamado la comuna anarquista, y otros casos similares como el de Arnedo dieron alas a la izquierda para reforzar sus tesis contra Azaña. En un país en el que se generalizó peligrosamente en grandes capas de la población la idea de que los de izquierdas eran todos bolcheviques y los de derecha fascistas, Azaña era una especie de bicho raro que a nadie satisfacía. Y por supuesto, desde muchos sectores de la derecha, no era más que un rojo bolchevique, así como un sucio reaccionario burgués para las izquierdas." (Bolinaga 2009, 11)

La reforma agraria fue presentada a principios de 1932, si bien hubieron varios proyectos que no se aprobaron en las Cortes, el proyecto de Marcelino Domingo tuvo el visto bueno. El mismo proponía la expropiación de aquellas tierras para ser distribuidas entre aquellos que no tuvieran espacio alguno.

“en marzo de 1932, Marcelino Domingo, el nuevo ministro de Agricultura de Azaña, bienintencionado pero ignorante, presentó un plan muy complejo. Más o menos la mitad de la superficie de España se había de considerar técnicamente expropiable, aunque para empezar sólo se apropiarían un poco. Los campesinos se habían de asentar como cultivadores individuales, o como miembros de un cultivo, según los votos de la municipalidad concreta. Habría indemnización por toda la tierra expropiada, excepto en el caso de las tierras de los grandes nobles u otros que se habían apropiado de sus fincas en el siglo XIX, al acotar como fincas privadas lo que antes era suyo meramente a título de administradores, según acuerdos feudales abolidos en 1811. Los trabajadores sin tierra serían los primeros en la lista de los que desearan asentarse en la nueva tierra, pero también se admitirían solicitudes de cultivadores privados. Estos nuevos colonos no podrían vender, hipotecar ni arrendar la tierra que recibirían: el Estado sería el nuevo propietario. Se creo un Instituto de Reforma Agraria para administrar estas disposiciones, y para fomentar la enseñanza técnica, la inversión y el regadío.” (Thomas1976, 106-107)

Las conspiraciones contra la República iniciaron casi a la par que su nacimiento. Las reformas anti clericales, junto a la ley de Reforma Agraria, y las cambios en la educación, generaron malestar en aquellos sectores conservadores y monárquicos. Así, los sectores conservadores convencieron al general José Sanjurjo, y en agosto de 1932 se dio su pronunciamiento.

“el núcleo de la conspiración estaba formado por una serie de militares aristócratas; básicamente los que se habían ido reuniendo intermitentemente desde mayo de 1931. El alzamiento en parte pretendía restaurar la Monarquía y en parte era un intento de derrocar la «dictadura anticlerical de Azaña». También estaban complicados alfonsinos como el conde de Vallellano, Pedro Sáinz Rodríguez y Antonio Goicoechea, los generales Goded y Ponte, y el principal coordinador de la conspiración – bastante incompetente, por cierto – era el general Emilio Barrera, que fue quien aplastó a los anarquistas andaluces en 1917 – 1918, para convertirse después en el «virrey» de Primo

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de Rivera en Cataluña. El plan era apoderarse de los principales edificios del gobierno en una docena de ciudades.” (Thomas 1976, 123)

El levantamiento fue un fracaso, en muy poco tiempo el gobierno tenía todo bajo control.

“Aquello fue un fracaso. Azaña y el gobierno se enteraron de lo que se preparaba, al parecer gracias a la traición de una prostituta. En realidad, desde hacía semanas se venía hablando del alzamiento en los cafés. Cuando el juez preguntó a uno de los conspiradores, José Felix de Lequerica, antiguo maurista, y propietario de un periódico, cómo se habían enterado de la fecha de la insurrección, él contesto: «Por mi portero. Hacía varias semanas que me venía diciendo que la fecha se había retrasado. Hasta que, ayer, me anunció solamente: “Es esta noche, don José Felix”». El general San Jurjo tuvo un efímero triunfo en Sevilla, pero en Madrid todo fue mal. La mayoría de los candidatos a rebeldes fueron detenidos tras una breve lucha en la plaza de la Cibeles.”(Thomas 1976, 123)

Ante la detención de los integrantes y participantes, se procedió a la confiscación de sus tierras. Pero esta decisión no quedó ahí, también se realizó la expropiación de aquellas tierras que superaran el límite fijado por la Ley de Reforma Agraria, lo cual afectó a más personas de aquellas que estuvieron implicadas en el levantamiento. Según se puede ver en los relatos de Thomas:

“Así pues, el primer alzamiento contra la República terminó con la más absoluta derrota de sus enemigos. Se confiscaron las tierras de los conspiradores, sin indemnización; y también se produjo algo realmente ilógico: la confiscación inmoderada de las tierras de los grandes de España que rebasaran los límites fijados para la expropiación por la Ley de Reforma Agraria. Tampoco habría indemnización por estas tierras. En el calor del momento, el gobierno, y luego las Cortes, hicieron una excepción especial en su política agraria injustificable desde todos los puntos de vista: ¿cuántos grandes de España habían apoyado, en realidad, a Sanjurjo? Sólo dos, de una totalidad de 262.” (Thomas1976, 123-124)

Esto trajo aparejado el descontento de un sector de la clase alta de la sociedad española. Una fracción de la sociedad, que si no había apoyado al gobierno de Azaña, por lo menos hasta ese momento no lo veía con tan malos ojos.

Los medios tendientes a la derecha se encontraban suspendidas, por ejemplo los periódicos ABC, El Debate e Informes. Y el gobierno de Azaña procedió a realizar arrestos preventivos a militares de derecha. (Thomas 1976, 125)

Los períodos de tranquilidad eran momentáneos, la izquierda deseaba avances en los proyectos revolucionarios, y la derecha no pensaba en aceptar las leyes que pretendían la reforma agraria, por ejemplo.

“la paz intranquila del invierno se rompió debido a una nueva serie de revueltas agrarias: una de ellas en Castellar de Santiago (Ciudad Real), donde unos campesinos de derechas mataron al dirigente del sindicato socialista local en circunstancias espantosas; y luego, en enero de 1933, debido a una acometida casi mortal de las

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izquierdas. El 8 de enero hubo algunos levantamientos anarquistas en Cataluña. Estaban inspirados por la FAI, particularmente por el nuevo dirigente anarquista García Oliver. Se proclamó el comunismo libertario en Sardañola-Ripollet. Hubo levantamientos esporádicos en Levante y Andalucía. Sin embargo, el levantamiento anarquista más famoso se produjo en Casas Viejas, en la provincia de Cádiz. Aunque el alcalde se rindió, la guardia civil se negó a hacerlo, y telefoneó pidiendo ayuda a la cercana población de Medina Sidonia. Los anarquistas fueron, por breve tiempo, los dueños del pueblo. Ondeó al viento la bandera roja y negra. Sin embargo, parece ser que no mataron a nadie, aunque en la población había muchas familias de la clase alta. (…) Al cabo de poco llegaron los refuerzos: un destacamento de guardias de asalto. Este cuerpo, más eficiente y moderno que la antigua guardia civil, había sido creado después de los disturbios de mayo de 1931 como policía especial para la defensa de la República. Dirigidos por el coronel Agustín Muñoz Grandes,…, había creado el nuevo cuerpo de la nada en tres meses, los guardias de asalto eran oficiales y hombres a los que se suponía especialmente leales al nuevo régimen. Desalojaron del pueblo a los anarquistas, algunos de los cuales se refugiaron en una pequeña colina en las afueras del pueblo. Mientras tanto, una unidad de guardias civiles y de asalto comenzó un registro casa por casa en busca de armas. Un viejo y veterano anarquista, apodado «Seisdedos», se negó a abrir su puerta. Empezó un asedio. «Seisdedos», acompañado de su nuera Josefa, que le iba cargando las armas, y de otras cinco personas, se negó a rendirse. Mataron a dos guardias de asalto. Salieron a relucir las ametralladoras, pero continuó el fuego. Cayó la noche. «Seisdedos» mantuvo el tiroteo. Una de las hijas,…, Libertaria, y un chico escaparon de la casa. A la mañana siguiente, las fuerzas del gobierno, enfurecidas por la larga resistencia, rociaron de gasolina la casa y la prendieron fuego, matando a los que estaban dentro. Después fusilaron a unos catorce prisioneros, y el capital del destacamento de guardias de asalto, capitán Rojas, dijo a la prensa que él tenía órdenes de no hacer prisioneros y de «disparar a la barriga». Aunque, evidentemente, ni Azaña ni Casares Quiroga, ministro de la Gobernación, habían dado nunca esta orden, jamás se recuperaron de las consecuencias de este incidente. Las derechas los acusaron, con cierta hipocresía, de «asesinar al pueblo». El radical Martínez Barrio acusó al gobierno de crear un régimen de «sangre, fango y lágrimas». Ortega y Gasset proclamó abiertamente que la República le había decepcionado. «No era esto – dijo –. No trabajábamos para esto en tiempo de la monarquía.» La mayoría de Azaña descendió en las Cortes hasta una cifra muy baja.” (Thomas 1976, 126/8)

En las elecciones municipales de 1933 los partidos de izquierda comenzaron a comprender lo que significaba una democracia. “los partidos del gobierno obtuvieron 5.000 concejales, las derechas 4.900, y la oposición de centro, dirigida por Lerroux y sus radicales, 4.200. (…)Las derechas también obtuvieron victorias en las Cortes, particularmente en el caso de la Ley de Arrendamientos Rústicos, porque los republicanos de izquierdas no asistieron al debate” (Thomas 1976, 129)

Las representaciones y la necesidad de ganar los votos superaban al gobierno de Azaña, como a los partidos de izquierda. Así, “[l]os periódicos liberales se volvieron contra Azaña. En septiembre, unas elecciones entre funcionarios municipales para elegir magistrados para el Tribunal Supremo dieron una mayoría sustancial a candidatos opuestos y amenazaba con la desobediencia pasiva si se aprobaba el proyecto de ley que

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prohibía enseñar a las órdenes religiosas. Agotado y desalentado; Azaña intentó primero volver a barajar su gabinete, y luego, cuando el presidente le puso dificultades, dimitió.”(Thomas 1976, 129)

Según Thomas, las razones por las que las izquierdas perdieron las elecciones municipales, se debía al sistema electoral. Ya que, el mismo, beneficiaba a las coaliciones, y los partidos de izquierda se encontraban des aglutinados. Los resultados de estas elecciones, muestran: “los socialistas tuvieron 1.722.000 y sólo consiguieron 60 escaños, mientras que los radicales, con 700.000 votos, ganaron 104 escaños.” (Thomas1976, 130) A lo que se le debe sumar que los socialistas se habían negado a colaborar con lo que denominaban como una democracia burguesa; y la abundante propaganda de las derechas que había tenido sus frutos. “En conjunto, los partidos que habían apoyado al último gobierno obtuvieron sólo 99 escaños, de los cuales el partido de Azaña, Acción Republicana, sólo obtuvo 8.” (Thomas 1976, 130)

Como se mencionaba antes, los beneficiados por el sistema electoral fueron las coaliciones, por lo que, “el mayor grupo de las derechas, y en realidad de todas las Cortes, con 117 escaños, era el nuevo partido católico, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). El núcleo de la CEDA15 era Acción Popular.”(Thomas 1976, 131)

Gil Robles se convirtió en el jefe de la CEDA. Él era un “monárquico, y se reunía con los conspiradores monárquicos, negociaba con ellos y, si era necesario, los defendía. (…) Había visitado Alemania en 1933 para estudiar la propaganda nazi (…) Gil Robles era un parlamentario muy completo, pero no le gustaba el parlamento y pensaba que quizá pronto había llegado su hora. Sus representantes visitaron al rey en París, pero algunos de sus discursos de 1933 manifestaban simpatía por el nazismo, y también por el Estado católico y corporativo del doctor Dollfus en Austria. Su vaguedad sobre sus intenciones últimas, y su aversión a afirmar lealtad a la República, resultaban provocativas en las circunstancias de principios de los años 30, cuando eran frecuentes las historias de conductas comparables que habían acabado en el fascismo. Su movimiento juvenil, la JAP (Juventud de Acción Popular), era un grupo excitado e impaciente de señoritos, que alardeaban claramente de antiparlamentarios: «el bien común no puede integrarse por medio de una asamblea elegida por un sufragio universal inorgánico», decían a sus seguidores en su periódico el 8 de diciembre de 1934. Los japistas eran una fuerza poderosa que empujaba a Gil Robles hacia la contrarrevolución.” (Thomas 1976, 132)

La situación durante este período 1933 y 1934, era complicad. Las derechas anti democráticas, como monárquicas, estaban cobrando fuerzas. Y los partidos de izquierda, en especial el Partido Socialista, estaba perdiendo las esperanzas sobre las

15 “La CEDA, fundada oficialmente en marzo de 1933, como una amalgama de los muchos grupúsculos católicos de derechas que habían surgido desde 1931, era una alianza, desde muchos puntos de vista. Según uno de sus miembros más ilustres, Manuel Giménez Fernández, de los diputados de la CEDA, unos treinta eran cristianos sociales; otros treinta, monárquicos o conservadores; y los sesenta restantes, oportunistas.” (Thomas 1976, 131)

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vías democráticas de reforma. Junto con éste, se encontraban los sindicatos, que respondían a dicho partido. Por ello la capacidad institucional de la república, se iba deteriorando, o mejor dicho, perdiendo fuerza.

“Este cambio en el Partido Socialista se debía básicamente a la desilusión producida por la manera en que las derechas habían conseguido utilizar la Constitución para bloquear las reformas. Los socialistas también estaban disgustados porque la Constitución que ellos habían ayudado a redactar les había resultado muy mala aliada en las urnas. Como era de esperar, Largo Caballero no había sido un parlamentario muy logrado (a diferencia de Prieto). También influía el peso de los campesinos del sur en la FNTT, la federación agraria socialista. Estos nuevos reclutas socialistas estaban más próximos al anarquismo que al marxismo ortodoxo. Indudablemente eran diferentes de los disciplinados obreros industriales y de la construcción de Bilbao y Madrid. Largo Caballero hablaba el lenguaje que les gustaba cuando decía que «si la legalidad no nos sirve, si estorba nuestro avance, nos saltaremos la democracia burguesa y procederemos a la conquista revolucionaria del poder». Además, la violencia de los anarquistas en los últimos meses convenció a Largo Caballero de que tenía que intentar competir con ellos y ganar más trabajadores españoles para la causa socialista. Y pensaba que sólo lo podía conseguir rompiendo públicamente con los partidos republicanos de la clase media, con los que los socialistas habían colaborado en el gobierno, y demostrando que el suyo era el más extremista de todos los partidos proletarios españoles.” (Thomas 1976, 132-133)

Desde que el Partido Comunista inició su vida pública se opuso claramente a la República, según las instrucciones recibidas a través de una nueva delegación del Komintern. Así, “[h]asta 1934, los comunistas se mantuvieron aislados. En las elecciones de 1933, el partido obtuvo 200.000 votos, y comentaron: «Las tremendas pérdidas del Partido Socialista habrían sido todavía mayores […] si los jefes socialfascitas, en particular Largo Caballero y compañía, no hubieran emprendido nuevas maniobras para engalar a las masas trabajadoras y evitar que se pasaran a nuestro partido mediante una demagogia izquierdista». El partido decía que el gobierno de Lerroux era exactamente igual que el de Azaña, y que «la responsabilidad total e ineludible […] corresponde al Partido Socialista […], pilar central de la contrarrevolución aristocrático-burguesa».” (Thomas 1976, 145-146)

Tras las elecciones generales de 1933, los radicales forman un gobierno monocolor minoritario liderado por Alejandro Lerroux, y apoyado en las Cortes por la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Así, el gobierno fue una coalición de centro, dirigida por los radicales. Lerroux, se convirtió en jefe de gobierno. Y Gil Robles y la CEDA lo apoyaban en las Cortes, pero no entraron como parte de la administración – propiamente dicho –. “Este partido católico se quedó ominosamente al margen, esperando el momento en que Gil Robles diera la orden de conquistar el poder. Entretanto, la transformación de Lerroux, el anticlerical, en un aliado del partido católico fue demasiado para su lugarteniente, Martínez Barrio, quien, después de ser por poco tiempo ministro de la Gobernación, se pasó a la oposición a la cabeza de su propio grupo, rebautizado con el nombre de Unión Republicana.” (Thomas 1976, 149)

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El CEDA era un partido, de ideología clerical conservadora y antirrepublicana, al ser el partido más votado, se había convertido en la principal minoría de la Cámara.

En octubre de 1934, la CEDA retira su confianza al gobierno centrista de los radicales de Lerroux y exige participar en el mismo. El presidente de la República Alcalá-Zamora, a pesar de los temores que le inspiraba la doctrina de Gil-Robles sobre el accidentalismo de las formas de gobierno, decide indicar a Lerroux que se incluyan tres ministros de la CEDA en el Gabinete.

“Se acercaba el momento de la reapertura de las Cortes. Varios asesinatos políticos contribuyeron a empeorar el ambiente. El 4 de octubre, Gil Robles retiró el apoyo de la CEDA al gobierno Samper, que dimitió. Sin embargo, Alcalá Zarmora no pidió a Gil Robles que formara gobierno. En vez de eso, volvió a encomendárselo a Lerroux. Éste incluyó a tres miembros de la CEDA en su gobierno, aunque entre ellos no se contaba Gil Robles. Alcalá Zamora seguía encontrándolo sospechoso. Además Lerroux no tenía la intención de dar paso a un juvenil rival en la dirección de la clase media española, mientras pudiera evitarlo.” (Thomas 1976, 157)

“Las primeras dificultades de Lerroux surgieron de una serie de desafíos anarquistas. Éstos atacaron puestos aislados de la guardia civil e hicieron descarrilar el exprés Barcelona-Sevilla, causando la muerte de diecinueve personas. En Madrid hubo una prolongada huelga de empleados de teléfonos. En Valencia y Zaragoza se plantearon huelgas generales que duraron varias semanas. La gran huelga general de Zaragoza iniciada para pedir la libertad de los prisioneros detenidos por el gobierno el año anterior, duró nada menos que 57 días. La CNT nunca pagaba compensaciones por huelga, pero la resistencia de los obreros dejó asombrado al resto del país.” (Thomas1976, 149)

La gran diferencia entre los grupos de izquierda y los de derecha, llevó a que muchos pueblos pequeños fueran divididos en dos por la política. Esto quiere decir que en donde los gobiernos pertenecían a una tendencia de izquierda, la decisión de terminar de separar la religión del estado, y tomar medidas para remplazar las fiestas religiosas, había separado a estos pueblos de las políticas que se venían adoptando desde el gobierno nacional de centro derecha. Que al momento de asumir, venía remplazando las medidas revolucionarias de Azaña.

“muchos pueblos pequeños parecían totalmente partidos en dos por la política. En los sitios donde todavía había ayuntamientos socialistas o izquierdistas, se estaban haciendo esfuerzos para imponer un orden cultural completamente nuevo, exactamente al revés de sus predecesores. Las ideas religiosas habían dado paso al ateísmo, y no simplemente al agnosticismo. Las fiestas religiosas estaban siendo sustituidas por fiestas de tradición revolucionaria: el Primero de Mayo, el aniversario de la Revolución Rusa o de la muerte de Galán y García Hernandez.” (Thomas 1976, 150-151)

En 1934, durante la presidencia de Alcalá Zamora, “el gobierno adoptó una serie de medidas destinadas a suspender las reformas de sus predecesores. La sustitución de las escuelas religiosas por las laicas se pospuso indefinidamente. Los jesuitas no tardaron

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en volver a ocupar sus centros docentes. Con un inteligente discurso parlamentario, Gil Robles consiguió que los sacerdotes fueran tratados como si fueran funcionarios con pensiones, y empezaron a cobrar dos tercios de lo que percibían en 1931. Aunque la Ley de Reforma Agraria continuaba en vigor, su aplicación se abandonó tácitamente en muchos sitios. También se concedió una amnistía a todos los presos políticos, incluidos el general Sanjurjo y todos los encarcelados a raíz del alzamiento de 1932. Esta clemencia sólo sirvió para estimular a los antiguos conspiradores a urdir nuevos planes.” (Thomas 1976, 150)

Esto llevo al descontento de los movimientos de izquierda. Como se decía párrafos atrás, el socialismo estaba comenzando a entender que la democracia, no implicaba sólo un éxito para las reformas, sino que la derecha podía también podía tener un aval democrático para dar marcha atrás con las reformas generadas durante el ’30. Esto llevó a que se empezara a pensar en la toma del poder. Así, “[e]n muchos pueblos de Aragón y Cataluña se implantó por breve tiempo el «comunismo libertario». Se produjeron violencias en muchos sitios; hubo 87 muertos, muchos heridos y 700 prisioneros. Era difícil admitir que el país estaba en paz. No es de extrañar que se extendiera cada vez más la militancia de la UGT, especialmente en su sección más extensa, aunque menos bien dirigida: la FNTT agraria. Sus miembros se veían afectados por la reducción de los salarios, consecuencia de la actuación de los presidentes de derechas nombrados por el miembro radical del Trabajo, José Estadella, para los comités de arbitraje de Largo Caballero. El restablecimiento de la oligarquía agraria fue acompañado, en todas partes, por una radicalización de la actitud de los trabajadores, apoyados por Largo Caballero”(Thomas 1976, 150)

En octubre de 1934 estalló la insurrección obrera. En Madrid, el día 5, la UGT declaró una huelga general, que la CNT no apoya. Los huelguistas intentaron el asalto a la Presidencia del Gobierno y después de dos horas de disparos, el gobierno de la República dominó la situación y encarceló a los sublevados.

En Vizcaya y Guipúzcoa los nacionalistas se niegan a secundar la revolución, pero la UGT declara la huelga general y ocupa paramilitarmente las zonas mineras e industriales, manteniendo esa ocupación en algunas de las zonas mineras hasta el día 12. La intervención del Ejército sofoca la revolución con un saldo de al menos 40 muertos, entre ellos algunos dirigentes locales carlistas de Eibar y Mondragón y el diputado tradicionalista Marcelino Oreja Elósegui, muertos por los izquierdistas, y varios huelguistas, muertos en los enfrentamientos armados.

“La reacción fue rápida y violenta. El partido de Izquierda Republicana de Azaña, Martín Barrio e incluso Miguel Maura condenaron la actuación del presidente que entregaba la República a sus enemigos. En Madrid, la UGT proclamó una huelga general, y algunos militantes socialistas avanzaron disparando hacia el ministerio de la Gobernación, situado en la Puerta del Sol. Les acompañaron unos cuantos oficiales jóvenes. Pero la CNT no. Los miembros de la juventud japista garantizaron el funcionamiento de los servicios esenciales. El campo, agotado por las huelgas anteriores

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de aquel año, permaneció inactivo. La alianza obrera sólo se había extendido en Madrid a los socialistas y algunos comunistas. Hubo una confusión general. Largo Caballero estaba excitadísimo. Al acabar el día, el gobierno se había hecho dueño de la situación, y los dirigentes socialistas habían sido detenidos.” (Thomas 1976, 158)

En Barcelona, el gobierno de la Generalidad de Cataluña presidido por Lluís Companys, de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), proclama el Estado Catalán dentro de una República Federal Española, en la noche del 6 al 7 de octubre.

En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del parlamento, el gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República Federal Española, y al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal libre y magnífica.

Este hecho provocó la proclamación del estado de guerra y la intervención del Ejército, mandado por el general Domingo Batet, que domina rápidamente la situación después de algunas luchas, en las que mueren unas 40 personas, la detención de Companys y la huida de Dencás, quien marcha a Francia. La autonomía catalana fue suspendida por el Gobierno y la Generalidad de Cataluña se sustituyó por un Consell de la Generalitat designado por el Gobierno, en el que participaron diferentes dirigentes de la Lliga Regionalista de Cataluña y el Partido Republicano Radical. También fue detenido Azaña, que se encontraba casualmente en Barcelona para asistir a los funerales del que fuera ministro de su gabinete Jaume Carner.

En Asturias la CNT mantenía una postura más proclive a la formación de alianzas obreras que en otras zonas de España. De esta manera esta organización y la UGT habían firmado en marzo un pacto con el que estuvo de acuerdo la FSA, federación del PSOE en Asturias, fraguando la alianza obrera plasmada en la UHP surgida el mes anterior. A La UHP se le irían uniendo otras organizaciones obreras como el BOC, la Izquierda Comunista y finalmente el PCE.

“el alzamiento – porque indudablemente fue un alzamiento – estuvo dirigido por los rudos mineros de la región muy concienciados políticamente. Así como en el resto de España los partidos obreros había tenido opiniones divididas respecto a la revolución, en Asturias anarquistas, socialistas, comunistas, el Bloque Obrero y Campesino, la UGT y el comité regional asturiano de la CNT colaboraron bajo el grito unificador de UHP (Uníos Hermanos Proletarios). Lo que sentó las bases de esta alianza fue un famoso artículo de un joven dirigente de la CNT, Valeriano Orobón Fernández, publicado el mes de febrero anterior en el periódico La Tierra. En él decía que el peligro de fascismo en España en realidad era tan grande que se hacía necesaria una nueva alianza de la clase obrera. Sólo Asturias siguió su consejo. La FAI, no había conseguido hacerse con la CNT local, y eso también ayudó a la alianza.” (Thomas 1976, 160)

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Los mineros disponían de armas y dinamita y la revolución estaba muy bien organizada. Se proclama en Oviedo la República Socialista Asturiana y se ataca a los puestos de la Guardia Civil, las iglesias, los ayuntamientos, etc., estando a los tres días casi toda Asturias en manos de los mineros, incluidas las fábricas de armas de Trubia y La Vega. A los diez días, unos 30.000 trabajadores forman el Ejército Rojo Asturiano. Hubo actos de pillaje y violencia no achacables a la organización revolucionaria. Pero la represión fue muy dura donde los revolucionarios encontraron resistencia. Desde el gobierno consideran que la revuelta es una guerra civil en toda regla, aun desconociendo que los mineros empiezan a considerar en Mieres la posibilidad de una marcha sobre Madrid.

“En octubre de 1934 estalló la insurrección obrera de Asturias y el gobierno radical-cedista se echó en brazos del “héroe de África” para que resolviera la papeleta, que se saldó con la intervención de la legión y una saña contra los vencidos nunca vista en Europa. Se había convertido en el hombre de confianza del gobierno // y fue nombrado jefe del Estado Mayor. Ya no podía subir más alto, o eso creía él. Sin embargo, la victoria del bloque de las izquierdas en las elecciones de 1936 desestabilizó su magnífica vida. El hecho de que sus enemigos declarados ascendieran al poder suponía con toda seguridad no poder seguir manteniendo su privilegiado puesto, cosa que efectivamente ocurrió, ya que poco después el gabinete de Azaña lo destinó a Canarias por considerarlo desafecto. Otra razón más para odiar a Azaña y a la república de izquierdas que le relegaba.” (Bolinaga 2009, 12-13)

El gobierno adopta una serie de medidas enérgicas. Ante la petición de Gil-Robles comunicando a Lerroux que no se fía del jefe de Estado Mayor, general Masquelet, los generales Goded y Franco (que tenía experiencia al haber participado en la represión de la huelga general de 1917 en Asturias) son llamados para que dirijan la represión de la rebelión desde el Estado Mayor en Madrid. Estos recomiendan que se traigan tropas de la Legión y de Regulares desde Marruecos. El gobierno acepta su propuesta y el radical Diego Hidalgo, ministro de la Guerra, justifica formalmente el empleo de estas fuerzas mercenarias, en el hecho de que le preocupaba la alternativa de que jóvenes reclutas peninsulares murieran en el enfrentamiento, por lo que la solución adoptada le parece muy aceptable.

Durante la revolución de 1934 la ciudad de Oviedo quedó asolada en buena parte, resultan incendiados, entre otros edificios, el de la Universidad, cuya biblioteca guardaba fondos bibliográficos de extraordinario valor que no se pudieron recuperar, o el teatro Campoamor. También fue dinamitada La Cámara Santa en la Catedral, donde desaparecieron importantes reliquias llevadas a Oviedo, cuando era corte, desde el Sur de España.

El general Eduardo López Ochoa, comandando las fuerzas militares gubernamentales, se dirigió a apoyar a las tropas sitiadas en Oviedo, y el coronel Juan Yagüe con sus legionarios y con apoyo de la aviación. La represión posterior fue muy dura.

En Langreo y en el barrio de El Llano de Gijón se llegaron a dar breves experiencias de comunismo libertario:

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“En la barriada de El Llano se procedió a regularizar la vida de acuerdo con los postulados de la CNT: socialización de la riqueza, abolición de la autoridad y el capitalismo. Fue una breve experiencia llena de interés, ya que los revolucionarios no dominaron la ciudad. [...] Se siguió un procedimiento parecido al de Langreo. Para la organización del consumo se creó un Comité de Abastos, con delegados por calles, establecidos en las tiendas de comestibles, que controlaban el número de vecinos de cada calle y procedían a la distribución de los alimentos. Este control por calle permitía establecer con facilidad la cantidad de pan y de otros productos que se necesitaban. El Comité de Abastos llevaba el control general de las existencias disponibles, particularmente de la harina.” (Villar 1994, 167)

En la cuenca minera palentina también se produjeron graves sucesos. El 5 de octubre los mineros de Barruelo de Santullán se levantaron en armas y se hicieron con el control del pueblo, ocasionando la muerte de un teniente coronel y dos números de la Guardia Civil, además del director del colegio marista. En estos enfrentamientos murieron también el alcalde socialista y cuatro mineros. En Guardo, los mineros tomaron al asalto y prendieron fuego al cuartel de la Guardia Civil, perdiendo la vida un agente durante los enfrentamientos. La llegada del ejército ocasionó la huida a los montes de los revolucionarios, que posteriormente se fueron rindiendo y entregando a las autoridades. En el resto de España hubo algunos incidentes reprimidos rápidamente por las fuerzas del orden republicanas.

“El gobierno ahora se encontraba enfrentado con algo que nadie vacilaba en calificar de guerra civil. En realidad, el comité que controlaba la ciudad de Mieres estaba considerando la posibilidad de una marcha sobre Madrid. Aunque, desde luego, esto no lo sabían ni Lerroux ni sus ministros, adoptaron varias decisiones muy duras. En primer lugar, llamaron a los generales Goded y Francisco Franco para que actuaran como jefes de Estado Mayor y dirigieran la represión de la rebelión. En segundo lugar, aceptaron el consejo de estos dos generales cuando recomendaron que se enviaran elementos de los regulares y de la Legión Extranjera para reducir a los miembros.” (Thomas 1976, 163)

Se estima que en los 15 días de revolución hubo en toda España entre 1.500 y 2.000 muertos (aunque algunos autores hablan de 1.000 o de 4.000) de los que unos 320 eran guardias civiles, soldados, guardias de asalto y carabineros y unos 35 sacerdotes. La ciudad de Oviedo quedó prácticamente destruida. Y se estima que en toda España fueron detenidas y sometidas a juicio entre 15.000 y 30.000 personas que participaron la revolución. Los datos son difíciles de comprobar debido a la fuerte censura que se aplicó sobre esta revolución.

“En Madrid, los generales Franco y Goded fueron considerados los salvadores de la nación, mientras que la prensa de derecha daba informaciones aterradoras sobre monjas violadas y curas a los que habían sacado los ojos. Fuera de eso, la censura en Asturias fue completa. En el campo, los terratenientes lo celebraron abandonando toda intención de colaborar con la reforma agraria, se practicaban desahucios muy rápidos, y los socialistas que no habían ido a parar a la cárcel encontraban difícil hallar puestos de trabajo. Se habían creado más resentimientos, y aún más terribles.” (Thomas 1976, 167)

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Tras la revolución de octubre de 1934, “[l]a mayoría de los dirigentes socialistas estaban en la cárcel, al igual que los dirigentes del gobierno catalán, Azaña y otros varios políticos de izquierdas. Asimismo estaban encarcelados muchos anarquistas, aunque hubieran tenido poca participación en el levantamiento, salvo en Asturias. Tras el arresto de Azaña, atribuible al pánico, se le retuvo en la cárcel algunos meses, indignidad que no tenía ninguna justificación. En estas circunstancias, el levantamiento de Asturias adquirió un significado épico en la mente de las izquierdas españolas.”(Thomas 1976, 168)

Algunos autores consideran al levantamiento de octubre de 1934 como un preludio de lo que más tarde se daría, la Guerra Civil. Durante este período, se pudieron conocer los sectores encontrados, aquellas fracciones que no coincidían con las medidas tomadas por la derecha; o partidos de izquierda, que no aceptaban las medidas de Azaña, como revolucionarias, ya que consideraban que la república burguesa, sólo mitigaba el desenlace de la revolución.

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Conclusión

Como hemos podido ver los conflictos reinaron desde el comienzo de la Segunda República Española.

El historiador norteamericano Gabriel Jackson, en su obra titulada La República española y la guerra civil (1931-1939), publicada en 1965, sostiene que estos sucesos aumentaron los odios y la polarización a dos bandas de la política española entre revolucionarios y conservadores, tensiones que acabarían llevándose por delante a los escasos republicanos que intentaban mantener la legalidad de la Segunda República Española. Hugh Thomas tiene una opinión parecida (libro primero, capítulo 10).

Los militares no fueron los únicos que amenazaban a la república. Durante este período se dio una expansión del fascismo y de la extrema izquierda en España. Durante la década del ’30 la violencia fue en aumento, y cooperó para que los partidos de derecha como los de izquierda se armaran de grupos paramilitares. “Con el tiempo, el PNV, el PCE, la CEDA, y el propio PSOE formaron escuadras militares, por no hablar de la Falange, los escamots o los anarquistas, lo que propicio un enrarecido clima que desembocó en el enfrentamiento callejero: quema de iglesias, sabotaje contra sedes de diferentes partidos y asesinatos políticos al más puro estilo Al Capone. El atentado se convirtió en algo tan cotidiano como hacer de vientre y el gobierno se vio desbordado. Cada semana que se proclamaba el comunismo libertario en algún punto de España y eran las fuerzas del orden público quienes tenían que “resolver” el problema haciendo uso de los métodos que todos imaginamos, con la consiguiente indignación de las izquierdas y el creciente enfado de las derechas." (Bolinaga 2009, 17)

“A un atentado de la derecha le respondía otro de la izquierda, en una espiral de violencia que no hacía sino empeorar siempre un poco más las cosas. Harto ya de semejante situación, el atentado falangista contra un profesor de universidad y diputado socialista dio la excusa perfecta al gobierno para ilegalizar a Falange Española de los JONS (15 de marzo de 1936). Días antes, jóvenes falangistas habían intentado asesinar a tiros a Luis Jiménez de Asúa cuando salía de su casa en dirección a su puesto de trabajo en la Universidad Central de Madrid. El profesor resultó ileso, pero su escolta murió en el atentado. La ilegalización e ingreso en prisión de la cúpula de la Falange supuso un claro aviso de que desde el gobierno no se iban a permitir semejantes actor de terrorismo, ni por parte de las derechas ni por las izquierdas. Jose Antonio Primo de Rivera, líder indiscutible del partido fascista español, fue encarcelado en el penal de Alicante.” (Bolinaga 2009, 17-18) Pág. 17-18

El nuevo gabinete del ’36 nació con la idea fija de marcar la legislatura con la impronta de la mesura. Puso de nuevo en marcha las necesarias reformas del primer gobierno republicano, cercenadas durante el bienio radical-cedista, pero delimitando con mucho tiento cualquier tipo de reforma que molestara a los sectores más reaccionarios. Por ejemplo, al tiempo que se desarrolló la organización de un sistema educativo laico, en

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ningún momento se pretendió terminar con el religioso, desarrollando una educación paralela y apoyando también la enseñanza católica desde las altas instancias. Los republicanos habían aprendido mucho de sus fracasos anteriores. Sabían que las proclamas y actitudes excesivamente progresistas serían rechazadas sin titubeos por la derecha, de modo que optaron por el cambio progresivo.

“Sin embargo, las viejas rencillas pudieron más que las buenas intenciones. El odio inveterado de las derechas más extremistas no tenía cambio de sentido posible, hicieran lo que hicieran desde el poder. La situación en las calles siguió siendo caótica, y el caldeado ambiente político-social radicalizó hasta el extremo a los miembros más proclives a ello: las juventudes de los partidos. El caso más sintomático fue el de la CEDA, que tuvo que presenciar imponente cómo en los últimos meses anteriores a la Guerra Civil, el grueso de sus juventudes, las Juventudes de Acción Popular (JAP), se pasaron en masa a las filas de la ilegal Falange Española de los JONS, cuya devoción a la violencia lo convertía en un partido muy atractivo. Se ha dicho que a partir de estos momentos FE-JONS se convierte de facto en FETJONS debido a que el ingreso masivo de elementos derechistas radicalizados, enamorados de los métodos expeditivos que los fascistas empleaban en su lucha cuerpo a cuerpo contra las izquierdas, desvirtuó su esencia original. Y es que cada vez menos gente creía en la república. En los meses previos a la guerra, la derecha republicana – o al menos no monárquica – de la CEDA, fue arrinconada por una derecha más vehemente antiizquierdista representada principalmente en el Bloque Nacional y su adalid José Calvo Sotelo, un ex ministro de la dictadura que incendiaba escaños del congreso cada vez que soltaba alguna de sus soflamas. Asimismo, dentro de las izquierdas se vivió un proceso paralelo; las diferencias dentro del PSOE entre el sector duro representado por Francisco Largo Caballero – agasajado por los soviéticos como el Lenin español -, y el moderado representado por Indalecio Prieto, llegaron hasta tal punto que se llegó a pensar en una más que probable escisión entre ambos sectores. El momento álgido llegó tras la victoria de los prietistas, favorables a un entendimiento con el gobierno y conscientes de que si el PSOE no lo apoyaba, la república se hundiría definitivamente. Los caballeristas no entendían cómo desde un partido marxista, como aún era el PSOE, se podía apoyar en un gobierno que representaba a la burguesía republicana sin que se les cayera la cara de vergüenza. No tomarían parte en ello. Había que hacer la revolución. Sin paliativos. Sin contemplaciones. Tal era la distancia que llegó a existir entre las dos secciones del partido que cuando se reunieron las cortes para escoger el gobierno que finalmente formó Casares Quiroga, la primera opción que se barajó fue la de Indalecio Palacio, y no prosperó porque fueron los caballeristas quienes vetaron su candidatura. Este no es el único ejemplo de la situación que se vivía dentro del PSOE, ya que en algún mitin del partido Indalecio Palacio llegó a ser recibido a tiros entre gritos de

“fascista” y otras exquisiteces parecidas.” (Bolinaga 2009, 17-18)

Algunos sectores se veían fascistas hasta en sus compañeros de partido, mientras que la derecha veía que el gobierno iba a implantar la dictadura del proletariado. La situación estaba más que tensa, podríamos decir que algunos sectores llegaban a estar paranoicos. Esto lo podemos ver en los comentarios del libro de Bolinaga, que dice: “Y mientras el sectarismo caballerista veía fascistas hasta en sus compañeros de partido, la derecha acusaba al gobierno de practicar una política destinada a implantar la dictadura del

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proletariado. Semejante prueba de estupidez política llevó a determinadas personas a plantearse la idea de implantar una dictadura republicana, para que se pudieran llevar a cabo las reformas necesarias sin que desde fuera estuvieran constantemente dinamitando la costosa labor del gobierno.” (Bolinaga 2009, 18) Si bien la idea de armar una dictadura republicana, no tuvo éxito, ni fue tomada en serio, marca lo que “[a]l fin y al cabo, el radicalismo político de las derechas y las izquierdas condujo a España a una guerra civil cruel y estéril. Quizá la extensión social del radicalismo no fuera más que el signo del bajísimo nivel cultural de los españoles de la época, tanto en los sectores obreros como en los aristocráticos. No sin cierto cinismo pero con mucha razón, Azaña afirmó con pena que “en España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro (y que) si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar”. Frases ácidas, amargas, ingeniosas y cáusticas que dibujan con trazos gruesos pero acertados la realidad cultural de la España de los años treinta.” (Bolinaga 2009, 19)

“Frente a los desmanes, un poder fáctico a tener en cuenta en la España de la época: Como sabemos, desde el mismo día de la victoria del Frente Popular, los militares, entre maniobra y maniobra, hacían planes de pronunciamiento. En un principio hubo diferentes proyectos en distintos acuartelamientos protagonizados por heterogéneos elementos militares, pero fue el general Emilio Mola quien tuvo una virtud de engarzar a todas ellas en un único proyecto levantisco que, al menos, garantizaba un pronunciamiento menos chapucero. Nacido en Cuba y profundamente imbuido de un sentido de la responsabilidad de la que hacía gala en todas las facetas de su vida, Mola no era un militar al uso. Contaba con una amplitud de miras verdaderamente poco habitual en la casta militar; decididamente, no era monárquico y nunca pretendió organizar un golpe de estado para reinstalar un sistema que consideraba vetusto. Mola rescató la idea de imponer una dictadura republicana, pero adulterada por un dominio completo del ejército como gobernante, juez, legislador y garante de la estabilidad nacional. Eso sí, sin ninguna idea política prediseñada. Coaligado con José Sanjurjo, un conocido militar exiliado en Portugal después de haber protagonizado un fallido golpe de estado en 1932, y en contacto estrecho con él, diseñó un alzamiento exclusivamente militar que tuvo su pistoletazo de salida en marzo de 1936, cuando se reunió con un grupo de generales entre los que se // hallaba Francisco Franco. El proyecto se planteó con la idea clara de echar a la izquierda del poder, sustituyendo a los políticos por los militares con la idea expresa de arrinconar las ideas políticas preconcebidas y eliminar el desorden. En este plan Sanjurjo había de ser el líder indiscutible y jefe de la junta militar que haría las veces de gobierno. Mola tendría un papel destacado como lugarteniente el jefe, mientras que a Franco se le reservaba un destino como responsable de la Comandancia General de Marruecos. El avispado gallego no parecía del todo convencido, y a pesar de que la mayoría de los reunidos apoyaron la idea sin fisuras, no dio el sí esperado. Mola recalcó que el golpe no estaba el diseñado contra la república sino contra la izquierda, y que había que desarrollarlo a la perfección, porque tal y como estaba el panorama político, si no se lograba un triunfo a las primeras horas, las izquierdas no se iban a quedar de brazos cruzados. Era necesario que todos estuvieran perfectamente coordinados.” (Bolinaga 2009, 19-20)

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La historiografía ha debatido mucho sobre estos sucesos, pero aalgunos autores comentan que el levantamiento de Asturias en el ’34 fue la antesala de la Guerra Civil, y aunque todavía no hay unanimidad en esta hipótesis; lo que sí se puede decir es que la sociedad española estaba fragmentada. Y las disputas internas entre la izquierda, o en los conservadores y los carlistas, tampoco ayudaron a generar un unidad, ni fortalecer el sistema. Cada uno de los grupos apoyó la república, frente a un sistema que se estaba deteriorando, la monarquía, y que no lograba levantar cabeza. Pero ninguno estaba totalmente creído de cuáles iban a ser los resultados de la república. El anarquismo nunca terminó de apoyarla, los socialistas tenían la mirada en un paso para lograr la revolución, mientras que los conservadores pretendían asegurar privilegios de clase y los carlistas pretendían que volviera la monarquía.

Cada fracción tiraba para su lado. Y esto fue en aumento con el tiempo, hasta hacer eclosión con el levantamiento del ’36, que llevó a lo que conocemos como la Guerra Civil Española.

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Bibliografía

Bolinaga, Iñigo . Breve Historia de la Guerra Civil Española. Madrid: Ediciones Nowtilus, SL, 2009.

Morrow, Felix. Revolución y Contra Revolución en España. Ediciones digitales Izquierda Revolucionaria, 2008.

Thomas, Hugh. La Guerra Civil Española. Vol. I. II vols. Barcelona: Ediciones Gijalbo S.A., 1976.

Villar, Manuel. El Anarquismo en la Insurrección de Asturias: la CNT y la FAI en octubre de 1934. Fundación de Estudios Libertarios "Anselmo Lorenzo", 1994.

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